Chapter 9 - 8

El aire era sofocante, cargado con el olor de azufre y cenizas. La atmósfera vibraba con un calor constante que emanaba de la tierra misma, distorsionando la vista de los paisajes distantes. Tenshi y Heizou aparecieron de la nada, materializándose en el claro árido y desolado del Reino de Pyrathos. Frente a ellos, se erguía la base rota de una antigua estatua. A pesar de su estado deteriorado, era evidente que alguna vez representó a una mujer de porte majestuoso, con fragmentos de lo que parecía ser un manto de piedra ondeando detrás de ella.

—¿Crees que era una Guardiana? —preguntó Tenshi mientras inspeccionaba los restos.

Heizou, con sus ojos entornados, observó los fragmentos que rodeaban la estatua. Se agachó, recogió un trozo de piedra chamuscada y luego lo dejó caer con un suspiro.

—Podría serlo, o quizá solo una figura venerada de este reino. Lo que es seguro es que este es el punto de enlace con el Santuario del Alma. Un portal entre mundos. —Heizou se giró para observar el vasto terreno baldío que se extendía ante ellos.

El suelo bajo sus pies era rocoso, cubierto de cenizas que flotaban lentamente en el aire. Restos de una civilización destruida salpicaban el paisaje, desde las ruinas de antiguas torres que alguna vez se alzaron majestuosas hasta los vestigios de puentes de piedra ahora rotos e inservibles. En la distancia, las paredes de un castillo en ruinas aún ardían con llamas negras, una constante recordatorio de la guerra que devastó esta tierra.

—Esto es… desolador —dijo Tenshi, con una mezcla de lástima y precaución en su voz. Dio un paso hacia adelante, sus movimientos ligeros y ágiles.

Heizou asintió. Sabía que tenían una misión clara: explorar y recopilar información. No debían comprometerse en combates innecesarios. La clave era la velocidad y la eficiencia.

—Mantente alerta —advirtió Heizou—. Aquí ya no queda nada vivo, nada consciente. Solo corrupción y muerte.

Ambos avanzaron con cautela, sus ojos y oídos atentos a cualquier señal de peligro. A medida que se movían por el terreno rocoso, comenzaron a notar los primeros signos de la corrupción que plagaba Pyrathos. Formas oscuras y distorsionadas se movían entre las ruinas, criaturas cuyas figuras apenas parecían humanas, ahora transformadas en bestias por el poder del fuego y la descomposición.

A medida que se acercaban a una plaza abierta, los restos carbonizados de una gran fuente decorativa a medio derrumbarse captaron su atención. Tenshi alzó una mano para detener a Heizou, quien estaba unos pasos detrás de él.

—Mira, ahí. —Susurró, señalando con el dedo hacia una criatura que se arrastraba torpemente por los escombros.

La criatura era grande, de al menos dos metros, y su cuerpo estaba compuesto de roca fundida y metal retorcido. Sus movimientos eran lentos, pesados, como si cada paso fuera un esfuerzo monumental. Su rostro, si es que se podía llamar así, no era más que una grieta abierta con un destello de lava en su interior, una boca siempre lista para consumir.

—Monstruos rocosos... —comentó Heizou en voz baja—. Fueron humanos alguna vez, antes de perder su voluntad. Ahora son meras calamidades. Huecos, sin conciencia, sin vida real.

De repente, un sonido desgarrador llenó el aire. Otra criatura apareció, esta vez más delgada, con una piel que parecía haber sido arrancada y fusionada con huesos ardientes. Su grito resonó en el aire, un chillido agonizante que hablaba de su interminable dolor.

Tenshi y Heizou se quedaron inmóviles, observando cómo las criaturas se movían sin rumbo, sin propósito más que el instinto de devorar almas. Los dos cazadores intercambiaron una mirada.

—Esto no es un lugar para héroes —murmuró Heizou—. Aquí, la salvación es una ilusión.

Tenshi asintió, reconociendo la verdad en sus palabras.

Decidiendo avanzar antes de ser detectados, los dos cazadores se movieron rápidamente, evitando cualquier confrontación directa. Utilizaron el terreno a su favor, moviéndose de una cobertura a otra, aprovechando las sombras de las ruinas para esconderse.

—Esa estructura de allá debe ser nuestra siguiente parada —indicó Tenshi, señalando una torre parcialmente colapsada en la distancia. Desde allí, podrían tener una vista mejor del castillo y de la disposición del terreno circundante.

Mientras avanzaban, notaron más señales de la corrupción. Las huellas de criaturas deformadas en la ceniza, las marcas de garra en las paredes de las ruinas, y los restos carbonizados de lo que alguna vez fueron árboles, ahora nada más que tocones retorcidos.

A medida que se acercaban a la torre, Heizou se detuvo repentinamente, alzando una mano. Tenshi, obedeciendo el gesto, se congeló en su lugar.

—Escucha... —susurró Heizou.

Desde el fondo de la torre, un sonido de arrastre se hacía cada vez más fuerte. Tenshi entrecerró los ojos, intentando discernir qué era lo que se acercaba. A través de las sombras, logró distinguir una figura que emergía del interior oscuro de la estructura. Una figura que se movía lenta pero decididamente hacia ellos.

—Parece que tenemos compañía —dijo Tenshi, apretando los dientes mientras se preparaba para moverse.

—No. —Heizou lo detuvo—. Aún no. Observa.

La criatura que apareció era distinta a las otras. Más pequeña, más rápida, pero con una ferocidad incontrolable en sus movimientos. Sus ojos, si es que se les podía llamar así, brillaban con un resplandor rojo intenso, y su piel parecía estar hecha de fuego sólido, un fuego que no quemaba pero que desbordaba energía destructiva.

Tenshi y Heizou intercambiaron otra mirada. Estaba claro que este reino no solo estaba plagado de criaturas lentas y pesadas; también había seres rápidos y mortales.

—Vamos a necesitar una estrategia diferente si queremos acercarnos más al castillo —murmuró Tenshi.

Heizou asintió, reconociendo la verdad de sus palabras. Tenían que moverse rápido y con inteligencia, evitar las criaturas cuando fuera posible y encontrar una manera de atravesar esta tierra desolada sin ser detectados.

—Sigamos bordeando el perímetro. Mantente a la sombra y lejos de la línea de fuego de esos monstruos —sugirió Heizou.

La tensión en el aire era palpable mientras Tenshi y Heizou avanzaban con suma cautela. Cada paso era medido, calculado para evitar el más mínimo sonido. Al acercarse a las murallas derruidas del castillo, Tenshi levantó una mano para señalar un cambio en el terreno. A lo lejos, pudieron distinguir las sombras de varias bestias moviéndose lentamente entre las ruinas. Eran grandes, sus cuerpos deformados por el fuego y la corrupción. Algunas tenían brazos alargados y huesudos, cubiertos de una piel chamuscada que se adhería a sus músculos como si fuera un manto de cenizas. Otras se arrastraban con extremidades retorcidas, dejando un rastro de ceniza y brasas a su paso.

—Son más de las que esperaba —murmuró Tenshi en voz baja, apenas un susurro.

Heizou asintió, sus ojos recorriendo el paisaje para calcular su próximo movimiento. A su alrededor, el viento caliente levantaba remolinos de ceniza, creando una niebla opaca que dificultaba la visibilidad, pero también les ofrecía una oportunidad para moverse sin ser detectados.

—Tendremos que ser más sigilosos que nunca —respondió Heizou con un tono firme—. Mantente cerca y sigue mis movimientos. No podemos permitirnos ser vistos.

Ambos cazadores se movieron con una sincronía impecable, sus cuerpos deslizándose entre las sombras como si fueran parte del paisaje mismo. Tenshi, con su agilidad innata, avanzaba rápidamente de un punto de cobertura a otro, utilizando las ruinas para esconderse de las criaturas. Heizou, por otro lado, mantenía un ritmo constante, sus movimientos calculados y precisos, aprovechando cada oportunidad para avanzar sin llamar la atención.

A medida que se acercaban a una gran estructura medio derrumbada, que alguna vez debió ser una torre de vigilancia, escucharon un sonido gutural, un gruñido profundo que resonó en el aire pesado. Tenshi hizo una señal para que Heizou se detuviera y se agachó detrás de un trozo de pared caída. Heizou siguió su ejemplo, agachándose detrás de una pila de escombros.

Desde su escondite, Tenshi pudo ver a la criatura que había emitido el sonido. Era una bestia imponente, mucho más grande que las anteriores. Su cuerpo estaba cubierto de placas de roca fundida que se movían con cada respiración, y su cabeza era una amalgama de hueso y metal retorcido, con un brillo de fuego en sus ojos vacíos. Sus garras, afiladas como cuchillas, rasgaban el suelo con cada paso.

—No podremos enfrentarnos a esa cosa —susurró Tenshi—. Es demasiado grande y fuerte. Tendremos que rodearla.

Heizou asintió de nuevo, sus ojos nunca apartándose de la bestia. Sabía que cualquier movimiento en falso podría ser su último así que esperaron pacientemente, observando los patrones de movimiento de la criatura, cuando la bestia se alejó lo suficiente, se movieron con cautela bordeando la estructura derrumbada y manteniéndose fuera del campo de visión del monstruo. La tensión en sus cuerpos era palpable, cada músculo listo para reaccionar ante cualquier signo de peligro.

Mientras avanzaban, el terreno se hacía más traicionero. Los escombros estaban dispersos por todas partes, y el suelo, lleno de grietas y surcos, hacía difícil mantener el equilibrio. Tenshi, con su agilidad felina, avanzaba con cuidado, asegurándose de no tropezar con los escombros sueltos. Heizou, con su paciencia y precisión, avanzaba justo detrás de él, cada paso medido y controlado.

—Aguanta, solo un poco más —murmuró Tenshi, señalando hacia un arco parcialmente colapsado más adelante que podría ofrecerles una cobertura adicional.

De repente, un crujido de roca quebrada se escuchó detrás de ellos. Tenshi y Heizou se congelaron en su lugar, sus corazones latiendo con fuerza. Giraron lentamente la cabeza para ver a otra bestia, mucho más cerca de lo que habían anticipado. Esta criatura era diferente, su cuerpo estaba compuesto por magma fundido y rocas afiladas, y su movimiento era más ágil que las demás.

—Maldición... no la vimos venir —susurró Tenshi con un tono de preocupación.

La criatura giró su cabeza hacia ellos, su boca se abrió en un rugido silencioso, revelando un interior de fuego líquido. Tenshi y Heizou sabían que habían sido detectados.

—¡Corre! —gritó Heizou, empujando a Tenshi hacia adelante mientras él giraba para lanzar una pequeña piedra a lo lejos, esperando distraer a la criatura.

El truco funcionó por un breve momento; la bestia giró su atención hacia el ruido. Aprovechando la oportunidad, Tenshi y Heizou se lanzaron hacia adelante, corriendo tan rápido como podían hacia el arco derrumbado.

Cuando llegaron se detuvieron jadeando por el esfuerzo. Tenshi se asomó cuidadosamente para ver si la criatura los había seguido. Por suerte, parecía que había perdido interés en ellos y volvía a deambular sin rumbo.

—Eso fue demasiado cerca —murmuró Tenshi, su corazón aún latiendo rápidamente.

—Sí, pero lo logramos —respondió Heizou con una leve sonrisa—. Tenemos que seguir adelante. Debemos llegar a una posición elevada para observar mejor el terreno.

Con el calor abrasador aún presionando contra ellos, Tenshi y Heizou avanzaron con renovada determinación. Utilizaron cada sombra y cada ruina a su favor, moviéndose con una gracia casi sobrenatural. Sabían que no podían permitirse otro encuentro cercano como el anterior. El castillo en llamas se erguía cada vez más cerca, sus torres rotas destacándose contra el cielo cubierto de humo. El aire estaba cargado de ceniza y el calor era casi insoportable, pero ambos cazadores sabían que cualquier error podría ser fatal.

—¿Qué opinas, Tenshi? —preguntó Heizou en un susurro, sus ojos brillando con determinación—. Podría volar por encima de estas criaturas y hacer un reconocimiento desde el aire. Sería más rápido y menos peligroso que movernos a pie entre todas estas cosas.

Tenshi, que había estado inspeccionando el terreno por delante, se giró hacia Heizou, sus ojos oscuros llenos de seriedad.

—No, no podemos hacer eso —respondió en voz baja, negando con la cabeza—. Usar nuestras alas aquí sería demasiado arriesgado.

Heizou frunció el ceño, claramente confundido.

—¿Por qué? Podríamos evitar a esas criaturas fácilmente y tendríamos una mejor vista del área.

Tenshi se tomó un momento antes de responder, asegurándose de que Heizou comprendiera completamente la gravedad de la situación.

—Invocar nuestras alas requiere canalizar nuestra alma —explicó Tenshi—. Cualquier manifestación de energía podría delatarnos. No sabemos si hay enemigos con habilidades sensoriales en este reino que puedan detectar incluso el más mínimo atisbo de poder. Sin información, debemos asumir lo peor y actuar con extrema precaución.

Heizou asintió lentamente, entendiendo ahora la lógica detrás de la precaución de Tenshi. Sabía que su inexperiencia a veces lo hacía subestimar ciertos peligros, pero también confiaba en el juicio de su compañero.

—Entendido —dijo Heizou con firmeza—. Mantendré mis alas guardadas.

Ambos cazadores continuaron avanzando con cuidado, utilizando las sombras y las ruinas para mantenerse ocultos de las criaturas que deambulaban por el terreno baldío. Tenshi lideraba el camino, siempre atento a cualquier señal de peligro. Con su experiencia, sabía leer el terreno y predecir los movimientos de las bestias que encontraban, guiando a Heizou por rutas seguras que los mantenían fuera de la vista de los monstruos.

Heizou, por su parte, utilizaba su intelecto agudo para observar y deducir. A medida que se movían, comenzó a notar patrones en el comportamiento de las criaturas. Algunas se movían en círculos, como si patrullaran un área específica, mientras que otras permanecían casi inmóviles, como si estuvieran esperando algo.

—Parece que esas criaturas están patrullando —murmuró Heizou, señalando discretamente a un grupo de monstruos que se movía en una formación casi organizada—. Podríamos aprovechar los intervalos entre sus rondas para movernos más rápido.

Tenshi asintió, impresionado por la observación de Heizou.

—Buena deducción —admitió—

Esperaron pacientemente a que el grupo de criaturas se alejara, utilizando el tiempo para planificar su siguiente movimiento. Cuando las criaturas finalmente se alejaron lo suficiente, Tenshi hizo una señal para avanzar.

—Este reino... parece haber sido arrasado por una guerra mucho más devastadora que cualquier otra que haya visto —murmuró Heizou, estudiando las ruinas y las marcas en el suelo—. Es como si el fuego mismo hubiera consumido todo, dejando solo cenizas y desesperación.

Tenshi asintió, recordando las historias que había escuchado sobre Pyrathos.

—Fue el primero en sucumbir a la corrupción de las Almas Primigenias. Su obsesión por el poder del fuego lo consumió por completo. Y lo que ves aquí es el resultado de esa caída. No hay nada que salvar en este lugar.

De repente, un leve ruido alertó a Tenshi. Se detuvo en seco, levantando una mano para indicar a Heizou que hiciera lo mismo. Ambos se agacharon detrás de una roca, sus cuerpos tensos y alertas. Delante de ellos, una criatura deformada por el fuego se acercaba, sus movimientos erráticos y peligrosos.

—¿Qué hacemos ahora? —susurró Heizou, observando a la bestia con cautela.

—Esperamos —respondió Tenshi, manteniendo su mirada fija en la criatura—. Si nos mantenemos quietos, podría no detectarnos.

El monstruo se acercó más, su respiración pesada y ruidosa llenando el aire. Tenshi y Heizou contuvieron la respiración, sabiendo que cualquier movimiento podría atraer su atención. La criatura pasó peligrosamente cerca, pero finalmente continuó su camino sin detectarlos.

Ambos cazadores soltaron un suspiro de alivio, pero sabían que el peligro aún no había pasado. Tenshi se giró hacia Heizou y asintió.

—Vamos. Aún tenemos mucho que explorar, y no podemos permitirnos más encuentros cercanos.

Heizou asintió, su rostro serio y concentrado. Sabía que cada paso que daban en el Reino de Pyrathos los llevaba más cerca de su objetivo, pero también los acercaba a un peligro que aún no comprendían del todo. Sin embargo, con Tenshi a su lado, estaba dispuesto a enfrentar cualquier desafío que se les presentara.