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Chapter 33 - XXXIII

Iván se retiró a la tienda de campaña que se encontraba en las afueras de la mina fortificada. La luz del fuego que ardía en el centro del campamento proyectaba sombras que danzaban sobre la tela, creando figuras fantasmales que se estiraban y retorcían con cada chasquido de las llamas. El ambiente dentro de la tienda era sombrío, cargado de tensión. Iván, rodeado por unos pocos Legionarios de las Sombras que vigilaban silenciosamente desde las esquinas, estaba concentrado en los mapas esparcidos sobre la mesa frente a él. La vasta extensión de los territorios de Stirba y Zanzíbar lo miraban desde el pergamino como si lo desafiaran, como si los caminos y ríos marcados en ellos se transformaran en serpientes dispuestas a estrangularlo.

Mientras Zandric, se encargaba de la eliminación de los prisioneros, y otros comandantes realizaban sus propias tareas—como la recolección de equipo enemigo, la limpieza de los restos, y la reorganización de los soldados dispersos—, Iván no podía permitirse un solo momento de descanso. Sus pensamientos estaban envueltos en los cálculos precisos y fríos de la guerra. La línea entre la vida y la muerte dependía de la estrategia que diseñara en las próximas horas. Cualquier error, cualquier vacilación, podría costarle no solo la batalla, sino todo lo que había construido.

El silencio dentro de la tienda era abrumador, roto solo por el ocasional sonido del viento que se colaba entre las telas y el susurro lejano de los hombres fuera, ocupados en sus quehaceres. Iván se detuvo un momento para contemplar la magnitud de lo que tenía frente a él. La frontera con Stirba estaba a dos días de marcha, tal vez tres si no quería forzar a sus legionarios heridos, mientras que la frontera con Zanzíbar requeriría el mismo tiempo. Pero no podía estar en ambos lugares al mismo tiempo. Si lo que le habían informado era cierto, tendría que reunir todas sus fuerzas en una de las fronteras, pero la pregunta seguía siendo: ¿en cuál? ¿Dónde atacaría el enemigo primero? ¿Lo harían en conjunto, o dividirían sus ejércitos para atacar desde ambos frentes?

Sus ojos recorrieron los mapas mientras las sombras en su rostro se intensificaban. A su derecha, un mapa detallado mostraba las posiciones de las Legiones de Hierro que protegían la frontera con Zanzíbar: treinta legiones, un total de 11,940,000 soldados apostados a lo largo de los pasos montañosos y las colinas. La frontera con Stirba, sin embargo, estaba defendida por veinte legiones, unos 7,960,000 legionarios en total. Aunque Stirba era conocido por la feroz lealtad y el entrenamiento implacable de sus Huestes Juradas de Sangre, el ducado todavía se estaba recuperando de la desastrosa guerra de coalición fallida y la devastadora invasión de venganza que los había dejado mermados años atrás. No obstante, si Stirba lograba movilizar todas sus fuerzas, Iván tendría que enfrentar no solo 250 Huestes Juradas, unos 36,250,000 soldados, sino también los 50 Ejércitos de Sangre Real, unos 12,500,000 soldados de élite.

El sudor perlaba su frente mientras sus dedos trazaban las líneas fronterizas. Si Stirba y Zanzíbar unían fuerzas en un solo ataque, Iván se encontraría enfrentando un desafío abrumador. Pero si atacaban por separado, tendría una pequeña ventaja estratégica. Aunque no demasiado significativa. Zanzíbar, con sus vastas reservas de tropas, podría movilizar ejércitos adicionales en cuestión de semanas. Los Ejércitos del Sol Áureo, aunque no tan temidos como las Legiones de Hierro, eran una fuerza formidable por su número. Iván estimaba que si se enfrentaba a la mayor capacidad militar de Zanzíbar, tendría que luchar contra unos 48,000,000 soldados si no que mas. La enormidad de esos números lo oprimía como una pesada losa en su pecho.

Los pensamientos de Iván se desviaron hacia el recuento de bajas. En las últimas dos jornadas de combate, había perdido a veinte de sus temidos Desolladores Carmesí y treinta Legionarios de las Sombras. Aunque esas pérdidas, aunque dolorosas, eran manejables, lo que realmente preocupaba a Iván era la cifra total: ocho mil legionarios de hierro muertos, y otros tantos heridos que, si bien algunos podrían regresar al combate, muchos de ellos no volverían a levantar una espada.

Se pasó una mano por la frente, cerrando los ojos un momento, intentando que el cansancio no lo venciera. Necesitaba pensar con claridad. Lord Gareth, el comandante encargado de liderar a los Centinelas de Hierro, aún no había respondido a sus llamados. La ausencia de Gareth era un peso adicional en su mente. Los Centinelas, aunque bien entrenados, eran esencialmente una milicia, y no creía que pudieran resistir la ferocidad de los guerreros del clan Jinzan, esos "animales rabiosos". Iván recordaba la emboscada que había sufrido a manos de ese clan, una batalla que solo había ganado porque estaba al mando de tropas de élite. Pero los Centinelas de Hierro, por muy disciplinados que fueran, no eran un ejército de élite. Y si sus cálculos eran correctos, el número total de Centinelas disponibles apenas alcanzaba los 400,000.

Iván abrió los ojos de golpe, su mirada regresando al mapa frente a él, como si intentara encontrar una respuesta en las líneas caóticas de territorios y fronteras. Las posibilidades se multiplicaban en su mente, como espinas afiladas que se clavaban más y más profundo en su conciencia. Cualquier decisión podía desmoronarse como castillos de arena bajo el embate del mar. Si no conseguía los refuerzos que necesitaba a tiempo, si los ejércitos de Stirba y Zanzíbar decidían atacar al unísono, los Centinelas de Hierro no serían suficientes. El tiempo lo apremiaba, cada segundo que pasaba era como una daga girando en sus entrañas, mientras las sombras del fracaso se cernían sobre él, al acecho.

Con un gesto brusco, lleno de frustración, golpeó la mesa con el puño. El sonido resonó en el silencio de la tienda como un trueno que estremeció a los legionarios que montaban guardia afuera. La rabia y la impotencia burbujeaban en su interior como un volcán a punto de estallar. Se pasó una mano por el rostro, respirando con dificultad, intentando calmarse. ¿Qué debía hacer? ¿Retirarse para reunir más legiones y hacer frente a los invasores? ¿Entrar en batalla con lo que tenía, arriesgándolo todo? ¿O, quizás, adoptar una guerra de guerrillas hasta que llegaran los refuerzos? El panorama era sombrío y no encontraba una salida clara. 

"Carajo...", murmuró entre dientes, sintiendo que su frustración lo consumía. La guerra no era un juego, pero en ese momento, sentía que estaba apostando con todo lo que tenía sin garantías de ganar. Cerró los ojos por un instante, buscando dentro de sí la calma que tanto necesitaba.

De repente, una voz grave y familiar rompió el silencio. —No te rindas tan rápido, Iván —dijo, con un tono a la vez severo y burlón—. Eres mi único alumno... y mi mejor alumno. Sería vergonzoso saber que te rindes tan fácilmente.

Iván abrió los ojos de nuevo, esta vez para encontrarse con la figura imponente de Ulfric, su mentor y aliado más confiable, quien entraba en la tienda con su usual aire de despreocupada confianza. Su cabello rojo, despeinado por el viento de las colinas, le daba un aspecto salvaje, pero sus ojos brillaban con la sabiduría de alguien que había visto demasiadas guerras y sobrevivido a todas ellas.

—Ulfric —murmuró Iván, un tanto aliviado al verlo. Su presencia siempre le daba una sensación de estabilidad en medio del caos.

Ulfric le devolvió una sonrisa cansada, pero sincera, mientras se acercaba al centro de la tienda y se paraba junto a Iván, mirando los mapas esparcidos sobre la mesa. Con una mirada rápida, observó los números y las anotaciones que Iván había trazado con grafito.

—Sí, estamos jodidos, ¿no lo crees? —dijo Ulfric con una sonrisa irónica, como si la desesperanza fuera solo un inconveniente menor en su vida.

—Necesito que me ayudes, no que te burles —respondió Iván, serio, sin apartar la mirada del mapa, aunque su mente se agolpaba de dudas y preguntas.

Ulfric suspiró, pero no perdió su sonrisa. Era evidente que, aunque la situación era crítica, no había perdido el humor mordaz que lo caracterizaba.

—Bien, bien. Pero no siempre lo haré, muchacho —respondió Ulfric, con un tono casi paternal—. Se supone que este es tu debut como comandante, no el mío. Pero dado que estamos metidos hasta el cuello en problemas, te diré lo que pienso. Hay dos caminos que podemos tomar para asegurar una victoria, o al menos evitar una derrota humillante.

Iván lo miró de reojo, esperando que las palabras de su mentor trajeran algo de claridad en medio de la tormenta de pensamientos que lo atormentaba.

—La primera opción —continuó Ulfric, señalando el mapa con un dedo firme— es reunir todas nuestras fuerzas en una sola frontera. Si estamos enfrentando dos ejércitos separados, podemos concentrarnos en eliminar a uno de ellos con nuestras fuerzas combinadas. Luego, con lo que quede de nuestras tropas, retrasamos al segundo ejército, que para ese punto ya estará lo suficientemente adentrado en el ducado, y para entonces deberían haber llegado refuerzos enviados por tu madre. Es arriesgado, pero puede funcionar.

Iván asintió, pero no dijo nada, masticando la idea en su mente mientras Ulfric continuaba.

—La segunda opción sería ordenar una retirada total, evacuar a la gente del norte y movilizar a las cincuenta legiones de hierro que tenemos. Con esas fuerzas, podríamos organizar guerrillas para retrasar al enemigo mientras juntamos un ejército comparable al suyo para una batalla final. Sería una estrategia de desgaste, pero puede darnos tiempo. Y tiempo es lo que más necesitas ahora mismo.

Iván permaneció en silencio, procesando las palabras de Ulfric. Ambas opciones tenían sus riesgos, ninguna era completamente segura. Pero antes de que pudiera responder, Ulfric agregó algo más, con un tono más frío, casi impersonal.

—Esas son las dos opciones que se me ocurren, Iván. Pero siempre hay más caminos. Te he enseñado durante ocho años, has recibido la mejor formación militar que puedo darte. Usa esa cabeza para encontrar una tercera opción, o incluso una cuarta o quinta. No puedes dejar que la situación te domine.

Iván lo miró, notando la seriedad en sus palabras. No había solo una lección táctica en lo que decía, sino una más profunda: la responsabilidad del mando no era solo liderar hombres en batalla, sino también soportar el peso de las decisiones, incluso cuando todas las opciones parecían llevar a la ruina.

Ulfric lo observó por unos segundos más, evaluando su reacción, y luego, suavizando su tono, dijo con un aire más relajado:

—No te preocupes. Tienes toda la noche para pensar. Ya he dado la orden de que este campamento se evacúe y volvamos al principal. Allí pasaremos la noche. A primera hora de la mañana, tomaremos el camino que tú indiques.

Iván asintió sin decir nada. El eco de las palabras de Ulfric resonaba en su mente, "no seas un hombre que comanda hombres, sé un general que comanda números". Aquella frase quedó marcada como un sello en su memoria. Sabía que debía desprenderse de la emoción, de la desesperación, y analizar la situación con frialdad, como si estuviera jugando un ajedrez en el que cada pieza era una vida.

Los minutos pasaron en silencio antes de que Iván se levantara de su asiento, el peso de las decisiones aplastando sus hombros. Afuera, las tropas comenzaron la marcha nocturna hacia el campamento principal, situado en las Colinas de Valgrind. Las antorchas iluminaban el camino, creando un río de fuego que serpenteaba entre los árboles mientras los soldados marchaban en orden. El viento helado de la noche soplaba fuerte, pero no era suficiente para disipar la tensión que colgaba en el aire.

Cuando llegaron a las murallas de troncos del campamento principal, los legionarios rápidamente se dispersaron. Algunos se dirigieron a comer, otros a descansar en tiendas mucho más cómodas que las del campamento en el bosque. Iván, montado en su fiel corcel Eclipse, observaba el movimiento de sus hombres mientras el cansancio comenzaba a hacer mella en su cuerpo. Pero no había tiempo para el descanso. Ordenó que le prepararan un baño y, mientras esperaba, ayudó a organizar el campamento, asegurándose de que la comida y las provisiones se distribuyeran correctamente.

Una vez que todo estuvo en orden, Iván se dirigió finalmente a su tienda, la más grande de todas. El peso de sus responsabilidades y las decisiones que debía tomar lo acompañaban como una sombra persistente, incapaz de alejarse ni siquiera en la calma aparente de la noche. Sabía que esta batalla no sería solo contra el enemigo, sino también contra el tiempo, el agotamiento, y las dudas que lo acechaban en cada rincón de su mente.

Iván entró en la carpa arrastrando los pies, agotado. La batalla había drenado no solo su energía física, sino también su fortaleza mental. Deseaba con ansias el alivio de ver a Sarah, la intensa pasión de Kalisha o la calma envolvente de Seraphina. Pero cuando sus ojos se ajustaron a la tenue luz de las lámparas de aceite que iluminaban su tienda, notó una figura inesperada. Adeline lo esperaba en silencio, sentada con las manos entrelazadas sobre su regazo.

La joven tenía la cabeza ligeramente inclinada, sus largos cabellos negros cayendo como una cascada sobre sus hombros. Su piel, delicada y pálida, parecía brillar bajo la luz dorada, y sus ojos, esos grandes ojos violetas que Iván había visto pocas veces tan de cerca, lo observaban con una mezcla de inquietud y... algo más. Había una vulnerabilidad palpable en su postura, acentuada por el vestido ceñido que llevaba. El atuendo, diseñado para realzar su figura, parecía demasiado para ella en ese momento, como si estuviera atrapada entre la expectativa de la situación y el desconcierto de estar allí, sola con él.

Adeline jugueteaba nerviosamente con sus manos, sus dedos entrelazándose y separándose una y otra vez. Sus mejillas estaban ligeramente enrojecidas, un rubor que Iván no sabía si se debía al calor dentro de la carpa o a la tensión entre ambos. El aire estaba denso, cargado de una expectación que parecía aumentar con cada segundo de silencio. Iván seguía de pie, incapaz de dar un paso adelante, como si algo lo atara al suelo. Sabía que ella esperaba algo, pero no tenía claro qué debía hacer. El ambiente era opresivo, como una cuerda tirante a punto de romperse, mientras él, incapaz de moverse, la observaba.

Finalmente, Iván decidió romper el silencio.

—Hola, Adeline —saludó con un tono amable y suave, intentando calmar la tensión—. ¿Dónde están las demás?

Hablaba con genuina curiosidad, pues esperaba ver a Sarah o alguna de las otras mujeres que solían acompañarlo tras cada batalla. Pero en lugar de una respuesta inmediata, Adeline se encogió levemente, como si la pregunta la hubiera tomado por sorpresa.

—Mi-mi señor... —balbuceó, su voz temblorosa—. Me alegra que vuelva sano y a salvo... Las demás... ellas... me dejaron con usted. Yo... yo quería... fue mi petición... Lo siento si le resulta molesto. Yo quería hablar con usted. Pe-perdóneme si...

Iván levantó una mano de inmediato, interrumpiendo suavemente su disculpa. Le ofreció una sonrisa tranquila, tratando de disipar la tensión que notaba en ella, el miedo a haber hecho algo inapropiado. No quería que Adeline pensara que le molestaba su presencia; todo lo contrario, la preocupación en su voz le tocaba profundamente.

—No te preocupes, Adeline —dijo con calma—. Claro que podemos hablar. Pero antes, por favor, déjame darme un baño. Estoy cubierto de sangre y sudor, y no creo que sea el mejor acompañante para una dama en este estado.

Hizo un ademán hacia la parte trasera de la tienda, donde había una cortina que ocultaba la tina de baño ya preparada. Estaba a punto de dirigirse hacia allí cuando sintió un suave toque en su brazo. Las pequeñas manos de Adeline, tímidas pero decididas, se posaron sobre los guanteletes de su armadura. Iván bajó la mirada, sorprendido por el gesto. Ella rara vez tomaba la iniciativa de esta manera.

—Mi señor... —susurró Adeline, apenas alzando la voz—. Permítame ayudarlo. Yo... bueno, si me permite, quisiera ayudarlo a quitarse la armadura... Si no le resulta incómodo...

Su voz era baja, casi temerosa, como si temiera que él rechazara su ofrecimiento. Iván la miró en silencio por un instante, leyendo la mezcla de nerviosismo y determinación en su rostro. Sus mejillas estaban aún más rojas, y sus ojos seguían evitando su mirada directa, enfocándose en cualquier cosa menos en él.

Con suavidad, Iván se quitó uno de los guanteletes y lo dejó a un lado, ofreciéndole una sonrisa comprensiva para que no se sintiera más incómoda de lo que ya estaba.

—Claro, Adeline —dijo Iván con suavidad, tocando sus manos con delicadeza mientras la miraba a los ojos, intentando calmarla—. Pero no me llames "mi señor" ni "su gracia". Ya te he dicho que puedes llamarme Iván. No me molesta en absoluto.

Adeline asintió con rapidez, pero el rubor en sus mejillas se intensificó, reflejando la mezcla de timidez y ansiedad que la invadía. Retrocedió un paso, dándole más espacio mientras él comenzaba a despojarse de su pesada armadura. Sus manos expertas comenzaron a desabrochar las complejas hebillas de la coraza, con movimientos mecánicos nacidos de la costumbre. El sonido del metal al caer al suelo resonaba en la carpa, amplificado por el silencio tenso que los envolvía. Primero se quitó el peto, luego las hombreras, después los brazales y las grebas, cada pieza añadiendo una nueva melodía metálica al aire mientras él las dejaba caer al suelo. Finalmente, retiró la cota de escamas, la cota de malla y el grueso gambesón que lo protegía en batalla.

Una vez libre de la armadura, Iván sintió el aire frío de la noche acariciar su piel, contrastando con el cálido vapor que emanaba de la tina de agua caliente que lo esperaba al fondo de la tienda. El vapor subía en suaves espirales, llenando el ambiente con una calma acogedora que contrastaba con la brutalidad de la guerra. Despacio, Iván se despojó de la última capa de ropa, su cuerpo mostrando las cicatrices de las batallas pasadas, tensos músculos marcados por el esfuerzo. Al entrar en la tina, el agua caliente lo envolvió de inmediato, haciendo que cada músculo se relajara y el peso del cansancio que llevaba consigo empezara a disiparse, al menos momentáneamente. Cerró los ojos un momento, dejando que el calor lo embriagara y lo alejara de los horrores que había presenciado horas antes.

Adeline, mientras tanto, se retiró hacia un rincón de la carpa, deslizándose detrás de un biombo para cambiarse en privado. Sin embargo, aunque intentaba ser discreta, sus movimientos eran torpes y vacilantes, probablemente debido a los nervios que la embargaban. Cada crujido del suelo bajo sus pies, cada susurro de tela rozando su piel, se hacía audible en la quietud de la carpa.

Cuando Adeline volvió a aparecer, Iván abrió los ojos y la encontró frente a él, ataviada con una túnica ligera que parecía casi transparente bajo la luz suave de las lámparas. La tela vaporosa apenas cubría su figura, permitiendo entrever su cuerpo esbelto y delicado. Su piel brillaba bajo la tenue luz, y podía distinguir las curvas de sus pechos redondos y firmes, sus pezones rosados y erectos debido al frío o a la tensión que sentía. El fino triángulo de vello púbico, bien recortado, era visible a través de la tela, revelando más de lo que ocultaba.

Adeline se acercó lentamente, casi vacilante. Sus manos, pequeñas y suaves, comenzaron a recorrer el cuerpo de Iván, ayudándole a lavarse con una esponja. Sus movimientos eran lentos, cuidadosos, y aunque se notaba que estaba nerviosa, cada roce era preciso y delicado. Sus manos acariciaban sus hombros y su espalda con gentileza, concentrándose en limpiar las marcas de sangre y polvo que la batalla había dejado. Aunque apenas levantaba la vista de su espalda o sus brazos, Iván podía sentir la tensión en ella, una mezcla de respeto y, quizás, algo más que no se atrevía a expresar completamente.

El ambiente dentro de la tienda se había vuelto denso de nuevo, pero esta vez era diferente. Había una intimidad en el aire, una cercanía que no dependía solo de lo físico, sino de algo más profundo. Iván intentó centrarse en las palabras que sabía que Adeline quería decir, intentando no dejarse llevar por los deseos que su cuerpo empezaba a sentir con cada toque suyo.

Iván la observó en silencio, mientras el vapor del agua caliente seguía envolviéndolo. Cada palabra de Adeline llegaba con una carga emocional que no esperaba. Había algo tan puro y vulnerable en la forma en que hablaba, una mezcla de gratitud y miedo, de deseo y lealtad. Adeline, con su juventud y falta de experiencia, irradiaba una sinceridad que no había visto en mucho tiempo. Sus ojos grandes y violetas, brillantes bajo la luz cálida de las lámparas, lo miraban con una mezcla de devoción y timidez, buscando su aprobación, buscando algo más profundo.

—Iván... —empezó de nuevo, su voz temblando ligeramente al pronunciar su nombre, como si al hacerlo rompiera una barrera invisible que había mantenido entre ellos—. Yo... solo quiero agradecerte por todo lo que has hecho. No solo por mí, sino por Seraphina. Ella ha sido mi protectora desde hace años, y siempre he estado a su lado, sirviéndola como ella lo deseaba. Mi vida está ligada a ella, y no me molesta, al contrario, siempre he sentido que tengo un propósito junto a ella.

Mientras hablaba, sus dedos jugaban nerviosamente con los pliegues de la túnica ligera que llevaba, intentando encontrar las palabras adecuadas. Iván permanecía en la tina, observándola en silencio, dándole el tiempo necesario para expresarse. La calma del agua y el calor de la tienda contrastaban con la tormenta emocional que claramente se agolpaba dentro de Adeline.

—Cuando Seraphina estaba siendo acosada por Lord Well... —su voz se quebró un poco, y sus manos se detuvieron por un instante—. Yo tenía tanto miedo de que él la obligara a algo... algo terrible. Incluso cuando nos acogiste bajo tu protección, rodeadas de tus soldados, aún sentía ese temor constante de que él viniera por nosotras, que destruyera la paz que habíamos encontrado. Temía no poder hacer nada para ayudarla, para protegerla.

Adeline hizo una pausa, tragando saliva y respirando profundamente antes de continuar. Su mirada vagaba por la tienda, evitando el contacto visual con Iván, como si revivir esos recuerdos fuera demasiado doloroso.

—Pero cuando vi lo que hiciste... cuando mandaste la cabeza de Lord Well, sentí un alivio que no había sentido en tanto tiempo. —Su voz era apenas un susurro ahora, cargada de emoción—. Vi cómo Seraphina respiraba en paz, como si todo lo malo, todo el peso que había estado cargando, desapareciera en un instante. Y eso... eso lo hiciste tú.

Iván, inmóvil en la tina, podía sentir la gratitud en sus palabras. No era solo agradecimiento por la protección física, sino por algo mucho más profundo. Había liberado a Seraphina, y en cierto modo, también a Adeline.

—Solo quiero decirte que estoy feliz de que Seraphina nos haya hecho tus concubinas —continuó ella, un rubor intenso cubriendo sus mejillas—. Haré lo que sea necesario para agradecerte por todo lo que has hecho. Sé que no soy tan hermosa o tan experimentada como las demás, que no soy coqueta o seductora como ellas, pero... no quiero ser una carga para ti.

Adeline bajó la vista hacia sus manos, que temblaban ligeramente. Su voz se volvió más baja, como si temiera que alguien más pudiera escucharla, aunque estaban solos.

—No tengo mucho que ofrecer. Solo tengo mi cuerpo... mi virginidad... —dijo, su voz apagada por la vergüenza que sentía—. No soy la más inteligente ni la más culta como una dama noble. No tengo experiencia en lo... en lo sexual. Pero te quiero. Quiero que me pidas lo que desees, y si solo puedo servir como una distracción para ti, seré feliz de serlo.

Una suave sonrisa apareció en sus labios al final de sus palabras, y finalmente alzó la vista hacia Iván, sus grandes ojos violetas mostrando una sinceridad profunda. No había manipulación en su voz ni en su mirada, solo una verdad desnuda. Ella estaba dispuesta a entregarse completamente, sin reservas, en cuerpo y alma.

Iván la observó detenidamente, sus pensamientos corriendo en múltiples direcciones. Era imposible no sentir el deseo físico por ella, no sentir la tentación de aceptar lo que le ofrecía. Su cuerpo, tan joven y perfecto, su inocencia, su devoción... todo parecía hacer eco de los instintos más profundos de un hombre que llevaba días en el campo de batalla, rodeado de muerte y destrucción. La caricia del agua caliente y el cansancio físico solo intensificaban la atracción.

Pero más allá del deseo carnal, lo que Iván veía en Adeline era la vulnerabilidad. Su devoción, su gratitud, estaban teñidas por un deseo de ser útil, de ser algo más que un mero peón en el tablero de la vida de los nobles. Ella quería ser parte de algo, quería ser valorada. Y aunque el deseo de tomarla era real, Iván no podía ignorar la carga emocional que traía consigo.

—Adeline... —dijo suavemente, rompiendo el silencio con una voz cálida pero firme—. Lo aprecio más de lo que imaginas. De verdad. Pero no tienes que hacer esto. Te lo dije a ti y a Seraphina, si en algún momento deseas estar con alguien más, eres libre de hacerlo. Yo no te retendré aquí por obligación o por agradecimiento.

Adeline abrió la boca para responder, pero Iván levantó una mano suavemente, callándola con una mirada.

—Y si Seraphina o alguna de las otras te han insinuado o presionado para que hagas esto, no tienes por qué hacerlo. No estoy aquí para...

Antes de que pudiera terminar la frase, Adeline tomó su mano con suavidad, apretándola ligeramente. Sus ojos se encontraron, y en ese momento, Iván vio algo más en ella. No era solo gratitud o devoción ciega. Había una firmeza, una decisión.

—Sé lo que me dijiste —interrumpió Adeline, su voz temblando pero con una determinación que no había mostrado antes—. Seraphina me contó que no tenía que hacer nada que no quisiera contigo. Pero... esto no es una orden. No lo hago porque me lo hayan dicho. Seraphina, el día que te dio su virginidad, lo hizo porque lo decidió ella. Tú no la obligaste. Y yo... quiero lo mismo.

Hizo una pausa, tomando aire antes de continuar.

—Esto lo hago porque quiero. Porque es mi decisión, no una orden ni una obligación. Quiero darte mi virginidad, Iván. Quiero servirte... porque así lo he decidido. Por favor, no me rechaces.

Sus palabras, cargadas de honestidad y una vulnerabilidad desgarradora, se quedaron flotando en el aire. Iván la miró en silencio, sintiendo el peso de la decisión que ella acababa de poner en sus manos.

Los ojos de Iván se suavizaron al escuchar las palabras de Adeline, pero en su interior, una tormenta de emociones se desataba. La sinceridad y la vulnerabilidad que emanaban de la joven tocaron una fibra profunda en su corazón. Se encontraba ahora frente a una escena tan pura, tan íntima, que lo conmovía en formas que no esperaba. No solo era el deseo lo que lo impulsaba, aunque no podía negarlo; era una fuerza primaria, una necesidad de conectarse, de cuidar y proteger a alguien que se entregaba con tanta inocencia y valentía. Pero, al mismo tiempo, sentía el peso de la responsabilidad. Adeline no era una más. Su entrega no solo era física; estaba ofreciendo su alma.

Con una suavidad inusitada en él, extendió la mano y le acarició la mejilla. La piel de Adeline era cálida bajo su toque, y su pulgar rozó su labio inferior, como si quisiera capturar la esencia de la decisión que ella había tomado. Era un gesto íntimo, cargado de significado, pero también de ternura. Sentía la lucha interna de la joven, el torbellino de emociones que la embargaban: miedo, excitación, vulnerabilidad, y por encima de todo, un deseo de pertenecerle no solo en cuerpo, sino en alma.

—Eres una mujer excepcional, Adeline —susurró Iván, su voz impregnada de admiración y afecto, pero también de respeto—. Tu fuerza, tu valentía... me conmueven profundamente. Me siento honrado de que hayas decidido entregarte a mí.

A medida que hablaba, su otra mano se deslizó con suavidad desde su cadera hasta su espalda baja, atrayéndola hacia él, sus cuerpos cada vez más cerca. El pecho desnudo de Iván rozaba el de ella, y ambos sintieron la conexión física que se estaba gestando entre ellos, pero más allá de lo carnal, había una promesa tácita, algo que iba mucho más allá de la mera satisfacción de los sentidos.

Adeline tembló ligeramente bajo su toque, un estremecimiento que no podía controlar, pero que no era solo de miedo. Su corazón latía desbocado, acelerado por la mezcla de emociones que la invadían. Cerró los ojos un instante, intentando calmarse, preparándose para lo que estaba por venir, para el camino incierto y desconocido que estaba a punto de recorrer junto a Iván. Cuando volvió a abrirlos, sus ojos violetas brillaban con una nueva determinación. Había hecho una elección, una decisión firme y consciente, y en su mirada se reflejaba esa silenciosa promesa de lealtad y devoción incondicional.

—Gracias —murmuró, su voz apenas un susurro—. Confío en ti... creo en ti.

Esas palabras, tan sencillas y sin adornos, eran la declaración más pura de entrega que Iván jamás había escuchado. Con esas pocas palabras, ella se entregaba completamente, no solo en cuerpo, sino también en espíritu, dispuesta a seguirlo a cualquier parte, a ser suya en todas las formas posibles.

Los dedos de Adeline comenzaron a trazar suaves patrones en el brazo de Iván, como si estuviera descubriendo su piel por primera vez, con una curiosidad casi infantil. El contraste entre la ternura de sus caricias y la intensidad de lo que estaba a punto de suceder llenaba el ambiente de una tensión electrizante, una mezcla de expectativa y nerviosismo que ambos podían sentir. Adeline, a pesar de su inexperiencia, estaba tomando control de su propio destino, explorando con lentitud, pero con una decisión firme.

—Ven... —murmuró Iván, con una mezcla de dulzura y deseo, mientras la ayudaba a despojarse de la túnica que cubría su cuerpo.

Adeline se deshizo de la prenda con movimientos lentos, casi ceremoniales, revelando por completo su cuerpo desnudo bajo la luz tenue de la habitación. Su piel pálida resplandecía, y sus pechos, perfectos y suaves, con pezones rosados que se endurecían ligeramente por el frío del aire y el calor del momento, se alzaban con orgullo. Su vientre plano y su cintura delicada conducían hacia su pubis, donde un ligero brillo indicaba la humedad que ya comenzaba a formarse entre sus piernas. La anticipación y el nerviosismo eran palpables en cada uno de sus movimientos, pero había también un deseo latente que se reflejaba en sus ojos, grandes y expectantes, llenos de incertidumbre pero también de una ansia por descubrir lo que estaba por venir.

Iván no apartó la mirada. La contemplaba con una mezcla de adoración y deseo, reconociendo no solo la belleza física que se le revelaba, sino también el valor que implicaba para ella ese momento, esa entrega. La ayudó a entrar en la bañera, donde el agua caliente la rodeó, abrazando su cuerpo con una calidez reconfortante. Se acomodó lo suficientemente cerca de Iván, permitiendo que sus cuerpos casi se tocaran. La proximidad de sus pieles hacía que la tensión aumentara, creando un ambiente cargado de electricidad. Las pequeñas manos de Adeline rozaban el borde de la bañera, y de vez en cuando, rozaban accidentalmente el muslo de Iván, provocando pequeños escalofríos en ambos. Sus ojos, llenos de anticipación, no dejaban de mirarlo, esperando, buscando algún indicio de lo que él haría a continuación.

La atmósfera entre ambos se volvió cada vez más densa, una sensación de inevitabilidad impregnaba el aire. Pero esto no se trataba solo de placer físico. No era simplemente el deseo de dos cuerpos encontrándose. Había algo más profundo en juego, una conexión que trascendía lo carnal, algo que ambos podían sentir pero que ninguno se atrevía a poner en palabras. Cada respiración compartida, cada caricia, cada mirada, todo contribuía a crear una intimidad que iba más allá de lo físico.

Iván se inclinó hacia ella, acercando sus labios al cuello de Adeline, y la besó suavemente. El calor de su aliento contra la piel delicada de la joven hizo que su cuerpo temblara de nuevo, esta vez de puro deseo. El beso fue ligero al principio, pero lleno de una promesa implícita, un preludio de lo que estaba por venir. Adeline inclinó la cabeza instintivamente, dándole más acceso a su cuello, mientras su respiración se aceleraba.

—Aún estás a tiempo de irte —susurró Iván contra su oído, su voz un susurro grave y lleno de deseo contenido—. No estás obligada a hacer nada.

Pero Adeline ya había tomado su decisión. Sentir sus labios en su cuello, la suavidad de su lengua trazando líneas invisibles sobre su piel, la envolvía en una sensación de euforia y excitación. No había vuelta atrás. Cerró los ojos, saboreando cada segundo, cada roce de sus labios, y cuando los volvió a abrir, lo miró directamente a los ojos, con una mezcla de timidez y determinación.

—Quiero... —murmuró, su voz apenas un hilo de sonido—. Quiero quedarme. Confío en ti... no quiero estar en ningún otro lugar que no sea aquí, contigo.

A pesar de su timidez inicial, había un fuego ardiendo dentro de ella, una pasión latente que empezaba a aflorar. Su falta de experiencia no era un obstáculo, sino un puente hacia lo desconocido, un deseo creciente por explorar lo que Iván podía enseñarle, por sentir cada parte de él, tanto física como emocionalmente.

Iván sonrió con una dulzura que contrastaba con la intensidad del momento. Sus ojos, oscuros y penetrantes, reflejaban no solo el deseo creciente, sino también un profundo afecto y compasión. Alargó la mano para acariciar suavemente la barbilla de Adeline, sus dedos rozando su piel con la delicadeza de quien sostiene algo precioso y frágil. La atrajo hacia sí, lentamente, dejando que sus respiraciones se sincronizaran antes de unir sus labios en un beso suave, cargado de una promesa tácita. Los labios de Adeline, temblorosos al principio, empezaron a moverse con más confianza bajo los de Iván, quienes exploraban su boca con más detenimiento, saboreando cada segundo de ese contacto íntimo.

La mano de Iván descendió desde la barbilla de Adeline hacia su hombro desnudo, deslizando sus dedos por su piel mientras sus labios seguían entrelazados. Cada toque era como una corriente de electricidad que pasaba entre ellos, un delicado equilibrio entre el deseo y la ternura. Sentía cómo el cuerpo de Adeline se relajaba y, al mismo tiempo, se tensaba de anticipación bajo su toque. El tacto de Iván era reconfortante, un ancla en medio del torbellino de emociones que la envolvía, y con cada movimiento, la confianza de Adeline crecía.

—Entonces quédate... —susurró Iván contra sus labios, la proximidad de sus palabras creando un cosquilleo que hizo estremecer a la joven—. Vamos a explorarnos el uno al otro...

Esas palabras, tan sencillas, contenían una promesa mucho más profunda: la de un descubrimiento mutuo, un viaje hacia lo desconocido que ambos estaban dispuestos a emprender juntos. Los ojos de Iván eran intensos, pero llenos de afecto. Adeline lo miraba con una mezcla de deseo y admiración, viendo no solo al hombre al que estaba dispuesta a entregarse, sino también a alguien que la protegería, que la cuidaría en este viaje íntimo que ambos estaban por emprender.

Iván comenzó a guiarla suavemente, sus manos moviéndose con la precisión de alguien que conocía bien el cuerpo femenino. Cada caricia era intencionada pero suave, un recordatorio de que no había prisa, que tenían todo el tiempo del mundo para descubrirse el uno al otro. Adeline, aunque tímida al principio, se entregaba completamente a las sensaciones que invadían su cuerpo. Sus labios se movían con más seguridad sobre los de Iván, y cada beso era más profundo, más apasionado. Sus manos, al principio temblorosas, empezaron a recorrer el torso de él, trazando con curiosidad los contornos de sus músculos definidos. Sentía cómo cada respiración de Iván se aceleraba ligeramente bajo sus dedos, lo cual la animaba a continuar, a explorar más, a dejar que sus manos aprendieran el lenguaje del deseo.

Iván, mientras tanto, respondía a su tacto con la misma intensidad. Sus manos se deslizaron por la curva de su espalda, descendiendo lentamente hasta posarse en sus nalgas, amasando la suave carne con destreza. Cada movimiento estaba diseñado para provocarle placer, para recordarle que ambos estaban conectados en ese momento, que sus cuerpos se fundían en uno solo mientras sus respiraciones se entrelazaban. Adeline dejó escapar un suave gemido cuando sintió las manos de Iván apretarla contra él, acercando sus cuerpos tanto que podía sentir el calor de su piel irradiando en cada rincón de la suya.

La respiración de Adeline se tornaba cada vez más errática mientras sus manos continuaban explorando el cuerpo de Iván con más audacia. Sus dedos recorrían el amplio pecho de él, notando la dureza de sus pectorales bajo su tacto, antes de descender hacia su vientre, donde sus dedos acariciaban cada uno de sus abdominales definidos con creciente interés. Había algo profundamente satisfactorio en descubrir la reacción de Iván ante sus caricias. La joven comenzó a moverse con más confianza, sintiendo que sus propias inseguridades se disipaban con cada toque, con cada beso que compartían.

Iván, por su parte, observaba cada reacción de Adeline con una mezcla de placer y fascinación. Ver cómo la timidez de la joven se transformaba en una asertividad creciente lo llenaba de una satisfacción indescriptible. Sentía el calor de su cuerpo mezclándose con el suyo, la suavidad de su piel contrastando con la firmeza de sus propios músculos. Cada gemido que escapaba de los labios de Adeline era como música para él, una señal de que estaba guiándola por el camino correcto, un camino que ambos estaban dispuestos a explorar hasta sus últimas consecuencias.

Los labios de Adeline encontraron los de Iván una vez más, pero esta vez el beso fue más profundo, más feroz, como si en ese gesto se condensaran todas las emociones y deseos que ambos sentían. La lengua de Adeline se adentró con más audacia en la boca de Iván, explorando sus rincones con un fervor que sorprendió incluso a la propia joven. Mientras lo besaba, una de sus manos descendió lentamente hasta el miembro de Iván, que palpitaba de deseo bajo la tela de su ropa. Adeline sintió la dureza bajo su palma, y un nuevo tipo de emoción se apoderó de ella: una mezcla de curiosidad, excitación y el deseo de complacer.

Iván dejó escapar un suave suspiro al sentir el contacto de su mano, su mirada fijándose en la de ella mientras las manos de ambos seguían explorando el cuerpo del otro. La joven, aunque inexperta, parecía saber exactamente cómo tocarlo, cómo provocar esas pequeñas reacciones que enviaban ondas de placer por su cuerpo. Su mano derecha, que había estado descansando sobre el pecho de él, descendió con delicadeza hasta envolver su erección con sorprendente facilidad. Aunque era su primera vez tocando a un hombre de esa manera, su instinto natural la guiaba, y su toque era una mezcla perfecta de suavidad y firmeza.

Mientras los dedos de Adeline recorrían la longitud de su erección, Iván se inclinó hacia ella una vez más, dejando que sus labios se encontraran en un beso ardiente. Sus manos, mientras tanto, no permanecían inactivas. Con destreza, sus dedos se clavaron en la suave carne de las nalgas de Adeline, amasándolas con una firmeza que provocaba pequeños gemidos de placer en la joven. Sus cuerpos estaban ahora tan cerca que podían sentir el latido acelerado del otro, y la tensión entre ellos seguía aumentando.

Adeline, sintiendo la creciente excitación en el aire, dejó que sus manos se movieran con más confianza sobre el cuerpo de Iván. Sentía el calor que emanaba de su piel, la dureza de sus músculos, y la suavidad de su aliento cuando sus labios volvían a encontrarse. Cada vez que sentía el miembro de Iván presionando contra su vientre, una nueva ola de deseo la invadía. No había marcha atrás.

Finalmente, Adeline se apartó un momento del beso, su respiración agitada, sus ojos violetas buscando los de Iván con una mezcla de ansiedad y deseo. Había tomado una decisión, pero antes de seguir adelante, necesitaba ver en los ojos de él la confirmación de que estaba bien, que estaban en este viaje juntos.

Adeline, con la respiración entrecortada y los ojos llenos de una mezcla de ansiedad y excitación, levantó la vista hacia Iván. La duda aún titilaba en su mirada, buscando la aprobación de él antes de seguir adelante. 

—¿Está bien...? ¿No soy muy torpe? —susurró con una voz temblorosa, pero decidida. Cada palabra que pronunciaba parecía cargada de una necesidad de seguridad, un anhelo por asegurarse de que sus acciones eran correctas.

Iván le devolvió una sonrisa alentadora, sus ojos oscuros suavizándose al ver la vulnerabilidad que ella mostraba. Con un gesto suave pero firme, deslizó sus manos hacia su cintura, acariciando su piel con dedos cálidos y reconfortantes. El contacto de sus manos envió un temblor de electricidad a través del cuerpo de Adeline, disipando cualquier vestigio de duda. Asintió lentamente, permitiéndole saber que estaba en el camino correcto.

—Si... —murmuró Iván, su voz grave y cargada de una mezcla de deseo y ternura—. Es bastante bueno... Sigue adelante. Explórame como quieras.

La aprobación de Iván fue todo lo que Adeline necesitaba. Sintió un alivio embriagador recorrerla, dándole el impulso necesario para continuar. Sus manos, aunque aún ligeramente temblorosas, se movieron con mayor seguridad hacia el miembro de Iván, que respondía bajo su toque con una intensidad cada vez mayor. Cada caricia que proporcionaba lo hacía estremecer, y la dureza de su erección se hacía más evidente con cada segundo que pasaba. Podía sentir el calor irradiando de él, la forma en que su cuerpo reaccionaba a sus manos inexpertas pero decididas.

Iván cerró los ojos por un momento, disfrutando de las sensaciones que Adeline le provocaba. Sus dedos, aunque suaves, parecían saber exactamente cómo tocarlo, cómo provocar una respuesta física que lo llevaba al borde del control. A medida que ella exploraba, su mano derecha comenzó a moverse con más confianza, envolviendo la firmeza de su erección mientras aplicaba una presión cuidadosa. Con cada movimiento ascendente y descendente, sentía cómo Iván se endurecía aún más, su respiración acelerándose en respuesta a sus caricias.

—Sigue... —murmuró Iván, con un tono bajo y ronco por el deseo, sus ojos entreabiertos observando cada uno de los movimientos de Adeline—. No te detengas...

La voz de Iván era más que una simple petición; era una orden que venía cargada de lujuria, pero también de una profunda conexión emocional. Adeline sintió cómo esas palabras la impulsaban, despertando algo nuevo dentro de ella. Su determinación creció, y el temor que había sentido al principio fue reemplazado por un deseo incontrolable de complacerlo. A medida que su mano seguía trabajando con mayor precisión, deslizó la otra hacia el escroto de Iván, acariciándolo con ternura, midiendo cada reacción de placer que él emitía.

Los músculos de Iván se tensaron visiblemente ante el contacto adicional, un suspiro entrecortado escapando de sus labios mientras su cuerpo respondía al toque experto de Adeline. Sus respiraciones eran cada vez más pesadas, sus pectorales subían y bajaban rápidamente mientras trataba de mantener el control. Pero Adeline, al ver cómo su rostro se contorsionaba de placer, entendió que estaba logrando exactamente lo que había deseado: llevarlo al límite. Sentía el poder que tenía en sus manos, no solo físico, sino emocional. Estaba creando una conexión más profunda, un vínculo que los entrelazaba de manera irrevocable.

La mirada de Iván permanecía fija en los ojos de Adeline, sus pupilas dilatadas por el deseo mientras dejaba que su cuerpo se abandonara completamente al placer. Cada caricia, cada roce, cada masaje que ella aplicaba lo hacía perderse más y más en las sensaciones. Sentía cómo su miembro palpitaba bajo sus dedos, la tensión creciendo dentro de él con una intensidad casi insoportable. Adeline, que ahora comprendía el poder que tenía sobre él, incrementó el ritmo de sus movimientos, aplicando una presión sutil pero constante, intensificando la sensación.

Con cada segundo que pasaba, Adeline sentía que se volvía más experta, más segura en su capacidad para brindarle placer a Iván. Sus movimientos eran fluidos, naturales, como si hubiera nacido para esto. Su mano acariciaba la longitud de su erección con una precisión cada vez más afinada, mientras su pulgar recorría la sensible punta de su miembro, recogiendo el líquido preseminal que brotaba de él. Lo utilizó para lubricar su piel, haciendo que cada movimiento fuera más suave, más placentero. 

Iván dejó escapar un profundo gemido, sus manos, aún sobre la cintura de Adeline, apretaron con más fuerza. Sentía cómo la presión en su interior seguía acumulándose, acercándose peligrosamente al punto de no retorno. 

—Ah... Adeline... —gruñó entre dientes, su voz entrecortada por el placer que lo consumía. Las palabras parecían rasgarse de su garganta, pero cada una de ellas estaba cargada de una gratitud silenciosa, de un reconocimiento profundo hacia la joven que lo estaba llevando a ese nivel de éxtasis.

Adeline, al escuchar su nombre en labios de Iván, sintió una oleada de orgullo recorrer su cuerpo. Sabía que estaba haciendo las cosas bien, que lo estaba complaciendo de una manera que pocas personas podrían. Los gemidos de Iván eran como una sinfonía para ella, una melodía que la llenaba de satisfacción y poder. Verlo así, tan vulnerable bajo su toque, tan entregado a las sensaciones que ella le provocaba, hizo que su propio deseo creciera aún más.

—Eres increíble... —susurró Iván, su voz ronca por el esfuerzo de contenerse—. No pares... Por favor...

Esas palabras fueron todo lo que Adeline necesitaba. Motivada por su elogio y su deseo de verlo completamente perdido en el placer, redobló sus esfuerzos. Su mano se movía con mayor rapidez y precisión, sus dedos hábiles provocando nuevas oleadas de sensación en el cuerpo de Iván. El pulgar de Adeline continuaba deslizando sobre la punta de su miembro, jugando con el líquido preseminal mientras aplicaba la presión justa para mantenerlo al borde sin dejar que se liberara por completo.

Iván comenzó a jadear más profundamente, su cuerpo temblando bajo las manos de Adeline. Sus ojos seguían clavados en los de ella, la conexión entre ambos creciendo más fuerte con cada segundo que pasaba. Sentía que estaba a punto de romperse, que la tensión que había estado acumulando dentro de él estaba a punto de estallar en una liberación catártica. Y Adeline, al ver el placer reflejado en su rostro, supo que estaba logrando su objetivo.

—Adeline... —murmuró Iván, su voz apenas un susurro cargado de deseo—. No puedo aguantar más...

Los gruñidos de Iván eran cada vez más intensos, cada uno cargado con una furia contenida, una explosión inminente que recorría su cuerpo como una tormenta eléctrica. Su respiración se volvía errática, cada exhalación más profunda que la anterior mientras las caricias de Adeline lo empujaban cada vez más cerca del abismo. Sentía que su autocontrol, cuidadosamente mantenido durante tanto tiempo, comenzaba a resquebrajarse bajo la presión implacable de las sensaciones que se acumulaban en su interior. Cada toque, cada movimiento hábil de Adeline, lo envolvía en un éxtasis abrumador que lo forzaba a rendirse.

Iván cerró los ojos momentáneamente, tratando de aferrarse a las últimas hebras de control que le quedaban, pero su cuerpo ya no respondía a su voluntad. Sentía la presión acumulándose en su bajo vientre, la ola de placer aumentando con una intensidad que era casi dolorosa. Sus manos, fuertes y ásperas, se aferraron a los hombros de Adeline, como si estuviera buscando ancla en medio de la tormenta interna que lo sacudía. Los músculos de su abdomen se tensaron, su espalda arqueándose involuntariamente mientras un gemido bajo y gutural escapaba de sus labios.

Adeline, podía sentir la energía cruda que irradiaba de él, la inminente liberación que vibraba bajo la superficie de su piel. La anticipación la envolvía, llenándola de una mezcla de excitación y satisfacción mientras aceleraba el ritmo de sus caricias. Sus movimientos eran precisos, meticulosamente calculados para llevar a Iván al borde de la locura. Con una delicadeza que ocultaba su creciente deseo, Adeline se inclinó hacia adelante, intensificando el contacto de su mano alrededor de su miembro palpitante.

El cuerpo de Iván comenzó a temblar violentamente, sus caderas moviéndose involuntariamente hacia el cálido agarre de Adeline. Sus labios entreabiertos emitían sonidos entrecortados, una mezcla de jadeos y gruñidos que llenaban la tienda. Cada uno de sus músculos parecía estar en tensión máxima, al borde de la explosión mientras la creciente ola de placer lo consumía por completo. La luz tenue del refugio apenas podía captar la intensidad del momento, pero en ese espacio íntimo, la electricidad entre ambos era palpable, cada caricia elevando la temperatura del aire que los rodeaba.

—Adeline... —gruñó Iván, su voz quebrándose, llena de una urgencia feroz, como si su propia capacidad para hablar estuviera siendo arrastrada por la marea de sensaciones que lo invadían.

La advertencia en su tono hizo que un escalofrío recorriera la columna de Adeline, encendiendo su deseo aún más. Sus ojos no se apartaban de los de Iván, como si estuviera absorbiendo cada segundo de su entrega, cada pulso de deseo que atravesaba su cuerpo. Con una renovada determinación, aumentó el ritmo, sus dedos hábiles recorriendo su miembro, provocando más de ese líquido preseminal que goteaba de la punta y se deslizaba entre sus dedos, haciendo el movimiento aún más fluido. La tensión en el cuerpo de Iván era palpable, una fuerza que Adeline podía sentir justo antes de la tormenta final.

Iván sintió que el calor en su interior alcanzaba un punto crítico, su cuerpo entero sacudido por una serie de espasmos incontrolables que lo sacaron completamente de sí mismo. Con un último gruñido ahogado, se entregó a la marea de placer que lo arrasaba. Sus caderas se movieron de manera involuntaria, empujándose más profundamente en la mano de Adeline, como si su cuerpo supiera instintivamente lo que necesitaba. Una ola de calor lo envolvió mientras la liberación finalmente lo alcanzaba, inundando su sistema con una mezcla de alivio y éxtasis puro.

Las convulsiones de su cuerpo fueron poderosas, sacudiéndolo con una fuerza casi violenta, cada ola de placer más intensa que la anterior. El tiempo pareció detenerse mientras su orgasmo lo dominaba, cegándolo momentáneamente con la intensidad de las sensaciones que lo atravesaban. Cada latido de su corazón resonaba en sus oídos, sincronizado con las pulsaciones de su cuerpo que se rendía ante el placer que Adeline le brindaba.

Ver a Iván así, rendido ante sus caricias, fue una experiencia transformadora para ella. Su propio deseo crecía con cada reacción que él le daba, y mientras lo guiaba a través de las secuelas de su clímax, no pudo evitar sentir una profunda satisfacción en saber que ella había sido quien lo había llevado a ese estado de abandono. Sus movimientos se volvieron más suaves, más lentos, mientras dejaba que Iván se relajara después de la tormenta que había atravesado.

Cuando la respiración de Iván comenzó a estabilizarse, él la miró con una mezcla de adoración y gratitud. La tensión en su cuerpo comenzó a disiparse lentamente, pero aún podía sentir los efectos de la liberación en cada fibra de su ser. Con una sonrisa, la levantó con facilidad, sus manos grandes y firmes sosteniéndola con suavidad mientras la dirigía hacia la cama. El agua de la bañera ya se había enfriado, pero el calor que aún irradiaba de sus cuerpos mantenía la atmósfera cargada de deseo.

—Ven aquí... —murmuró Iván, su voz ronca mientras la colocaba suavemente sobre la cama.

Adeline, con su cuerpo aún temblando por la excitación, lo dejó hacer. Cuando él comenzó a besarla de nuevo, sus labios encontraron los de ella con una suavidad que contrastaba con la intensidad anterior. Era un beso lleno de ternura, pero también de promesas no dichas. Poco a poco, Iván descendió por su cuerpo, sus labios recorriendo su piel como si estuviera memorizando cada centímetro de ella. Cada beso que depositaba en su piel enviaba una nueva ola de calor a través de Adeline, sus nervios encendiéndose con cada contacto.

Cuando Iván finalmente llegó a su entrepierna, su lengua se deslizó sobre el clítoris de Adeline con una precisión que la hizo gemir inmediatamente. Su espalda se arqueó, sus dedos instintivamente se enredaron en su cabello, guiándolo mientras el placer se acumulaba dentro de ella. Cada movimiento de su lengua era meticuloso, deliberado, como si supiera exactamente cómo llevarla al borde con cada toque. La sensación era casi insoportable, una mezcla de placer y tensión que la mantenía atrapada en ese momento, incapaz de pensar en nada más que en las sensaciones que Iván estaba provocando en su cuerpo.

—Iván... —jadeó, su voz temblando de deseo mientras sentía que el clímax comenzaba a acumularse dentro de ella.

Las manos de Iván se movían con la misma destreza que su lengua, explorando su cuerpo mientras continuaba su devoción implacable a su placer. El calor entre sus piernas crecía con cada segundo, y Adeline sabía que, al igual que él había sucumbido antes, pronto sería su turno de rendirse al poder de su toque. Y mientras lo miraba, con el mismo fuego ardiente en sus ojos, supo que ninguno de los dos saldría ileso de esta experiencia compartida.

Las acciones de Iván continuaban con una precisión casi obsesiva, como un artesano dedicado a esculpir la perfección. Su lengua danzaba sobre el clítoris de Adeline, trazando patrones intrincados y deliberados, como si cada lamida y cada movimiento tuviera un propósito exacto: llevarla al borde de un precipicio que parecía interminable. Alternaba con una maestría inigualable entre lamidas suaves, casi etéreas, que enviaban ligeras ondas de placer, y golpes más firmes que arrancaban jadeos profundos desde lo más íntimo de ella. La lengua de Iván era como un arma afilada, cortando con precisión las barreras entre el deseo y la realidad, empujándola más allá de cualquier control.

La respiración de Adeline se volvía errática, cada inhalación luchando por recuperar el aliento que Iván robaba con cada contacto de su lengua. Pero Iván no se limitaba solo a su boca; su mano libre se aventuraba por los contornos de su cuerpo, recorriendo su piel suave con una familiaridad que solo podía ser producto de la devoción que sentía por complacerla. Sus dedos exploraban con reverencia, trazando el contorno de sus costados, pasando delicadamente por los montículos de sus pechos, donde jugueteaban momentáneamente con sus pezones endurecidos, antes de continuar su camino hacia el calor húmedo entre sus muslos. Allí, sus dedos se movieron con una suavidad casi ceremoniosa, separando los pliegues sensibles con el mismo cuidado con el que un joyero manipularía una pieza preciosa, preparándola para lo que sabía que sería una tormenta inminente.

Los ojos de Iván nunca abandonaban los de Adeline. Mientras su lengua y sus dedos hacían el trabajo de destrozar lentamente su autocontrol, su mirada permanecía fija en la suya, buscando cualquier indicio de liberación inminente. A través de ese contacto visual, le comunicaba algo más que lujuria; era una promesa silenciosa, un juramento inquebrantable de que haría lo que fuera necesario para asegurar que ella llegara al pico del placer, una y otra vez, sin descanso.

El calor se acumulaba en el cuerpo de Adeline, intensificando cada una de sus sensaciones hasta el punto de que su piel parecía arder con el más mínimo roce. Podía sentir cómo sus músculos se tensaban involuntariamente, su vientre apretándose en respuesta a la incesante búsqueda de placer a la que Iván la sometía. Su cadera comenzó a moverse por sí sola, levantándose de la cama en un intento desesperado por profundizar el contacto con la boca de Iván. Su cuerpo entero temblaba bajo el peso de una necesidad que no había experimentado antes, una hambre que solo Iván podía saciar.

Iván, siempre atento, no perdió ni un solo detalle de sus reacciones. Sabía que Adeline estaba peligrosamente cerca del límite, cada gemido, cada jadeo que escapaba de sus labios era un testamento del poder que él tenía sobre su cuerpo en ese momento. Sus dedos se hundieron más profundamente en su calidez, deslizándose dentro y fuera con una urgencia creciente, mientras su lengua continuaba su asalto implacable sobre su clítoris. Cada movimiento estaba perfectamente sincronizado con el ritmo acelerado de su respiración, empujándola más y más cerca de la liberación que sabía que ella ansiaba desesperadamente.

El cuarto estaba lleno de los sonidos de su pasión; los suaves gemidos de Adeline, los jadeos profundos de Iván, el chasquido húmedo de su lengua y sus dedos trabajando incansablemente en su entrepierna. La intensidad del momento lo envolvía todo, creando un ambiente cargado de electricidad, donde el aire mismo parecía vibrar con el peso de su deseo compartido.

El cuerpo de Adeline se estaba desmoronando. Cada toque, cada movimiento hábil de Iván la llevaba más cerca del borde. Sus ojos se encontraron nuevamente con los de él, y en ese instante, todo quedó claro: la devoción de Iván, su necesidad de complacerla, era total. Ella podía ver la profundidad de sus sentimientos, el compromiso inquebrantable de llevarla al éxtasis, y se sintió abrumada por una mezcla de gratitud, adoración y deseo desenfrenado. Quería gritar su nombre, rogarle que no se detuviera, pero las palabras quedaron atrapadas en su garganta, ahogadas por el torrente de sensaciones que se arremolinaban dentro de ella.

Y entonces, justo cuando Adeline sintió que ya no podía contenerse más, cuando pensaba que su cuerpo no podía soportar otra oleada de placer, Iván cambió su enfoque. Su lengua se retiró momentáneamente, pero fue reemplazada por sus dedos, que comenzaron a bombear dentro de ella con una urgencia implacable. Las embestidas eran rápidas y precisas, cada una encontrando el punto exacto dentro de su ser que la hacía estremecerse y retorcerse bajo su toque.

Adeline gritó, su voz resonando en la pequeña tienda, mientras su cuerpo se arqueaba fuera de la cama en respuesta al placer insoportable que la estaba consumiendo. Sus dedos se aferraron a las sábanas, arrugándolas en sus puños mientras se aferraba a la realidad, tratando de no perderse completamente en el abismo de placer que se abría ante ella. Podía sentir el calor acumulándose en su vientre, una presión que crecía y crecía hasta el punto de volverse insoportable.

Iván la observaba atentamente, sabiendo que estaba a solo un paso de cruzar el umbral. Con cada embestida de sus dedos, con cada movimiento calculado, la empujaba más y más cerca del clímax inevitable. Y entonces, con un último movimiento decidido, la llevó al límite.

El orgasmo de Adeline fue devastador. Su cuerpo entero se sacudió violentamente, un grito desgarrador escapó de sus labios mientras la ola de placer la barría, arrastrándola completamente en su torrente. Los músculos de su vientre se contrajeron, sus piernas temblaron incontrolablemente mientras el clímax la invadía en oleadas, cada una más intensa que la anterior. El éxtasis la consumió por completo, dejándola flotando en un estado de completa rendición, atrapada en el abismo de sensaciones que Iván había desatado en ella.

Pero incluso mientras Adeline se perdía en las secuelas de su clímax, podía sentir algo más dentro de ella. Una oscuridad que se agitaba en su interior, algo más profundo y primitivo que cualquier cosa que hubiera experimentado antes. Era como si el éxtasis que acababa de experimentar hubiera despertado algo más, algo que había estado dormido dentro de ella durante tanto tiempo. Sus ojos se abrieron lentamente, y cuando miró a Iván, supo que él también lo había sentido.

Iván, aún sobre ella, la observaba con una mirada intensa y calculada. Había visto la transformación en sus ojos, la chispa de algo más que el simple deseo. Era una conexión profunda, oscura y peligrosa, una promesa de que lo que acababan de experimentar juntos era solo el principio. Sin decir una palabra, se inclinó hacia ella, besando su frente con una ternura que contrastaba con la intensidad de sus acciones anteriores, como si quisiera calmar la tormenta que había desatado en ella.

Adeline, aún temblorosa, cerró los ojos nuevamente, permitiendo que el peso de lo que acababan de compartir la envolviera por completo. Sabía que, aunque estaba exhausta por el éxtasis, algo dentro de ella había cambiado para siempre. Y mientras se acurrucaba contra el cuerpo de Iván, su respiración comenzando a calmarse lentamente, supo que este era solo el principio de un viaje mucho más profundo y oscuro del que jamás hubiera imaginado.

Mientras Iván se limpiaba los fluidos de su rostro, sus manos firmes pero cuidadosas guiaron a Adeline hacia él. En ese momento, no era solo una cuestión de satisfacción física, sino una conexión más profunda, una que iba más allá del placer inmediato. Sus labios se encontraron, y en ese beso apasionado se podía sentir el remanente del sabor agridulce de la reciente liberación de Adeline. Era una mezcla de suspiros suaves y una necesidad insaciable que seguía flotando en el aire, cargado con la promesa de más.

El cuerpo de Adeline estaba aún estremecido, con la piel sensible y los nervios despiertos después de las oleadas de placer. Sin embargo, cuando sintió el miembro duro de Iván presionar suavemente contra la entrada húmeda y palpitante de su cuerpo, un nuevo tipo de tensión se acumuló en el ambiente. Era algo diferente, más crudo, más profundo. Un torrente de pensamientos pasó por la mente de Adeline: el temor al dolor desconocido, el deseo ardiente de entregarse completamente a él, y la confianza absoluta que depositaba en Iván. Esa mezcla de emociones la hizo aferrarse a él con más fuerza mientras tomaba una respiración profunda, permitiendo que el aire caliente llenara sus pulmones y calmara su ansiedad. 

Iván no se apresuraba; cada movimiento estaba calculado, aunque lleno de un hambre animal que se contenía en el borde de la paciencia. Lentamente comenzó a penetrarla, sus movimientos suaves pero con la suficiente firmeza para hacerse sentir. El calor de su cuerpo envolvía a Adeline, y ella, aunque al principio tensa, se fue relajando poco a poco, permitiendo que él se hundiera más profundamente. Sentía cómo cada centímetro invadía su ser, explorando con delicadeza pero con la urgencia de una pasión creciente.

Adeline, con el corazón acelerado y la respiración entrecortada, echó la cabeza hacia atrás, abrumada por la mezcla de dolor y placer que competían por el control de sus sentidos. Su pecho subía y bajaba rápidamente, sus ojos se cerraban por momentos, pero algo en su mente la forzó a mirar hacia abajo, justo donde sus cuerpos se unían. Fue en ese instante cuando notó un pequeño hilo de sangre, una marca de su inocencia perdida, de una transición irrevocable. Su pecho se llenó de una emoción nueva y desconocida, una vulnerabilidad que nunca había experimentado antes. Iván también lo vio. Sus miradas se cruzaron, y en esos ojos llenos de lujuria y ternura mezcladas, ella encontró un refugio, una promesa silenciosa de protección.

—¿Te duele? —murmuró Iván, con una voz suave, apenas audible, llena de genuina preocupación mientras se mantenía dentro de ella, resistiendo el impulso de moverse. Sabía que estaba tomando algo sagrado, algo que ella no había compartido con nadie más, y no quería apresurar ese momento, por muy desesperado que estuviera por perderse en ella.

Adeline, aunque sentía el dolor punzante de la novedad, sabía que no era un dolor que la alejaba, sino que la empujaba hacia él, hacia lo desconocido. Con una sonrisa débil pero valiente, asintió levemente, acariciando su rostro con una ternura que contrastaba con la intensidad del momento. Sus dedos rozaron su mejilla y luego se enredaron en su cabello.

—Está bien —susurró, su voz entrecortada por la sensación de tenerlo dentro de ella. Y en esa afirmación, le dio a Iván el permiso que él necesitaba para continuar, para llevarla más allá del umbral del dolor hacia las profundidades del placer.

Iván sonrió, una sonrisa que mezclaba el alivio con el deseo que había estado reprimiendo. Con una lentitud calculada, comenzó a moverse de nuevo, entrando y saliendo de su cuerpo con un ritmo controlado. La fricción de su piel contra la de ella, el calor compartido, el sonido suave pero húmedo de sus cuerpos encontrándose una y otra vez, todo contribuía a crear una atmósfera cargada de sensualidad. Las manos de Iván recorrieron el cuerpo de Adeline, como si quisiera memorizar cada curva, cada línea, cada reacción.

Sus dedos encontraron el camino hasta sus nalgas, y sin pensarlo, las apretó con fuerza, haciéndola gemir suavemente. Fue un gesto de posesión, de deseo incontrolable. Ella arqueó la espalda, empujando sus caderas hacia él, invitándolo a tomar más, a hundirse más profundo. Mientras lo hacía, Iván inclinó su cabeza hacia abajo, encontrando sus pechos con la boca. Primero succionó uno, con una suavidad que contrastaba con la intensidad de sus embestidas, antes de cambiar al otro. Cada beso, cada mordida leve enviaba sacudidas de placer que recorrían el cuerpo de Adeline como un incendio que se extendía rápidamente por su piel.

Adeline gemía sin poder contenerse, sus manos ahora aferradas a las sábanas de la cama, sus uñas marcando líneas invisibles en el tejido mientras trataba de aferrarse a algo, cualquier cosa, en medio de la tormenta de sensaciones que la asaltaban. Su cuerpo entero era un campo de batalla de emociones: el dolor inicial se estaba desvaneciendo, reemplazado por un placer que parecía amenazar con desbordarla.

Iván la observaba detenidamente, deleitándose con cada temblor que recorría su cuerpo, con cada suspiro entrecortado que se escapaba de los labios de Adeline. El calor de su cuerpo envolvía el de ella, cada embestida más fuerte que la anterior, sintiendo cómo la humedad que los conectaba lo consumía por completo. Los sonidos que sus cuerpos producían en ese ritmo frenético de caderas chocando llenaban la habitación, una sinfonía de deseo crudo y animal. El aire estaba espeso, impregnado del olor del sexo, y eso, sumado a la intensidad del momento, nublaba los sentidos de Iván. Se inclinó hacia adelante, sus labios buscando los de ella con desesperación, casi como si el simple acto de besarla fuera a calmar el fuego que ardía en su interior. Su boca recorrió su cuello, su clavícula, y cada centímetro de piel que pudo alcanzar, marcándola con su hambre insaciable.

Durante todo ese tiempo, sus ojos no dejaron de mirarla. A través de esa conexión visual, Iván le transmitía en silencio una promesa implícita: siempre priorizaría sus necesidades y deseos, siempre la pondría a ella por delante. A medida que sus movimientos se volvían más seguros, más confiados, él también se sumergía más profundamente en la intensidad de la conexión que compartían. Ella era más que una simple amante para él; era una mujer extraordinaria que lo había capturado de una manera que jamás habría imaginado. Su presencia lo consumía, y el hechizo que ella había lanzado sobre él solo crecía en intensidad con cada segundo que pasaba.

Los movimientos de Iván en su interior no solo eran una mera penetración física, sino un viaje emocional que arrastraba a ambos. Cada embestida era más firme, más decidida, desafiando el umbral del placer que Adeline conocía hasta ahora. Sus cuerpos parecían estar sincronizados, moviéndose al unísono, como si cada movimiento de él fuera una respuesta a una necesidad inconfesada de ella. Sus manos, grandes y firmes, recorrían las suaves curvas de su cintura y sus caderas, y ella se derretía bajo su toque, entregándose por completo a su control. Él la estaba guiando en este camino de descubrimiento sensual, donde el placer y el dolor se entrelazaban en una danza íntima y primitiva.

Cada vez que Iván apretaba sus nalgas, Adeline gemía suavemente, sus sonidos entrecortados escapándose como ecos en la penumbra de la habitación. Esos toques, esas caricias, enviaban descargas de placer a través de su cuerpo, amplificando las sensaciones que ya se arremolinaban en su interior. Con cada embestida de sus caderas, Adeline sentía que se acercaba un poco más al precipicio, a ese borde donde todo el control desaparecería y solo quedaría el abrumador clímax que la esperaba.

Mientras sus miradas se entrelazaban, Adeline sintió que se perdía en la intensidad de los ojos de Iván. Eran profundos, oscuros, llenos de emoción y deseo, y al mirarlos, sintió que era arrastrada hacia un torbellino de emociones. La habitación parecía desvanecerse a su alrededor; solo existían ellos dos, unidos en un momento tan íntimo que el resto del mundo dejó de tener relevancia. Adeline sabía que no había ningún otro lugar en el que preferiría estar. Estaba allí, en ese preciso instante, compartiendo esa conexión pura, cruda y casi abrumadora con el hombre al que amaba más que a nada en este mundo.

Iván podía ver el hambre en los ojos de Adeline, un reflejo de su propio deseo insaciable por ella. Ella arqueaba la espalda, sus pechos apuntando hacia él, su cuerpo pidiéndole más, rogándole que la reclamara en su totalidad. Y él no se hizo esperar. Con cada embestida de sus caderas, Iván se hundía más profundamente en el abrazo cálido y húmedo de su cuerpo. La sensación era casi abrumadora, como si su propia cordura pendiera de un hilo mientras se perdía por completo en la embriagadora pasión que compartían.

Iván comenzó a empujar más fuerte, cediendo a sus instintos más primarios. Cada movimiento suyo estaba cargado de una necesidad animal, de una urgencia que no podía ser controlada. Los sonidos que escapaban de sus cuerpos se volvían más intensos, más lascivos, un testimonio de la urgencia con la que ambos buscaban consumarse. La humedad de Adeline lo envolvía, y el pre-semen de Iván se mezclaba con ella, creando un elixir de deseo palpable. Con las manos ávidas, comenzó a amasar uno de los pechos de Adeline, su carne suave llenando sus palmas. Mientras tanto, su boca se apoderó del otro pecho, succionando, mordiendo, marcando con cada lamida y cada mordida.

Adeline gemía, su cuerpo temblando bajo el embate de sensaciones. El dolor y el placer se mezclaban, creando una mezcla embriagadora que la hacía perderse en cada segundo. Iván alternaba entre ambos pechos, moviéndose con una precisión que demostraba no solo su deseo, sino también su determinación de darle a Adeline todo el placer que merecía. Los labios de Iván dejaban pequeñas marcas rojas en su piel, testigos de su voracidad.

El ritmo frenético que había establecido parecía llevar a ambos al borde del clímax. Las oleadas de placer que recorrían el cuerpo de Adeline eran tan intensas que sentía que no podía contenerse por mucho más tiempo. Sin embargo, justo en el momento en que sentía que todo su cuerpo iba a estallar en el abismo del éxtasis, Iván se detuvo de repente. Jadeante, la miró, su cuerpo brillando con una fina capa de sudor. Quería más. Quería saborear cada segundo, cada gemido, cada suspiro de ella.

Con un solo movimiento, Iván la giró, dejando su trasero perfecto expuesto ante él. La visión la dejó sin aliento. Adeline sintió cómo sus mejillas se sonrojaban ante la vulnerabilidad de esa posición, pero esa vergüenza pronto se desvaneció al sentir la fuerza de su siguiente embestida. Iván se hundió nuevamente en su interior, esta vez con una ferocidad aún mayor, sus dedos clavándose en la tierna carne de sus nalgas. 

Adeline arqueó la espalda, su cuerpo reaccionando instintivamente a la invasión profunda y poderosa. Cada embestida era más urgente, más demandante. La fuerza de sus movimientos la empujaba hacia adelante, sus gemidos resonaban por toda la habitación. Los dedos de Iván se hundían en la suave piel de sus nalgas, agarrándola con tanta fuerza que sabía que dejaría marcas. Pero no le importaba. En ese momento, lo único que importaba era el éxtasis absoluto que sentía con cada movimiento.

Adeline sentía cómo su cuerpo se estremecía ante la oleada de placer que la consumía. Cada movimiento de Iván la hacía sentir más cerca del límite, como si su propio cuerpo estuviera al borde de explotar en una tormenta de sensaciones. Sus músculos se tensaban, sus dedos se aferraban a las sábanas como si fueran su ancla a la realidad, mientras sus gemidos se volvían más entrecortados y desesperados.

Iván, encima de ella, percibía cada pequeño cambio en su expresión, cada temblor en su piel. Sabía que estaba llevándola al borde, justo al punto donde el placer se convierte en un abismo sin retorno. Sentía cómo su propio cuerpo se acercaba al clímax, pero luchaba por contenerse, deseando que Adeline alcanzara el máximo éxtasis antes de permitir que la liberación lo consumiera. Su respiración se volvía más rápida, su corazón latía con fuerza mientras la miraba, deleitándose en el poder que ejercía sobre ella.

Con un último y decidido movimiento de caderas, Iván la penetró más profundamente que nunca, sintiendo cómo sus cuerpos se fundían en un solo ser. Mantuvo esa posición, profundizando la conexión, permitiendo que ambos sintieran cada latido, cada pulso de deseo, mientras las olas de placer se entrelazaban entre ellos. En ese momento, nada más existía. No había mundo exterior, no había responsabilidades ni preocupaciones, solo ellos dos, envueltos en la intensidad de su deseo.

Adeline soltó un grito ahogado cuando su clímax la golpeó con la fuerza de una tormenta. Su cuerpo entero se arqueó, sus músculos se contrajeron con una fuerza casi dolorosa mientras una cascada de sensaciones la recorría de la cabeza a los pies. Sentía que estaba siendo llevada más allá de los límites de su propio cuerpo, su mente flotaba en un lugar donde solo existía el placer absoluto.

Al sentir el cuerpo de Adeline convulsionarse debajo de él, Iván no pudo contenerse más. Con un gruñido bajo y profundo, se permitió alcanzar su propio clímax. Su semilla caliente llenó el interior de Adeline, cada pulso de liberación era como una explosión de euforia que sacudía su cuerpo. La sensación era tan intensa que por un momento, perdió toda noción de sí mismo, flotando en el mar de sensaciones que compartía con ella.

Mientras ambos jadeaban, recuperando el aliento, Iván no podía apartar la mirada de Adeline. Su piel resplandecía con una fina capa de sudor, sus pechos subía y bajaba rápidamente mientras intentaba recuperar la compostura después de la tormenta de emociones. Sus ojos, llenos de satisfacción y asombro, lo miraban como si él fuera la única cosa en el mundo que importaba en ese momento. Iván acarició su mejilla suavemente, disfrutando de la calidez de su piel bajo sus dedos.

El silencio entre ellos estaba lleno de significado, pero duró poco. Iván, aún lleno de deseo, sintió cómo su miembro permanecía duro, ansioso por más. Adeline sobre su estómago, su rostro hundido en las almohadas mientras sus nalgas quedaban expuestas frente a él. La vista era tentadora, y sin dudarlo, Iván se inclinó hacia adelante, besando y mordiendo la suave piel de su espalda mientras volvía a penetrarla.

Adeline jadeó al sentirlo dentro de ella de nuevo, su cuerpo aún hipersensible por el orgasmo reciente. Cada embestida de Iván enviaba nuevas oleadas de placer a través de su cuerpo, haciéndola temblar y gemir sin control. El sonido de su piel chocando resonaba en la habitación, mezclado con los jadeos y susurros de placer que compartían. Iván aumentaba el ritmo, sus manos firmemente aferradas a las caderas de Adeline, guiándola con precisión y fuerza mientras ambos se perdían una vez más en el abismo de su pasión compartida.

Cada vez que él embestía, sus dedos se clavaban más profundamente en la tierna carne de sus nalgas, dejando marcas que se grabarían en su piel como testigos silenciosos de su deseo incontrolable. Adeline solo podía dejarse llevar, permitiendo que Iván la dominara por completo, entregándose por entero a él sin reservas. Cada embestida la llevaba más y más cerca del límite nuevamente, a pesar de haber alcanzado un clímax hace solo unos minutos.

El cuerpo de Adeline se estremecía bajo el control de Iván, incapaz de resistir el poder de sus movimientos. Él se inclinó hacia adelante, cubriéndola con su cuerpo mientras le susurraba al oído, sus palabras llenas de lujuria y promesas. Su aliento cálido en su cuello la hacía temblar, mientras las manos de Iván se deslizaban por su abdomen, acariciando cada centímetro de su piel antes de llegar a sus pechos, donde sus dedos hábiles encontraron los pezones ya endurecidos. Los apretó con suavidad, sabiendo exactamente cómo hacerla gemir de placer, aumentando la presión justo cuando ella comenzaba a temblar nuevamente.

Finalmente, incapaz de soportar más, Adeline sintió que otro clímax se aproximaba. Esta vez fue más lento, construyéndose en su interior como un fuego que se encendía gradualmente hasta consumirla por completo. Sus gemidos se hicieron más intensos, más desesperados, mientras sus músculos se tensaban una vez más. Iván, sintiendo cómo su cuerpo respondía a él, aceleró sus movimientos, buscando llevarla una vez más al borde.

Con un último y poderoso embate, Iván la llevó al límite. Adeline gritó de placer cuando su cuerpo fue envuelto por el orgasmo, cada músculo de su ser temblando mientras la liberación la invadía una vez más. Iván la siguió poco después, su propio clímax lo atravesó con una intensidad que lo dejó sin aliento, mientras ambos caían juntos en el abismo de sensaciones.

Insatisfecho y aun con energía, Iván tomó el rostro de Adeline con una mezcla de firmeza y deseo. Sus dedos se aferraron a su mandíbula con delicadeza, pero con una autoridad innegable, guiando su cabeza hacia abajo con un propósito inconfundible. El miembro de Iván, aún palpitante y firme, rozó los labios de Adeline con una presión creciente, mientras él observaba cada matiz de su reacción, con los ojos oscuros de deseo y ansia. Había algo profundamente primitivo en ese gesto, una expresión de poder y vulnerabilidad entrelazados en ese momento compartido.

El renovado vigor de Iván la sorprendió, sacándola por un instante de su propio estado de éxtasis. Sin embargo, esa sorpresa duró apenas un segundo antes de que Adeline se rindiera una vez más al ritmo de sus cuerpos, que ahora parecían moverse en una danza secreta, solo comprendida por ellos. El roce de su miembro contra sus labios era extraño, inesperado, pero también provocador, despertando en ella una curiosidad latente, un deseo de explorar los límites de lo desconocido en esta relación íntima que estaban construyendo. Era un terreno que nunca antes habían pisado, y, sin embargo, se sentía sorprendentemente familiar.

Adeline vaciló, pero solo un instante. Su lengua salió tímidamente para encontrar el cuerpo de Iván, probando el sabor de su pre-semen mezclado con los rastros de su encuentro anterior. El sabor salado era crudo, pero también cargado de una promesa silenciosa, una conexión más profunda que se tejía entre ambos. Al principio, el acto fue torpe, inexperto, como un descubrimiento en la oscuridad. Pero, poco a poco, la incomodidad inicial dio paso a una especie de familiaridad nueva. El calor de su piel, la suavidad de sus labios y el ritmo constante de su lengua la guiaron mientras ella se sumergía más profundamente en el acto.

Conforme sus labios se adaptaban a la forma y tamaño de él, una sensación de logro y poder emergió dentro de Adeline. La rigidez de Iván contrastaba con la suavidad de su boca, y esa dicotomía le daba una nueva comprensión de su relación. A medida que se relajaba, su lengua exploraba cada rincón, deslizándose con mayor habilidad sobre la longitud de él, mientras su propio deseo crecía en intensidad. Su mente se perdía en el momento, cediendo al instinto más primitivo.

Debajo de ellos, sus cuerpos no dejaban de moverse. Como dos entidades separadas pero unidas en una búsqueda frenética de placer, cada embestida era más fuerte, más urgente que la anterior. La cama crujía bajo el peso de su pasión desenfrenada, mientras los gemidos ahogados de ambos llenaban la habitación, convirtiéndola en un santuario de deseo carnal. El sonido lascivo de su saliva al mezclarse con la carne de Iván resonaba en sus oídos, añadiendo una capa más a la intensidad del momento.

Iván, con los ojos entrecerrados por el placer, observaba a Adeline con una mirada que ardía de lujuria y afecto. Cada movimiento de su lengua, cada caricia de sus labios, lo llevaba más allá de los límites de lo soportable, provocando sacudidas de éxtasis que recorrían su espina dorsal. No pudo evitar dejar escapar un gruñido bajo cuando sus caderas comenzaron a moverse por sí solas, impulsadas por la necesidad de hundirse aún más profundamente en el calor de su boca. La forma en que ella se esforzaba por abarcarlo completamente, por complacerlo, le infundía una sensación de poder, pero también de entrega.

Mientras sus cuerpos seguían esa frenética danza, Iván no podía dejar de maravillarse ante la conexión que sentía con Adeline. No solo en el plano físico, sino en algo más profundo, más esencial. En ese momento de caos y placer compartido, supo sin lugar a dudas que haría cualquier cosa por ella. Cada segundo que pasaba afianzaba su convicción de que no existía mayor tesoro que el amor y la entrega que Adeline le ofrecía, libremente, sin condiciones.

La confianza de Adeline creció bajo la mirada hambrienta de Iván. Sabía que lo estaba complaciendo, que lo estaba llevando al límite con cada nueva habilidad que perfeccionaba. Con cada deslizamiento de su boca sobre él, con cada nueva caricia de su lengua, ella podía sentir cómo su control sobre él se fortalecía. La idea de que pudiera llevarlo al clímax solo con su boca era una posibilidad que empezaba a parecerle alcanzable, y eso la impulsaba aún más.

Iván respiraba con dificultad. Cada segundo que pasaba sentía cómo se acercaba más y más al borde, mientras su cuerpo se estremecía bajo el toque de Adeline. El calor en su boca, la forma en que sus labios lo envolvían, la humedad que creaba un contraste insoportable entre el placer y la tensión acumulada en su cuerpo... todo lo arrastraba hacia una inevitable liberación. Pero Iván no quería dejarse ir aún. Sujetó con fuerza el cabello de Adeline, usándolo como ancla para no perder el control por completo mientras su cuerpo temblaba de debilidad.

Adeline, a pesar del cansancio, no dejó de moverse, su boca trabajando con determinación y deseo. Sentía cómo su propia satisfacción crecía al ver cómo el cuerpo de Iván se rendía bajo su toque, cómo cada gemido y gruñido que escapaba de sus labios era una prueba de su éxito.

Finalmente, la tensión alcanzó su punto máximo. Iván lanzó un gruñido profundo, casi animal, cuando sintió que cruzaba el umbral. Su semilla surgió en ráfagas calientes, llenando la boca de Adeline, quien, sin dudarlo, tragó cada gota, saboreando su sabor mientras el último espasmo de placer recorría el cuerpo de Iván.

Cuando la última onda de liberación se desvaneció, Adeline se apartó lentamente, dejando espacio para que Iván recuperara el aliento. Se tumbó a su lado, agotada, pero satisfecha. Mientras lo observaba con ojos llenos de adoración, sintió que algo entre ellos había cambiado, que su vínculo se había fortalecido de una manera que solo podían entender ellos dos.

Los minutos pasaron en silencio, solo interrumpidos por el sonido de sus respiraciones entrecortadas. Iván, aún con el pecho agitado, la miró con una mezcla de afecto y gratitud. Sin palabras, extendió la mano y acarició su mejilla, el gesto suave y cargado de significado. Para él, no había mayor tesoro que el amor incondicional que ella le ofrecía. Y en ese momento, supo que su única misión en la vida sería proteger lo que habían construido.

Pasaron horas en las que Iván, insaciable, siguió reclamando el cuerpo de Adeline, con una intensidad que parecía no tener fin. Cada embestida era más profunda que la anterior, como si buscara marcarla desde el alma hasta la piel. La devoraba con besos apasionados que dejaban sus labios enrojecidos, mientras su boca recorría cada rincón de su cuerpo, encontrando nuevas zonas que descubrir con su lengua. La chupaba con ansia, mordiendo suavemente su cuello y clavícula, dejando pequeños rastros de su deseo en forma de marcas purpúreas que coloreaban su piel clara. Cada mordida era un recordatorio silencioso de que ella le pertenecía, de que no había otro más que él en su mundo.

El sudor cubría sus cuerpos, formando un brillo que reflejaba la tenue luz de la lámpara que apenas iluminaba el interior de la tienda. Los jadeos de ambos se mezclaban con los sonidos de la noche que comenzaba a despertarse fuera, pero dentro de ese espacio reducido, no existía nada más que el calor de sus cuerpos entrelazados, el roce de piel contra piel, y el ritmo frenético de su unión.

Iván, en su incansable búsqueda de satisfacción, marcaba cada centímetro de ella como suyo. Besaba sus labios hinchados, mordía con suavidad la piel de sus pechos, y arrastraba sus manos por cada curva y valle de su cuerpo, reclamando todo lo que ella le ofrecía. El tiempo parecía detenerse para ellos, como si las horas pasaran en un único instante de éxtasis perpetuo. Adeline, completamente entregada, respondía a cada uno de sus movimientos, sus gemidos ahogados mientras sentía el peso de él sobre su cuerpo, la llenaban de una satisfacción que nunca antes había conocido.

Finalmente, cuando la intensidad alcanzó su punto máximo y ambos cayeron rendidos en un abrazo exhausto, Iván se tumbó junto a ella. Los cuerpos empapados de sudor se acurrucaron bajo las sábanas, y el aire de la tienda se llenó del olor dulce de su pasión compartida. Adeline, con los ojos entrecerrados y una sonrisa apenas visible en sus labios, trazó suaves patrones en el pecho de Iván, deleitándose en la sensación de su piel caliente bajo sus dedos. Sentía que había dado todo de sí misma, y que, en ese instante, no había más que una paz profunda y satisfactoria entre ellos.

Iván, aún respirando con dificultad, se permitió un momento de calma. Sus dedos acariciaron el cabello oscuro de Adeline, enredando con suavidad algunos mechones entre sus dedos. Su mente, aunque relajada por la intensidad del encuentro, no podía descansar completamente. Había una decisión que debía tomar, una que pesaba sobre sus hombros como la capa de responsabilidad que siempre llevaba consigo. Sus pensamientos se arremolinaban, pero los apartó momentáneamente cuando observó cómo Adeline comenzaba a dormirse, tranquila y serena entre sus brazos.

Justo cuando sus ojos empezaban a cerrarse, el suave resplandor gris del amanecer comenzó a filtrarse a través de las cortinas de su carpa. El tenue brillo lo devolvió a la realidad, recordándole que el tiempo no esperaba, ni siquiera por él. Con un suspiro cansado, lleno de resignación, se inclinó hacia Adeline, plantando un beso suave en su frente. Ella, sumida en el letargo de su sueño, apenas se movió, pero un ligero murmullo de satisfacción escapó de sus labios. Iván la observó por un momento más, contemplando su rostro tranquilo y la paz que irradiaba. Era un momento que habría querido prolongar, pero la guerra no esperaba por el amor.

Con movimientos perezosos, arrastrando el cansancio de la noche, Iván se levantó de la cama y comenzó a vestirse. Tomó una túnica limpia, negra con detalles dorados que brillaban bajo la luz de la mañana, y se la colocó con la precisión de un guerrero acostumbrado a la disciplina. Luego, se enfundó en unos pantalones a juego antes de ponerse una capa de piel de oso negro, su peso descansando sobre sus anchos hombros, como símbolo de su poder y estatus. Con un último vistazo hacia Adeline, quien ahora dormía plácidamente entre las sábanas revueltas, Iván salió de la carpa, listo para enfrentar el día.

Afuera, el campamento comenzaba a despertar lentamente. Los primeros rayos de luz se deslizaban por el horizonte, mientras los legionarios se movían de manera lenta y adormilada, desmontando tiendas y preparándose para la marcha. El sonido del metal resonaba suavemente mientras los soldados se colocaban sus armaduras, ajustando correas y recogiendo sus cosas. El aire estaba cargado de la anticipación del día que comenzaba, pero también del cansancio acumulado de tantas noches en campaña.

Iván caminó con pasos firmes hacia el cuartel general, donde sus comandantes lo esperaban para discutir los movimientos futuros. A medida que avanzaba, los soldados que se cruzaban con él se detenían por un momento para inclinar la cabeza en señal de respeto. A pesar de su cansancio, Iván mantenía una postura imponente, consciente de que debía proyectar fuerza ante sus hombres.

Cuando llegó a la tienda de mando, algunos de sus comandantes ya estaban dentro, inclinando la cabeza en señal de respeto al verlo entrar. Sus rostros, sin embargo, reflejaban el mismo cansancio que sentía él. Pasaron varios minutos en silencio, hasta que finalmente los demás comandantes comenzaron a entrar, uno tras otro, tomando sus lugares en torno a la mesa de mapas. El último en llegar fue Varkath, el segundo comandante de los legionarios de las sombras, cuya presencia siempre parecía oscura y amenazante. Su armadura negra, desgastada por la batalla, parecía absorber la luz, y sus ojos, siempre vigilantes, destellaban con una inteligencia afilada.

Todos los comandantes aguardaron en silencio, sus ojos fijos en Iván, esperando la decisión que marcaría el rumbo de la campaña. Sentado en la cabecera de la mesa, Iván tomó un momento para reflexionar. Sabía que la invasión del ducado de Stirba y del ducado de Zanzíbar era inminente, y la opción que Ulfric le había presentado parecía la más lógica, aunque no estaba exenta de riesgos.

Antes de que pudiera hablar, un legionario de las sombras irrumpió en la tienda, arrodillándose ante Iván.

—Su gracia —dijo con voz firme—, vengo con noticias dadas por el general Lucan Frostblade.

Iván apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando, detrás del legionario, un jinete ligero de elite entro se arrodillo.

—Su gracia —dijo con urgencia—. Vengo desde el Fuerte Drakenhold. Mi mensaje es de parte de los veinte comandantes de legión, y es urgente.

El silencio en la tienda se volvió tenso, los comandantes intercambiaron miradas de preocupación. Iván abrió la boca para hablar, pero fue interrumpido una vez más cuando un legionario encargado de las aves mensajeras llegó apresuradamente.

—Su gracia, vengo con la respuesta enviada por Lord Gareth respecto al mando de los centinelas de hierro.

En la tienda de mando, el ambiente era denso, impregnado de tensión, con el aire pesado y lleno de una expectativa silenciosa. Los comandantes presentes intercambiaban miradas fugaces, conscientes de la gravedad de los informes que estaban a punto de escuchar. La luz del amanecer apenas iluminaba el espacio, filtrándose por las costuras de la carpa y proyectando sombras largas sobre la mesa de mapas que ocupaba el centro de la tienda.

Los ojos de todos los presentes se posaron en él, esperando instrucciones, observando cada uno de sus movimientos. A pesar del cansancio que aún se cernía sobre sus hombros, su mirada era firme, sus gestos calculados. Finalmente, se dirigió al primer mensajero que había entrado, el legionario de las sombras, cuyo semblante severo dejaba entrever la gravedad de su mensaje.

—¿Qué noticias trae Lucan Frostblade? —preguntó Iván, su voz cargada de autoridad, pero sin revelar la fatiga que lo invadía.

El legionario, con el casco bajo el brazo y gotas de sudor cayendo por su frente, alzó la cabeza y sostuvo la mirada de Iván.

—Su gracia —comenzó—. Permanecí en la ciudad de Ulthorath, según sus órdenes, mientras el general Lucan preparaba sus legiones. Envió exploradores más allá de las fronteras y espías a las tierras enemigas. Me envía con urgencia porque han descubierto un gigantesco ejército combinado de Stirba y Zanzíbar que se aproxima a nuestras fronteras. Según los cálculos de los espías, podrían llegar en cuatro o cinco días. El general espera su llegada para coordinar una defensa o ataque preventivo.

Iván asintió, procesando la información rápidamente. El descubrimiento de aquel ejército masivo no solo confirmaba las sospechas de una invasión inminente, sino que también abría nuevas posibilidades para ajustar su estrategia. La ciudad de Ulthorath era un punto estratégico, pero no podía permitirse ser sorprendido en múltiples frentes. Sin embargo, antes de tomar una decisión, debía escuchar a los demás mensajeros.

Con un gesto de la mano, hizo una seña al jinete ligero, quien se acercó con pasos rápidos, mostrando signos evidentes de fatiga. Su rostro, cubierto de polvo y sudor, revelaba que había cabalgado durante horas sin descanso.

—Su gracia —comenzó el jinete, inclinándose ligeramente—. Vengo en representación de la vigésima cuarta legión. Durante nuestras patrullas divisamos una gran hueste de Stirba y Zanzíbar avanzando por el paso de Eldrakar, tomando los caminos seguros a través de las montañas de Karador. Los ornamentos de las banderas que portan indican que se trata de los Ejércitos de Sangre Real de Stirba, acompañados por tropas de élite de Zanzíbar. Según nuestros informes, podrían estar aquí en cinco o seis días si mantienen su curso actual. Sin embargo, hay indicios de que podrían desviar su ruta y atacar la retaguardia del general Thornflic, quien está en guerra de guerrillas contra el marquesado de Thaekar.

El rostro de Iván se ensombreció. La posibilidad de que el ejército enemigo estuviera maniobrando para atacar por varios frentes complicaba aún más la situación. El general Thornflic, luchando en las profundidades de las montañas de Karador, se encontraba en una posición vulnerable. Karador no solo era crucial por su difícil terreno, sino porque era una de las principales fuentes de minerales preciosos que sostenían la economía del ducado. Si las minas cayeran en manos enemigas, la estabilidad financiera y militar de la región quedaría gravemente comprometida. Además, si Thornflic quedaba aislado, ayudarlo sería casi imposible.

Iván sabía que Roderic, en el sur de las montañas, podía brindar apoyo a Thornflic, pero eso dejaría desprotegida la frontera sur, exponiendo al ducado al ataque del marquesado de Thaekar o del condado de Greteston, una amenaza demasiado grande para ignorar. Necesitaba una estrategia que abarcara todos esos factores, y rápido.

Finalmente, con un suspiro pesado, Iván miró al último mensajero, esperando que, al menos esta vez, hubiera mejores noticias. El legionario encargado de las aves mensajeras se adelantó, inclinándose ante Iván.

—Su gracia, vengo con una respuesta de Lord Gareth respecto a los centinelas de hierro. Ha aceptado su nombramiento como comandante de los centinelas. Sin embargo… —el mensajero vaciló, tragando saliva antes de continuar—, Lord Gareth exige más poder a cambio. Desea controlar no solo su ciudad en Santorach, sino también más tierras. Además, ha solicitado que su hija se case con usted… o al menos sea tomada como su concubina.

Iván sintió una oleada de frustración recorriendo su cuerpo. Como Gareth podría buscar algo de poder en una situación tan jodida. Los centinelas de hierro eran fundamentales para contener el avance enemigo, pero concederle a Gareth más poder y su hija en matrimonio o concubinato sería una concesión peligrosa, especialmente con la estabilidad política del ducado pendiendo de un hilo.

Iván cerró los ojos por un momento, calmando su mente. Inhaló profundamente, dejando que el aire fresco y frío de la mañana lo llenara, disipando parte de su irritación. Las piezas comenzaban a encajar en su mente, y con ellas, un plan.

Abrió los ojos y se dirigió a los presentes con voz firme.

—Lo que voy a decir no saldrá de esta tienda. —Su tono era serio, imponente, muy por encima de lo que se esperaría de alguien de tan solo quince años. Todos los comandantes asintieron en silencio, comprendiendo la gravedad del momento—. Zandric —llamó, mirando a el comandante de los legionarios de las sombras—, tú irás al sur y te reunirás con Lord Gareth. Iras solo, sin tus hombres. Dile que acepto sus demandas, pero cuando se enfrente a los jinetes enemigos, quiero que lo mates.

Zandric asintió, comprendiendo sin necesidad de más explicaciones. Su rostro, aunque serio, no mostraba ninguna duda.

—Los legionarios de las sombras se quedarán conmigo —continuó Iván—. Comandantes de legión, preparen a sus hombres. Las seis legiones partirán hacia el Fuerte Drakenhold. Nos reuniremos con las veinte legiones de hierro estacionadas allí. Juntos, enfrentaremos a los ejércitos que avanzan desde las montañas de Karador.

Luego, sus ojos se posaron en Varkath, el comandante de los legionarios de las sombras, quien había permanecido en silencio, observando cada detalle con su una mirada fría y calculadora.

—Varkath, tomarás el mando de los legionarios de las sombras. Tú y Ulfric me acompañaran a Ulthorath para reunirnos con Lucan Frostblade. Allí formularemos el plan de batalla final. Después, nos dirigiremos al Fuerte Drakenhold, donde yo tomaré el mando de las veintiséis legiones de hierro. Enfrentaremos a las tropas élite que se aproximan desde Karador, mientras Lucan contendrá al ejército de Zanzíbar.

Iván miró a sus comandantes, sus ojos recorriendo cada uno de los rostros tensos y cansados.