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Chapter 4 - Capítulo 3: Instinto primitivo.

"Me estás sujetando y sosteniéndo. Me estas matando lento, tan lento..."

I Feel Like I'm Drowning —Two Feet.

Un sonido resuena en la habitación.

Un pitido agudo y constante.

Penetrante e insoportable.

El corazón de Octavio late violentamente dentro de su pecho, mientras lucha por cada inhalación. Su respiración se vuelve errática y el pánico se apodera de su mente.

Intenta respirar, pero el oxígeno parece evaporarse del ambiente.

El sonido de sus propios jadeos resuena en sus oídos y una mano opresiva aprieta su garganta, impidiéndole llenar sus pulmones.

La pérdida de control.

La fuerza sobre la piel.

La vida que se esfuma.

Tan miserable.

Los músculos de Octavio se tensan, el cuerpo comienza a temblar y las lágrimas se acumulan en sus ojos. El miedo y la desesperación se entremezclan, creando un torrente de estímulos abrumadores.

Con una voz ronca y profunda, Gio inicia la cuenta regresiva.

—Cinco.

La visión del profesor se vuelve borrosa, mientras el mareo y el vértigo lo envuelven en una neblina confusa. Los pensamientos se dispersan, incapaces de concentrarse en algo más que la sensación de estar al borde del colapso.

—Cuatro.

El dolor agudo en el pecho se intensifica. A pesar de sus intentos desesperados por resistir, su cuerpo empieza a debilitarse.

—Tres.

Sus piernas temblorosas ceden, y un calor febril comienza a hormiguear en su entrepierna.

—Dos.

Entonces, Octavio cae en la oscuridad por completo, sin que Gio termine de contar.

≪•◦♥∘♥◦•≫

Mareado y bajo la sensación cálida y húmeda en una parte de su cuerpo, Octavio poco a poco recobra la conciencia.

Los oídos zumban y siente dolor en la garganta. Un pequeño quejido escapa de sus labios apretados; aún no puede ver lo que sucede entre sus muslos.

Esto solo hace que aumenta su ansiedad.

Desearía no haber recuperado la conciencia.

Trata de controlar la confusión, reprime un gemido y se esfuerza por mostrar una actitud más fuerte.

—¿Qué demonios estás haciendo?

Sin embargo, el hombre entretenido no le responde con palabras.

Prefiere las acciones.

El profesor se sacude hacia atrás y tensa las extremidades frente a la fuerte succión que el otro realiza.

Lamentablemente, al carecer de la vista, el cerebro se adapta y amplifica otros sentidos.

Octavio percibe el sonido del burbujeo suave y continuó de su miembro que entra y sale de la boca estrecha del sujeto. 

La piel de sus muslos siente la presión firme de las palmas del hombre que las toca con fuerza.

Su olfato se agudiza; el aroma a ámbar gris con matices de jazmín y un toque cítrico llena sus fosas nasales, desplazando el desagradable olor a humedad del cuarto.

La cabeza del profesor gira sin parar; no sabe cuánto tiempo ha pasado.

Aunque los grilletes de los tobillos han sido retirados, aún no puede moverse.

Todo está fuera de su control.

El calor se eleva hasta su rostro y la sangre corre velozmente por sus venas.

No puede soportarlo más.

Las palabras atascadas en la garganta emergen con un tono amargo y cargado de frustración.

—Esto es repugnante.

El hombre que está absorto en su trabajo, al escucharlo, raspa con los dientes el tallo de la longitud y la libera.

Al contacto con el ambiente, como un pez fuera del agua, el miembro duro se sacude suplicante. El cuerpo caliente siente el impacto del cambio de temperatura y un calambre hace retumbar la pelvis del profesor.

Rechina los dientes por la ira y luego grita con horror.

—¡NO VUELVAS A HACERLO!

La frente de Gio se tensa, sus cejas se fruncen y su mirada se torna amenazante. Limpia la saliva que cae por su barbilla con el puño y guarda silencio. Con una expresión altiva, examina cada centímetro de Octavio.

El pecho del profesor sube y baja rápidamente, mientras gotas de sudor caen de su frente y recorren su rostro. Un tono rosado devuelve algo de color a su piel pálida. Las marcas de las golpizas previas empiezan a adquirir un matiz violáceo en los bordes.

A pesar de su musculatura definida, las líneas y contornos del torso de Octavio son suaves y armoniosos.

En la sección media, una definición sutil en los laterales y una cintura angosta crean un contraste sublime, realzando la apariencia esbelta y bien definida de su abdomen.

En la costilla derecha, destaca el golpe más grande.

Una sonrisa pícara surge de los labios del hombre. Con el dedo índice acaricia la zona inflamada y aplica presión sobre ella.

—¡Aaaj!

—Profesor O, asuma que lo disfruta, créame, sería más fácil para usted.

Indignado, Octavio intenta levantar la mitad superior del cuerpo que aún está libre y fuera del control de Gio para gritarle.

—Hijo de puta, ¿de qué carajos me estás hablando?

El hombre se incorpora, se aparta de su posición de devoto orador y presiona con su rodilla la pierna derecha de Octavio.

—Profesor, me sorprende, lo consideraba un hombre inteligente —dice con voz carrasposa debido al trabajo interrumpido—. Es una pena que personas como usted solo se ensalcen en la rectitud y la moral sin aceptar el instinto primitivo que los consume.

Una sonrisa burlona aparece en sus labios, mientras presiona con rudeza el falo que se alza en lo alto.

—Mire como se le pone dura la verga con un poco de atención.

La piel de Octavio arde con furia al enfrentar la vergüenza que se niega a aceptar sobre su propio cuerpo.

Para él, esto es una humillación insoportable. Aprieta los dientes y luego grita:

—¡Cerrá la boca! ¿Pensás que todos somos iguales a vos? ¡Estás enfermo, maldito lunático!

—¿Enfermo? ¿Lo que está pasando acá es una enfermedad? Es realmente extraño. ¿Debería asistir al profesor para liberarlo de su tormento?

—¡Ugh! ... detente.

No puede hablar más, se muerde los labios para ahogar los sonidos que intentan escapar.

El cabello negro empieza a brillar, mientras las gotas de sudor que caen del mismo revelan la estimulación febril a la que está sometido. La carne es atrapada por dedos largos. El peso de la palma masculina lo envuelve y manipula sin escrúpulos; sin escucharlo.

Es asfixiante.

Gio lo observa con detenimiento, a su criterio la vista es sensual. Un buen material para disfrutar. Bajo su tacto, el órgano independiente late y se hincha. Cuando se detiene, este le reclama con un sutil quejido, invitándolo a que vuelve a obligarlo a mantenerse en una línea vertical perfecta.

La extensión dura y caliente se retuerce de satisfacción, sin embargo, la cabeza de Octavio enfoca toda su concentración en evitar la culminación de la excitación.

El glande redondo y rosáceo comienza a almíbar y los ojos de Gio se humedecen al contemplarlo. Aunque su piel es trigueña, el tono febril adorna sus mejillas. Se relame el labio superior al sentir como las venas del tallo palpitan para liberarse.

—Debería ver lo simple y vulgar de esta imagen.

La ira se acumula en la mandíbula del profesor, con la poca resistencia que posee intenta mover la cadera. Pero solo su torso libre se gira unos centímetros. Para su desgracia, los pezones descubiertos que habían sido previamente estimulados rozan el borde de la camisa abierta. Al contacto con la tela, el calor abrumador lo vuelve a marear.

¿Cuándo? ¡Que le hizo ese bastardo a su cuerpo!

No puede ceder, siente la urgencia de actuar. Él no se parece en nada a este violador. Posee una reputación que cuidar, un prestigio que mantener, una dignidad intachable. Cuenta con una esposa encantadora que lo ama, una existencia perfecta y decente en todos los aspectos.

Él no es vulgar.

Él no es simple

Él no es un animal.

A pesar del agotamiento, una chispa de resistencia arde en su interior. Sus labios se entreabren mientras respira profundamente. Su pecho se eleva con esfuerzo, y su voz surge. No es un grito estridente, sino un murmullo profundo que brota desde lo más profundo de sus entrañas.

—Yo no soy un maldito marica como vos.

La mirada de Gio se vuelve afilada, y sus ojos se hunden en una oscuridad profunda.

El pene extasiado, ajeno a las palabras de su dueño, es arrojado con violencia.

El dolor retumba por la columna hasta la médula.

Por unos minutos hay un silencio aterrador.

Esta vez, Gio tiene un ánimo diferente. Abre la boca del profesor con fuerza e introduce dos dígitos dentro de ella. Presiona el interior suave, observa como la lengua intimidada comienza a enredarse entre sus dedos de forma inconsciente.

Bajo la tenue iluminación, el resplandor de los labios humedos de Octavio le resultan atractivos. La saliva que se produce de forma veloz cae por los bordes con un brillo cautivador.

La camisa negra del que domina la situación se adhiere a su cuerpo por el sudor. Los firmes músculos abdominales del hombre se tensan y un pequeño sonido de satisfacción brota de sus comisuras.

Sin darse cuenta, su cuerpo se inclina y fricciona con su pelvis el erguido y suplicante miembro de Octavio.

El calor se expande junto con el dolor; la piel elástica va y vuelve con el movimiento de su cintura. La tela que esconde esa barra dura raspa de una forma insoportable.

La mano que contiene la quijada de Octavio reduce la fuerza. El sometido aprovecha la oportunidad, muerde y retiene a los invasores en su boca.

Gio siente la presión intensa y un ardor agudo en su dedo índice y medio, por reflejo le da una bofetada al profesor y este lo suelta.

Los alineados y blancos dientes de Octavio se tiñeron de un rojo ferviente. Con voz dura, esparce múltiples insultos. Uno tras otro, todos iban destinados al bastardo que lo atormenta.

Enfadado, el hombre levanta la mano para volver a golpearlo. Sin embargo, se detiene a la mitad.

Un suspiro se reprime en su garganta.

Él, ¿quería golpearlo en realidad?

Los insultos en su contra se acrecientan y la mente de Gio divaga por un momento. La persona bajo sus piernas, aquel frio moralista de treinta y siete años, ¿no reconoce sus propias pasiones? ¿Cuánto podía fingir Octavio? ¿Cuánto podía aguantar?

Los seres humanos responden de manera diferente ante diversas situaciones.

El profesor es una figura seria y distante en la sociedad, cuyas palabras se consideran leyes en su entorno. Aunque rara vez se muestra alterado, en circunstancias fuera de su control, su primera reacción es expresarse de manera vulgar.

En contraste, Gio emplea gran elocuencia y disfruta menospreciar a otros con frases complejas, desafiando su intelecto sin necesidad de recurrir a una madre para demostrar su superioridad.

Sin embargo, también es astuto y selecciona cuidadosamente sus palabras en ciertos contextos.

Al final de cuentas, el hombre es un férreo creyente de que los seres humanos son bestias enjauladas, atrapadas dentro de una sociedad opresiva que limita su libertad y naturaleza instintiva, obligándolos a comportarse de ciertas maneras para adaptarse a un entorno sofocante.

Al recordar algo, Gio sonríe y suspira.

En su existencia, de apenas veintiocho años, solo una persona logro contener su instinto animal, pero luego le dio la espalda en el momento en que más lo necesito. Ahora, los roles se invierten y es él quien debe enseñarle a esa persona, la plenitud de rendirse al núcleo primigenio.

Octavio contiene el aliento y se queda en silencio al sentir el cuerpo que se presiona por completo sobre el suyo. La respiración caliente del otro se extiende sobre su cuello y un cosquilleo insoportable se aloja en el lóbulo de su oreja. La lengua áspera la bordea e introduce la punta generando un escalofrió que es imposible de esconder.

—No usare la violencia contra usted profesor.

Lame el borde de nuevo y mete el lóbulo en su boca, succiona y los sonidos húmedos y lujuriosos torturan a Octavio más que las palabras.

La presa siente la vibración en la piel y el horror en el cuero cabelludo. La garganta sube y baja sin control.

Fue acechado, acorralado y este monstruo ahora juega con él.

—Este método es más efectivo. Aunque lo niegue con sus palabras, el cuerpo es honesto.

Al sentir el calor de la voz jadeante, el profesor no puede evitar mostrar el pavor que lo invade, erizándose como un campo bajo la tormenta.

Al verlo, Gio dice en voz baja y susurrante.

—Pero hay algo que debo hacer primero, una justa compensación por su accionar anterior. Parece que el profesor tiene un gusto particular por mí sangre. Considero correcto cobrarle de la misma manera, tal vez ¿esa fue la intención desde el inicio?

Con la punta de la nariz cincela la mandíbula de Octavio, en una suerte de enfermizo intento de seducción.

Pero él no soporta la humillación; cada poro revela su desesperación inminente, como si cada sentimiento estuviera grabado en la textura misma de su piel.

El espectador lee esa lírica imaginaria, sus ojos oscuros escudriñan cada letra en la dermis de Octavio. Su cerebro reacciona ante la sensualidad de esas palabras ausentes, reconoce cada una de ellas.

Se entierra en su cuello, aspira ese aroma amaderado fusionado con éxtasis. Inhala y exhala, guarda está combinación desconocida.

El profesor intenta correr su cara envuelta en la vergüenza.

Pero al hacerlo, los hombros rectos empujan hacía atrás y de está forma, los tendones del cuello trazan un camino intrépido bajo su piel.

El contorno de la vena se tensa, delineando una senda que se eleva como una serpiente despertando de su letargo.

Gio se aproxima, cautivado por ese despliegue frenético y desigual.

Resaltando por la ira y el miedo, se convierte en una línea prominente, tentando al oscuro deseo del depredador ansioso por saciar su sed en esa corriente vital.

Con movimientos suaves, desliza sus dedos por el cuello de su presa. Lo toma por la mandíbula y eleva la barbilla para exponer ese sector terso y blanco.

Primero lo besa y lame. Después, los colmillos penetran la piel de un solo golpe. Los dientes blancos muerden con fuerza y con la lengua carnosa y sin piedad succiona la sangre.

Desencadenando de está forma la voracidad de su anhelo, alimentándose de la esencia de Octavio.

Un instante de éxtasis y agonía recorre el cuerpo del profesor. Su pulso se acelera y su mente se entumece, envuelta en sensaciones desconocidas que lo perturban.

La sangre se filtra por la comisura de la boca de Gio, el sabor dulce lo embriaga. Presiona y succiona, mientras la presa gime. El sonido de sus quejidos retenidos hacen eco en su cabeza, nublando la poca humanidad que intenta mostrar a su viejo mentor.

El hormigueo se hace incontenible, la presión que ejerce su pecho contra el del otro hace retumbar su caja torácica.

El cuerpo debajo de el tiembla, fricciona su pene contenido en los pantalones sobre el abdomen desnudo de Octavio.

Los latidos de ambos van al mismo ritmo, fundidos en un compose agonizante pero estimulante.

Los labios gruesos se sueltan de la carne suave, una expresión confusa anida en su rostro. 

Las lágrimas derramadas por Octavio son tantas que inundan la tela gruesa que cubre sus ojos y se filtran a través de ella.

Gio lame el borde de su marca, limpiando las últimas gotas que brotan de ella.

—Me das asco—susurra el profesor con la voz temblorosa.

En un movimiento ligero retira la venda que cubría la vista de Octavio.

Frente al repentino golpe de luz sus ojos se desenfocan por un momento.

El sonido del click de la hebilla del cinturón del hombre hace que su cerebro se alarme.

—Me gustaría que desde este momento grave en su memoria cada imagen de lo que va a suceder.

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