Parte III: La ciudad sagrada
1
Un año pasó después de la partida de Alex, y Lucano aún no se sentía bien. La depresión lo llenaba por completo. Se sentía cansado, como si el tiempo hubiese pasado más rápido de lo que pudiera percibir. Sus cuarenta años parecían sesenta. Nunca pensó que sentiría el peso de la fatiga, del largo tiempo de contemplación y del dolor tan pronto.
Pero no podía sentir otra cosa. Era todo lo que tenía encima. Y más cuando pensaba activamente en ello.
Eso pasaba más que todo en los momentos de soledad. Lucano pasó gran parte de ese año en su oficina, contemplando el techo de la habitación. Usualmente, cuando pasaba algo en el priorato, Lucano siempre estaba activo, buscando cómo resolver el problema. Este año no fue así. Sus pensamientos simplemente no se lo permitían. El priorato comenzó a sentir su ausencia.
Cierto día, estaba haciendo lo mismo. Sus ojos puestos en el techo, pensando. Tantos eran sus pensamientos que no se percató que le tocaban la puerta.
Esta se abrió sin que él lo pidiera. En el dintel estaba parado el hermano Eleazar, un monje gordo que escribía poemas cuando nadie lo miraba. Se decía que antes de ordenarse tenía una novia en su pueblo, la cual había fallecido de una enfermedad. Sus poemas, al parecer, eran dedicados a ella. Este día en especial, Lucano sabía que su mente no estaba en los poemas.
El hermano Eleazar tenía una carta en la mano. Sin ver su contenido, Lucano ya sabía de quién era.
Aunque aún así lo preguntó.
-¿Quién mandó la carta?- su voz se oía cansada.
-Fue su excelencia, mi prior. Dice que la lea de inmediato…-
-Está bien. Damela de una vez-
Lucano la recibió en sus manos. La abrió sin dudar lo que contenía.
Lucano:
Espero que la tristeza no te haga sufrir. Oí lo que pasó con el pequeño Alex. Necesito que hablemos. En unos días vendrá un carruaje a recogerte al pueblo. Tengo algo para ti.
Tu amigo,
Obispo Molina.
-Maldito- susurró Lucano después de leer la carta-. Maldito seas por meterme en esto-
Lucano lanzó un alarido antes de volver a mirar al techo.
Lucano esperó el carruaje durante dos días. Durante ese lapso, empezó a recoger sus cosas y se tardó mucho haciéndolo. No quería hacer nada. No quería saber que tenía que hacer.
Los monjes lo miraban con preocupación. Era normal que Lucano nunca estuviese feliz, y de hecho, nunca lo estaba. Sin embargo, no estaba en el imaginario colectivo del priorato mirar a su líder en un estado letárgico. Lucano notaba esos sentimientos, pero tampoco hacía nada por evitarlo.
Quizás estaba demasiado molida su alma, o puede que un estado de hastío. Era posible que estuviera mejor si la vida se le terminara, pero tampoco podía hacer eso. Aquello ocupaba su tiempo.
Finalmente, llegó el carruaje. Lucano se subió en el vehículo y se despidió del priorato. Los monjes se arremolinaron en la puerta para verlo partir. Él ni siquiera trató de calmarlos.
No sabía a dónde iba. No estaba consciente de nada.
El viaje duró varios días. Las paradas en la posada no interrumpieron su estado de pensamiento. Cuando llegaron al palacio del obispo, Lucano finalmente entendió dónde estaba.
Su excelencia estaba afuera esperándolo. No más se acercó a la puerta, el obispo le dio un abrazo. No era normal que los religiosos hicieran esas cosas. Pero el obispo era un amigo, o eso pensaba.
Lucano trató de mostrarse animado. Sonrió ante las cosas que le contaba su señor. Estaba claro que trataba de hacer que el dolor que claramente mostraba no fuera tanto. Pero ya había pasado mucho tiempo para olvidarlo.
El primer día no hablaron de eso. El obispo trató de centrarse en cosas sin sentido, como buscando entablar conversaciones que no requirieran tanto esfuerzo o contemplación. Lucano trató de entrar en su juego, viéndose en evidencia cuando había que reír. Estaba claro que su risa no se mostraba genuina.
Pero el obispo seguía sin mencionar nada. Lucano estaba desesperado por hablar de eso, pero tampoco presionó a su excelencia. Esa noche se fueron a dormir cada uno a su habitación sin haber mencionado una sola palabra.
A la mañana siguiente, el obispo ni siquiera esperó a terminar el desayuno.
-Te afectó demasiado, ¿no?- preguntó.
Esta vez Lucano sonrió de verdad.
-No es gracioso- agregó su excelencia.
-He probado todas las emociones- dijo Lucano-. Sólo la locura parece la más apropiada para esto-
-Nunca te he imaginado loco-
-Espero que se acostumbre…-
-Lucano, considero que deberías serenarte. El mundo no se ha acabado. Alex no está muerto, ¿sabías?-
-¿Lo encontraron?- Lucano pareció encontrar algo de esperanza.
-Algo así…-
-¡Tiene que decirme!-
-No creo que te guste oírlo-
-No me diga esas cosas-
-Será muy duro…-
El obispo abrió la boca y midió bien lo que le dijo. Lucano lo escuchó sin creerlo, pero cuando terminó estaba convencido. Y no le gustaba.
-Es increíble- dijo-. Al parecer ya está corrupto…-
-No lo creas así- su excelencia trató de calmarlo. Sus ojos se veían sinceros por lo que hablaba-. Es su corazón el que importa. Los corruptores tienen que desear tener el poder para volverse lo que son-
-Pero de seguro el guardador ya le dijo lo que es…-
-¿Y tú crees eso? Es posible que Alex ni siquiera sepa lo que es todavía. No tengas miedo-
-Pero vio la muerte de esos hombres que usted envió-
-Y también ha visto muchas ejecuciones en su vida…-
-Le juro que yo no lo habría expuesto a eso si hubiera querido-
-Lo sé…-
A Lucano no le gustó reconocer eso frente al obispo. Pero su excelencia no se molestó. De hecho, sonrió.
-Lucano- dijo-. Sé que tu trabajo te ha causado mucho dolor. No creo que debas seguir ejerciendolo…-
-¡No diga eso!-
-La decisión ya está tomada, hijo. Has venido aquí para ser relevado-
Al principio, Lucano se sintió feliz. Más luego se sintió como un inútil.
"Tantos años y no sirvo para lo que hago. No entiendo porqué me pasa esto…"
El obispo pareció leerle el cerebro.
-No quiero que sufras, hijo- su excelencia señaló al cielo-. Ni siquiera el mensajero te verá mal porque renuncies-
-¿Y qué voy a hacer ahora?- preguntó Lucano-. No puedo dedicarme a cuidar cerdos como mi padre. Una de las razones por las que me volví sacerdote era que nunca aguanté la vida del campo-
-E hiciste bien, Lucano. No te preocupes. No volverás allí-
-¿A dónde iré?-
-Irás a la ciudad santa-
-No entiendo que puedo hacer allí…-
-Mucho. Puedes hacer mucho, hijo. Tu experiencia con Alex le servirá mucho a los cardenales y a los sacerdotes que investigan a los constructores. Además, podrás ver de primera mano lo que se hace con ellos-
-No me atrae esa vida-
-¿Acaso no quieres salvar a Alex? Conocerlo más no será malo. De todos modos, yo no quiero que sigas en Kipo. Esta fue mi idea para que tengas una mejor vida-
-Usted no pudo hacerlo…-
-Tú sabes bien que sí-
Y lo sabía. No quería reconocerlo, pero lo sabía. Su excelencia era así. Siempre le preparaba muchas sorpresas. Ahora Lucano no sabía qué hacer, pues nunca se negaba a los designios del obispo. Tan solo se preguntaba si lo que tendría que vivir sería bueno.
-¿Cuando me voy?- la pregunta sonó más que una afirmación.
-Cuando estés listo- el obispo le sonrió y le tocó el hombro de manera paternal-. No quiero que pienses que esto es un castigo-
-¿Entonces qué es?-
-Es lo que te hace falta-
Lucano observó al obispo con detenimiento. Su sonrisa se veía asquerosa. No estaba sucia, pero él lo sentía así.
-Ojalá tenga razón- respondió-. Ya no se que hacer con mi vida-
Lucano estuvo una semana en el palacio del obispo. Durante su visita lo acompañó a hacer diligencias, aunque los últimos tres días se encerró en su cuarto a decir que leía. En realidad, solo estaba llorando. Aunque el último día tuvo un sentimiento que le dio cierta vida.
Se imaginó tener el conocimiento más grande del mundo sobre los constructores. También, sintió que tenía poder, una energía que no pensó alguna vez poseer. Por primera vez en todo este tiempo, sintió que podía hacer algo.
Lucano se puso a cantar. Entonó ese himno que le cantaba al pequeño Alex cuando éste lloraba, cuando extrañaba el hogar de su supuesta madre abusadora. La canción hablaba de poder, hablaba de destino. Le decía lo que tenía:
Tú eres único,
estás en mi corazón.
Tu poder es más grande,
más importante que cualquier pasión.
Te quiero, y no lo sé,
tocaste mi corazón y me diste fe.
Siguió repitiendo la letra. Una, dos y tres veces. Las lágrimas rasgaron sus mejillas cuando terminó.
El día de la partida llegó frío y desolado. El viento corría cómo no lo había hecho en toda la semana. Lucano no sabía que estaba diciendole.
El obispo lo recibió con un abrazo. Le dijo algo en el oído, algo que Lucano no quiso entender. Ya tendría tiempo para pensarlo.
Lucano miró por última vez en mucho tiempo a su maestro. Luego no volvió a verlo más, trató de olvidar que existía. Se subió al carruaje y no pensó en ello. La ciudad santa lo estaba esperando.
2
Lucano pensó que abordaría un barco para llegar a la ciudad sagrada. Según el mapa de Maná que tenía en la pared de su oficina, el continente donde estaba la majestuosa capital de la religión, Sanctum, se mostraba luego de atravesar una larga masa de islas. Hacía mucho que no subía a un barco, por lo que estaba algo emocionado. Sin embargo, eso no fue lo que pasó.
El cochero que lo llevaba le dijo que su viaje terminaría en Sina, la capital del continente donde estaban, Fatum. Allí se encontraría con los miembros de la iglesia local. Ellos le dirían qué hacer.
Al principio, Lucano estaba confundido. Luego de alguna manera entendió lo que pasaba. Pero no podía ser. Era imposible.
"El mundo no es lo que parece", pensó, "eso ya lo sabes…"
Ahora lo sabía. Pero no quería pensar en la posibilidad.
Llegaron a Sina en pleno silencio. La noche estaba cubriendo la ciudad. Lucano se despertó de un profundo sueño, un letargo que le dio mucha energía. Presto, miró hacia las luces que se levantaban en la oscuridad. La iglesia estaba en el centro de la ciudad. El carruaje se detuvo frente a la enorme estructura. Lucano se bajó del carruaje sin nada de fanfarria.
Esperaba encontrarse con el arzobispo. No obstante, nadie estaba presente. Al parecer, nadie quería recibirlo.
-¿No va a venir nadie?- le preguntó al cochero.
-No tengo idea, padre- respondió este.
-Pero deberías saber algo-
-No me dijeron nada…-
"No le dijeron nada". ¿Qué podrían significar esas palabras? Para Lucano no había duda.
"Claramente mi llegada es un secreto. No hay duda que están pensando en algo o al menos previniendo algo que consideran un desastre…"
Y Lucano entendía que luego del incidente que terminó con la muerte de los dos representantes de la iglesia varios meses atrás, la administración religiosa de esta ciudad habría de tomar ciertas precauciones. Pero no deberían tratarlo tan mal.
Aún así, Lucano entendía. Así que decidió acercarse a los terrenos del templo por la parte de atrás. Sin esperar al cochero, Lucano tomó sus pertenencias y caminó hacia los anexos del templo. Al encontrarse con la puerta, la golpeó delicadamente, esperando respuesta. Le abrieron casi de inmediato.
El hermano que le atendió era un joven bastante bajo de estatura. Su cabello estaba peinado en puntas, como si estuviera asustado. Este miró a Lucano de manera tranquila, aunque siempre con respeto. Estaba claro que lo estaba esperando.
-Bienvenido, padre- dijo el muchacho-. El arzobispo me dijo que usted entendería las señales. Él lo está esperando en su oficina-
-Me alegra oír eso- respondió Lucano-. Aunque creo que llegué muy tarde-
-No se preocupe por eso-
El joven religioso se movió rápido luego de decir esa respuesta. Cargando las cosas de Lucano con una fuerza aparentemente no apropiada para su tamaño, el pequeño hermano corrió hacia los aposentos designados para el visitante. Lucano, a su vez, caminó delicadamente hacia la oficina del arzobispo.
Una puerta abierta lo esperaba. El anciano sacerdote estaba escribiendo algo. Recibió a Lucano con una sonrisa demasiado buena para ser cierta.
Nunca Lucano se imaginó ver a tal estereotipo. Para la abuelita que había sobrevivido a todos sus hijos, para esa persona sencilla y que aún era tenía la inocencia que beneficia a una religión menos racional, la imagen de un religioso era la que el otrora prior miraba. El arzobispo, siendo de mayor cargo que su propio mentor, se veía mucho menos amenazante que este. Una cosa demasiado improbable.
-Siéntese, padre. Bienvenido- así lo saludó.
Lucano sonrió con cordialidad ante sus palabras. La sonrisa del arzobispo seguía siendo aparentemente buena.
-Excelencia- Lucano trató de empezar siendo directo-, estoy esperando a sus ordenes-
-¿Qué órdenes?- preguntó el arzobispo.
-Usted ya sabe. Cualquier cosa secreta que la iglesia tenga para mi-
-No hay mucho. Solo su transporte-
-¿Nada más?-
-Nada más-
-Bien-
-Me alegra que esté contento. Aunque creo que si hay una cosa…-
-Diga-
-No puede pasar la noche aquí. Se irá de inmediato-
-¿Cómo? Pero si acabo de llegar- Lucano no lo comprendía.
-La iglesia lo necesita en la ciudad sagrada hoy mismo-
-Eso es imposible-
-No lo es-
-No lo entiendo. ¿Cómo podré llegar hasta el otro continente tan rápido? Este viaje normalmente dura varios meses-
-Usted quería secretos, ¿no? Pues prepárese para ver uno de los más grandes-
-¿Cuál?-
Pero el arzobispo solo volvió a sonreírle. Y, extrañamente, esa sonrisa no lo había sorprendido.
El arzobispo lo dejó de nuevo en manos del pequeño monje. Este sonrió cordialmente al verlo de nuevo, aunque no se dijeron mucho. Rápido se dirigieron a donde su excelencia dijo que tenían que ir: aparentemente para el sótano. Al oír esto, Lucano sintió algo de miedo. De hecho, hasta pensó que planeaban matarlo. Le pareció decepcionante cuando eso no pasó. Sin embargo, lo que vio era algo que creyó imposible.
O más bien, impensado. Lucano nunca lo imaginó. Ni en sus más locos y desenfrenados sueños.
Tenía ante sus ojos una puerta. Aunque llamarla puerta le pareció demasiado. Era más bien un arco, rodeado de piedra. Esta era blanca, cubierta por una fina capa de yeso. Pero no era eso lo que destacaba.
Lucano observó el centro del arco, donde no tendría que haber nada. Y no había nada, en cierto modo. No, tan solo se mostraba un remolino blanco que llevaba directo hacia la nada. O era eso lo que pensaba.
-¿Qué brujería es esta?- preguntó Lucano.
El pequeño monje soltó una carcajada.
-Siempre se sorprenden cuando lo ven- dijo-. ¿O acaso pensaba que la iglesia no tenía poderes, padre? ¿Qué clase de sacerdote es usted?-
-Uno que no está acostumbrado a estas cosas. Pero no dudo del poder de los constructores…-
-Que bueno escuchar eso-
-¿Así que esto es magia constructora?-
-Sí, hecha por el mismo pontífice. Este arco en especial es bastante viejo. Está casi desde la fundación de la iglesia. Es un regalo de su santidad para facilidad la comunicación-
-O para el control querrá decir-
-¿Qué dijo?-
-Nada…-
Lucano lamentó ese instante de duda. Y respiró profundo al darse cuenta que el pequeño monje ni escuchó lo que dijo. Pero tampoco podía evitar pensar en la idea de que estos arcos o lo que en realidad fueran estaban diseñados para un ataque rápido por si las cosas se salían de control. Era una idea que permanecía en su mente.
El pequeño monje no pudo leer lo que pensaba. Pero quizás tuvo una idea en su cabeza, pues lo miró con cierta duda. A pesar de todo, y al pasar de los segundos, no hubo nada más. Lucano tan solo esperó lo que seguro iba a pasar.
-Prepárese para su viaje- dijo el monje.
Y con estas palabras, el arco brilló. El monje activó algo que no pudo ver, o quizás susurró unas palabras (Lucano no se dio cuenta) para hacer que eso pasara. Lucano se quedó paralizado al observar el brillo, y sus ojos se trabaron viendo las formas que se construyeron en la superficie. Era un espectáculo distinto. Cualquier persona lo describiría de esa manera.
"Parece que en esto me voy" pensó.
Y cruzó el umbral.
Alguien lo esperaba afuera.
-Bienvenido a Eternus, padre Lucano. La ciudad sagrada se complace en tenerlo con nosotros-
Lucano observó a quien le hablaba. Era un sacerdote como él. Aunque se veía mucho más ostentoso.
Estaba mareado por el viaje. No tenía idea de lo que había pasado cuando entró en el arco. El viaje (si eso podría considerarse como tal) podría ser descrito como un mareo. Cómo un largo y doloroso mareo.
Pero aparentemente ya estaba en la ciudad. O eso le estaban diciendo. Lucano sonrió al sacerdote que le hablaba con la mejor sonrisa que tenía. Y no era tan buena.
-Me alegra estar aquí- dijo.
-Y a nosotros nos parece maravilloso que nos visite, padre. Kipo es un lugar tan remoto e inhóspito para nosotros. Aunque su obispo nos dijo que usted maneja una doctrina muy sana, por lo que creo que no hay nada de qué preocuparse. ¿O me equivoco?-
-No, no se equivoca-
-Excelente. Permítame mostrarle lo que le espera-
-Estoy ansioso-
Esas palabras salieron de Lucano de forma atropellada. Al parecer, no se sentía tan emocionado. Pero tampoco esperaba que se dieran cuenta.
"No quiero mostrar nada…"
Eternus significó un cambio demasiado drástico para Lucano. Incluso Sina le pareció más familiar. Mientras la capital de Fatum significó una transición mucho más fácil siendo más que todo un pueblo grande con sus calles estrechas y su olor a hierba, la llamada capital sagrada fue mucho más. Y era demasiado.
Eternus era inmensa, tan grande que no se podía describir. O eso le pareció a Lucano. Las calles eran anchas, repletas de gente y con carruajes transitando por todos lados. Antes de llegar a la calle, Lucano fue conducido por unos túneles que al parecer conectaban esta inmensidad de recorrido con la habitación donde estaba el arco. El cambio de relativa penumbra con lo que estaba viendo simplemente fue demasiado.
El sacerdote notó su sorpresa, pues se le quedaba viendo, divertido. Aunque Lucano notó que esa diversión era demasiado solemne. La ligera sonrisa se veía extraña en un hombre que vestía una ancha túnica con hilos de oro. Lucano se sintió aún más nervioso.
-Es obvio que la ciudad sorprende a más de uno- dijo el sacerdote-. ¿Hace cuanto no la visita?-
-Años. Pero no la recordaba de esta manera-
-Nadie piensa eso hasta que la vuelve a ver. Es normal-
-¿Tan así?-
-Siempre pasa-
-No me gusta la sensación-
-A mi tampoco me gustaría-
Y que raro pensar en eso. Por primera vez en varios minutos, Lucano estaba de acuerdo con el lujoso sacerdote.
3
Los palacios de Eternus sí que eran palacios de verdad. Lucano nunca pensó que vería simples iglesias, pero esto era demasiado.
-Es increíble, ¿no?- dijo el lujoso sacerdote- A mi a veces también me sorprende-
Lucano estaba ante edificios de oro. Literalmente. La ciudad sagrada estaba hecha con algo que se asemejaba mucho al valioso metal. O al menos así se miraba.
-Esto no es oro, ¿verdad?- preguntó Lucano.
-No todo. Pero hay mucho oro en las construcciones- respondió su guía.
-¿Hace cuánto se construyó esto?-
-Mucho. Nadie que conozca lo sabe en realidad-
-¿Y su santidad?-
-Su santidad estuvo presente-
Allí Lucano recordó que el pontífice era inmortal; que quizás había vivido tantos años que hasta tuvo que ver con estas maravillas que tenía frente a sus ojos. Se sintió extraño darse cuenta de que su mundo estaba lleno de cosas aparentemente ajenas a las personas sencillas que vivían en su pueblo. Pero tenía que ser todo cierto.
"¿Qué somos?" pensó.
Y quien era Alex. Alex, ese niño que tuvo tantos años a su cargo, aquel que crió con dureza pero queriendo casi en secreto. Su hijo… ¿quién era él? "Ojalá aquí pudiera descubrirlo".
Lucano se dio cuenta de que estaba entrando en un nuevo mundo. Y, extrañamente, seguía siendo el suyo.
-¿Alguna vez había dormido en un lugar como este?- preguntó el sacerdote.
-No lo recuerdo…- respondió Lucano.
El ostentoso religioso se llamaba Suárez. Y en ese preciso momento le estaba enseñando su nueva casa.
Se había sorprendido tanto caminando por las calles y contemplando los palacios. No obstante, los interiores eran mucho más llamativos. La casa donde vivía la mayoría del clero no era nada comparado a lo que se veía allá afuera. Sin embargo, por dentro era una cosa irreal para un hombre que venía de vivir en un pueblito. Lucano caminó por alfombras suntuosas, viendo paredes con detalles minuciosos y valiosos. Sus manos señalaban cuadros viejos y caros, su rostro se maravillaba con los grandes candelabros que colgaban del techo. Todo esto no podía ser cierto.
"Pero tienes que creerlo, Lucano"
Lucano pensaba en lo que tendría que estar haciendo aquí. Si el obispo pensaba recompensarlo por tanto esfuerzo, le parecía un regalo excesivo. Pero no podía ser eso. Tendría que haber algo más.
Suárez pareció notar que pensaba en algo muy profundo. Sonrió delicadamente antes de decirle:
-Muy pronto sabrá para qué lo necesitamos, padre. No se preocupe-
Pero, ¿por qué no lo haría? De hecho, no le pareció que existiera algo más lógico. Tantas preguntas, pocas respuestas reales. No había mucho sentido en todo lo que estaba experimentando.
Y eso le diría al sacerdote Suárez si pudiera hacerlo, o al menos si él deseaba escucharlo. Pensaba que no, y por eso no lo hizo. Esa noche se acostó en una lujosa cama muy preocupado.
A la mañana siguiente, se levantó muy temprano. Siempre oraba a los Cuatro en las mañanas. Esta vez, extrañamente, no pudo hacerlo.
Y era raro no hacerlo en la ciudad sagrada. Cualquiera pensaría que una plegaria sería lo primero que haría en un lugar con un apodo tan peculiar como ese. Sin embargo, la duda, y esta era una duda fuerte, se lo impedía.
"No puedo estar perdiendo la fe" pensó.
¿Y lo estaba? Esto era una pausa, ¿o no? Terrible que también tuviera duda de eso.
Cómo nadie llegaba a buscarlo, decidió salir a caminar. Ya estando afuera, resultó que su sencillo hábito negro no destacaba mucho con la pomposidad que reflejaban ciertos religiosos. Sí le resultó lujosa la vestimenta del padre Suárez, mirando en la calle esa mañana se encontró con gente que lo superaba mucho más. Además de hábitos dorados, se encontró con sombreros de formas extrañas y trajes con inscripciones que no tenían sentido para él. Parecía que había órdenes de religiosos que no conocía, así cómo nuevos santos agregados al panteón. ¿Qué era cierto y que no lo era? No podía estar seguro.
Se sentó en una banca con la cabeza dándole vueltas por tanto pensar. Le encantaría no sufrir la necesidad de hacerse tantas preguntas. Trató de concentrarse en el paisaje. Se encontraba en un parquecito poco concurrido. Las pocas personas que lo acompañaban parecían estar buscando soledad. Había variedad de tipos de seres humanos, aunque sólo uno realmente le interesaba.
Era un sacerdote como él. Y, también como él, se miraba pobre. Su hábito hasta se veía más maltratado que el suyo propio. Lucano se quedó viéndolo, preguntándose qué haría en la ciudad del oro, pero no quiso acercarse a averiguarlo. En lugar de eso solo se le quedó viendo.
Pasó los minutos así, pensando en quién podría ser ese hombre. Luego de mucho tiempo de hacer eso, se aburrió y miró para otro lado. Así estuvo hasta que sintió que le tocaban el hombro.
Lucano se volvió para ver quien era, un poco asustado. Cuando giró la cabeza, se encontró con que el extraño joven era la persona que lo había molestado. Este último lo miraba con una sonrisa bastante nerviosa.
-¿Ya se aburrió de verme?- la pregunta hizo que Lucano se avergonzara.
No quiso responder. Pero no le quedó de otra.
-Perdone la molestia- respondió Lucano-. Es solo que no pensé que en este lugar existiera alguien tan pobre como yo-
El joven soltó una enorme carcajada.
-Sí, es increíble- dijo.
Lucano también se rió.
Para Lucano siempre fue difícil hablar con la gente más joven. Sin embargo, este muchacho era diferente.
Parecía viejo. Eso fue lo primero que pensó. Hablaba de cosas que alguien de su edad no podría saber. Estaba claro que leía mucho, quizás más que el propio Lucano. Y eso que él mismo se consideraba un gran lector. Estaba claro que siempre existe alguien mejor.
Pero él nunca podría ser así. A su edad, estaba demasiado inmerso en cuidar a alguien que consideraba diferente. Ser padre, aún cuando no fue ese su llamado, era mucho más importante que meterse en los misterios de una fe que creía conocer del todo. ¿Se arrepentía? No podría decirlo. Pero estaba seguro que la envidia se asomaba al escuchar las palabras del muchacho.
-Tu congregación suena como un buen lugar- dijo Lucano-. Debe de haber tanto conocimiento allí-
-Yo no tengo congregación- respondió el joven.
-¿No? ¿Entonces qué haces?-
-Trabajo aquí, en los archivos. Me ordené solo para verlos. Fue mi sueño desde niño-
-Nunca había escuchado algo así. Pero bueno, me imagino que no todos los sacerdotes son iguales o tienen las mismas razones…-
-¿Usted por qué razón se ordenó?-
-Yo… no tengo idea…-
Lucano agachó la cabeza. Pensó en cómo el joven reaccionaría al verlo así. Solo escuchó su voz cuando le hablaba.
-No se ponga triste- dijo.
-No lo estoy- respondió Lucano.
-No lo entiendo…-
-Yo sí quise ordenarme. Pero ya no me acuerdo de los motivos. Cuando era niño era pobre. Quizás fue para salir de eso…-
-¿Y lo logró?-
-Mírate a ti mismo-
Lucano vio que el joven sonreía burlonamente. Luego vio sus propios harapos. Estaba claro.
-Pero al menos ya no es tan pobre- dijo.
-Claro que no-
-¿Valió la pena?-
Pero Lucano no le dijo nada.
Se despidieron luego de varias horas. Estuvieron hablando por mucho tiempo. El joven le dijo que tenía que volver a su trabajo.
Recordó su nombre. Era uno que nunca había escuchado.
-Me llamo Sixto- dijo.
Sixto. El número seis. Que extraño.
Lucano volvió al edificio donde estaba su habitación. En la puerta de su cuarto, alguien lo estaba esperando. Y no lo conocía.
Quizás esperaba a Suarez, o tal vez a alguno de esos famosos cardenales de los que siempre oía hablar. Lucano no estaba seguro, pero sí comprendía que la persona que estaba ante él no era alguien ideal para sus expectativas. De hecho, era todo lo contrario.
El hombre que lo esperaba era un tipo bastante gordo y chiquito, de aquellos que se notan y al mismo tiempo no parecen relevantes. Semejante contradicción podría sonar mala para cualquiera, pero Lucano estaba convencido de que esa era la respuesta. Este individuo, quien quiera que fuera, seguro no era alguien que pudiera considerarse importante. Y se sintió mal al pensarlo.
Además, el oro que llevaba encima decía lo contrario. Ahora estaba seguro de que se había equivocado.
Su rostro no mostraba seguridad. Pero no podía pensar en eso.
-Padre Lucano, permítame recibirlo con cordialidad en esta nuestra sagrada ciudad- dijo el visitante.
-Gracias- respondió Lucano.
-Por favor, le suplico me perdone por no recibirlo ayer…-
-No hay problema-
El hombre sonrió ligeramente.
-El propósito de esta visita es para informarle de sus obligaciones durante su estancia en esta ciudad. Queremos que tenga bien claro que viene aquí a ayudarnos debido a su experiencia en asuntos que muchos no conocen. Imagino que ya sabrá a qué me refiero…-
-Lo tengo claro-
-Bien, pues permítame que le diga mi nombre, padre Lucano. Me llamo Jorge Sabrías, o padre Sabrías para usted. Soy el director del instituto sagrado de constructores y respondo únicamente a las órdenes de su santidad. El propósito de mi unidad es encontrar, pacificar y entrenar a los constructores con la intención de que sirvan a los intereses de la fe. Eso es algo en lo que su excelencia el obispo Molina trabajó por mucho tiempo y en lo que usted lo ayudó. Espero que lo recuerde…-
-Lo recuerdo-
-Perfecto. Pues hará lo mismo aquí. Y además, servirá de consultor en asuntos relacionados a los constructores. Obviamente su experiencia con su pupilo lo vuelve más que calificado…-
Lucano tragó saliva al escuchar esto.
-Creo que tendremos una relación cordial- continuó el padre Sabrías-. Usted parece ser una persona con creencias firmes y dedicadas hacia la fe. Espero que no existan roces entre nosotros…-
-No los habrá- agregó Lucano.
-Excelente- el padre Sabrías sonrió más que animado-. Me alegra escuchar eso. Si me permite, quisiera introducirlo en su trabajo…-
4
Era muy tarde en la noche cuando el padre Sabrías lo condujo a un edificio en apariencia abandonado que estaba en la zona más concurrida de la ciudad. Lucano lo observó con detenimiento, esperando los detalles de oro que se volvieron demasiado usuales mientras estaba en otras partes de la urbe. Pero, como cosa rara, ahora ya no existían.
Estaba ante una simpleza de edificio. Dentro, el lugar era aún más utilitario, con pocos detalles y estos casi imperceptibles. Sabrías no lo miraba, ni siquiera se atrevía a darle señas mientras caminaban por anchos pasillos y corredores grises. Lucano solo lo seguía, esperando para ver hacia donde lo llevaba.
Había una extraña sensación en el lugar. Quizás era el aura que desprendía la magia que vivía en sus paredes y que Lucano estaba empezando a entender. Esta magia, a veces sentida en Alex, ahora se multiplicaba. Estaba claro que no estaban solos.
Sabrías pareció leerle la mente. Pues luego dijo:
-Lo que siente, está abajo-
-¿A qué se refiere?-
-Ya lo verá-
Lucano siguió a Sabrías por un rato más. Finalmente, este se detuvo frente a una escultura que se levantaba al final de un largo pasillo. Era el lugar más alejado de todos, quizás el menos indicado para que hubiese algo. Y tal vez por eso era que se sentía perfecto.
-Mire…-
Sabrías activó un mecanismo. La escultura, con forma de un águila extendiendo sus enormes alas, comenzó a hundirse en el suelo mostrando una entrada por la cual se asomaban unas escaleras. Luego de mucho tiempo, el padre hizo una seña y Lucano lo siguió hacia el interior. Ambos entraron en un lugar que rebosaba energía.
Lucano sentía algo fuerte dentro. Estaba como congelado, pero estaba presente. La habitación donde estaban era ancha, con un techo alto y sostenida por gruesas columnas. Cerca de esas columnas había unas camas y sobre ellas estaban acostadas personas. Al verlas, Lucano supo exactamente qué eran.
Fuera de Alex, Lucano nunca había visto a otro constructor, pero por su experiencia con el niño, sabía reconocerlos. Los seres que estaban dormidos sobre las camas se parecían mucho al sol cuando este se ocultaba por las noches. La luna parecía únicamente una capa que mitigaba su poder, pero el sol siempre estaba allí.
El padre Sabrías caminaba tranquilamente cerca de los pequeños soles. Los miraba sin cambiar su expresión. La habitación estaba lo suficientemente iluminada por unas antorchas como para verla. Lucano pudo notar que esto que estaban haciendo era para su guía una simple rutina.
-¿Qué le parecen, Lucano?- preguntó.
-No veo nada extraño…-
-Pero lo siente-
-Sí…-
Y era muy fuerte. Dar esa respuesta le costó mucho.
Lucano regresó a su habitación. Cuando se durmió, tuvo un sueño.
Vio a Alex. El pequeño ya no era tan pequeño. Ahora era un joven, o se miraba como uno. Lucano no podía decir que era porque estaba más alto sino que parecía otra cosa. De cerca, podía ver cómo sus ojos llevaban una carga. Se veía como que había experimentado tantas cosas.
Además, vio también a su acompañante. El cronista, ese hombre llamado Mathieu. Él estaba parado a su lado, contemplando a Alex con unos ojos llenos de preocupación pero al mismo tiempo de asombro. Lucano, con sólo verlo, quiso destrozarlo. Más luego le tuvo lástima.
Y no pudo decir por qué. De hecho, la respuesta no podía ni imaginarla. Sin embargo, la lástima lo embargaba al mirarlo se extendía por su mente como una red. Ese hombre, el ser humano que lo estaba reemplazando cómo padre, le daba una pena terrible. Tanto era su sufrimiento que le gritaba que se rindiera.
-Déjame cambiar de lugar- le decía.
Al despertar en la mañana, Lucano estaba sudando. Decidió salir a dar una vuelta y volver a la banca donde se había sentado cuando conoció a Sixto. Esperaba ver al muchacho allí, pero no estaba.
Entonces decidió darse una vuelta por los archivos. Ya estando allí, preguntó por Sixto, pero nadie le supo decir dónde estaba el muchacho. Desesperado, Lucano decidió caminar por los estantes, dando a entender que buscaba algo para que no lo molestaran. Quizás caminando y mirando encontraría a Sixto, pero no lo halló. Así que se puso a ver archivos solo por matar el aburrimiento.
-Vamos a ver qué es esto…-
Se sentó en un escritorio y leyó un texto bastante viejo. Hablaba del mundo anterior a la llegada del mensajero y de las personas que lo habitaban. Lucano se interesó mucho por las declaraciones del autor, un sacerdote que vivió hace un siglo. Este hombre contaba como los campamentos de los primeros humanos estaban vigilados de una manera que la noche pudiera no ser tan peligrosa. Hablaba también de un sistema de tribus que ayudó a que la raza humana viviera mucho tiempo. Asimismo, hablaba de las criaturas de la oscuridad.
Lucano sabía poco de estos seres. Las leyendas decían que eran como bestias, pero este autor decía lo contrario. En su declaración confesaba que los hallazgos confirmaban la inteligencia de estos monstruos, así como su horrible capacidad de imitar a los humanos. El autor profundizaba también en la idea de que muchas muertes fueron causadas por infiltraciones secretas, probando así la veracidad de su teoría. Lucano se estremeció al leer esto.
-Horrible, ¿no?- oyó que le decían.
Lucano se sobresaltó por el miedo. Cuando se volvió para ver quien le hablaba, se encontró con Sixto sonriéndole a la cara.
-¿Cómo va la lectura?- preguntó- ¿Acaso no es horrible esa historia?-
-No es eso…- Lucano trató de quitarse el sobresalto- Nunca pensé que existían estos estudios-
-Hay muchas cosas que la gente de los pueblos ignora. Incluso los sacerdotes-
-¿Y por qué crees que pasa esto?-
-Muchos factores. Aunque no te sabría decir todos…-
-Estoy confundido-
-Se nota-
Sixto sonrió nerviosamente. Lucano observó en su rostro su propia experiencia. Supo de inmediato que alguna vez compartió ese sentimiento.
-¿Qué sentiste la primera vez que leíste una cosa así?- preguntó.
-Me sentí extraño. Creía que sabía muchas cosas. Ahora sé más, pero nunca lo sabré todo…-
-Y eras tan joven cuando pasó eso. Yo soy mayor que tú. Imaginate lo que me pasa a mi-
-Es la misma sensación-
-¿Tú crees?-
-Seguro-
¿Y de verdad creía eso? Lucano pensó en lo que vio la noche anterior, en ese poder que sintió. Se preguntó si Sixto estaría pensando eso luego de compartir su experiencia. Aún así, no importaba. Lucano no trató en ningún momento de retar su respuesta.
Mejor trató de hacer sentir bien a Sixto. Eso lo libraba de muchos problemas.
Lucano recibió noticias de que Sabrías vendría a buscarlo esa misma noche. La expectación por lo que vería esta vez se sentía demasiado fuerte, tanto que se puso nervioso. Esperó mucho tiempo, pensando en cualquier cosa. Cuando llegó el momento, ya estaba preparado. O al menos eso creía.
Sabrías lo encontró tranquilo. O así quiso Lucano mostrarse. El sacerdote no le dijo nada. Solo lo saludó y comenzó a caminar hacia su destino. Lucano lo siguió sin esperar nada.
Pronto, volvieron al sótano que servía de "hogar" para los constructores. Lucano entró en el lugar con el corazón bombeando aceleradamente. Su respiración era agitada. Sabrías ni se dio cuenta…
O no quiso hacerlo. Lo mismo era.
-Hoy será diferente- dijo el sacerdote.
Lucano no respondió. Sabrías ni esperaba eso.
-Hoy podrá hablar con la jauría…-
Lucano no esperaba ver lobos.
-No tenga miedo a los colmillos-
Pero no pensaba eso.
En cambio, se sorprendió al ver a una gran cantidad de gente parada ante sus ojos. Lucano pudo ver que eran los mismos que se le presentaron dormidos la última vez que estuvo allí. Estaba claro que sentía el mismo poder que manaba de ellos. Aunque ahora sentía que este podría cambiar en cualquier momento.
Y para peor.
Lucano se estremeció. Sabrías comenzó a hacer un recorrido por las filas de constructores. Los miraba, analizaba sus cuerpos, buscaba que estuvieran sanos. Lucano lo seguía de cerca, mirándolos cómo él, viendo que podía aprender. Se sintió igual que cuando iba a comprar carne al mercado en sus tiempos de novicio.
-Lucano, no los pierdas de vista- dijo Sabrías-. Nunca les quites un ojo de encima…-
Y Lucano obedecía. Notó cada cosa que Sabrías dejaba que viera. Vio los collares extraños que estaban alrededor de sus cuellos. Los collares tenían una gema en el centro. De pronto, sintió que no quería saber qué era eso.
Pero preguntó…
-Es para que no se escapen- respondió Sabrías.
Lucano tragó saliva. Apenas estaba entendiendo cómo funcionaba toda esta magia. Y no le gustaba.
Lucano estaba sentado junto con los constructores. Estaban sentados en una mesa, en una especie de comedor. Era muy tarde en la noche. Claramente no era hora de la cena. Pero no estaban allí para comer.
Sabrías armó este momento solo para que los observara mucho más de cerca. Lucano se concentraba mirando al grupo que tenía al lado, dejando que sus ojos no se perdieran de sus facciones. Había muchos hombres, y algunas pocas mujeres. Pero la magia parecía fuerte en todos.
Si no supiera esto, no se enteraría de nada. Lucano creyó que estaba allí porque sabía de esto. Dudaba aún de su utilidad, pero sospechaba que era eso. Y al parecer ese mismo elemento lo hacía especial.
Sabrías le habló al oído.
-¿Quieres saber algo?- le preguntó.
-¿Por qué siento esto?- preguntó Lucano.
-¿Hablas del poder?-
-Así es-
-Es por tu tiempo con el chico. Te has entrenado sin quererlo. Tus sentidos ahora son susceptibles al poder de los constructores. Eres especial, Lucano-
-¿Esto no pasa siempre?-
-Es muy raro. De hecho, solo he conocido a otra persona con esos poderes…-
-¿Quién?-
-Yo mismo-
Lucano se puso frío.
-¿Vengo a ser cómo tú?- preguntó.
-No lo sé. Pero su santidad está muy interesado en expandirse. Quizás tú seas una pieza importante en ese plan…-
-¿Qué tengo que hacer?-
-Esperar su respuesta-
Lucano se quedó confundido. Cuando se volvió para ver a Sabrías, este se estaba retirando.
-¿Por qué me deja?- preguntó.
-Necesitas estar solo, Lucano. Acostumbrate a tus nuevos amigos-
Y Lucano se quedó solo. Los constructores lo miraban con los ojos fijos.
5
Lucano estuvo varios días como un espectador silencioso, dándose cuenta de lo que sucedía y sintiéndose impotente ante tanto poder. Su mente se congelaba ante semejantes despliegues de magia por parte de los constructores, ante el fuego que brotaba de las manos, ante el hielo que congelaba el suelo, ante los rayos que caían del cielo. Estaba asustado de solo verlo. No podía pensar en otra cosa. Pero tenía que fingir calma.
Sabrías muchas veces ni se dejaba ver. Había días en donde Lucano se iba solo al sótano y seguía las instrucciones del sacerdote, quedándose viendo lo que definía como un entrenamiento. Esos momentos eran los más difíciles, pues sentía que la muerte lo cortejaba mucho más que cuando estaba acompañado de su nuevo jefe. Sin embargo, Lucano se esforzaba. Pensaba que tenía que hacerlo por alguna razón que no comprendía.
Y podría haberse ido, ¿no? Lucano pensaba mucho en esa posibilidad. Pero también le pareció tonto. ¿Qué podría haber impedido que un grupo de estos poderosos constructores lo persiguiera y lo matara? Por supuesto que nada. Esa idea le hacía descartar cualquier deseo de rebeldía.
Así que no le quedaba de otra. Nada más podía hacer que seguir entrenando sus sentidos y ver cómo los constructores mostraban su fuerza. Lucano era un espectador silencioso, alguien que deseaba salir y no podía. Por tanto, sólo podía imaginarse sus siguientes años de vida acompañado de estos espectáculos y siguiendo lo que su jefe quisiera. Pero por alguna razón sintió que eso no sería eterno. Y habría algo que lo impediría.
Un día, Lucano estaba demasiado aburrido de ver cómo la magia cruzaba frente a sus ojos y no saber nada. Bostezando de lo cansado que estaba, decidió acercarse a uno de los constructores, una chica joven que no se veía demasiado amenazante, aunque a simple vista no se diferenciara de los demás. Era cierto que la chica vestía igual que los otros y que también llevaba el mismo collar que llevaban todos. No obstante, Lucano le vio algo distinto, una extraña calidez. Eso hizo que se acercara y le hablara sin esperar mucho. Pero quizás encontró algo que no esperaba.
-Hola, ¿qué tal estás?- le preguntó- Me llamo Lucano. ¿Cuál es tu nombre?-
-...-
La joven no le respondió con palabras. Sólo susurró algo que parecía decir algo pero que no era más que sonidos. Lucano trató de seguir insistiendo.
-¿Cómo te llamas?-
La chica siguió sin hablar.
-Yo soy Lucano…- continuó.
Pero la chica seguía sin responder.
Pasaron muchos segundos en silencio. Lucano se rindió luego de esperar algo que esperaba no viniera. Sin embargo, cuando volvió para ver hacia otro lado, escuchó que le hablaban.
-Me llamo Marisol- oyó decir a la chica.
Lucano se volvió de nuevo para responderle. Pero no pudo proseguir la conversación. La chica llamada Marisol no pudo seguir hablando, pues mostró un extraño comportamiento. Miró a Lucano con atención por unos segundos, pero luego hizo algo que nadie esperaría. Mucho menos Lucano.
Marisol miró hacia el cielo y gritó; sus gritos parecían revelar que sentía mucho dolor. Mientras gritaba, el collar que llevaba en el cuello brilló con un color rojizo. Era un color intenso que disparaba el sufrimiento. Lucano no podía quitarle los ojos de encima. Era demasiado observar semejante espectáculo. Se quedó frío ante el horror que estaba contemplando.
Marisol pasó unos segundos así. Luego, cayó. Lucano corrió a ayudarla. Cuando la tocó, una intensa energía le sacudió el brazo.
Y no sintió dolor. Pero si tuvo un pequeño espasmo que le hizo sentir un miedo que nunca había sentido. Se quedó paralizado, sin saber que estaba sintiendo. La confusión llenaba su mente. No tenía idea de lo que estaba pasando.
Vio que Marisol finalmente se levantaba. Lucano trató de notar algún cambio irreparable en la chica, quizás un daño irreversible por semejante poder. No obstante, no encontró nada. La joven volvió a su letargo, a ser un ente sin sentimiento o acción. Nada brotaba de ella.
-Por los Cuatro- exclamó Lucano-. No sé qué es lo que pasa…-
-¿Te asustaste?-
-Sí…-
-Eso a veces sucede-
Lucano finalmente trató de hablar algo serio con Sabrías. Y su experiencia reciente pareció la excusa perfecta.
-¿Usted ya sabía de eso?- la pregunta de Lucano retumbó en la habitación. Lucano y Sabrías estaban dentro de un pequeño cuarto en el edificio. Aunque era demasiado austero para serlo, parecía una oficina. Al parecer, Sabrías la usaba como cuarto de confesión.
-Ha pasado algunas veces- respondió Sabrías.
-¿Cuánto?-
-Varias. Especialmente al principio. Es difícil minar la voluntad de los constructores…-
-¿Entonces esos collares son para controlarlos?-
-Así es. Es necesario mantener el orden. El pontífice los diseñó específicamente para priorizar la efectividad-
-¡Pero eso es inhumano!-
Sabrías se rió.
-Inhumano sería que no se aprovecharan sus habilidades para el bien- respondió-. Nosotros solo nos aseguramos de que lo hagan. No hay nada de malo en eso…-
-Pero…-
-No esperaba que fueras un rebelde, Lucano-
Lucano no dijo nada más. No quería entrar en discusiones como este hombre. Sabrías solía parecerle un tipo extraño, una persona necesaria pero incomoda. Ahora ya no sabía qué pensar.
-Espero que puedas ayudarme- prosiguió Sabrías al ver que Lucano no respondía-. El trabajo que tengo es muy difícil. Estar solo siempre se me hizo muy duro. Pero con tu ayuda puedo estar confiado que tendré una carga más ligera. Agradezco a su santidad que te hayan elegido…-
-Yo no sé qué decir…-
-Sólo agradécelo, Lucano. Sé que ya no eres un muchacho y pensabas que tu vida no tendría cosas nuevas. Pero esta es una buena sorpresa para ti. Aprovechala…-
-Muchas gracias-
-Y que bueno que me agradeces. Cuesta mucho conseguir buenas personas. Espero que estés listo para lo que viene-
-¿Y qué será eso?-
-Lo sabrás muy pronto…-
Dicho esto, Sabrías le indicó que saliera. Lucano se despidió del padre con una cortesía y salió de la habitación acompañado de un nudo en la garganta. Tan solo pudo respirar estando afuera, cuando el aire del exterior lo llenó cerca del edificio. La sola idea de estar dentro ahora le molestaba.
Cuando llegó la mañana, Lucano decidió volver a la biblioteca. Esta vez no tuvo que buscar mucho para encontrar a Sixto.
El joven se veía muy cansado, aparentemente por estar leyendo hasta tarde. No obstante, eso no le quitaba su entusiasmo. Es más, se miraba muy contento.
-¿Mucho trabajo anoche?- preguntó Lucano.
-Yo no lo llamaría así- respondió Sixto.
-Entonces, ¿diversión?-
-Mucha, la pasé muy bien leyendo anoche-
-¿Y que leías?-
-El registro de nacimientos y decesos de hace quinientos años en una pequeña ciudad de Fatum. Fue muy interesante-
-Increíble…-
-¿Por qué dices eso?-
-Suena a muy buena lectura-
-La verdad es que es aburrido-
-¿Y no lo habías disfrutado?-
-A mi me gusta lo aburrido…-
Lucano no pudo evitar reírse.
-No es gracioso…- protestó Sixto.
-Eres la primera persona en el mundo que me dice que le gusta lo aburrido- Lucano no podía dejar de reírse-. No puedo evitar divertirme con eso…-
-Está claro que no todos somos iguales-
-Tenlo por seguro…-
Lucano quería hablarle a Sixto de algo en especial. Pero no sabía si decírselo sería algo bueno o quizás seguro. Sentía cómo los ojos de Sabrías (sin estar con él en su mismo cuarto) lo miraban y lo juzgaban. Sintió mucho miedo al pensar en esa posibilidad.
Pero tampoco pensaba que a Sixto le importaría. Así que no tenía sentido no hacerlo.
Lucano habló:
-Sixto. ¿Has oído hablar de los constructores?-
-Claro, he estudiado mucho sobre ellos-
-Yo los conozco. Trabajo con ellos…-
-¿Entonces por eso estás aquí? Es increíble…-
-¿Lo sabías?-
-No, al menos no acerca de ti. Pensé que se hacía algo con ellos, pero no creí que estuvieras involucrado. Ahora me doy cuenta que hay muchas cosas aquí que no las saben todos-
-¿No lo dicen los libros?-
-Quizás no los permitidos. Existen muchos libros ocultos en lugares secretos de la ciudad. Me han contado de ellos…-
-Pero…-
-Nunca los he visto-
-Entonces no confían en ti-
-Yo tampoco lo haría-
-Yo no confío en ellos-
-¿Les tienes miedo?-
-Hacen cosas que no me gustan-
-Pero son necesarias, ¿no?-
-Espero que sí-
-¿Qué piensas que pasará ahora?-
-No podría decirlo. Creo que veré más cosas increíbles. Perdona que sea tan vago, Sixto. No creo que deba estar hablando de esto-
-Lo entiendo…-
-¿De verdad?-
-Por supuesto-
Lucano sonrió, satisfecho. Al menos ya se sentía un poco liberado.
Ese día no se esperaba gran cosa. Lucano recorrió un rato la ciudad y conoció varios lugares que no había visto. Incluso se echó una vuelta por el palacio pontifical, quizás esperando darse de bruces con el pontífice en persona. Obviamente no lo vio, pero eso no significó ningún fracaso. No esperaba gran cosa de lo que hacía. Solo vivía para sentir el momento.
Todo cambió cuando volvió a su habitación. Lucano esperó encontrarse de nuevo con Sabrías, pero no fue eso lo que pasó. En cambio se encontró con una nota debajo de la alfombra que descansaba frente a la puerta. Estaba firmaba por Sabrías. Lucano la leyó con cierta reserva.
Lo que encontró lo sorprendió. Lucano arrojó la carta al suelo sin saber qué pensar. De pronto, un miedo fuerte y pesado le subió por la espalda. Miedo sobre lo que pasaría mañana.
La carta decía:
Lucano:
Te espero mañana temprano en el lugar de siempre. Prepárate para estar fuera muchos días. Ahora podrás ver lo que hacemos.
Sabrías
¿Y qué vería? Lucano no quería saber nada.
6
-Ya estoy acá-
-Bienvenido, Lucano. ¿Listo?-
-Creo que sí… Pero perdone que le haga esta pregunta. ¿Qué me espera?-Sabrías sonrió ligeramente. Fue horrible ver esa sonrisa.
-No creo que te importe- respondió.
Lucano estaba de nuevo en el sótano. Aunque esta vez no había tanta gente como las otras veces. Además de Sabrías, solo estaba la chica (Marisol) y otros dos constructores más.
Sin embargo, la atmósfera estaba llena de poder. Un poder superior al que había sentido otras veces. Lucano sentía que los constructores no estaban contenidos, que lo que fuera que les hacía el collar no estaba actuando por completo. Sabrías no parecía estar haciendo nada en especial, de hecho, ni siquiera se movía de forma extraña. Lo que fuera que pasaba estaba ocurriendo por otras manos.
-Nos vamos- alertó Sabrías.
Dicho esto, se abrió un portal frente a ellos. De nuevo, Lucano notó que los constructores no hacían nada. Lucano estaba viendo algo nuevo, algo que no estaba allí, algo que estaba cerca pero no con ellos. Sabrías dio un paso al frente para entrar en el portal y los constructores lo siguieron muy de cerca. Detrás de ellos, Lucano hizo lo mismo.
Pronto aparecieron en otro lado. Estaban en una ciudad que Lucano nunca había visto antes. La ciudad se veía abandonada, con las hermosas casas y los edificios llamativos aparentemente sin alma. Tampoco había gente caminando por las calles. Algo muy extraño había vaciado las avenidas.
-Estamos en un lugar marcado por la corrupción- dijo Sabrías-. Existen fuerzas oscuras en este lugar…-
-¿Corrupción?- Lucano no pudo evitar preguntar.
-La fuerza que combatimos, Lucano- respondió el padre-. La razón por la que hacemos esas cosas que tú crees que son horribles…-
-Yo nunca dije eso-
-Eso no importa-
Lucano estaba muy interesado en lo que fuera a pasar. Por fin tendría respuestas a tantas preguntas que le venían rondando la mente por mucho tiempo. Además del miedo a lo desconocido, sentía una expectación muy grande.
-¿Qué haremos?- preguntó.
-Nosotros no haremos nada. Mis constructores lo harán todo. Tú solo tienes que observar...-
-Pero…-
-¡Observa!- exclamó Sabrías.
Ese grito sobresaltó a Lucano. Se sintió lleno de un inmenso terror. En el aire se percibía que unas fuerzas reaccionaron a esa orden. Los constructores empezaron a estar alerta.
Lucano trató de llamar la atención de Marisol. La chica ya no parecía tan cohibida como antes. Al parecer sus emociones se manifestaban un poco al carecer de la presión del collar. Pero ella solo lo miró con ojos de terror. Lucano dio un paso atrás, aterrado. Algo estaba a punto de suceder. Y no más pensó esto, una figura se acercó a donde estaban...
No tenía forma. No era humana, ni siquiera animal. Era una fuerza proveniente de algún lugar. Lucano se estremeció al verla, sintió una impotencia enorme. Se preguntó en su mente mil veces por qué estaba allí.
Lucano vio que los constructores no hacían nada. No reaccionaron en ningún momento y su posición siguió siempre alerta. La figura se extendía frente a sus ojos como un manto, buscando caerles encima.
Y se acercó, estuvo a punto de tocarlos. Pero fue allí cuando vio el poder de quienes le acompañaban.
Los constructores desplegaron su energía, de sus manos brotó un poder luminoso, una fuerza que era muy diferente a su enemigo. Marisol, quien era el centro de la atención de Lucano, se veía brillante y llena de vida, como nunca la había visto. Usando sus poderes fue la primera vez que pudo verla libre.
Tocada por semejante fuerza, la figura oscura comenzó a alejarse, buscando ocultarse donde fuera. Sabrías rió abiertamente cuando el ser extraño huía despavorido, mostró una alegría que Lucano no creyó que tuviera. Más cuando la figura desapareció, volvió a ser el mismo y gritó con su expresión seria de siempre:
-Sigamosla-
Y los constructores fueron en pos de ella. Lucano los siguió, maravillado.
Realizaron una marcha un poco larga y sin más contratiempos que esa sensación constante que estaba con ellos. Lucano marchó con ellos, recorrió las calles y vio por todos lados, esperando algo. Sus ojos no miraban nada, pero había algo allí que estaba seguro que los miraba.
Su mente estaba llena de emociones. Por un lado había visto un verdadero milagro, un poder divino digno de los Cuatro. Sin embargo, por el otro sabía que estaba dentro de la boca de un lobo, un lobo venido del mismo averno. Y esa sensación contradictoria lo hacía sentir, dudar, temer y vivir. Era increíble.
-¿Cómo te sientes?- le preguntó Sabrías.
-No podría responderle…-
-¿No lo entiendes?-
-No…-
-Entonces estás vivo-
-¿Usted sintió eso?- Lucano se sorprendió al hacer esa pregunta.
-Todos lo sentimos-
Lucano no supo qué más decir. Esa respuesta significaba mucho. Y la expectativa por lo que estaba a punto de ver se incrementó a niveles insospechados. Se preguntó si Sabrías estaría esperando que pensara eso.
Pero no tuvo tiempo de meditar mucho en esas cosas. Cuando Sabrías marcaba el paso, ellos les seguían. Y entre más se internaban en el pueblo y se sentía la fuerza de la corrupción rodeandolos, menos se podía pensar. Eso hizo que Lucano se quedara a medias con toda idea.
Y le causó desesperación. No poder enterrarse en su cabeza era horrible para Lucano. Sabrías no parecía reaccionar ante ningún poder. Su rostro era cada vez más inexpresivo.
Y su recorrido se volvió cada vez más largo. Y todo habría sido en vano si no hubiesen entrado a lo más fuerte de todo.
Lucano empezó a estremecerse fuertemente. Sus ojos no podían soportar lo que veían. De pronto se vio rodeado de seres que creyó salidos de la imaginación. El terror, sí eso existía antes en su mente, ahora componía todo lo que podía ser.
-No quiero estar aquí- murmuró para sí.
-Es muy tarde- sintió que le hablaban a su cabeza.
Lucano quiso replicar. Pero no podía.
-No es bueno que simples humanos entren en este recinto- prosiguió la voz-. Ustedes pagarán con sus vidas esta intromisión. Nadie puede con el poder que hay aquí…-
-¿Hablas con alguien, Lucano?- preguntó Sabrías.
Lucano se aterró aún más al escuchar al sacerdote. ¿Cómo podría saber eso? ¿Acaso le leía la mente? Pero no podía dejar de necesitar ayuda…
-¡Alguien me habla!- exclamó- ¡Por favor, liberenme de esto!-
-No te preocupes- respondió Sabrías-. Aquí viene la ayuda-
-¿Cómo…?-
-Ya no hables…-
Y Lucano ya no habló. Y no por seguir instrucciones, sino porque los constructores lo tomaron y le tocaron el rostro. Lucano no pudo hablar porque sintió cómo ese poder que antes había visto maravillado entraba a su cuerpo y le escarbaba la mente. No tenía idea de lo que buscaba, pero esperaba que se acabara pronto.
Y quizás se terminó. Pero no pudo darse cuenta…
Lucano despertó luego de mucho tiempo de letargo. No supo cuánto tiempo estuvo durmiendo, pero tampoco descansó. Sus pensamientos estaban llenos de preguntas.
Al abrir los ojos, pudo ver cómo los constructores lo miraban con atención. Lucano estaba acostado en el suelo y su mirada estaba fija en esos rostros inexpresivos que lo miraban. Luego pudo ver que también Sabrías lo miraba. Su mirada era profunda.
-Despertaste…- le dijo.
-¿Qué está pasando?-
-Fuiste poseído. Nosotros te salvamos…-
-¿Poseído?-
-Así es. La corrupción te tocó por un momento. Tuviste suerte que estuviéramos aquí…-
-¿Gracias?-
-De nada…-
Que miedo. Que miedo tener esa verdad. Qué horrible darse cuenta que por unos minutos perdió el control de su cuerpo. Él, un sacerdote, había sido tocado por las fuerzas oscuras. Estaba claro que el mundo estaba lleno de realidades dolorosas. Ya no quería saber más.
Pero tampoco quería seguir ignorando. Ignorar no estaba bien. Cómo quisiera no tener que escoger. Aunque tampoco eso era seguro.
Trató de serenarse. Vio que ya no estaba en las calles de la ciudad. Ahora se encontraba dentro de una casa. Además de los constructores, dentro había otras personas. Al parecer era una familia. Pero, ¿qué era lo que hacían?
-¿Qué están haciendo ellos aquí?- preguntó Lucano a Sabrías- No entiendo que sucede-
-¿Hablas de esta gente?- Sabrías sonrió- Son los familiares del corruptor-
-¿Qué?-
-Así es. El corruptor era una pobre anciana que no tenía control de sus poderes. Ellos dicen que siempre fue una mujer milagrosa. Pero un día eso cambió-
-¿Y qué demonios son los corruptores?-
-Son constructores que perdieron el camino. Ahora te darás cuenta de por qué es necesario que estos sean controlados. Tu pequeño amigo podría fácilmente volverse un corruptor. Y uno de los más peligrosos-
-¿Me estás preparando para algo?-
-Yo no hago nada, Lucano. Lo hace el pontífice. Él es quien controla lo que hacemos. Y tú caso le interesa mucho. Quizás pronto lo conozcas-
-No sé si quisiera…-
-Y puede que él tampoco quiera. Pero creo que eres digno-
-¿De qué?-
-De ver lo que va a pasar. De sentir el cambio. Habrá algo muy grande que pasará, Lucano. Lo presiento. Tú serás muy importante…-
-Quiero irme-
-Pronto nos iremos. Sólo tenemos que terminar algo-
Marisol entró en la habitación. No más cruzó la puerta, se le quedó viendo a Sabrías. Este le hizo un movimiento de cabeza. Ella se acercó a la familia.
-¿Qué está pasando?- preguntó Lucano- ¿Qué vas a hacer?-
-Algo que siempre me duele mucho. Pero es necesario- respondió Lucano- Adelante, Marisol…-
-Espera…-
-¡No te metas, Lucano!-
-¡No lo haga!-
-¡Alejate!-
Pero Lucano no pudo hacer nada. Marisol terminó su trabajo sin despeinarse. La familia cayó fulminada por una rafaga que brotó de su mano. Había niños entre ellos, también una niña pequeña. Lucano no pudo evitar llorar.
-Maldición- susurró, abatido.
-No, Lucano- le respondió Sabrías. Y en sus ojos se notaba el deleite- Maldición habría sido dejarlos vivos. Se salvaron de ser consumidos por el mal-
7
Nunca supo si sacó fuerzas para volver o si lo cargaron. Sea cómo fuera, estaba de nuevo allí.
No tenía ánimos para nada. Sabrías tampoco hacía algún esfuerzo por buscarlo. Lucano pasó varios días cómo un preso que estaba encerrado en un hondo calabozo. Pensando, viviendo…
Y no podía hacer más. Ni siquiera visitó al pobre Sixto para hablar de cosas diferentes. Su vida se había vuelto un extraño círculo de tristeza.
Hasta que se acabó. Un día, Sixto decidió ir a verlo a él. Lo encontró acostado en la cama, susurrando el nombre de Alex. Sixto no sabía quién era Alex. Pero pensó que sería alguien especial.
Lucano escuchó cómo lo llamaban. Por un momento, no quiso reaccionar. Luego se volvió para ver y lo hizo con una sonrisa falsa.
-Hola, Sixto- dijo.
-Lucano… te ves horrible-
-Gracias-
-¿Qué te pasó? No te he visto en mucho tiempo-
-Viví una aventura-
-Pero cómo que no fue muy buena-
-Sufrí mucho-
-¿Qué te pasó?-
-No me gustaría mencionarlo-
-Entiendo-
Y Lucano se alegró de que no le preguntara más. Decidió levantarse en honor a la buena voluntad de Sixto y acompañarlo a donde fuera que estaba buscando llevarlo. Caminó con él por la ciudad hasta llegar al mismo lugar dónde lo conoció. Ambos se sentaron en el mismo sitio y buscaron recrearse con sus alrededores. Nadie habló por cierto tiempo.
-Me has abierto los ojos- Sixto fue quien habló luego de varios minutos-. Has encontrado algo extraño…-
-Está claro que sí-
-Y es tan horrible que no puedes decirlo-
-Me encantaría negarlo pero no puedo-
-Lucano, ¿qué cosas estamos haciendo?-
Pero no era ninguna pregunta.
-Nada- respondió Lucano.
-Nada bueno- agregó Sixto.
Lucano quería decirle. Le habría encantado ser sincero con su amigo y revelarle todo lo que había visto. Pero no se sentía con voluntad y tampoco pensaba que sería bueno para el futuro del muchacho. No, Sixto no tenía que saber ninguna de las atrocidades que había visto.
Y aún así, él parecía saber. Pero no tenía idea cómo.
En esos días Lucano volvió a la alegría. Y esa alegría estaba relacionada con el olvido, con la sensación de que había fallado y que lo visto no se volvería a repetir.
El hecho de que no lo buscaran se volvió pronto en un deleite. Lucano ya estaba listo para marcharse de nuevo a Kipo y seguir con su vida. Estaba algo triste por tener que despedirse de Sixto, pero en mayor medida dejar esta ciudad le parecía una bendición.
Y quién sabe, quizás los Cuatro le habían puesto esta prueba para que amara lo que ya tenía y que no se afanara más. Aunque la prueba le pareció cruel, Lucano estaba agradecido. Y no tenía duda de que nunca volvería a quejarse de su vida.
-Seré el sacerdote más alegre del mundo- se decía-. Ya nunca sufriré por lo que hago o por lo que venga-
Esa resignación era liberadora. Cualquiera pensaría que el trauma había hecho que Lucano se tirara a la locura, pero no era así. Era mejor para él centrarse en el olvido y pensar en cosas buenas.
Sixto ya intuía que se iba, así que visitó mucho a Lucano en esos últimos momentos. Las visitas de Sixto le alegraban mucho, pues el muchacho también hizo muchos esfuerzos en no recordarle lo que había pasado. Así que la alegría no era solo por su persona, sino también porque mantenía esa atmósfera de olvido con la que se había acostumbrado. Lucano era cómo un niño que no sabía cómo funcionaba el mundo. Estaba feliz porque no quería saber nada más. Era un ser triste que fingía estar contento.
Y un día, la máscara se le cayó. Lucano supo que no podría irse. Un día, un maldito día, Sabrías volvió.
-Hola, Lucano- le dijo-. Sabía que te alegrarías al verme-
El rostro de Lucano estaba desencajado. No podía contener la furia, la tristeza y sobre todo el dolor de saberse atrapado en una jaula. ¿Por qué demonios no podía salir?
-Siento arruinar tus planes- Sabrías no esperaba su respuesta-. Pero nadie te dijo que podías irte. El trabajo no ha terminado-
-Para mí sí- Lucano se envalentonó por un segundo-. Ya no quiero hacer esto-
-No es tu elección. El pontífice te necesita-
-Te tiene a ti…-
-Eso es cierto- Sabrías sonrió alegremente-. Pero tú eres mejor que yo-
-Yo no soy cómo tú-
-Esa es la idea-
-¿A qué te refieres?-
-Deberías preguntarle-
-¿Cómo?-
Y allí Lucano lo entendió. Pronto sucedería lo impensado.
-Sí, Lucano. Vendrás conmigo a conocer a su santidad. Serás el primero en mucho tiempo que lo verá por primera vez. Tienes un honor incalculable en tus manos-
Pero Lucano no supo si eso sería bueno o malo. Y su único deseo en ese momento era desaparecer en un parpadeo. Pero qué lástima que eso no fuera posible. Ese día, Lucano conoció al pontífice. Lo que pasó en esa reunión nadie nunca pudo prevenirlo.
Lucano había visto el palacio del pontífice desde lejos. Era un lugar que nadie conocía, ni siquiera los que llevaban años viviendo en la ciudad. Su entrada estaba vedada al público, y verlo de cerca parecía algo muy complicado. Por eso fue tan extraño estar parado frente a sus puertas, estar tan cerca que podía tocarlas.
Sabrías sonreía a su lado. Observaba el rostro de Lucano y se regodeaba con su confusión. El sacerdote nunca pensó que esto llegaría a suceder, y la simple necesidad de saber la respuesta lo carcomía por dentro. Tenía tantas preguntas que quería resolver, tantas cosas que quería discutir. No podía esperar para estar adentro. Lucano simplemente quería irse.
No podía creer lo que estaba viviendo. Su vida había cambiado mucho recientemente, pero nunca pensó que llegaría hasta este punto. El miedo, la impotencia de verse metido en una telaraña que no le dejaría salir, la simple idea de que no tenía control, todo eso era demasiado. Preferiría hacer cualquier cosa que esto…
Pero allí estaba. La puerta estaba frente a él. Sabrías disfrutaba a su lado.
-Espero que no tengas miedo, Lucano- dijo Sabrías-. No creo que a su santidad le guste verte así-
-No tengo otra cara…-
-Pues cambiala. Alégrate. Mucha gente sueña con este momento-
-Yo nunca he pensado en esto-
-Prepara tu mente de una vez…-
La brusquedad de esas palabras lo sacó de forma. Sabrías se notaba ansioso, deseando ver qué pasaba. Lucano no podía soportar esa forma de ser. Y eso minaba sus esfuerzos por estar tranquilo.
Quiso entrar de inmediato, cómo movido por el reflejo de acabar con esto de una vez. Sin embargo, Sabrías lo agarró del brazo.
-No toques esa puerta todavía, Lucano- dijo-. No lo hagas antes de la orden. Al menos si no quieres morir-
-¿Tiene magia?-
-Todo este palacio tiene magia. ¿Acaso pensabas que su santidad no estaba protegido?-
-¿Y cuando podremos entrar?-
-Tú lo sabrás…-
Lucano no lo entendía. Pero era magia de lo que estaban hablando. No era algo que pudiera ser entendido.
De pronto sintió una extraña pulsación en su cabeza. Esa era la orden que esperaban.
-¿Lo sentiste?- Sabrías no podía contener la emoción- Ahora podemos entrar-
Lucano abrió la puerta y entró. El interior del palacio estaba frío.
Parecía que dentro no vivía nadie. Lucano se sintió dentro de un lugar abandonado, gigantesco, pero sin nadie. Era tan grande que pensaba que allí debería vivir todo un pueblito. Pero se sentía tan solo que sabía que eso no podía ser así. Lucano caminó por las primeras habitaciones pensando en el gran engaño que encerraba todo esto. ¿A quién esperaba si esto estaba completamente vacío?
Pero sabía que aquí vivía un ser fuera de lo común. Pensar en la existencia del pontífice lo ponía nervioso. Siempre creyó que existía, pero nunca pensó realmente en lo que eso significaba. Ahora que estaba experimentando su cercanía, cuando estaba a punto de verlo, ahora si entendía lo que eso implicaba. Pero existía la magia, ¿no? Él lo había visto. No tenía que dudar de lo que estaba pasando.
-Siento tu pena, Lucano- dijo Sabrías-. Creo que vivías en una mentira. Prepárate para ver la realidad-
-No puedo pensar que esto sea real-
-Lo es. Todo lo es. Todo lo que has visto. No tengas ninguna duda-
-¿Qué quieren de mi?-
-Él lo sabe-
-¿No puedes decírmelo?-
-Preguntaselo a él-
-¿Y si no me dice nada?-
-Te lo dirá-
-¿En serio?-
-Claro. A mi me lo dijo-
-¿Lo conoces?-
-Sí. Creo que sí…-
-¿Crees?-
-Nadie está seguro, Lucano. Por eso es el secreto mejor guardado del mundo-
-No entiendo por qué se oculta-
-No necesita que lo vean. Él nunca será cómo tu y cómo yo. Pero puede que lo hayas visto-
-¿A veces sale?-
-Sí. Pero cómo nadie lo conoce, no se dan cuenta-
-¿Lo he visto?-
-No te sabría decirlo-
-Que horrible tener que dudarlo-
Ahora Lucano estaba más que asustado. Quizás vio al pontífice alguna vez y no lo reconoció. Quizás se llevaría una sorpresa que no esperaba.
Luego de caminar por un momento que se sintió más largo de lo que en realidad fue, Lucano y Sabrías finalmente llegaron a la habitación del trono. La puerta que los separaba era la más grande de todas, adornada con todos los detalles que se esperarían en un lugar así. Eso sí, a la persona que vio sentada en el trono sí que no se la esperaba. Las ideas que se le pasaron por su cabeza al verlo simplemente no las podía entender. Estaba tan confundido que no pudo hacer más que marearse. El peso que sentía en el cuerpo lo forzó a arrodillarse.
Lucano lo miró con la cabeza en alto. El pontífice se puso en pie.
-No esperaba una reverencia de tu parte, Lucano. Pero te lo agradezco- le dijo con una gran sonrisa.
8
Cuando vio sonreír al pontífice, Lucano esperó encontrarse con un viejo. Nadie nunca le dijo que un rostro joven lo estaría mirando.
Pero esa no fue la gran sorpresa. Lo horrible fue darse cuenta de que todo había estado planeado, de que las cosas nunca salían de forma espontánea y de que las amistades no existían. Lucano se sintió traicionado, lleno de una pena que le causaba un dolor innombrable. No podía soportar el peso de su cuerpo.
Se acordó que estaba en el suelo. Lucano se sintió avergonzado de estar allí. Rápidamente, se paró. Luego miró al pontífice con mirada desafiante.
-Nunca pensé que serías tú- dijo.
-¿No te lo esperabas? Eres demasiado confiado- respondió el pontífice.
El pontífice tenía el rostro de Sixto. O más bien, Sixto era el pontífice. O el pontífice se había vuelto Sixto.
Cualquiera de las variantes no tenía sentido. Esto solo pudo haber pasado en una de sus peores pesadillas. Pero allí estaba, siendo realidad. Lucano solo pudo desear que esto terminara.
-¿Por qué me hiciste esto?- preguntó.
-Era necesario. Quería saber que tan valioso eras. Pude descubrirlo casi de inmediato-
-No te creo-
-La amistad es algo que nace de forma espontánea. Fuí tu amigo de verdad, Lucano. Aunque no lo creas. De hecho, creo que has sido uno de mis mejores amigos-
-No sé qué decir…-
-No digas nada- el pontífice estaba sentado en un amplio trono. Se levantó de su asiento y caminó hacia él-. No tienes que seguir hablando-
-Qué quieres de mí…-
-Tu lealtad, Lucano. Y creo que la mereces-
Lucano agachó la cabeza. Cuando la levantó, Sixto ya estaba cerca de él. Lo miraba con unos ojos de suplica. No parecía tener autoridad. Se veía tan indefenso…
-Me estás engañando. ¡Ahora mismo lo haces!- exclamó Lucano.
-No puedo. A ti no. Nunca más…-
-Eres terrible-
-Era necesario-
-¿Qué piensa hacer con él, santidad?- preguntó Sabrías. Tanto Sixto cómo Lucano se olvidaron de que estaba allí con ellos.
-Eso ya lo sabes- respondió Sixto.
-¿Cómo?-
-Recuerda-
Sabrías de pronto se empezó a reír.
-Sí… será divertido-
-¿Qué está pasando?- preguntó Lucano.
-Es hora de que me muestres lo que estás hecho- dijo Sixto.
Lucano sintió que todo se paralizaba. Estaba congelado, parado por algún poder silencioso. Pero cuando pudo darse cuenta que era, vio que estaba siendo tocado por la energía que venía del pontífice. Vio que su mano se extendía hacia él y le daba algo. Hacía que sintiera algo nuevo.
Se vio cómo si naciera de nuevo. Ya no era una persona. Ahora había algo dentro de sí que le quitaba su humanidad. Por sus venas corría un poder, una fuerza que lo llenaba. Era suya, totalmente de sí mismo. No podía ser otra cosa. No podía haber otra manera.
-¿Qué me estás haciendo?- se animó a preguntar.
-Ahora eres alguien nuevo- respondió Sixto-. Eres un constructor. Lo sientes, ¿no es así? Te sientes poderoso-
-¿Por qué?-
-Porque lo necesitarás. Ahora harás un mejor trabajo que lo que hacías. Serás alguien nuevo-
-¿Qué debo hacer?-
-Tienes que pasar una prueba primero. Pero no te preocupes, estoy seguro que podrás hacerlo-
-No quiero…-
-No tienes opción-
-¡No estoy listo!-
Lucano cayó al suelo. Luego se paró casi de inmediato y empezó a verse las manos. No había nada distinto. Pero se sentía diferente. Frente a él, Sixto lo miraba sonriente.
-Ahora lo harás- le dijo-. ¿Listo, Sabrías?-
-Muy listo- respondió el sacerdote.
-No te asustes, Lucano. No tengas miedo. Si lo haces, estoy seguro que morirás. Pero no creo que eso pase. Eso no pasará-
-No creas esas mentiras- dijo Sabrías.
-¿De qué hablas?- preguntó Lucano.
-Voy a matarte…-
-No seas tan directo, Sabrías- dijo Sixto.
-Pero es cierto-
-Eso no pasará-
Lucano no podía dejar de ver cómo Sixto lo disfrutaba todo. El pontífice estaba sintiendo algo que lo llenaba de alegría. ¿Por qué se sentía tan bien? ¿Acaso pasaría algo que le daría emoción?
-¿Qué está pasando?- preguntó Lucano, preocupado- ¿Por qué hablan de muerte? ¿Qué va a pasar?-
-Vas a pelear, Lucano- respondió Sixto.
-¿Con quién?-
Sabrías soltó una carcajada.
Lucano sintió cómo Sabrías lo botaba al suelo con sus poderes. No más tuvo la extraña decisión de reírse, un poder brotó de sus manos y lo impactó. Lucano cayó en el centro de la habitación, estaba bajo un enorme candelabro. Sus ojos se quedaron prendidos en la estructura. Todo su cuerpo le dolía.
Pero ya no se sentía humano. Ahora tenía poder. Lucano se levantó inmediatamente y se preparó para lo que le esperaba. Sabrías venía caminando tranquilamente hacia él. Sus manos brillaban.
Lucano se preparó para recibirlo. Sabrías comenzó a levantar las manos en un gesto que buscaba mostrar su poder. Acto seguido, fuego comenzó a brotar del cielo. Lucano comenzó a correr, a esquivar ese poder horrendo que buscaba matarlo. De pronto, sintió que sus piernas eran más ligeras y se empezó a mover con mucha más velocidad. Esquivar pronto se volvió más sencillo, y si antes pensaba que no lo haría ahora estaba seguro que lo lograba. Cuando terminó el ataque, una enorme sonrisa se reflejó en su cara.
-Ahora ya sabes tu poder- le dijo Sabrías-. Me alegra ver que lo disfrutas-
-¿Y tú disfrutas queriendo matarme?- preguntó Lucano.
-Aún no lo sé-
-Pues averigualo-
Ahora Lucano se dispuso a responder. Y ese pensamiento hizo que una energía lo cubriera de pies a cabeza y deseara salir. Lucano extendió las manos y percibió cómo ese poder se concentraba en sus palmas. Luego, una columna de fuego enorme emergió de sus manos y se encaminó directamente hacia su oponente.
Lucano vio cómo Sabrías trataba de huir. Pero creyó que no lo lograría. El fuego era enorme, digno de una historia mítica del pasado. Lucano sonrió al darse cuenta de su poder, y sintió que estaba viviendo una segunda existencia. ¿Acaso podría haber algo mejor?
Esa era una sensación completamente nueva. Lucano desde el principio siempre dudó de esos poderes. Pero ahora verse portándolos y demostrando de lo que podían ser capaces le parecía una sensación diferente. Ahora estaba extrañamente orgulloso, él que nunca quiso tener esos pensamientos. Era un ser nuevo. Y no había razón alguna para negar que ya no era humano.
¿Y era algo malo? No podía entenderlo en ese momento. Mientras el fuego terminaba de disiparse, Lucano sintió que sí, que tal vez podía ser.
Sabrías sobrevivió al ataque. La emoción que sentía había hecho que Lucano se olvidara de él.
El sacerdote estaba parado en una pierna, cómo demostrándole a Lucano que su experiencia hacía que su poder fuera mayor. Le sonreía con una locura que antes solo intuía, pero que ahora se desplegaba completa.
-¡No puedes vencerme!- exclamó Sabrías.
Lucano quiso responderle. Decidió usar su nueva fuerza y correr hacia él. Sabrías comenzó rápidamente a lanzar enormes pedazos de su poder. Lucano se acercaba mientras los esquivaba. Su cuerpo ahora se movía con mucha fuerza y velocidad. Estaba claro que ya no podía ser humano. Era como una flecha lanzada por un ser con una fuerza ignota. Nadie podía alcanzarlo.
Finalmente, llegó. Lucano saltó y golpeó a Sabrías en el pecho. Ambos estuvieron varios segundos intercambiando golpes, así cómo lanzando ataques a la cara. Fue tanta su emoción, su fuerza, que cualquier ojo no entrenado sería incapaz de distinguir lo que pasaba. A juzgar por la velocidad, cualquiera diría que ese ritmo sería imposible de mantener, y lo cierto es que solo se detuvo porque ambos decidieron observar si el otro estaba muerto, pues no se dieron cuenta. Fue grande la sorpresa de ambos al darse cuenta que no morían.
-Eres la primera persona que conozco que domina el poder tan rápido- dijo Sabrías-. Me sorprende que seas tan bueno. Está claro que su santidad no se equivocó contigo…-
-Y yo nunca creí que tendrías poderes- respondió Lucano.
-¿Te sorprende? El líder de los constructores no puede ser débil-
-¿Y qué te parecería si ahora yo los lidero?-
-Tienes que matarme primero-
Esa fue la señal para reanudar la violencia. Ambos se fueron de nuevo el uno contra el otro. Se sucedieron más intercambios, los cuales generaron una gran destrucción dentro del edificio. Al observarlo, Sixto se carcajeaba, lo disfrutaba como si nunca lo hubiera hecho. Semejante despliegue de magia le parecía más placentero que un baño caliente. No podía haber más emoción para su cuerpo.
Le gustaba la sorpresa. Y el vivir tantos siglos le parecía muchas veces que esta escaseaba. Tantos años estando vivo le parecía que nada podría sorprenderlo. Pero, cómo veía, nada estaba asegurado.
-No se detengan- exclamó.
Pero eso no sería eterno. Ninguna diversión podía existir para siempre. El combate terminó súbitamente, sin pensar. Y el ganador sólo salió victorioso por arte de suerte.
El afortunado pudo aprovechar una apertura de su oponente y logró propinarle un golpe en el corazón. El golpe fue tan fuerte que atravesó su pecho, haciendo que su puño pasará entre la carne y las vísceras terminando en el otro lado. Esto hizo que el cuerpo del enemigo cayera sin vida casi en el acto. Y, cómo último recuerdo, le dedicó una sonrisa a su asesino.
-Que hermoso- susurró Sixto. Y aplaudió.
Los aplausos fueron tan fuertes que casi ensordecen a Lucano. Este se paró con la mano cubierta de la sangre de Sabrías, más roja que un atardecer. No podía quitarle los ojos de encima. Estaba tan asqueado por lo que había hecho.
Pero al mismo tiempo se sentía contento por su poder. Lucano trató de sonreír. La sonrisa que salió parecía entre falsa y verdadera. Y ni él mismo sabía que significaba.
Pero era suya. Eso era todo lo que importaba.
9
Horas después de dejar de ser humano, de haber cometido su primer asesinato y de sentirse lleno de una vida que antes no tenía, Lucano empezó su nuevo propósito. Cuando volvió a encontrarse con los demás constructores, se les mostró cómo un líder, cómo un ser completo y nuevo.
Sixto le autorizó las reformas que quisiera. Lo primero que hizo Lucano fue deshacerse de los collares y del control excesivo. Trató básicamente de generar una relación de confianza, actuando cómo un líder benevolente que podía ser tanto firme cómo cordial. Eso de inmediato dio resultados, pues aquellos que antes nunca habían mostrado sentimientos ahora lo hacían con gran facilidad. Y Marisol, quien había sido la única que se había despertado por un momento, se convirtió en la aliada más valiosa que tenía.
Y con ese ímpetu comenzaron las misiones. Lucano cambió el sistema y se mostró como un héroe ante las personas que iba a liberar. Los pueblos ya no eran asolados, la gente ya no moría sin razón. Ahora podían ver a los constructores cómo héroes, cómo seres divinos que les mandaba la iglesia para salvarlos. Lucano había cambiado el dolor por esperanza. Sixto estaba complacido.
El pontífice y él se reunían cada cierto tiempo. Al parecer, Lucano se había vuelto uno de los pocos que tenía contacto directo con su santidad. Eso le agradaba mucho a Sixto, pues creía que había entre ellos una relación de confianza. Sin embargo, en el fondo Lucano nunca confiaría en alguien que le había hecho sufrir tanto.
La de ellos era una relación de mentira, de fingimiento absoluto. Lucano le contaba lo que pasaba, trataba de sonreírle lo mayor posible y luego se iba a encerrar en su cuarto asqueado. Estaba convencido de que no podía salir nada bueno de esas interacciones, y la sensación de estar metido en una nueva prisión se acrecentaba más y más. Ahora finalmente podía entender lo que sentía Alex cuando solía estar ante él, podía sentir su hipocresía al tratar de llevarse bien con lo que le decía. Sin embargo, Lucano no perdía la esperanza de armar una nueva relación con su pupilo, y agradecía el hecho de que este poder que ahora tenía era una forma de facilitar su reencuentro. Y era obvio que Sixto lo había escogido precisamente por eso.
Marisol era su práctica. Tratar con ella era una forma de anticipar cómo sería su futura relación con Alex. Oírla mostrar su personalidad, ver que era una persona que tenía sentimientos y sonreía como los demás le daba una idea de lo que podría pasar cuando encontrara al muchacho. Estaba muy sorprendido por el daño que Sabrías le había hecho a su cuadrilla. Mantener tanto control, aunque favorecía la efectividad, no era nada bueno para crear confianza. Lucano creía que Sabrías quizás no duraría mucho más, y que en algún momento sus subalternos se liberarían del control y lo matarían. Eso le causaba una gran alegría, pues estaba contento de haber evitado semejante tragedia. Aunque también entendía que para eso tuvo que pasar por mucho sufrimiento.
Pero valía la pena todo lo que había vivido. Estas nuevas personas lo valían todo. Ahora tenía nuevos amigos. Sí, y también tenía un nuevo peso encima. Pero pensaba que podía superarlo.
Además, Alex de alguna forma lo estaba esperando. No se imaginaba otra cosa que encontrarse con el niño.
O quizás cuando lo viera ya sería un hombre. Les pidió a los Cuatro que no pasara tanto tiempo.