Chereads / S.E.L "Union en la oscuridad" / Chapter 6 - Capítulo 5: Morir es una buena idea.

Chapter 6 - Capítulo 5: Morir es una buena idea.

GenomeShield Pharmaceuticals es una corporación privada argentina especializada en el desarrollo de fármacos que potencian la respuesta inmunitaria del organismo ante patógenos. Sin embargo, en las sombras de la clandestinidad global, esta organización transgrede límites éticos y legales. Envuelta en un velo de secretismo, ha encontrado su nicho en la oscura convergencia entre la bioquímica y el tráfico ilícito de armas.

Argentina se convierte en un enclave estratégico, aprovechando su aparente neutralidad en el escenario bélico mundial. En la última década, esta entidad se ha posicionado en el epicentro de la red internacional de actividades ilícitas.

Sus principales clientes son dos gigantes militares: Rusia y China, que forjan acuerdos secretos con la empresa argentina, ansiosos de nuevas herramientas estratégicas. La capacidad de G.S.P para producir bioarmas de vanguardia la convierte en un proveedor exclusivo, otorgando a estas potencias un arma silenciosa y letal en el complejo tablero geopolítico.

La empresa emplea una red global de intermediarios para asegurar la discreción de sus operaciones, evadiendo así la vigilancia de las agencias de inteligencia y las fuerzas del orden. Además, actúa como mediadora en negociaciones encubiertas entre naciones aliadas.

Una parte del gobierno argentino ignora las actividades de GenomeShield Pharmaceuticals; otro sector prefiere la complicidad pasiva, mientras que algunos pocos reciben grandes beneficios a cambio de su silencio y cooperación.

 

En este turbio mundo de conspiraciones, ciencia distorsionada y alianzas secretas, G.S.P. emerge como un actor clave, donde la aparente mediocridad militar de Argentina se convierte en la fachada ideal para sus oscuros negocios.

En las afueras de Buenos Aires, se alza una majestuosa propiedad en un extenso terreno de treinta hectáreas, rodeada de jardines y frondosos bosques. Desde la distancia, se aprecia la elegancia de una refinada casa de campo, rodeada de exuberantes jardines y senderos que serpentean entre los árboles.

No obstante, tras esta apacible imagen rural, se oculta un oscuro secreto. En los cimientos de la casa se despliega una red de pasadizos subterráneos. La tranquila fachada exterior no es más que una máscara para lo que prospera bajo tierra, lejos de la mirada del pueblo más cercano.

El hombre que se aproxima a las cinco décadas irradia carisma mientras permanece sentado en su estudio. El ambiente se impregna de una mezcla de clasicismo y modernidad que caracteriza su estilo. Su cabello corto y negro, salpicado de canas, añade distinción a su apariencia. Estas le otorgan una madurez que contrasta con la juventud persistente en su mirada.

Viste una impecable camisa de lino y pantalones de diseño; sus rasgos reflejan confianza. Una barba bien cuidada resalta la estructura firme de su mandíbula. Sobre el lujoso escritorio de madera reposa una botella de whisky junto a un vaso de cristal tallado. Con calma, sirve el preciado líquido ambarino, disfrutando del aroma que se desprende, reflejando su gusto refinado por las cosas excepcionales de la vida.

Hernán Vargas, propietario de GenomeShield Pharmaceuticals y de esta finca, se detiene a observar la pantalla de su computador.

Una sonrisa se eleva en su rostro al escuchar el llamado de la puerta.

—Adelante.

El hombre de metro noventa que está aguardando tras ella, ingresa con una postura erguida y la cabeza en alto.

—Te estaba esperando —dice Vargas, señalando al joven que tome asiento frente a él.

Gio se sienta, con la camisa aún húmeda por la situación que acaba de enfrentar. Aunque irritado, finge una expresión afable.

—Me disculpo por la demora, el asunto es un poco rebelde.

—Lo sé —afirma, abriendo los ojos de par en par—. Pero la próxima vez, ajústate a lo acordado; no necesito mandarte a llamar.

Los ojos almendrados de Gio, casi negros, intensifican la fuerza de su mirada.

—No se preocupe, la próxima vez respetaré los plazos estipulados. —La mirada enmarcada por sus densas pestañas se desliza hacia la pantalla del computador, y una sensación de desagrado se apodera de su garganta—. No sabía que al jefe le interesaban ese tipo de espectáculos. En la siguiente ocasión, me esforzaré por ofrecer un mejor show.

Vargas suelta una carcajada.

—En realidad no es de mi interés, pero no lo tomes a mal, muchacho, prefiero unas lindas curvas femeninas. —Mira la pantalla y continúa—: En gustos se rompen géneros, ¿quién soy yo para juzgar?

—Si eso es todo, me retiro.

—Solo quería avisarte que todo está listo en el segundo piso subterráneo —dice, al levantarse y extender su mano—. Bienvenido a GenomeShield Pharmaceuticals, muchacho.

Gio observa la mano extendida en el aire, se levanta y la toma con firmeza.

—Mientras obtenga lo que quiero, usted tendrá lo que busca.

Los hombres se despiden en silencio. Luego de unos minutos, Vargas toma su celular y ordena:

—Inicien.

≪•◦♥∘♥◦•≫

En el nivel más profundo del subsuelo, en el cuarto piso, un antiguo sistema de audio se oculta en una esquina, liberando una sinfonía perturbadora que resuena en la penumbra. Los bajos reverberan con una fuerza ominosa, mientras los sonidos se entrelazan en una melodía de gritos, risas crueles y palabras que laceran como cuchillos. Voces burlonas de hombres y mujeres se mezclan con aullidos animales y el sonido grotesco de carne desgarrándose, creando un caos que convierte el aire en una prisión asfixiante.

Octavio se despierta de golpe, mareado y aturdido, con el cuerpo empapado en sudor frío. Un dolor intenso lo envuelve, dejándolo entumecido mientras los sonidos perturbadores penetran en sus oídos y reverberan en su mente.

Se revuelca en la cama, emitiendo un gruñido cuando un dolor punzante lo atraviesa en la cintura. Cubre sus oídos con ambas manos, tratando de mitigar el sufrimiento creciente. En su mente, una frase resuena con insistencia: "Ve a tu lugar seguro". Las venas de su frente se tensan mientras busca aferrarse a un recuerdo que le brinde consuelo.

La mente selectiva se sumerge en un recuerdo empolvado: Octavio, a sus veintinueve años, está sentado en una silla. Lleva un traje azul que resalta su elegancia, los lentes de marco redondo plateados acentúan su mirada y el cabello peinado hacia atrás realza sus atractivas facciones. Se encuentra inmerso en un salón amplio, con una atmósfera extravagante, pero con clase, donde la sofisticación del ambiente subraya la escena que captura su memoria.

A su alrededor, los invitados disfrutan de la música alegre que llena el aire, bailando al ritmo de una melodía animada. El profesor, con las piernas cruzadas y una copa en mano, observa el centro de la pista con admiración. Las luces titilantes destacan la figura de Natalia, su joven esposa, quien le sonríe con ternura mientras baila con su vestido blanco, que realza su delicada figura. Un cálido sentimiento inunda el pecho del profesor y eleva las comisuras en respuesta.

Minutos después, cuatro jóvenes se acercan a él: tres hombres y una mujer, ninguno mayor de veintidós años.

 

La joven, la primera en hablar, ofrece sus sinceras felicitaciones. Los tres hombres también hacen lo mismo, estrechándole la mano con respeto.

Este grupo es el tercero que el profesor ha formado para una investigación privada. Son estudiantes en curso, a quienes considera futuros colegas debido a sus habilidades y desempeño académico.

En el fondo, él disfruta ofreciendo oportunidades a mentes prometedoras.

Sin embargo, una duda lo asalta: ¿No falta alguien más?

Cuando ellos se alejan, el profesor dirige su mirada nuevamente hacia Natalia.

Ella le hace un gesto para que se acerque a su lado.

Aunque el profesor no baila, no es por falta de habilidad o destreza. De hecho, cuando lo hace, se mueve con una fluidez natural que atrae la admiración de quienes lo observan. Sin embargo, le han ocurrido cosas que lo llevaron a concluir que es mejor no malgastar energía en algo tan trivial e innecesario.

Octavio se levanta, abotona su saco y toma dos copas de una mesa cercana, dispuesto a unirse a su pareja.

Lamentablemente, una figura aparece frente a él, bloqueando su camino.

El efecto del alcohol puede estar nublando su visión, porque no logra distinguir con claridad el rostro que le sonríe.

El joven, vestido con un elegante traje negro y una camisa desabrochada en el cuello, destaca con un atractivo singular. Aunque es ligeramente más alto que él, la diferencia es mínima, pero su presencia resulta imponente. Este toma una de las copas en su mano y le sonríe ampliamente.

Octavio se sorprende, pero no reacciona ante la actitud provocadora; quizás está tan feliz que no se deja afectar por algo trivial.

—Profesor O —dice el joven, posando una mano en su hombro—. Felicitaciones.

El sonido sutil de las copas al chocar llena el aire mientras el joven se inclina hacia el oído del recién casado. La sonrisa desaparece, dando paso a una sombra de oscuridad que envuelve sus rasgos mientras susurra:

—Deseo que sea feliz.

Frente a ese tono de voz, un calor interno se extiende hacia el exterior, haciendo que las extremidades de Octavio se vuelvan pesadas. A pesar de sus intentos por moverse, su cuerpo no responde.

Mira a su alrededor en busca de ayuda, pero las personas se transforman en figuras aterradoras. Los rostros se convierten en formas amorfas, con ojos vacíos y las expresiones satíricas se mezclan con murmullos burlones.

La música se detiene y todos lo observan.

Las carcajadas retumban en el salón mientras el joven lo agarra de la cintura.

Octavio intenta separarse con desesperación, pero su cuerpo no responde.

Su garganta arde y una sensación de quemazón se extiende por su piel, al mismo tiempo todo se desmorona a su alrededor.

Las pestañas de Octavio tiemblan mientras sus pupilas dilatadas intentan enfocarse.

En algún momento, la fuerza lo abandonó y se rindió ante una pesadilla.

Ahora, despierto, su pecho late frenéticamente. Las extremidades hormiguean y las manos tiemblan sin control.

El calor se torna sofocante; el sudor brota de cada poro y su respiración se vuelve entrecortada y errática.

Intenta aferrarse a la cordura, sus dedos se cierran con fuerza sobre las sábanas a medida que sus ojos palpitantes se llenan de humedad. Los labios hinchados, cubiertos de llagas, se mueven en un esfuerzo por reprimir un sollozo que amenaza con escapar.

Se incorpora, intentando respirar con el diafragma, al mismo tiempo que comienza a contar para no perder la cordura y evitar el colapso mental. Se desvía de la cuenta y luego la retoma; después de varios minutos, logra recuperar un poco de compostura.

Apoya el antebrazo sobre sus ojos, agotado, incapaz de contener las lágrimas que empiezan a brotar.

Los sonidos no cesan; la habitación sigue igual. No sabe si es de día o de noche, ni cuántas horas lleva allí.

Ríe, amargamente, una risa rota y desesperada.

Hubiera preferido la muerte.

─•──────•♥∘♥•──────•─