V
De cómo un niño conoce a su mejor amigo
Alex estaba harto del monasterio. Quería desesperadamente salir de allí. Sus paredes, la frialdad de esos muros gruesos y oscuros lo volvía loco. Por tanto, cuando finalmente abandonó sus paredes y penetró en el pueblo de Kipo, no podía estar más contento.
Kipo era toda una fiesta. La gente celebraba con mucha pompa el festival de las ilusiones. Era la única vez en todo el año en que los ilusionistas los visitaban y hacían sus trucos frente a todos. Era una cosa casi de magia. Aunque Alex sabía que era falsa.
Los verdaderos magos ya no existían. La iglesia decía que eran parte del "viejo orden". Alex casi nunca entendía que era eso. Normalmente creía que se trataba del tiempo de oscuridad que precedió a la llegada del mensajero. Sin embargo, parecía que no era así.
Pero eso era cosa de sus clases. Ahora estaba demasiado distraído como para pensar en ellas. Las luces, los brillos que corrían a su lado, todo eso lo distraía. Le quitaba las imágenes de la mirada. Estaba tan atraído como un poseso que mira a su amada.
A veces pensaba por qué no lo prohibían. Tanta distracción tenía que ser mala, ¿no? Él creía que no era así. Y le dolía que Lucano no pensara lo mismo.
Lucano. Era casi como un tirano. Era su prior, su dueño. El hombre que los Cuatro eligieron para mandarlo. ¿Por qué no podía ser más bueno?
Pero quizás él no debería pensar así. Después de todo, Lucano lo había criado. El hombre había sido su padre, su mentor, pero no su amigo. Alex a veces pensaba que lo que necesitaba no era un padre sino un amigo. Por desgracia, los sueños muchas veces no se cumplen…
Pero, ¿qué estaba pensando? ¿Por qué no disfrutaba? Alex trató de olvidarlo todo. Caminando, mirando a los colores y a las ilusiones, trató de dejarlo. La mente por fin se había liberado. Sus ojos se quedaron pegados del todo. Especialmente en cierto mostrador.
Alex caminó un poco más para verlo de cerca. Cuando estuvo frente a él, observó mejor lo que había. El hombre sonreía a su pequeño público. ¿El truco? Desaparecer una bola bajo un vaso. Parecía una cosa tan insignificante. No obstante, Alex estaba muy absorto. Observaba los movimientos. La baba por poco se le caía del rostro.
Sin embargo, pronto notó el truco. Sus ojos se quedaron fijos en el movimiento. Un sonido se oyó ligero pero real. No había duda de ello.
-Estás mintiendo- le dijo.
El hombre pareció no entender nada.
-¿Quién dijo eso?- musitó sin saberlo.
-Yo…
-¿Quién yo?
-Aquí.
Y levantó la mano.
El hombre se le quedó viendo durante varios segundos. Le parecía raro que un niño le dijera que era mentiroso. Quiso enojarse, pero cuando vio que el niño vestía una túnica de novicio, desistió. Alex sonrió cuando lo notó.
-No tienes porqué asustarte- le dijo-. No le diré nada a nadie.
Pero eso sería imposible. La gente que estaba alrededor del niño ya lo sabía. Alex miró para todos lados e hizo una mueca de disgusto. Estaba seguro que la había regado.
Trató de enmendar las cosas.
-No te preocupes. Esta gente no dirá nada- sus palabras parecían decir en voz alta una mentira-. ¿Verdad, amigos?
Pero nadie quiso decirle nada. Alex estaba nervioso.
-Me quiero morir- dijo el hombre.
-No te pasará nada.
-El chiste de esto…- detuvo su discurso un momento-… es que no te atrapen. La iglesia hace la vista gorda si no lo hacen. Pero ahora que yo caí…
-¡Ya te dije que no te pasará nada!
-No tiene sentido…
-Los dos van a olvidarlo.
Una voz se interpuso entre ambos. Era una voz grave y seria. Alex sintió un escalofrío cuando la oyó a su espalda.
Lucano lo miraba con unos de fuego. Sus ojos parecían el fin del mundo. Y lo serían, si no era cuidadoso.
-Prior, yo…- trató de hacerse el santo.
-No pasa nada, Alex- la voz de Lucano tenía algo extraño.
Era apacible. Lo cual no tenía sentido. ¿Qué le pasaba al prior? ¿Será que se había suavizado? Alex tuvo muchas esperanzas.
Pero estas se diluyeron de inmediato. El prior se encargó de que murieran. Con un movimiento rápido lo hizo.
El prior señaló al ilusionista. Sus ojos lo perforaban como agujas.
-Ya sabes lo que pasa cuando se miente. Y más cuando lo haces frente a tanta gente.
-Pero, señor… yo solo…
-No pasa nada.
-Por favor…
-No te resistas.
Y mientras decía eso, la multitud se hizo más grande. Guardias aparecieron de varios lugares, gente armada con largos filos. Vinieron sin más y dispersaron al público.
-Ya saben lo que tienen que hacer.
Y lo hicieron. Fue todo tan rápido. Alex nunca pensó que sería de ese modo.
El hombre gritaba mientras se lo llevaban. Sabía que todo lo que había construido terminaba. Alex escuchaba los lamentos mientras las lágrimas corrían por su rostro. El corazón lo sentía enredado en un montoncito.
Trató de sentir furia. Sus ojos buscaron encenderse. No obstante, las órbitas se quedaron fijas, mirando a quien todo lo causaba.
-Bien hecho, Alex- el prior lo miró con una sonrisa.
-¿Qué pasará con él?
-…
-¿Qué será de su vida?
-…
-¿Estará bien?
-Eso no importa, Alex.
Alex lo miró fijamente. Lucano tenía sus ojos puestos sobre la hoja de un pergamino. Sin embargo, su visión periférica parecía estar directamente en su pupilo.
El niño se miraba nervioso. Pero más que todo se sentía abatido. Por primera vez en mucho tiempo, quizás en todo el tiempo que llevaba como novicio, pensaba como tal. Y eso no le gustaba.
Era una sensación muy difícil. Principalmente porque Lucano no se mostraba cómo supuestamente tenía que ser. No, no era compasivo ni mucho menos. Era exactamente todo lo contrario.
-¿Por qué dice eso?- la voz de Alex se oyó casi como un susurro.
-Porque no vale nada. Esa clase de gente no tiene perdón. No se puede hacer nada con ellos.
-Eso no fue lo que me enseñaron.
-¿Y qué fue lo que te dijeron tus maestros?
-Que fuera compasivo, que me preocupara…
Lucano se echó a reír.
-¿Y tú les creíste?
-Yo…
-Me lo imaginaba
Alex tragó saliva.
-Quiero decirte algo, Alex- Lucano adquirió ese tono condescendiente que tenía cuando enseñaba-. Si te crié, es por algo. Has sufrido mucho, pequeño. Tu madre te abandonó, tu padre no te conoce. Nadie más que tú debería saber cómo es el mundo…
Alex comenzó a llorar.
-¡No llores! No debes hacerlo. Quiero que afrontes las cosas como son. Que te des cuenta que la gente es mala…
-¡Pero si somos la iglesia!
-¡Por eso mismo! La iglesia vino para purgar al mundo de los seres que arruinan el plan de los Cuatro y que manchan el mensaje del mensajero. Esa es nuestra misión. No estamos aquí solo para ver. No controlamos al mundo por eso.
-Pero…
-…Nada. Tienes que ser fuerte. Tienes que tener entereza, muchacho. No estás para llorar. Eres un juez. Recuerda eso
Alex trató de asentir.
-Bien- Lucano pareció satisfecho-. Creo que ya lo entiendes. Ahora quiero que los veas en carne propia, que te des cuenta de su malicia…
-¿Qué debo hacer?
-Ve y dales su comida. Dile al fraile Luis que te entregue la bandeja.
Alex trató de mentalizarse las cosas.
-Pero recuerda- Lucano concluyó mirándolo directamente a los ojos-. No les tengas ni un poco de lastima.
Esas fueron todas sus palabras. Alex observó como su mentor le hacía señas de que se alejara. Él obedeció sin decir más nada. Salió al pasillo con su pena.
Caminó por varios minutos. Pensó ir directo a visitar al fraile Luis. Sin embargo, se desvió por un momento. Se sentó a espaldas de un muro, escondido en un rincón.
Y allí lloró. Lloró por un largo rato. Cuando terminó, su pecho estaba lleno de sudor. Su túnica se había estropeado.
-Creo que tengo que cambiarme de ropa- se dijo.
Había muerte dentro de las celdas. Ese pensamiento se extendía y se hacía más real cada vez que entraba. Eso, y acompañado del olor pútrido que rodeaba el ambiente, eran su única idea.
¿Qué sentía? No lo sabía. Pero estaba pensándolo mucho. Las luces de las antorchas parecían darle una bienvenida fría. Una entrada al mismísimo averno.
Sombras se movían por dentro. Las sombras lo saludaban. Otros simplemente gemían. Pero nunca dejaban de verlo.
-Gracias…
Estos eran los más cordiales. Se notaba en sus ojos el agradecimiento.
-Muérete.
Estos no tenían respeto. Lo miraban como al peor de los monstruos.
-…
Estos no respiraban.
-¿Quién eres?
Estos no sabían.
Finalmente llegó al final del camino. A la celda más grande. Dentro, había un hombre solo. Las cadenas cubrían su cuerpo. Alex pensó que la peligrosidad de este hombre tenía que ser demasiada para recibir semejante trato. Sin embargo, no parecía peligroso.
No, sus ojos estaban calmos. Su mirada parecía ver hacia el futuro o hacia el infinito. Estaba concentrado en algo más. Parecía que esperaba tranquilamente lo que viniera.
Alex acercó la bandeja. La llevaba en la mano desde hacía mucho. En la otra mano llevaba un cucharón. Con él depositaba la comida en los platos. Aunque con este parecía que no se podía.
-Ya te diste cuenta que padezco hambre.
Su voz era fuerte. No parecía que lo que decía fuera cierto.
-Estás vivo- respondió el niño.
-Aguanto.
-Yo te daré de comer.
-No puedes.
-Claro que puedo.
-Tendrás problemas…
Pero a Alex no le importó. Abandonó la habitación sin decirle más, sin escuchar las súplicas desesperadas. Cuando volvió, luego de algunos minutos, venía con una llave.
La usó para abrir la puerta. El preso lo miraba sin creerlo.
-Estás loco…
Alex sonrió.
-Puede ser.
Y le dio de comer. Tomó una cuchara y la llenó de comida. Luego se la metió tranquilamente en la boca al preso. Este masticaba con unos ojos llenos de extrañeza. Seguía sin creerlo. Le parecía fantasía.
-Llevo sin comer desde ayer- le dijo-. Ya estaba perdiendo mis fuerzas.
-Entonces parece que no soy tan loco.
-¿Ah, no? ¿Estás seguro?
-Eso es cosa tuya.
-¿Me tienes miedo?
-Creo que no.
-Que bueno.
-¿Por qué?
-Porque todo esto es un error…
Alex lo miró a los ojos. Algo extraño provenía de ellos. Era una extraña pregunta, una duda que se extendía en campo abierto. Dicha duda parecía carcomer esa mirada, derrotar cada entraña del cuerpo del preso. Su mente estaba pensando. Pero no sabía si era bueno.
-¿Qué estás haciendo aquí?
La pregunta salió disparada de sus labios.
-Me metieron aquí por buscar la verdad. Yo le pregunto a la gente lo que pasa. Tu prior no quiere eso.
-¿Qué es lo que quiere?
-Que muera.
Alex se estremeció.
-Lucano nunca haría eso.
-Tú sabes que no es cierto.
Eso tenía mucho sentido.
Alex lo sabía muy bien. Él lo había visto. Las ejecuciones, la pompa y la violencia. Nunca le gustó esa parte de la iglesia.
-¿Qué es lo que preguntas?
-No puedo decírtelo ahora.
Pasó algún tiempo hasta que se lo dijo. Alex le hizo muchas preguntas. Pasaron exactamente una semana en eso. Un día, Mathieu le dijo todo.
-Yo soy un guardador
-¿Qué es eso?
-Un recolector de memorias. Alguien que recupera lo que está perdido.
-No te entiendo.
-A ver, creo que recuerdas que hubo un mundo antes del mensajero.
-Sí…
-¿Qué había en ese mundo?
-Oscuridad.
-Puede ser. Pero eso no es del todo cierto.
-¿Qué es?
-El mensajero se encontró con otras culturas. Seres distintos, seres especiales. Él estuvo con ellos por mucho tiempo.
-Eso no lo dice la iglesia.
-Ellos no quieren que se sepa.
-¿Por qué?
-Porque no les conviene.
Alex no lo creía.
-Estás tratando de engañarme.
-¿Por qué lo haría?
-Quieres que te saque.
-Eso es cierto.
-¿Entonces mientes?
-Para nada.
-No te entiendo.
-No tienes por qué hacerlo.
Alex miró su rostro. Luego se concentró en su mirada. De nuevo sus ojos eran raros. Pero no parecía haber mentira en ellos.
-No creo que pueda ayudarte.
-Claro que puedes.
-Lo perdería todo…
-No hay que perder mucho.
-¿Por qué dices eso?
-Porque nada tienes.
-Eso no es cierto.
Pero claro que lo era. Alex lo sabía muy en el fondo. Lo que pasaba era que nunca quiso aceptarlo.
-¿Tienes miedo?
-Sí…
-No deberías tenerlo.
Y lo demás es historia. Una noche, Alex se levantó de la cama y entró furtivamente a la oficina de Lucano. El prior nunca se dio cuenta de lo sucedido. Nunca entendió lo que pasó. Eso sí, cuando vio que un prisionero se había ido y que también le faltaba un novicio, se enojó. Pero también lloró…
Sus gritos cruzaron el monasterio.
-Alex, ¿qué hice contigo? ¿Por qué me haces esto?
-¿Trajiste mi libro?
-Sí, Lucano lo tenía. ¿Te podría preguntar para qué sirve?
-Para guardar las historias.
-¿De quiénes?
-De los olvidados.