Sire estaba de pie en la esquina del templo, mientras Pryll y Jargal se habían reunido en el gran salón.
—¿Estás seguro de que es un soñador? —dijo Pryll, con muchas dudas, a veces algunos tenían sueños pero dejaban de tenerlos con el tiempo.
—Me enteré de ello el mes pasado —respondió Jargal, mirando al niño que parecía una estatua de tristeza.
—No parece muy feliz, ¿hay algún problema? —Muchos aprendices a su edad estarían ansiosos por ir al Acus y servir al Dux Maggies.
—Es muy apegado al padre, tienen un lazo afectivo... muy especial —Jargal no tenía otras palabras para explicar la situación.
Pryll pensó en una solución; lo último que deseaba era viajar con un niño que lloraba todas las noches.
—Le dije que si pasa la prueba podría regresar con su familia —Jargal esperaba que ella pudiera motivar al niño.
Pryll guardó silencio pensando en las palabras del Ductor; de hecho, mentir era un buen método para evitar problemas.
—Podría hacerlo, una vez que todo termine —agregó Pryll, esperando que eso lo calmara.
Sire levantó la vista, con los ojos llenos de determinación.
—Ve con tu padre —Jargal quería tener una charla privada, algo que él no debía escuchar.
Sire aprovechó para salir del templo una vez que le dieron permiso.
—¿Puedo saber qué está pasando en la frontera? —dijo Jargal en tono serio.
—Una gran cantidad de bestias están invadiendo el territorio, generando estampidas, destruyendo los asentamientos. Debido a las largas distancias una vez que todo empezó, ya era demasiado tarde para detenerlo —Pryll miró el rostro tenso de Jargal —. Tu hermano está vivo, en una misión en el norte, lejos de las zonas invadidas.
—Así de mal están las cosas —susurró Jargal aliviado y a la vez preocupado por el Vicus.
—Peor de lo que piensas, estamos escasos de personal —Pryll dejó salir un suspiro —. Necesito un descanso; vamos a darle la noticia al niño.
Jargal tenía una mirada llena de arrepentimiento; le agradaba Sire y no quería mentirle, pero tenía que hacerlo.
—Cuidaré del niño —dijo Pryll mientras salía del templo.
Harl llevó de la mano a Sire, quien tenía una mirada perdida y permanecía con la cabeza baja.
—¿Por qué estás triste?
—Me llevarán lejos, ¿y si no puedo volver?
—No pienses en las cosas que no han pasado; no es lo que te enseñaron. Voy a estar aquí esperando a que regreses, no importa cuánto tiempo te lleve. Estoy seguro de que encontrarás la forma de regresar.
Sire quería seguir hablando, pero fueron interrumpidos por la llegada de Pryll.
—Nos volvemos a ver, niño; nos iremos mañana al amanecer. No hace falta que lleves nada; ahora vete y disfruta del día con tu padre.
Al día siguiente, Harl acompañó a Sire al puerto. Esta vez habían llevado más suministros de lo habitual, y Pryll ya estaba esperando en la barcaza mientras los hombres tomaban asiento y se aferraban a los remos.
—Vamos, niño, llegó el momento de partir —dijo Pryll, mientras Sire cruzaba el puente que conectaba el puerto, deteniéndose a cada paso, hasta que finalmente subió a la barca.
—Estaré aquí; me entiendes, voy a esperarte —dijo Harl, cuyas lágrimas comenzaron a brotar mientras sonreía.
—Sí, papá, volveré pronto —Sire estaba parado al borde de la barcaza, deseando saltar sobre los brazos de su padre.
Harl observó el rostro cada vez más molesto de Pryll mientras alejaba al niño del borde, sin estar seguro si era para que no cayera o escapara.
—Empujen —dijo Pryll, alejándose lentamente. Sire observó impotente cómo las figuras se hacían cada vez más pequeñas hasta desvanecerse.
—Sire, ahora es cuando debes madurar; esto pasaría tarde o temprano, lo entiendes.
Asintió, al sentir que la barcaza se balanceaba constantemente; pensó que debajo del río existía un gigante que respiraba, creando olas en la superficie.
Aferrado a una cuerda que sujetaba los barriles de granos, cerró los ojos por miedo. Pryll lo tomó de la faja que sujetaba las pieles, levantándolo sobre los hombros.
—Deja de tener miedo; eso solo te hará daño. Abre los ojos, no pienses en el peligro; siente el viento, el paisaje que te rodea. Existen cosas peligrosas, y el mundo está lleno de ellas. Si vas a tener miedo de todo lo que es desconocido, nunca podrás disfrutar de la vida.
Sire extendió los brazos y miró al cielo, al igual que las nubes, deseaba volar.
Pryll disfrutó por un momento junto al niño. La rápida corriente acompañada del impulso de los remos aceleró la barcaza que navegaba por el río. Era una de las pocas cosas que la emocionaban en este mundo. Le hubiera gustado tener su propio barco y recorrer los serpenteantes ríos hasta el mar, pero nadie que haya navegado hacia los horizontes ha regresado al Vicus.
Un lago cristalino reflejó el cálido sol que los observaba desde lo más alto del cielo; el muelle formaba un gran semicírculo en la orilla norte del lago. Sire quedó embelesado al descubrir la gran urbe; las casas se apilaban por cientos de miles, y una gigantesca pirámide dorada coronada por una llama arcoíris flotaba como una nube.
—Allí vive el Dux Maggies —dijo Pryll —. Si pasas la prueba, podrás ingresar para recibir su bendición.
Sire asintió con la cabeza, perdido en lo majestuoso de aquel lugar, apenas escuchó las palabras de la mujer que lo arrastraba por los callejones de la ciudad, mientras el séquito la seguía cargando carretas con diversos tributos.
Un templo cien veces más grande que el asentamiento dio la bienvenida al niño. Tenía diversos patrones de rostros dibujados en las paredes con ventanales de vidrios coloreados que reflejaban el paisaje de la urbe.
Las personas en el interior caminaban en paso rápido y silencioso. Un anciano encorvado con una larga túnica negra se acercó a Pryll saludándola con un leve gesto de la cabeza.
—Renatus Pryll, bienvenida —el anciano cuestionó —¿El niño es tu aprendiz?
—Sire de Valak, es un soñador —respondió Pryll.
El anciano abrió con sorpresa sus ojos cansados.
—Esto es peligroso en este momento.
—Entonces será mejor que nos apresuremos —Pryll no tenía intenciones de perder el tiempo; no era ella quien debía hacer la prueba.
El anciano dudó por un momento y luego dio media vuelta, guiándolos al fondo del largo salón. Tras atravesar un estrecho pasillo, llegaron a una habitación circular hecha de una piedra lechosa.
Una vez en el medio de aquel cuarto, Pryll esperó a que Sire terminara de comer para darle instrucciones.
—Vas a quedarte aquí; no se darán alimentos ni agua. Una vez que esa puerta se cierre, permanecerás así por tres días. Solo entonces podrás salir. Cuando la puerta se cierre, verás símbolos en las paredes; tu deber es recitarlos en el patrón que vayan apareciendo.
Pryll no esperó ninguna respuesta; simplemente dio media vuelta y salió del lugar. Sire quería seguir tras ella, pero la puerta de piedra fue cerrada sin dejar marca de que alguna vez existiera.
Sin otra opción, comenzó a observar las paredes que ahora brillaban en un tenue color rojizo con venas que se extendían lentamente. El tenue brillo parpadeaba al ritmo del latir del corazón. El techo, las paredes y el piso formaron una red infinita de grietas. Buscó desesperado aquellos símbolos, pero la vista era borrosa, con una niebla que empezó a brotar de cada rincón.
Los pulmones le ardían, el aire era espeso y la transpiración lo cubrió por completo.
Arrancó las ropas desgastadas, deseando encontrar una salida. El frágil cuerpo se volvió más débil. Recordó el ardor de aquella vez que se quemó las manos, y el pensamiento lo llevó de nuevo a su hogar; la figura de un hombre de pie frente a él, extendiendo las manos, le otorgó un renovado valor.
"Debo volver, lo prometí", pensó.
—Sire —la voz le resultó familiar.
—Padre, ¿me escuchas? —las palabras hicieron eco.
Sire dio un paso pesado para alcanzar aquella figura borrosa, pero antes de tocarlas, se disolvió en un espeso humo.
—Sire —la voz le resultó desconocida, era suave y dulce, un sentimiento particular brotó de él, la figura era más pequeña y lejana, sintió una familiaridad especial como si fuera alguien que no ha podido olvidar pero jamás llegó a conocer.
Sin darse cuenta, derramó lágrimas. Con la poca fuerza que le quedaba, corrió hacia ella y a unos pasos de llegar, chocó contra una pared perdiéndola de vista. Al levantarse nuevamente, la figura había desaparecido.
—Cálmate y respira —la voz hizo eco, proviniendo de todos lados.
—Era mi madre, quiero verla —susurró estando seguro de ello.
—Cálmate y respira —la voz era desconocida y relajante.
—¿Quién eres?
—Mírame y sabrás quién soy.
La neblina abrió un camino; un hombre cubierto de oro fundido flotaba en la distancia, sus ojos brillaban como dos soles azules y una corona de plata con nueve obeliscos de diamante brillaban entre las llamas que lo rodeaban como un halo.
Sire se cuestionó si estaba soñando por primera vez; el dolor, el miedo, todo desapareció, solo hubo una sensación de seguridad.
Un nombre hizo eco en lo más profundo de su ser, incitándolo a caer de rodillas.
¨Maél Solaris, el protector del Vicus, el forjador del camino, el sabio del orden, el que alcanzó los cielos, el nacido de las almas ¨
—Ahora sabes quién soy, pero, ¿sabes quién eres tú?
—Yo... no soy nadie —susurró con duda.
La figura antes lejana ahora estaba a unos pasos de Sire, a veces era un anciano, otras un joven o un niño, la figura cambiaba constantemente, el manto de oro que lo cubría ondulaba levemente, brillando como llamas furiosas.
—Eres como yo, un humano, es lo que somos, y tienes un don, uno que puede cambiar el destino de la humanidad, al igual que yo.
—Y... si no es lo que quiero —respondió, solo deseaba volver a casa.
—Tienes miedo a lo inevitable, y lo entiendo. El tiempo viaja en una única dirección, hacia adelante y nos arrastra con él. A diferencia de los demás que pueden olvidar cada día y ver el siguiente como uno más, tú puedes recordarlo perfectamente, y volver a revivirlo en tus sueños, puedes regresar al momento en que eras más feliz, pero la realidad te muestra otro mundo, uno menos agradable.
—Yo... no lo quiero, ¿puedes quitarme este don? —Sire levantó la vista con una mirada llena de esperanza.
—Naciste con él, al igual que el resto. Algunos nacen para ser cobardes, otros valientes, altos, bajos, con ojos diferentes, pieles diferentes. No elegimos cómo nacer, dónde, o cuándo, y ni de quiénes. Eso es algo que nadie puede cambiar, nadie puede arrebatártelo. La sangre que viaja por nuestras venas es algo que heredamos sin desearlo. Todo lo que podemos hacer es aceptarlo, superar nuestros defectos y resaltar nuestras virtudes. Si todo lo que haces es negarte a aceptar lo que eres, ocultándote en el pasado, jamás lograrás ser quien debes ser.
—¿Quién debo ser? —Sire sintió calma por unos instantes, los soles azules emanaban una voluntad que lo llenó de valor.
—Eso debes averiguarlo tú mismo —Maél desvió la vista observando los alrededores ahora vacíos de toda niebla, las venas rojizas eran como raíces extendidas en todas direcciones, Sire hizo lo mismo, quedando completamente confundido.
—¿Qué pasó con la habitación?
—Sigues en la habitación, siendo más específico, tu cuerpo sigue en ella. Ahora nos encontramos en el Arbitrium... es un lugar complejo —. Maél analizó al niño en silencio por unos segundos —. Tienes un camino largo y difícil por delante. Eres lo que llamamos un Effigies, capaz de habitar ambos planos de la existencia. La mayoría apenas deja una marca en este lugar absorbiendo parte de él y convirtiéndolo en energía en el plano material, pero tu marca es... — señaló las raíces que se extendían —tienes un potencial superior.
Maél agitó las manos y todo el mundo cambió. Una zona montañosa nevada apareció, en el horizonte una neblina negra y espesa impidió el paso de la luz, avanzando lentamente rodeando toda aquella montaña.
Sire quedó horrorizado por aquella vista, ver el mundo siendo consumido, las tierras convertidas en cenizas, la vida deformada, amorfa, con un hambre insaciable por consumir todo a su paso.
—El continente está muriendo —Maél extendió las manos formando una esfera de fuego, arrojándola a las profundidades de la neblina, escucharon un grito lleno de odio y lamento. Sire cubrió sus oídos soportando el espantoso sonido —. En tiempos normales haría lo posible por guiarte paso a paso en el largo camino del Arbitrium, pero el tiempo se nos acaba —. Maél observó las raíces que formaron un largo camino —Además de mí, existen otros Solaris, pero algunos de ellos han caído.
El mundo cambió. Una pirámide de piedra apareció frente a Sire, en la cima brillaba un aro de fuego, mientras un hombre dorado observaba el cielo nocturno donde una estrella roja descendía en el lejano horizonte. Ya sea de día o de noche, la estrella cada vez era más brillante opacando las lunas y el sol, mientras un sentimiento de desesperación los afligía.
La estrella finalmente desapareció en el horizonte cubierto por el extenso océano, y cada día fue más sombrío, un miedo primordial a lo desconocido, a una fuerza de la naturaleza que no podía ser detenida.
Un día tan normal como el resto de los anteriores, el mar se retrajo y la naturaleza demostró lo insignificante de la vida.
Todo el continente fue cubierto por una ola marina, tan gigante que derrumbó las montañas como si fueran castillos de arena.
El hombre dorado ardió furioso en la cima de la pirámide, intentando detener la destrucción pero no fue suficiente. Las casas fueron aplastadas por la marea y la pirámide completamente consumida.
Este día fue nombrado como el gran cataclismo, separando a la humanidad en diversos continentes.