Chapter 25 - XXV

Sarah terminó de sacar el vestido de seda y las joyas que le había pedido a Iván, disfrutando del suave roce del material entre sus dedos. Era temprano, y aunque el ambiente en la Rosa de Ébano estaba lleno de actividad desde la noche anterior, el cuarto que compartía con Iván permanecía en silencio. Se permitió una sonrisa al ver cómo Iván seguía dormido profundamente, su rostro relajado y tranquilo. En contraste, ella aún podía sentir el calor de la noche pasada en su cuerpo, y el exceso de la semilla de Iván aún se escurría lentamente de su entrepierna, un recordatorio físico de la intimidad compartida.

Se sentía orgullosa de cómo había guiado a Iván. Aunque aún joven e inexperto, ya comenzaba a transformarse en el hombre que debía ser: el heredero de un poderoso ducado. Sabía que las dudas aún rondaban su mente, pero confiaba en que poco a poco sucumbiría a sus deseos, abrazando su destino como un verdadero señor. Sarah lo había visto en otros hombres; el poder no solo era algo que se heredaba, sino que se aprendía, y ella estaba decidida a moldearlo para que se convirtiera en lo que necesitaba ser.

Desnuda, se dirigió hacia la tina de agua caliente que había pedido que le prepararan antes de que Iván despertara. El vapor se alzaba en volutas mientras se sumergía lentamente en el agua. Cerró los ojos al sentir el calor reconfortante rodear su piel, y dejó escapar un suspiro de satisfacción. Se bañaría y perfumaría, usando los aceites más caros, no solo para mantener la apariencia de una mujer que ahora pertenecía al futuro Duque, sino también para cumplir con su misión.

Sabía que debía conseguir la información que Iván necesitaba. Aunque él no se lo había dicho directamente, Sarah comprendía mejor que nadie cómo funcionaba el mundo de los burdeles. Si Seraphina era la joya del burdel, era probable que tuviera una favorita, alguien en quien confiaba plenamente, tal vez una aprendiz o una prostituta de su círculo más cercano. Esa persona era la clave para acceder a la información que Iván buscaba. 

Mientras se enjabonaba cuidadosamente, recordaba los detalles que había aprendido de los burdeles en su tiempo como trabajadora. En esos lugares, no solo se vendía placer; también se intercambiaban secretos y alianzas. Las mujeres que trabajaban allí no solo eran meros cuerpos al servicio de los deseos de los hombres, sino que muchas veces eran las verdaderas portadoras de poder, controlando a través de favores, susurros y conexiones. Seraphina, la cortesana de la que Iván sospechaba, sin duda tendría una protegida, una confidente que manejara los detalles más oscuros de sus negocios.

Terminó de bañarse, permitiendo que el agua perfumada limpiara cualquier vestigio de la noche anterior. Mientras se secaba, miró su reflejo en el espejo. Los trazos de su pasado seguían ahí, pero ahora, envuelta en joyas y vestidos caros, era una mujer transformada. Se pondría el vestido con el que había soñado, ajustado a sus curvas, adornado con los mejores rubíes y diamantes. Quería deslumbrar, no solo por la apariencia, sino también para asegurarse de que todas las miradas estuvieran sobre ella cuando entrara en el salón donde Seraphina la esperaría.

Sabía que la clave para obtener la información no solo residía en convencer a la protegida de Seraphina de que estaba del lado correcto, sino en ofrecerle algo tangible, algo que cambiara su vida para siempre. Seducirla con promesas de poder era solo el principio. Si esa joven, aprendiz o prostituta de confianza deseaba algo más, como libertad, Sarah estaba dispuesta a ir más allá. Consideraba la posibilidad de que Iván la tomara como amante o concubina, algo que él podría hacer sin mayor dificultad. Después de todo, ahora Sarah tenía suficiente poder para ofrecer tales cosas. Y si lo que buscaba esa mujer era protección, Sarah sabía que también podía otorgarla, en nombre de Iván y del ducado.

Mientras se arreglaba frente al espejo, su mente elaboraba el plan con mayor claridad. Sabía que la confianza no se ganaba solo con palabras; en su mundo, las acciones pesaban mucho más. Y Sarah estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para obtener lo que Iván necesitaba. Al fin y al cabo, su futuro y el de él estaban intrínsecamente entrelazados. Cada decisión que tomaba ahora no solo afectaba su posición personal, sino también el destino del ducado donde ahora tenia una pizca de poder real.

Con el vestido perfectamente ajustado a sus curvas, se miró una última vez en el espejo. Era un vestido diseñado para deslumbrar. Su sensualidad estaba estratégicamente resaltada en cada pliegue de la tela, con cortes que insinuaban lo suficiente para atraer las miradas sin cruzar la línea de lo vulgar. Las joyas brillaban bajo la tenue luz de las velas, reflejando su nuevo estatus y poder. Sarah se permitió una sonrisa, consciente de que cada paso que daba la acercaba más a su objetivo.

Sarah salió de la habitación con una seguridad magnética, el eco de sus tacones resonaba por los pasillos oscuros y silenciosos del burdel, cada paso una declaración de su estatus y poder. Las prostitutas la observaban mientras pasaba, sus ojos llenos de una mezcla de envidia y admiración. Sabían muy bien quién era ella: no solo la amante del futuro Duque, sino una mujer que había sabido convertir su pasado en una herramienta poderosa, ascendiendo en una sociedad que pocas veces ofrecía segundas oportunidades. Sarah había conseguido algo que la mayoría de ellas solo podía soñar.

El salón del burdel se abrió ante ella con su típico ambiente cargado de perfumes dulzones y susurros. Sin embargo, el bullicio habitual parecía haberse suavizado un poco ante su presencia. Las conversaciones murmuradas se fueron apagando gradualmente a medida que Sarah cruzaba las puertas, atrayendo miradas de reojo, no solo de las mujeres, sino también de los pocos hombres que aún ocupaban el lugar. La tensión en el aire era palpable, no por miedo, sino por la autoridad implícita en cada uno de sus movimientos.

Sarah avanzó entre las mesas decoradas con cortinas de terciopelo y velas titilantes, sus ojos buscando algo específico. Y pronto lo encontró: un grupo de cinco mujeres, todas prostitutas, reunidas en torno a una mesa. Se notaba de inmediato que no eran el tipo de mujeres que habrían llamado su atención en otras circunstancias. Eran atractivas, pero de una belleza cruda, vulgar incluso, sin los refinamientos o la elegancia que Sarah había adquirido con el tiempo. No obstante, Sarah no subestimaba el poder de lo común. Sabía que en esos rincones oscuros y subestimados podían encontrarse las claves que necesitaba.

La luz de las velas proyectaba sombras largas y danzantes sobre las paredes del burdel, envolviendo a las mujeres en un halo misterioso mientras Sarah se acercaba a ellas. El grupo la observaba, desconcertado por su presencia. No era común que la amante del futuro duque, una mujer que había logrado ascender de ser una simple prostituta a una figura de poder, decidiera acercarse tan abiertamente a las demás. Las miradas entre las mujeres se cruzaron brevemente, intercambiando silenciosas preguntas y especulaciones.

La primera mujer, alta y delgada, era un espectro etéreo en la penumbra. Su piel pálida reflejaba la luz de las velas, haciendo que pareciera casi fantasmal. El cabello negro como la noche caía recto hasta la mitad de su espalda, creando un contraste dramático con la intensidad de sus ojos oscuros. A pesar de su aspecto frágil, había un aire de desafío y picardía en su mirada, una chispa de rebeldía. Vestía un corsé que realzaba su esbelta figura, aunque sus pechos medianos apenas quedaban expuestos. La falda roja que llevaba tenía un aire agresivo, casi provocativo, como si buscara más impresionar que seducir.

Junto a ella, la segunda mujer, mucho más voluptuosa, irradiaba una confianza distinta. Su blusa ajustada de un profundo azul dejaba poco a la imaginación, destacando sus grandes pechos que se alzaban de forma provocativa. El cabello rizado y rubio enmarcaba su rostro de facciones sensuales, donde sus labios carnosos se curvaban en una sonrisa perpetuamente coqueta. Los ojos azul penetrante la hacían parecer astuta, como si siempre estuviera un paso adelante en cualquier conversación. Su risa ligera y desinhibida mostraba que no se tomaba las cosas demasiado en serio, pero su mirada calculadora dejaba claro que nada escapaba a su atención.

La tercera mujer, con una apariencia más recatada, destacaba por su juventud. Aunque sus pechos eran pequeños, su figura envidiable se veía realzada por sus caderas anchas. Tenía un aire más inocente que las demás, con su cabello castaño recogido en un moño suelto que dejaba escapar algunos mechones desordenados. Sus ojos verdes, llenos de curiosidad, parecían estudiar todo a su alrededor, pero también reflejaban una inquietud palpable, como si no se sintiera del todo cómoda en ese ambiente. Su vestido, más modesto aunque ajustado, resaltaba sus curvas de manera sutil, sin ser abiertamente provocador.

A su lado, la cuarta mujer, de estatura media y piel morena, era una figura de sensualidad exótica. Su cabello ondulado caía en cascada por sus hombros, enmarcando unos ojos almendrados que observaban a Sarah con interés. Vestía una túnica corta que dejaba al descubierto sus largas piernas, adornadas por unos tacones altos que acentuaban su figura. Su sonrisa era cautivadora, pero había una serenidad en sus movimientos, como si cada gesto estuviera cuidadosamente calculado para atraer sin parecer desesperada.

Finalmente, la quinta mujer, con su cabello teñido de un rojo intenso, casi fuego, era la más llamativa del grupo. Sus labios pintados de carmesí eran una declaración audaz de su personalidad. El cuerpo más atlético y tonificado del grupo sugería que su vida no se limitaba solo a la prostitución. Quizá había sido bailarina o alguna vez luchadora, pues sus músculos definidos resaltaban su fuerza. Su mirada desafiante y astuta revelaba una inteligencia fría y calculadora, muy diferente de la coquetería emocional que las otras mujeres parecían exudar.

Cuando Sarah llegó junto a ellas, las miradas sorprendidas que intercambiaron no pasaron desapercibidas. La segunda mujer, la rubia voluptuosa, fue la primera en romper el silencio.

—Oh, Lady Sarah —comenzó con un tono cauteloso, sin saber cómo dirigir la conversación—. ¿Qué desea?

Sarah sonrió, su gesto controlado y calculado. Movió ligeramente una mano, indicando que no era necesario el formalismo.

—Por favor, no me llamen Lady —respondió con dulzura fingida, dejando caer un poco la barrera entre ellas para generar cercanía—. Solo díganme Sarah. No hace mucho yo también era una de ustedes.

El aire en torno al grupo cambió, y la sorpresa inicial se transformó en curiosidad. Las mujeres no esperaban tal familiaridad, y menos de alguien que ahora ostentaba un lugar de privilegio. Sarah, sabiendo que había captado su atención, se dejó caer con gracia en un asiento vacío junto a ellas, su vestido ajustándose perfectamente a sus curvas mientras lo hacía.

—Saben, es emocionante pasar las noches con un noble tan guapo y vigoroso como el que tenemos como heredero —continuó Sarah, con una voz suave y envolvente que parecía acariciar el aire—. Pero últimamente ha estado muy ocupado, y francamente, me aburro. —Hizo una pausa dramática, observando las reacciones de las mujeres—. No puedo evitar sentir nostalgia por... lo que éramos antes. Quizás podamos hablar y divertirnos un poco.

La voluptuosa rubia fue la primera en responder, sonriendo ampliamente, como si la idea de estar en compañía de Sarah alivianara la tensión inicial.

—Claro, Sarah —dijo con una chispa de simpatía—. Justo estábamos hablando de lo extraño que fue anoche. Aunque el burdel estaba lleno de soldados, casi ninguna de nosotras tuvo trabajo. Son bastante aburridos o quizá tacaños, no estoy segura. —Rió, encogiéndose de hombros—. Escuché que nos pagarán por no haber trabajado, pero si alguno de ellos quiere nuestros servicios, tendrá que pagar de su propio bolsillo.

Sarah asintió lentamente, observando con interés las dinámicas del grupo. Sabía que estas mujeres, aunque no eran de su nivel, tenían una percepción profunda de lo que sucedía en los rincones oscuros del burdel, y esa información podría ser invaluable. Mientras jugueteaba con el collar que adornaba su cuello, su mente ya estaba trazando los próximos movimientos.

—Es verdad, los soldados pueden ser muy tacaños —dijo con una ligera risa—. Pero siempre hay trabajo… Muchos de los hombres verdaderamente ansiosos están en el campamento que rodea la ciudad. Quizá deberíais considerarlo.

La primera mujer, la alta y delgada, sonrió con picardía, revelando su lado rebelde.

—Aunque no tener que trabajar también es un lujo —comentó, sus labios curvándose en una sonrisa astuta—. Nos van a pagar sin hacer nada. —Se inclinó un poco hacia Sarah, sus ojos brillando con travesura—. Dime, Sarah, ¿cómo es nuestro heredero en la cama?

Las otras mujeres soltaron risitas nerviosas, pero los ojos de todas estaban fijos en Sarah, esperando una respuesta.

Sarah sonrió con confianza.

—Es muy bueno —dijo con una chispa de orgullo en la voz—. Yo le enseñé todo lo que sabe. Cualquier mujer que esté con él debería agradecerme, porque le enseñé cómo complacer a una mujer. —Su mirada se volvió más traviesa—. Y en cuanto a su tamaño… para su edad, es bastante impresionante.

Las miradas entre las mujeres eran como destellos de curiosidad e interés, una mezcla de asombro y camaradería que no habían sentido antes con Sarah. Ella, consciente del poder que ahora ejercía sobre ellas, se permitió una sonrisa más abierta, casi complaciente. Sabía que las había cautivado, y la clave para mantenerlas bajo su control estaba en una mezcla de cercanía y misterio. La conversación se volvió un campo de juego donde Sarah se movía con destreza, mientras sus palabras se deslizaban entre provocación y complicidad.

La cuarta mujer, con su piel morena que brillaba bajo la luz tenue y un acento exótico del continente del sur, fue la primera en tomar la iniciativa.

—Es un joven guapo —comentó, su tono cargado de insinuación—. No me molestaría hacer un trío contigo, Sarah. Por cierto, me llamo Kalisha. —Una sonrisa pícara se extendió por sus labios, y sus ojos almendrados destellaron con malicia.

Kalisha cruzó las piernas con gracia, dejando que la abertura de su túnica corta revelara un poco más de sus largas piernas. Su postura, relajada y segura, sugería que estaba acostumbrada a usar su cuerpo como una herramienta para manipular las reacciones de quienes la rodeaban. Su insinuación flotaba en el aire como una promesa traviesa, esperando una reacción de Sarah.

Antes de que Sarah pudiera responder, la quinta mujer, con su cabello rojo fuego y una mirada calculadora, observó a Sarah con una mezcla de admiración y envidia. Sus ojos se dirigieron rápidamente a la cadena de oro y rubíes que colgaba del cuello de Sarah, reposando cómodamente sobre sus pechos.

—¿Esas joyas? —preguntó, su voz cargada de curiosidad—. ¿Te las dieron por tus servicios? —Su mirada no se apartaba de la joya, claramente impresionada por su tamaño y valor.

Sarah dejó escapar una ligera risa, entrecerrando los ojos mientras acariciaba la cadena con la punta de sus dedos, consciente de que todas las miradas estaban centradas en ella.

—Este collar, queridas, es un regalo muy especial —comenzó con un tono de misterio—. Aunque sí, hay ciertos servicios que pueden ganarte recompensas como esta… —Hizo una pausa deliberada, dejando que sus palabras colgaran en el aire, alimentando el hambre de las mujeres por detalles más jugosos—. Pero es más que solo eso. Es el símbolo de lo que soy ahora. Mi vida ha cambiado, y con ello, las expectativas de lo que puedo conseguir.

Kalisha sonrió, entrecerrando los ojos con picardía. 

—Quizá no solo se trate de habilidades en la cama, ¿verdad? —dijo en un tono juguetón, sus dedos jugueteando con los bordes de su túnica.

—Exactamente —respondió Sarah, manteniendo el control—. Se trata de saber cuándo hablar y cuándo callar, de saber qué desean los hombres y cómo hacer que lo pidan sin siquiera decir una palabra. Pero claro —su mirada se oscureció levemente, y sus labios se curvaron en una sonrisa llena de significado—, también es importante saber cuándo complacer. Y en eso, queridas, he tenido suficiente práctica.

La atmósfera en la habitación se volvió más íntima, como si el espacio entre las mujeres se hubiera reducido. Sarah sabía que, para mantener su ventaja, debía seguir jugando con la curiosidad de sus acompañantes, pero también sabía que era momento de darles una pequeña dosis de realidad. Decidió cambiar el tema, pero no sin antes dejarles un comentario intrigante.

—Pero no todo es oro y joyas —dijo con suavidad, su mirada volviéndose algo más seria—. El precio de estar cerca del poder no siempre se paga con monedas.

Las mujeres la miraron con interés renovado, como si hubieran sentido un toque de peligro en sus palabras. Sarah se inclinó ligeramente hacia ellas, bajando la voz para crear una atmósfera de confidencialidad.

—He escuchado rumores —susurró—. Se habla de ciertos movimientos en el castillo, de alianzas que se están formando en las sombras. No todos los hombres son lo que parecen, y más de uno de esos nobles que entran aquí podría tener planes mucho más oscuros de lo que imagináis.

La tercera mujer, la más joven del grupo, con sus ojos verdes llenos de curiosidad, se acercó un poco más, ansiosa por conocer más detalles.

—¿Estás diciendo que podría haber peligro? —preguntó, su voz temblando ligeramente.

Sarah asintió lentamente, manteniendo el suspenso.

—El poder siempre atrae el peligro, querida. Y aquellos que piensan que pueden jugar con el destino, a menudo terminan perdiendo más de lo que imaginan.

Kalisha sonrió con astucia, pareciendo disfrutar de la tensión que ahora impregnaba la conversación.

—Entonces, si hay peligro, Sarah, ¿cómo podemos nosotras protegernos? —preguntó, ladeando la cabeza con interés.

Sarah la miró, su sonrisa calculada de nuevo en sus labios.

—El conocimiento es poder. Saber quiénes son los que tienen el control y cómo moverse entre ellos es la clave para mantenerse a salvo. Y, queridas, hay una gran diferencia entre ser una simple pieza en el juego de otro y ser quien mueve las piezas.

La rubia voluptuosa, tras un sorbo de su copa, sonrió con malicia. Sus labios carnosos se curvaron en una sonrisa traviesa, y su mirada chispeó con picardía.

—Pensé que solo íbamos a tener una charla casual —dijo, su tono cargado de insinuación—. Pero parece que te interesan más esos rumores, ¿eh?

Sarah le devolvió la sonrisa, aún más amplia y astuta. Sabía que había capturado su atención por completo, y ahora el ambiente estaba cargado de intriga. Su mirada se movió lentamente hacia las otras mujeres, observando cómo sus expresiones fluctuaban entre la curiosidad y la complicidad.

La primera mujer, alta y delgada, con una picardía innata en sus ojos oscuros, dejó escapar una ligera risa. Su cabello negro y lacio brillaba a la luz de las velas, y su postura despreocupada la hacía parecer inmune al misterio que flotaba en el aire.

—Ah, esos rumores, ¿no? —dijo con una sonrisa llena de intención—. No hay mejor momento para enterarse de todo que cuando un hombre tiene la polla satisfecha y la lengua suelta después de una buena follada.

Sarah rio suavemente, su carcajada baja y seductora, mientras su mano, casi sin esfuerzo, se movió hacia la bolsa de terciopelo que llevaba consigo. En un movimiento casual, dejó caer algunas joyas sobre la mesa. Los diamantes y los metales preciosos brillaron bajo la luz tenue, iluminando los rostros de las cinco mujeres. Las piedras preciosas parecían casi hipnotizarlas, y el tintineo sutil de las joyas al caer creó una atmósfera de expectación.

—Exacto —respondió Sarah con una sonrisa, haciendo que las joyas brillaran con mayor intensidad—. Un hombre que acaba de ser complacido habla demasiado, y una mujer inteligente sabe cómo escuchar. —Sus ojos se movieron de una a una, calibrando sus reacciones, sabiendo que había despertado una codicia que podía usar a su favor.

Las mujeres se inclinaron ligeramente hacia adelante, sus ojos fijos en las joyas. Sarah, al ver su deseo latente, sintió que las tenía bajo su control. Kalisha, la mujer de acento exótico y piel morena, estiró la mano hacia una de las joyas, tocándola con las yemas de sus dedos como si fuera algo sagrado. Sus labios se curvaron en una sonrisa intrigante.

—Nunca había visto una joya así de cerca —murmuró Kalisha—. Y mucho menos en las manos de alguien como tú. ¿Son de él? ¿Del heredero?

—Digamos que estas joyas son recompensas por saber estar en el lugar correcto, con las personas correctas —respondió Sarah, su tono misterioso y seductor—. Pero no son solo para mí. Hay más si saben cómo jugar sus cartas.

Las cinco mujeres intercambiaron miradas, sus mentes trabajando rápidamente para entender qué significaba realmente esa oferta. La tercera mujer, la más joven y nerviosa del grupo, no pudo contener su curiosidad.

—¿Qué debemos hacer? —preguntó, su voz temblando un poco, mientras sus ojos verdes brillaban con una mezcla de deseo y temor—. ¿Cómo podemos… conseguir más?

Sarah observó con astucia cómo las mujeres del burdel comenzaban a procesar su oferta. Sabía que las joyas no solo eran un cebo atractivo, sino una muestra tangible de lo que estaba dispuesta a entregar por un simple nombre. Sus ojos oscuros recorrieron cada rostro, viendo el deseo y la codicia reflejados en sus expresiones.

—Es sencillo —repitió con voz suave pero cargada de autoridad—. Estoy segura de que su gobernante local, o al menos sus hombres de confianza, visitan el burdel más caro de esta ciudad, ¿verdad? —Sarah hizo una pausa, dejando que el silencio enfatizara sus palabras antes de continuar—. Además de solo darme un simple nombre, podrán quedarse con estas "baratijas" —agregó con una sonrisa irónica, señalando las joyas con un leve gesto de su mano.

La mujer de cabello rojo fuego, la más atlética y calculadora del grupo, frunció ligeramente el ceño mientras analizaba la situación. Sus ojos brillaban con una chispa de desafío, pero también con la astucia propia de alguien que había aprendido a sobrevivir en un mundo de engaños y manipulación.

—¿Y nos darás todo eso solo por un nombre? —preguntó, sin rodeos, con una mirada penetrante—. Ese nombre debe ser muy importante para ti.

Sarah sostuvo su mirada con firmeza, sin pestañear. Su tono se volvió más frío y serio, como el filo de una daga afilada.

—Sí, solo necesito ese nombre —respondió con una calma casi letal—. Y no solo el nombre, sino una descripción detallada de la protegida de quien dirige este burdel. —Hizo una pausa, permitiendo que sus palabras se asentaran en la mente de las mujeres—. Si me dan esa información, estas joyas serán suyas. Y si esa información resulta ser valiosa para nuestro generoso heredero, él las recompensará con mucho más. Riqueza, poder, una posición privilegiada, estatus… y sobre todo, protección. —Sarah se inclinó ligeramente hacia adelante, su voz en un susurro conspirador—. Él es el futuro de esta tierra, heredero de una poderosa nación, y yo soy su primera mujer. Lo más importante es que él me escucha. Si me complacen a mí, será como complacerlo a él.

Sarah dejó que las palabras de Kalisha se asentaran en el aire por un momento, observando cómo la joya que la mujer había estado jugando se balanceaba entre sus dedos. Había algo en su mirada, una mezcla de ambición y deseo que Sarah reconocía bien. Kalisha no solo quería acceso a Iván, ella veía una oportunidad para escalar en el intrincado juego de poder que se jugaba tras las sombras del burdel.

—Si esto es real… si realmente podemos obtener más… entonces el nombre que buscas es Adeline —dijo la voluptuosa rubia, tomando un sorbo de su vino y mirando con malicia a las demás—. Es la protegida de Seraphina, una chica bonita con enormes pechos, bastante tímida, pero de una figura que despierta envidia. Tiene esos ojos azules que parecen ver más de lo que uno piensa, y su cabello negro le da un aire misterioso. Aún es virgen, al menos según lo que se dice por aquí. Seraphina la cuida bien, y como protegida de ella, también lo es de Lord Well.

Las otras mujeres asintieron en señal de aprobación, intercambiando miradas rápidas entre ellas. Claramente, el nombre de Adeline no era desconocido, pero hablar de ella abiertamente como lo estaban haciendo ahora, era un gesto de confianza que no tomaban a la ligera.

Sarah disimuló una sonrisa de satisfacción, pero por dentro, ya comenzaba a analizar lo que había obtenido. Adeline, protegida de Seraphina y Lord Well, era una pieza clave. Ahora que tenía un nombre y una descripción, podía empezar a desentrañar la intriga que rodeaba el burdel y sus conexiones con el poder local. Sin embargo, no podía mostrar todo su alivio. Sabía que el juego aún no había terminado, y las mujeres frente a ella tenían más para ofrecer.

Kalisha, la mujer de acento exótico y piel morena, fue la siguiente en hablar. Era evidente que estaba más que dispuesta a seguir adelante con el trato. Su sonrisa maliciosa y la confianza en su postura la delataban.

—Parece que tenemos un trato entonces, Sarah —dijo mientras tomaba otra joya de la mesa y la hacía girar entre sus dedos con un gesto elegante pero lleno de arrogancia—. Escucha, el asistente de ese marrano que gobierna esta ciudad está loco por mí. No es el hombre más discreto, y como parece creer que lo quiero, me cuenta muchas cosas. Cosas que podrían interesarte… pero quiero algo a cambio.

Sarah arqueó una ceja, como si la oferta la hubiera sorprendido, aunque en realidad no lo hacía. Conocía el tipo de poder que Kalisha buscaba, y sabía que podía usar esa ambición en su favor.

—¿Qué quieres, Kalisha? —preguntó, su voz lo suficientemente suave como para parecer una conversación privada, pero lo suficientemente alta para que las otras mujeres la escucharan con claridad.

Kalisha dejó caer la joya en su palma antes de acercarse más a Sarah, su mirada fija y peligrosa.

—Quiero hablar con su gracia personalmente —dijo con un tono de desafío, saboreando cada palabra—. No sé las demás, pero ese joven heredero es jodidamente atractivo. Si me haces llegar a él, podría darte más que simples rumores.

Sarah rió suavemente, pero su mente ya estaba calculando los riesgos y beneficios de lo que Kalisha pedía. Era obvio que la mujer quería más que una simple audiencia con Iván; quería un pedazo de su poder. Kalisha, con su astucia y su acceso a hombres influyentes, podía ser una aliada valiosa, pero también un riesgo si no se manejaba con cuidado.

—Veré qué puedo hacer —respondió Sarah con una sonrisa calculada, su tono cuidadoso pero lleno de promesas veladas—. Si la información que me das vale la pena, te aseguro que tendrás la oportunidad de conocerlo. Pero primero, debes probar que lo que dices es útil.

Kalisha asintió, aparentemente satisfecha con la respuesta, mientras las otras mujeres mantenían un silencio evaluador. Sabían que Sarah no era alguien fácil de engañar, y que cualquier trato que se hiciera tendría que estar bien fundamentado. La tensión en la sala era palpable, un delicado equilibrio entre codicia, desconfianza y la tentación del poder que Sarah ofrecía.

Finalmente, cuando la charla comenzó a disiparse, Sarah se levantó de la mesa, su mirada fija en cada una de las mujeres. Sabía que había obtenido lo que necesitaba, pero también que quedaba trabajo por hacer.

—Recuerden lo que dije —dijo con un tono suave pero firme—. Todo comienza con un nombre. Y ustedes acaban de darme el primero. O y podrian decirme donde se encuentra esa mujer— preguntó antes de irse 

La más joven, la chica de cabello castaño claro y ojos tímidos, fue la primera en romper el silencio. A pesar de su aparente nerviosismo, había una cierta determinación en su voz cuando habló.

—Ella normalmente está en el piso superior del burdel, en una de las habitaciones privadas. —La joven jugueteó con el borde de su vestido, evitando el contacto visual directo—. No suele salir mucho a menos que Seraphina la lleve a algún lugar. Es… muy protegida.

Las otras mujeres asintieron ligeramente, como si confirmaran la información. La mención del piso superior, un lugar reservado para los clientes más selectos y las protegidas más valiosas, no pasó desapercibida para Sarah. Ahora sabía dónde encontrar a Adeline, y con esa información en mano, tenía una pieza más del rompecabezas que tanto ansiaba resolver.

—Perfecto —respondió Sarah, su voz un poco más suave pero con una firmeza implacable—. Eso es justo lo que necesitaba saber.

Kalisha, quien había estado observando a Sarah con una mezcla de curiosidad y envidia, se inclinó ligeramente hacia adelante, su sonrisa aún presente pero cargada de expectativas.

—Sabes, Sarah, este juego no ha hecho más que empezar. —Su tono era insinuante, casi como si estuviera jugando con el fuego—. Espero que cumplas con lo prometido.

Sarah sostuvo la mirada de Kalisha por un segundo más, sin mostrar signos de debilidad. Conocía bien a las mujeres como Kalisha: astutas, ambiciosas, siempre buscando la manera de obtener una ventaja. Pero lo que Kalisha no entendía era que Sarah ya estaba varios pasos por delante.

—No te preocupes, Kalisha —respondió con una sonrisa calculada—. Todo a su debido tiempo.

Se giró hacia la puerta, sus pasos resonando en el suelo de mármol con un eco firme, mientras las joyas en su cuerpo brillaban bajo la luz tenue de las velas, capturando las miradas de todas las presentes. Sentía el peso de las expectativas, la codicia y la desconfianza que la seguían mientras se alejaba, pero eso no la intimidaba; al contrario, la fortalecía. Las miradas de las mujeres del burdel seguían cada uno de sus movimientos, mezclando admiración, codicia y recelo. Sarah sentía esas emociones como un combustible que la fortalecía, una energía que la hacía sentir aún más invencible.

Al dejar atrás el salón principal, los murmullos de las mujeres se desvanecieron, pero el plan en la mente de Sarah se volvía más claro con cada paso. Adeline. Su nombre ahora resonaba en su mente, no como una simple chica protegida, sino como una clave que abriría nuevas puertas en el tablero del poder.

Cuando llegó al pasillo oscuro que conducía al segundo piso del burdel, Sarah levantó una mano ligeramente, y dos legionarios de las sombras, que habían estado esperando discretamente a cierta distancia, se acercaron rápidamente. Eran hombres de élite, leales y entrenados para obedecer sin cuestionar. Sus figuras, vestidas con armaduras oscuras, se movían con la precisión y el sigilo de verdaderos guerreros.

—Escóltenme —ordenó en voz baja, sin necesidad de más palabras.

Los legionarios asintieron y se colocaron a ambos lados de ella, como sombras fieles. Su presencia imponente no pasó desapercibida para los pocos que aún merodeaban por el burdel, quienes rápidamente desviaban la mirada, sabiendo que quienes se encontraban bajo la protección de la nobleza rara vez eran tocados.

Sarah comenzó a subir la escalera de mármol, cada peldaño la acercaba más a su objetivo. Al llegar al segundo piso, el ambiente cambió. Las habitaciones privadas estaban adornadas con cortinas de terciopelo rojo y dorado, y la luz era aún más tenue, casi sensual. Era un espacio reservado para los hombres más poderosos y las mujeres más exclusivas del burdel.

Al avanzar por el pasillo, sus ojos se posaron en una de las sirvientas del burdel, una joven delgada de cabello castaño que portaba una bandeja con copas de vino. Sarah se acercó a ella con pasos decididos.

—Tú —llamó Sarah, sin molestarse en suavizar su tono.

La sirvienta se detuvo en seco, sus manos temblaron ligeramente antes de girarse y hacer una reverencia nerviosa.

—Señora, ¿cómo puedo ayudarla? —preguntó la chica, evitando el contacto visual directo.

—Busco a Adeline, la protegida de Seraphina. —Sarah observó atentamente la reacción de la joven, notando cómo su rostro palidecía al escuchar ese nombre—. Dime, ¿en qué habitación se encuentra?

La joven tragó saliva, claramente incómoda, pero sabía que no tenía opción.

—Está en la última habitación del pasillo, señora —dijo en un susurro, señalando hacia una puerta grande adornada con detalles dorados.

Sarah asintió, satisfecha con la respuesta. Sin perder tiempo, se dirigió hacia la puerta indicada. Mientras caminaba, su mente no dejaba de calcular el siguiente movimiento. Adeline no solo era valiosa por su inocencia, sino por el poder que podía desatar si la jugada correcta se hacía. Un peón a simple vista, pero con el potencial de convertirse en reina.

Al llegar a la puerta, Sarah levantó una mano para detener a sus guardias.

—Esperen aquí —les ordenó, sabiendo que era mejor no levantar demasiadas sospechas.

Con una respiración profunda, empujó la puerta de la habitación privada, encontrándose con un espacio sorprendentemente sobrio en comparación con el resto del burdel. La luz era suave, casi cálida, y Adeline estaba sentada en un sillón junto a la ventana, su silueta resaltada por la luz de la luna que entraba tenuemente.

Adeline era exactamente como la habían descrito: hermosa, con una figura que no le tenia nada que envidiar a ella, su piel era clara. Su cabello negro caía sobre sus hombros, y sus ojos azules reflejaban una mezcla de temor y curiosidad cuando se encontraron con los de Sarah.

—Tú debes ser Adeline —dijo Sarah con una voz calmada, envolviéndola en una amabilidad fingida, cuidadosamente diseñada para parecer genuina. Su tono dulce y cálido parecía invitar a la joven a confiar en ella, aunque sus intenciones eran muy distintas.

Adeline, una chica de ojos grandes y brillantes como el cielo antes de una tormenta, asintió lentamente. Sabía muy bien quién estaba frente a ella. Había escuchado los rumores y visto de lejos la posición que Sarah ocupaba. Estar ante la concubina del heredero era, para ella, algo que no podía comprender del todo. ¿Por qué estaba allí?

Sarah avanzó, acercándose sin dejar de sostenerle la mirada, la tensión en la habitación se podía cortar con un cuchillo. Cada paso que daba hacia la joven hacía que el aire se volviera más denso. Adeline, aunque temblaba por dentro, intentaba mantener una compostura frágil, incapaz de apartar la vista de los ojos de Sarah, como si fueran los de una serpiente hipnotizando a su presa.

—Tengo curiosidad sobre ti, pequeña Adeline —murmuró Sarah, inclinándose lo suficiente para que su aliento rozara la piel de la joven, acercándose peligrosamente a su oído. Su voz era un susurro bajo, cargado de intención, una mezcla de seducción y misterio. Cada palabra goteaba dulzura, pero también envenenaba la mente de la chica.

Adeline parpadeó rápidamente, sintiendo cómo el calor de la cercanía de Sarah la hacía aún más nerviosa. Su respiración, entrecortada y superficial, mostraba claramente su confusión. Las palabras de Sarah se filtraban lentamente en su mente, haciéndola cuestionar las razones detrás de su presencia.

—Di-disculpe mi señora, pe-pero no entiendo... ¿Por qué la concubina del heredero estaría interesada en una hija de un herrero muerto y una mujer del pueblo? —tartamudeó Adeline, sus palabras temblaban como hojas bajo el viento, incapaz de ocultar su temor e incertidumbre.

Los ojos de Sarah brillaron con astucia.

—Oh, querida, tu linaje es irrelevante aquí —respondió, su voz todavía suave pero con una pizca de condescendencia oculta tras cada palabra—. En este mundo, no se trata de dónde vienes, sino de lo que puedes ofrecer... y tú, mi dulce Adeline, tienes algo que muchos desearían.

Adeline frunció ligeramente el ceño, su confusión solo aumentaba, pero Sarah no le dio tiempo para preguntar. La mujer más experimentada dejó que sus dedos acariciaran suavemente la seda del vestido de Adeline, como si ya estuviera reclamándola para algo más grande.

—Tu pureza, tu belleza inmaculada —dijo Sarah, saboreando cada palabra mientras deslizaba su mirada por la figura de Adeline—. Hay poder en la inocencia, especialmente cuando está bajo el control correcto.

Adeline sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. ¿De qué hablaba exactamente Sarah? No podía entenderlo completamente, pero la forma en que la miraba la hacía sentir vulnerable, como si ya no tuviera control sobre su propio destino.

—Pero no temas, pequeña —Sarah inclinó su rostro hacia el de Adeline, tan cerca que sus labios casi rozaban la piel pálida de la chica—. Estoy aquí para asegurarme de que ese poder no se desperdicie.

Adeline no pudo evitar dar un paso atrás, su corazón palpitando más rápido ahora. Se sentía atrapada, como si un depredador la hubiera acorralado en una esquina. Sin embargo, la fuerza y confianza de Sarah, combinadas con la promesa velada en sus palabras, la mantenían inmóvil.

—No soy nadie importante… —susurró Adeline, como si intentara convencerse a sí misma más que a Sarah—. Solo hago lo que me dicen.

Sarah soltó una risa suave, baja, casi musical.

—Precisamente por eso, querida. Precisamente por eso.

Con un movimiento fluido, Sarah se incorporó por completo, dejando que su presencia dominante llenara la habitación. Sabía que había sembrado la duda en Adeline, que la joven comenzaría a cuestionarse su rol.

—Dime, Adeline —continuó Sarah, dando un pequeño paso hacia la ventana para mirar la luna que iluminaba tenuemente el cuarto—. ¿Nunca te has preguntado qué más podrías ser? ¿Nunca has sentido el deseo de algo más allá de estas cuatro paredes? Porque yo veo en ti algo especial… algo que ni tú misma has descubierto aún.

Adeline abrió la boca para responder, pero no pudo encontrar las palabras. El miedo y la fascinación la consumían al mismo tiempo, enredándose en una maraña que no sabía cómo desatar. Había algo oscuro y tentador en las promesas de Sarah, algo que la empujaba hacia el abismo de lo desconocido.

Sarah, consciente del conflicto interno que estaba sembrando, sonrió suavemente antes de continuar.

—Tienes una oportunidad frente a ti —dijo, girándose para mirar directamente a Adeline de nuevo—. Una oportunidad para ser más de lo que jamás imaginaste. Bajo mi protección, podrías ascender, podrías tener poder, riqueza, y sí... incluso amor. Pero primero, debes confiar en mí. Debes dejar que te guíe.

La promesa de Sarah no era solo una oferta. Era una red cuidadosamente tejida para atrapar a Adeline, para moldearla a su conveniencia, y para entregarla a Iván cuando el momento fuera correcto. Pero, por ahora, todo lo que tenía que hacer era sembrar esa pequeña semilla de duda en el corazón de la chica.

—¿Qué dices, Adeline? —preguntó finalmente, su voz tan suave como la seda, pero tan firme como una cadena—. ¿Estás lista para ver hasta dónde puede llevarte tu destino?

—Tendría que dejar a Lady Seraphina, y ella ha sido muy amable conmigo —tartamudeó Adeline, su voz llena de dudas y temores—. Además, no entiendo cómo me ayudaría… ¿Tendré que vender mi cuerpo? —La inseguridad en sus ojos era palpable, y su mirada vagaba como si buscara una salida invisible—. Soy... soy virgen, y soy muy tímida con los hombres...

Su voz se apagó, como si algo profundo y personal estuviera a punto de escapar de sus labios, algo que claramente no había compartido con nadie. Justo lo que Sarah quería. Los secretos que la joven guardaba eran la llave para abrir nuevas puertas, y Sarah estaba dispuesta a usarlos a su favor.

Con una sonrisa suave, casi maternal, Sarah se acercó de nuevo a Adeline, sus ojos escrutando cada gesto de la chica. La cercanía entre ellas se hizo más íntima, casi conspiradora, y el aura dominante de Sarah envolvía a la joven como una sombra que la engullía lentamente.

—Oh, querida... —comenzó Sarah en un tono dulce pero con una ligera insinuación de manipulación—. Nadie te está pidiendo que te conviertas en algo que no eres. No estoy aquí para robarte tu pureza o tu inocencia. De hecho, tu virginidad es una de tus mayores fortalezas. —Sarah ladeó la cabeza, dejando que sus palabras resonaran un poco más—. Los hombres poderosos valoran lo que no pueden tener fácilmente, y tú, mi dulce Adeline, eres exactamente eso. Un tesoro... uno que podría abrir muchas puertas.

Adeline la miraba con los ojos abiertos de par en par, claramente atrapada entre el miedo y la tentación. La promesa de poder y control, aunque vaga, empezaba a hacer eco en su mente.

—¿Lady Seraphina te ha cuidado? —preguntó Sarah, alzando una ceja de forma sutil—. Tal vez, pero... ¿cuánto más tiempo seguirás siendo su protegida? —Sus palabras eran como un veneno dulce—. Ella también tiene un precio, Adeline. Todos en este lugar lo tienen. Pero yo te ofrezco algo que ella no puede: control sobre tu destino.

Adeline bajó la mirada al suelo, su mente luchando contra los pensamientos que Sarah había plantado. Sabía que Sarah tenía razón, aunque no quería admitirlo. Seraphina era poderosa, pero ¿qué le deparaba el futuro bajo su protección? ¿Seguiría siendo una pieza más en los juegos de otros, o podría ser algo más?

Sarah, consciente del conflicto interno en la joven, decidió darle el golpe final.

—No tendrás que vender tu cuerpo, querida. —Levantó una mano y acarició con delicadeza la mejilla de Adeline, su toque era frío pero reconfortante al mismo tiempo—. Solo tienes que aprender a jugar este juego a tu favor. Los hombres buscan poder, y el poder está en quienes saben manejar sus deseos, no en quienes los satisfacen. Si juegas bien tus cartas, podrías estar en una posición envidiable. Yo te enseñaré a cómo hacerlo.

Adeline, aún temblando levemente, levantó lentamente la vista, como si intentara medir el alcance de lo que Sarah le ofrecía. La joven tragó saliva y, con un titubeo en su voz, confesó algo más profundo.

—Es que... hay algo más... —susurró Adeline, su voz apenas un murmullo, mientras comenzaba a temblar, como si una tormenta interior estuviera a punto de desatarse—. Le debo mucho a lady Seraphina, y no puedo dejarla ahora... solo... ella... —Se interrumpió bruscamente, desviando la mirada, como si temiera que las palabras pudieran desatar un peligro más grande del que ya enfrentaba.

Sarah sintió un leve estremecimiento en su interior, un destello de satisfacción recorriendo su ser. Este era el momento que había esperado, el secreto que haría a Adeline aún más vulnerable, más moldeable a sus propósitos. En lugar de ir ganando su confianza poco a poco, decidió que era el momento de presionarla hasta el punto de quiebre.

—Adeline... —susurró Sarah, su voz suave y envolvente, acercándose lentamente hasta que sus labios estuvieron a apenas unos centímetros de la oreja de la joven. Se sentó junto a ella en el borde de la cama, tomando su mano con una delicadeza que parecía casi artificial, como si temiera romper algo frágil—. Perdóname si fui muy agresiva antes. Solo que... cuando te vi, recordé a alguien muy importante para mí, alguien a quien no pude ayudar... —Mintió, añadiendo un aire de vulnerabilidad a sus palabras. Sabía que esto era lo que Adeline necesitaba oír para bajar sus defensas—. Eres la viva imagen de ella... excepto por tu hermoso cabello y esos ojos llenos de miedo.

Adeline alzó la vista tímidamente, y Sarah pudo notar el temblor en sus labios. El engaño estaba surtiendo efecto. Ahora era cuestión de tiempo antes de que ella cayera completamente bajo su control.

—No tienes que tener miedo —continuó Sarah, con una voz más firme, pero cálida—. ¿Qué es lo que te asusta tanto? ¿Por qué te cuesta tanto hablar? —Se retiró un poco para observar su rostro, una sonrisa tranquilizadora adornando sus labios—. Confía en mí. Yo te protegeré, y a lady Seraphina también. Soy la mujer del hombre más poderoso de esta región. Bajo mi protección, nadie osará hacerte daño. Ni a ti ni a tu lady Seraphina. Pero si no me dices qué está pasando, no sabré cómo ayudarte.

Dejó que las palabras resonaran en el aire, viendo cómo Adeline luchaba internamente, sus pensamientos mezclándose entre la desesperación y la duda. Sarah no apartó su mirada, envolviendo a la joven con una sensación de seguridad falsa, manipulando cada uno de sus movimientos.

—Piensa en el futuro que podrías tener —añadió Sarah, su tono ahora más seductor—. Un futuro en el que todo puede mejorar, si tan solo me das una pista... lo que sea. Prometo ayudarte, a ti y a ella. —Hizo una pausa para observar cómo sus palabras hacían mella en la resistencia de Adeline—. Sé que aprecias a Seraphina, pero no podrás protegerla sola.

Adeline respiró hondo, luchando contra las lágrimas que ya se acumulaban en sus ojos. El peso de sus miedos comenzaba a aplastarla. Pero al mismo tiempo, algo en su mirada cambió. Ya no había solo temor; una pequeña chispa de esperanza brillaba. La posibilidad de que su pesadilla terminara comenzó a abrirse paso en su mente.

—Pero... ¿cómo sé que puedo confiar en usted? —preguntó finalmente, con un hilo de voz que, aunque aún inseguro, era más firme que antes.

Sarah sonrió suavemente, una calidez calculada iluminando su rostro.

—Querida... —dijo en un tono bajo, casi hipnótico—. No tienes que confiar en mí, solo creer que te ayudaré. ¿Por qué una mujer en mi posición te mentiría? —Su tono era delicado, pero al mismo tiempo imperioso, como si el poder que ostentaba fuera irrefutable—. Tengo el oído del heredero, un hombre capaz de llamar a legiones enteras con una sola palabra. Bajo nuestra protección, nadie se atrevería a tocarte.

Esas palabras fueron el golpe final. Adeline, rota por la tensión acumulada, dejó caer las defensas que aún la protegían. Las lágrimas que tanto había contenido comenzaron a fluir, y sin poder controlarse, se arrojó en los brazos de Sarah, aferrándose a ella como una niña pequeña en busca de consuelo.

—Nos tiene amenazadas... —murmuró entre sollozos, su voz quebrada, temblando de miedo—. A lady Seraphina y a mí... Ese maldito gordo que gobierna en esta ciudad está obsesionado con ella... —Las palabras salían atropelladas, como si temiera que cada una de ellas pudiera desencadenar algo peor—. Siempre la rechaza, le da excusas para conservar su... su virginidad. Le pide cosas imposibles... —Adeline respiraba con dificultad, su cuerpo temblaba mientras recordaba los detalles—. Pero cometimos un error... ella le dijo que cuando se hiciera con su propio territorio, sería suya. Y ahora... ¡él se lo tomó en serio!

Sarah escuchaba atentamente, permitiendo que Adeline se desahogara mientras en su mente trazaba nuevos planes.

—Lord Well... —susurró Adeline, su voz quebrada por el miedo—. Aprovechó sus conexiones con el ducado de Stirba y el resentimiento de el duque Maximiliano. Y ese hombre... ese monstruo... Konrot. Él y su ejército de locos asesinos... ¡Están aquí! Lord Well ha empezado a llevar a Lady Seraphina a reuniones con ellos, como si fuera su premio... Aun no la ha forzado, pero... —la voz de Adeline se fue apagando, mientras su respiración se volvía más irregular—. Tengo miedo de que se canse de sus evasivas y... abuse de ella.

El terror en los ojos de Adeline era innegable, casi tangible. Cada palabra que pronunciaba revelaba el caos emocional que estaba soportando, como si con cada sílaba su miedo se materializara ante ellas. Sus manos temblaban, aferrándose a Sarah, buscando consuelo, y su cuerpo temblaba incontrolablemente.

Sarah la abrazó con más firmeza, no solo para tranquilizarla, sino para sentir el poder que estaba comenzando a tener sobre ella. La joven estaba rota, vulnerable, y ahora completamente bajo su control. Cada sollozo de Adeline la hundía más en la espiral de dependencia que Sarah había creado.

—Nos pueden hacer algo peor que la muerte... —terminó Adeline, su voz apenas un susurro mientras el miedo se materializaba en su cuerpo. Sus piernas parecían no soportarla más, y su temblor se intensificó. A pesar de estar en los brazos de Sarah, parecía estar al borde del colapso.

Sarah, sintiendo la vulnerabilidad de la joven, la sostuvo con más firmeza, envolviéndola en un abrazo protector, aunque su verdadera intención era todo lo contrario. La presa había caído en su trampa, y ahora no había vuelta atrás.

—Shhh... tranquila, Adeline —murmuró Sarah suavemente, acariciando el cabello de la joven con delicadeza, como lo haría una madre calmando a su hija asustada—. No dejaré que nada de eso ocurra. Estás a salvo ahora. Estoy aquí. —Su voz era tan suave y seductora que Adeline, en su desesperación, quería creer en cada palabra.

Adeline alzó la mirada, sus ojos llenos de lágrimas, buscando algún indicio de esperanza en el rostro de Sarah.

—Nos vas a ayudar, ¿verdad? —preguntó con un hilo de voz—. Lady Seraphina es una buena mujer... Puede ser egocéntrica y narcisista, sí, pero no es mala. No merece esto... —Sus ojos mostraban una mezcla de súplica y miedo. Aunque Lady Seraphina tuviera sus defectos, para Adeline, era alguien que la había protegido.

Sarah miró a la joven con una sonrisa cálida, perfectamente calculada. Sabía que ahora tenía la oportunidad de explotar esta situación a su favor, de usar la información que Adeline le proporcionaba para fortalecer su propia posición.

—Por supuesto que voy a ayudarlas —respondió con suavidad, apretando un poco más el abrazo—. Nadie merece lo que ese monstruo de Konrot podría hacer. —Hizo una pausa para que sus palabras se asentaran, y luego añadió—: Pero necesito más detalles, Adeline. Necesito saber exactamente qué ha estado pasando, dónde se han reunido, qué tipo de planes tienen. Solo así podré garantizar que tanto tú como Lady Seraphina estén a salvo.

Adeline tragó saliva, su mente parecía estar luchando entre el miedo y la confianza que Sarah le ofrecía. Sabía que compartir más detalles podría ponerla en peligro, pero también comprendía que esta era su única salida.

—Se... se reúnen en una vieja fortaleza al norte de la ciudad... —murmuró finalmente, su voz temblando con cada palabra—. La fortaleza de Ylvanor, está abandonada desde hace años, pero Lord Well la usa para sus tratos con Konrot y sus hombres. He oído que se están preparando para algo grande... No sé qué, pero Lady Seraphina lo sabe. Lo siente.

Sarah inclinó la cabeza ligeramente, procesando la información con atención. Ylvanor. Ese nombre le resultaba vagamente familiar. La fortaleza había sido una de las muchas construcciones olvidadas a lo largo del reino, pero si Lord Well y Konrot la estaban utilizando, debía haber algo más en juego.

—Esto es muy importante, Adeline —dijo Sarah con tono tranquilizador, aunque su mente ya estaba trabajando en cómo utilizar esta información—. Haré lo necesario para mantenerlas a salvo, pero debes estar preparada para lo que viene. Las cosas podrían volverse peligrosas muy pronto, pero prometo que haré todo lo que esté en mi poder para protegerlas a ambas.

Adeline asintió lentamente, todavía aferrada a Sarah. Aunque el miedo seguía presente en sus ojos, ahora había una pequeña chispa de esperanza, una creencia, aunque frágil, de que Sarah podría ser su salvadora.

—Confío en ti... —murmuró Adeline—. Solo por favor, no nos dejes solas.

Sarah esbozó una sonrisa tranquilizadora mientras su mente trabajaba a toda velocidad. Ya no era solo Adeline la que estaba bajo su control, sino también Lady Seraphina, y con eso, una pieza clave en el juego de poder que se avecinaba. Sabía que la información sobre Konrot, Lord Well y la fortaleza de Ylvanor podía ser vital para sus propios intereses y para consolidar su influencia.

—No las dejaré solas —repitió Sarah con suavidad, antes de levantarse lentamente—. Pero ahora debo irme. Voy a asegurarme de que estén a salvo, y pronto vendré por ustedes. Mantén esto en secreto, Adeline. No hables con nadie, ni siquiera con Lady Seraphina. Por ahora, es mejor que ella no lo sepa.

Adeline asintió, aún demasiado frágil y atemorizada para cuestionar la instrucción de Sarah. La joven, envuelta en su miedo, se dejó llevar por la aparente seguridad que Sarah le ofrecía. Mientras tanto, Sarah se giró con elegancia, caminando con paso firme hacia la puerta. Cada movimiento calculado, cada gesto perfectamente ejecutado. Sabía que había ganado, y la satisfacción que esto le producía era innegable.

Mientras avanzaba por los pasillos, su mente trabajaba con frialdad. Sinceramente, pensó que sería más difícil, pero resultó que todo lo que necesitaba era encontrar a la gente adecuada: los codiciosos y los vulnerables. Esa era la clave. Los que buscan poder y los que necesitan protección son los más fáciles de manipular. Y Adeline, con su mezcla de ingenuidad y temor, se había entregado sin ofrecer apenas resistencia.

Al salir de la habitación, Sarah llamó discretamente a uno de los legionarios de las sombras que estaban apostados en el pasillo. Este hombre, de aspecto sombrío y mirada penetrante, era perfecto para la tarea que tenía en mente.

—Mantén vigilada a la chica —ordenó con voz baja, casi en un susurro—. No la pierdas de vista, pero no dejes que se sienta observada. Es por su protección más que por sospecha.

El legionario asintió sin hacer preguntas, desapareciendo en las sombras del corredor. Adeline estaría bajo vigilancia constante, aunque ella jamás lo sabría.

Después de asegurarse de que todo estaba en orden, Sarah se dirigió hacia la planta baja. Sus pasos resonaban con calma en los pasillos de la mansión, mientras su mente seguía procesando la información que había obtenido. «Lord Well, Konrot, y la fortaleza de Ylvanor...» Todo aquello podría ser crucial para Iván, pero también para ella. El poder de la información era inmenso, y Sarah sabía cómo usarlo a su favor.

Cuando llegó al vestíbulo, uno de los sirvientes le informó que Iván se encontraba fuera del castillo, en las afueras de la ciudad, junto a los comandantes de la legión y los comandantes de los legionarios de las sombras.

Sin perder más tiempo, Sarah salió del edificio y tomó un carruaje que la llevaría a las afueras de la ciudad. Al llegar a las afueras de la ciudad, el ambiente militar era palpable. El sonido de los cascos de los caballos, el retumbar de las botas sobre el terreno y los murmullos de las órdenes militares resonaban en el aire. Sarah descendió del carruaje con elegancia, su presencia atrajo miradas. Incluso en un entorno tan austero y militarizado, su figura destacaba.

Sarah observaba con atención a los legionarios que pasaban cerca, esperando una oportunidad. Le pidió a uno de ellos, con una sonrisa calculada, que le mostrara el camino hacia la carpa donde se llevaba a cabo la reunión militar. Aunque sabía que era la primera concubina de Iván, no tenía el suficiente poder ni autoridad para entrar libremente a una discusión de ese tipo sin previa invitación. La vida de una concubina, aunque llena de lujos, tenía sus límites, y la política militar estaba más allá de ellos.

Tras un corto intercambio de palabras, uno de los legionarios de las sombras salió de la carpa, con su armadura negra y movimientos ágiles. La miró con frialdad antes de asentir, indicándole que podía entrar. Sarah lo siguió sin más demora, su corazón acelerándose ligeramente por la mezcla de curiosidad y anticipación.

Cuando cruzó la entrada de la carpa, sus ojos se posaron en Iván. A pesar de su juventud, su presencia era imponente. Estaba rodeado por sus comandantes, hombres endurecidos por la guerra, pero aún así era Iván quien dominaba la sala. Sarah reconoció inmediatamente a Zandric, uno de los dos comandantes de los legionarios de las sombras, con su rostro severo y su postura inflexible. Ulfric estaba a su lado, con su característica sonrisa sarcástica, siempre a punto de soltar un comentario mordaz. A los pocos hombres que conocía les añadió rostros nuevos. Uno de ellos era un hombre de cabello rubio, grande e imponente, aunque no tanto como los demás en la sala. Sus ojos, aunque penetrantes, revelaban una mente aguda. Otro hombre, corpulento y con una apariencia intimidante, se encontraba al fondo. Por su complexión y postura, Sarah supuso que debía ser Rokot, el comandante que había escuchado nombrar en conversaciones anteriores.

Con elegancia, Sarah inclinó ligeramente la cabeza.

—Su gracia —dijo, con una voz calmada pero llena de respeto—. Necesito hablar con usted en privado. Es sobre lo que me pidió anoche.

Iván la observó un momento, comprendiendo rápidamente la naturaleza de su mensaje. Sin decir más, asintió y dirigió su atención a los hombres a su alrededor.

—Vuelvo en un momento —dijo con voz firme, pero tranquila—. Sobre las legiones cercanas, hagan que los hombres descansen y se preparen para marchar. Aún no sabemos hacia dónde, pero pronto comenzaremos la cacería.

Los comandantes asintieron, cada uno con su propia reacción ante las órdenes. Ulfric hizo un gesto burlón, Zandric mantuvo su rostro impasible, y el resto de los hombres intercambiaron miradas silenciosas. Sin embargo, todos sabían que cuando Iván hablaba, se hacía lo que él decía sin cuestionamientos.

Iván y Sarah salieron de la gran carpa juntos, sus pasos resonando en el campamento mientras se dirigían hacia una carpa más pequeña, situada en el borde del área militar. Al entrar, Sarah notó que el lugar estaba lleno de armas: flechas, virotes, armas de repuesto y escudos, organizados meticulosamente. Parecía más un almacén de suministros que un lugar para una conversación privada, pero serviría para lo que necesitaban discutir.

—He hablado con las mujeres del burdel —comenzó Sarah, su tono bajo pero seguro, consciente de la importancia de lo que estaba a punto de revelar—. Lo que me han contado no es solo preocupante, Iván. Es alarmante. Lord Well ha estado reuniéndose con Konrot y su ejército. Al parecer, están siendo financiados por el ducado de Stirba. Están tramando algo grande, y han convertido la fortaleza de Ylvanor en su base de operaciones.

Iván frunció el ceño ante la mención de la fortaleza de Ylvanor. Hacía mucho tiempo que no se hablaba de ese lugar, una construcción antigua, casi olvidada, pero en una área vital y importante estratégica en la parte mas al oeste del norte.

Sarah continuó sin darle tiempo a reaccionar.

—Hablé con la protegida de Seraphina, Adeline. Me contó que Lord Well lleva a Seraphina a estas reuniones como si fuera un trofeo. Además, hay otra mujer, una que es contratada por uno de los hombres más cercanos a Lord Well. Ella dice que solo hablará contigo directamente. No le importa nada más, quiere ganarse tu favor... y está dispuesta a lo que sea. Si me dejas manejar la situación, puedo convertirla en una aliada útil.

Iván la miró fijamente, procesando la información con rapidez. Su mente corría mientras consideraba todas las posibilidades. Si Konrot y Lord Well estaban usando la fortaleza de Ylvanor, eso solo podía significar que estaban preparando una ofensiva, posiblemente con el apoyo del ducado de Stirba. El peligro era claro y el tiempo apremiaba.

—¿Y Seraphina? —preguntó Iván, sin apartar la vista de Sarah.

—Utiliza la información que te he dado para sacarle todo lo que sabes que guarda. Seraphina es manipuladora, pero está en una posición delicada. Lord Well está obsesionado con ella, y si esto sigue, la tomará por la fuerza. No es solo una cuestión política, Iván. Es personal.

El rostro de Iván se endureció al escuchar las palabras de Sarah. Su postura, ya firme, se volvió casi rígida. No podía permitir que Konrot y Lord Well siguieran adelante con sus planes. Pero más allá de la política y la guerra, había un nivel de crueldad que él no toleraría.

—Gracias, Sarah —dijo finalmente, su tono suave mientras levantaba una mano para acariciar el rostro de ella.

Sarah, sin apartar la mirada de él, tomó su mano suavemente y la presionó contra su mejilla.

—De nada, mi señor —dijo con un tono seductor, aunque sus ojos brillaban con ambición—. Pero... quiero una recompensa por esto, una bonita. No sé... un vestido nuevo, tal vez lencería fina, más joyas... o tal vez... un día entero contigo, en la cama. Sorpréndeme, mi amor.

Iván esbozó una ligera sonrisa ante la petición de Sarah. Sabía que ella era más astuta de lo que dejaba ver, siempre buscando algo más allá del poder inmediato. Pero también sabía que, en ese momento, había sido una pieza clave para desentrañar parte de la trama que amenazaba su reino.

—Te sorprenderé, Sarah —murmuró Iván antes de apartarse, con una mirada que prometía tanto poder como deseo.