Era la segunda semana desde el comienzo del viaje, y por lo general, pasaba la mayor parte del tiempo junto a los guías que manejaban el carruaje.
Los paisajes de las montañas nevadas eran cada vez más visibles; los amplios campos llanos cambiaban a pequeñas lomadas cubiertas por grandes viñedos de uvas, cuyo aroma era transportado por el viento.
—Antes del anochecer deberíamos llegar al asentamiento de Xiolat; los mejores vinos provienen de allí —dijo el guía al niño que lo acompañaba.
—No me gusta el vino —Sire frunció el ceño recordando la cena —. Aunque es bueno para hacerte dormir.
El hombre de unos cuarenta años sonrió; tenía una barba espesa y el cuerpo cubierto por una capa de piel gris para bloquear el sol.
—Veo que tuviste una desagradable primera experiencia —respondió entre risas—. Debes aprender de ello, la próxima vez saborea cada trago, el aroma y la compañía; entonces podrás disfrutar. Y si aún no te gusta, es que no es para ti. Descubrir qué cosas nos gustan o cuáles no es algo que sabremos con la experiencia.
—Le daré una oportunidad, aunque no creo que haga la diferencia.
Las carcajadas resonaron detrás de ellos; el carruaje cubierto por una carpa llevaba al resto del grupo.
—Al menos tus amigos sí le han tomado gusto al vino.
—No son... —las palabras se atoraron en la garganta.
—Entiendo. Aun eres joven; pronto encontrarás con quien conectar. Todo es cosa de tiempo y buscar.
—¿Buscar?
—Sí, no puedes esperar a que las personas simplemente lleguen a ti. Debes poner algo de tu parte para conectar. Somos seres de carne, huesos y sangre, no piedras a un lado del camino esperando que alguien vea nuestro valor.
—Entiendo. Maél ¿puedes ver a mi padre?, me gustaría saber de él —dijo Sire, desde que descubrió esta capacidad de su mentor estuvieron hablando durante el viaje.
El guía volvió la cabeza; los ojos estaban nublados con un tenue brillo pálido.
—Él está bien; es visitado por una mujer llamada Moft. Tal vez cuando regreses, tu familia haya crecido.
Sire dejó salir un suspiro, quedando ambos en silencio por un largo período.
—Sigo teniendo una duda —dijo Sire —. Dices que todos estamos conectados por lazos sanguíneos, entonces, ¿por qué somos tan diferentes en apariencia? Si la sangre es la misma, ¿no deberíamos ser todos idénticos?
—La humanidad se originó en la era primigenia, mucho antes de que yo naciera. Luego vino la era tribal, donde la humanidad comenzó a dispersarse por el gran continente creando sus propios asentamientos, divergiendo en características y cultura, adaptándose a los nuevos territorios, hasta la llegada de la era de la gran unificación, donde aparecieron los primeros Acus y con ellos la ascensión de los Solaris, conectando los diversos Vicus a través de los caminos del comercio. Luego vino el gran cataclismo, dividiendo el gran continente en otros más pequeños. Algunos califican esta como la era del cataclismo; yo la considero la era de la reunificación.
—¿Por qué no buscas la ayuda de otros como tú?
—Porque no todos pensamos igual. Para algunos, el cataclismo es la forma en que el arbitrium dividió los Vicus por algún propósito desconocido, alguna especie de prueba para la humanidad; otros creen que es para evitar la sobrepoblación y el uso descontrolado de los recursos, o un castigo por atrevernos a forzar nuestra mano en la naturaleza.
—¿Y tú qué piensas?
—Casualidad. Simplemente estábamos en el lugar equivocado en el momento correcto para ser arrastrados al desastre. Al igual que tú en este momento.
—¿Por qué siempre me remarcas eso? —susurró Sire, sintiendo cierto alivio por algún motivo desconocido.
—Para que no creas que el mundo conspira contra ti. Las cosas simplemente pasan; a veces nos hacen felices, otras no tanto, y algunas nos quitan más de lo que podemos soportar. El asentamiento está cerca; será mejor que devuelva a este hombre a la realidad. Recuerda practicar lo que te enseñé.
—¿Volverás mañana?
—Tengo mis propios labores por cumplir.
El hombre regresó a la realidad; tuvo un pequeño momento de sobresalto al despertar repentinamente.
—Protector Renatus Sire, ¿está usted bien?
—Sí, Larx, no te preocupes.
—¡Hey! ¡Sire! ven aquí, Miss quiere ver qué puedes hacer con tus raíces —gritó Val, asomando la cabeza por un costado.
—Estamos llegando al asentamiento —respondió sin darle mucha importancia; no era la primera vez que lo molestaban desde que lo vieron practicar con ellas.
En la entrada del asentamiento, dos jóvenes permanecían en la entrada, de cabellos color miel y ojos zafiro, de piel morada con motas verdosas en forma de salpicaduras; los gemelos Renatus Tarf y Karf esperaban unirse al grupo de exploración según el pedido de Maél Solaris.
Cuando el carruaje se detuvo, Sire estaba en una forma digna y presentable, mientras el resto olían a vino estando semidesnudos.
—Bienvenido —saludaron al unísono los gemelos.
—Gracias por recibirnos... —respondió Sire.
—Estoy viendo doble —dijo Pryll, acariciando el rostro de Tarf—, este es el real.
—¿Cuenta como trío si veo doble? —preguntó Val, intentando acariciar su barbilla y fallando.
—No puedes con una; ni sueñes con dos —respondió Miss, intentando colocarse los broches de la túnica que esquivaban su agarre, según su visión.
—Mis acompañantes están un poco alegres; espero ignoren su comportamiento... —Sire intentó calmar la situación.
—Él pequeñín nos está cuidando —dijo Pryll, levantando a Sire por debajo de los brazos—. ¿Recuerdas cuando te daba miedo navegar? ¡Vuela niño, vuela!
Los gemelos hicieron lo posible por contener las carcajadas. A pesar del desconcierto, Sire cerró la boca mientras era arrojado al aire como un costal de verduras.
A la mañana siguiente, los seis se reunieron en el templo.
Pryll estaba sonrojada al mirar a los gemelos y a Sire, que estaba de un notable mal humor.
—Partiremos una vez que hayan terminado de cargar los suministros. Pasaremos por cinco asentamientos donde solo descansaremos durante la noche y seguiremos al salir el sol. ¿Alguna duda?
Nadie cuestionó los planes. El viaje era más largo de lo esperado, y el camino cuesta arriba cada vez más empinado reducía la velocidad de la marcha.
Esta vez decidió viajar con los gemelos. Ambos permanecían en silencio meditando todo el tiempo, lo cual aburrió demasiado al joven.
Esta vez, Maél Solaris no hizo acto de presencia. Sire no tuvo más opción que practicar la manipulación del effigies durante el viaje.
Hasta ahora, había aprendido a manejarlos en conjunto, como una extensión del cuerpo. Lo siguiente era manipularlos individualmente, lo cual era muy difícil. La frustración llevó a Sire a desatar la ira con los árboles cercanos.
La caravana estuvo en un extraño silencio en todo el viaje.
Sire señaló con el dedo índice un árbol a unos 10 metros de distancia. Un hilo tan delgado como un cabello se extendió envolviendo el tronco. Con un leve movimiento de la mano, los hilos giraron dejando leves cortes en la corteza.
—Sire —dijo Karf—, entiendo que debas practicar, pero esa no es la forma adecuada.
Sire quedó desconcertado sin entender el significado. ¿Cuál era la forma adecuada?
—La mayoría en la caravana son personas normales, para ellos somos guardianes, protectores —Karf señaló el árbol que comenzó a caer—. No somos seres destructivos. Si estás frustrado y quieres desquitarte, hazlo lejos de la vista de los demás. Si sigues así, todo el mundo va a temerte y olvidarán lo que eres: un humano.
Sire asintió, aunque no estaba seguro de aquel pensamiento.
—Aun tenemos un largo viaje —dijo Tarf, sirviendo un poco de agua en un cuenco—. Siendo el heraldo de Maél Solaris, ¿tienes alguna idea a dónde debemos dirigirnos?
Sire sacó un medallón que llevaba en una bolsa donde estaba el resto de la ropa. El artefacto era del tamaño de una palma, un octágono dorado que al levantar la tapa reveló una aguja de cristal sobre un plato plateado con ocho puntos indicando diferentes direcciones.
—La aguja señala al Acus del Vicus de Dekan Solaris —los gemelos tomaron el artefacto haciéndolo girar en todas direcciones, sin importar lo que hicieran, la aguja apuntaba a la misma dirección.
—Entiendo, eso nos ahorrará muchos problemas. Al menos tenemos una dirección a la cual seguir —Karf devolvió el objeto a Sire —. Maél Solaris tiene artefactos interesantes.
—¿Por qué tratan a Maél Solaris como si no lo conocieran? —Sire escuchaba a veces hablar sobre él como si estuviera oculto en un lugar lejano, el cual nadie pudiera alcanzar, solo observar, como una estrella que se mostraba al llegar la oscuridad.
—Creíamos que era un mito. Fue solo cuando descendió sobre el Acus que confirmamos su existencia —Tarf extendió una manta en el carruaje —. El que se haya mostrado significa que las cosas están más jodidas de lo que creíamos. Un impulso de fe necesario para mantener el Vicus unido, o lo que queda de él.
—Casi 10 millones de personas, según Maél Solaris es la población total del Vicus, en su época más gloriosa era de 320 millones, entonces llegó el cataclismo. Somos todo lo que queda —Sire habló sin pensar, mientras los rostros de los gemelos palidecían por la información, sintiendo que había hablado de mas recordó su misión y el motivo por el cual lo hacía.
¨Prometí volver a casa... cuando esto termine¨