Con el tiempo, acepté que mi destino era volver de la muerte una y otra vez. Esta vez, decidí enfrentar cada regreso con calma, aceptando que, sin importar lo que hiciera, siempre volvería a la vida. Para muchos, esto sería una maldición, pero yo lo tomé como una bendición. Con cada renacer, tenía la oportunidad de aprender más, de conocer los secretos que este mundo ocultaba y de descubrir los misterios que yacían en las sombras. Así, emprendí un viaje sin fin, explorando cada rincón de este mundo, entrenando a mis Pokémon, desenterrando tesoros olvidados y descubriendo lugares y materiales únicos.
Entre los muchos tesoros que este mundo ofrecía, uno destacaba especialmente: una dimensión de bolsillo, un espacio oculto capaz de resguardar cualquier cosa, e incluso a uno mismo. Solo unos pocos lograron encontrar y proteger uno de estos lugares, y ser poseedor de una dimensión de bolsillo se convirtió en la mayor de las recompensas. Cualquier cosa que se ocultara allí tendría un valor incalculable.
Mientras yo exploraba e investigaba, la vida seguía su curso, indiferente a mis propios ciclos. Nuevas generaciones surgían, trayendo consigo cambios significativos al mundo. En medio de esta evolución, nació el primer humano bendito, capaz de manipular un poder que revolucionó la relación entre los humanos y los Pokémon. Con él, comenzó una nueva era, y pronto, otros como él aparecieron, cada uno aportando su propio impacto a este mundo cambiante. Sin importar lo que yo hiciera, el tiempo avanzaba implacablemente, y la historia continuaba su curso.
A pesar de mi aparente inmortalidad, supe que algún día mi propio fin llegaría. Ese día llegó de manera inesperada, una tarde tranquila mientras observaba el paisaje en paz. De repente, una grieta se abrió en la dimensión donde estaba, rasgando el aire frente a mí y rompiendo la calma del lugar. De esa brecha emergió una criatura majestuosa y temible: un Lugia oscuro, de gran tamaño, con una piel de un tono sombrío y alas que parecían manos, que usaba para volar con elegancia. Este Lugia era diferente a los de su especie; su poder residía en una combinación de tipos psíquico y oscuro, una mezcla letal que anunciaba que no había venido en son de paz.
La aparición de este Lugia trajo consigo una guerra al lugar que habitaba. No vino solo; lo acompañaba un séquito de Pokémon, numerosos y poderosos, incluso comparables a los que yo había reunido a lo largo de los siglos. Su objetivo era claro: apoderarse de un tesoro único que yo poseía, el esqueleto de un Ho-Oh. En vida, Ho-Oh tenía el poder de devolver a los muertos a la vida, un poder que ellos deseaban utilizar. Sin embargo, su intención no era revivir al Ho-Oh para devolverlo a su antigua gloria, sino convertirlo en una marioneta, un recipiente para una entidad desconocida que podría reencarnar en su cuerpo.
No podía permitir que eso sucediera. No sabía qué clase de alma podrían invocar en ese cuerpo tan poderoso, y las repercusiones de tal acción serían devastadoras para la vida en el planeta. Así que, inevitablemente, se desató una batalla por el control de este poder. Me enfrenté a la invasión con todas mis fuerzas, pero pronto me di cuenta de que la situación se había escapado de mis manos. Era un conflicto que podía decidir el destino de todos, y aunque llevaba siglos enfrentando desafíos, esta vez el peso de la responsabilidad era mayor de lo que nunca había imaginado.
No había salida de este lugar. Aunque quise salvar a los más jóvenes y sacarlos de la dimensión de bolsillo, fuerzas desconocidas lo impidieron. Nadie podía entrar ni salir, y este lugar se convirtió en nuestro campo de batalla final. No podía rendirme al dolor de ver a los jóvenes morir o abandonarlos a su suerte. Tenía que hacer todo lo posible para que sobrevivieran; nadie más debía morir en vano. Así, ordené a mis aliados dar lo mejor de sí mismos y proteger a los más jóvenes mientras yo me preparaba para enfrentar a la amenaza.
"Por favor, maestro... debe sobrevivir, pase lo que pase...", fueron las últimas palabras de mi último compañero Pokémon, una Blissey de color rosa y blanco. En su cintura, donde solía llevar un huevo, esta vez no había nada. Cayó muerta frente a mí, tendida en el suelo mientras extendía su brazo hacia mí. En su mano descansaba un cristal rosado con la capacidad de curar, pero su sacrificio fue en vano. La habilidad del Lugia oscuro, Anticura, anula cualquier forma de sanación, incluso después de la muerte. Blissey había dado su vida para protegerme, pero su esfuerzo fue inútil.
Ahora, sabía que mi muerte estaba cerca. Dentro de esta dimensión de bolsillo, cualquier ser que fallece se convertía en alimento para el lugar, nutriéndose con su esencia. Sin duda, de aquí saldrían cosas inimaginables para quienquiera que encontrará este lugar en el futuro. Terranova, mi dimensión de bolsillo, ahora se encontraba llena de cadáveres, de Pokémon que alguna vez fueron parte de mi viaje. Podía ver sus cuerpos inertes por todas partes, la vida que alguna vez floreció aquí se había perdido para siempre.
Esperaba mi turno de morir, consciente de que esta vez no habría un regreso. Mientras mi visión se desvanecía y mi cuerpo caía, observé cómo la marca negra que siempre había tenido en mi mano desaparecía lentamente, como si la vida misma me abandonara por completo. Así, finalmente, caí ante la muerte, sabiendo que mi ciclo de resurrección había llegado a su fin.