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Chapter 10 - Capítulo 9: El deseo de no ser olvidado.

"Asfixia este amor hasta que las venas empiecen a temblar.

Un último aliento hasta que las lágrimas comiencen a marchitarse.

Como un río, como un río, cierra la boca y úsame como un río".

—Bishop Briggs, River

El líquido viscoso baja por la garganta del profesor, inundando su boca con un sabor amargo. En lugar de ser una sensación estimulante, solo le genera una urgente necesidad de liberarse del ahogo. Sus orejas se tiñen de un suave rojo y las lágrimas no dejan de caer, mientras Gio sigue dejando caer las últimas gotas en esa cavidad húmeda.

Al finalizar solo lo suelta y Octavio pierde un poco el equilibrio.

El cuerpo se inclina ligeramente hacia adelante, como si tratara de expulsar el fluido no deseado en su estómago. Luego de toser varias veces, recupera el oxígeno. Con el antebrazo se limpia la boca, que aún conserva la esencia del otro. Su mirada, cargada de un profundo odio, se mantiene fija, pero no dice nada.

El hombre extiende la mano para ayudarlo a levantarse, acercarlo hacia él o vaya a saber qué quiere hacer.

Indignado por lo que acaba de pasar, el profesor abofetea la mano que queda suspendida en el aire y se pone de pie por sí mismo.

Gio solo sonríe y hace un gesto con la mano, como diciendo: de acuerdo.

Sin embargo, Octavio es tomado con una imperiosa fuerza y la espalda golpea el suave colchón.

No se puede decir que la mirada del profesor es cien por ciento fría, está cubierta con los sentimientos de odio y desprecio. Un color nuevo se revela ante los ojos del más joven, cómo en el primer momento que unieron sus cuerpos; similares.

En el análisis de Gio es un resultado positivo, la indiferencia solo logra el olvido, por ahora, entraría en los pensamientos del profesor. El sentimiento de odio es como el cáncer, se ramifica consumiendo todo. Al hombre ya no le importa el medio, prefiere devorar la mente de forma lenta pero eficaz. Quizás de esta forma peculiar, no entraría en la categoría de: persona fácil de olvidar.

Deslizándose sobre su cuerpo, presiona los hombros y se funde en un beso acalorado. Los labios, hinchados y rojizos, arden de deseo. Mientras los muerde y lame con ansias, la temperatura entre ambos se intensifica. Los ojos de Gio se humedecen, al tiempo que la excitación crece en su entrepierna. Jadeante, baja un poco y su cálido aliento roza el cuello de Octavio, mientras el momento olvidado regresa, dejando un sabor agrio. 

—Le recomiendo que no se acerque a nadie en este lugar —dice, rozando la yema de los dedos por el borde de la cinta—. Créame, soy el único en quien puede confiar.

Augh~

Vendaje y cinta fueron arrancados de un solo tirón.

La punta de la lengua recorre nuevamente la marca que aún no cicatriza. La piel del profesor se eriza; la zona, sensible, le provoca un cosquilleo en el cuerpo.

El hombre acaricia con el pulgar la manzana de Adán que rueda mientras lame la herida con suavidad. La mano libre se escabulle bajo la remera y toca la cintura que ha perdido algo de peso. Sube por la silueta rozando con los dedos la zona alta del pecho. Se detiene un momento; acaricia la punta del pezón, lo rodea, junta el pulgar y el índice haciéndolo rodar entre los dedos. Primero suave, luego más fuerte, sin dejar de besar los labios y el cuello.

Octavio intenta mantener la cabeza fría formando una barrera. En este momento está en plena conciencia de lo que sucede. No va a volver a perder el control, aquella ocasión fue excepcional. Una que no se debe repetir, no le dará ese gusto, ni hará caso a las palabras cargadas de incoherencias sobre sus deseos personales.

El es un hombre heterosexual, lo que pasó antes fue el producto de las maniobras de este sujeto. Además, es de público conocimiento que los hombres frente a la estimulación física pueden tener una erección, pero eso no implica que haya excitación.

La molestia es evidente para el devoto apasionado. Gio toma cierta distancia y lo observa. Pero está de buen humor, le retira los lentes despacio y luego la remera. Lo admira en silencio guardando cada detalle de la figura. La luz es buena, permite que memorice cada lunar, cada poro, cada centímetro de piel. Corroborando y descartando las fantasías que tiene sobre este cuerpo.

No es que no lo hubiera visto antes. Como un buen dueño, tomó a su animal herido, lo curó, lo alimentó y le dio un baño. Él mismo se encargó de todo, ya que es una persona bastante exigente en ese aspecto. El simple hecho de que alguien tocara un cabello de Octavio le revolvía el estómago y le causaba un malestar visceral. Al recordar la piel clara de la espalda, llena de marcas de golpes y contornos violáceos en las costillas y omóplatos, la mirada de Gio se vuelve sombría.

Acaricia la mejilla, baja hacia la barbilla, se desliza por la clavícula, el pecho y el abdomen.

El simple contacto de piel con piel le resulta estimulante.

Lástima que para el abstemio profesor no fuese igual.

Al retirar el pantalón, no solo se encuentra con la expresión horrible de Octavio, si no con el pene escondido bajo el bóxer. El hombre hace una mueca de disgusto al ver el miembro reticente a caer bajo sus encantos.

—Es un hombre egoísta, solo busca la satisfacción personal —dice, deslizando sus manos por encima de su cabeza y retirándose la remera para revelar su torso—. Creo que está confundiendo las cosas. Debería esforzarse más.

Octavio no puede evitar escanear la figura en frente suyo. Es imponente, el metro noventa de altura se combina con una piel trigueña que resalta un atractivo natural y jovial. Los hombros son anchos y bien definidos, mientras que la cintura es estrecha. La musculatura es marcada, pero lo abrumador es esa aura de dominio que destila por los poros.

Gio se levanta de la cama por un momento, mientras el profesor permanece inmóvil. Sin embargo, su mirada se desplaza hacia el rabillo del ojo.

El hombre se quita las prendas inferiores, dejando al descubierto unas piernas largas, bien formadas y firmes. La otra parte del medio es un exceso de arrogancia.

Octavio, traga saliva y cierra los ojos.

Minutos después, siente cómo su prenda interior es retirada y un líquido cae sobre la parte baja que aún está dormida. Sus caderas se mueven por reflejo, pero se niega a mirarlo.

Una mano abre las mejillas y la otra acaricia el borde del agujero rosado. Gio introduce uno de sus dedos lubricados; percibe la firmeza en las paredes interiores así como los apretados pliegues.

La espalda de Octavio se arquea en respuesta y un pequeño gemido de dolor se escapa de sus labios. 

Con el segundo, las paredes internas son acariciadas y un hormigueo se escabulle por el cuerpo del profesor. El miembro antes deprimido se alza frente a la estimulación constante, los dos dígitos entran, salen y la flor deseosa que los reconoce los absorbe con desesperación.

Avergonzado, Octavio esconde el rostro entre sus brazos.

Sin embargo, Gio no se detiene y continúa avanzando con el tercero, haciendo que sea imposible resistirse a su tacto. En un movimiento inconsciente, la parte inferior del cuerpo se levanta activamente.

La mirada del hombre se llena de una capa roja de deseo. Cuando finalmente los pliegues ceden, retira los dedos y con ambos brazos levanta la cintura del profesor. Las mejillas son estiradas encajando el glande en la entrada.

El camino es demasiado estrecho y el interior está reticente al ingreso. Las venas de las manos que contienen las redondas nalgas se marcan con fuerza y gime por lo bajo. Luego de varios movimientos, el falo grueso ingresa solo hasta la mitad de su tallo. Pero Gio está ansioso y el cuerpo le hierve.

—¿Podría relajarse un poco? Me la va a cortar.

La cara de Octavio se vuelve sombría. ¿Qué culpa tiene él de que este tipo tenga la maldita verga de un caballo? Las palabras quedan atoradas en la garganta; no le iba a decir eso para que se le infle el ego. Frunce el ceño y rechina los dientes con furia.

—Si es tan fácil, date la vuelta.

Al escucharlo, primero se sorprende, luego sonríe, por último lo desafía.

 —Me gustaría verlo intentarlo, ¿por qué no prueba? ¿Antes usaba eso que le cuelga entre las piernas?, quisiera ver su eficacia. —Suelta la cadera que tiene contenida y levanta el torso con una actitud socarrona—. Por favor, si logra ponerme en cuatro como una perra, veamos sus grandes dotes.

Antes de que el otro pueda insultarlo, retira el miembro y lo da vuelta.

—Octavio, es demasiado lento, tiene que aprovechar las oportunidades. —Fuertes bofetadas caen una tras otra sobre la carne redonda; palmadas humillantes y dolorosas—. No sé da cuenta, no soy su amable y gentil esposa.

—Hijo de pu-

La carne es atravesada sin previo aviso; en un solo movimiento, el miembro penetra hasta el fondo. Las manos se aferran a las sábanas, y los nudillos, pálidos, pierden color. Un dolor indescriptible invade sus extremidades y sus ojos se abren de par en par. La frente suda y el frío recorre la columna hasta la médula. En menos de un segundo, está siendo empalado con violencia.

Con las penetraciones consecutivas, la estrecha apertura empieza aflojarse. El sonido duro del golpeteo humedece de placer la piel de Gio, las pestañas se agitan ligeramente mientras agarra y presiona los glúteos del profesor. 

Aunque lo embiste sin descanso no es suficiente. Mira fijamente la unión que los conecta, retira el miembro caliente, levanta las caderas y vuelve a penetrarlo de golpe.

A pesar de la rigidez del cuerpo, la carne cede ante el invasor que la somete con rudeza golpeando hasta la base. El balanceo es rítmico y la habitación se llena con la amalgama de sonidos que emanan de la boca de Gio.

Octavio siente que está muriendo, su pene erguido salta desesperado por el frenético embiste. El sonido del gorgoteo lujurioso del culo le quema la cabeza. Toda la piel arde y pica. Quiere gritar, pero se reprime. Muerde sus labios con fuerza y un poco de saliva rosácea escapa por la comisura.

El hombre se detiene y presiona su pecho contra el del profesor. Con la punta de la nariz, delinea suavemente su rostro, inhalando su aroma como un cachorro que quiere recordarlo.

—Octavio... no te lastimes —susurra, con la voz jadeante y cargada de calor.

Muerde la barbilla e introduce la lengua despacio. Suave y romántico, la cadera inicia el ritmo, pero esta vez más lento. El abdomen firme roza el miembro latente, la piel suave sube y baja. El pecho de ambos se fricciona con calma. Y la mente de Octavio queda en blanco. 

Los cuerpos se funden, el deseo reprimido del profesor se esparce en la piel dorada que lo estimula. El gemido hace un eco dentro de la boca de Gio; el cuerpo se descarga y suda frio.

Después de unos minutos, recupera el equilibrio. Su mirada turbia se enfoca y observa las pestañas negras y densas, ahora cerradas. El hombre acaricia el cabello húmedo mientras juega con sus labios adoloridos. Los pechos de ambos suben y bajan al mismo ritmo y la viscosidad de la vergüenza unta el cuerpo de ambos.

Los ojos de Octavio estallan en sangre y gira la cabeza hacia un costado para acabar con ese beso.

Las venas del cuello tensas y la expresión de asco solo generan un profundo sentimiento de vacío en Gio. Lo da vuelta, presiona la cabeza del profesor contra la almohada. Alza las caderas temblorosas y mete la verga hinchada y furiosa sin vacilar.

Las piernas comienzan a debilitarse, el cerebro golpea contra el cráneo y los movimientos son demasiado rudos; llevan frustración, excitación y dolor.

La cabeza del hombre es un caos.

Intentó ser amable, intentó ser atento, pero nunca alcanza.

El pasado y el presente no están separados en la mente de Gio.

Se pierde; lleva golpeando en la misma posición, en el mismo lugar, por más de veinte minutos.

El estómago de Octavio está revuelto; los calambres del abdomen se hacen presentes. Se tapa con la mano la boca y trata de ocultar los sonidos extraños.

Molesto, el perpetrador detiene el golpeteo incansable.

—No le autoricé a cubrirse los labios —dice, retirando la mano y apoyándola sobre la cama. Entrecruza los dedos de ambos mientras su torso presiona contra la espalda sudorosa—. Si se mantiene en silencio, lamento informarle que esto será demasiado lento.

El movimiento frenético anterior no se compara con la tortuosa lentitud de ahora. Sale hasta el límite del glande y vuelve a introducirse. Su pene es arrastrado por la succión inconsciente de las paredes lujuriosas.

Juega con él unos minutos, lame y muerde la nuca.

El malestar abdominal invade a Octavio y el sudor de ambos comienza a enfriarse. Pero las bestias entre sus piernas no tienen intenciones de ceder, ambos están erguidos y frustrados.

—Si me lo pide como se debe, le garantizo que terminaremos rápido. No debe contenerse —dice con palabras insidiosas, cargadas de una falsa promesa—. Solo tiene que decir: "Gio, cógeme más rápido" y lo haré.

Cada músculo está tenso y la erección del profesor se hincha dolorosamente. Una combinación que se niega a aceptar: humillación, dolor, placer. 

Se rehúsa por completo.

—Seguí esperando, no pienso hacerlo.

El hombre no se sorprende, pero una gruesa vena sobresale en su frente, está torturando su pene en vano.

—¡Bien! Me gusta que hable; a veces parece que me estoy cogiendo a un muerto. —Se inclina hacia él y le susurra al oído—. Sé que le encanta, especialmente cuando le susurro cosas sucias. Así que mueva el culo para mí; quizás así no quiera cambiar su viejo agujero.

Gio respira profundamente y empieza a empujar sus caderas, atacando el pequeño lugar con una velocidad tan intensa que resulta salvaje.

Al sentir como el grueso pene presiona contra sus paredes internas se muerde los labios y el dolor de cabeza se torna insostenible.

La lujuria del movimiento hace eco en la habitación, el sonido del golpeteo de la carne con carne se combina con el rechinar de la cama. El agujero se enrojece y la espalda se llena de humedad. Las gotas de sudor de la frente de Gio caen por su barbilla, finalizando en el cuerpo del hombre bajo su poder. Frota con fuerza el túnel cálido y después de varias idas y vueltas, el punto sensible del profesor palidece.

La boca de Octavio emite un ligero sonido que no puede ocultar.

—Aaah~

Todo el cuerpo se sacude. Las mejillas y muslos están siendo golpeados con tanta violencia que la sensación de picazón y dolor es abrumadora.

El bello rostro del profesor está deformado por la agonía.

Atento a cada sutil cambio, Gio arremete con una intensidad implacable, las venas de su abdomen se marcan y el punto de unión entre ambos comienza a liberar una espuma blanquecina.

Los músculos de la espalda de Octavio se tensan y su miembro es obligado a friccionar contra la tela de las sábanas por la presión. Aprieta las muelas y el cuello evidencia las venas azuladas.

Sumido en una vorágine de ira y excitación, el raciocinio del profesor se pierde en la nebulosa de la satisfacción. Pequeños gemidos se escapan y el pene extasiado se hincha más. Octavio intenta enfocarse, presiona los párpados para enfriar la mente.

Pero el otro no descansa, de vez en cuando se mueve hacia los lados para estimular las paredes hirvientes.

La sensación de que está siendo partido en dos se vuelve más fuerte, junto con las embestidas incesantes que destruyen su carne. Trata zafarse, pero el joven solo presiona con rudeza, evitando cualquier movimiento de escape. 

Está agotado, el pecho baja y sube agitado. El aliento cálido se abre camino por la garganta. La mirada se vuelve turbia y el calor entre sus piernas es incontrolable. Los dedos de los pies se retuercen y la pérdida de control está llegando al punto límite. Todas las extremidades son invadidas por un cosquilleo y por la comisura de sus labios brotan hilos translúcidos.

Aaah, aah, ugh~

Sacude la cabeza con molestia al escuchar los sonidos que emanan de su boca, maldiciéndose a sí mismo. Sin embargo, la sensación de electricidad se extiende por todo su cuerpo y no puede evitarlo. Su mente queda nublada y sus ojos empiezan a lagrimear. La humillación se hunde profundamente en su pecho. Su respiración se entrecorta y su piel blanquecina toma un matiz rojizo. La sensación de mareo agita sus órganos.

La carne está demasiado sensible y siente el latido incesante del deseo que se descarga. Incluso percibe como la uretra del otro hombre se abre y vierte a borbotones el caliente esperma. Por un momento, cree que realmente está siendo eyaculado en el interior. El cuerpo se estremece por un momento, pero luego recuerda que allí está el fino látex.

El corazón que late violento se calma.

Dos veces más el joven enreda al mayor en las sábanas hasta que al final, Octavio pierde la conciencia.

En la oscuridad, Gio relaja un poco esta nueva máscara que ha adoptado y observa el perfil lateral del hombre que duerme.

¿Sería descabellado decir que en realidad quería hacerlo sentir bien? ¿Existe alguna posibilidad en este momento?

En el pasado, ¿cuántas veces lo intentó?

Pero Octavio siempre lo ignoraba, lo subestimaba, lo evitaba.

Sin embargo, ¿no son así los vínculos entre seres humanos?

En una relación siempre hay uno que llora; Gio no debe llorar, así que solo puede hacer llorar a la otra persona.

Acercándose despacio, sin intenciones de que se despierte, rodea con el brazo la cintura del hombre dormido. Apoya la cabeza en la hendidura del hombro e inhala el aroma del cuerpo en descanso. 

Bajo las sábanas, siente algo de tranquilidad. En este momento le importa muy poco quien esté observando.

Solo quiere cerrar los ojos, sumergirse en un sueño apacible, donde quizás, todo esto sea alguna de las pesadillas que atormentaron por tantos años su realidad.

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