El amanecer se filtraba suavemente a través de las ventanas de la pequeña cabaña, iluminando el espacio con un brillo dorado. Eldrian Lorian, aún medio dormido, abrió los ojos lentamente y sintió el calor reconfortante del cuerpo de Lysandra Ravenhart a su lado. Durante unos instantes, se permitió disfrutar de la tranquilidad del momento, escuchando el suave ritmo de la respiración de Lysandra mientras ella seguía sumergida en un sueño profundo.
Sabía que ella había sacrificado mucho para protegerlo, y la culpa de todo lo que había ocurrido aún lo asediaba. Pero ahora, ella descansaba, y eso era lo único que importaba.
Con un movimiento cuidadoso, Eldrian se deslizó fuera de la cama, procurando no despertarla. Se vistió con unos pantalones negros y una camisa blanca de manga larga, ajustándose las mangas mientras observaba el suave ascenso y descenso del pecho de Lysandra. Ella había sido su salvadora, su aliada en estos tiempos oscuros, y lo menos que podía hacer era dejarla dormir un poco más.
Salió de la cabaña con pasos ligeros, la fresca brisa matutina acariciando su rostro mientras caminaba hacia el pueblo cercano. Las calles comenzaban a cobrar vida, los aldeanos se movían por las calles empedradas, abriendo sus tiendas y preparándose para el día. Eldrian caminó entre ellos, comprando algunas provisiones para el desayuno, una tarea simple que lo mantenía conectado a una normalidad que casi había olvidado.
Sin embargo, mientras llenaba su cesta con frutas y pan fresco, una sensación inquietante comenzó a formarse en el fondo de su mente. Era sutil al principio, una ligera presión en el aire, como si algo estuviera observándolo desde las sombras. Pero a medida que avanzaba, la sensación se intensificó, volviéndose casi opresiva, como si una energía oscura y pesada estuviera infiltrándose en el ambiente.
Eldrian dejó de lado sus compras, sus instintos de guerrero activándose. Sabía que no podía ignorar esa sensación. Algo en el bosque lo llamaba, lo atraía hacia sus profundidades. Sin dudarlo, comenzó a caminar en esa dirección, dejando el pueblo atrás mientras se adentraba en el denso follaje.
A medida que se internaba más en el bosque, la luz del sol se filtraba menos entre las copas de los árboles, y la oscuridad comenzaba a envolverlo. La sensación de ser observado se hizo más intensa, y Eldrian se preparó para cualquier eventualidad, su mano rozando el mango de la espada que llevaba a su lado.
Finalmente, el bosque pareció abrirse en un pequeño claro, donde una figura solitaria lo esperaba entre las sombras. La figura emergió lentamente de la penumbra, revelando a un ser que no era humano. Era un sergal, una criatura reptiliana de estatura alta y esbelta, con escamas que brillaban bajo la luz tenue que se filtraba a través del follaje. Su rostro era alargado, con ojos profundamente dorados que irradiaban una luz intensa, penetrante, como si pudiera ver directamente a través del alma de Eldrian.
Vestía con túnicas de hechicero en tonos blancos, pero su ropa, aunque elegante, parecía fluir como si estuviera viva, siguiendo cada uno de sus movimientos con una gracia etérea. El conjunto daba a Mer un aire de misticismo, acentuado por el contraste entre sus escamas reptilianas y la blancura de sus ropas.
—Mis disculpas por la hora, Eldrian Lorian —dijo la figura, su voz suave y melódica, aunque impregnada de un tono de fría cortesía—. No tenía intención de molestarte tan temprano.
Eldrian se detuvo en seco, sus ojos entrecerrados mientras analizaba al extraño. La forma en que había pronunciado su nombre, con una familiaridad que no debería tener, lo desconcertaba.
—¿Quién eres? —preguntó Eldrian, manteniendo una postura defensiva, su mano aún en la empuñadura de su espada—. ¿Cómo sabes mi nombre?
El sergal sonrió ligeramente, inclinando la cabeza en un gesto de respeto.
—Permíteme presentarme —dijo, con una gracia antinatural—. Soy Mer, el Nigromante. Líder del gremio de la Sombra Onírica y jefe de la mazmorra de Astrolard. He venido aquí hoy para hablar contigo de un asunto de gran importancia.
El desconcierto de Eldrian se transformó en una profunda desconfianza. La fama de Mer lo precedía; sus hazañas y la oscuridad que lo rodeaba eran bien conocidas en todo Atheria. Sabía que cualquier cosa que este ser tuviera que decir no podría ser nada bueno.
—No me interesa nada de lo que tengas que decir —replicó Eldrian con frialdad, tensando los músculos ante la posibilidad de un enfrentamiento.
Pero Mer no mostró ninguna señal de amenaza inmediata. En lugar de eso, levantó una mano en un gesto de calma, como si intentara suavizar la tensión en el aire.
—Eres desconfiado, y con razón —continuó Mer, su tono sereno—. Pero mi intención no es iniciar un conflicto aquí. De hecho, estoy preocupado por tu bienestar. En tu estado actual, no serías capaz de enfrentarte a mí en un combate y salir victorioso.
Eldrian frunció el ceño, irritado.
—¿Eso es una amenaza?
—Para nada —respondió Mer, mostrando una leve sonrisa—. Simplemente una observación. He venido a ofrecerte una opción. Podrías entregarte voluntariamente, y te trataría con la misma cortesía con la que te hablo ahora. O… —la sonrisa de Mer se ensanchó, mostrando una pizca de amenaza— podrías obligarme a llevarte por la fuerza. La decisión es tuya, pero debe tomarse ahora mismo.
La presión en el aire aumentó, como si la misma atmósfera se estuviera tensando alrededor de Eldrian. El guerrero sabía que Mer no estaba bromeando. La situación era más grave de lo que había imaginado. No podía permitirse un enfrentamiento directo, pero tampoco estaba dispuesto a rendirse.
—Nunca —gruñó Eldrian, mientras una energía oscura comenzaba a emanar de su cuerpo.
El ambiente alrededor de Eldrian cambió drásticamente. Una niebla negra y densa comenzó a arremolinarse a su alrededor, condensándose en una armadura oscura que lo envolvía completamente. Los ojos de Mer se entrecerraron, mostrando un atisbo de sorpresa ante la manifestación de ese poder.
—Interesante… —murmuró el sergal, sus ojos dorados brillando con una curiosidad peligrosa—. Veo que no eres un simple guerrero.
Antes de que Eldrian pudiera responder, Mer se lanzó hacia él con una velocidad sobrenatural, desatando un torrente de energía oscura en su camino. Eldrian levantó su espada, que ahora brillaba con un poder sombrío, y desvió el ataque con un movimiento rápido, creando una explosión de sombras que reverberó a través del bosque.
El choque de poderes fue devastador. El suelo tembló bajo sus pies y los árboles cercanos fueron arrancados de raíz, convertidos en astillas por la fuerza del impacto. Eldrian contraatacó con una serie de cortes rápidos, cada uno de ellos envuelto en la energía oscura que lo rodeaba. Pero Mer, con su agilidad reptiliana, esquivaba cada ataque con elegancia, sus movimientos eran tan fluidos como el agua.
—¿Eso es todo lo que tienes? —se burló Mer, mientras lanzaba una ráfaga de energía necromántica hacia Eldrian, quien la bloqueó justo a tiempo, aunque el impacto lo empujó hacia atrás varios metros.
El combate continuó, ambos luchadores desatando una furia de poder que destrozaba el entorno. Eldrian sentía la presión creciente, cada ataque de Mer más preciso y mortal que el anterior. Pero el guerrero no se dejaba intimidar; la ira que bullía en su interior le daba fuerzas para continuar, para proteger a Lysandra y resistir a la oscuridad que amenazaba con consumirlo.
Mer, por su parte, observaba a Eldrian con una mezcla de admiración y desaprobación. Había subestimado a su oponente, pero ahora veía que Eldrian era más fuerte de lo que había anticipado. Sin embargo, Mer sabía que tenía que capturarlo. La misión era clara, y no podía permitir que Eldrian escapara.
—Admítelo, Eldrian —dijo Mer, lanzando otro poderoso ataque—. No tienes ninguna posibilidad contra mí. Entrégate, y todo esto terminará.
Eldrian bloqueó el ataque con dificultad, pero no respondió. En lugar de eso, canalizó toda la energía oscura a su disposición, desatando un ataque final que resonó a través del bosque como un trueno. Mer apenas tuvo tiempo de levantar una barrera de energía para protegerse del golpe, pero incluso él fue empujado hacia atrás por la fuerza del ataque.
El claro quedó destrozado, el suelo marcado por profundas grietas y los árboles reducidos a escombros. Ambos combatientes se quedaron mirando, respirando con dificultad, pero ninguno dispuesto a ceder.
El aire se espesaba con la energía oscura que resonaba entre los árboles derribados y el suelo agrietado. Eldrian Lorian jadeaba, su cuerpo temblando mientras intentaba mantener la oscuridad que lo rodeaba bajo control. Mer, el Sergal Nigromante, permanecía frente a él, su mirada fija y sus ojos dorados brillando con una intensidad aterradora. Ambos sabían que el enfrentamiento estaba lejos de terminar.
—Te lo advertí —repitió Mer, con una serenidad inquietante en su voz.
Antes de que Eldrian pudiera responder, una nueva figura emergió entre la destrucción. Lysandra Ravenhart, con su cabello castaño claro apenas colgando por sus hombros y una alborotada cabellera que en otro momento habría amarrado, se lanzó al combate sin vacilar, interponiéndose entre Mer y Eldrian. Sus lentes bien ajustados brillaron bajo la luz, permitiéndole ver con claridad al Nigromante. Con un grito de guerra, descargó un golpe feroz hacia Mer, invocando su habilidad para controlar su sangre.
Lysandra abrió una de las bolsas de sangre condensada que llevaba consigo, y en un instante, la sangre se materializó en el aire, endureciéndose y tomando la forma de una espada de bordes afilados. Con un movimiento fluido, atacó a Mer con la letal arma de sangre solidificada.
Mer, con la misma agilidad reptiliana que había mostrado antes, esquivó el ataque, retrocediendo con elegancia. Su sonrisa se amplió al ver la furia en los ojos de Lysandra y la tenacidad con la que manipulaba su propia sangre.
—Así que finalmente te unes a la diversión, Lysandra Ravenhart —murmuró Mer, con una ligera inclinación de cabeza—. Debo decir que tu lealtad es encomiable, aunque… —hizo una pausa, su mirada recorriendo a Eldrian— parece que has llegado un poco tarde para salvarlo.
Lysandra, sin prestar atención a sus palabras, continuó su ofensiva. La sangre endurecida en sus manos cortaba el aire con un resplandor oscuro y viscoso, mientras intentaba arrinconar a Mer y proteger a Eldrian. Pero el Nigromante no cedía terreno. Cada uno de sus movimientos era calculado, cada uno de sus ataques parecía destinado a debilitar a sus oponentes sin matarlos.
Eldrian, por su parte, luchaba por mantenerse en pie. El poder oscuro que había invocado antes ahora parecía intermitente, desvaneciéndose tan pronto como intentaba canalizarlo. Su cuerpo se sentía pesado, sus extremidades como si estuvieran hechas de plomo. Sabía que algo andaba mal, pero no podía permitirse caer ahora. No después de todo lo que había pasado.
Sin embargo, cuanto más intentaba luchar, más sentía que su energía lo abandonaba. Su visión comenzó a nublarse, y un cansancio abrumador se apoderó de él. A su lado, Lysandra también empezaba a mostrar signos de fatiga, su respiración se volvía más pesada y sus movimientos más lentos. Ambos estaban siendo superados, y lo peor de todo es que no entendían por qué.
—Qué decepcionante —comentó Mer, con una mueca de burla—. Y aquí pensé que me ofrecerías un desafío mayor, Eldrian.
El Nigromante dio un paso adelante, su figura imponente avanzando con una calma inquietante. Eldrian intentó levantar su espada, pero su brazo se sentía inútil, como si pesara una tonelada.
—¿Qué… qué me has hecho? —logró preguntar Eldrian, con la voz quebrada por la fatiga.
Mer se detuvo y lo observó con un destello de admiración en sus ojos dorados.
—Debo admitir, Eldrian, que has aguantado más tiempo del que esperaba —dijo Mer, aplaudiendo suavemente—. Realmente, tu resiliencia y fuerza de voluntad son notables. Casi lograste resistir el efecto de mi habilidad pasiva.
Eldrian frunció el ceño, intentando procesar lo que Mer decía. A su lado, Lysandra también mostraba confusión en su expresión, aunque el agotamiento en su rostro se hacía cada vez más evidente.
—Déjame explicártelo —continuó Mer, disfrutando visiblemente del momento—. Poseo una técnica pasiva que me permite absorber la energía vital de cualquiera que se encuentre a mi alrededor dentro de un radio determinado. Cuanto mayor sea el alcance de mi habilidad, menor es el efecto. Sin embargo, esto tiene una solución.
Eldrian, a pesar de su creciente debilidad, escuchaba atentamente. Sentía cómo cada palabra de Mer lo envolvía en una oscuridad aún más profunda.
—La característica más peligrosa de mi habilidad es que el poder que obtengo aumenta exponencialmente dependiendo de la cantidad de personas que se encuentren dentro de mi alcance absorbente —explicó Mer, deleitándose en su propia voz—. Y aquí es donde se pone más interesante. Ahora que conoces esta información, los efectos de mi habilidad serán mucho más contundentes sobre ti y tu querida amiga, Lysandra. Además, mi poder se duplicará en este preciso momento.
Eldrian y Lysandra intercambiaron una mirada alarmada. Ambos sintieron un nuevo torrente de energía ser drenado de sus cuerpos, casi como si les arrebataran la vida misma. El poder de Mer se intensificó, su figura ahora irradiaba una oscuridad tan densa que parecía absorber toda la luz a su alrededor.
—Este es el pacto que hice con mi habilidad —continuó Mer, con una sonrisa siniestra—. Al revelar su verdadera naturaleza, mi poder se incrementa, y aquellos que conocen este secreto sufren sus efectos de manera amplificada.
Eldrian cayó de rodillas, su espada cayendo al suelo con un sonido seco. Lysandra, apenas capaz de mantenerse en pie, intentó avanzar hacia Mer, pero sus piernas cedieron y cayó junto a Eldrian. Ambos estaban a merced del Nigromante, y no había escapatoria.
—Así que, Eldrian, Lysandra —dijo Mer, dando un paso más cerca—. ¿Están listos para aceptar su destino?
Eldrian, con la última gota de fuerza que le quedaba, levantó la vista para mirar a Mer. Sus ojos, aunque nublados por la fatiga, aún brillaban con una determinación que no había sido completamente extinguida.
—Jamás… —murmuró, su voz apenas un susurro.
Mer dejó escapar una pequeña risa, divertida por la testarudez de su presa.
—Lo admirable de tu resistencia solo hace que tu caída sea más placentera de presenciar, Eldrian —dijo Mer—. Pero, por desgracia, la diversión debe terminar en algún momento.
Mer levantó su mano, y una oscura energía comenzó a concentrarse en su palma. La presión en el aire se intensificó aún más, como si el mismo entorno se estuviera sometiendo a la voluntad del Nigromante.
La tensión en el aire era palpable, cargada de una energía oscura que parecía suprimir cualquier esperanza de escape. Mer, el Sergal Nigromante, mantenía su mano en alto, la energía negra arremolinándose en su palma con una amenaza inminente. Pero antes de desatar su ataque final sobre Eldrian y Lysandra, su mirada se desvió ligeramente hacia un punto en el cielo.
Con un tono bajo pero autoritario, Mer ordenó al aire:
—No quiero interrupciones.
Sus palabras no fueron dirigidas a nadie en particular, pero la oscuridad circundante pareció temblar ante su mandato. Sin una respuesta verbal, pero con una sincronía silenciosa, varios de los súbditos más poderosos de Mer, ocultos en las sombras del denso bosque, comenzaron a moverse.
Estos guerreros oscuros, formidables en poder y lealtad, no necesitaban más instrucciones. Conocían bien sus deberes y entendieron la gravedad de la situación. Rápidamente, comenzaron a formar un perímetro alrededor del área, asegurando que nadie pudiera interferir en el enfrentamiento final de su amo.
Uno de ellos, un ser de apariencia demoníaca con cuernos en espiral y ojos ardientes como brasas, se deslizó entre los árboles con una velocidad sobrenatural. Con su espada infernal, trazó un círculo de fuego alrededor de una sección del bosque, creando una barrera que no permitiría el paso de ninguna criatura viviente. Su poder resonaba con una malevolencia antigua, destinada a repeler incluso a los más valientes.
En otro punto, un súbdito encapuchado y envuelto en sombras caminó silenciosamente hacia el borde del perímetro. Sus ojos brillaban con un resplandor púrpura mientras extendía sus manos, generando una barrera de oscuridad que distorsionaba la realidad, creando espejismos y trampas ilusorias para aquellos que intentaran entrar. Su habilidad para manipular la percepción era letal, un maestro de las ilusiones que podía hacer que cualquier enemigo se perdiera para siempre en un laberinto de sombras.
Más cerca del claro, una figura alta y robusta, cubierta de una armadura negra, se posicionó como una roca inamovible. Su escudo, adornado con runas que brillaban con una luz oscura, era capaz de resistir cualquier ataque físico o mágico. Con un solo golpe de su maza, podía reducir a escombros el suelo bajo sus pies, creando temblores que resonaban a lo largo del perímetro, advirtiendo a cualquiera que se acercara de su imparable fuerza.
Mientras los súbditos de Mer aseguraban la zona, cualquier rastro de vida en los alrededores comenzó a desvanecerse. Los animales del bosque se retiraron en silencio, presintiendo el peligro inminente, y el viento mismo pareció detenerse, temeroso de perturbar la calma antes de la tormenta. El área circundante al combate quedó sumida en una inquietante quietud, como si el mundo entero contuviera la respiración.
De vuelta en el claro, Mer sonrió con satisfacción al sentir que su orden había sido cumplida. Su poder se expandió, absorbiendo la energía vital de Eldrian y Lysandra, quienes seguían luchando por mantenerse en pie. No habría interrupciones, ninguna distracción que le impidiera llevar a cabo su misión.
—Ahora —dijo con un tono gélido—, es hora de que acepten su destino.
El Nigromante levantó su mano, listo para desatar la devastación sobre sus adversarios. El silencio en el bosque era total, roto solo por el crepitar ocasional de la energía oscura que se acumulaba en su palma, y el latido acelerado de los corazones de Eldrian y Lysandra, conscientes de que su destino estaba a punto de ser sellado.
------
La oscuridad del bosque envolvía el terreno como un manto, el viento silbaba entre las ramas mientras dos figuras se desplazaban con una gracia casi sobrenatural. Sus movimientos eran precisos, meticulosos, como si cada paso estuviera perfectamente calculado. Estos dos guerreros, compañeros de Eldrian Lorian en tiempos pasados, habían estado siguiendo un rastro que los llevaba cada vez más cerca de su objetivo.
El primero de ellos, Tenshi, era un hombre de figura esbelta y porte noble. Su cabello azul oscuro se agitaba con cada ráfaga de viento, y sus ojos brillaban con una inteligencia afilada. Vestía una armadura ligera que no hacía más que realzar su agilidad y destreza, portando una espada envuelta en energía luminosa, un arma que canalizaba sus poderes para cortar incluso el aire mismo.
A su lado caminaba Heizou, una figura contrastante en personalidad, pero igual de letal. De cabello castaño rojizo, sus ojos verdes brillaban con una mezcla de entusiasmo y travesura, siempre alerta a cualquier señal de peligro o intriga. Aunque su apariencia era más relajada y menos formal que la de Tenshi, sus habilidades como luchador eran indiscutibles. Su arma preferida era un bastón corto, y su estilo de combate combinaba ataques precisos y ágiles con una manipulación magistral de la energía elemental, capaz de desatar tormentas eléctricas o derribar a sus enemigos con la fuerza del viento.
Ambos habían compartido batallas y aventuras junto a Eldrian en el pasado, y ahora, al igual que Lysandra, estaban desesperados por encontrarlo. Cada uno con sus propias razones, pero unidos en un solo objetivo: salvar a su camarada.
—El rastro se intensifica aquí —comentó Tenshi, sus ojos fijos en un punto en el suelo donde las hojas estaban inusualmente dispersas—. La energía de Eldrian no ha sido fácil de seguir, pero no hay duda de que estamos cerca.
Heizou se agachó, tocando el suelo con la mano, sintiendo las corrientes ocultas de energía que fluían bajo la superficie.
—No solo Eldrian ha pasado por aquí —dijo, su voz ligeramente burlona, pero con un trasfondo de seriedad—. También siento presencias oscuras, potentes. Debemos estar preparados para lo peor.
Tenshi asintió, ajustando la empuñadura de su espada.
—No esperaba menos. Sabemos que Mer está detrás de todo esto. Pero no estamos solos en esta lucha.
Mientras los dos compañeros continuaban su avance por el bosque, la tensión en el aire era palpable. A cada paso, el paisaje parecía volverse más denso, más ominoso, como si la misma naturaleza quisiera detener su avance.
Finalmente, llegaron a un claro en el bosque, donde el viento cesó y todo quedó en un silencio inquietante. Tenshi y Heizou se detuvieron, sus instintos alertándolos de un peligro inminente.
—Está cerca —murmuró Tenshi, con la mirada fija en el horizonte.
De repente, un destello de luz cortó el aire, y la figura de un hombre encapuchado apareció en el borde del claro. Tenshi y Heizou reconocieron al instante el aura que emanaba de él.
—Así que finalmente nos encontramos —dijo Tenshi, dando un paso adelante, su voz resonando con determinación—. No importa cuántos obstáculos pongan en nuestro camino, encontraremos a Eldrian.
Heizou, por su parte, sonrió, adoptando una postura de combate.
—Solo espero que seas más divertido que los últimos que intentaron detenernos —dijo con una risa ligera, pero sus ojos brillaban con una intensidad peligrosa.
La figura encapuchada no dijo una palabra, pero su postura cambió, adoptando una posición defensiva, y en ese momento, todo el claro se llenó de una energía opresiva. Tenshi y Heizou intercambiaron una mirada, y en un solo movimiento, se lanzaron al ataque.
El choque fue inmediato y brutal. Tenshi desenvainó su espada con una velocidad cegadora, la hoja brillando con luz celestial mientras cortaba el aire en busca de su objetivo. Heizou, por su parte, desató una ráfaga de energía elemental, golpeando al enemigo con un poder abrumador que parecía provenir del mismo cielo.
Pero su adversario no era un oponente común. Cada ataque que lanzaban era desviado o absorbido por una barrera invisible que lo rodeaba, y contraatacaba con una fuerza que hacía temblar el suelo bajo sus pies.
—Este no es un simple secuaz —gruñó Tenshi mientras esquivaba un golpe mortal—. ¡Es mucho más fuerte!
Heizou no perdió el ritmo, girando en el aire para evitar un ataque y desatando un ciclón de viento que envolvió a su oponente, buscando desestabilizarlo.
—Eso lo hace más interesante —respondió Heizou con una sonrisa, sus ojos llenos de adrenalina.
El combate se intensificó, ambos bandos luchando con todas sus fuerzas, pero con cada intercambio, Tenshi y Heizou sentían que estaban siendo empujados al límite. Sabían que no podían permitirse fallar; Eldrian dependía de ellos.
Finalmente, en un último y desesperado esfuerzo, Tenshi canalizó todo su poder en un solo golpe, su espada ardiendo con luz pura mientras descendía sobre su oponente. Al mismo tiempo, Heizou desató una tormenta de rayos, cubriendo el área con un resplandor cegador.
El impacto fue devastador, y por un momento, todo quedó en silencio. El enemigo cayó de rodillas, la capucha resbalando de su cabeza para revelar un rostro marcado por la corrupción, pero aún reconocible como humano. Sin embargo, antes de que pudieran asestar el golpe final, la figura se desvaneció en una nube de sombras, dejando tras de sí solo un eco de su risa maliciosa.
Tenshi y Heizou se quedaron de pie, respirando con dificultad, pero victoriosos.
—No podemos detenernos aquí —dijo Tenshi, limpiando el sudor de su frente—. Eldrian sigue ahí fuera, y debemos encontrarlo antes de que lo hagan ellos.
Heizou asintió, su expresión ahora más seria.
—Estoy contigo. No importa lo que nos espere, no abandonaremos a nuestro camarada.
Con renovada determinación, los dos compañeros continuaron su búsqueda, adentrándose más en el oscuro y peligroso bosque. Sabían que la verdadera batalla apenas comenzaba, y estaban dispuestos a enfrentarla, sin importar el costo.