"Secretos que he guardado en mi corazón, son más difíciles de ocultar de lo que pensé.
Tal vez solo quiero ser tuyo.
Quiero ser tuyo, quiero ser tuyo".
—Arctic Monkeys, I Wanna Be Yours
Gio levanta la mirada y observa el rostro enrojecido de Octavio, pero este, de repente, cierra los ojos.
Aunque la curiosidad lo consume, el profesor se niega a mirarlo.
El hombre extiende la mano y le acaricia la mejilla; indignado, el otro echa la cabeza hacia atrás evitando el contacto.
En medio del silencio, el agitado subir y bajar del pecho de Octavio resuena en la habitación.
Gio admira la marca en el cuello, los pezones ligeramente hinchados y el suave sonido de la respiración entrecortada. Sus pupilas oscuras brillan con un deseo insaciable y una intensa excitación invade su cuerpo.
Las largas y firmes piernas del hombre contienen con fuerza al sometido, mientras busca algo en el bolsillo trasero de su pantalón negro.
Sin titubear, abre un paquete de preservativos y se coloca uno en dos dedos.
Con mucha fe, se dispone a usar el escaso lubricante incluido en el látex. Sin precio aviso, rodea la entrada rosada y acaricia el borde.
Octavio le grita con rabia.
—¡Hijo de perra! ¡No te atrevas...!
Pero no puede terminar de amenazarlo, cuando Gio introduce los dígitos de un solo golpe.
—Ah~
Las paredes internas se rasgan con un dolor punzante. Un quejido se escapa de entre los dientes apretados de Octavio. El profesor intenta levantar su torso, pero su cuerpo indefenso tiembla de horror y de ira. Con los ojos bien abiertos y un destello rojo en ellos, mira a Gio con una ferocidad desbordante. Desea perforar su carne y romper sus huesos.
Sin embargo, Gio eleva la comisura de sus labios al notarlo, mostrando los caninos con satisfacción.
—¿No le resultaba repugnante? Bueno, su cuerpo parece contradecir esas palabras.
Gio encuentra un punto que desmorona la resistencia del profesor y este cae de nuevo hacia atrás.
El otro aprovecha; roza con la yema de los dedos ese punto una y otra vez.
—Si no le gustara, apuesto a que esto de acá... no estaría tan relajado.
Para el más joven, es estimulante ver ese pálido rostro cubierto de rubor y odio, lo que de alguna forma hace que su erección se hinche aún más.
Desesperado por liberarse, Octavio se retuerce sobre sí mismo.
Cuando Gio presiona en ese tierno y dulce lugar, la mezcla de dolor y placer se vuelve incontenible.
Su cabeza arde.
Su cuerpo arde.
Lo detesta.
Lo odia.
Se odia.
De repente, el estridente sonido de una alarma resuena de nuevo en la habitación, tan penetrante como intolerable.
El profesor se siente abrumado por el ruido y su mente lucha por mantenerse enfocada.
Gio detiene el movimiento y retira sus dedos intrusos.
El tiempo se agota y él lo sabe.
La tercera alarma resonará pronto, marcando el fin de todo esto. No tendrá la posibilidad de quedarse más tiempo con su viejo mentor.
Mientras Octavio intenta recomponerse, Gio ya se está preparando.
Baja el cierre y revela su miembro tenso. Toma otro preservativo y lo desliza sobre la longitud venosa.
Sin decir una palabra, sujeta las largas y esbeltas piernas del profesor aturdido.
Octavio siente el movimiento en su parte baja e intenta enfocar la vista.
En un solo movimiento, Gio sonríe y se introduce sin vacilar.
Un grito silencioso y ahogado se escapa de la boca del profesor. El hombre se detiene tras la fuerte inserción y rechina los dientes. Fue abrupto, no era su intención, pero el tiempo no es su aliado en este momento. Y el otro tampoco coopera frente a sus intentos amables.
Octavio, agobiado por el dolor intenso y asfixiante, jadea en su intento por respirar. Su cuerpo se contrae ante la invasión y el pene que se había quedado quieto comienza a embestir su culo sin piedad.
Los labios incoloros tiemblan al exhalar bocanadas de aire caliente, el movimiento incesante de las caderas produce escalofríos hasta su sien.
La piel blanquecina adquiere un tono rojizo y un suplicio indescriptible lacera su corazón.
Esto es humillante; la vergüenza carcome el alma de Octavio.
En todos estos años, jamás imaginó ser tomado de esta manera. Es un hombre, uno que tiene esposa, uno que solo le hace el amor a ella.
Ahora está siendo usado como un consolador de carne.Un agujero que un despreciable perro encontró para joder
Las lágrimas fluyen desenfrenadas de sus ojos cerrados con autodesprecio. Su mente atormentada solo quiere escapar de este lugar, de esta situación y de toda esta mierda.
Pero no lo logra.
Experimenta cómo sus tejidos internos son quemados por el hierro caliente que entra y sale. Sus entrañas, flageladas, son torturadas sin piedad y su estómago se retuerce buscando alivio.
Sus nervios están tensos y se revuelven en su sangre, hinchando cada vena de su cuerpo.
Siente la carne desgarrándose con cada movimiento; quiere gritarle al loco bastardo que se detenga, o al menos que sea más gentil.
Sin embargo, su orgullo se lo impide; no va iba a rogarle que se lo cogiera más despacio.
El odio venenoso nace desde lo más profundo de su abdomen y fluye hacia su garganta. Frunce el ceño y aprieta los dientes ante la sensación insoportable.
A la inversa, urgido por la pasión y la lujuria, las penetraciones de Gio son implacables. El miembro duro y ardiente se sumerge con violencia, llenando el interior por completo y golpeando hasta la base. Gemidos esporádicos escapan de sus labios resonando en las paredes del cuarto, mientras el sonido húmedo de carne chocando con carne hace eco.
La respiración de del hombre se vuelve pesada y el sudor adhiere la tela a sus anchos y bien definidos hombros.
Mira a la persona que tiene entre sus piernas con un anhelo reprimido.
Durante años, esta imagen ha carcomido su mente, persiste en su imaginación. Aunque no coincide a la perfección con la representación que había concebido, no está... nada mal.
La imperfección posee su propia belleza y desafío; si fuese perfecto, sería aburrido.
El cuerpo de Octavio es varonil pero a la vez sensual. Y con el velo de sudor que lo cubre, suma un erotismo que derrite las neuronas de Gio.
Un impulso repentino, combinado con la presión del tiempo, lo llevó a apresurar la situación.
Ahora sus cuerpos se unen bajo la excitación perturbadora del momento y las pequeñas gotas de sangre que envuelven su endurecida bestia avivan el fuego en su pecho.
Ver al hombre de firme y alta moral devorarse por completo su falo grueso en silencio es.. es molesto.
No espera que se rinda ante sus encantos, pero aun así, codicia escucharlo.
Como un músico sin su instrumento, buscando la melodía perdida, Gio se detiene y retira su miembro ardiente del orificio maltratado.
Se inclina sobre Octavio y lame las gotas de sudor que caen por su mejilla, hasta llegar a sus finos y delgados labios. Los muerde con calma y baja hacia su cuello, inhalando ese aroma amaderado que ahora se fusiona con el suyo.
Mordisquea las definidas clavículas y vuelve hacia arriba, lamiendo el borde de la herida y succionándola con profundidad.
Al final de su arduo trabajo, unos pequeños gemidos reprimidos escapan de la boca del profesor, esos que ha estado conteniendo por mucho tiempo.
El contacto de la piel húmeda y el sonido que emite hace que la boca de Gio se seque. La estimulación recorre su vientre al sentir cómo la piel vibra bajo su tacto.
—Profesor... Octavio —susurra con voz jadeante, mientras levanta las redondas y suaves nalgas.
Su aliento es abrasador, como los intensos rayos del sol en verano. Vuelve a besarlo, abre sus labios e introduce su lengua para saborear ese dulce sabor. Se desliza despacio, pero a la vez con profundidad.
Las negras y húmedas pestañas de Octavio se agitan; el dolor de la intrusión hace que arquee su cuello, rompiendo ese beso intenso.
Gio aprovecha el momento y muerde la vibrante manzana de Adán que lo tienta con su movimiento.
Los dedos de los pies de Octavio se curvan, perdiendo todo rastro de color. Intenta liberarse nuevamente, pero sus piernas, entumecidas por la presión que el hombre ejerce sobre ellas, no responden.
Las venas se tensan en su frente, mientras gotas de sudor caen de su cabello hacia su barbilla.
Bajo la mirada fija del hombre, el profesor inclina la cabeza hacia un lado, evitando esa mirada penetrante.
Gio se acerca más y lame las gotas que se acumulan en el borde de la mandíbula de Octavio.
—¿Qué se siente llorar y gemir con mi verga adentro? —susurra con malicia. Luego roza con los labios las venas del cuello a punto de estallar—. Si sigue apretándome así, me la va a cortar.
Pero el otro no le responde, permanece en silencio, evitandolo.
Con la mirada encendida, Gio observa cómo el miembro de Octavio, que no distingue el bien del mal, libera un líquido translúcido y pegajoso.
—Su cuerpo lo delata, profesor. Si no le gustara, no me la estaría succionando de esta manera. —La voz de es profunda y cálida—. Aaaah, lo siente, es tan bueno y estrecho.
Al escucharlo, las palabras perforan sus tímpanos como cuchillas. El sabor amargo del ácido gástrico inunda su boca y una creciente ola de náuseas lo atormenta.
Sin embargo, Gio no se detiene y murmura con tono burlón.
—Me encantaría ver la cara de su esposa en este momento. Que ella vea cómo su verga se derrite por mi tacto.
El profesor, con la última pizca de compostura desvaneciéndose, explota en un grito furioso.
—¡Loco de mierda, estás enfermo! ¡No te atrevas a nombrarla con tu boca asquerosa! ¡Púdrete, puto de mierda!
El falo, que se movía con lujuria se detiene de repente.
La expresión del hombre se torna sombría.
Retira el miembro duro y venoso, y con violencia, voltea a Octavio como si fuera un pedazo de trapo sucio y barato. Lo agarra del cabello con fiereza y lo obliga a levantar el torso.
—Hijo de puta—gruñe con dolor.
El antebrazo del agresor presiona su garganta cortando el paso del oxígeno. Las pupilas de Octavio, que antes eran de un marrón cálido, ahora titilan entre rojo y negro, y un frío glacial recorre su columna vertebral. Con sudor en la frente y los músculos tensos, lucha por mantener el control de su respiración.
Pero Gio aumenta la intensidad y une sus cuerpos sudorosos.
—Mi paciencia tiene un límite y parece que disfruta desafiarlo. Será mejor que cierre la boca y abra el culo en silencio.
Cada latido de su corazón retumba en su pecho. Siente la respiración caliente en su oído mientras el falo hirviente se frota contra la curva de sus glúteos.
—Pero, algo acá es interesante. —Baja la mano hasta la pelvis del profesor, acaricia el glande rosado y roza ligeramente la uretra. Mientras sube y baja despacio por todo el tallo con su mano, frota los muslos al mismo ritmo—. Al final, se hace el moralista, pero no es más que una puta vulgar que disfruta que la estrangulen mientras le rompen el culo.
Explora la hendidura entre las nalgas por un momento; el interior es resbaladizo y suave. Con una mano, separa una de las mejillas, exponiendo el agujero rosado. Sin pensarlo dos veces, inserta el miembro hinchado.
Un pequeño gemido de dolor escapa de la garganta de Octavio, pero intenta mantenerse en silencio. Siente una humillación profunda al verse vulnerable ante aquellos estímulos contradictorios. Anhela con fervor que esa ola de placer pronto encuentre una pausa, una que le permita recobrar el control sobre su cuerpo y su mente.
Lágrimas caen en silencio, pero ante los ojos de Gio, estás se tornan lascivas. Estimulan su deseo perverso mientras se relame los labios. Conteniendo los gemidos de satisfacción, habla con voz baja.
—¿Es aquí? —Presiona ese punto sensible—. ¿Cierto?
Lánguidamente, alarga el final de la pregunta mientras mueve las caderas más rápido.
El cuerpo de Octavio se contrae y los músculos de sus glúteos se tensan. El pene que golpea su culo sin piedad le provoca escalofríos, sus labios pálidos tiemblan al exhalar bocanadas de aire caliente. Estimulado por ambos lados, su miembro erguido se hincha aún más.
«No, no, no», se repite en su mente, «no puede ser, no, esto no, Dios, por favor».
La lengua de Gio envuelve el lóbulo de la oreja. El puente nasal alto y afilado de Octavio se humedece con pequeñas gotas de sudor. Sus ojos marrones, redondos, se mantienen cerrados y sus cejas negras bien marcadas se fruncen con odio.
La comisura de los labios del hombre se alzan con disgusto. Embiste con rudeza y presiona el miembro palpitante, un placer intenso se precipita en el cerebro de Octavio desde la parte inferior de su cuerpo. Una corriente eléctrica sacude su polla, que empieza a bombear el espeso y blancuzco semen haciéndolo perder todo rastro de dignidad.
Muerde sus labios con violencia hasta hacerlos sangrar, su abdomen se contrae y el líquido viscoso se desliza sobre los dedos que lo manipulan.
La humillación, acompañada por el placer, parece llegar a su fin. La habitación gira a su alrededor, la visión se oscurece y se enfoca de manera alterna. Su mente lucha por mantenerlo consciente: «No puedo, no, yo no...»
Cada intento por respirar le provoca un nudo en la garganta, desencadenando arcadas incontrolables.
El mareo en su cabeza se intensifica. Sensaciones extrañas invaden su cuerpo ultrajado, las rodillas flaquean y ceden frente al movimiento. El cuerpo, que apenas se mantiene erguido, cae sobre las sábanas.
—Vaya, qué lástima. Estaba empezando a disfrutar de este espectáculo de egos, pero al final gané yo. —Agarra el muslo del profesor y con las uñas deja marcas en su piel mientras embiste sin reparo alguno.
El hombre se desploma sobre su espalda y excitado, mordisquea la nuca de Octavio varias veces.
Los muslos golpean con fuerza, las nalgas del profesor brillan entre sudor y un tinte rojizo.
Los sonidos húmedos se fusionan con los crujidos metálicos de la cama al rozar el suelo.
Ambos intentan contener sus gemidos, pero es inevitable; el calor entre sus cuerpos los derrite.
—No crea que resistirse hará alguna diferencia. —Su voz no es alta, tiene un tono tranquilo, sereno y pretencioso.
Sus manos agarran con fuerza la cintura del profesor, dejando moretones en la piel pálida. La punta de sus caninos se asoma y sonríe satisfecho frente a las marcas que dejó en ese cuerpo que tiembla.
La tercera alarma suena, combinándose con el vaivén de la cama.
Gio separa sus cuerpos y admira esa espalda masculina que baja hacia una cintura estrecha.
Después de unos minutos, la alarma deja de sonar.
Retoma las embestidas sobre el sometido que se desarma aturdido.
Sus movimientos se vuelven apresurados y ansiosos, las venas de sus manos se ensanchan mientras presiona la suave piel de las caderas de Octavio.
Este siente cómo el miembro que está dentro de su cavidad se expande y comienza a palpitar.
Un sonido ronco y profundo escapa de los labios de Gio.
Presiona la cabeza del profesor contra las sábanas sucias y embiste frenéticamente, llegando al cenit de su clímax.
Los ojos marrones de Octavio comienzan a perder lucidez.
Sofocado, su cuerpo palidece.
Gio, en tres movimientos, termina su cometido y gime de satisfacción.
La mente del profesor queda en silencio.
Todo se oscurece y pierde la conciencia.
≪•◦♥∘♥◦•≫
Quince minutos después, Gio percibe unos pasos suaves acercándose por el pasillo. Antes de que el joven que se aproxima pueda girar la perilla, él abre la puerta, sorprendiéndolo.
—Dantez, te excediste en el tiempo—dice el joven con un tono preocupado—. El jefe te mandó a llamar.
—Lo sé.
El muchacho, curioso, intenta asomarse al interior de la habitación, pero Gio lo detiene con una mirada fría.
—¿Qué haces? No estás autorizado.
—Lo siento, solo tenía curiosidad —responde con una sonrisa incómoda.
—Alan, deberías saber que nadie puede entrar acá, excepto las personas autorizadas. Así que guarda tu curiosidad y no lo vuelvas a intentar.
—Hey, hombre, lo siento —dice al agitar las manos con nerviosismo, tratando de calmar la situación.
Gio cierra la puerta sin mirar atrás. Su postura es recta y elegante.
Mira al muchacho y con un movimiento de su manos le indica que se mueva.
Alan avanza unos pasos, mientras el hombre lo sigue con calma; la frente en alto.
En aquella solitaria y restringida habitación, Octavio yace inconsciente.
La cintas que mantenían sus brazos apresados han sido retiradas, su camisa está abotonada y sus pantalones están nuevamente en su lugar. Las cadenas ya no aprisionan sus tobillos y su cuerpo reposa sobre el colchón sucio y maloliente.
El profesor se sumerge en un silencio que lo envuelve en un sueño oscuro y profundo. Un silencio que pronto extrañará de manera existencial.
El primer día en cautiverio de Octavio ha finalizado.
─•──────•♥∘♥•──────•─