Chereads / El Ascenso de los Erenford / Chapter 27 - XXVII

Chapter 27 - XXVII

Seraphina no tardó mucho en quedarse dormida. Su respiración se volvió lenta y regular, su cuerpo, ahora completamente relajado, parecía flotar en la quietud de la habitación. Iván, observándola, no pudo evitar quedarse un momento más. Se veía tan vulnerable, tan delicada, como si el más mínimo toque pudiera destruirla. Su piel, iluminada por la suave luz de la luna que entraba por la ventana, brillaba con un resplandor tenue, casi irreal. Con una ternura que él mismo no esperaba sentir, apartó unos mechones plateados de su rostro y se inclinó para darle un suave beso en la frente.

Iván suspiró profundamente, sintiendo el peso de la responsabilidad y las decisiones que había tomado esa noche. Lentamente, se separó de ella, deslizando su cuerpo fuera de la cama sin hacer ruido, intentando no despertarla. Se vistió en silencio, ajustando su túnica con movimientos mecánicos. Cuando terminó, tomó las mantas de seda de la cama y cubrió el cuerpo desnudo de Seraphina, envolviéndola en el suave tejido. A pesar de estar tapada, su figura seguía delineándose debajo de las mantas de una manera tentadora; sus pechos formaban dos montañas deliciosas, tensas y sensuales. Iván tragó saliva, intentando ignorar los pensamientos que acudían a su mente, y con un último vistazo, salió de la habitación, cerrando la puerta suavemente detrás de él.

Mientras caminaba por los oscuros y estrechos pasillos del burdel, sus pasos resonaban en el silencio. A pesar de la calma exterior, su mente estaba agitada. Tenía mucho que hacer y, aunque se sentía cansado, el peso de sus decisiones no le permitía descansar. Justo antes de llegar a la entrada, vio a uno de sus legionarios de las sombras, que esperaba en una esquina oscura, casi invisible.

—Acércate —ordenó Iván en voz baja. El legionario se adelantó sin hacer un ruido.

—Dile a los hombres en el castillo que incrementen su vigilancia. Y asegúrate de que Rokot refuerce las patrullas dentro y fuera de Lindell. No quiero ojos curiosos en nosotros —dijo Iván, su voz grave y llena de autoridad—. Despiértame a los primeros rayos del sol y dile a Ulfric que mantenga los ojos bien abiertos por toda la ciudad y el campamento. No quiero espías.

—A la orden, su gracia —respondió el legionario con un leve movimiento de cabeza antes de desaparecer en la oscuridad.

Iván suspiró, dejando que sus pensamientos se hundieran en el mar de responsabilidades que lo aguardaban. Caminó lentamente, con pasos pesados, por los pasillos del burdel. Las velas parpadeaban en sus candelabros, y el aire olía a incienso y a cuerpos que habían compartido más que caricias esa noche. La lujuria y el poder se entrelazaban en ese lugar, pero a pesar de todo, Iván se sentía vacío.

Acababa de tomar a dos mujeres más como concubinas, Seraphina y Adeline, a cambio de información valiosa. Lo había hecho porque era necesario, y en parte, por la empatía que sentía hacia Seraphina. Pero mientras caminaba en silencio, el eco de sus propios pasos acompañaba un pensamiento que le incomodaba: no podía negar que también había una parte de él que disfrutaba de ese poder, de esa posesión. 

Sin embargo, algo en su interior lo atormentaba. El peso de esa decisión y las palabras de su madre resonaban en su mente: "No te dejes guiar por la lujuria, pero si lo haces, asegúrate de no enredarte con alguien que solo te quiera por tu apariencia o estatus". Iván sabía que su posición le daba poder sobre los demás, pero también lo hacía vulnerable. Se preguntaba cuántas personas estaban a su lado por lo que él era realmente, y cuántas solo por lo que representaba.

Mientras seguía caminando, su mente vagaba hacia Mira, Elara y Amelia, las tres mujeres por las que sentía algo más profundo, más real. Había compartido momentos con ellas, más allá de lo físico, y la conexión que sentía era algo que no podía ignorar. Sin embargo, ninguna de ellas había sido oficialmente aceptada como concubina. En cambio, Seraphina y Adeline, a quienes acababa de conocer en circunstancias difíciles, ahora formaban parte de su vida de manera oficial.

—¿Qué dirán Mira, Elara y Amelia? —pensó Iván en voz baja, sabiendo que tendría que hablar con ellas. Sabía que sería estúpido y agotador mantenerlas como simples cortesanas cuando, en realidad, quería algo más con ellas. Pero el dilema seguía ahí: ¿cómo equilibrar los lazos emocionales con las responsabilidades que su posición le imponía? ¿Cómo mantener el control sin perderse en el deseo o en los intereses de otros?

La fatiga finalmente comenzó a invadir su cuerpo. Las tensiones de la noche, las emociones, el placer, y las decisiones tomadas pesaban sobre él. Lo único que quería en ese momento era dormir, alejarse de las complicaciones y las intrigas por unas horas. Sus pensamientos aún giraban en torno a lo que le esperaba al amanecer: decisiones que podrían cambiar el curso de su vida, y de muchas otras. Pero por ahora, solo quería encontrar un lugar donde descansar.

Llegó a la habitación que había sido su refugio junto a Sarah. La puerta estaba cerrada, y una luz tenue escapaba por debajo, insinuando lo que había dentro. Sin pensarlo dos veces, Iván empujó la puerta y entró. Al abrirla, un aroma espeso y familiar lo envolvió al instante: el olor inconfundible del sexo reciente, una mezcla embriagadora de sudor, deseo y fluidos que impregnaba el aire. Lo que vio en el interior fue aún más provocador.

En la penumbra, sus ojos se ajustaron lentamente para captar la escena ante él. Sarah estaba inclinada sobre la cama, su rostro hundido entre los muslos gruesos y bronceados de una mujer desconocida, dejando su trasero en forma de corazón expuesto al aire. Su coño, brillando bajo la tenue luz, goteaba generosamente, los fluidos de su reciente éxtasis resbalaban por sus muslos en delgados hilos que caían sobre las sábanas empapadas. Iván tragó saliva, sintiendo un renovado calor recorrer su cuerpo, a pesar de que aún estaba sensible por el agotamiento de sus encuentros anteriores.

Sarah, consciente de la presencia de Iván, levantó la cabeza lentamente. Su mirada, cargada de una mezcla de agotamiento y placer, se encontró con la suya, y una sonrisa cansada pero cómplice apareció en sus labios. Su cuerpo estaba cubierto por una capa brillante de sudor, sus enormes pechos se veían tentadoramente resplandecientes bajo la luz, como si su piel llamara a ser tocada. Su cabello rojo, desordenado por la pasión, caía en mechones sobre su rostro y espalda, dándole un aire aún más lascivo. Al notar que Iván estaba observando a la otra mujer, Sarah habló con voz suave pero segura.

—Tardaste demasiado, su gracia —dijo con una sonrisa pícara—. Así que tuve que llevar a cabo mi plan.

Iván siguió la mirada de Sarah hasta la otra mujer, quien yacía jadeante con las piernas abiertas, aún temblando por lo que acababa de suceder. La mujer tenía la piel morena, su cuerpo era una obra de arte erótica. Grandes tetas apenas cubiertas por un fino velo blanco y dorado que no estaba diseñado para esconder, sino para exhibir su piel bronceada y sus caderas amplias. Era como una diosa hecha para tentar. Sus largas trenzas negras caían sobre su pecho, guiando la mirada hacia esos senos generosos que se movían con su respiración agitada.

Kalisha, la mujer en cuestión, intentó recomponerse ante la presencia de Iván, aunque su cuerpo aún temblaba por el placer. Con esfuerzo, levantó la cabeza, y su mirada reveló una mezcla de éxtasis y sumisión. Sarah se levantó y, con una sonrisa maliciosa, dirigió una orden cortante hacia ella.

—Tu perra... ¿qué te enseñé que debías hacer cuando vieras a tu amo? —dijo Sarah en un tono que no admitía discusión.

Kalisha, con una mirada llena de deseo y devoción, se puso en cuatro patas y gateó hacia Iván, su cuerpo desnudo brillaba bajo la luz tenue. Cada movimiento era deliberadamente erótico, como si fuera consciente de cada detalle de su anatomía y de cómo afectaba a quien la observaba. Cuando llegó a los pies de Iván, alzó la mirada y habló con una voz suave, impregnada de lujuria.

—Soy Kalisha, una sumisa perra que se convierte en una zorra deseosa de placer solo por tener un orgasmo. Mi ama es Sarah, y mi nuevo amo es usted, su gracia Iván. Estoy a su servicio —dijo, su tono suplicante y lascivo a la vez.

Iván miró a Sarah, sorprendido por la escena que se desarrollaba frente a él. No estaba seguro de cómo reaccionar. Sarah, viendo su duda, se acercó lentamente, sus movimientos sensuales, hasta que estuvo a su lado, abrazando su brazo y hundiendo sus grandes pechos en su costado. El calor de su piel se transmitía a través de su ropa, y la cercanía de ella le nublaba los pensamientos.

—Esta mujer es terca —susurró Sarah con una voz dulce y venenosa a la vez, mientras acariciaba su cuello—. No pude hacer que me dijera lo que necesitas saber. Pero es tu oportunidad ahora. Fóllatela y prométele lo que quiera escuchar. No te preocupes, descubrí que es una sumisa total —su aliento rozó su oído, haciendo que la piel de Iván se erizara.

—Sarah, yo... —Iván intentó hablar, pero las palabras no salieron. Su mente estaba inundada de dudas, de emociones contradictorias. Había tantas cosas sucediendo al mismo tiempo, tantas responsabilidades, tantas decisiones que pesaban sobre sus hombros. Pero Sarah no estaba dispuesta a dejarlo sumergirse en ese mar de confusión.

—Otra vez esa mirada... —le susurró Sarah, su tono era hipnótico, casi seductoramente autoritario—. ¿Cuántas veces te tengo que recordar quién eres? —Su voz se suavizó, pero el poder en sus palabras no disminuyó—. Eres la persona más importante aquí, mi amor. Puedes sucumbir a tus deseos cuantas veces quieras. Puedes tener cuantas mujeres o putas quieras. Así que quítate esa molesta duda de la cabeza y actúa como el hombre que te hice ser.

Sarah se inclinó hacia él, sus labios rozando su oído con una familiaridad que le hacía perder cualquier resistencia. —Toma el cabello de esa perra que tienes a tus pies y hazla ahogarse con tu polla. Úsala y consigue la información que necesitas —susurró con una mezcla de lujuria y poder.

Iván sentía que algo dentro de él se rompía y al mismo tiempo se liberaba. El deseo que había intentado suprimir durante tanto tiempo comenzaba a desbordarse. Kalisha, arrodillada ante él, lo miraba con adoración y deseo, sus ojos implorando ser utilizada, ser dominada. Cada fibra de su ser estaba lista para complacerle, para hacer lo que él quisiera.

Pero, aun con la presión de Sarah y la situación cargada de erotismo, algo en su interior dudaba. Las palabras de su madre volvieron a resonar en su mente: "No te dejes guiar por la lujuria..." Pero ese eco se desvanecía ante la realidad de lo que estaba sucediendo. La duda lo abandonó lentamente, y el hombre que Sarah había moldeado empezó a surgir. La noche aún no había terminado, y había mucho más que hacer.

Con una mirada decidida, Iván dejó escapar un suspiro profundo, liberando las últimas dudas que le quedaban. Agarró con firmeza las trenzas de Kalisha y la atrajo hacia él con una mezcla de autoridad y deseo. La mujer no tardó en reaccionar, con manos temblorosas pero decididas, desabrochó los pantalones de Iván. El sonido del cuero al desajustarse resonó en la habitación, seguido del suave roce de la tela al caer. Finalmente, su gruesa polla quedó liberada, rígida y palpitante, lista para lo que vendría a continuación.

—Chúpala —ordenó Iván con voz grave, su tono cargado de una autoridad renovada que lo hizo sentir el poder correr por sus venas.

Kalisha, sin perder un segundo, obedeció con un fervor casi desesperado. Sus ojos brillaban con sumisión mientras abría los labios y, con un susurro de anticipación, tomó la punta de su miembro entre su boca. Su lengua recorrió el surco de su polla con una precisión que solo una mujer experimentada como ella podía manejar. Sentía la textura de su piel caliente bajo sus labios, mientras se sumergía más y más en la tarea, succionando con creciente intensidad. 

La mezcla de saliva y pre-semen resbalaba por su boca, creando una lubricación que facilitaba el movimiento. Kalisha llevó la mano hacia sus propios pechos, pellizcando sus pezones erectos con fuerza, mientras con la otra mano deslizaba sus dedos hacia su húmedo coño. El sonido de sus gemidos ahogados vibraba alrededor del miembro de Iván, haciéndolo gemir involuntariamente. Cada vibración era como una descarga eléctrica directa a su cuerpo.

—Así... buena chica... —murmuró Iván entre dientes, mientras su mano afianzaba su control sobre las trenzas de Kalisha, guiando sus movimientos a un ritmo más profundo y constante.

Kalisha, complacida por las palabras de su amo, incrementó el ritmo con que lo succionaba. Cada movimiento era un baile erótico de sumisión y deseo. La cabeza subía y bajaba, sus labios creaban un sonido húmedo y erótico, un eco del placer que estaba proporcionando. Podía sentir cómo su polla pulsaba con cada lamida y succión, una señal de que Iván estaba cerca de perder el control. Sus mejillas se hundían con el esfuerzo, mientras su lengua recorría cada centímetro, desde la base hasta la punta, concentrándose en su zona más sensible.

—No te detengas —ordenó Iván, su voz casi ronca mientras el placer se acumulaba dentro de él.

Kalisha no lo hizo. De hecho, redobló sus esfuerzos. Bajó aún más la cabeza, permitiendo que la gruesa polla de Iván penetrara su garganta, obligándose a respirar por la nariz mientras se concentraba en darle un placer absoluto. Los sonidos de su boca trabajando en él llenaban la habitación, mientras sus manos no dejaban de atender su propio cuerpo. Sus dedos se deslizaban dentro de su raja, frotando su clítoris con movimientos rápidos y precisos, mientras pellizcaba sus pezones con una mezcla de dolor y placer. La necesidad de su propio clímax aumentaba a la par que la de complacer a Iván.

La imagen de Kalisha, tan entregada, tan perdida en su propia lujuria, provocaba en Iván un deseo feroz. La visión de ella gimiendo alrededor de su polla, con sus fluidos goteando entre sus piernas y su piel bronceada resplandeciente de sudor, era un espectáculo difícil de resistir. La firmeza de su control sobre ella aumentó, mientras su cadera comenzaba a moverse al compás de sus succiones, empujando con más fuerza su miembro en su boca, haciéndola ahogarse ligeramente, lo que solo incrementó el placer.

Kalisha gimió más fuerte, su garganta vibrando alrededor de su polla mientras sus dedos no dejaban de tocar su propio cuerpo. El placer mezclado con la sumisión era un fuego que la consumía por dentro. Cada vez que sentía cómo Iván la empujaba más adentro, sabía que él estaba más cerca de explotar, y eso la volvía loca de deseo. Sus gemidos se intensificaron, mezclándose con el sonido de su succión, creando una atmósfera cargada de lujuria.

—Buena perra... —gruñó Iván, sus palabras llenas de dominio, y se dejó llevar por el clímax inminente.

De repente, su agarre en el cabello de Kalisha se hizo más firme, y con un movimiento decidido, la forzó a tomar todo su miembro dentro de su garganta. Kalisha, sin resistencia, aceptó la penetración profunda, sus labios presionando contra la base de su polla mientras lo miraba con devoción. Su lengua seguía moviéndose, a pesar de estar completamente llena, saboreando cada centímetro. Sintió cómo el cuerpo de Iván se tensaba y sabía lo que venía.

Iván dejó que el placer lo consumiera mientras sentía la inminencia de su clímax. Sus caderas se movieron con una precisión instintiva, llevándolo a ese punto final, donde todo pensamiento desaparece, y solo queda la crudeza del deseo. Con un último y poderoso empujón, su cuerpo se tensó, y una oleada de éxtasis lo envolvió por completo. Un rugido de satisfacción salió de su garganta mientras descargaba su semen caliente en la boca de Kalisha, quien lo recibió sin vacilar. Su lengua jugueteó alrededor de su miembro mientras tragaba con avidez, saboreando cada gota de su semilla como si fuera el néctar que la mantenía viva.

Kalisha, con sus labios aún sellados alrededor de la polla de Iván, lo continuaba chupando suavemente, como si quisiera extraer cada último vestigio de su placer. Los pulsos residuales que recorrían su miembro tras el orgasmo provocaban un leve temblor en el cuerpo de Iván, una deliciosa mezcla de sensibilidad y placer persistente.

Mientras Kalisha trabajaba diligentemente en complacerlo, su propio cuerpo sucumbió a su clímax. Sus dedos nunca cesaron sus incansables caricias en su hinchado clítoris, y cuando llegó el momento, sus ojos se cerraron de golpe mientras un gemido sofocado vibraba alrededor de la polla de Iván. Su cuerpo se arqueó, sacudido por las oleadas de placer que la recorrían, haciéndola temblar desde la cabeza hasta los pies. Sentía cómo sus jugos empapaban la cama bajo ella, sus paredes internas contrayéndose en un espasmo desesperado por algo que llenara el vacío que sentía en su interior.

La sensación de su propio orgasmo se mezcló con la satisfacción de haber complacido a Iván, creando una sinfonía de placer que la dejó completamente rendida. Finalmente, y solo cuando las últimas oleadas de su clímax disminuyeron, liberó a regañadientes el aún duro miembro de Iván de su boca. Sus labios se deslizaron por su eje con una última lamida lenta, como una despedida cargada de deseo.

Iván, respirando pesadamente, la miró con una mezcla de orgullo y satisfacción. El sudor cubría su frente, su pecho subía y bajaba rápidamente, pero su mirada seguía encendida. No había terminado todavía.

—Súbete a la cama —ordenó con voz firme, mientras sus manos alcanzaban la cintura de Sarah, atrayéndola hacia él. Sus ojos se encontraron brevemente antes de que él le diera su siguiente instrucción—. Haz lo mismo, Sarah.

Sin perder tiempo, Kalisha se subió a la cama, su piel bronceada reluciendo bajo la luz tenue que se filtraba en la habitación. Se tumbó de espaldas, con los muslos separados y su cuerpo aún temblando por el reciente orgasmo. Su respiración seguía siendo irregular, y sus ojos se cerraron brevemente mientras intentaba recuperar el aliento. Sin embargo, el deseo no había disminuido; su cuerpo, aún húmedo y sensible, estaba listo para más. Cuando Iván se inclinó sobre ella, la anticipación la recorrió como una corriente eléctrica. Cada centímetro de su piel anhelaba el contacto.

Sarah, por su parte, también se subió a la cama. Sus movimientos eran fluidos, llenos de una sensualidad controlada. Acomodándose junto a Kalisha, sonrió de forma traviesa, como si ya supiera lo que vendría después. Aunque compartían un propósito común, la tensión entre las dos mujeres era palpable. Había algo en la forma en que Sarah miraba a Kalisha, una mezcla de superioridad y desafío que elevaba la temperatura en la habitación.

Iván se colocó entre ambas mujeres, y su mirada recorrió sus cuerpos con una intensidad que hizo que el aire pareciera más pesado. Los dos cuerpos femeninos se ofrecían ante él como un tributo, y el poder que sentía en ese momento era casi embriagador. Sus manos recorrieron los muslos abiertos de Kalisha, sintiendo la suavidad de su piel mientras él posicionaba su grueso miembro contra los húmedos pliegues de su coño, que goteaba de anticipación.

—¿Lista? —murmuró, más para sí mismo que para ella, mientras frotaba su polla contra su entrada, sus fluidos mezclándose.

De un solo y firme golpe, Iván la penetró, hundiéndose profundamente en su interior. El gemido que salió de los labios de Kalisha fue desgarrador y delicioso, un sonido que vibraba con sorpresa y un placer abrumador. Su espalda se arqueó mientras sus paredes internas se apretaban alrededor de su polla, sus manos se aferraron a las sábanas con fuerza, sus nudillos poniéndose blancos.

Iván no perdió tiempo en establecer un ritmo firme y decidido, cada embestida enviaba ondas de choque a través del cuerpo de Kalisha. Podía sentir cómo su coño lo apretaba con fervor, cómo cada empuje lo hundía más profundamente en ella. Mientras lo hacía, con una mano libre, alcanzó a Sarah, metiendo dos dedos en su coño ya mojado. Su piel estaba suave y resbaladiza, y cuando sus dedos se deslizaron dentro de ella, Sarah dejó escapar un gemido bajo, su cuerpo respondiendo instantáneamente a su toque.

Kalisha, por su parte, no pudo evitar gritar mientras sentía el embate de Iván. Sus ojos se cerraron con fuerza, y sus manos, desesperadas, agarraron las sábanas bajo ella. Cada golpe era un torbellino de placer que la dejaba sin aliento, y el calor en su vientre crecía con cada segundo. Sarah, a su lado, miraba con lujuria y desafío, disfrutando de cada segundo del espectáculo, mientras el propio placer se apoderaba de ella.

La habitación estaba envuelta en una atmósfera densa, cargada de lujuria desenfrenada. Cada movimiento de los cuerpos generaba una sinfonía erótica: el sonido de piel golpeando piel, el eco de jadeos profundos, y el incesante ritmo de gemidos que llenaban cada rincón del espacio. El ambiente estaba impregnado de deseo crudo, palpable, y la figura dominante de Iván se movía con una determinación casi salvaje, queriendo dejar claro quién controlaba cada segundo de ese encuentro.

Iván, consciente de su dominio sobre ambas mujeres, aceleraba el ritmo de sus embestidas con fuerza renovada, asegurándose de que cada movimiento dejara claro quién era el amo de la situación. Las palabras de Sarah resonaban en su mente: él tenía derecho a tantas mujeres como quisiera, y no debía sentir culpa ni vacilación al ejercer ese control. Cada golpe de sus caderas lo reafirmaba, cada jadeo que arrancaba de las bocas de Kalisha y Sarah era un recordatorio de su poder.

Mientras sus dedos se hundían más profundamente en el húmedo coño de Sarah, Iván no apartaba su atención de Kalisha. Atrapada entre el dolor y el placer, ella se encontraba inmersa en una batalla interna. Su cuerpo ya no le pertenecía, había sido completamente reclamado por Iván. Cada embestida lo confirmaba, la sensación de su gruesa polla golpeando su cuello uterino le hacía arquearse, sus gemidos eran incontrolables, casi animales. Kalisha estaba al borde del abismo, su cuerpo entregado por completo, y su mente nublada por el deseo de complacer y ser complacida.

Los dedos de Iván que se adentraban en Sarah la hicieron retorcerse, gimiendo con una mezcla de sorpresa y placer. La estrechez de su coño respondía a la intrusión, y sus paredes se apretaban alrededor de los dedos de Iván mientras sus propias caderas se movían al compás del ritmo que él marcaba. Pero Kalisha no podía ignorar cómo el cuerpo de Sarah respondía a la penetración. La forma en que sus pechos subían y bajaban al ritmo de su respiración rápida, cómo su piel sudorosa brillaba bajo la luz tenue de la habitación. 

Kalisha sentía cómo sus sentidos se intensificaban, cada embestida de Iván parecía enviar chispas de placer por todo su cuerpo. Sus manos, que habían estado firmemente aferradas a las sábanas, ahora se soltaron lo suficiente como para buscar el contacto con su propio cuerpo. Bajó una mano hasta su vientre, acariciándose mientras Iván la penetraba. La otra mano alcanzó su clítoris, que estaba hinchado y sensible, frotándolo con desesperación, buscando liberar la tensión acumulada en su cuerpo. Sabía que no podía aguantar mucho más, el clímax estaba cerca, lo sentía como una ola que amenazaba con arrastrarla.

Pero Iván no se conformaba con solo verlas rendidas ante él. En un movimiento rápido y firme, apartó una de sus manos de las caderas de Kalisha y la llevó hasta su trasero, amasando su carne redonda y suave con un vigor casi brutal. La sensación de sus manos recorriendo su piel hizo que Kalisha gritara de placer. Sin previo aviso, Iván levantó su mano y la dejó caer con fuerza sobre una de sus nalgas, provocando un sonido fuerte que resonó por toda la habitación. El azote fue seguido por un escozor agudo que se transformó rápidamente en placer.

Kalisha se estremeció ante la intensidad del golpe, su nalga tembló bajo el impacto, pero en lugar de retraerse, movió sus caderas hacia él, pidiendo más. Cada vez que Iván levantaba su mano, ella sentía una mezcla de anticipación y deseo. Cada azote la hundía más en ese abismo de sumisión que tanto anhelaba, y cada apretón en su suave piel era una reafirmación de su control absoluto sobre ella.

Sarah, por su parte, no estaba menos afectada. Los dedos de Iván se movieron con firmeza hacia su ano, ese lugar que ella siempre había mantenido reservado. Al sentir el pulgar de Iván presionando suavemente contra la entrada de su ano, su cuerpo se tensó brevemente. Era virgen anal, un territorio inexplorado que ahora Iván reclamaba como suyo. A pesar de su inexperiencia, Sarah sintió una oleada de excitación recorrer su cuerpo. La promesa de ser tomada de esa manera, de entregarse completamente a él, la llenaba de un deseo que jamás había experimentado.

—Todavía no —gruñó Iván, su voz ronca y cargada de promesas—. Pero cuando ganemos, será tuyo. Entonces te tomaré por el culo, y no habrá vuelta atrás.

El susurro de sus palabras encendió un fuego en Sarah, quien se retorció aún más bajo el control de Iván, su excitación ahora a flor de piel. Mientras tanto, Kalisha observaba la dinámica entre ellos, una mezcla de celos y fascinación recorriéndola. A pesar de la pequeña punzada que sentía al ver a Sarah recibir una atención tan íntima, no podía negar que el espectáculo era embriagador.

Iván, sintiendo el poder de tener a ambas mujeres completamente a su merced, intensificó sus embestidas en Kalisha mientras seguía explorando el cuerpo de Sarah con sus manos. Sus movimientos eran más feroces, más decididos. Kalisha, atrapada en el éxtasis, gritaba sin control, su cuerpo temblaba bajo la embestida implacable de Iván. Los gemidos entrelazados de ambas mujeres se fusionaron en un coro de lujuria pura.

La habitación era un templo del deseo desenfrenado, cada rincón impregnado del ardiente aroma del sexo. Las sábanas, húmedas de sudor y pasión, apenas lograban contener la furia del cuerpo de Iván, que con cada embestida dejaba claro quién controlaba la situación. El poder que sentía al tener a Kalisha y Sarah completamente bajo su dominio lo llenaba de una energía que parecía no tener fin. Su mirada era oscura, hambrienta, y sus movimientos eran precisos, como si estuviera ejecutando una coreografía creada para llevar a ambas mujeres al borde de la locura.

Kalisha, con la piel brillando bajo la tenue luz de la habitación, se arqueaba y gemía al sentir cómo la polla de Iván la penetraba con brutal intensidad. Su trasero redondeado rebotaba con cada embestida, los músculos tensos en un esfuerzo por soportar el placer que la atravesaba en oleadas. Las sensaciones eran tan intensas que apenas podía procesarlas; el placer se mezclaba con el dolor dulce de la sumisión total. Mientras tanto, los dedos de Iván exploraban sin piedad el cuerpo de Sarah, tocando cada centímetro de su piel con una mezcla de ternura y brutalidad. La tensión en el aire se hacía palpable a medida que el control absoluto de Iván sobre las dos mujeres se intensificaba.

Kalisha cerró los ojos, tratando de concentrarse en el torbellino de emociones que se apoderaban de su cuerpo. Sentía cómo el placer se acumulaba en su vientre, una presión que crecía sin tregua. Se mordió el labio con fuerza, intentando retrasar lo inevitable, pero cada embestida de Iván hacía que ese esfuerzo fuera en vano. Las sensaciones eran demasiado abrumadoras, demasiado deliciosas para ignorarlas. Los gemidos de Sarah resonaban a su lado, aumentando aún más la excitación de Kalisha, que ya estaba al borde del clímax.

Iván, disfrutando de su papel de dominador, intensificó el ritmo de sus embestidas, aumentando la brutalidad con la que poseía a Kalisha. Sus dedos, mientras tanto, trabajaban con maestría en el cuerpo de Sarah, penetrándola con una precisión que la hacía retorcerse de placer. El contraste entre la suavidad de los gemidos de Sarah y los gritos ahogados de Kalisha creaba una sinfonía erótica que llenaba la habitación. Iván estaba en su elemento, disfrutando de la total entrega de ambas mujeres, sintiendo que el control sobre ellas era un reflejo de su propio poder.

Kalisha no pudo resistir más. La presión que había estado acumulándose en su interior explotó de golpe, y su cuerpo se estremeció con un orgasmo tan fuerte que apenas podía respirar. Un grito salió de su garganta mientras su coño se contraía violentamente alrededor de la polla de Iván. Su piel se erizó, y cada músculo de su cuerpo se tensó mientras el placer la recorría en oleadas interminables. Su mente se apagó por completo, perdida en el torbellino de sensaciones que la envolvían.

Iván, sintiendo el orgasmo de Kalisha, retiró su polla justo a tiempo para ver cómo un chorro de fluidos salía disparado de su cuerpo, empapando las sábanas aún más. La visión de su sumisa en ese estado de éxtasis solo sirvió para alimentar su propio deseo. Sarah, que había estado observando a través de sus propios jadeos de placer, no pudo evitar correrse también, sus jugos empapando los dedos de Iván mientras su cuerpo temblaba al borde de la sobreestimulación.

Pero Iván no había terminado. Su propio control estaba al límite, pero aún tenía un objetivo en mente. Agarrando con firmeza a Kalisha, la giró rápidamente, haciéndola quedar boca arriba frente a él. Sus ojos estaban vidriosos, todavía perdidos en el éxtasis de su reciente orgasmo, pero Iván no le dio tiempo para recuperarse. En un solo movimiento, la penetró nuevamente con fuerza, haciendo que su cuerpo exhausto volviera a tensarse ante la brutal invasión. Kalisha soltó un gemido ahogado mientras lo sentía adentrarse en ella de nuevo, su cuerpo respondiendo de inmediato, a pesar del agotamiento que la embargaba.

Iván sabía que estaba cerca de su propio clímax, pero se deleitaba en prolongar el momento. Quería hacerle entender a Kalisha, con cada embestida, que ahora ella le pertenecía por completo. No era solo un acto de posesión física, sino una declaración de poder. Con cada movimiento, reafirmaba su dominio sobre ella, sobre su cuerpo y su voluntad. Kalisha, a pesar de la intensidad de todo lo que estaba sucediendo, no podía negar que disfrutaba de esa sumisión. Cada vez que sus palabras la degradaban, cada vez que la trataba como un objeto, su excitación crecía más y más.

Las manos de Iván se deslizaron por su cuerpo sudoroso, disfrutando de la suavidad de su piel, pero pronto su agarre se volvió más duro. Tiró de su cabello con fuerza, obligándola a levantar la cabeza y exponiendo su cuello. Kalisha sintió el cálido aliento de Iván en su piel mientras él se inclinaba sobre ella, susurrándole al oído con una voz grave y cargada de autoridad.

—Eres mía ahora —murmuró, su tono posesivo y decidido—. Mi amante, mi mujer, una herramienta que aliviará mi deseo cuando lo necesite. Te daré lo que quieras: fortuna, poder, estatus… pero tienes que decirme lo que sabes. Si hablas, te haré mía para siempre, mi primera amante como futuro duque.

Las palabras de Iván resonaron en la mente de Kalisha mientras su agarre en su cabello se hacía más fuerte. Su cuerpo, aunque agotado, respondía de inmediato al tono dominante de su voz. No tenía la energía para discutir, ni quería hacerlo. En ese momento, lo único que deseaba era perderse por completo en el placer que él le ofrecía, en la promesa de ser suya, de ser poseída una y otra vez.

Sin esperar una respuesta de su parte, Iván comenzó a embestirla nuevamente, su ritmo rápido y brutal. Kalisha dejó escapar un grito ahogado mientras lo sentía adentrarse en sus profundidades, llenándola por completo una vez más. Sus gemidos se mezclaban con los de Sarah, quien observaba la escena con ojos llenos de lujuria y deseo. La sala se convirtió en un torbellino de placer crudo, cada embestida de Iván llevándolos más cerca del clímax final.

El cuerpo de Kalisha temblaba incontrolablemente bajo la fuerza de las embestidas de Iván. Aunque ya había alcanzado el clímax antes, la intensidad del momento la empujaba hacia un nuevo orgasmo. Sentía su semilla caliente llenarla, provocando un último y violento orgasmo que la hizo arquearse bajo él, su cuerpo sacudiéndose mientras gritaba de placer una vez más.

Iván, tras vaciarse por completo dentro de Kalisha, se recompuso lentamente, tomando un respiro profundo mientras la observaba con ojos penetrantes. Su mano, fuerte y dominante, se dirigió de inmediato hacia el rostro de Kalisha, tomando su barbilla con un toque firme, pero controlado. El gesto no dejaba lugar a dudas: no era una caricia de afecto, sino una clara exigencia de obediencia. La atmósfera se cargó de tensión, una tensión palpable que parecía vibrar entre ellos.

—Entonces, me dirás lo que sabes —dijo Iván, su tono más serio y autoritario. Sus palabras resonaban en la habitación, como una sentencia que no admitía réplica. 

Kalisha, aún con el cuerpo temblando tras el violento éxtasis que acababa de experimentar, asintió sin dudar. Su mirada estaba vidriosa, el placer y el agotamiento visibles en sus ojos, pero una chispa de sumisión y deseo seguía presente. Su voz era apenas un susurro, cargada de lujuria y devoción.

—Claro, amo… —respondió con suavidad, sus palabras un eco de su entrega. Al mismo tiempo, su mano descansó en la mejilla de Iván, un gesto que parecía tender hacia una caricia, pero en realidad era una señal de rendición. Acto seguido, lo besó, un beso cargado de pasión animal, desprovisto de ternura o suavidad. Era un choque de bocas hambrientas, un gesto salvaje que hablaba de lujuria pura, una necesidad desesperada de demostrarle que estaba dispuesta a todo por él.

Iván la dejó hacer, pero sus ojos mantenían ese brillo frío de dominio. Sabía que Kalisha estaba a punto de confesarle algo importante, y no permitiría distracciones.

Kalisha se separó ligeramente de su boca, respirando con dificultad mientras comenzaba a hablar. Sus palabras eran rápidas, entrecortadas, pero cada una de ellas traía consigo información valiosa.

—Xeren... es la mano derecha de Lord Well —empezó Kalisha, y sus palabras parecieron cambiar la atmósfera, tornándola más grave—. Siempre paga por mis servicios, y, por alguna razón, le agrado. Así que… fingo quererlo también. No es difícil, trabajo menos y, de vez en cuando, recibo regalos —continuó, su tono aún cargado de cierta lujuria, pero esta vez más controlada, más medida. Su rostro se mantenía cerca del de Iván, como si temiera perder la conexión que acababan de compartir.

Iván la observaba, sus ojos entrecerrados mientras procesaba cada palabra que salía de su boca. A pesar de la brutalidad del momento anterior, ahora estaba completamente enfocado en la información que Kalisha tenía para ofrecer.

—Xeren es... flojo —prosiguió Kalisha, su tono se tornó en desdén—, y habla mucho. A veces me agota. Pero lo que quieres saber te lo diré… —hizo una breve pausa, su mirada vagando un instante antes de volver a centrarse en Iván—. Xeren es el agente externo de Lord Well. Él sabe dónde están las guaridas, las nuevas, y también dónde planean retirarse cuando las cosas se pongan feas. Sé algunas fechas, algunos de sus planes, y... sobre esta ciudad. Muy pocos conocen lo que te voy a contar. Creo que ni siquiera Lord Well se lo ha dicho a Seraphina.

La mención de la ruta de escape captó inmediatamente la atención de Iván, sus ojos se afilaron, mostrando que cada palabra tenía un peso considerable.

—Hace poco, Lord Well contrató a cientos de albañiles de ciudades y pueblos cercanos. Lo hizo todo en secreto y durante la noche. Han cavado un centenar de túneles bajo la ciudad. Túneles por donde Lord Well y sus cercanos pueden moverse con facilidad, incluso para escapar de la ciudad si las cosas salen mal. Por eso, aunque tengas vigilancia en todos los lugares, ese cerdo puede escapar sin problemas. —Kalisha hizo una pausa, dejando que la gravedad de sus palabras se asentara—. Y creo que es por esos túneles por donde le está dando información al jefe de los bandidos.

Iván frunció el ceño. Aquello era más de lo que esperaba, una red de conspiración tan bien trazada que se sintió momentáneamente frustrado por haber subestimado a sus enemigos.

—Además... —Kalisha continuó, su voz ahora un poco más baja, como si temiera que la siguiente información fuera aún más delicada—. Un día antes de tu llegada, Lord Well y Xeren se reunieron con unos enviados de Stirba. No sé qué discutieron, porque Xeren estaba demasiado borracho como para contármelo todo, pero... tengo la intuición de que están planeando algo grande. Quizás una revuelta interna, tal vez incluso una invasión. No lo sé, pero sé que tú también eres parte de sus planes. Quieren desgastarte, crear caos en la ciudad para que pierdas control, o para que te veas como un tirano. 

Iván la miraba fijamente, procesando cada dato. El plan era más profundo de lo que había anticipado.

—Y hay algo más... —Kalisha tomó aire, sabiendo que la próxima revelación sería importante—. Lo que hiciste al reemplazar a la Guardia Roja fue lo correcto, pero debes tener cuidado. Lord Well había preparado un plan por si llegabas a instalarte en la ciudad. Los guardias rojos y algunos desesperados, resentidos con tu llegada, están siendo armados en secreto. Están planeando revueltas y disturbios. En cuanto sientan que tienen una oportunidad, atacarán. Es todo lo que sé.

Kalisha concluyó su relato, su pecho aún subiendo y bajando con pesadez, como si el esfuerzo de hablar después del éxtasis hubiera sido casi tanto como el placer que acababa de experimentar. Sus ojos seguían fijos en Iván, esperando su respuesta, observando cada detalle de su expresión mientras él procesaba la información. Iván se mantuvo en silencio por un largo momento, sus pensamientos moviéndose rápidamente como piezas de un complejo rompecabezas. Cada palabra que Kalisha había pronunciado, cada dato sobre Xeren, Lord Well, y los túneles secretos, encajaba con otras piezas que ya tenía. Sabía que esta información era valiosa, pero también peligrosa.

Finalmente, Iván rompió el silencio. Sus facciones relajadas ocultaban la tormenta de pensamientos que pasaba por su mente, pero su tono fue mucho más suave que antes. —Gracias, Kalisha —murmuró, inclinándose para darle un beso, esta vez más lento, más controlado, pero no menos dominante. Sus labios se encontraron en una caricia que, aunque breve, transmitía una mezcla de gratitud y posesión. No era solo una muestra de afecto, era una afirmación silenciosa de que Kalisha había cumplido su parte.

Iván se recostó entre las dos mujeres, sintiendo la calidez de sus cuerpos desnudos a ambos lados. Miró hacia el techo por un momento, su mente ya empezaba a trazar los siguientes pasos. Pero antes de que pudiera concentrarse por completo en su estrategia, su mirada se desvió hacia Sarah, quien lo observaba con una expresión curiosa y un poco de impaciencia.

—¿Y tú? —preguntó Iván, girando la cabeza para mirarla directamente—. ¿Qué te dijeron las otras cuatro prostitutas?

Sarah, quien había permanecido en silencio durante el relato de Kalisha, se acomodó junto a Iván, deslizando una mano suavemente sobre su pecho. La sensación de su piel cálida contra la suya era reconfortante, aunque sus palabras lo llevaron de inmediato de regreso a la realidad sombría y peligrosa en la que se encontraban.

—No mucho, en realidad —respondió Sarah con voz suave, aunque con una leve frustración—. O al menos, no mucho que sea útil de inmediato. Pero una de ellas me contó algo interesante… —hizo una pausa, su mano dibujando círculos suaves en el pecho de Iván—. Me dijo que muchos de los ancianos aquí son leales a Stirba y a la Casa Marsdale, sus antiguos amos. Aún guardan un profundo resentimiento hacia Zusian y todo lo que representa. Jamás te aceptarán como su gobernante legítimo, para ellos, la verdadera autoridad siempre será Stirba. Sin embargo, los jóvenes no tienen esa misma conexión emocional. No sienten ese odio ardiente ni están tan atados a las antiguas rencillas. De hecho, algunos ni siquiera saben quiénes son los Marsdale más allá de las que son la casa del ducado vecino, o de las leyendas que han escuchado.

Sarah lo miró directamente a los ojos mientras continuaba. —Si planeas arrestar a aquellos que Kalisha mencionó, asegúrate de que sean los viejos. A los jóvenes, déjalos. Si los arrestas o los castigas injustamente, solo crearás más resentimiento y problemas para ti. Usa tu labia de noble, convence a los jóvenes nobles de que su futuro está en Zusian, no en los sueños muertos de Stirba. Haz que se sientan parte de algo más grande. Así, podrías convertirlos en tus aliados.

Iván escuchaba en silencio, procesando cada palabra de Sarah con la misma intensidad que había escuchado a Kalisha momentos antes. Su mente ya trazaba los distintos escenarios y posibilidades. Sabía que esto era más que un simple conflicto de poder; era una lucha por corazones y mentes.

—Y sobre los Guardias Rojos —añadió Sarah, su tono tornándose más serio y grave—. Aunque en teoría son los Centinelas de Hierro, su lealtad está manchada por el resentimiento y el odio hacia Zusian y los Erenford. No puedes confiar en ellos. La mayoría de esos hombres han perdido todo. Son hijos, hermanos, primos o los últimos sobrevivientes de aquellos soldados que murieron durante la guerra contra Stirba. Muchos de ellos vieron caer a sus seres queridos y ahora culpan tanto a los Erenford como a Zusian por la ruina en la que sus vidas se han convertido. Ese odio fermentado en su interior puede convertirse en una chispa peligrosa. Si no los controlas pronto, podrían ser una amenaza mayor de lo que te imaginas.

Sarah pausó por un segundo, su mirada se intensificó mientras analizaba la reacción de Iván. El ambiente de la habitación parecía tensarse, y aunque los cuerpos desnudos que compartían el lecho aún irradiaban la calidez del placer reciente, la realidad del conflicto en el que estaban sumergidos se cernía sobre ellos como una nube oscura.

—Tienes que actuar rápido. Desármalos, arresta a los más problemáticos, o… —su voz se volvió más fría, sus palabras calculadas— ejecútalos antes de que tengan la oportunidad de sublevarse. No te puedes permitir otra rebelión, no ahora.

Iván asintió lentamente, procesando lo que Sarah le decía. Sabía que tenía razón. Los Guardias Rojos eran un polvorín a punto de estallar. Si no tomaba medidas drásticas, todo lo que había conseguido podría venirse abajo en cuestión de horas. Ese resentimiento, esa ira reprimida, era lo que más temía. Ya había enfrentado a hombres en el campo de batalla, pero nada era tan impredecible como una sublevación en tiempos de supuesta paz.

El silencio volvió a caer sobre la habitación. Kalisha, exhausta por los eventos de la noche, yacía en un sueño profundo, su cuerpo aún entrelazado con el de Iván. Sarah, por su parte, lo observaba con una mirada penetrante, esperando a ver cómo procesaba toda la información.

Finalmente, después de unos minutos de reflexión, Iván suspiró profundamente, su pecho subiendo y bajando mientras sentía cómo el cansancio y el peso de las responsabilidades se acumulaban sobre él. No había tiempo para más placeres ni para prolongar la tranquilidad de la noche. La política, la guerra, y las intrigas de poder no conocían el descanso.

—Mañana al amanecer tomaré acción —murmuró Iván, su voz áspera por la fatiga. Sin más palabras, cerró los ojos, buscando un respiro efímero en la oscuridad. Sabía que el día siguiente estaría lleno de decisiones cruciales, y no podía permitirse fallar.

Kalisha y Sarah permanecieron a su lado, sus cuerpos aún entrelazados con el de Iván. El aire en la habitación era denso con la promesa de lo que vendría: traiciones, decisiones mortales, y el inminente caos que estaba a punto de desatarse. Sin embargo, por un breve momento, las tres figuras descansaron en una quietud engañosa, un respiro antes de la tormenta.

No pasó mucho tiempo antes de que el silencio se rompiera con un golpe en la puerta. El sonido era sutil, pero lo suficientemente insistente como para atravesar la niebla del sueño que apenas comenzaba a envolver a Iván. Medio dormido y aún agotado, se separó de los brazos de Kalisha y Sarah, cuyos cuerpos seguían pesados por el agotamiento, sumidas en un sueño profundo que probablemente no se interrumpiría en un buen rato.

Iván se levantó, aún desnudo, sin molestarse en cubrirse o recordar que no llevaba ropa. Abrió la puerta y, ante él, se encontraba un legionario de las sombras, su silueta oscura y austera contrastando con la luz suave que se filtraba por la ventana. Iván reconoció de inmediato la voz del hombre que le había pedido que lo despertara al primer rayo de sol.

—Su gracia, vine a despertarlo como me pidió —dijo el legionario con respeto, inclinando ligeramente la cabeza.

Iván asintió con un gruñido de reconocimiento, sintiendo cómo el cansancio aún pesaba sobre sus músculos, pero su mente comenzaba a activarse nuevamente. Sin cerrar la puerta, se dirigió a un rincón de la habitación donde había dejado su ropa. Se vistió rápidamente, empezando por los pantalones, mientras su mente ya comenzaba a calcular sus próximos movimientos. Se ajustó la camisa con rapidez y se colocó las botas, mientras continuaba dando órdenes.

—Ve y diles a los oficiales que se preparen en menos de cinco minutos —ordenó Iván, su tono era firme, aunque aún cargado por la fatiga—. Quiero una guarnición de cien legionarios de las sombras que se queden aquí y aseguren el burdel. Resguarden a las mujeres dentro y mantengan todo bajo control. Es posible que las protestas comiencen en cualquier momento, así que deben estar alertas.

El legionario asintió sin cuestionar, girándose sobre sus talones para cumplir la orden. Iván continuó vistiéndose rápidamente, ajustando su armadura ligera y asegurándose de que todo estuviera en su lugar. El cansancio aún pesaba sobre él, pero la adrenalina empezaba a correr por sus venas, dándole la claridad y el enfoque que necesitaba.

Antes de que el legionario saliera de la habitación, Iván añadió una última orden, su voz resonando con la determinación de quien sabe que el tiempo es esencial.

—Que los oficiales y los legionarios de las sombras se preparen para marchar hacia el campamento rápidamente. No hay tiempo que perder.

Con esa última instrucción, el legionario salió de la habitación para cumplir con las órdenes, dejando a Iván con la responsabilidad de ejecutar su plan. Sabía que las próximas horas serían decisivas, y no podía permitirse ningún error. Las protestas, la posible sublevación de los Guardias Rojos, todo estaba por explotar, y debía estar preparado para enfrentarlo.

Iván se tomó un último segundo para mirar hacia las mujeres en la cama. Kalisha y Sarah seguían dormidas, ajenas al caos que estaba por desatarse. Respiró profundamente, sintiendo el peso de sus decisiones y responsabilidades, antes de salir de la habitación, listo para enfrentar la tormenta que se avecinaba.

Iván salió del burdel, su improvisado cuartel general, y fue recibido por la fría brisa matutina que soplaba en las calles de Lindell. Afuera, un grupo de legionarios de las sombras aguardaba en silencio, sus figuras oscuras casi mimetizándose con la tenue luz del amanecer. Los caballos de guerra, imponentes y negros, ya estaban ensillados, con las bardas pesadas y ornamentadas en dorado brillando débilmente bajo la luz que empezaba a emerger en el horizonte. Uno de los hombres sostuvo las riendas del caballo de Iván, Eclipse, que relinchó suavemente al sentir la presencia de su amo.

Iván asintió en aprobación, observando cómo sus soldados se mantenían disciplinados incluso en las primeras horas del día, cuando el cansancio aún se sentía en sus cuerpos. Montó con agilidad, y no pasó mucho tiempo antes de que los demás oficiales y militares salieran del burdel tras él, un flujo constante de hombres que emergían con rostros medio adormecidos pero con una resolución de hierro. Entre ellos, se encontraban no solo los oficiales que le acompañaban habitualmente, sino también otros militares de rango intermedio y algunos de los oficiales del día. En total, más de quinientos hombres aguardaban sus órdenes, aunque solo diez de ellos eran oficiales de alto rango.

Los trescientos legionarios de las sombras, en cambio, salieron con una disciplina impecable. Eran guerreros curtidos, expertos en moverse en las sombras y actuar con precisión letal. Sus enormes caballos de guerra, adornados con bardas pesadas negras y ornamentadas en bronce y dorado, formaban una imagen imponente. A diferencia de los demás soldados, estos hombres no necesitaban órdenes explícitas para actuar; simplemente tomaron las riendas de sus monturas y comenzaron a seguir a Iván con un silencio respetuoso.

Sin decir una palabra más, Iván tomó las riendas de Eclipse y avanzó, liderando el pequeño ejército que se desplazaba con el mismo sigilo con el que había salido. El camino hacia las puertas de Lindell estaba desierto. La ciudad aún dormía bajo el manto del amanecer, y solo el ocasional murmullo del viento y el resonar de los cascos de los caballos rompían el silencio de las calles. Algunas patrullas de legionarios de las sombras vigilaban las entradas y salidas, cumpliendo la orden de Iván de mantener la seguridad en toda la ciudad, pero no había señales de disturbios o problemas, al menos no todavía.

Cuando cruzaron las puertas de Lindell, el paisaje cambió drásticamente. El bullicio silencioso de la ciudad fue reemplazado por la vasta extensión del campamento militar de Iván. El campamento albergaba a más de dos millones de legionarios, un ejército que parecía interminable. Las carpas se extendían hasta donde alcanzaba la vista, y el orden en el que se encontraban era casi antinatural. A esa hora, muchos soldados apenas comenzaban a despertarse, desperezándose y preparándose para iniciar las tareas del día.

Mientras Iván y sus hombres avanzaban por el campamento, observó cómo los legionarios realizaban sus tareas diarias con precisión. Algunos cuidaban de sus caballos, revisando las herraduras y las monturas con esmero, mientras otros se encargaban de limpiar y afilar sus armas. Las espadas y lanzas brillaban bajo el sol naciente, y el ruido metálico de las armaduras al ser ajustadas y reparadas resonaba en todo el lugar. Grupos de legionarios revisaban los suministros, asegurándose de que todo estuviera en orden: barriles de agua y comida, cajas de flechas y otros proyectiles. Unos cuantos se encargaban de organizar las formaciones, entrenando y revisando las tácticas que utilizarían en las próximas batallas. La rutina diaria del campamento era un reflejo de la maquinaria militar perfectamente engrasada que Iván había construido con los años.

El camino hacia la gran carpa, donde se llevaban a cabo las reuniones más importantes, fue rápido. Iván no perdió tiempo. Mientras cabalgaba, su mente seguía trazando estrategias, calculando cada posible escenario que podía desencadenarse en los próximos días. Al llegar a la carpa, desmontó y dio una rápida orden a sus legionarios de las sombras.

—Llamen a Ulfric, Varkath y Zandric —ordenó Iván, su voz firme, aunque las sombras del cansancio pesaban en cada palabra—. Y traigan también a los seis comandantes de legión. Nadie importante debe faltar. Asegúrense de que todos los oficiales estén presentes, excepto aquellos que estén haciendo guardia.

Los legionarios de las sombras se movieron con la misma eficiencia silenciosa que siempre los caracterizaba, para cumplir las órdenes de su líder. Iván, por su parte, se adentró en la gran carpa, el centro de mando improvisado que había servido como su cuartel durante los últimos días. El interior de la carpa era austero pero funcional: una gran mesa central cubierta de mapas y documentos estratégicos ocupaba el espacio principal, rodeada de pesadas sillas de madera. El ambiente estaba cargado de una tensión que solo los veteranos de la guerra podían sentir.

Las paredes de la carpa estaban decoradas con estandartes que simbolizaban el poder de su linaje. El lobo dorado en campo negro con detalles en rojo, el escudo familiar de los Erenford. Iván se acercó a la mesa y, apoyando ambas manos sobre ella, fijó su mirada en el gran mapa que representaba el pueblo de Lindell y sus alrededores. 

Lindell ya no era un simple pueblo. Su crecimiento, impulsado por su importancia estratégica, lo había convertido en una pequeña ciudad, aunque en los mapas aún se le refería como una aldea. Tendría que corregir eso, pensó, pero por ahora había asuntos más urgentes que atender. El mapa estaba lleno de marcas que indicaban posiciones estratégicas, posibles escondites de bandidos y rutas de escape. Pero ningún punto en el papel le decía con certeza dónde se encontraba Konrot. Iván cerró los ojos por un segundo, sintiendo el peso de la incertidumbre, pero rápidamente se recompuso.

Afuera, los murmullos del campamento comenzaban a elevarse a medida que más soldados se despertaban y se preparaban para sus tareas del día. El bullicio controlado de las legiones era casi reconfortante Minutos después, Ulfric, Varkath y Zandric entraron en la carpa, seguidos por los comandantes de las legiones.

Ulfric, como siempre, tomó su lugar a la derecha de Iván.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó en un susurro, percibiendo la tensión en el rostro de su comandante.

Iván levantó la vista hacia él, sus ojos reflejando la mezcla de cansancio y determinación.

—Tengo casi completo el rompecabezas —susurró Iván, solo para los oídos de Ulfric. Luego, se aclaró la garganta y habló en un tono más firme para que todos los presentes lo escucharan—. He recibido información crucial sobre esta ciudad y sobre los bandidos. El resentimiento en Lindell es un problema mayor de lo que habíamos previsto, y como sospechábamos desde el principio, Lord Well es un traidor. Hay planes para una revuelta que buscará distraernos mientras algo más grande sucede

—Quiero que envíen cien jinetes de la caballería ligera de élite junto con uno de mis legionarios de las sombras —continuó Iván, su tono cortante—. Llévenle un mensaje al general Lucan Frostblade. Díganle que Iván Erenford le ordena que termine su luto y movilice las veinte legiones de hierro estacionadas en la frontera con Zanzíbar. Deben prepararse para cualquier eventualidad. Además, que mantenga a sus diez legiones en constante alerta y que recuerde que, como el hombre que crió como un hijo a mi padre, le ordeno que vuelva a ser el "Oso Blanco" que le enseño todo lo que Thronflic, Roderic y Kenneth saben. No hay más tiempo para lamentar; necesitamos su fuerza aquí.

Iván hizo una pausa, sus palabras flotando en el aire con un peso casi palpable. Pero los tiempos exigían que ese gran guerrero resurgiera, y no podía permitirse el lujo de que Lucan continuara en su letargo emocional.

—Nosotros reuniremos a los ciudadanos de Lindell —prosiguió—. Quiero que arresten a los viejas generaciones que fomentan el resentimiento, pero a los más jóvenes, trátenlos con cuidado. Los necesitamos de nuestro lado. Que los legionarios de hierro que dejamos en el castillo capturen a Lord Well. Quiero todos sus mapas, documentos, y cualquier cosa que pueda incriminarlo o darnos información sobre las guaridas de Konrot y sus bandidos. También quiero a su mano derecha bajo custodia, vivo.

El silencio en la carpa era total, cada hombre escuchando atentamente mientras Iván delineaba sus órdenes con precisión militar.

—Aprisionen a todos los Centinelas de Hierro —dijo Iván, con un tono de dureza que dejó en claro que no aceptaría objeciones—. Serán interrogados sin restricciones. No podemos permitir que sigan conspirando bajo nuestras narices. Además, amplíen el radio de las patrullas. Quiero que la infantería ligera comience a barrer la ciudad y localicen esos túneles ocultos que, según nuestras fuentes, ni siquiera los ciudadanos conocen. Cuando los encuentren, inúndenlos si es necesario, pero asegúrense de que no quede ninguna vía de escape.

Los ojos de los comandantes estaban fijos en Iván, entendiendo la gravedad de la situación.

—Por último —dijo Iván, su tono más bajo pero cargado de intención—, envíen una pequeña patrulla a la fortaleza abandonada de Yivanor. Quiero que la mantengan vigilada las veinticuatro horas del día. Si algo sospechoso se mueve allí, quiero saberlo inmediatamente.

Iván se enderezó, sus ojos recorriendo a cada uno de los oficiales y comandantes que lo rodeaban. Sabía que la caza de Konrot estaba cerca, pero también sabía que si no actuaban con rapidez y precisión, podrían perder todo lo que habían logrado.

—Mañana, cuando lleguen las dos legiones de refuerzo del general Thronflic y los mil desolladores carmesí —dijo con una voz firme, casi brutal—, por fin cazaremos a Konrot.

El silencio en la carpa fue interrumpido solo por los murmullos de afirmación de los oficiales, quienes rápidamente comenzaron a moverse para ejecutar las órdenes. La caza había comenzado.