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Chapter 26 - XXVI

La información que Sarah le había traído hacía unas horas aún resonaba en la mente de Iván. La protegida de Seraphina, aquella mujer que había sido clave para desentrañar la red de conspiraciones, había resultado más útil de lo que imaginaba. Sarah también había logrado controlar a cinco prostitutas del burdel, utilizando promesas de poder y algunas joyas bien colocadas para ganar su lealtad. Aunque cuatro de ellas serían interrogadas para confirmar los detalles de la trama, una en particular se destacaba: Kalisha, la que había ofrecido compartir su cama con él a cambio de información. Iván se sonrojó levemente al recordar ese hecho, pero rápidamente desechó el pensamiento. El rompecabezas que necesitaba armar no podía ser distraído por placeres personales. Kalisha parecía tener de las piezas más importantes, pero aún quedaba por confirmar cuánta verdad había en sus palabras y qué tan dispuesta estaba a traicionar a Lord Well y sus aliados.

El frío de la noche cortaba el aire como cuchillas invisibles mientras Iván se encontraba de pie junto a sus comandantes más cercanos. Ulfric, como de costumbre, estaba a su derecha, con su mirada fría y su semblante seria, se segundo rostro cuando era un profesionista, su guardia personal y su maestro. Zandric permanecía en silencio, imperturbable, mientras Varkath, con su rostro severo, mantenía los ojos fijos en el horizonte. Rokot, el corpulento comandante, respiraba de manera pesada a su izquierda, un verdadero gigante entre los hombres. Maric, joven pero resuelto, estaba junto a los vicecomandantes, esperando instrucciones mientras las dos legiones bajo su mando formaban perfectos bloques detrás de ellos.

El viento hacía ondear las capas de los soldados y agitaba sus cabellos, creando un ambiente de tensión y expectativa. El campamento estaba iluminado por antorchas, pero la luz era insuficiente para contrarrestar la vastedad de la oscuridad que los rodeaba. Era una noche fría, las estrellas apenas visibles entre nubes gruesas que amenazaban con una tormenta inminente. Iván sentía en su pecho el peso de la responsabilidad, la presión de liderar un ejército tan vasto como el que se estaba formando ante sus ojos.

A lo lejos, comenzó a escucharse un sonido rítmico, un eco de cientos de miles de pasos sincronizados. Era el anuncio de la llegada de las cuatro legiones de hierro que había solicitado. El retumbar de las pezuñas de los caballos y el entrechocar de las armaduras resonaban como una gigantesca serpiente de metal que avanzaba con imponente seguridad. Sus filas parecían infinitas, y su marcha era un recordatorio del poder que Iván estaba acumulando para la inminente cacería de Konrot.

Cada paso se hacía más fuerte, más cercano, hasta que finalmente, los líderes de las cuatro legiones se hicieron visibles. Cuatro jinetes, imponentes y cubiertos con armaduras negras adornadas con detalles ornamentales, encabezaban la columna. A pesar del oscuro brillo de sus yelmos cerrados, había una solemnidad en sus gestos que mostraba respeto hacia Iván, a quien consideraban su señor.

Los cuatro hombres desmontaron al llegar frente a Iván y sus comandantes, sus movimientos calculados y sincronizados, como si cada gesto estuviera ensayado para mostrar disciplina y lealtad. Cuando sus botas tocaron el suelo, el sonido seco y contundente resonó en el silencio de la noche. Se arrodillaron ante Iván, bajando sus cabezas en señal de respeto. La gigantesca serpiente humana que los seguía, compuesta de infantería y caballería ligera, media y pesada, junto a arqueros y ballesteros, hizo lo mismo. Desde los últimos hombres en las filas hasta los oficiales en primera línea, todos se arrodillaron como un solo cuerpo, en una demostración de unidad y obediencia total.

Iván observó el espectáculo con una calma controlada, pero dentro de él se desataba una tormenta de emociones. Este ejército, que contaba con 1,592,000 legionarios solo de las legiones de hierro, se sumaba a las dos legiones del Duque que aportaban 880,000 hombres más, y los 10,000 legionarios de las sombras. En total, contaba con 2,482,000 soldados bajo su mando directo. Aún faltaban las dos legiones de Thornflic y los mil Desolladores Carmesí, lo que elevaría su ejército a la imponente cifra de 3,279,000 hombres. Era un ejército colosal, más que suficiente para emprender la cacería de Konrot y aplastar cualquier oposición que se interpusiera en su camino.

Sin embargo, la responsabilidad pesaba más que nunca. Una fuerza de esa magnitud no solo necesitaba un líder, sino alguien que supiera qué hacer con ella. Konrot no era un enemigo común. No solo estaba bien armado, sino que además contaba con el apoyo del duque de Stirba, una alianza peligrosa que podría llevar al norte a una guerra total si no se manejaba con cuidado. Iván sabía que cualquier error en este punto podría desatar una catástrofe para su ducado.

Uno de los cuatro jinetes, el de mayor rango, se adelantó, retirándose el yelmo con un movimiento fluido. Su rostro, endurecido por años de batalla, estaba surcado por cicatrices que hablaban de incontables enfrentamientos. Tenía una mirada afilada, oscura y calculadora, el tipo de mirada que un hombre obtiene cuando ha visto la muerte demasiadas veces. Se inclinó ligeramente ante Iván, una señal de respeto bien medida.

—Su gracia, la Decimocuarta, la Quincuagésima, la Centésima Segunda y la Cuadragésima Legión de Hierro están a sus órdenes. Hemos marchado día y noche para llegar a tiempo. Estamos listos para recibir sus instrucciones y seguir adelante para ejecutar su voluntad —dijo con una voz ronca, como si el frío de la noche hubiera helado sus cuerdas vocales.

Iván lo observó detenidamente, midiendo no solo sus palabras, sino también la fuerza de aquel hombre, que portaba el peso de sus tropas con orgullo y determinación. Su mente procesaba la situación rápidamente, consciente de que cada decisión debía tomarse con precisión. No podía permitirse errores. Su ejército ya era imponente, pero el enemigo era astuto, y cada movimiento sería clave en la caza de Konrot.

—Han llegado en el momento adecuado —respondió Iván, su tono firme pero tranquilo, controlando el nerviosismo que siempre precedía a un enfrentamiento—. Dejen que los hombres descansen, tenemos dos días. Preparen todo. Pronto comenzará la cacería, y Konrot no tendrá dónde esconderse.

El comandante asintió con la misma seriedad y se puso de pie. Con un simple gesto de la mano, indicó a sus jinetes que continuaran adelante. El enorme ejército de legionarios comenzó a moverse, un río interminable de armaduras oscuras y lanzas que avanzaban hacia el campamento construido fuera de Lindell. El sonido de sus pasos resonaba como un trueno lejano mientras miles de hombres marchaban, formando una gigantesca serpiente humana que parecía no tener fin.

Iván giró ligeramente hacia Ulfric, quien mantenía una expresión serena, aunque Iván detectó una leve sonrisa en sus labios, una que solo aquellos cercanos podían notar. Siempre había sido así con Ulfric, un hombre que encontraba placer en la estrategia y el combate, pero que raramente dejaba ver su satisfacción.

—¿Qué te parece, Ulfric? —preguntó Iván con un toque de ironía—. Tu alumno, comandando un ejército de esta magnitud.

Ulfric rió entre dientes, su risa baja y áspera. —Orgulloso de ti, Iván. No lo niego. No te presiones demasiado, aún tenemos dos días. Los bandidos parecen haberse calmado. No ha habido ningún ataque en dos días. O están preparándose para algo más grande... o han comenzado a huir.

Iván asintió, sopesando las palabras de Ulfric. Los bandidos, o más bien las tropas de Konrot, se habían vuelto silenciosas, lo que era inusual. Tal vez estaban reagrupándose para un golpe final, o quizás la presencia de un ejército tan colosal los había forzado a retroceder. Ambas opciones eran posibles, pero no debía subestimarlos.

Las horas pasaron mientras el ejército de hierro se instalaba en el campamento. La serpiente de soldados y caballos finalmente desapareció dentro del perímetro, estableciendo tiendas, descargando provisiones y cuidando a los exhaustos caballos. Era una tarea monumental, pero no imposible para un ejército bien entrenado. Más de 352,000 caballos, junto con tres de repuesto para cada jinete, necesitaban atención, pero cada soldado sabía su lugar y su deber.

Iván caminaba por el campamento, supervisando los preparativos. Los soldados erigían las tiendas con precisión militar, asegurándose de que todo estuviera listo para cualquier eventualidad. Las fogatas comenzaban a encenderse, y el olor de la comida en preparación se mezclaba con el frío aire nocturno. Mientras observaba a sus hombres, Iván no podía evitar sentir una mezcla de orgullo y responsabilidad. Era el líder de este ejército formidable, y su próximo movimiento determinaría no solo su destino, sino el de todo el norte.

Cuando todo estuvo en orden y el campamento finalmente tomó forma, Iván montó en su fiel caballo, Eclipse. El animal, negro como la noche, se movía bajo su peso con nerviosismo, percibiendo la tensión en su amo. Eclipse, tan inquieto como el propio Iván, parecía ansioso por la acción, sus cascos golpeando la tierra con una impaciencia contenida. A su lado, una pequeña pero letal guardia de élite lo acompañaba, hombres curtidos en batalla, cada uno de ellos preparado para enfrentar cualquier eventualidad.

Mientras cabalgaban hacia la ciudad, la mente de Iván no dejaba de dar vueltas alrededor de la información que había recolectado. Konrot, el cazador de sombras que tanto deseaba capturar, parecía ser la pieza central de esta intrincada red, pero no era el único. Sabía que Seraphina, la cortesana que tanto poder había acumulado en Lindell, y Kalisha, la misteriosa mujer que le ofreció información a cambio de su compañía, eran piezas clave. A pesar de los avances logrados, sentía que aún faltaban piezas cruciales en este rompecabezas, y esa noche planeaba obtenerlas.

El camino hacia La Rosa de Ébano era oscuro, y la ciudad de Lindell, aunque dormía, seguía emanando un suave murmullo de actividad en las sombras. Las luces de las antorchas parpadeaban en las calles estrechas y sinuosas mientras el grupo de Iván avanzaba en silencio, las herraduras de sus caballos resonando contra los adoquines.

Finalmente, las imponentes puertas de La Rosa de Ébano se alzaron ante él. Este no era solo un burdel de lujo, sino también su cuartel general improvisado, levantado estratégicamente para evitar pasar sus noches en el castillo de Lord Well. Era un lugar de secretos y placeres, y ahora Iván debía entrar de nuevo, con una misión muy diferente a la que había tenido antes.

Dentro, el ambiente estaba extrañamente tranquilo. Muchos de los oficiales que se alojaban en el lugar estaban fuera, ayudando con la organización del campamento y los preparativos para la marcha. Aquellos que permanecían en La Rosa, o bien estaban dormidos después de un largo día de trabajo o gastaban su dinero en compañía nocturna. Iván atravesó el salón con paso decidido, pero su mirada no pudo evitar recorrer los rincones oscuros donde algunas figuras se entretenían con conversaciones privadas o se perdían en el olvido con el vino más fino.

Antes de que pudiera continuar, Eliza, la recepcionista de La Rosa de Ébano, lo miró fijamente desde su puesto en la entrada. Sus ojos oscuros y brillantes lo escrutaron con una mezcla de interés y picardía. Su cabello negro caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus labios, carnosos y pintados de un rojo profundo, se curvaron en una sonrisa astuta. Extendió la mano hacia Iván, impidiéndole el paso.

—Sé a dónde vas, Su Gracia —dijo con una voz sedosa, pero cargada de ironía—. El cortejo la primera vez es gratis, pero el segundo intento tiene un precio.

Iván se sorprendió por el descaro de la mujer, y por un breve momento, sintió un ligero rubor en sus mejillas. A pesar de su rango, la seguridad con la que Eliza lo abordaba era desarmante. Sabía que, como heredero, no debería sentir incomodidad alguna ante tal situación, pero había algo en esa mujer, algo en su presencia, que lo descolocaba. ¿Quizás era su capacidad para tratarlo como un igual? Fuera lo que fuera, la intriga comenzó a germinar en su mente.

Sin embargo, Iván no podía permitirse distracciones. Adoptó una expresión de calma y con un gesto seguro, sacó un anillo de oro negro finamente trabajado con rubíes incrustados. Era una joya de incalculable valor, pero para Iván, dueño de gran parte de las minas de Karador, los metales y las piedras preciosas eran casi infinitos. No le costaba desprenderse de tales objetos.

—Discúlpame —dijo Iván, su voz encantadora y envolvente mientras extendía el anillo hacia Eliza—. Esto es para ti, un pequeño presente. El pago del cortejo lo daré personalmente a quien corresponda. ¿Está bien?

Eliza arqueó una ceja, claramente sorprendida por el gesto. Sus dedos largos y elegantes tomaron el anillo con delicadeza, girándolo bajo la luz tenue para admirar el trabajo exquisito.

—Muy bien, Su Gracia. Acepto su obsequio —respondió, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto, notando un ligero rubor—. Seraphina lo está esperando en el salón privado. Pase cuando guste.

Iván asintió, agradecido de haber resuelto la situación con sutileza. Siguió su camino por los pasillos en penumbra hasta llegar a la puerta del salón privado, donde lo esperaba Seraphina. Sabía que este encuentro no sería fácil. La mujer tenía una astucia que la hacía peligrosa, y aunque había logrado sonsacarle información antes, siempre había sentido que jugaban un juego de ajedrez mental, donde ambos intentaban adelantarse al otro.

Al llegar a la puerta de la lujosa habitación, Iván tomó un momento para respirar profundamente antes de girar la manija de la puerta. La cálida luz de las velas lo recibió, titilando suavemente y proyectando sombras danzantes sobre las paredes de piedra. El aroma embriagador de incienso y vino llenaba el aire, creando una atmósfera cargada de seducción y peligro.

Allí, sobre un diván cubierto de cojines de seda roja, estaba Seraphina. Su figura era imponente, no tanto por su tamaño, sino por la forma en que dominaba el espacio a su alrededor. Vestía un elegante vestido oscuro que se aferraba a sus curvas de manera tentadora, resaltando la pálida perfección de su piel. El vestido caía en suaves pliegues, insinuando más de lo que mostraba, pero manteniendo un aire de misterio que la hacía aún más atractiva. En una mano sostenía una copa de vino, mientras con la otra jugaba distraídamente con un colgante de plata que pendía de su cuello. Sus labios, pintados de un rojo profundo, se curvaron en una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, esos ojos oscuros que lo escrutaban como si lo desnudaran con cada mirada.

—Ivy —dijo ella, su voz suave pero cargada de una confianza peligrosa—. Me preguntaba cuándo volverías a visitarme.

Iván detuvo su avance a unos pocos pasos de ella, manteniendo una distancia prudente. Sabía que con Seraphina, incluso los gestos más simples podían ser malinterpretados o explotados. Con un movimiento controlado, tomó asiento frente a ella, sin apartar los ojos de los suyos.

—Sabes que no vengo por placer —respondió Iván, su voz firme pero sin la hostilidad que podía surgir fácilmente en estas situaciones—. Tu protegida, Adeline, le dio información a mi mujer. Así que, tenemos un asunto que resolver.

Seraphina entrecerró los ojos, y su sonrisa se ensanchó ligeramente. Sin embargo, no había alegría en esa expresión. Era una sonrisa que ocultaba mucho más de lo que revelaba, una advertencia disfrazada de cortesía.

—Así que escuché que tu mujer ha estado deambulando por mi casa —replicó Seraphina, su tono suavemente amenazante—. Pero déjame ser clara, mi dulce Adeline nunca me traicionaría. Si me entero de que le hiciste algo por esa información, no te perdonaré, por muy "lindo" que me parezcas.

Las palabras flotaron en el aire, cargadas de tensión. El ambiente en la habitación se volvió denso, como si el mismo aire hubiera tomado peso. Seraphina no parecía de las que lanzaba amenazas vacías. Cada frase que salía de sus labios era cuidadosamente calculada para intimidar o provocar. Este no era un simple cruce de palabras; era un duelo, y cada uno de ellos estaba completamente consciente de lo que estaba en juego.

—No le hice nada —replicó Iván, intentando mantener la calma—. Adeline me habló voluntariamente de...

Antes de que pudiera continuar, Seraphina alzó una mano, interrumpiéndolo. Con la misma elegancia calculada que siempre la caracterizaba, vertió más vino en una copa y se la ofreció, sus ojos brillando con esa mezcla de astucia y peligro que tanto lo desconcertaba.

—Antes de hablar de asuntos tan serios —dijo ella, su sonrisa volviendo a aparecer, aunque esta vez más juguetona—, seamos corteses, ¿no crees? Después de todo, esto es un cortejo, ¿no te parece? Además, aún no me has dado mi pago. Mi tiempo es valioso, cariño.

Iván suspiró, dándose cuenta de que no tenía más opción que seguirle el juego. Sabía que, aunque podría forzar la conversación hacia temas más serios, hacerlo solo la pondría a la defensiva. Y si Seraphina se cerraba por completo, obtener la información que necesitaba sería imposible. Con algo de reticencia, tomó la copa de vino que ella le ofrecía. El líquido rojo oscuro brillaba bajo la luz de las velas, y a pesar de su deseo de evitar la ceremonia, bebió de un solo trago.

Al terminar, dejó la copa a un lado y, de su bolsillo, sacó un lujoso collar de platino adornado con zafiros, una joya que habría sido el orgullo de cualquier noble. El collar brillaba con un esplendor frío, y cuando Iván lo colocó sobre la mesa frente a ella, los zafiros destellaron bajo la luz tenue. Seraphina lo observó con curiosidad, sus ojos resplandeciendo de interés mientras lo tomaba entre sus dedos.

El ambiente en la habitación se tornaba más denso, casi irrespirable. Seraphina había dejado de ser la enigmática y seductora mujer que controlaba la situación desde su diván de terciopelo rojo. Ahora, sentada frente a Iván, parecía más vulnerable de lo que nunca antes había permitido mostrar. Sus dedos se aferraban al collar de platino y zafiros que él le había entregado momentos antes, pero era evidente que su mente estaba muy lejos de cualquier aprecio por la joya.

—Es hermoso —murmuró ella de nuevo, como si intentara aferrarse a la frialdad que siempre había mantenido—, pero lo que estoy pidiendo, Ivy, va mucho más allá de cualquier joya o regalo.

Iván la observó detenidamente, sintiendo el peso de sus palabras. Sabía que lo que venía no sería fácil. Había logrado rasgar la fachada de Seraphina, y ahora las verdades, enterradas bajo capas de seducción e intriga, estaban a punto de salir a la luz. Se recostó ligeramente en su asiento, dispuesto a dejar que el juego tomara su curso, consciente de que, como siempre, en este tipo de situaciones, cada movimiento debía ser calculado.

—¿Qué sabes? —preguntó Iván con voz baja pero firme, decidido a mantener el control de la conversación—. Necesito saber todo lo que tengas. Sarah me dijo que Adeline tenía miedo, que ambas lo tienen. Yo puedo protegerlas, puedo protegerlas a las dos. Sarah, mi concubina, ya les prometió que las ayudaríamos, que estarían seguras bajo mi protección, y estoy dispuesto a cumplir esa promesa.

Seraphina dejó el collar sobre la mesa con un movimiento deliberadamente lento, sus dedos deslizándose sobre los zafiros como si quisiera prolongar el momento. Al levantar la mirada, Iván notó un cambio en ella. Ya no era la mujer imperturbable que solía ser. Un atisbo de temor cruzó por sus ojos, una emoción que no había mostrado antes, y su postura se tensó, como si cada fibra de su ser luchara por no dejarse llevar por el miedo que tanto había reprimido.

—Lindo discurso, cariño —respondió con una sonrisa amarga—. Pero dime, ¿cómo planeas respaldar esas palabras? ¿Cómo sé que no me estás utilizando? Adeline... ¿y si fue manipulada por una lengua de plata? ¿Y si esa concubina tuya, tan persuasiva, simplemente nos está usando?

La sonrisa de Seraphina se desvaneció por completo, y sus ojos, por un instante, reflejaron una vulnerabilidad que Iván no había visto antes.

—Sí, tengo miedo —admitió finalmente, su tono ahora mucho más grave, más humano—. Pero no por mí. Es por Adeline. Ella es... como la hermana pequeña que nunca tuve.

Iván se inclinó hacia adelante, observando cómo las defensas de Seraphina se desmoronaban. Sabía que estaba a punto de escuchar algo importante, algo que había estado guardado durante mucho tiempo.

—Te contaré una breve historia —dijo Seraphina, su voz casi un susurro, como si las palabras fueran difíciles de pronunciar—. Soy hija de un militar de Stirba, un hombre que cayó en desgracia después de la fallida guerra de coalición. Mi padre fue ejecutado y, después de su muerte, solo quedé con el monstruo que era mi madre. Ella me odiaba, Iván. Cada vez que me miraba, veía a mi padre. Para mi desgracia, soy la viva imagen de ella. Y ella no dudó en usarme, en aprovecharse de mi rostro, de mi cuerpo. Cuando cumplí diez años, me abandonó, dejándome sola en un mundo cruel.

El silencio que siguió fue espeso, como si las paredes mismas del salón absorbieran el dolor de Seraphina. Iván podía sentir el peso de su sufrimiento, la soledad que había marcado cada paso de su vida.

—Desde ese momento —continuó, su voz más firme—, tuve que aprender a sobrevivir usando lo único que me quedaba: mi cara. Soy hermosa, Iván, y lo sé. Pero esa belleza ha sido mi maldición. Utilicé mi apariencia para escalar posiciones, para ganar poder. Hice lo imposible para llegar aquí, para ser elegida por la anterior Diamante de este burdel. Cuando ella consiguió un matrimonio ventajoso, me dejó su lugar, y por primera vez en mi vida tuve algo de poder. La gente pagaba solo por tener la oportunidad de hablar conmigo. Pero ese poder vino con un precio. 

Su mirada se endureció, y los músculos de su mandíbula se tensaron mientras pronunciaba el siguiente nombre.

—Lord Well... ese bastardo se obsesionó conmigo. Día y noche me acosaba, mandando regalos, joyas, vestidos, productos exóticos. No podía escapar de él, de su mirada, de su aliento asqueroso. Lo odio, Iván. No sé cuántas veces tuve que esquivar sus intentos de abusar de mí. Y, aunque logré mantener el control de este burdel, me sentía sola. Las mujeres aquí solo me buscan por lo que puedo ofrecerles, no por lo que soy.

Seraphina dejó escapar un suspiro tembloroso, como si con cada palabra liberara un peso que había cargado durante demasiado tiempo.

—Entonces apareció Adeline —dijo, su voz quebrándose ligeramente—. La vi mientras paseaba por las calles durante uno de los muchos cortejos de Lord Well. Era solo una niña, siendo acosada por unos hombres. Su pureza, su inocencia... no podía dejarla ahí. La tomé bajo mi protección, la convertí en mi hermana, en mi protegida. Y ahora, tengo miedo, Iván. Tengo miedo de que la pierda. Ella es lo único que me queda.

Iván sintió cómo la confianza que Seraphina había mantenido hasta ese momento comenzaba a tambalearse. La mujer frente a él, quien había sido siempre una figura imponente y calculadora, estaba ahora al borde del colapso emocional.

—Estoy harta de Lord Well, de su acoso, de su presencia. Un día, cuando ya no podía más, le dije algo que lo llevó a tomarme aún más en serio. Le prometí, en tono seductor, que si algún día se convertía en un verdadero noble, en un hombre de poder, entonces me entregaría a él. Fue un error. Un error terrible. Desde entonces, ha estado obsesionado conmigo, más que nunca. Pero lo peor es que no es solo él, Iván. El duque de Stirba está usando a Well como un peón para sus verdaderas intenciones. No sé exactamente qué planean, pero sé que son peligrosos.

Seraphina alzó la vista, mirándolo a los ojos con una mezcla de desesperación y súplica.

—Te he contado demasiado, Ivy —dijo finalmente, su voz apenas un susurro—. Pero ahora lo sabes. Tengo información que necesitas, información que podría ayudarte a destruir a Well y a los que lo manejan... pero hay un precio. 

El ambiente en la sala se volvió aún más tenso. La luz de las velas titilaba suavemente, proyectando sombras que danzaban en las paredes de piedra, mientras el eco del último ruego de Seraphina flotaba en el aire, pesado como el destino mismo. Iván sentía el peso de la desesperación en cada palabra que ella había pronunciado. 

La habitación se llenaba de un silencio denso, pesado, como si el aire mismo se hubiera congelado por la intensidad de las palabras que acababan de ser pronunciadas. Iván seguía mirando a Seraphina, pero algo dentro de él había cambiado. Ya no la veía como la mujer fría y seductora que había conocido en el pasado, sino como una persona rota, alguien que había sido forjada en las llamas de la crueldad y la desesperación. Una parte de él, aunque entrenada para no dejarse llevar por la compasión, no podía evitar sentirse conmovido por su súplica. 

—¿Qué quieres? —preguntó Iván, con una voz más baja de lo habitual, casi quebrada. Sabía que lo que ella estaba a punto de pedir no tendría que ver con riquezas ni estatus, sino con algo mucho más personal.

Seraphina lo miró fijamente, y sus ojos, por primera vez, mostraron una fragilidad oculta bajo la fachada de la mujer fuerte y manipuladora que él había conocido. Seraphina tomó una respiración temblorosa, como si estuviera preparando sus palabras cuidadosamente antes de liberarlas. Su voz tembló al responder, pero había en ella una resolución que no dejaba dudas sobre su sinceridad.

—Mátalo. Mátalo y haznos a Adeline y a mí tus concubinas. —La desesperación en su voz era palpable. Su habitual tono seguro y controlado había desaparecido, reemplazado por un anhelo genuino, casi infantil—. Si esa concubina tuya, la de cabello rojo, pudo manipular a cinco de las prostitutas más astutas y que saben perfectamente lo que les pasa si me desafían... —Su voz se rompió brevemente—. Entonces sé que tienes el poder para salvarnos. Tú puedes protegernos. Haznos tuyas, protégela a ella. Yo te daré mi cuerpo, mi virginidad, todo lo que poseo... pero, por favor, protege a Adeline. Hazla tu concubina, protégela de este mundo que la devoraría si no lo haces.

Las lágrimas comenzaron a acumularse en los ojos de Seraphina. Por primera vez desde que Iván la conocía, la impenetrable máscara que siempre había llevado empezó a agrietarse. Su vulnerabilidad era tan evidente que resultaba casi doloroso mirarla.

—Por favor, Su Gracia... —Su voz se quebró, y dejó caer la mirada, como si no pudiera soportar ver el juicio en sus ojos—. Tengo tanto miedo. Hace mucho que me resigné a morir, a que alguien más tomara el control de mi vida. Pero... por favor, protégela. Ayúdala... ayúdame.

El peso de sus palabras se hundió en el alma de Iván. Algo en ella tocaba una fibra profunda en su ser, una que no había sido alcanzada por las batallas, los títulos o el poder. Sin decir una palabra, se levantó de su asiento, caminando lentamente hacia Seraphina. Su corazón latía fuerte en su pecho, pero sus pasos eran seguros. Cuando llegó a su lado, se arrodilló frente a ella, tomando suavemente sus manos entre las suyas.

—No tienes que preocuparte más —dijo con una calma que contrastaba con la tormenta emocional que sentía dentro—. Yo las protegeré a ambas. Serán mis concubinas si ese es el camino que eligen, pero no tienen que acostarse conmigo. Les puedo dar el título sin ningún compromiso. Si en algún momento encuentran a alguien con quien quieran estar, las casaré sin problemas.

Seraphina lo miró con ojos sorprendidos, sus lágrimas rodando lentamente por sus mejillas. No había esperado tanta comprensión, tanta amabilidad. Sus dedos temblorosos se deslizaron por sus mejillas, limpiando las lágrimas que habían escapado.

—Eres... tan diferente a lo que pensé. —Su voz era un susurro, rota pero cargada de una gratitud genuina—. Eres tan amable.

Por primera vez, una pequeña sonrisa sincera apareció en sus labios, suave y tenue, pero real. Iván pudo ver la transformación en ella, como si por un momento la carga que había llevado durante tantos años se hubiera aligerado, aunque solo fuera un poco.

—Puedo pedirte algo... egoísta? —Seraphina le preguntó tímidamente, su voz vacilante, como si temiera ser rechazada. Iván, intrigado, asintió, dispuesto a escucharla.

Seraphina tomó aire antes de hablar de nuevo, sus palabras lentas y cuidadosas.

—He tenido pocas elecciones en mi vida... —dijo con una mezcla de melancolía y determinación—. Así que quiero... quiero perder lo que muchos codician contigo. Pero quiero que sea bajo mis términos. Quiero que seas tú quien me haga mujer, pero quiero... quiero mandar. Quiero tocarte, explorarte, y sentir que por una vez en mi vida tengo el control de algo. Quiero que seas mío... como si de verdad fuéramos algo. Quiero que seas amable, que me trates con gentileza, que me hables con ternura.

Iván se quedó en silencio por un momento, sorprendido por la sinceridad y vulnerabilidad de su petición. No era el tipo de pedido que hubiera esperado de Seraphina. Ella siempre había sido la que controlaba la situación, la que mantenía las riendas. Pero ahora, en este instante, se lo estaba entregando todo, pidiéndole que, por una vez, la tratara no como una herramienta, no como una moneda de cambio, sino como una persona.

—Seraphina... —susurró Iván, buscando las palabras adecuadas—. Si eso es lo que quieres, lo que realmente deseas, entonces así será. No haré nada que no desees, y si eso te da algo de control sobre tu vida... entonces lo acepto.

El rostro de Seraphina se suavizó, y su sonrisa se amplió, una mezcla de alivio y satisfacción. Por un momento, Iván pudo ver algo más en ella, algo más allá de la cortesana astuta. Era solo una mujer que, como tantas otras, buscaba algo más profundo que poder o influencia. Buscaba ser amada, o al menos, tratada con respeto y cuidado.

Seraphina se inclinó hacia adelante, acercando sus labios a los de Iván. El beso que le dio no fue el de una seductora buscando poder. Fue suave, delicado, lleno de una emoción que ella no había mostrado antes. Cuando se separaron, ella lo miró a los ojos y, por primera vez, no vio a un hombre de poder, sino a alguien que, en ese momento, podría salvarla no solo de sus enemigos, sino de sí misma.

—Gracias... —murmuró, su voz casi inaudible—. Por hacerme sentir que aún tengo algo de valor en este mundo.

Iván permaneció arrodillado junto a Seraphina, aún sujetando sus manos. Sentía la tensión aflojarse poco a poco, como si las murallas invisibles que ella había erigido durante años comenzaran a desmoronarse frente a él. Pero el alivio de Seraphina no le otorgaba a Iván la misma paz. Había tomado una decisión importante, una promesa de protección que no sabía si podía cumplir del todo, y aún así, en su interior, no podía abandonar la idea de salvarla. No solo a ella, sino también a la mujer que apenas conocía: Adeline.

Una parte de él se sentía como un tonto, quizás un iluso, dejándose envolver por los encantos de una mujer hermosa y rota. Se preguntaba si lo que hacía era solo un impulso guiado por el deseo, por el poder que Seraphina representaba, o si, de verdad, había algo más profundo. Quizás era un deseo inexplicable de protegerla, de sacarla de ese abismo en el que había vivido tanto tiempo. Pero, ¿era tan malo sucumbir a ese deseo? ¿Era realmente tan terrible querer cuidar a alguien que nunca había tenido esa oportunidad?

Seraphina lo miraba, sus ojos aún brillantes por las lágrimas, pero también por una nueva emoción que no había estado ahí antes: esperanza. Era algo frágil, pero visible. Iván notaba el cambio en ella, en su postura, en la forma en que lo observaba, como si, por primera vez en mucho tiempo, no estuviera completamente sola en su lucha.

—¿Qué quieres que haga ahora? —preguntó Iván, su voz suave, cálida, con un tono que no utilizaba a menudo. No era la voz del comandante o del guerrero, sino la de alguien que ofrecía consuelo.

Seraphina inclinó la cabeza, pensativa, como si no estuviera acostumbrada a que alguien le preguntara qué quería. Durante un momento largo, sus ojos vagaron por la habitación, como si intentara encontrar algo que decir. Entonces, de repente, sus labios se curvaron en una sonrisa leve, algo melancólica, y la idea pareció formarse en su mente.

—Ayúdame a preparar un baño —murmuró—. He llorado... y me siento patética. Quiero verme bien... para esto.

Iván asintió, sorprendido por la simplicidad de su pedido. A pesar de todo lo que habían discutido, de los secretos y las promesas de venganza y protección, Seraphina solo quería recuperar una parte de sí misma, aunque fuera tan simple como sentirse limpia, renovada. Tal vez no era solo la suciedad física lo que quería quitarse, sino también las cicatrices invisibles que la atormentaban.

Iván se levantó lentamente, ayudando a Seraphina a ponerse en pie con una suavidad que no solía mostrar. El ambiente en la habitación había cambiado; ya no era el campo de batalla emocional donde cada palabra era una estrategia, cada mirada una forma de medir fuerzas. Ahora, todo lo que sentían era una conexión silenciosa, casi íntima, que flotaba en el aire como el vapor del baño que los esperaba.

La pequeña puerta al fondo de la habitación se abrió con un ligero chirrido, revelando la cámara más pequeña y acogedora, donde una bañera de piedra estaba preparada. Iván notó el suave aroma a lavanda y miel, flotando en el aire cálido y húmedo. Las esencias fragantes no eran algo común, al menos no para alguien que no tuviera su estatus o dinero. Eran caras, lo supo por la intensidad del perfume. Probablemente era uno de los pocos lujos que Seraphina se permitía en su vida llena de dificultades y calculado control.

Seraphina se detuvo al borde de la bañera, cerrando los ojos mientras tomaba una profunda respiración. Por un momento, parecía que estaba luchando con sus propios pensamientos, como si cada paso que daba hacia el agua fuera una pequeña victoria personal sobre sus inseguridades. Finalmente, exhaló y se volvió hacia Iván.

—¿Me… me ayudas a desvestirme? —dijo, su voz temblando ligeramente—. Sé tierno... —Agachó la mirada, con una risa amarga que escapó de sus labios—. No suelo pedir ayuda para cosas tan simples. Estoy acostumbrada a hacerlo todo sola. Pero esta vez... —Su voz vaciló antes de continuar en un susurro apenas audible—. Esta vez quiero que sea diferente.

Iván se acercó sin dudar, sus dedos encontraron los broches de la prenda de seda que cubría a Seraphina. Con delicadeza, fue desabrochando cada uno, permitiendo que el fino tejido cayera lentamente al suelo, revelando su figura desnuda. Su piel era blanca como la porcelana, perfectamente lisa, mientras los rizos suaves de su cabello rubio plateado caían en cascada por su espalda. Sus pechos eran generosos, su vientre plano, y su cuerpo entero parecía esculpido con una gracia que contrastaba con la dureza de su vida. Su desnudez no era simplemente física; Seraphina, por primera vez, estaba completamente expuesta ante Iván, y él lo sabía.

Hubo un momento en que Iván sintió un destello de lujuria. La belleza de Seraphina era innegable, y cualquier hombre habría sentido la tentación de admirarla más de lo que debía. Pero Iván, sorprendido por la vulnerabilidad que ella le mostraba, contuvo ese impulso. Se mantuvo firme, siendo gentil, suave, y respetuoso. Seraphina lo miró a los ojos, sin esconderse, sin retraerse, algo que nunca habría hecho antes. Sabía que estaba poniendo su confianza en alguien más por primera vez en años.

Seraphina dio un paso hacia la bañera, sumergiendo lentamente un pie en el agua tibia. Luego, el otro. Finalmente, dejó que todo su cuerpo se deslizara bajo la superficie cálida y burbujeante del agua. El vapor llenaba el ambiente, creando una atmósfera casi onírica, y el único sonido era el suave chapoteo del agua mientras ella se acomodaba.

Iván permaneció en silencio, de pie junto a la bañera, observándola con atención. Sus ojos seguían cada movimiento, no con deseo, sino con una extraña mezcla de preocupación y fascinación. La mujer que antes parecía impenetrable y astuta, ahora era alguien completamente distinta ante él, alguien que se mostraba vulnerable y frágil.

—Es extraño... —murmuró Seraphina mientras jugaba con sus dedos en la superficie del agua—. Pensé que el miedo me acompañaría toda mi vida. Siempre esperando el próximo golpe, la próxima traición. Pero contigo... —sus ojos se elevaron para encontrarse con los de Iván—. Hay algo diferente.

Iván se inclinó ligeramente, acercándose a ella, sin apartar su mirada de la suya.

—Te prometí que te protegería —dijo con firmeza—. A ti y a Adeline. No lo hice solo porque me lo pidieras, sino porque creo que lo mereces. Ambas lo merecen.

Seraphina lo observó en silencio durante un largo momento, como si intentara procesar lo que él le estaba diciendo. Sus palabras parecían demasiado buenas para ser verdad. Al final, suspiró y dejó que su cabeza descansara en el borde de la bañera. Sus ojos se cerraron por un momento, y un sentimiento de alivio, aunque frágil, la cubrió.

—No sé por qué confío en ti —murmuró—. Tal vez porque ya no tengo nada más que perder... o tal vez porque quiero creer que alguien como tú realmente puede salvarnos.

Iván no respondió de inmediato. Su mente estaba cargada con el peso de lo que eso significaba. Las promesas que había hecho, la responsabilidad que ahora recaía sobre él. Pero en su corazón, sabía que no podía retroceder.

—Acompáñame —dijo Seraphina de repente, interrumpiendo sus pensamientos. Abrió los ojos y lo miró directamente—. Acompáñame en la bañera. Trátame como si fuéramos pareja, aunque solo sea por un momento.

Iván la miró en silencio, pero no tardó mucho en tomar una decisión. Sabía que lo que ella pedía no era un simple acto físico, era un momento de vulnerabilidad compartida, una forma de sentir que, al menos por ahora, no estaba sola. 

Sin vacilar, Iván comenzó a quitarse la ropa. Desde que había estado con Sarah, había perdido la vergüenza sobre su cuerpo. Su físico, marcado por años de entrenamiento, era fuerte y atlético. Seraphina lo observaba con una mezcla de curiosidad y aceptación, como si cada capa de ropa que él se quitaba fuera una barrera más que desaparecía entre ellos.

Una vez desnudo, Iván se acercó a la bañera y, con cuidado, entró en el agua junto a Seraphina. El calor del agua lo envolvió, y por un momento, el mundo exterior pareció desvanecerse. No había guerras ni intrigas políticas. No había mentiras ni juegos de poder. Solo estaban ellos dos, compartiendo un instante de tranquilidad.

Seraphina se acercó a él, apoyando su cabeza en su hombro, como si estuviera buscando refugio en su proximidad. El silencio entre ellos ya no era incómodo, sino cargado de una comprensión tácita. Era como si, por un breve momento, ambos hubieran encontrado un espacio donde podían bajar las defensas.

—Nunca me había sentido así antes —susurró Seraphina, sus dedos deslizándose con una suavidad casi hipnótica sobre el pecho de Iván, trazando caminos invisibles en su piel—. Siempre he tenido que ser fuerte, fría... impenetrable. —Hizo una pausa, su mirada se oscureció por un instante, como si recordara el peso de cada máscara que había usado para sobrevivir—. Pero contigo... —Su voz vaciló, como si las palabras fueran demasiado pesadas de pronunciar—. Contigo no siento que lo necesito. Siento que puedo ser yo misma.

Iván, en silencio, la rodeó con un brazo, atrayéndola hacia su cuerpo de manera protectora, no con el deseo de un amante, sino con la promesa silenciosa de alguien que estaba allí para cuidarla. Podía sentir la vulnerabilidad de Seraphina, algo que ella nunca hubiera mostrado en público. Él no sabía cómo describir lo que sentía en ese momento; había una mezcla de ternura y responsabilidad, una conexión que iba más allá de lo físico.

Seraphina hizo algo inesperado. Lentamente, inclinó su cabeza y comenzó a besar suavemente el pecho de Iván. Cada beso era pequeño, casi tímido, como si estuviera explorando un territorio desconocido. El tacto de sus labios sobre la piel de él era cálido, y cada beso parecía un susurro de agradecimiento, pero también de deseo contenido. Iván se quedó inmóvil por un momento, sorprendido por la repentina intimidad. No era un gesto puramente carnal; era un intento de Seraphina de acercarse a él, no solo en cuerpo, sino en alma.

—Seraphina... —susurró Iván, sus dedos acariciando suavemente los rizos plateados de su cabello, envolviéndola con más fuerza en su abrazo—. No tienes que hacer esto.

Ella levantó la vista, sus ojos azules brillando con una mezcla de emociones. Había algo profundo en su mirada, una mezcla de deseo y miedo, como si estuviera enfrentando una batalla interna.

—Lo sé... —respondió en un susurro—. Pero quiero. —Una sonrisa triste se dibujó en sus labios—. No sé cómo explicar lo que siento. No es solo deseo. Es... —su voz se quebró un poco antes de continuar—. Es la necesidad de sentirme viva, de sentir algo más que el vacío que he llevado dentro durante tanto tiempo.

Lentamente, Iván levantó la mano para acariciar suavemente la mejilla de Seraphina, sus dedos deslizándose como una caricia delicada, casi reverente. El gesto era sencillo, pero estaba cargado de una profunda ternura. Seraphina cerró los ojos brevemente al sentir su contacto, como si cada trazo en su piel despertara emociones que había mantenido enterradas durante tanto tiempo.

—Oh... —murmuró ella, con la voz apagada, un susurro de fragilidad que contrastaba con la imagen que siempre proyectaba. Seraphina, la mujer fuerte, la cortesana impenetrable, estaba revelando una parte de sí misma que rara vez mostraba. Alzó la vista para encontrarse con los ojos de Iván, su mirada llena de una intensidad que él no esperaba—. No se trata de desear algo que no tengo… Se trata de anhelar algo que he extrañado… Algo que ni siquiera me di cuenta de que me faltaba hasta ahora…

Las palabras salieron de sus labios con una vulnerabilidad palpable, y su voz tembló ligeramente antes de inclinarse hacia él, sellando sus labios en un beso tierno, pero cargado de una emoción que traspasaba lo físico. Era como si cada beso estuviera impregnado de años de anhelos no expresados, de un vacío profundo que ella había ocultado tras sus sonrisas y coqueteos.

Cuando el beso se rompió, Seraphina apoyó su frente contra la de Iván, sus respiraciones entrelazadas en el aire cargado de intimidad. Su agradecimiento era palpable, no solo por las palabras, sino por el alivio que se reflejaba en su rostro.

—Gracias… —susurró con la voz temblorosa, mientras sus ojos brillaban con lágrimas que luchaba por contener—. Gracias por comprender… por no rechazarme… por hacerme creer que tal vez todavía hay esperanza… por hacerme sentir viva… otra vez…

Iván la observó en silencio, su corazón retumbando en su pecho ante la sinceridad cruda de sus palabras. Las lágrimas brillaban en los ojos de Seraphina, y cuando una cayó, él la limpió con el dorso de su mano, el gesto lleno de una ternura que ella no recordaba haber experimentado jamás.

—Tú… eres realmente diferente a cualquier persona que haya conocido… —dijo ella, con una mezcla de asombro y gratitud—. Y yo… estoy agradecida por eso… tanto…

Mientras hablaba, sus manos temblorosas se envolvieron alrededor del cuello de Iván, acercándolo aún más hacia ella, como si temiera que si lo soltaba, él desaparecería. El calor de su cuerpo presionando contra el de él le proporcionó un consuelo que Seraphina no sabía que necesitaba. Sus brazos se aferraron a él con una urgencia silenciosa, como si lo único que mantuviera sus miedos a raya fuera la cercanía física que compartían en ese momento.

—Por favor… —susurró, y su voz se rompió en una nota de desesperación—. Nunca me dejes… prométeme… 

Sus dedos trazaron lentamente el contorno de su pecho, bajando por su abdomen hasta detenerse en el borde de su pantalón, como si cada caricia fuera una súplica silenciosa.

—Prométeme que siempre estarás aquí para mí… —Seraphina levantó la vista, buscando en los ojos de Iván algo más que una simple afirmación; buscaba una promesa de estabilidad, de que no volvería a estar sola—. Porque sin ti… —trago saliva con dificultad, las lágrimas amenazando nuevamente con caer—. No sé si puedo soportar estar vuonerable otra vez…

El agarre de Seraphina se apretó alrededor de él mientras su cuerpo se acercaba más, fundiéndose con el de Iván en un abrazo desesperado. Luego, inclinándose ligeramente, presionó otro tierno beso en sus labios, este lleno de una vulnerabilidad casi dolorosa. La urgencia en su voz era palpable, mientras cada palabra estaba impregnada de sus miedos y esperanzas.

—Por favor… —continuó, su voz apenas un susurro—. Hazme creer que valgo algo… que vale la pena salvar… que vale la pena proteger…

Iván sintió el peso de las palabras de Seraphina, cada una de ellas resonando en lo más profundo de su ser. Nunca había visto a una mujer como ella tan vulnerable, tan abierta. La intensidad de sus sentimientos lo golpeó como una tormenta, y mientras los dedos de Seraphina recorrían su torso, sintió los latidos rápidos de su propio corazón. Era una promesa que él no podía rechazar, porque ahora comprendía que, en algún lugar entre el caos y la guerra, había encontrado algo que valía la pena proteger.

—Seraphina… —susurró, su voz tan suave como el viento, mientras levantaba una mano para acariciar suavemente su rostro—. Te lo prometo… siempre estaré aquí para ti…

Sus palabras no eran solo una promesa vacía. Estaba diciendo más que eso. Estaba diciendo que nunca dejaría que ella volviera a sentirse sola, que nunca permitiría que el mundo la devorara de nuevo. Limpió con cuidado otra lágrima que había caído por su mejilla, su pulgar trazando el contorno de su piel con una delicadeza que hablaba de algo más profundo.

—Eres más que valiosa… para todo… —susurró, antes de inclinarse hacia ella y reclamar sus labios en un beso apasionado, uno que hablaba de la devoción y la promesa que había hecho.

Seraphina sintió el alivio invadir su cuerpo mientras las palabras de Iván resonaban en su mente, llenándola de una esperanza que hacía mucho tiempo no sentía. El beso no fue solo una declaración de amor, sino una promesa de que no estaría sola, de que había encontrado en él algo más que un amante: había encontrado a alguien que realmente la veía.

—Tuyo… —murmuró, su voz llena de una mezcla de satisfacción y devoción—. Entonces déjame ser completamente tuya…

Sus ojos brillaban con una feroz intensidad mientras se entregaba por completo a él, no solo en cuerpo, sino también en alma. Con un movimiento fluido, se subió al regazo de Iván, colocándose a horcajadas sobre él. Sus labios descendieron lentamente por su cuello, dejando un rastro de besos húmedos hasta llegar a su clavícula.

Seraphina se detuvo por un instante, sus ojos encontrándose con los de Iván en una mirada profunda y cargada de promesas. El calor del baño no hacía más que intensificar el deseo que palpitaba entre ambos, el vapor envolviendo sus cuerpos mientras sus respiraciones se volvían cada vez más erráticas. Cada gota de agua que caía por su piel parecía intensificar su belleza.

—Te pertenezco… —repitió ella, su voz suave pero firme, como si el mundo mismo dependiera de esa declaración. Deslizó las manos por su pecho, deteniéndose brevemente para sentir el latido acelerado de su corazón bajo sus dedos—. Y cada día te lo recordaré.

El suave mordisco que había dejado en su cuello, ahora enrojecido, fue la marca inicial de lo que estaba por venir. Seraphina no solo hablaba de deseo, hablaba de entrega, de una rendición mutua que prometía más que simples momentos de placer fugaz.

Las manos de Iván temblaban ligeramente, pero no de miedo, sino de anticipación. Los dedos de Seraphina acariciaron lentamente el contorno de su erección, con movimientos que parecían destinados a hacerle perder la cabeza. Iván gimió, su cuerpo respondiendo con una intensidad que lo desarmaba por completo. La forma en que ella lo tocaba, como si conociera cada rincón de su ser, era casi abrumadora.

—Seraphina… —logró murmurar, su voz entrecortada por la mezcla de deseo y emoción que lo envolvía—. ¿Estás segura de esto?

Sabía la respuesta antes de terminar la pregunta. Lo vio en la forma en que ella lo miraba, con esos ojos oscuros y brillantes que lo absorbían por completo, que lo reclamaban. Ella no solo estaba segura; estaba completamente entregada.

—Muéstrame… —susurró ella, inclinándose para capturar sus labios de nuevo en un beso hambriento, su aliento caliente acariciando su piel mientras sus cuerpos se aproximaban aún más.

Iván la tomó de la cintura, atrayéndola hacia él, sintiendo el calor abrasador de su cuerpo contra el suyo. Entre besos cargados de una pasión primitiva y caricias que parecían incendiar la piel, Seraphina comenzó a moverse lentamente, cada movimiento deliberado, como si estuviera explorando la forma en que encajaban juntos, como piezas de un mismo rompecabezas.

El ambiente en la habitación se llenó de un aire espeso, cargado de deseo y de algo más profundo, algo que ambos estaban comenzando a comprender pero que ninguno podía expresar con palabras. El sonido del agua chapoteando alrededor de sus cuerpos se mezclaba con los jadeos suaves, creando una melodía propia que acompañaba la danza de sus cuerpos.

Seraphina sonrió, una sonrisa traviesa y confiada, mientras sus dedos deslizaban con habilidad sobre su miembro, provocando gemidos de Iván que parecían resonar en las paredes. Sentía el control, pero también la rendición mutua que compartían, y eso la hacía sentirse invencible, como si cada roce y cada movimiento le perteneciera a ella y solo a ella.

—Tú lo pediste… —murmuró juguetonamente, su voz cargada de promesas mientras sus dedos seguían un ritmo que parecía diseñado para torturarlo dulcemente—. Pero recuerda, amor mío, una vez que empiezas algo conmigo, no hay vuelta atrás. —Se inclinó más cerca, dejando que su aliento caliente acariciara la oreja de Iván, provocando un escalofrío que recorrió su columna—. No soy una mujer que haga las cosas a medias… y no espero menos de ti.

Iván tragó saliva, su mente envuelta en una neblina de deseo mientras sus manos recorrían cada centímetro de su piel. El momento en que Seraphina comenzó a moverse, alineándose con él, fue un punto sin retorno. La penetración fue lenta, casi ritual, mientras sus cuerpos se unían por completo, sintiendo cada centímetro de su intimidad entrelazarse.

Ella cerró los ojos por un momento, sus labios entreabiertos mientras se acostumbraba a la sensación de tenerlo dentro, y entonces Iván lo vio: la leve mueca de dolor, seguida por una expresión de placer profundo. La sangre en el agua, una mancha tenue pero reveladora, le confirmó lo que no había sabido hasta entonces: Seraphina era virgen.

Su instinto fue detenerse, preguntar si estaba bien, pero la expresión en su rostro le decía todo. El deseo en sus ojos no había disminuido; si acaso, se había intensificado. Con cada pequeño movimiento de su cuerpo, Seraphina se adaptaba, acostumbrándose a la sensación de tenerlo dentro, su cuerpo aprendiendo a responder al de él.

—Seraphina… —su voz era un susurro rasposo, lleno de emoción contenida—. ¿Estás bien?

Ella asintió, sus labios curvándose en una sonrisa satisfecha mientras sus manos se aferraban a sus hombros con una necesidad casi desesperada.

—No pares —respondió, su tono cargado de autoridad y deseo—. Pruébamelo… ahora… enséñame cómo reclamas a una mujer.

Cada palabra fue una chispa que encendía un fuego más profundo en Iván. Él respondió a su orden con una pasión renovada, sus manos agarrando firmemente sus caderas mientras comenzaba a moverse con más urgencia. El calor entre ellos era casi tangible, una fuerza que los unía en un ciclo interminable de placer y entrega mutua.

Sus cuerpos se movían al unísono, una sinfonía de caricias, besos y embestidas que crecía en intensidad con cada segundo que pasaba. Los pechos de Seraphina se balanceaban con cada movimiento, sus gemidos resonando en la habitación mientras las uñas de ella dejaban marcas rojas en su piel.

La habitación estaba cargada de esa energía innegable que solo los amantes más intensos podían generar. El agua de la bañera, ahora olvidada, se agitaba alrededor de ellos, las gotas caían de sus cuerpos como si el mundo exterior ya no importara.

Iván la besó con una ferocidad que revelaba la urgencia de su necesidad, como si cada segundo perdido fuera un pecado. Los labios de Seraphina, suaves y ardientes, respondieron con igual intensidad, sus lenguas enredándose en una batalla apasionada mientras el aire a su alrededor se espesaba con deseo. Sus cuerpos, entrelazados y sudorosos, se movían con una sincronía perfecta, como si hubieran sido diseñados para esta danza carnal. El roce de sus pieles era un incendio que crecía con cada contacto, un calor abrasador que amenazaba con consumirlos por completo, sin dejar rastro de moderación ni control.

Las manos de Iván, grandes y decididas, recorrieron cada curva del cuerpo de Seraphina con una familiaridad nueva, como si quisiera memorizar cada detalle, cada contorno. Sus dedos se aferraban a sus caderas con una fuerza que bordeaba lo salvaje, trazando un camino de fuego mientras ascendían por su espalda. Los estremecimientos de Seraphina ante su toque no hacían más que alimentar su creciente hambre, una necesidad casi primitiva que lo impulsaba a seguir explorando su cuerpo como si nunca fuera suficiente.

Interrumpió el beso solo un instante, un parpadeo en el tiempo que parecía alargarse en la eternidad mientras miraba profundamente los ojos de Seraphina. En esos ojos oscuros y brillantes, vio reflejado el mismo deseo feroz que lo estaba consumiendo a él. Ella estaba perdida en él, completamente entregada a ese momento, y la comprensión de esa entrega provocó una oleada de poder dentro de Iván que lo hizo temblar.

—Seraphina… —murmuró, su voz ronca, ahogada en la pasión que lo envolvía. Cada palabra goteaba deseo mientras la acercaba aún más, sus labios rozando los de ella sin llegar a besarlos del todo, provocándola—. Eres mía…

Con esas palabras, Iván reanudó su implacable ballet carnal. Sus embestidas se volvieron más urgentes, más profundas, como si cada movimiento fuera un desafío, una promesa de que esto no terminaría hasta que ambos estuvieran completamente saciados. El sonido de sus cuerpos chocando resonaba en la habitación, amplificado por el eco de sus respiraciones entrecortadas y los suaves gemidos que escapaban de sus labios.

Seraphina estaba al borde del delirio. Cada embestida de Iván la empujaba más allá de los límites del placer, enviando descargas eléctricas de éxtasis que recorrían todo su cuerpo desde el centro de su ser. Se arqueó debajo de él, su espalda despegándose de las sábanas empapadas de sudor, como si su cuerpo buscara más de él, siempre más.

—Sí… —jadeó, su voz cargada de una desesperación creciente. Era como si las palabras apenas pudieran salir de sus labios, como si el placer que la envolvía no le permitiera formar oraciones coherentes. Sus uñas, largas y afiladas, se hundieron en la carne de los hombros de Iván, un gesto que lo instaba a seguir—. Más… por favor…

Iván sintió cómo el dolor de sus uñas en su piel solo aumentaba su deseo. No era un dolor desagradable, sino un recordatorio físico de que estaba llevando a Seraphina a un lugar donde el control ya no existía, donde solo importaba la necesidad compartida de ambos cuerpos por llegar al límite de lo soportable. Su orgullo creció al verla tan vulnerable, tan desesperada por más de él.

—Te necesito… —gimió ella, apenas capaz de respirar mientras movía las caderas contra las de él, buscando más, empujando hacia él con una urgencia que lo volvió loco. Estaba al borde de la rendición, pero necesitaba más de ella, más de esa sumisión que lo embriagaba, más de la devoción que sus ojos reflejaban en cada mirada.

Al escuchar esa súplica desesperada, algo se encendió en el interior de Iván, una oleada de posesividad que lo hizo embestir más fuerte, más profundo, con una ferocidad que sorprendió incluso a Seraphina. Sabía que la tenía exactamente donde quería, y la idea de que ella estuviera rogando por su toque, vulnerable y abierta ante él, lo llenaba de una excitación primitiva, oscura y dominante.

—Estoy aquí… para ti —gruñó, su voz apenas un murmullo entre dientes apretados, mientras su cuerpo respondía con movimientos precisos y calculados. Cada palabra iba acompañada de una embestida más profunda, cada embestida un recordatorio físico de que él estaba controlando su placer, llevándola al borde de la locura.

El cuerpo de Seraphina reaccionaba a cada movimiento suyo como si hubiera sido hecho a medida para él. Sus gemidos se volvieron más agudos, sus respiraciones más rápidas, y la manera en que sus uñas se aferraban a su espalda solo aumentaba la intensidad del momento. Sus pechos subían y bajaban con cada respiración, sus pezones duros rozaban el pecho de Iván en cada movimiento, provocando nuevas oleadas de deseo que recorrían ambos cuerpos.

La determinación de Iván estaba grabada en sus facciones tensas. No estaba listo para rendirse aún, aunque cada fibra de su ser gritara por liberación. Quería más. Necesitaba más. Quería hacerle saber que cada parte de ella le pertenecía, que este momento no era solo una culminación física, sino una conquista emocional.

Movió sus manos con precisión, agarrándola firmemente de las caderas mientras la guiaba en sus movimientos. La visión de Seraphina, retorciéndose debajo de él, perdida en un torbellino de placer, lo llenaba de un nuevo vigor. Ella era suya, completamente suya, y la idea de que nadie más podría verla en ese estado de absoluta rendición lo hacía temblar de excitación.

Los jadeos de Seraphina eran casi incontrolables, sus gemidos se mezclaban con los de Iván en una cacofonía de placer que llenaba la habitación, una sinfonía de deseo incontrolable. Sentía su cuerpo tensarse, su piel sudorosa brillando bajo la tenue luz que se filtraba a través de las ventanas. El clímax estaba cerca, ambos lo sabían, y cada movimiento los acercaba más al borde del abismo.

—No pares… por favor… —gimió ella, sus palabras entrecortadas por el placer que la inundaba. Sus caderas se movían frenéticamente, buscando alcanzar esa liberación que sabía que estaba cerca.

Iván, sintiendo el control absoluto que tenía sobre ella, intensificó sus movimientos, su miembro duro deslizándose con una precisión calculada dentro de sus pliegues húmedos. El sonido de sus cuerpos, del agua que aún chapoteaba alrededor de ellos, se volvía más frenético. Sus labios buscaron los de ella de nuevo, esta vez con un beso más lento pero lleno de una promesa: esto no terminaría aquí.

—Voy a reclamar cada parte de ti… —gruñó entre besos, con una intensidad que dejó a Seraphina temblando. Sus palabras eran una promesa y una advertencia.

Seraphina jadeó bruscamente cuando el firme agarre de Iván sobre sus caderas dirigió sus movimientos con una seguridad posesiva que la hizo estremecer de pies a cabeza. Era como si cada toque, cada embestida fuera diseñada específicamente para despojarla de cualquier control que pudiera haber tenido sobre sí misma. La piel de su cuerpo parecía encenderse con cada roce, cada fricción, como si las llamas del placer se avivaran con la intensidad de sus embestidas. El sonido de sus respiraciones entrecortadas llenaba la habitación, mezclándose con el suave eco del agua que chapoteaba alrededor de ellos, una sinfonía de lujuria que crecía en volumen y ritmo.

Iván, con la mirada fija en ella, parecía beber de cada gemido, cada temblor que surgía de su cuerpo. Sus ojos oscuros brillaban con una mezcla de deseo primario y adoración, como si estuviera hipnotizado por la imagen de Seraphina, tan perdida en el placer que él le estaba dando. Con cada poderosa embestida, sentía el calor y la humedad de su cuerpo aferrarse a él, atrayéndolo más profundamente hacia el abismo de sus tentadoras profundidades. Las suaves contracciones de sus paredes internas apretaban su miembro, intensificando el placer que ambos compartían, creando un vínculo de pura necesidad física.

—¡Sí... sí! —gritó Seraphina, con la voz temblorosa y cargada de deseo mientras se rendía por completo a las incesantes oleadas de placer que la envolvían. Sus pechos, firmes y llenos, rebotaban rítmicamente con cada embestida enérgica de Iván, sus pezones erectos rozando su pecho con una fricción que la volvía loca de deseo. Cada pequeño contacto, cada roce de piel contra piel, parecía incendiar sus nervios, haciendo que su cuerpo temblara de anticipación y necesidad.

Desesperada por sostenerse, sus manos se aferraron a los anchos hombros de Iván, sus uñas hundiéndose en su carne mientras buscaba algún tipo de ancla en medio de la tormenta de placer que la atravesaba. Echó la cabeza hacia atrás, exponiendo la elegante curva de su garganta, su cuello largo y vulnerable invitando al hombre que la reclamaba a poseerla en todos los sentidos posibles. 

Iván no necesitó más invitación. Bajó sus labios hasta su cuello expuesto, y sus dientes encontraron la suave carne de su piel. Con una mezcla perfecta de firmeza y delicadeza, comenzó a marcarla, mordiendo y succionando hasta que pequeñas marcas rojizas aparecieron en su pálida piel, una prueba visible de su posesión. Cada vez que sus dientes se hundían ligeramente, una mezcla de dolor agudo y placer abrumador corría por la columna de Seraphina, intensificando su excitación.

El gemido que escapó de sus labios cuando los dientes de Iván se hundieron en su carne fue largo y lleno de una mezcla de agonía y éxtasis. La punzada inicial del dolor rápidamente se desvaneció en una marea de placer que se expandía por su cuerpo como una descarga eléctrica. Su espalda se arqueó bruscamente, empujando sus pechos hacia él, sus pezones rozando su torso con una intensidad que la hacía temblar.

—Más… —exhaló entre jadeos, su voz era apenas un susurro lleno de una necesidad desesperada. Su cuerpo entero era un clamor silencioso por más, por todo lo que él pudiera darle. Sus dedos se enredaron en el cabello de Iván, tirando de él con fuerza mientras lo presionaba contra su cuello, exigiendo más de esos mordiscos que la marcaban como suya, como si necesitara sentir su posesión en cada parte de su cuerpo.

Iván obedeció su súplica con una feroz determinación, sus labios y dientes moviéndose con precisión por su piel, dejando una ruta de pequeñas marcas y chupetones que narraban la historia de su reclamación. Cada mordisco, cada beso, era una promesa silenciosa de que este momento no sería efímero, sino que dejaría una huella indeleble en ambos.

Mientras tanto, la incesante embestida de sus cuerpos continuaba sin tregua. Los movimientos de Iván se volvieron más profundos, más intensos, como si ambos estuvieran atrapados en una carrera hacia el borde del clímax, un precipicio del que ninguno quería caer demasiado pronto. El sonido de sus jadeos llenaba el aire, reverberando por las paredes de la habitación mientras el agua continuaba chapoteando suavemente a su alrededor, sin poder contener la intensidad de sus movimientos.

Seraphina, perdida en la euforia de sus sensaciones, sintió cómo su cuerpo comenzaba a tensarse, cada músculo apretándose en anticipación. Cada poderosa embestida del miembro de Iván dentro de sus ardientes profundidades la empujaba más cerca del borde, cada vez más cerca de esa liberación que prometía ser catártica. Sus piernas se enredaron alrededor de su cintura, sus caderas moviéndose frenéticamente en sincronía con las suyas, buscando ese punto culminante donde la realidad se difuminaría y solo quedaría el placer puro.

—¡Iván! —gritó, su voz entrecortada por la necesidad y el anhelo. Sabía que estaba cerca, que solo faltaba un poco más, un último empujón para caer completamente en el abismo del éxtasis.

Iván, al sentir el inminente colapso de Seraphina bajo su control, intensificó cada embestida con una furia calculada. Sus manos aferraban con una pasión desesperada las curvas de sus caderas, empujándola hacia él con una precisión casi cruel, manteniéndola al borde del éxtasis sin permitirle caer por completo. Cada gemido, cada arqueo de su cuerpo era una respuesta a su dominio total sobre ella, una sinfonía de deseo que se elevaba en la intimidad sofocante que compartían.

Mientras sus cuerpos chocaban con una cadencia salvaje y sincronizada, el sonido húmedo de su unión resonaba por la habitación, amplificando la tensión eléctrica que cargaba el aire a su alrededor. Iván, con los músculos tensos y el rostro oscurecido por una lujuria insaciable, gruñó de satisfacción al ver las marcas de sus dientes floreciendo en la piel suave y cremosa de Seraphina. Las marcas eran un recordatorio físico de la posesión que ejercía sobre ella, una prueba palpable de que la estaba reclamando completamente, no solo en ese momento, sino en cada fibra de su ser.

El aroma de su sudor mezclado con el inconfundible olor almizclado de su excitación inundaba sus sentidos, avivando su deseo con cada respiración. No podía tener suficiente de ella. Cada toque, cada roce de su piel era un detonante de placer y necesidad que lo impulsaba a querer más, a exigir más. Sus manos descendieron por su torso, ahuecando sus senos con rudeza mientras sus dedos pellizcaban y hacían rodar sus pezones endurecidos, arrancando jadeos y gritos de los labios de Seraphina. Su piel parecía arder bajo su toque, cada caricia era como una chispa que encendía una nueva llama dentro de ella.

—No pares… —jadeó Seraphina, su voz entrecortada mientras su cuerpo se tensaba, acercándose peligrosamente al abismo del clímax. Su cuerpo temblaba con cada embestida profunda que Iván le daba, y la presión creciente en su vientre amenazaba con romper cualquier fragmento de autocontrol que le quedaba. Podía sentir cómo el placer se acumulaba dentro de ella, una ola gigantesca que amenazaba con arrastrarla por completo.

Finalmente, el momento llegó. Seraphina sintió cómo el placer comenzaba a construir una tormenta dentro de ella, emanando desde lo más profundo de su cuerpo hasta explotar en una ola abrumadora de éxtasis. Su cuerpo se tensó, sus músculos se contrajeron y un grito agudo y desgarrador escapó de sus labios mientras se entregaba completamente a la liberación, sus paredes internas apretándose ferozmente alrededor del miembro de Iván, provocando una tormenta de sensaciones que los llevó a ambos al borde.

Iván, al sentir cómo las contracciones de Seraphina apretaban su miembro, gruñó de placer primitivo. Sus embestidas se volvieron más rápidas, más intensas, con el único objetivo de llevarlos a ambos al límite simultáneamente. Su cuerpo temblaba con deseo reprimido, sus músculos tensos mientras luchaba por mantener el control. Cada movimiento suyo era calculado, cada embestida diseñada para prolongar el placer, para empujarla más allá de cualquier frontera que hubiera conocido.

—Espera… —gruñó Iván con los dientes apretados, su voz cargada de una lujuria cruda y salvaje mientras trataba de contenerse, saboreando el momento antes de caer juntos en el abismo de placer. Sentía cómo el cuerpo de Seraphina temblaba debajo de él, sus uñas clavándose en su espalda, su cuerpo moviéndose frenéticamente en respuesta a su toque.

En ese instante, el control de Iván se rompió como un hilo estirado más allá de su límite. Su propio clímax lo golpeó como una tormenta, sus movimientos se volvieron erráticos mientras liberaba oleadas de su semilla dentro del ardiente calor de Seraphina. El intenso placer lo envolvió, arrancándole un gruñido bajo de satisfacción mientras su cuerpo temblaba y sus sentidos se apagaban momentáneamente, perdidos en el abrumador éxtasis que los consumía a ambos.

Seraphina, al sentir el clímax de Iván dentro de ella, dejó escapar un grito salvaje de puro éxtasis. Su cuerpo se convulsionó, cada músculo apretándose mientras poderosas oleadas de placer irradiaban desde su centro palpitante. El orgasmo la consumió por completo, despojándola de cualquier rastro de inhibición o restricción, dejándola flotando en una nube de euforia pura. Sus sentidos se nublaron, mareada y desorientada, pero completamente saciada después de la tormenta de placer que acababa de atravesarla.

Cuando finalmente la intensidad comenzó a desvanecerse, Seraphina se desplomó sobre el pecho de Iván, sus respiraciones aún entrecortadas mientras sus cuerpos seguían temblando con los últimos vestigios de placer. Sus corazones latían al unísono, creando un ritmo compartido mientras el silencio de la habitación caía sobre ellos como una manta. Una sonrisa satisfecha se dibujó en los labios de Seraphina mientras lo miraba con ojos nublados por la satisfacción y el afecto.

—Eso fue… increíble —murmuró suavemente, su voz apenas un susurro mientras se acurrucaba más cerca de él. La sensación persistente de plenitud aún envolvía todo su ser, recordándole cada embestida, cada caricia, cada momento de su pasión compartida.

Iván, recuperando lentamente el aliento, la sostuvo con fuerza contra su cuerpo, sintiendo el suave calor de su piel sobre la suya. Le apartó un mechón plateado de la cara con una ternura sorprendente, colocándolo cuidadosamente detrás de su oreja mientras la miraba con una mezcla de adoración y satisfacción. 

—El agua se está enfriando… —susurró Seraphina, su voz teñida de deseo renovado mientras sus labios rozaban su oído—. Vayamos a mi cama… y continuemos.

El susurro seductor de Seraphina contra su oído envió una nueva descarga de deseo a través del cuerpo de Iván. Sin decir una palabra, se levantó lentamente, su mirada fija en ella, sus ojos ardiendo con una promesa no cumplida. La tomó en sus brazos, su cuerpo aún temblando por los ecos de su reciente clímax, y la llevó con cuidado hacia el dormitorio.

Allí, el ambiente se tornó más íntimo, el aire cargado de una mezcla de satisfacción y expectación. La luz tenue de las velas proyectaba sombras ondulantes en las paredes, mientras el suave sonido de sus respiraciones llenaba el espacio. La cama parecía llamarlos, prometiendo una continuación de la danza carnal que apenas habían comenzado.

Iván la miraba desde arriba, observando cada sutil movimiento, cada suave suspiro de Seraphina mientras su cuerpo se adaptaba al calor de la cama y las suaves sábanas que la envolvían como una extensión de su piel. Su respiración aún estaba acelerada por la intensidad de su último encuentro, y sus ojos brillaban con un anhelo que no podía ocultar. Sin embargo, había algo más en la manera en que sus cuerpos se buscaban nuevamente, algo más allá del simple deseo físico. Era como si cada roce de piel, cada mirada compartida, intensificara el vínculo entre ellos, uno que iba más allá de lo meramente carnal.

La forma en que Seraphina arqueaba su espalda y emitía un suave ronroneo de satisfacción mientras lo observaba con ojos llenos de expectación, hizo que la respiración de Iván se volviera más pesada, su pecho subía y bajaba con el peso de la anticipación. Era imposible ignorar la atracción magnética entre ellos, una fuerza que los arrastraba hacia una nueva explosión de placer.

Seraphina, con su cabello rubio plateado desparramado sobre las sábanas, parecía una visión celestial y terrenal al mismo tiempo, una diosa en su altar de deseo. Pero había algo más en ella, algo en su naturaleza que aún parecía virginal y desconocido para él. Ella no era simplemente una mujer acostumbrada a seducir, sino una que estaba descubriendo las profundidades del placer, y eso lo encendía de una manera que no podía explicar. Era la dualidad perfecta de inocencia y lujuria, la tentación encarnada.

Iván se detuvo un momento, admirando cómo sus pechos grandes y firmes subían y bajaban con cada respiración entrecortada. La luz tenue que entraba por la ventana proyectaba sombras sensuales sobre sus curvas, y la imagen era casi demasiado para soportar. No era solo deseo lo que lo impulsaba, sino algo mucho más profundo, algo que no podía nombrar, pero que lo hacía querer reclamarla una y otra vez.

Seraphina, con una sonrisa juguetona y seductora, le hizo un gesto con el dedo, llamándolo hacia ella. —Únete a mí—, susurró, su voz impregnada de una sensualidad que hacía vibrar el aire a su alrededor. El sonido de su invitación envió una descarga eléctrica por la columna de Iván, y sintió un ardor que lo impulsó a moverse sin pensar.

Con cada paso que lo acercaba a ella, la tensión entre ambos aumentaba, como si el aire mismo se cargara de deseo, anticipando lo que estaba por venir. Se inclinó sobre ella, acercando sus labios a los suyos, y cuando sus bocas finalmente se encontraron, fue con una suavidad que contrastaba con la voracidad de su primer encuentro. Sus lenguas se encontraron en un baile lento, explorador, cargado de una promesa de lo que estaba por venir.

Las manos de Iván comenzaron su recorrido nuevamente, pero esta vez lo hizo con una calma deliberada, recorriendo cada centímetro de su cuerpo con una devoción casi reverente. Sus dedos se deslizaron por sus costados, acariciando la suavidad de su piel mientras sus labios se movían de su boca hacia su mandíbula, luego hacia el cuello, dejando pequeños besos ardientes a su paso. Sus manos encontraron el camino hacia sus pechos, donde los tomó con firmeza, amasándolos lentamente, sintiendo el peso de ellos en sus manos mientras sus pulgares rozaban los pezones endurecidos.

Los gemidos suaves de Seraphina llenaban la habitación, y su cuerpo se movía bajo el de él, como si respondiera instintivamente a cada toque, cada caricia. Sus dedos se enredaron en el cabello oscuro de Iván, tirando suavemente de él mientras profundizaban el beso. La sensación de sus manos recorriendo su cuerpo la hacía arder de anticipación, deseando más, rogando por más.

Cuando Iván rompió el beso, sus miradas se encontraron, y la intensidad en los ojos de Seraphina era palpable. —Tómame—, susurró, su voz entrecortada y cargada de una necesidad que iba más allá de las palabras. —Te deseo... ahora—. Su mano se deslizó lentamente hacia abajo, encontrando su miembro erecto, y lo acarició suavemente, haciéndolo gruñir de placer bajo su toque.

La reacción de Iván fue instantánea. Su cuerpo tembló al sentir su toque, y una oleada de lujuria lo atravesó. Tomó su polla en su mano y la llevó hacia su entrada, donde aún quedaban los rastros de su reciente unión, los hilos de su semen mezclados con la humedad de su excitación. Esa visión lo hizo enloquecer, despertando en él una necesidad primitiva, casi animal, de reclamarla de nuevo, de hacerla suya una vez más.

Seraphina, con los ojos entrecerrados de deseo, lo instó con un susurro ronco. —Hazlo...—, su voz era casi inaudible, pero la urgencia en ella era clara. —Lléname de nuevo... quiero sentirte—. 

Sin más advertencia, Iván la penetró con un golpe fuerte y profundo, haciéndola arquearse sobre la cama y dejar escapar un jadeo de pura sorpresa y placer. La fuerza de su embestida la tomó desprevenida, pero fue exactamente lo que ella había estado anhelando. Su cuerpo se tensó alrededor de él, sus paredes internas acomodándose a su tamaño mientras él empujaba más y más adentro.

Seraphina envolvió sus piernas alrededor de la cintura de Iván, atrayéndolo aún más hacia ella, mientras él continuaba con sus embestidas, cada una más profunda y más intensa que la anterior. El sonido de sus cuerpos chocando llenaba la habitación, una sinfonía de placer que resonaba con cada gemido, cada jadeo, cada respiración entrecortada.

—Sí... ¡oh, sí!—, gritó Seraphina, su voz quebrada por el éxtasis que la consumía. Sus manos recorrían la espalda de Iván, arañando su piel, dejando marcas de su pasión mientras él continuaba reclamándola con una fuerza imparable.

Iván gruñía con cada embestida, su cuerpo moviéndose con una ferocidad animal. Sentía cómo su miembro se deslizaba dentro de ella, empujando cada vez más profundo, alcanzando cada rincón de su cuerpo. Cada vez que sus caderas se encontraban, era como si una corriente eléctrica recorriera sus cuerpos, impulsándolos hacia una cima que ambos ansiaban alcanzar.

El ritmo se aceleraba, la intensidad crecía, y con cada segundo que pasaba, el placer se acumulaba, llevándolos al borde del abismo. Seraphina sentía que su cuerpo estaba a punto de estallar, su interior apretándose alrededor de Iván mientras él la llenaba por completo. Sus gritos se hicieron más fuertes, su cuerpo temblaba mientras el orgasmo se construía en su interior, una ola de placer que amenazaba con arrasarla.

Finalmente, el momento llegó. Ambos cuerpos se tensaron, sincronizados en su deseo, mientras el clímax los arrasaba como una tormenta. Iván gruñó de placer cuando sintió cómo las contracciones de Seraphina lo apretaban, llevándolo a su propio orgasmo, liberando una oleada de su semilla dentro de ella.

Iván sintió el calor del cuerpo de Seraphina envolviéndolo como una llamarada incontrolable, cada movimiento de sus piernas, cada suspiro ahogado alimentaba el fuego de su propia lujuria. Sus caderas se movían con una fuerza rítmica, implacable, mientras su polla deslizaba dentro de sus profundidades, cada embestida más intensa que la anterior. El sonido húmedo de sus cuerpos chocando resonaba en la habitación, una sinfonía de puro deseo que envolvía todo a su alrededor. La habitación estaba impregnada de sudor, jadeos y gemidos que se entrelazaban en una danza primitiva.

La firmeza con la que Seraphina lo rodeaba con sus piernas lo impulsaba a seguir con más fuerza, más hambre. Iván apretó las manos alrededor de sus caderas, hundiendo sus dedos en su carne suave con un dominio posesivo que lo marcaba como suyo. —Mía…—, gruñó, su voz apenas un susurro cargado de deseo, posesión y poder. Era una afirmación de su control absoluto sobre ella, no solo en ese momento, sino más allá de esa noche, más allá del simple acto carnal. La reclamaba con cada embestida feroz, con cada mirada cargada de deseo crudo.

Seraphina, al sentir el control absoluto de Iván sobre su cuerpo, no podía evitar gemir de placer. Su espalda se arqueaba involuntariamente, su pecho subía y bajaba con respiraciones entrecortadas mientras su cuerpo respondía instintivamente a cada movimiento agresivo de Iván. —Sí... tuyo...— jadeó entre gemidos, entregándose a esa sensación de ser completamente dominada por él. Esa sensación, lejos de ser opresiva, encendía aún más el fuego en su interior, y sentía que su cuerpo vibraba con el poder de su conexión.

El cuerpo de Seraphina respondía al suyo como una extensión natural, sus movimientos se sincronizaban con los de Iván en una perfecta armonía de deseo. Cada vez que él la penetraba con fuerza, sus paredes internas se apretaban alrededor de su miembro, amplificando las sensaciones. La fricción, el calor, el deseo desenfrenado que crecía entre ambos era casi insoportable, un torbellino de placer que amenazaba con destruirlos.

Iván bajó la cabeza hacia su pecho, capturando su pezón endurecido entre sus labios, succionando con una mezcla de suavidad y hambre feroz. La sensación era intensa, casi demasiado para Seraphina, que dejó escapar un grito ahogado. La dualidad entre el calor húmedo de su boca y la brutalidad con la que la penetraba era una combinación abrumadora. Sus manos se aferraron a los hombros de Iván, arañando su espalda en una desesperación por atraerlo aún más cerca, por fundirse completamente con él.

—¡Oh Dios, sí!—, gritó Seraphina, su voz temblaba con una mezcla de lujuria cruda y puro éxtasis. Sentía que estaba al borde de un abismo, de una sobrecarga sensorial tan intensa que apenas podía soportarlo. La boca de Iván se movía entre su pecho y sus labios, y cada embestida de su cuerpo la arrastraba más cerca de un clímax que prometía devastarla.

Los dedos de Iván comenzaron a deslizarse desde sus caderas, bajando lentamente por su piel sudada, hasta que finalmente llegaron a su clítoris. Al rozarlo, Seraphina jadeó con fuerza, sus piernas temblando mientras su cuerpo entero se tensaba. Sentía cada toque como si fuera un rayo de pura electricidad que recorría sus venas, enviando ondas de placer directamente a su núcleo. El clítoris palpitaba bajo el toque de Iván, quien comenzó a frotarlo en círculos lentos y calculados, aumentando el ritmo a medida que sus embestidas se volvían más rápidas, más salvajes.

El mundo de Seraphina se reducía a esa combinación exquisita de sensaciones: el movimiento rítmico dentro de ella, la presión constante en su clítoris, y el calor abrumador de la boca de Iván recorriendo su cuerpo. —Sí... así...— gimió, su voz entrecortada, cada palabra era una súplica desesperada, una orden silenciosa que Iván obedecía con precisión absoluta.

El sonido de sus cuerpos al chocar, húmedo y rítmico, llenaba el aire junto con sus jadeos. Los músculos de Seraphina se tensaban, sus piernas temblaban de anticipación mientras la familiar sensación de tensión crecía en su interior. Sabía que estaba al borde de otro clímax, uno que sería tan devastador como el anterior, pero Iván no dejaba de torturarla con su habilidad, llevándola al límite sin dejar que cayera completamente.

Iván, con los dientes apretados, podía sentir cómo las paredes de Seraphina se apretaban aún más a su alrededor, casi como si su cuerpo se resistiera a dejarlo ir. —Estás tan jodidamente apretada—, gruñó con una voz cargada de placer primitivo, sabiendo que estaban cerca, tan cerca de ese precipicio.

Sus dedos continuaron su ataque implacable en su clítoris, frotándolo con más rapidez, más presión, mientras sus embestidas se hacían cada vez más profundas, más urgentes. El cuerpo de Seraphina se arqueó una vez más, su espalda elevándose de la cama mientras un grito ahogado escapaba de sus labios. La intensidad del momento la envolvía por completo, empujándola al borde del abismo.

—¡Por favor no pares!—, rogó Seraphina, su voz rota por la necesidad. Sintió que cada fibra de su cuerpo temblaba bajo las implacables embestidas de Iván, su mente nublada por una vorágine de sensaciones que se mezclaban en una tormenta de puro deseo y lujuria desenfrenada. El calor que irradiaba desde sus profundidades era casi insoportable, y cada movimiento de Iván dentro de ella solo intensificaba esa sensación, empujándola cada vez más hacia el borde del abismo. Su respiración se volvió errática, entrecortada, mientras sus manos se aferraban desesperadamente a los hombros de Iván, sus uñas arañando su piel en un intento de acercarlo aún más.

Iván, completamente sumido en el placer de dominar cada centímetro de su cuerpo, sintió la desesperación y la necesidad en cada gemido, en cada súplica que escapaba de los labios de Seraphina. Sus manos grandes y fuertes recorrían su piel con una firmeza posesiva, marcando cada parte de ella como suya mientras la penetraba con renovada intensidad. El ritmo de sus embestidas era frenético, cargado de una urgencia primitiva que lo consumía por completo. El sonido de sus cuerpos chocando llenaba la habitación, resonando como un eco de su deseo compartido.

—¡Córrete para mí! —gruñó Iván entre dientes, su voz baja y cargada de dominio. Sus ojos se clavaron en los de Seraphina, una mezcla de orden y súplica, sabiendo que ambos estaban al borde de una liberación catártica. La sensación de su miembro deslizándose en sus resbaladizas y estrechas profundidades era casi demasiado para soportar, pero Iván se aferraba al control, esperando ese momento en que la llevaría con él a través de esa frontera final.

Seraphina, sintiendo el calor abrasador de su propia excitación acumularse en su vientre, cerró los ojos y se dejó llevar por la incontrolable ola de placer que se avecinaba. Cada embestida, cada toque de Iván la empujaba más cerca, hasta que su cuerpo comenzó a temblar involuntariamente. Sus piernas se tensaron alrededor de la cintura de Iván, tirando de él más cerca, buscando intensificar la conexión entre ambos. —¡Sí, por favor... no pares! —suplicó, su voz casi quebrándose bajo el peso de la necesidad. Cada célula de su cuerpo anhelaba la liberación, la explosión de sensaciones que sentía tan cerca.

Iván, sintiendo el poder que tenía sobre su placer, aceleró el ritmo de sus embestidas, cada una más profunda y más feroz que la anterior. Su respiración era pesada, sus músculos tensos mientras sus manos firmes la agarraban del trasero y la levantaban un poco más, permitiéndole penetrarla con una intensidad aún mayor. El placer que sentía era tan grande que parecía a punto de desbordarse, pero se mantenía firme, sabiendo que ambos estaban a punto de ser consumidos por ese final inevitable.

Seraphina, sintiendo la presión acumulada en su vientre alcanzar su punto máximo, arqueó la espalda en un intento de buscar más contacto, más fricción, más de todo. Sus gemidos se intensificaron, sus manos temblaban mientras se aferraban a Iván como si su vida dependiera de ello. La intensidad del momento la arrastraba con una fuerza incontrolable hacia el borde del clímax, ese abismo de puro éxtasis que la estaba esperando. —¡Me corro! —gritó con fuerza, su voz quebrada y llena de placer. 

Su cuerpo estalló en una serie de espasmos violentos, cada uno más intenso que el anterior. Las contracciones de su orgasmo recorrieron su cuerpo con tal fuerza que la dejaron jadeante, sin aliento, mientras su mente se sumía en una bruma de placer indescriptible. Cada fibra de su ser parecía derretirse bajo el poder de su clímax, y sus paredes internas se apretaron con fuerza alrededor del miembro de Iván, envolviéndolo en un calor tan intenso que lo llevó al borde de la locura.

Iván, sintiendo el violento apretón de las contracciones de Seraphina, no pudo contenerse más. Con un gruñido profundo y gutural, alcanzó su propio clímax, descargando todo su placer en una liberación que lo sacudió hasta el alma. Su cuerpo se tensó, y sus embestidas se volvieron erráticas mientras se vaciaba dentro de ella, sintiendo cómo cada ola de placer lo arrastraba más y más profundo en esa conexión inquebrantable que ambos compartían.

El tiempo pareció detenerse mientras sus cuerpos se convulsionaban juntos en un torbellino de placer abrumador. Seraphina sintió que las ondas de su clímax la inundaban una y otra vez, mientras Iván seguía embistiéndola, aún temblando con las últimas oleadas de su propio orgasmo. Sus respiraciones se entrelazaban en el aire cargado de sudor y deseo, mientras ambos caían lentamente de ese abismo de éxtasis puro.

Finalmente, cuando el último vestigio de placer se desvaneció en sus cuerpos exhaustos, Iván se dejó caer sobre Seraphina, aún jadeante, con su pecho subiendo y bajando rápidamente contra el de ella. Ambos estaban cubiertos de una fina capa de sudor, sus cuerpos entrelazados en una maraña de piernas y brazos que no querían separarse. Los latidos de sus corazones se sincronizaban, golpeando con fuerza, como un recordatorio del placer compartido.

Seraphina, aún con los ojos cerrados y el cuerpo temblando ligeramente por el eco de lo que acababan de compartir, sonrió suavemente. Sus brazos rodearon a Iván con una ternura inesperada, buscando su calor. Se acercó con lentitud a su oído, su aliento cálido acariciando su piel mientras hablaba con un susurro apenas audible.

—Gracias… —murmuró, su voz entrecortada, cargada de una mezcla de alivio y satisfacción.

Iván levantó la cabeza lentamente, sus ojos brillando con una intensidad contenida mientras buscaba el rostro de Seraphina, intentando descifrar lo que ella estaba sintiendo. Antes de que pudiera decir algo más, Seraphina, como si de repente se sintiera vulnerable, se acurrucó contra su pecho, refugiándose en él. La fragilidad en su gesto lo tomó por sorpresa, pero también lo llenó de una extraña ternura que no sabía que podía experimentar.

Con su rostro escondido en el amplio torso de Iván, Seraphina comenzó a hablar, su voz era baja pero clara, como si las palabras hubieran estado atrapadas dentro de ella durante demasiado tiempo, esperando el momento justo para liberarse.

—La fortaleza de Yivanor no es más que un punto intermedio entre Konrot y Lord Well...— comenzó, su tono más serio, susurrando información que había mantenido oculta hasta ese instante. —Me llevaron para presumir, para alardear… pero lo importante son las provisiones, casi todo lo que produce Lindell termina en manos de Well para mantener su ejército. Ese marrano... —Seraphina hizo una pausa, el odio era evidente en su voz—, tiene los mapas de las guaridas del ejército de Konrot escondidos en su solar. No sé mucho sobre esas guaridas, pero he escuchado suficiente. Konrot… es un mercenario. Lo llaman "El Carnicero de Jiāndú". He oído que es famoso en Yuxiang y que uno de los imperios más poderosos de ese continente. Dicen que es buscado allí como criminal de alto rango. Todo esto lo sé porque lo escuché por accidente... pero Konrot tiene más de un millón de soldados. La mayoría son sus hombres, pero también están reforzados por soldados de Stirba y algunas bandas mercenarias contratadas por el Duque Maximiliano.

Iván se quedó en silencio, escuchando atentamente cada palabra que Seraphina pronunciaba. Sabía que esta información era valiosa, era la pieza del rompecabezas que le faltaba para entender la verdadera magnitud de la amenaza. Los ojos de Seraphina permanecían cerrados, como si revivir estos recuerdos le resultara doloroso, pero continuó.

—Maximiliano…—Seraphina vaciló un segundo—, está buscando debilitar o distraer a Zusian para una gran invasión. No sé exactamente cuándo, pero estoy segura de que está relacionado con su matrimonio con una de las hijas del Duque Ebenhart, de Zanzíbar. He escuchado susurros, pero nadie lo menciona abiertamente.

Cuando terminó, el silencio se instaló entre ellos. Seraphina respiraba profundamente, como si cada palabra hubiera drenado su energía. Iván, por su parte, procesaba toda la información. Sabía que lo que ella acababa de revelarle no solo cambiaría el curso de sus planes, sino que también pondría en peligro la vida de Seraphina.

Él se separó suavemente, con movimientos lentos, y comenzó a vestirse. Pero antes de que pudiera ajustarse la túnica, sintió que una mano suave lo detenía. Seraphina lo miraba desde la cama, su expresión había cambiado. Había una mezcla de inseguridad y decisión en sus ojos, como si lo que fuera a decir a continuación fuera tan crucial como lo que acababa de revelar.

—¿Vas a cumplir tu promesa, verdad? —dijo ella, su voz temblando ligeramente de vulnerabilidad.

Iván la miró a los ojos. Sabía lo que ella le pedía. Seraphina había arriesgado su vida al compartir esa información, y ahora, más que nunca, dependía de él. Ella tomó una respiración profunda, su mirada fija en la de Iván.

—Te acabo de decir algo que me puede costar la vida —continuó, con una mezcla de miedo y determinación—. No me importa lo que me pase a mí, pero… Adeline... Adeline y yo… seremos tus concubinas, y tú nos darás protección. Prométemelo. Nos mantendrás a salvo de Well, y tú... lo matarás. Ese cerdo no puede seguir viviendo después de todo lo que ha hecho.

Iván, conmovido por la sinceridad y la preocupación en sus palabras, se acercó a ella y acarició suavemente su mejilla. Su toque era gentil, lleno de promesas no dichas.

—Te lo prometí, ¿no? —dijo Iván con firmeza. — Te protegeré a ti y a Adeline. Y te lo juro, mataré a ese hombre.

Al escuchar sus palabras, Seraphina soltó un suspiro largo, como si un enorme peso se hubiera desvanecido de sus hombros. Por primera vez en mucho tiempo, parecía que confiaba en alguien. Sus ojos se suavizaron, y una débil sonrisa apareció en sus labios, pero aún quedaba algo que necesitaba pedir.

—Puedo... ¿puedo pedirte una última cosa, Iván? —Su voz era suave, casi un susurro.

Iván, intrigado, asintió lentamente. Su mirada se suavizó al ver la vulnerabilidad en los ojos de Seraphina.

—Quédate conmigo —dijo ella, sus palabras eran simples pero llenas de emoción—. Solo hasta que me duerma. Sé que tienes muchas cosas que hacer con toda la información que te he dado, pero… —sus ojos lo suplicaban— se amable conmigo y abrazarme hasta que me duerma. No tardaré mucho; hemos sido muy... muy intensos, así que me siento exhausta.

Iván no dijo nada. En lugar de eso, se deslizó de nuevo a su lado, envolviéndola en sus brazos de manera protectora. Su abrazo era cálido y reconfortante, un refugio en medio del caos. Seraphina se acurrucó en su pecho, sintiendo la seguridad de su presencia. No había necesidad de más palabras.

Mientras Iván la abrazaba, sus respiraciones comenzaron a sincronizarse. Seraphina, aún sumida en la tranquilidad del momento, sintió cómo su cuerpo cedía al cansancio, su mente lentamente deslizándose hacia el sueño. Sus últimos pensamientos antes de caer en un profundo sueño fueron de gratitud, alivio y una tenue esperanza de que las promesas hechas se cumplirían.

Iván permaneció inmóvil, su mirada fija en el techo mientras escuchaba la respiración suave y regular de Seraphina a su lado. Afuera, la oscuridad de la noche envolvía la ciudad, pero dentro de esa habitación, un silencio cargado de decisiones inminentes llenaba el aire. Había mucho que hacer, mucho que preparar. Pero, por ahora, él cumpliría esa última petición. La mantendría a salvo y la haría sentir querida.