Chapter 10 - 9

A medida que Tenshi y Heizou avanzaban, comenzaron a percibir un cambio en el ambiente. Un temblor sutil recorría el suelo, y el aire, ya cargado de calor y ceniza, se impregnaba con una extraña vibración de energía. Tenshi se detuvo, su expresión sombría, y Heizou, aunque inexperto, notó la preocupación en su mirada.

—¿Sientes eso? —preguntó Heizou, en un tono apenas audible.

Tenshi asintió con gravedad.

—Sí… algo grande está ocurriendo cerca. Mantente alerta.

Continuaron avanzando sigilosamente hasta que el paisaje rocoso se abrió en una especie de despeñadero que dominaba una vista amplia de las ruinas del castillo de Pyrathos. En el centro de este claro, envuelto en llamas y decadencia, el jefe de Pyrathos, una monstruosa figura de roca y fuego, se debatía en una lucha feroz… pero no estaba solo. Delante de él, en una postura que denotaba absoluta determinación, se encontraba una figura solitaria.

El intruso, poseía una figura atlética y poderosa, su silueta bañada en una luz dorada que emanaba de su cuerpo, como si estuviera envuelto en una armadura hecha de pura energía, además de ello destacaba una lanza de gran tamaño con la que atacaba al Rey de Pyrathos con una destreza inigualable.

Tenshi y Heizou observaban en silencio, notando cada detalle. La luz dorada era diferente de cualquier cosa que hubieran visto antes, un poder controlado y contenido, pero a la vez devastadoramente letal.

La pelea era implacable; el Rey Ignatios ahora transformado en el ardiente de Pyrathos atacaba con su fuerza bruta, lanzando oleadas de llamas y fragmentos de roca que destrozaban el suelo a su alrededor. Sin embargo, el lancero dorado se movía con una agilidad casi sobrenatural, esquivando y devolviendo cada ataque con una precisión y destreza que bordeaba lo imposible. Cada golpe de su energía dorada resonaba como un trueno en el campo de batalla, al igual que los cortes que lanzaba con su lanza eran reflejados en el campo de batalla al cortarse y destruirse. y el jefe de Pyrathos retrocedía, abrumado por la intensidad del combate.

Heizou, maravillado y también aterrado, observó en silencio junto a Tenshi.

—¿Ese es… un aliado de Mer? —murmuró Heizou, su voz apenas un susurro.

Tenshi asintió, sin apartar la vista de la batalla. Sabía que no debían intervenir, pero también comprendía que lo que estaban presenciando podía cambiar todo lo que pensaban sobre su misión. Este guerrero,, no solo era poderoso; poseía un dominio absoluto sobre sus habilidades. Y lo más desconcertante era la naturaleza de ese poder dorado.

En ese instante, el combatiente lanzó un golpe definitivo, rodeando al jefe de Pyrathos en un remolino de energía dorada que lo debilitó y lo inmovilizó.

Sin previo aviso, el portador de la lanza giró su cabeza en dirección a donde se escondían Tenshi y Heizou, sus ojos dorados atravesándolos con una intensidad que los congeló en su lugar. Tenshi, dándose cuenta de que habían sido descubiertos, se preparó para cualquier eventualidad.

Heizou apretó los puños, sintiendo una impotencia que le ardía en el pecho. Sabía que no podían hacer nada para detener al guerrero. Cada segundo que pasaba era una oportunidad perdida, un fragmento de esperanza desvanecido al ver cómo aquel intruso estaba a punto de obtener la recompensa que ellos necesitaban: el alma del jefe de Pyrathos, saturada de un poder abrumador.

—No podemos hacer nada, ¿verdad? —murmuró Heizou con una amargura apenas contenida, sus ojos fijos en el combate.

—No —respondió Tenshi en un tono sombrío—. Ese poder está fuera de nuestro alcance. Si intentáramos intervenir, solo terminaríamos como los restos en este lugar.

Heizou tragó saliva, observando cada golpe, cada chispa dorada que brotaba del lancero enemigo. Por un instante, la frustración se apoderó de él.

Para su sorpresa, el guerrero dorado simplemente los observó en silencio por un instante. Fue Heizou quien notó el sutil reconocimiento en su mirada, como si hubiera estado al tanto de su presencia todo el tiempo y solo ahora decidiera revelar su consciencia. Era un mensaje claro: podía verlos, y también podía decidir ignorarlos… o no.

Aquel volvió su atención a Ignatius el rey ardiente de Pyrathos mientras éste se ponía de nuevo de pie como si considerara la presencia de Tenshi y Heizou insignificante frente al desafío que tenía delante. El jefe de Pyrathos lanzó un último ataque desesperado, alzando sus enormes brazos de roca en un intento de aplastar a su enemigo. Sin embargo, el guerrero dorado ni siquiera vaciló. En un instante él perforó su cuerpo por completo usando su fuerza para abrirse paso sin piedad. El jefe cayó al suelo con un gigantesco hoyo en el pecho completamente muerto. La energía dorada del guerrero brilló intensamente mientras él absorbía el alma del jefe.

Tenshi y Heizou apenas podían creer lo que veían. Sabían que esa alma contenía una fuerza inigualable, una energía que podría cambiar el curso de sus propias misiones. Y sin embargo, habían sido impotentes para detener al guerrero.

Aquel enemigo como si hubiera percibido sus miradas llenas de desesperación, se giró en su dirección. Sus ojos dorados los atravesaron con una intensidad que les heló la sangre. Era una mirada de indiferencia, un recordatorio de que, para él, Tenshi y Heizou no eran más que sombras insignificantes en el vasto tablero de juego.

Heizou sintió una oleada de rabia e impotencia, consciente de que no tenía ninguna posibilidad contra ese ser. Tenshi, notando el temblor en su compañero, colocó una mano sobre su hombro en un gesto de advertencia.

— Este no es nuestro momento, Heizou —dijo Tenshi en voz baja—. Lo único que podemos hacer es aprender, observar y recordar… para cuando estemos preparados.

Aunque esas palabras pretendían ser un consuelo, ambos sabían que eran solo una fachada. La verdad era que se marchaban con las manos vacías, sabiendo que un poder que buscaban estaba ahora en manos de un enemigo que no podían desafiar. La impotencia les pesaba en el alma, como un recordatorio de lo lejos que aún estaban de sus objetivos.

—¿Esconderse en las sombras? —Xiao dice en un tono neutro, aunque su voz lleva un matiz de desdén—. ¿Eso es todo lo que pueden hacer?

Tenshi, aunque completamente consciente de la desventaja, se adelanta con cautela. Su rostro mantiene una expresión controlada, pero sus ojos denotan la impotencia que siente.

—No hemos venido aquí para interferir con tu misión —responde Tenshi, midiendo cada palabra—. Pero el poder que has obtenido… esa alma... ¿sabes lo que representa para el equilibrio de Atheria?

Xiao observa a Tenshi sin ningún cambio en su expresión, como si sus palabras fueran poco más que un susurro sin sentido.

—El equilibrio… —repite con un tono indiferente—. Esa es una preocupación para los débiles, los que temen perder lo que nunca pudieron proteger. No es mi problema.

Heizou, a pesar de la advertencia de Tenshi, da un paso adelante, incapaz de contener su frustración.

—Esa alma no te pertenece. —Su voz está llena de una mezcla de rabia e impotencia—. ¿Cuántos inocentes murieron aquí, y ahora vas y te la apropias como si fuera solo un trofeo más?

Xiao lo observa, y por un instante parece que una leve sonrisa de desprecio se asoma en sus labios.

—Inocentes… —murmura—. Todo aquel que muere en un reino como este es porque ya estaba condenado. La fuerza solo le pertenece a quienes pueden dominarla, no a quienes lloriquean por su pérdida.

Tenshi nota cómo Heizou tiembla, apretando los puños con tanta fuerza que sus nudillos se vuelven blancos. Colocando una mano firme en su hombro, lo retiene antes de que diga algo imprudente.

—Nuestro tiempo llegará, Heizou —susurra Tenshi en voz baja, solo para él—. Por ahora, no podemos hacer más que observar y aprender.

Xiao parece leer el mensaje en el rostro de Tenshi y deja escapar un suspiro de aburrimiento.

—Si esa es toda la valentía que tienen los cazadores hoy en día, dudo que siquiera logren sobrevivir. —Se gira lentamente, la energía dorada rodeándolo una vez más, y se aleja sin prestarles mayor atención—. Deberían agradecerme… el jefe ya está derrotado. Quizá los deje vivir por ahora.

Heizou frunce el ceño, su voz baja pero tensa. —Lo entiendo ahora… están cazando a los Reyes de Atheria. Las almas de los reyes son como fuentes de poder inmenso… quieren recolectarlas para fortalecerse. —Lanza una mirada a Tenshi—. Si se apoderan de esas almas, podrán enfrentarse incluso a Ardent y Eldrian.

Xiao, quien ya parecía desinteresado en ellos, se detiene al escuchar las palabras de Heizou. Con una lentitud deliberada, se vuelve, y en su rostro aparece una leve sonrisa que, aunque carente de calidez, revela algo de admiración por la astucia de Heizou.

—Impresionante —dice Xiao con voz calma, sus ojos dorados brillando en la penumbra—. Deducciones precisas para alguien tan joven e inexperto. —Su tono es una mezcla de aprobación y burla—. Aunque, claro, de poco te servirá saberlo.

Heizou mantiene la calma a pesar del escalofrío que recorre su espalda. —¿Por qué? —pregunta, buscando mantener la compostura frente al imponente guerrero—. Ahora que conocemos sus planes, podemos adelantarnos.

Xiao observa a Heizou con una frialdad inquebrantable, como si estuviera considerando qué tan lejos podrían llegar estos cazadores en comparación con los planes de Mer. —¿Adelantarse? —repite con desdén—. En este mismo momento, otros heraldos como yo están cazando a otros Reyes. Pronto, sus almas también serán nuestras. Y cuando llegue el momento… ustedes, cazadores, solo serán un obstáculo más en nuestro camino hacia Nyx.

Las palabras de Xiao caen como un balde de agua helada sobre Tenshi y Heizou, quienes sienten la urgencia palpitar en su pecho. La declaración de Xiao cambia por completo el panorama: no solo se trataba de enfrentar a un adversario poderoso, sino de una carrera desesperada por reclamar las almas de los reyes antes de que Mer y sus heraldos lograran hacerse con ellas.

—No permitiremos que te salgas con la tuya —dice Tenshi, aunque en su tono resuena la preocupación.

Xiao suelta una risa apenas audible, mirándolos con una mezcla de superioridad y aburrimiento. —Si realmente piensan que pueden detenernos… —Hace una pausa, y sus ojos brillan con una intensidad fría y despiadada—. Los espero. Será interesante ver hasta dónde llega su resistencia… antes de que se rompa.

Con un último vistazo cargado de amenaza, Xiao se aleja, dejándolos atrás. Tenshi y Heizou, en silencio, procesan lo que acaban de escuchar. La atmósfera se vuelve más densa, y la urgencia de adelantarse a los movimientos de Mer y sus heraldos ahora pesa en sus mentes.

—No tenemos tiempo que perder —dice Tenshi con firmeza, comenzando a avanzar.

Heizou asiente, apretando los puños. —Debemos ser rápidos. No podemos permitir que sigan acumulando más poder… o se volverán imparables.

Ambos cazadores se lanzan de inmediato hacia su nuevo objetivo, conscientes de que no solo luchan contra los monstruos del Reino de Pyrathos, sino contra el tiempo y los oscuros planes de Mer y su grupo.

Se dieron la vuelta, dejando atrás las ruinas de Pyrathos, pero con el eco de la derrota palpitando en sus corazones.

Con la decisión tomada, Tenshi y Heizou se miran una última vez, confirmando en silencio su urgencia compartida. Sin más demoras, Tenshi asiente y ambos invocan sus alas. Un destello de luz los rodea brevemente cuando las poderosas alas etéreas, antes selladas por precaución, se despliegan en toda su extensión. No hay lugar para la sutileza ni para el sigilo ahora; su prioridad es advertir al resto antes de que sea demasiado tarde.

Al emprender el vuelo, el aire se siente pesado, cargado de energía oscura y ardiente que aún emana del Reino de Pyrathos. Atrás queda el sombrío paisaje y las ruinas, envueltas en el crepitar constante de los fuegos de la corrupción, mientras Tenshi y Heizou cruzan el cielo a toda velocidad. Cada segundo es crucial, y el rugido de las llamas debajo parece intentar alcanzarlos, como si la misma oscuridad del lugar quisiera retenerlos allí.

Finalmente, después de un tenso vuelo, el borde del Reino de Pyrathos aparece frente a ellos. Tenshi lidera, usando su conocimiento del terreno para evitar cualquier última amenaza, mientras Heizou se mantiene a su lado, ambos luchando por mantener la velocidad en su vuelo.

Al llegar al punto de origen de su entrada, el enlace con el Santuario del Alma todavía está intacto, un resquicio de esperanza que les permitirá transmitir su mensaje. Sin dudarlo, cruzan la conexión que previamente establecieron y, en un parpadeo, el sombrío paisaje de Pyrathos es reemplazado por la calma inquietante del Santuario del Alma.

Ambos caen al suelo en silencio, sintiendo la intensa energía del Santuario rodearlos, pero algo estaba mal. La atmósfera en el Santuario del Alma era densa, cargada con una energía inquietante que hacía difícil respirar. Tenshi y Heizou, recién llegados y agotados, sienten la presión aplastante de una batalla feroz desatada al otro lado de la gran cámara. Sin pensar demasiado, ambos se apresuran en dirección a los destellos y sonidos de choque, temiendo que su misión de advertencia quedara suspendida ante un problema mayor.

Al llegar al lugar, la escena que se despliega frente a ellos es abrumadora. Oscuras sombras y relámpagos de energía roja se entrelazan en una danza violenta y mortal. Lysandra, concentrada y seria, erige barreras de sangre una tras otra, usando su habilidad para proteger a quien sea que se encuentre en la trayectoria de los ataques. En el centro de la tormenta, dos figuras destacan como titanes en guerra: Eldrian Lorian, su poder oscuro desbordado e incontrolable, y Ardent Dawnseeker, quien emana el espíritu rojo con una furia y determinación inquebrantables.

A su alrededor, todos los demás observan con tensión; Hurrem y Selene, las guardianas, mantienen sus posiciones de apoyo, preparadas para intervenir si la situación se sale aún más de control. Horus Soret y su hijo Licht están allí también, ofreciendo asistencia a Ardent, listos para intervenir en cualquier momento.

—¿Qué está pasando? —pregunta Tenshi, con el pulso acelerado. La preocupación es evidente en su voz, temiendo por Eldrian y el peligro que representa para todos.

Lysandra, sin apartar la vista de la intensa lucha, responde con voz grave—. Durante el entrenamiento, Eldrian perdió el control de su poder oscuro. Era inevitable, pero no esperábamos que sucediera tan pronto ni con tanta fuerza. Ardent estaba aquí para supervisarlo, pero… cada segundo que pasa, Eldrian se vuelve más y más fuerte. Y si esto sigue así, temo que ni siquiera Ardent podrá contenerlo.

El horror de la situación se hace palpable. Eldrian, atrapado en la agonía de un poder que no sabe controlar, lucha a cada instante contra una fuerza que lo consume desde dentro. Cada golpe que lanza es más feroz que el anterior, y Ardent, con el espíritu rojo envolviéndolo, apenas logra mantenerse a la par, resistiendo en un esfuerzo por salvar a su amigo sin desatar todo su propio poder.

Heizou, observando la escena con un nudo en la garganta, apenas puede apartar la vista de Eldrian. La desesperación lo embarga; han llegado en un momento crítico, pero son impotentes para detener lo que ocurre ante sus ojos.

—Si no hacemos algo, Eldrian… —murmura Heizou, atrapado entre el miedo y la urgencia de hacer algo, cualquier cosa, para ayudar.

Tenshi coloca una mano en su hombro, intentando transmitirle calma aunque él mismo esté angustiado. —Debemos confiar en Ardent. Él es el único aquí que puede contener a Eldrian ahora. Pero… necesitamos pensar en cómo estabilizarlo antes de que… —Tenshi no termina la frase, pues la posibilidad de que Eldrian caiga completamente bajo el dominio de su oscuro poder es demasiado aterradora para ponerla en palabras.

De repente, un rugido resonante surge de Eldrian, y una ola de energía oscura azota la cámara, haciendo que todos se tambaleen. Ardent, con el rostro endurecido, intensifica su propio poder, lanzándose contra Eldrian con renovada determinación.