Chapter 4 - 3

Athrak y Asterios, tras el frustrado intento de captura, se desplazaron rápidamente a la fortaleza de Mer, el Nigromante. La oscuridad los envolvía mientras se acercaban a la ominosa estructura. Al llegar, fueron conducidos al gran salón donde Mer aguardaba, acompañado por sus otros tres súbditos: Zephyros, Sylthia y Pyros, los "Dedos" del Nigromante.

La sala era vasta, iluminada por antorchas cuya luz vacilante parecía ser devorada por las sombras que se arremolinaban en las esquinas. Mer, una figura alta y encapuchada, con ojos que brillaban como pozos de obsidiana, observó la llegada de Athrak y Asterios sin rastro de emoción.

— Hemos fallado en capturar a Ardent Dawnseeker —admitió Athrak, su voz resonando con un tono de amarga frustración.

— No importa —respondió Mer con una calma inquietante—. La captura del alma de Ardent es inevitable. Solo es cuestión de tiempo.

Zephyros, que había estado observando en silencio, sintió un cambio en el aire. Sus ojos claros y fríos se entrecerraron.

— Mis centinelas han detectado movimiento en las cercanías —anunció—. Una parvada de cuervos, organizados con una precisión inquietante. ¿Qué hacemos con ellos?

Mer levantó una mano, deteniendo cualquier acción inmediata.

— Dejen que se acerquen —ordenó—. Veamos quién se atreve a venir a nuestra presencia.

Los cinco dedos de Mer y el Nigromante salieron al exterior de la fortaleza, donde la parvada de cuervos se aproximaba en formación perfecta. Las aves, negras como la noche misma, se unieron en un torbellino de plumas y sombras, girando en un círculo cada vez más cerrado. Al centro de este vórtice, las aves se amalgamaron en una figura humanoide, alta y esbelta.

Ante ellos se erguía un hombre con una guadaña afilada como la muerte misma. Vestía con ropas oscuras y su rostro estaba cubierto por una máscara de cuervo, de la cual solo se asomaban dos ojos brillantes e insondables.

El recién llegado inclinó ligeramente la cabeza, una muestra de cortesía cargada de significado.

—No vengo a causar problemas ni a luchar —dijo con una voz que resonaba como un eco de tiempos antiguos—. Vengo de parte del Arzobispo Arion.

Los ojos de Mer destellaron con interés. Arion era un nombre que evocaba respeto y temor en igual medida.

—Habla entonces —ordenó Mer—. ¿Qué mensaje trae Arion?

El enmascarado sostuvo su guadaña con una mano mientras con la otra levantaba una piedra mágica, brillante y tallada con runas arcanas. La presentó a Mer con una reverencia medida.

—El Arzobispo Arion solicita su presencia inmediata —anunció—. Esta piedra está encantada para un hechizo de teletransportación que lo llevará directamente a la Iglesia de Arion y lo traerá de regreso cuando haya concluido su reunión.

Mer tomó la piedra mágica, sintiendo el poder que emanaba de ella. Sus ojos recorrieron las runas talladas con cuidado y precisión.

—Esto es interesante —murmuró Mer—. Aceptaré la invitación.

Los cinco dedos intercambiaron miradas. Una invitación inmediata a la sede de Arion era una muestra de confianza, pero también podía ser una trampa. Sin embargo, la oportunidad de una alianza potencial era demasiado valiosa para ignorarla.

—Esperen aquí hasta mi regreso —ordenó Mer a sus súbditos.

—Así será, maestro —respondieron al unísono.

El enmascarado observaba en silencio, su postura tranquila pero alerta. Aunque su rostro estaba cubierto, la intensidad de su mirada atravesaba la máscara de cuervo.

Mer activó la piedra mágica, y una luz brillante envolvió su figura. En un abrir y cerrar de ojos, desapareció de la fortaleza, dejando a sus súbditos en la oscuridad.

Mer se materializó en un vasto salón iluminado por vitrales que dejaban pasar la luz de la luna, creando patrones de colores sobre el suelo de mármol. Frente a él, en un trono de obsidiana y oro, estaba el Arzobispo Arion.

Arion vestía de negro, con túnicas holgadas que dejaban en evidencia su frágil, delgado y casi esquelético cuerpo de una piel pálida, casi muerta. Sus ojos parecían cuencas vacías, con un único punto diminuto en el centro de su mirada en color blanco, su pupila.

— Bienvenido, Mer. —dijo Arion con una voz que resonaba con autoridad y sabiduría— Gracias por aceptar mi invitación.

— Espero que este encuentro sea tan fructífero como lo insinuó tu emisario —respondió Mer, acercándose al trono.

— Lo será. —aseguró Arion— Nuestra conversación podría cambiar el destino de Atheria.

Mer se sentó en una silla que había sido colocada frente al trono, preparado para discutir los términos de una alianza que podría alterar el equilibrio de poder en el oscuro y tumultuoso mundo de Atheria.

— Nyx —empezó Arion, sus ojos vacíos clavándose en los de Mer— es una entidad que representa el equilibrio en su forma más pura. Todo lo que he hecho y construido en estos años ha sido para preparar un ritual que permita su renacimiento. Nyx traerá un equilibrio perfecto al mundo, un balance que nuestra existencia desesperadamente necesita.

Mer escuchaba atentamente, cada palabra resonando con un eco de promesa y peligro.

— He sacrificado mucho de mí mismo para alcanzar este objetivo —continuó Arion— al punto de perder casi toda mi humanidad. Pero he llegado a un límite. Ya no puedo avanzar más solo. Necesito tu ayuda, Mer.

Arion hizo una pausa, sus dedos esqueléticos entrelazados en su regazo.

— Necesito que coseches almas para mí. —dijo finalmente— Almas poderosas que acelerarán el proceso de renacimiento de Nyx. Sacrificar unos pocos para salvar a muchos. Un equilibrio justo, ¿no crees?

— ¿Por qué debería ayudarte? —preguntó Mer, su voz baja y peligrosa.

— Porque tú también buscas el equilibrio, Mer —respondió Arion—. Un mundo en paz, en armonía con la naturaleza. Nyx puede otorgarnos eso. Pero hay algo más que debes saber.

Arion se inclinó hacia adelante, sus ojos vacíos llenos de un propósito oscuro.

— Ardent no es el único humano con un alma legendaria. Es solo la mitad de un alma mucho mayor y trascendente. La otra mitad la tiene Eldrian Lorian. Lo hemos localizado en un estado vulnerable. Necesito que lo captures y lo traigas con vida. Su alma es crucial para el ritual.

La revelación cayó como un peso pesado sobre Mer. Arion sonrió, una expresión fría y vacía.

— El sacrificio de unos pocos podría ser suficiente para que Nyx surja y equilibre la vida, el mundo, todo.

Mer consideró las palabras de Arion, su mente calculando las posibilidades y los riesgos. Finalmente, se levantó, con una decisión tomada.

— Haré lo que pides, Arion —dijo—. Pero si me traicionas, ni siquiera Nyx podrá salvarte de mi ira.

Arion asintió, satisfecho.

— Confío en que no será necesario —respondió.

Mer activó la piedra mágica una vez más y fue teletransportado de regreso a su fortaleza, listo para emprender la caza de Eldrian Lorian y cumplir con el oscuro mandato que Arion le había encomendado.

Ardent, Hurrem y Selene emergieron del hechizo de teletransportación en un lugar sagrado y oculto: el Santuario del Alma. Rodeado por un bosque antiguo, el santuario estaba protegido por un poder arcano que lo hacía prácticamente imposible de rastrear. Las altas torres de piedra blanca y los muros cubiertos de enredaderas brillaban con una luz suave y etérea, proporcionando un refugio seguro.

Ardent respiraba con dificultad, su cuerpo temblaba de ira contenida. Hurrem, con el brazo envuelto en una venda improvisada, se apoyaba en Selene, visiblemente exhausta pero determinada a seguir adelante. Ardent miró a Hurrem, su furia apenas contenida.

—¿Por qué interferiste? —gruñó, con los ojos llenos de rabia—. Estaba a punto de enfrentar a Mer y obtener mi venganza.

Hurrem, a pesar del dolor que sentía en su brazo herido, lo miró con frialdad y desprecio.

—Tu imprudencia podría habernos costado todo —espetó, su voz llena de hostilidad—. Tu alma es demasiado valiosa para caer en manos de Mer. No podemos permitirlo.

Ardent notó la quemadura en el brazo de Hurrem, sorprendiéndose al ver que compartía una herida similar, aunque en un grado menor, en su propio brazo. Esto lo detuvo por un momento, confundiéndolo aún más.

Selene, sosteniendo su guadaña con firmeza, intervino, intentando calmar la situación.

—Por favor, no peleen entre ustedes. Estamos en el Santuario del Alma, aquí estaremos seguros por ahora.

Ardent miró a Hurrem con desdén, pero había algo en ella que le resultaba extrañamente familiar. La corrupción había transformado su cuerpo, pero en lo más profundo de su ser, sentía que la conocía de algún lugar, de algún tiempo. Sin embargo, su actitud agresiva y la pérdida evidente de recuerdos lo hacían dudar.

—¿Quién eres tú realmente? —preguntó, su voz más calmada pero aún llena de desconfianza—. Siento que te conozco, pero no puedo recordar.

Hurrem lo miró con ojos fríos y vacíos.

—No me importa quién creas que soy. Lo único que importa es que tu alma no caiga en manos enemigas. Ahora sigue adelante y deja de ser un obstáculo.

Ardent frunció el ceño, tratando de recordar. Las palabras de Hurrem resonaban en algún lugar profundo de su memoria, pero el paso de los siglos y las innumerables batallas habían erosionado sus recuerdos. Recordaba claramente a Eldrian Lorian, su camarada perdido, pero Hurrem parecía una extraña, deformada por la corrupción.

—No importa ahora —dijo finalmente, sacudiendo la cabeza—. Dentro del santuario estamos lejos de los secuaces de Mer.

Se adentraron más en el Santuario del Alma, buscando un refugio. Las guardianas del santuario, vestidas con túnicas blancas y portadoras de una calma y serenidad imperturbables, les ofrecieron su ayuda sin hacer preguntas. Hurrem se sentó con un suspiro de alivio en una pequeña sala de curación. Selene comenzó a preparar un pequeño fuego, usando sus habilidades místicas para encender las ramas secas sin esfuerzo.

—Necesito revisar tu herida, maestra —dijo Selene, preocupada.

Hurrem asintió, dejando que su aprendiz examinara el daño causado por el látigo corrupto de Athrak. La quemadura era severa, y el dolor era constante, pero Hurrem lo soportaba con estoicismo.

—Voy a necesitar más que simples vendas para sanar esto —comentó Hurrem—. La corrupción es profunda.

—Haremos lo que podamos —respondió Selene con determinación, aplicando ungüentos y utilizando hechizos menores de curación.

Ardent observaba en silencio, su mente dividida entre la preocupación por sus compañeras y la constante amenaza que se cernía sobre ellos. La rabia que sentía hacia Hurrem y Selene por haber interferido en su venganza aún ardía en su pecho, pero la familiaridad que sentía hacia Hurrem lo detenía de actuar con violencia.

—¿Cuál es el plan ahora? —preguntó finalmente, su tono más calmado pero aún tenso.

Hurrem levantó la vista, sus ojos azules reflejando la luz del fuego.

— No podemos seguir huyendo eternamente. Necesitamos tiempo para planificar nuestra próxima movida.

Selene, terminando de tratar la herida de su maestra, asintió.

—Y también necesitamos información. Saber más sobre nuestros enemigos y sus movimientos.

Ardent se quedó en silencio por un momento, pensando en las palabras de Hurrem y Selene. Sabía que tenían razón, pero su naturaleza cansada y desilusionada le dificultaba ver más allá de la próxima pelea. La conexión que alguna vez compartió con Eldrian le aseguraba que su amigo estaba muerto. La sensación constante de su presencia se había apagado hace mucho tiempo, dejándolo solo y desesperanzado.

—Podemos buscar aliados —sugirió finalmente—. Otros que se opongan a Mer y sus secuaces. No podemos enfrentarlos solos.

Hurrem asintió lentamente.

—Es una buena idea. Pero primero, debemos asegurarnos de que estamos lo suficientemente lejos de su alcance.

El grupo pasó el resto del día descansando y recuperándose en el santuario. La tensión entre ellos era palpable, pero también había una sensación de camaradería y propósito compartido.

Pero en el fondo de su mente, Ardent sabía que la paz era efímera. La caza continuaría, y las sombras se cernían cada vez más cerca. Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, sentía una chispa de esperanza. Tal vez, solo tal vez, con la ayuda de sus nuevas aliadas, podrían encontrar una forma de luchar contra la oscuridad y, finalmente, ganar.

Mientras Selene trataba la herida de Hurrem, observó la similar quemadura en el brazo de Ardent y no pudo contener su curiosidad.

—Maestra, ¿por qué ambos tienen la misma herida? —preguntó, preocupada.

Hurrem suspiró, su voz reflejando tanto dolor como cansancio.

—Tuve que manipular el alma de Ardent para proteger su brazo —explicó—. De lo contrario, lo habría perdido. Pero la corrupción es impredecible. Aunque él terminó casi intacto, fui yo quien sufrió el daño mayor.

Selene frunció el ceño, sintiéndose impotente ante la situación.

—Maestra, ¿por qué haces esto? —preguntó, con un tono de tristeza.

Hurrem la miró con ojos llenos de determinación.

—Porque es mi deber, Selene. No podemos permitirnos perder a alguien como Ardent, por más imprudente que sea. Su alma es crucial en esta batalla.

Ardent, escuchando la conversación, sintió una mezcla de gratitud y rabia. Gratitud porque Hurrem había salvado su vida, pero rabia porque sentía que su propia agencia y deseo de venganza se habían visto frustrados una vez más.

—No sé si agradecerte o maldecirte —murmuró, mirando a Hurrem con ojos oscuros.

—No necesito tu gratitud —respondió Hurrem con firmeza—. Solo asegúrate de no hacer nada tan estúpido de nuevo.

Con esas palabras, el grupo se asentó para descansar, sabiendo que el camino por delante sería arduo y peligroso. Pero por ahora, en el refugio del Santuario del Alma, tenían un momento de respiro para prepararse para lo que vendría.

Fue entonces que de pronto una figura emergía de las sombras del bosque que rodeaba el santuario.

Era un hombre alto y apuesto, con largo cabello rubio que caía en suaves ondas sobre sus hombros. Sus facciones eran finamente esculpidas, su rostro reflejando una mezcla de elegancia y confianza. Vestía un atuendo impecablemente elegante, complementado con guantes blancos que realzaban su porte distinguido.

Horus Soret, un cazador formidable y amigo de las sacerdotisas, se acercó con pasos decididos. Al entrar en el santuario, su presencia era inconfundible. Selene, al verlo, se levantó rápidamente, una sonrisa iluminando su rostro.

—¡Horus! —exclamó, corriendo hacia él y abrazándolo con cariño fraternal.

—Selene, querida —respondió Horus, devolviendo el abrazo con una sonrisa—. Parece que siempre te encuentro en los momentos más inoportunos.

Hurrem, observando la escena desde su lugar de descanso, frunció el ceño pero no dijo nada. Horus se volvió hacia ella, su mirada burlona y su sonrisa juguetona.

—Hurrem, veo que has tenido mejores días —comentó, señalando la venda en su brazo—. ¿Qué te ha hecho retroceder herida esta vez?

Hurrem lo miró con frialdad, su tono cortante.

—No es asunto tuyo, Horus.

Horus soltó una carcajada suave, sin inmutarse ante el comportamiento grosero de Hurrem.

—Siempre tan encantadora. Pero debo admitir que tengo curiosidad. No es común ver a alguien como tú huyendo herida. ¿Quién fue el responsable?

Antes de que Hurrem pudiera responder, Ardent se levantó y se acercó, su presencia imponente llamando la atención de Horus. El cazador lo observó detenidamente, una sonrisa intrigada curvando sus labios.

—Así que tú eres el motivo de tanta agitación —dijo Horus, sus ojos brillando con interés—. Puedo sentir el poder oculto en ti, incluso sin conocerte.

Ardent lo miró con desconfianza, sus ojos oscuros reflejando tanto ira como curiosidad.

—¿Quién eres tú? —preguntó Ardent, su tono cauteloso.

—Horus Soret, a tu servicio —respondió Horus con una elegante inclinación de cabeza—. Un cazador, amigo de Hurrem y Selene. Y parece que también soy alguien que ha despertado tu interés.

Hurrem interrumpió bruscamente, su voz firme.

—No le cuentes nada, Horus. No tiene por qué saberlo.

Horus se encogió de hombros, su expresión burlona inalterable.

—Como digas, Hurrem. Pero me pregunto, ¿qué podría ser tan importante como para que te niegues a hablar de ello?

Selene, sintiendo la tensión en el ambiente, intentó mediar.

—Horus, por favor. Estamos todos cansados y heridos. No es el momento de burlas.

Horus sonrió suavemente, acariciando el cabello de Selene con afecto.

—Tienes razón, querida. Mis disculpas, Hurrem. No era mi intención agitar las aguas más de lo necesario.

Hurrem bufó, pero no dijo nada más. La presencia de Horus, aunque molesta, también traía consigo una sensación de seguridad. Sabían que él era un aliado poderoso y confiable, a pesar de su actitud juguetona y burlona.

—¿Qué planes tienes ahora, Hurrem? —preguntó Horus, volviendo su atención a la sacerdotisa—. No puedes quedarte aquí indefinidamente.

Hurrem suspiró, su mirada dura y determinada.

—Necesitamos tiempo para recuperarnos y planificar nuestro próximo movimiento. No podemos permitirnos más errores.

Ardent, sintiendo la gravedad de la situación, asintió en silencio. Sabía que, a pesar de sus diferencias, necesitaban trabajar juntos para enfrentar la amenaza de Mer y sus secuaces.

—Entonces, es hora de que me una a ustedes —dijo Horus, su tono ahora serio—. Juntos, seremos más fuertes.

Selene sonrió, sintiéndose aliviada por la presencia de su amigo.

—Gracias, Horus. Tu ayuda siempre es bienvenida.

Mientras el grupo se asentaba en el santuario, sabían que la paz que sentían era solo temporal. Las sombras aún se cernían sobre ellos, y la lucha estaba lejos de terminar. Pero por ahora, con Horus a su lado, tenían una chispa de esperanza y la promesa de un futuro más brillante.

El Santuario del Alma les ofrecía un respiro, un lugar seguro donde recuperarse y planificar. Pero sabían que pronto tendrían que enfrentar nuevamente la oscuridad que acechaba en los rincones más oscuros de Atheria. Y esta vez, estarían mejor preparados para luchar, unidos por un propósito común y una determinación inquebrantable.