Los colores se pierden, la mente se vuelve difusa y el todo cae en un abismo. Octavio yace en el mismo lugar, envuelto en sudor y aflicción. Su cuerpo, agotado y febril, evidencia el fútil intento de resistencia. Los músculos atrofiados se rebelan con espasmos y cada movimiento se vuelve un desafío.
La cabeza, acosada por sonidos perturbadores, responde delirante, creando siluetas errantes entre recuerdos vagos.
Pasado y presente.
Desesperación y resignación.
La falta de alimento debilita sus pensamientos, difuminando las líneas entre la realidad y la ensoñación. Imágenes de momentos perdidos sólo concluyen en la representación de aquel animal. Enfrentando la dura realidad de su existencia mientras el cuerpo se marchita y la mente abraza con anhelo la locura.
Después de sesenta y nueve horas de encierro, el tiempo se desliza como una eternidad insoportable.
La puerta, que hasta entonces ha permanecido cerrada y silente, finalmente cede.
La luz tenue del pasillo se filtra, delineando a dos hombres. Uno de ellos, de altura imponente, avanza con paso firme, mientras el otro vacila en ingresar.
Octavio, famélico y aturdido, apenas puede comprender lo que sucede. Sin mediar palabra, el hombre toma al profesor entre sus brazos con fuerza.
Lamentablemente, el contacto no representa la salvación esperada, sino más bien, lo sumerge en una oscuridad más profunda.
Nadie vino a rescatarlo.
La vista borrosa no permite delimitar los rasgos de ese sujeto, pero su aroma ya ha penetrado en lo profundo de sus temores. El ser que enfrenta en sus pesadillas es quien lo contiene. Ni siquiera tiene energía para pelear; todo en su cuerpo duele y la vitalidad se ha desvanecido hace mucho tiempo.
El pasillo se extiende bajo una luz escasa que titila de forma irregular, revelando los contornos desgastados de las paredes húmedas y las puertas de las distintas habitaciones que componen ese subsuelo.
El aire se vuelve denso. Los aromas, inicialmente nauseabundos, se dispersan lentamente, dejando una amalgama de olores antiguos y terrosos.
La vista casi nula de Octavio no puede discernir puntos de referencia. Las paredes parecen cerrarse sobre él, una presión invisible que le recuerda el dolor sordo y persistente que se cierne sobre su abdomen. Cada latido del corazón resuena con un eco doloroso en la región donde descansa su hígado. El malestar se vuelve intenso, empaña su visión y cierra los ojos en un intento inútil de escapar de esa agonía constante. Un mareo envuelve sus neuronas, convirtiéndose en una fuerza que amenaza con arrebatarle la conciencia.
Por reflejo, se toma el abdomen y lo presiona.
Gio registra este movimiento abrupto y se detiene.
Reprimiendo el sufrimiento, Octavio no percibe lo que ocurre a su alrededor; su cuerpo es sacudido de golpe. Pequeños gemidos de dolor se contienen mientras el sudor empapa completamente su rostro pálido. Solo cuando siente el pinchazo de una aguja delgada experimenta cómo la tensión de su cuerpo se alivia. El frío consuelo de la sustancia aliviadora se desliza por sus venas.
La respiración, agitada como las ráfagas de viento en lo alto de las montañas, se asienta en una cadencia serena. El corazón encuentra un ritmo constante, marcando la transición hacia la serenidad. Los músculos, uno a uno, se relajan en una liberación gradual, como el águila que extiende sus alas después de haber descendido en picado. Los pensamientos tumultuosos, como las corrientes turbulentas en la tormenta, ceden ante la calma, como el cielo tranquilo por donde vuela en libertad.
En ese éxtasis de relajación, el cuerpo vence la vigilia y se sumerge en un sueño profundo.
≪•◦♥∘♥◦•≫
El aroma agradable flota en el aire, una mezcla sutil de fragancias que sugieren frescura y limpieza, tal vez sea el aroma a flores que impregnan las sábanas de la cama.
Al abrir los ojos, Octavio comprende que se encuentra en una habitación diferente.
La aridez y sequedad que antes afectaron su boca y garganta fueron reemplazadas por una renovada humedad. La fatiga que lo conducía hacia la somnolencia se desvaneció por completo. Las conexiones mentales, antes extraviadas, se restablecieron, disipando la neblina que envolvía sus pensamientos.
El profesor toma conciencia de su propio cuerpo y es capaz de sentir incluso la frescura en su piel limpia. Él se da cuenta de que algo no está bien.
¿Cuánto tiempo lleva inconsciente? ¿Días? ¿Semanas?
Desconoce el hecho de que ha sido tratado durante cinco horas con H.R.Nova, una solución intravenosa creada por Gio.
Un suave murmullo escapa de sus labios hinchados, alertando al joven que lo cuida de que ha recobrado la conciencia. Él desenrolla con delicadeza una gasa estéril mientras se acerca y le habla con calma.
—¿Octavio, cierto? —Sin recibir respuesta, continúa—: Lamento tutearlo; en este lugar nos llamamos por nuestros nombres o apodos. Me disculpo si no es de su agrado.
Con la gasa empapada en antiséptico, el muchacho se acerca con una sonrisa para influir confianza. Sin embargo, el cuerpo del profesor se tensa y muestra una expresión de rechazo.
—Me llamo Alan, no voy a hacerle daño —dice con calma, señalando el lateral del cuello—. Solo quiero ayudarlo.
Al comprender a lo que se refiere, el profesor asiente en silencio.
La zona afectada aún muestra sensibilidad y calor localizados. La forma de la mordedura revela los contornos de los dientes, dejando la marca distintiva del depredador en su presa. Tonos morados y azules rodean los bordes, contrastando con la palidez de la piel. Tras examinarla de cerca, el joven suspira, cubre la herida en el cuello y finalmente, asegura el apósito.
—Existen perros rabiosos que merecen ser sacrificados —susurra con calidez—. Créame, no debería generalizar debido a una mala experiencia; hay otros que son leales y no le causarán el mismo daño.
Alan terminó su labor hace unos minutos, pero aún roza el borde de la cinta hipoalergénica con las yemas de los dedos. De repente, una voz grave desde su espalda interrumpe su seductor tacto.
—¿Qué estás haciendo?
El muchacho baja la mano y las comisuras de sus labios se elevan. Al girar hacia Gio, cambia de actitud.
—Ah, lo siento... solo estaba ayudando al profesor. —Se levanta y toma una carpeta que había dejado a los pies de la cama—. El jefe me mandó a corroborar esto.
El hombre rechista y con un gesto, indica que salga de la habitación. Él se retira en silencio, mientras Gio observa el cuerpo que descansa sobre sus sábanas.
—Profesor, a su derecha va a encontrar una muda de ropa, vístase con tranquilidad, cuando finalice lo espero afuera.
Octavio frunce el ceño con disgusto y levanta las sábanas.
En efecto, está completamente desnudo.
≪•◦♥∘♥◦•≫
A corta distancia del cuarto, hay una pequeña sala con un sillón de tres cuerpos y otro individual, ambos forrados en cuero negro. En el centro, una mesa de té de madera maciza sostiene algunos archivos y otros objetos personales del inquilino.
El joven, temblando, espera lo que el jefe realmente le ha enviado a buscar. Al ver al hombre que se acerca, se levanta y habla primero.
—Eh, eh, yo... lo siento, solo estaba curando la herida en el cuello.
—Alan, tomá asiento —dice con voz firme, mientras se sienta sobre la mesa y queda frente al joven—. Acabo de llevar la muestra a Vargas. Entonces, ¿cuál es el motivo de tu presencia?
—¡Oh no! En serio, Dantez, te juro que el jefe me envió. Yo... si querés, podés preguntarle a él mismo.
Toma el celular y se lo muestra, pero la mirada de Gio se vuelve fría y profunda.
—Supongo que me adelanté —dice, inclinando la cabeza hacia atrás y moviéndola de un lado a otro para calmar la tensión en el cuello. Luego se vuelve hacia Alan con una sonrisa—. La próxima vez, si no me encontrás, volvé en otro momento.
—Sí, sí... en serio, te prometo que no volverá a suceder —afirma mientras se levanta.
—Hace años ocurrió un evento fascinante del que me gustaría escuchar tu opinión —responde Gio, con una voz que suena más autoritaria que invitativa.
Alan, al leer esa expresión, se ve obligado a volver a su posición.
—Creo que es una historia que merece un análisis profundo y sería interesante conocer tu perspectiva. Cuando estaba en el jardín de infantes, ocurrió un incidente entre dos pequeños. Uno de ellos era bastante reacio al contacto con sus compañeros, no encontraba divertido jugar con ellos, ya que le resultaban ruidosos y molestos. Con el tiempo, descubrió un pequeño auto de madera, bastante viejo y abandonado. Nadie lo usaba, así que el niño lo tomó y encontró en ese objeto momentos de diversión inesperada. Las semanas pasaron, y él esperaba con ansias el momento de jugar con ese viejo juguete.
»El problema comenzó cuando cayó enfermo. Fue poco menos de una semana, pero al regresar, se encontró con una situación desagradable: otro niño estaba jugando con el auto viejo que él tanto apreciaba. El primer día lo dejó pasar, ya que sabía que era el único que podía apreciar lo importante de ese objeto. Al día siguiente, el mismo niño volvió a tomar el auto. Siguiendo el consejo de su madre, intentó resolver la situación con diálogo, pero el niño no lo escuchó ni entendió el cariño que sentía por ese viejo juguete. Fue el tercer día cuando ocurrió el evento desencadenante. Al dirigirse a la sala de juegos, vio que el niño no estaba jugando con su autito de madera. Emocionado, corrió a buscarlo; en ese momento comprendió muchas cosas, con quien intentó dialogar le devolvió las palabras con violencia. El auto de madera había sido destrozado.
Gio detiene el relato y estalla en una carcajada, sorprendiendo a Alan.
—¿Cómo demonios destruyen un auto de madera? —pregunta, aún riendo. Luego suspira y su expresión se torna sombría—. En fin, ¿te imaginas lo que hizo el otro niño?
—Yo... eh, ¿llorar?
—Ah, sí, claro. Por supuesto que lloró ese día. Luego de eso se sintió desolado, pero cuando encontró el momento justo, inició ataques furtivos. Primero rompió los juguetes que más utilizaba. Insatisfecho con ello, le cerró la puerta del baño sobre sus dedos violentamente. Aun así, el dolor que atravesaba no se comparaba con eso. Un día, sin pensarlo demasiado, mientras bajaban por las escaleras después de un acto escolar, simplemente lo empujó. El pequeño bastardo rodó y se rompió el craneo —escudriña al joven y continúa con una sonrisa—.¿Qué te parece la historia?
El muchacho, que hasta hace un momento temblaba, se endereza lentamente, sus ojos se alzan con una mirada fría.
—Creo que esa reacción fue un exceso.
—Las mentes simples suelen percibirlo de esa manera.
Alan se mantiene en silencio. Al percatarse de algo, vuelve a su actitud vacilante y nerviosa de antes.
—Como lo veo, la naturaleza humana se desenvuelve en un delicado desequilibrio entre fuertes y débiles —explica Gio—. Al final somos criaturas con la pretensión de raciocinio, envueltas en el halo de la moralidad. ¿Acaso experimentaste empatía, verdad? Pero solo hacia aquel que sufrió las consecuencias de sus acciones. Ahora bien, ¿puede afirmarse con certeza que el otro niño se excedió? La sociedad tiende a ponderar el dolor físico sobre el emocional. No obstante, en realidad, la situación era bastante clara y simple: no debió destruir lo que el niño amaba.
Era evidente que la explicación carecía de lógica; sólo un perturbado psicológicamente consideraría ese resultado como correcto, al menos eso piensa el muchacho.
Alan se levanta con algo de inquietud en su interior, decidido a no compartir el mismo ambiente que aquel ser carente de sentido común.
—Bueno, es cierto...lo analizaré con comodidad más tarde. Me retiró... debo ir con el jefe.
Al terminar de hablar, se gira sin esperar respuesta y se dirige hacia la puerta. Sin embargo, al sentir la presencia del hombre acercándose, Alan gira la cabeza hacia atrás.
Gio acorta la distancia con una sonrisa maliciosa que ilumina su rostro. Ahora frente al joven, con sus cuerpos casi rozándose, su voz se vuelve amenazante.
—La próxima vez, no te excedás en tus funciones, salvo que tengás intenciones de verme de mal humor. —Inclinándose unos centímetros, se pone a la altura de su oído—. Entre perros, creéme que el perdedor no sería el rabioso.
Alan asiente con la cabeza, evitando la mirada incisiva. Es un hecho inamovible: hay acuerdos y beneficios en juego. Nadie debe tocar el viejo juguete recién adquirido por este sujeto. Hay demasiado en riesgo; alterar el estado de ánimo de este hombre no es una opción. Por ahora, esa es una de las órdenes de Vargas. El joven se retira en silencio, sin pronunciar una palabra.
Minutos después, Octavio abandona la habitación y Gio observa cómo sus movimientos, fluidos y naturalmente gráciles, despliegan una arrogancia sutil. A pesar de la ropa casual que oculta su figura, la elegancia que emana de su presencia sigue siendo innegable.
Como había anticipado, el profesor se acomoda en el sillón frente a él. Ninguno de los dos dice palabra y el silencio se cierne sobre ellos.
Con una postura relajada, el hombre se deleita visualmente con la figura que lleva su vestimenta puesta.
El profesor se mantiene erguido e imperturbable, con la mente clara y el cuerpo respondiendo obedientemente. Sabe que golpearlo y escapar no es una solución viable. Antes de intentar huir, debe evaluar cómo hacerlo de manera efectiva en el primer intento.
Gio está satisfecho; H.R.Nova demuestra su efectividad. Esta solución innovadora combina nanoalimentos, una matriz hidratante y activadores neuronales, utilizando tecnologías avanzadas y compuestos bioquímicos para acelerar la restauración del sujeto de prueba. Los nanoalimentos bioactivos, partículas diminutas reconfiguradas a nivel molecular mediante nanotecnología, aseguran una absorción instantánea y aportan una gama completa de nutrientes esenciales que revitalizan el organismo. La matriz hidratante de liberación rápida, compuesta por polímeros inteligentes, libera fluidos rehidratantes y electrolitos al contacto con la sangre, facilitando una rápida rehidratación celular. Los activadores neuronales avanzados, compuestos neuroactivos, mejoran la cognición y la función cerebral, favoreciendo la recuperación mental. Estos elementos específicos impactan positivamente en el sistema nervioso central. Gracias a ello, la recuperación de Octavio se logra en pocas horas.
Debido a circunstancias excepcionales, esta nueva tecnología pasó de un pequeño conejito blanco a un conejo de metro ochenta.
Gio, es el primero en romper el silencio.
—Profesor, ¿no siente curiosidad por la recuperación que presenta su cuerpo?
Octavio, sin embargo, mantiene el mutismo, lo que provoca una creciente irritación en Gio.
—Realmente me desconcierta, viniendo de alguien tan apasionado como usted —dice al cruzar las piernas con calma, luego, levanta la mano para señalar hacia la mesa—. Oh, casi lo olvido. Justo frente a usted hay un estuche; le ruego que lo tome.
El profesor baja la mirada y efectivamente, encuentra un simple estuche frente a él.
—Por favor ábralo, le garantizo que no es algo que le cause algún tipo de molestia.
Al tomar el estuche, Octavio lo examina con una ceja levantada antes de abrirlo. Dentro, encuentra unos anteojos de marco plateado, un color que había sido descartado hacía años. La joven esposa solía recalcarle diariamente que esos lentes le sumaban demasiados años. A pesar de ser un hombre atractivo, Natalia solía decir que su elección estética era desacertada.
Levanta la mirada y ve ese rostro sonriente, aunque la imagen se presenta borrosa, distorsionada por su miserable visión.
—Confío en que estos son los adecuados. En caso contrario, estaré encantado de enviarlos para su modificación.
Esta falsa cordialidad le produce náuseas al profesor. ¿Cómo puede un ser humano ser tan detestable? Desearía saltar sobre él y clavarle los lentes en los ojos, pero debe contenerse; a su pesar, los necesita. Tras tomarse un momento para calmarse, finalmente se los pone.
Definir las líneas y recobrar la claridad visual resulta incluso peor.
Las personas a menudo relegan a otras al olvido, borrándolas de sus recuerdos durante largos períodos. Uno podría esperar que, al reencontrarse, fueran como desconocidos. Lamentablemente, a veces el destino actúa de manera contraria. El pasado que creía distante está sentado frente a él, trayendo consigo los errores olvidados de historias compartidas.
—Ese color le sienta bien, pero me gustaría que respondiera ¿Sabe quién soy?
—No.
Sin pensarlo dos veces, lo niega. Aceptarlo traería consigo consecuencias que no está dispuesto a enfrentar en este momento. Con la mente y el cuerpo en equilibrio, no debe perder esa estabilidad. Sabe quién es y cómo es, aunque no comprende, ¿por qué?
El hombre se levanta del asiento y se aproxima a Octavio. Al llegar a su lado, una necesidad imperiosa de provocarlo lo impulsa. Sus dedos tocan la piel del profesor con suavidad, deslizándose lentamente desde la frente hasta la barbilla.
—Considérelo un regalo por su arduo trabajo del otro día —susurra con perversidad.
Al escuchar esto, se ruboriza de ira, sus ojos se inyectan de sangre y su deseo de cerrar la boca que solo escupe palabras desagradables se vuelve casi insoportable. Con un solo movimiento rápido, retira la mano impertinente.
—No me toques —ordena, su voz cargada de furia.
Gio eleva las comisuras con satisfacción.
El frío y recto profesor tiene tres formas de reaccionar: primero, te ignora; si la situación se vuelve insostenible, te insulta; y, finalmente, cuando su autocontrol alcanza el límite, recurre a la violencia.
Bueno eso solo sucedió una vez en su pasado, no es una persona que se rinda a las pasiones.
Un estremecimiento de excitación recorre el vientre del hombre, toma la mano que rechazó su afecto y la presiona. Con su rodilla, inmoviliza la otra mano contra el apoyabrazos del sillón, mientras la sombra de su cuerpo se devora a Octavio.
—Profesor, tengo una propuesta interesante que debe escuchar.
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