Chapter 4 - 4

IV

El heraldo de la cabaña

El camino había desaparecido. Alex observaba como los árboles cubrían toda la zona, como lo verde acababa por ocultar la tierra y cambiaba el paisaje. Era una visión muy extraña.

-¿Seguro que vamos por buen camino?- la pregunta sonaba preocupada.

-Creo que sí…

Mathieu lo dudaba. Su respuesta era demasiado mesurada. Alex miraba como los ojos de su amigo perdían cierta iluminación. Recordaba algo, pero no sabía qué. Parecía que no sabía dónde estaba. ¿Y qué si así era?

Era preocupante pensarlo. Pero por el momento solo se dejó llevar. La caminata se sentía cada vez más cansada. Los pies se hundían en la maleza, se perdían en las sombras. La pesadez los embargaba.

-No sabes a donde vamos, ¿verdad?- Alex estaba seguro que tenía razón.

-¿Importa?- Mathieu soltó una risotada- Creo que te lo tomas muy a pecho.

-No. Es solo que no nos guías bien

-¿Sabes tú por dónde vamos?- Mathieu se mostró desafiante.

-Creo que no…

-Entonces cállate.

Alex tragó saliva.

-Como quieras.

No cabía duda que no estaba cómodo. ¿Por qué entonces le diría eso? Mathieu nunca era así. Normalmente le soltaba un chiste y allí quedaba. Que ahora se enojara le parecía demasiado.

Pero no se podía hacer nada por ahora. Lo único que le quedaba era seguirlo y ver donde terminaban. Alex tan solo esperaba que nada malo les pasara.

Siguieron caminando durante varios minutos más. Luego, y de una manera bastante súbita, Mathieu lanzó un grito. Los pájaros que había cerca también gritaron. Parecían responderle al llamado.

-Es obvio que estamos perdidos- Alex lo dijo casi sin pensarlo.

-¿Puedes dejar de decir eso?

-¿Acaso quieres que me calle?

-¿Podrías?

-…

¿Debería? A Alex eso lo tenía molesto. No quería hacer nada que extendiera los enojos o que causara más problemas. Sin embargo, no podía tampoco dejar de hablar. Eso sería como olvidar el hecho de que eran dos y no solo uno. Y de que uno era tan igual e importante que el otro.

Por tanto, no calló. En cambio, se mostró más desafiante que nunca. Y sus palabras se oyeron fuertes. Quizás demasiado fuertes.

-¡No puedo!- exclamó.

Mathieu lanzó un suspiro.

-Yo tampoco.

Acto seguido, se dejó caer en el suelo. Alex lo miró anonadado. Mathieu se quedó mirando a la maleza que estaba debajo. Estaba tan distraído que se puso a jugar con el zacate que brotaba.

-¿Crees que estoy loco?- eso se lo dijo sin mirarlo.

-No sé qué decir…

-Pues estoy confundido. Es la primera vez en mi vida que no me ubico en un lugar. Normalmente se por donde voy. Es una sensación muy extraña no hacerlo-

-¿Tan malo es?

-¡Por supuesto! ¿Acaso crees que toda mi experiencia viajando ha sido de balde?

-No…

-¿Entonces?

-No lo sabría decir.

Mathieu trató de olvidarlo.

-Creo que deberíamos parar un rato.

Y eso hicieron de inmediato. Lo raro fue que ni siquiera se movieron del lugar. Mathieu se quedó allí y no se movió. Viendo esto, Alex se vio obligado a armar la fogata.

Cuando terminó, miró a su amigo. Este parecía una roca. Su cuerpo estaba tan rígido que parecía muerto. Si no fuera por la respiración, pensaría que era un hecho. Alex estaba demasiado cansado como para notarlo.

Se acercó a él sin decir mucho. Se sentó y luego comenzó a ver para todos lados. De súbito, vio que se aproximaba un viento. Era un aroma dulzón y con mucho sabor. Alex sintió que se le pegaba, que lo devoraba, que lo hacía sentirse cansado…

Pronto se hizo el silencio.

Despertó en el interior de un cuarto. La única luz que observaba provenía de una vela. El techo era alto, Alex podía observar los detalles de la madera. Las paredes estaban hechas de roca.

-¿Qué…?

Estaba cansado. O al menos sentía que el cansancio había sido parte de él. Ahora que lo pensaba, el viento era lo que le había causado sueño. Lo que no entendía era cómo había terminado en esto.

-¿Dónde…?

La pregunta estaba en el aire. Era algo que tenía muy dentro. ¿Y Mathieu? ¿Dónde diablos estaba Mathieu? ¿Acaso le había pasado algo?

-¿Quieres verlo?

Esa voz. ¿De dónde venía? ¿Por qué le agradaba tanto?

-Estoy aquí…

Alex vio una sombra parada frente a una puerta abierta. La luz del cuarto que estaba detrás de ella reflejaba una luz anaranjada. La sombra tenía los brazos cruzados. Lo miraba fijamente.

-¿Quién eres?

La pregunta brotó bruscamente de sus labios.

-No se si eso es importante.

La sombra se le acercó. La vela iluminó su rostro y reveló a un hombre con apariencia de joven, pero con una mirada que denotaba años, quizás siglos. El hombre vestía una larga túnica color lila, teniendo esta mangas bastante anchas en los brazos. Al verlo, Alex sintió un escalofrío.

Pero no sabía bien de qué se trataba. ¿Era miedo? No estaba seguro. Sin embargo, no era normal. Un ser tan extraño causaba esas sensaciones. Alex estaba deseando saber que era.

Aunque no había motivo.

-Eres un mago, ¿verdad?- Alex escupió la respuesta sin pensarlo.

-¿Te asusto?

Alex no estaba seguro.

-No lo sé- dijo.

-¿Y qué si lo estás? Mucha gente lo hace. Creo que sería algo natural.

-Se dicen cosas horribles de los magos.

-Puede ser. Pero no deberías creerte muchas de ellas. Podemos ser inofensivos si queremos.

-¿Y si no quieren?

-Eso no importa

El hombre lo dijo todo con una sonrisa.

-¿Dónde está mi amigo?- Alex no quería perder más minutos.

-Está bien. Algo dormido. A él le cayó mucho más fuerte que a ti

-¿Por qué lo hiciste?

-¿Dormirlos? Bueno, es una larga historia

-Tengo tiempo para oírla

-No, no lo tienes.

-¿Por qué?

-Porque creo que no te incumbe.

-Entonces, ¿por qué estoy aquí?

-Eso tampoco te incumbe.

-Eres demasiado molesto.

-Creo que no eres el único que piensa eso.

Sus ojos se cruzaron por un largo tiempo. La mirada de Alex estaba fija en el mago, quizás pensando que su enojo y su extraña conducta tenía que algo ver con una pena. Pero, ¿qué sería? Era obvio que no le diría.

-Creo que debemos despertar a tu amigo- dijo.

-No creo que eso sea necesario.

Mathieu estaba parado frente a la puerta. Su respiración se oía agitada. Sus ojos tenían una extraña expresión, como de pura confusión. El rostro era de puro enojo.

Sus manos se formaron en un puño. Su brazo estaba como alineado para ser usado con una espada. Pero ya que no la tenía, se puso firme. Estaba listo para algo. El mago se volvió para verlo.

-Un puñetazo no me hará nada- le dijo.

-¿Estás seguro?- Mathieu se oía como borracho- ¿Qué tal si lo intentamos?

-Adelante…

Mathieu sonrió grandemente.

Acto seguido, se movió. Dio dos pasos hacia adelante y se acercó hacia el mago. Mathieu extendió el brazo y lanzó un golpe con mucha fuerza. Por un momento, Alex pensó que le daría. Luego, en segundos, esa idea se hizo agua.

El rostro de Mathieu estaba sorprendido. Alex no podía ver su propio rostro, pero sabía que tenía la misma expresión. El mago logró esquivar el golpe sin mover un solo músculo, lo hizo desplazándose como un fantasma. Alex sólo pudo ver como todo parecía un parpadeo, como un fugaz relámpago. Era una visión cien por ciento contradictoria.

El mago soltó una risotada.

-Te lo dije- sentenció.

-Pero…

-Nada de peros.

Mathieu sintió una presión en el pecho. Salió disparado hacia el abismo.

O más bien hacia la puerta. El choque que produjo el golpe se escuchó en todo el cuarto. Alex, desesperado, corrió a auxiliar a su amigo. Lo encontró bastante aturdido.

Luego miró directamente al agresor. El mago simplemente sonreía, no parecía tener remordimientos. Es más, pareció regodearse. Alex sentía una humillación muy profunda.

-Te aprovechas que eres poderoso- le dijo.

-El poder es algo relativo. Conozco mucha gente que podría hacerme lo mismo a mi.

-Me encantaría saber sus nombres.

-Sí quieres te los digo.

-¿Qué ganaría con eso?

El mago se rio.

-Nada. Pero sería divertido. Imagínate que regresaran de la tumba a buscarme. Sería todo un espectáculo.

-¿Ya no hay más magos?

El mago dejó de sonreír.

-Pocos. Creo que una mano sería suficiente para contarlos. Estamos básicamente extintos.

-Pero si tienen poderes…

-Eso no es suficiente para ellos. Ya sabes lo que pasa. No te caen bien y luego te matan. Esa es la historia.

-No lo sabía…

-¿En serio? ¿Puedes ser tan iluso?

-Soy un niño.

Esa declaración lo asustó de pronto. Pero, ¿acaso no era eso un orgullo? El mago sonrió.

-Ah, ¡como me encantaría volver a serlo!

-No me digas…

-Sí.

-Esto no tiene sentido

Mathieu ya se sentía mejor. El golpe lo dejó bastante atontado, pero estaba bien. Alex lo miraba sin creerlo. Su amigo sí que tenía mucho aguante. Sin embargo, las palabras del mago lo hacían parecer un tonto.

Pero es que no tenía sentido.

-No tiene por qué tenerlo- el mago parecía encontrar mucha razón en lo que hacía-. Si te fueras a extinguir como yo seguro que harías lo mismo.

-No te estás muriendo.

-Ah, ¿no? Pero pronto pasará algo.

-La Iglesia ya no ha actuado tanto. Puede que incluso se detenga. Además, aquí estarás protegido.

El mago soltó una carcajada.

-Mira… creo que no tienes idea de lo que pasa. No hay nada que pueda parar lo que se empezó. Pero si me ayudas…

-¿Qué?

-Creo que te servirá.

-No morirás. Tu gente no está en riesgo. No creo en lo que dices. Ustedes son demasiado poderosos.

-¿Vas a huir de una historia? Eso no parece tu estilo.

-¿Cómo sabes eso de mí?

-Te he estado observando.

-No tenías que secuestrarnos.

-Eso no importa.

Pero Mathieu tenía razón. El mago era demasiado arrogante para reconocerlo. Un secuestro, por mucho que tuviera buenas intenciones, siempre era algo malo. Además, como Mathieu, Alex pensaba que no era necesario. Los magos eran demasiado poderosos.

-¿Qué vas a hacer?- preguntó Mathieu.

-Te voy a contar una historia. Pero tienes que oírla con atención. No puedes dejar de redactarla toda.

-Siempre las escribo todas.

-Puede que tengas mala memoria.

-No la tengo.

-Entonces escucha…

El mago lanzó un hondo suspiro. Luego, empezó a caminar por la habitación. Alex observaba sus movimientos como un poseso. Sus pasos realmente eran enigmáticos. Mathieu parecía extrañamente acostumbrado. Después de un momento, finalmente se detuvo.

Se quedó parado frente a una silla. Esta se mecía constantemente al compás de un viento invisible. Alex observó por todos lados, buscando una ventana.

Pero no la halló. Todo parecía como cosa de magia.

-La silla se mueve sola- dijo el mago.

Acto seguido, se sentó sobre ella.

-¿Vas a comenzar?- Mathieu se notaba impaciente.

El mago no respondió.

-¿Me oíste?

El mago no decía nada.

-¿Te pasa algo?

El mago contemplaba un horizonte.

-Si que estás loco.

El mago sonreía.

-Tienes que esperar un rato- dijo.

Esperaron unos segundos.

-Ahora escúchame.

Creo que el tiempo se detiene mientras pienso en ello. Es una suposición, más sin embargo me parece real. Quizás con el paso de los días pueda resolverlo. Aunque no estoy seguro.

Nací siendo mago. Sé que suena como una ridiculez, pero fue así. Mi nacimiento no se dio en circunstancias normales. Estoy seguro que mi madre, bruja por cierto, usó hechizos mágicos para concebirme. Y todo con el simple y nada desinteresado propósito de que heredara sus poderes.

Porque sí, los magos no heredamos nuestra magia. Es algo que ha perseguido a nuestra estirpe desde siempre. Sí, ha sido nuestra fuerza, pero ahora parece ser nuestra destrucción. La magia se ha convertido en una maldición.

Pero tampoco fue así al principio. Yo recuerdo haber disfrutado mucho mis primeros años. Mamá y yo vivíamos en una aldea cualquiera, rodeados de gente cualquiera. Estas personas eran tan simples, que quería vomitar de solo verlas. Estoy seguro que el hecho de que no lo hiciera fue por qué mi madre me enseñó a tener paciencia. Le agradezco mucho eso.

Sin embargo, no le agradezco el hecho de haberme creado. Creo que no nací en la época adecuada. Mi madre hablaba de un tiempo, de un tiempo glorioso en donde los magos eran respetados. Pero no, no era nuestro tiempo. Por esa razón habría preferido que mi madre me hubiese dejado ser un niño cualquiera. Que lástima que se quiso pasar de orgullosa.

Y eso no lo notamos de inmediato. Porque, como les digo, la cosa empezó bien. Fue al transcurrir de los años, cuando me di cuenta de que algo andaba mal con nosotros. Cierto día, mamá enfermó misteriosamente. Cayó en el suelo echa un cometa.

Yo traté de ayudarla desesperadamente. La cuidé mucho tiempo. Antes de morir (porque sí mi madre murió), ella me advirtió que correría su mismo destino. Me hizo saber de antemano de la maldición. Sin embargo, no le hice caso.

Es más, solo la engañé. Le dije que sí, que no se preocupara. Ella murió satisfecha. Luego de que expirara, se me olvidaron cada una de sus palabras.

Los años se pasaron muy lentos. Yo traté de volverme el mago más poderoso de la tierra. Me uní a muchos clanes y tuve muchos amigos. Juntos hicimos cosas grandes, cambiamos mucho de lo que creíamos que estaba mal. Podría decirse que sobrevivimos.

Pero finalmente la maldición nos alcanzó. Uno a uno mis amigos fueron muriendo. Cuando me quedé solo, conocí el fin de mis poderes. Me di cuenta de que, aunque pudiera alguna vez hacer cosas imposibles para la naturaleza, nunca me libraría de ella.

Y eso me hizo llorar. Lloré como un enfermo. Luego, me di a la tarea de investigar los orígenes de la maldición. No encontré nada concreto. Tan solo me di cuenta de que todo empezó con el yugo.

Me di cuenta que ellos lo hicieron. Y con ellos, me refiero a los que se dicen los dueños del mundo. Eso me hizo sufrir. Me hizo sufrir porque supe que no los vencería.

Así que me rendí…

-Y aquí estoy…

Mathieu sostuvo el libro con mucho nerviosismo. La pluma que tenía en su mano vibraba de la desesperación. Sin embargo, sus ojos estaban serenos. De alguna forma lo intuía. Alex, en cambio, no estaba bien.

-No puedes hablar en serio- dijo el niño.

-No hay otra manera de decirlo- respondió el mago-. Solo que es la verdad. Ellos lo hicieron todo.

-Pero la iglesia ayuda a mucha gente. A mi me dieron muchas cosas, me criaron. No puedo creer que ellos hayan hecho esto.

-Ellos tienen el poder. Y la decisión. ¿Por qué no lo harían?

-No tiene sentido.

-Claro que lo tiene…

-No es cierto.

-Pequeño, la vida no es como la pintan. Que a ti te hayan dado todo no significa que no hagan cosas malas. Además, ¿por qué estás aquí?

-Ellos…

-No importa. Ya lo sé. Mejor deberías agradecerle a tu amigo que te haya sacado. ¿No es así, guardador?

Pero Mathieu no dijo nada.

Alex se lanzó a llorar. Se cubrió la cara con las manos. Mathieu de inmediato se acercó para consolarlo.

-Me alegra que hayan venido- dijo el mago-. Mi propósito ahora está completo. Ya pueden dejarme solo.

-¿Vas a morir?- Mathieu se atrevió a hacer la pregunta.

-Esa pregunta no se hace…

Y, dicho esto, desapareció. Toda la habitación desapareció. Mathieu y Alex pronto se hallaron de nuevo en la intemperie.

No obstante, ni aún libre Alex dejó de llorar. La noche ya se acercaba. Mathieu miraba como salía la luna.

-Alex- Mathieu le habló con delicadeza-. Nos quedaremos. Vamos a hacer una gran fogata.