II
El último de los lobos
-¿No nos habían dicho que no fuéramos?-
-¿Y tú les crees?-
-¿Debería?-
El sol estaba en lo más alto. Habían cambiado los bosques por los pantanos. Los charcos de agua se extendían por la tierra de los caminos. Alex miraba todo muy sucio, como olvidado. Estaban en un completo chiquero.
La aldea tampoco parecía algo bueno. Era un lugarcito perdido de la mano de los dioses. Alex observó cómo cada persona los miraba como sí estuviera viendo a un demonio. De nuevo, otro lugar más en donde no eran bienvenidos.
-No tienes una buena reputación- Alex lo dijo casi molestando. Pero lo cierto es que no se sentía cómodo.
-Los forasteros nunca la tienen- respondió Mathieu-. Hay mucho peligro por los caminos. Cada persona cuida lo suyo.
-Estos pobres no parecen tener mucho…
Y no había palabras más ciertas. La miseria rondaba el lugar, parecía que no existía nada. Si había algo para comer, quizás estaba perdido en un tiempo muy pasado. Mientras más se iban acercando, más los miraban raro. La poca gente que había en lugar se estaba aglomerando en un rincón. No hacían nada además de mirarlos. Sus ojos estaban más afilados que cuchillos.
-¿En serio te quieres quedar aquí?- Alex se oía asustado.
-No. Pero nos echarán de cualquier lado.
Alex entendió demasiado bien esas palabras. Asintió mostrándoles una sonrisa a los lugareños. En cuanto se alejaron, se volvió tranquilamente para verlos. Y hasta les hizo el favor de extenderles la mano.
-Estás siendo demasiado cordial- dijo Mathieu.
-Al menos espero que les caiga bien…
-Eso no lo dudes.
Entraron en la taberna local. Alex nunca había entrado en una, pero se dio cuenta de que no era muy diferente a la posada. A pesar de las advertencias, de esas ideas que le metieron a Lucano en la cabeza de no entrar en esos lugares, el niño se sintió a gusto. Era bastante acogedor.
Se sentaron tranquilamente en una mesa. En esta ocasión, Mathieu ni siquiera intentó acercarse al mostrador. Quizás si estaban lejos, se atreverían a atenderles. Y eso pasó. Llegaron casi al momento.
La persona que los atendió era una chica regordeta y sonriente. Vestía un vestido basto y un delantal bastante sucio. Se notaba que la higiene no era lo suyo. Alex la miró como anonadado.
-Señorita, ¿usted trabaja aquí?
La chica asintió. Alex pareció algo asqueado.
Mathieu le dio un zape en la nuca. Alex lanzó un alarido bastante ridículo. La chica comenzó a reírse por lo bajo.
-No es gracioso- dijo el niño algo molesto
La chica no paraba de reírse.
-Vamos a ordenar- sentenció Mathieu.
No más lo hicieron, Alex se le quedó viendo con fijeza. ¿Por qué Mathieu había hecho eso? ¿Acaso no podía hacer caras en un lugar tan sucio? Era contradictorio. Pero luego miró a su amigo. Él tampoco estaba demasiado limpio.
-No lo entiendo- le dijo-. ¿Por qué nunca te bañas?
-¿Qué quieres que parezca?
-No lo sé… ¡Una persona normal!
-Sí que eres molesto.
-Como digas...
Se hizo un largo e incómodo silencio. Ambos dejaron de hablarse por un rato, más no pudieron hacerlo por mucho tiempo. Al fin y al cabo, ¿de qué valía eso?
-Algún día vas a bañarte- dijo Alex.
-Ya lo veremos…
Aquella noche, el pueblo estaba en silencio. La gente de pronto se había apartado. El miedo, un elemento antes extraño, ahora parecía más presente. Alex miraba desde la ventana de la taberna, refugiado en su interior. La gente que los acompañaba no salía por ningún motivo. Y en sus ojos se les miraba la razón.
Era una idea bastante curiosa. Alex no era supersticioso, pero tampoco dudaba. La gente hablaba de un monstruo, de un ser que venía a visitarlos muy a menudo. ¿El motivo? No estaban seguros. Pero todo se lo achacaban a Ella.
Alex quería desesperadamente saber quién era esta persona. Pero Mathieu no parecía querer nada.
-Esto no nos incumbe- le dijo.
Estaba sentado a su lado. Bebía una cerveza en un vaso bastante lleno. Desde que consiguieron pasar la noche dentro de la taberna, había decidido emborracharse, pero no podía, pues era demasiado resistente. Ya iba por su quinta cerveza. A Alex no le importa si bebía.
Eso sí, no le gustaba que dudara de su instinto. Su amigo podía ser mayor y más avispado, pero él por mucho se consideraba más empático. Estaba seguro que su vida de aprendiz de monje le había ayudado en algo. Aunque no sabía bien si podría practicarlo todo.
Pero quería hacerlo. Solo deseaba que lo tomaran en serio.
-Veo sombras- dijo.
Mathieu se empezó a reír.
-¿Tienen alas?- se burló.
-No digas eso…
-Ay, chico…
-¡Espera!
Alex le indicó a su compañero que guardara silencio. Desde la ventana empezó a ver como las sombras se movían. Al observar bien, pudo notar que era solo una.
-Y es muy grande…
-¿Cuánto?
-Mucho.
-Que bueno. Parece mi casa.
Maldito Mathieu. Alex sentía que sus improperios lo estaban volviendo loco. Sin embargo, el interés y la gana de saber qué o quién era el condenado espectro que miraba lo tenía concentrado.
-Se aleja del pueblo- dijo.
-Se dirige hacia donde Ella.
Alguien más había hablado. Era la chica regordeta de la tarde, quien estaba muy cerca de Alex, limpiando una mesa. Hablando con ella, descubrieron que era la hija del posadero. Además, supieron que había enviudado a muy corta edad. La chica sí que podía ser comunicativa. Por tanto, quizás sí le preguntaba…
-Lucinda- Alex había escuchado el nombre y todo. Le hizo la pregunta sin dejar de mirar por la ventana-, ¿por casualidad sabes quién es esa Ella de la que tanto hablan?
-No creo que pueda-
-¿Por qué no?
-Es que… es algo difícil.
La chica se reía nerviosamente. Alex la miró con fijeza. Ahora sus palabras eran más importantes que la ventana.
-Está bien- dijo-. Se llama Marta.
-Y está Marta… ¿qué hace?
-Tiene una pequeña propiedad cerca de la aldea. Cultiva cosas.
-¿Y por qué nadie la quiere?-
-Por qué es la única que puede.
-Ya veo...
Mathieu de pronto dejó de reírse. Se había estado riendo durante toda la conversación-
-Ella les vende, ¿verdad?- preguntó.
-Sí- Lucinda no se veía muy feliz aceptándolo-. Pero lo vende todo muy caro. La gente dice que su avaricia vino a traer la mala suerte.
-¿Y tú les crees?
-¿Nos has visto cultivando?
-Claro que no.
La mañana llegó así como acabó la noche, de golpe y sin avisar. Alex lo sintió tan extraño, que pensó que todo había sido como un sueño. Ver a toda aquella gente abandonar las calles por las noches y recorrerlas tan rápido por la mañana le parecía contradictorio. Sin embargo, así era el miedo y la valentía de las personas. Y estaba muy justificado. La noche anterior había muerto alguien. Era un niño que se había salido de casa sin ser visto. Era el primero en mucho tiempo. Ahora Alex ya estaba entendiendo por qué tanto miedo.
-Es horrible… -se lamentó Alex. Mathieu y él estaban viendo como se llevaban el pequeño cadáver envuelto en un saco. Era un espectáculo lamentable-. No tiene sentido.
-Pero no nos incumbe- respondió Mathieu-. Por mucho que duela, no podemos hacer mucho.
-Es increíble que digas eso.
-Pero es lo que es.
Alex estaba anonadado. Mathieu estaba dispuesto a muchas cosas en la vida, de eso estaba seguro. Al fin y al cabo, lo había sacado del monasterio incluso arriesgando su propia seguridad. Por tanto, le parecía tan rara esta situación. No lo entendía. Pero tampoco es que lo necesitara.
Trató de ser firme. Quizás valiera para algo.
-Eres un poco doble cara, ¿lo sabías?- preguntó.
Mathieu se echó a reír.
-¿De qué te ríes?
-De lo poco que entiendes.
-¿Qué debo entender? ¿Qué eres un desconsiderado? ¿Qué haces las cosas por razones ridículas? ¿Qué me salvaste a mí y no salvas a estas personas?
-Lo tuyo fue distinto.
-Esto significa mucho…
Mathieu se quedó parado, mirándolo fijamente a Alex. Su expresión estaba envuelta en mucho misterio. Estaba pensando en algo, pero no podía saber qué. Era un enigma. Aunque luego lo dijo.
-Te haré un pequeño favor.
-¿Qué?
-Iremos a ver a esta mujer. A la tal Marta. Quizás ella sepa exactamente qué pasa con la bestia…
-Qué bueno.
-Pero luego no haremos nada.
-¿Por qué?
-Es lo único que tengo.
-Está bien.
-Vamos, entonces.
Y se dirigieron a las afueras. Preguntando en varios lugares, descubrieron que Marta vivía a pocos metros, pero fuera de la aldea. Nadie los vio bien cuando preguntaban eso. Era obvio que nadie la quería.
La finca de Marta era más o menos un lugar grande. La casa era seguramente más grande que cualquiera de la aldea, de eso no quedaba duda. Los animales rondaban alrededor, como buscando alguna cosa. Había cerdos, gallinas y perros. Alex sonrió mucho al verlos.
-Qué bonito- dijo.
-Si quieres, puedes abrazarlos- dijo Mathieu.
-No seas tan pesado…
Mathieu se volvió a reír. Luego se lanzó a correr de forma ridícula hacia la puerta. Alex lo siguió de cerca hasta que se detuvieron en el dintel. La puerta estaba cerrada, aunque se oían sonidos dentro. Mathieu tocó la madera con delicadeza.
Al tiempo, la puerta se abrió. La persona que los recibió era una mujer bastante joven. Se le notaba unos treinta años y tenía el cabello castaño, acompañado por unos relucientes ojos color café. Su boca era delgada y su nariz se miraba pequeña. Era una mujer bastante bonita.
-¿Marta?- preguntó Mathieu haciendo una reverencia- ¿Es usted la dueña de aquí?
La mujer no respondió de inmediato. Miró a Mathieu haciendo su gesto y luego se rió de manera bastante repentina. Alex sintió que algo raro pasaba.
-¿Pasa algo?- Mathieu estaba sorprendido.
-No, nada- respondió ella. Su voz era bastante dulce-. Es solo que nadie en este pueblo hace esas reverencias-
-¿Lo cual…?
-Lo cual dice que no son de aquí.
-¿Y eso es bueno?
-Creo que mejor no puede ser.
Alex vio cierto alivio en la mujer. Era obvio que Marta no soportaba el trato que le daban. A eso se debía su repentina actitud hacia ellos. Sin embargo, la mujer no escatimaba recursos en devolverles la amabilidad. Los dejó pasar sin siquiera preguntar. Ya estando dentro, notaron que la casa se miraba desierta. Alex pensó que quizás la mujer vivía sola y que su vida de paria también venía ligada a un estado de insuficiencia. No obstante, se llevó una gran sorpresa cuando oyó unos sonidos provenientes de la cocina.
Un niño salió de la habitación. Tenía la boca cubierta de una pasta negra que seguramente era comida. El niño sonreía, mostraba sus dientes sucios y su rostro ennegrecido. Alex vio que frente al pequeño él mismo parecía un adulto.
-Es mi hijo- dijo Marta.
-¿Su hijo?- Alex estaba extrañado- ¿Y él también…?
-No sale mucho.
-Ah, bueno…
El pequeño se llamaba Ismael. Marta dijo que le puso así porque había conocido a un hombre bueno con ese nombre. Alex de inmediato pensó que ese había sido el nombre del padre. Aunque luego no le prestó atención.
-Se ve como un niño bastante feliz- dijo Mathieu tratando de ser cordial.
-Gracias- respondió Marta.
Se hizo un silencio incómodo. La mujer estaba pensando en algo, pero no lo dijo en voz alta. Alex miró a Mathieu. Sus ojos le decían que hablara.
-Venimos porque queremos hacerle unas preguntas.
Marta sonrió.
-¿Qué desean?
-Queremos hablarle de la criatura esa que sale de noche.
-¿Y qué hay con eso?
-¿Por casualidad usted sabe algo?
-¿Qué puedo saber?
-Esto se está saliendo de las manos…
Mathieu decidió cortarlo todo de lleno. Miró a Alex con unos ojos que denotaban mucha pena. Luego le echó un vistazo de cordialidad a la señora.
Ella solo se rio.
-No saben lo que están haciendo, ¿verdad?- les dijo.
Mathieu negó con la cabeza.
-Al menos mi amigo no puede…
-Es solo un niño- respondió Marta.
-Otro que se da cuenta
-¿Qué exactamente quieren saber?
-Yo no quiero nada. Es este niño que quiere- señaló a Alex-. A mi me importa un bledo lo que haga ese monstruo.
-No es un monstruo- soltó Marta. No se miraba contenta.
-¿Ah, no? ¿Entonces qué es?
-Es un lobo.
Alex y Mathieu se quedaron pasmados.
-Me viene a visitar desde hace años. Se queda pegado en mi puerta y luego aúlla. Es lamentable… Parece que quiere entrar. Yo nunca lo he dejado.
Estaban sentados en un enorme sillón. Este era bastante viejo. Alex, Mathieu e Ismael miraban a Marta pasmados.
-¿Y por qué no lo deja?- preguntó Alex.
-Nunca podría. Ha matado a mucha gente. No quiero que toque a mi hijo.
Mathieu estaba extrañamente interesado.
-Este lobo… ¿es grande?- preguntó.
-¿A qué se refiere?
-Usted sabe lo que le digo.
-No he visto muchos lobos en mi vida.
-Solo le pregunto si le parece enorme.
-Por supuesto.
-¿Cómo cuánto?-
-Mucho más que la raza de perro más grande.
Se hizo un extraño silencio. Mathieu se quedó de pronto algo pensativo. Luego miró a Alex con una sonrisa bastante extraña.
-¿De qué te ríes?- le preguntó el niño.
-De lo genial que eres.
-¿Ah?
-Has hecho una cosa buena.
-No te entiendo.
Pero pronto lo haría. Y quizás él también se reiría.
-Señora- Mathieu se aclaró la garganta-. ¿Quiere deshacerse de ese animal?
-¿Disculpe?
-Que si quiere… matarlo. Para proteger a su hijo.
-No lo sé…
-Puede pensarlo.
-Pero…
-No se preocupe.
-Me la pone muy difícil.
¿Y lo hacía? Alex veía que la confusión parecía cubrirla. Sin embargo, en sus ojos existía una certeza.
-Hágalo- la palabra salió de su boca como una centella.
-¿Está segura?
-Por supuesto. No puedo dejar que esa cosa siga viva. Además, creo que eso calmaría un poco el odio que la gente siente por mi.
Alex respiró aliviado. Por un momento pensó que la cosa se volvería extraña, que quizás ese lobo raro tendría una oportunidad y se salvaría. Que bueno que su final estaba más que seguro. O al menos eso pensaba hasta que vio a Mathieu a los ojos.
-¿Qué…?
Mathieu se lo llevó a parte.
-Iré por esa cosa- le dijo.
-Eso ya lo sé
-Pero no creo que haga lo esperado.
-No me digas…
-Ya lo decidí.
-Estás loco.
La situación ahora estaba más difícil. Alex se sentó en el sillón al lado del niño. Estaba seguro de que la noche que se les avecinaba sería muy larga. Tan larga que quizás no terminaría. O no como ellos esperaban.
Mathieu se quedó parado hablando con Marta. La mujer se veía sonriente, como si se le quitara el mundo encima. Alex notó que su amigo tenía una sonrisa de orgullo.
"Maldito" pensó, "te volviste a salir con la tuya".
La noche brotó como una dama perdida luego de marchar en las sombras. Parecía que no estaba presente desde hacía mucho tiempo. Aunque lo cierto era que el tiempo se repetía constantemente en la noche. Mathieu así lo sabía.
Estaba afuera de la casa. Esperando, sus ojos se perdían en el horizonte iluminados por la luna. Mathieu pensaba que ya se tardaba, que quizás no vendría. Estaba inquieto. Su respiración lo llamaba. Y pareció que le respondía. El lobo brotó como una centella. Venía rápido, como sabiendo de antemano que estaba allí. Mathieu lo recibió como se recibe a un asesino.
Su espada zumbó a través de la noche. El acero brotó de la vaina a una velocidad devastadora. Mathieu trató de impactar al lobo, poniendo en el golpe todo su esfuerzo. Sin embargo, sólo logró levantar el viento.
El polvo también se elevó. Este se convirtió en una careta. Estuvo así durante varios segundos, como cubriendo su cara del peligro. Cuando se disipó, la luna se quedó firme sobre el blanco. Y por fin pudo verlo.
El lobo sí que era un animal hermoso. Pero llamarlo lobo sería muy poco. Su tamaño, su pelaje casi brotado de un ser irreal, no tenían sentido. Mathieu se quedó con los ojos fijos, pensando que estaba soñando. Era tal su ensoñación, que estaba paralizado. No había sentido nunca nada parecido. No obstante, no podía decir que estaba asustado. Era una sensación más bien difícil. Era una especie de veneración. Mathieu creyó que estaba ante una especie de dios y actuó como tal. Fueron unos segundos de mucha confusión, aunque finalmente terminaron. Y fue en ese momento cuando el lobo se alejó.
Mathieu se apresuró de inmediato a perseguirlo. Estuvieron corriendo durante varios minutos, internándose y saliendo varias veces de la maleza. Los charcos eran profundos y el pantano muchas veces llegaba hasta sus rodillas. Los pantalones de Mathieu se empapaban mientras trataba de manejar el peso. Cuando salían a tierra, era todo un suplicio. El tiempo pasaba con ese sufrimiento. Así siguieron hasta que se cansaron.
Mathieu no supo exactamente donde se detuvieron. La oscuridad era demasiado profunda. Sintiendo la humedad, pudo darse cuenta que estaban dentro de una cueva.
-¿Por qué me sigues?- dijo alguien.
La voz sonó muy poderosa. Mathieu se quedó parado observando lo que tenía enfrente. La oscuridad era fuerte, sí, pero se veía algo. Eran dos puntos luminosos que estaban viéndolo. Unos ojos brillantes y amarillos.
-¿Puedes hablar?- Mathieu no creía que estaba emitiendo esa pregunta.
-Pues claro. ¿Qué me creías? ¿Un simple animal…?
-No. Pero no para que hablaras.
-Ya no soy un lobo.
-¿Cómo…?
-Déjame tocarte.
Mathieu se estremeció. Sintió una mano tocándole el brazo.
-¿Eres… humano?
-A veces. A veces no. Es lo que me tocó vivir.
-Yo lo sospechaba. Pero nunca pensé…
-Ahora piénsalo. Y acéptalo. ¿Qué demonios hacías fuera de mi casa?
-¿Tú casa? Allí vive la señora Marta.
-¡Marta es mi esposa!
-¿Y el niño es…?
-Mi hijo.
Su hijo. Era obvio. ¿Por qué demonios hacía lo que hacía? ¿Un lobo vigilando una casa? Tenía que haber un sentido para todo eso.
-La estabas protegiendo, ¿verdad?- Mathieu trató de sonar convencido.
-No lo sé- la voz del hombre lobo sonó confundida-. Es un instinto. Cuando soy un lobo normalmente me comporto como una bestia. De hecho, hasta mato inocentes. Pero, por alguna razón, no puedo dejar de volver. Es imposible para mí no hacerlo.
-¿Por qué los dejaste?
-Tenía que hacerlo. Mi esposa no tiene que saber lo que soy. Tampoco puedo arriesgarme a que mi hijo lo sepa. Es importante que mi secreto siga estando oculto…
-¿Quieres que todo desaparezca?
-Me gustaría morir. Pero no puedo. No tengo valor. Aunque pensándolo bien…
Hubo un momento de silencio.
-Oye, ¿podrías…?
-¿Matarte?
-Sí. Me vendría bien. Al fin descansar. Me harías un gran favor.
Mathieu sintió una enorme lástima.
-¿No quieres ver a tu familia?
-No. No puedo. Sería mejor para ellos que no lo hiciera.
-No tienes por qué morir del todo.
-¿A qué te refieres?
-A qué podrías dejar algo…
Y así Mathieu logró convencerlo de que contara su historia. Fue una historia triste, como muchas que solía escuchar. El hombre le contó cómo había quedado maldito luego de salir de caza y como había tenido que escabullirse, así como había vivido mendigando en la maleza. Mientras hablaba, podían escucharse sus sollozos. Apenas podía contenerse.
Sin embargo, no lloró cuando llegó su muerte. Es más, la tomó como si no fuera nada. Era como que si el tiempo simplemente se parara. Como que no fuera nada más que eso.
Mathieu limpió la sangre en el cuerpo. Nunca pudo ver su rostro. Y no pudo obtener mejor regalo que eso…
La mañana siguiente llegó en silencio. Alex se levantó muy temprano. Se acercó a la ventana. Cuando vio, Mathieu se acercaba desde la lejanía.
Alex salió corriendo a recibirlo. Venía sudado y con un rostro triste. Sus ojos incluso estaban rojos, no tanto por el insomnio, sino por otra cosa. Al verlo, no quiso preguntarle nada.
-Me alegra que hayas terminado- le dijo.
-Pero si no hemos terminado- respondió Mathieu.
-¿Ah, no? ¿Qué pasa?
-Tenemos que entrar.
-¿Y qué haremos?-
Mathieu sonrió tristemente.
-Vamos a escribir una historia.