Sire caminó por el bosque recogiendo algunas ramas; el sonido de las aves y el tarareo de alguna melodía eran su compañía. El tiempo se ralentizó al observar una flor dorada; el mundo fue silenciado, las aves revolotearon alejándose en bandadas. Una feroz manada de lobos corrió en su dirección; apenas logró ocultarse tras un árbol, las bestias ignoraron su presencia. Osos, ciervos, conejos; la estampida destruyó las flores y la tierra retumbaba con cada paso.
El polvo cubrió la vista; una leve sensación de humedad le llamó la atención. Los pies ahora cubiertos por el agua lo hicieron sentir una presencia ominosa. Entonces llegó el retumbar furioso de un trueno; apareció una ola gigante que cubría los cielos, un muro de agua indetenible arrastrando todo a su paso los golpeó de frente, y el bosque estaba sumergido por el agua.
Levantó la vista mirando los rayos del sol que ingresaban en aquel espeso abismo; miles de figuras diversas empezaron a flotar.
"Todos muertos", pensó antes de despertar.
El cuerpo estaba cubierto de sudor; la habitación de piedra caliza era fresca, aunque eso no era un consuelo para el cuerpo tembloroso.
—¿Qué soñaste? —preguntó Pryll, quien dormía en la cama contigua.
Sire dudó en hablar; Maél le advirtió que esto era un secreto. Si la gente supiera que incluso un Solaris no podía defenderlos de todos los peligros del mundo, muchos perderían la fe en el Dux, y el mundo sería caótico. Sin orden no existe la paz, y sin paz la vida se vuelve más difícil.
—Con mi hogar —dijo en un leve susurro.
Pryll no lo cuestionó más; tampoco podía. El niño que trajo hace nueve meses ahora era conocido como Renatus Sire, uno igual a ella, y estaba aprendiendo a usar las bendiciones a una velocidad que dejó sin palabras a todos los ancianos. Muchos estaban apostando cuánto tiempo le llevaría alcanzar el rango de Carnalis; si eso pasara, Pryll, quien llevaba 3 años en el rango de Renatus, tendría que escuchar sus órdenes.
Luego de un incómodo silencio, Sire se levantó para ir a buscar un vaso de agua. A pesar de la oscuridad de la noche, podía recordar cada rincón del Acus, cada giro de pasillo, la ubicación de todos los salones. Incluso si cerrara los ojos, caminaría sin perderse.
No volvió a dormir esa noche; estuvo en el jardín mirando el cielo y recordando aquella estrella.
"Incluso las estrellas pueden caer", se lamentó, e hizo lo posible para no pensar en ello.
Sire obtuvo una bendición otorgada por Maél Solaris, una gota de su sangre. Aunque todo lo que hizo fue tocarle la frente con el dedo índice, esto le ayudaría a aprender rápidamente los misterios del Arbitrium. También asumió su responsabilidad en este trato; debía encontrar el origen de la neblina en las tierras brumosas. Una vez completada la misión, regresaría a casa.
Ahora que era más consciente de los peligros del mundo, comprendió lo ingenuo que era al aceptar el trato. Creer que todo sería tan fácil como un simple viaje de exploración.
Los antiguos mapas del continente le demostraron que tardaría años en ir y volver de lo que una vez fue el Vicus de Dekan Solaris; los mapas eran de antes del cataclismo, hace casi ochocientos años.
Durante el día, Sire estudiaba en el Acus, y por las noches era arrastrado por Maél para aprender a manipular el Arbitrium.
Las raíces se fusionaron con él, tomando formas diferentes; a veces era una espada, otras veces un cincel o un ave, tan variantes como la forma de pensar. Debía aprender a manipular su Effigies antes de que esta lo manipulara a él.
—Las personas no son conscientes de sí mismas —dijo Maél Solaris—. Si dejamos a un hombre deambular por el bosque, el instinto lo impulsaría a alimentarse y buscar un refugio. El instinto nos ayuda a sobrevivir, pero lo que nos eleva por encima del resto de los seres vivientes es nuestra voluntad. Moldeamos el mundo en contra de la naturaleza. Si nos dejáramos guiar por el instinto, seguiríamos siendo animales. Por ello, tenemos percepciones diferentes de todo lo que nos rodea, incluso de nosotros mismos. En tu caso, son estas raíces; cada una de ellas representa tu forma de aferrarte a los recuerdos, algunos más fuertes que otros. Por eso son tan variantes, algunas tan delgadas como un cabello, otras tan gruesas como tus brazos. Ellas son tú en este mundo; antes de aprender a controlarlas, debes aprender a controlarte.
Las lecciones de Maél Solaris eran el motivo del avance rápido de Sire.
—Pareces preocupado —dijo una voz familiar. Era Jargal, quien estaba en el Acus desde hace una semana. En sus manos llevaba una vela, alumbrando cada paso. El niño que una vez conoció había cambiado; era más alto y su cuerpo mejor alimentado. Llevaba una faja con un medallón de bronce en la cintura y la piel más clara por la falta de exposición al sol.
—Pronto deberé marcharme, regresar a casa me tomará más tiempo de lo esperado. Me preocupa mi padre; no he hablado con él en todo este tiempo.
—Escribe un mensaje. Ahora que eres un Renatus, tienes el derecho a enviar pergaminos a quien consideres importante.
—Él no sabe leer —respondió Sire, perdiendo la alegría al darse cuenta de ese detalle.
—Pero el Ductor sí lo hace. Solicita que este lo lea por ti, así conocerá tus circunstancias.
Sire asintió con la cabeza. De hecho, era una buena idea. Los privilegios del Acus eran algo que no había aprendido aún.
—Marcharé en un viaje a las tierras brumosas. Será mejor que vaya preparando esa carta. Tengo muchas cosas que contarle. Gracias, Jargal. Que Maél Solaris te ayude a cumplir tus metas.
Jargal asintió, y el niño caminó por la oscuridad más relajado.
Al salir el sol, Sire deambuló por las calles de la gran urbe. Algunas permitían el paso de dos carruajes y otras el de dos personas. Las casas de piedra tenían dos o tres pisos de alto, todas pintadas en diversos estilos y colores, como un campo floral rodeando la gran pirámide.
En la plaza central, la gente se apiñaba colocando mantos en el piso donde intercambiaban diversos productos. Un abrigo de lana le llamó la atención; era de un opaco color verdoso, reforzado por piel de oso en el interior y una capucha, especial para trabajar bajo el sol.
—¿Qué estás pidiendo por esto?
La mujer dejó de coser las pieles, levantó la vista y estuvo sorprendida.
—Dos lágrimas, joven protector —dijo la mujer, llamando la atención de todos alrededor.
Las venas de Sire brillaron como oro fundido, cubriendo todo su cuerpo. Extendió la mano, y la mujer puso un cuenco de piedra en la cual dos gotas doradas fueron derramadas. Antes de que Sire cuestionara si era suficiente, la mujer bebió las dos gotas.
—Gracias, gracias —repitió una y otra vez emocionada, a la vez que le entregaba la prenda—. Mi bebé será más saludable con su bendición.
—Eso fue bastante generoso —susurró Pryll, que apareció repentinamente.
El poder acumulado en el interior era bastante valorado. Para una persona normal, una gota era suficiente para sanar todas las heridas. En cuanto a dos, podría pasar un par de días sin comer ni dormir. Ofrecer tanto por una prenda era un mal gasto de la energía.
—Es para mi padre —respondió Sire, como si eso explicara todas sus acciones.
El trueque era más complicado de lo esperado; rara vez se llegaba a un acuerdo, y cada trato dejaba a alguien con la sensación de salir perdiendo.
No tenía intenciones de perder tiempo, y tampoco sentía que las lágrimas fueran tan importantes.
—El Dux Maggies celebra la cena de ascensión esta noche. Los nuevos miembros del Acus estarán presentes.
—Entiendo. Debería buscar algo para mí también.
—No te preocupes por eso; ya se te ha preparado un equipamiento adecuado para esta noche.
Sire, después de estudiar en el Acus, descubrió que solo existían 37 Renatus, 14 Carnalis y 3 Motus. La mayoría de ellos enviados a las fronteras con las tierras brumosas para detener el avance de las bestias feroces y ayudar en la evacuación.
Maél Solaris le explicó que de todos ellos ninguno era una Effigies como él, y por lo tanto, el único que podía ayudarlo a cumplir con la misión.
Una vez que obtuvo todo lo que deseaba para enviar de nuevo a Valak, regresó a la orden preparándose para la cena. Esta vez llevaría una túnica de lana blanca, con aros de oro adornando los brazos y una cadena de plata en la cintura. Pryll llevaba la misma vestimenta, al igual que otros dos jóvenes que acababan de regresar con los suministros de los asentamientos cercanos.
El primero era un hombre de unos 27 años, con cabello color ceniza y ojos marrones, y la piel azulada. Superaba a Pryll en altura por una cabeza. Renatus Val había ascendido hace 1 año y ahora acompañaría a Sire en el viaje.
Renatus Miss, una mujer de 21 años, con piel grisácea que era blanca bajo la luz y oscura en la sombra, llevaba el cabello trenzado terminando en rastas con pequeños aros de plata y oro de adorno. Sus ojos azules estaban recubiertos por una frialdad que asustaba a cualquiera que la observara fijamente, y una sonrisa que hacía pensar que tenía malas intenciones.
Una carroza empujada por dos toros los llevó hasta la pirámide, mientras las personas que los observaban marchar les arrojaban flores y ramos de menta.
—Renatus Sire —Val saludó con una sonrisa—. Escuché que ascendiste hace nueve meses y ya controlas las lágrimas. Sin duda alguna, un talento excepcional.
Pryll frunció el ceño; no esperaba que la noticia se difundiera tan rápido.
—Todo es gracias a Maél Solaris —respondió Sire, mirando el aro de nube ardiente en el cielo, lo que hizo que todos lo imitaran.
—Algún día llegaremos a ser como él —dijo Miss —. Entonces tendré mi propio Vicus, Miss Solaris. No suena nada mal, guardiana de la humanidad —se puso de pie, y el cuerpo brilló con luz esmeralda, haciendo que la gente gritara por su bendición. Val emitió un aura azul, mientras Pryll fue cubierta por un aura morada.
—Necesitas tener tu propio Acus para ascender a Solaris. Eso es lo que me dijo Maél.
Los tres que estaban disfrutando de las alabanzas volvieron la vista horrorizados hacia Sire.
—¿Hablaste con Maél Solaris? —Preguntó Miss con voz temblorosa.
Sire señaló al cielo; las nubes que una vez formaron un aro comenzaron a girar en un remolino, en cuyo centro un hombre cubierto por llamas doradas los observaba.
Aún estaban a kilómetros de distancia de la pirámide, pero aquella figura era claramente visible, como si solo estuviera a un paso de ellos. Los gritos se silenciaron, y las personas lo observaron descender lentamente de los cielos mientras comenzaban a arrodillarse.
—Maél Solaris realmente existe —susurró Val, inclinando la cabeza.