Llegar a Lindell no fue tan tardado como se esperaba. De la jornada completa que habían previsto, llegaron en menos de medio día, gracias a la marcha forzada que habían mantenido desde antes del amanecer. Los legionarios, acostumbrados a la disciplina estricta, no se quejaron. Simplemente marcharon con firmeza, como se les había ordenado.
A medida que avanzaban, los caminos se volvían más empinados y difíciles de transitar. El norte del ducado de Zusian era conocido por su terreno rocoso y montañoso, un desafío constante para la caballería y los carros que transportaban suministros. Sin embargo, los hombres y los caballos avanzaban sin descanso, superando las dificultades con una eficiencia que hablaba de su experiencia en la guerra.
Cuando finalmente divisaron la aldea de Lindell, Iván se dio cuenta de que el lugar era mucho más imponente de lo que había imaginado. A simple vista, Lindell parecía más una pequeña ciudad que una aldea común. Las fortificaciones que rodeaban la aldea eran impresionantes, destacando en el paisaje montañoso. Los muros de piedra, que se erigían firmemente sobre el terreno irregular, eran altos y robustos, sugiriendo que habían sido reforzados con el tiempo. No estaba seguro de si estos muros ya existían antes de las recientes reformas militares, pero era evidente que habían sido diseñados para resistir un asedio prolongado.
Los muros, construidos con bloques de piedra gris oscuro, mostraban señales de desgaste por el paso de los años, pero aún así transmitían una sensación de fuerza y resistencia. Cada bloque parecía haber sido cortado con precisión para encajar perfectamente con los demás, formando una barrera casi impenetrable. Las torres de vigilancia, situadas a intervalos regulares a lo largo de las murallas, estaban equipadas con almenas desde donde los arqueros podrían defender la aldea en caso de ataque. Desde las torres más altas, se podían ver centinelas vigilantes, observando cualquier movimiento en el horizonte con una mezcla de atención y sospecha.
Sin embargo, lo que más llamó la atención de Iván y de sus hombres fue la ausencia de estandartes del ducado de Zusian en las murallas de Lindell. Era algo que no pasó desapercibido para nadie. En un lugar que debía mostrar con orgullo su lealtad a la casa Erenford, no había ninguna señal visible de tal alianza. La advertencia de Lord Gareth de que los habitantes de esta región aún se sentían más afines al ducado de Stirba y a la casa Marsdale ahora resonaba con más fuerza en la mente de Iván.
El único estandarte que vieron estaba lejos de las murallas, clavado en el suelo a las afueras de la aldea. Era una visión desalentadora: una lanza de menos de metro y medio de altura, maltrecha y cubierta de tierra, ondeaba un estandarte sucio y desgarrado por el viento. El paño, que alguna vez debió mostrar con orgullo los colores y el escudo de la casa Erenford, ahora era poco más que un trapo descolorido, sin ningún tipo de mantenimiento digno. Parecía una representación visual de la indiferencia o incluso el desprecio que los habitantes de Lindell sentían hacia sus supuestos señores.
Varkath parecía uno de los más indignados. A través de la rendija de su yelmo negro cerrado, sus ojos parecían arder con una furia contenida. Sin decir una palabra, entregó su alabarda a uno de los legionarios de las sombras que comandaba, y avanzó hacia la lanza con el estandarte maltratado. Con un gesto decidido, desenterró la lanza de la tierra y, con sorprendente delicadeza, retiró el estandarte descuidado. Pese a su apariencia ruda, envolvió la tela ajada con un cuidado casi reverente antes de regresar a su posición junto a Iván, al lado izquierdo. Iván observó la escena en silencio, pero en su mente resonaba el simbolismo del gesto de Varkath. Sin más demora, ordenó reanudar la marcha hacia la entrada de Lindell.
Los rumores sobre la insatisfacción y la resistencia silenciosa de esta región hacia el dominio de los Erenford ahora parecían más que simples habladurías. La preocupación creció en el pecho de Iván, mientras consideraba las implicaciones de esta deslealtad latente. Si Lindell, con sus defensas y su gente, no estaba del todo alineada con el ducado de Zusian, podría convertirse en un verdadero problema durante la campaña.
A medida que se acercaban a las puertas de la aldea, Iván dirigió una última mirada a los imponentes muros de piedra. Las fortificaciones, aunque impresionantes, no lograban ocultar la tensión palpable en el aire. Las puertas de la aldea, construidas de madera maciza reforzada con hierro, estaban abiertas, pero su estado reflejaba tanto el desgaste del tiempo como una cierta falta de mantenimiento, como si la aldea se resistiera a mostrar su mejor cara ante los visitantes. Los goznes de hierro que sujetaban las puertas rechinaban suavemente con el viento, y el rastrillo, también de hierro forjado, estaba levantado, pero cubierto de óxido en algunas partes, una señal de que no se había usado ni cuidado adecuadamente en un buen tiempo.
La enorme hueste de 880,000 legionarios comenzó a inundar Lindell, sus pasos resonando contra las piedras del camino y reverberando entre las murallas de la aldea. Iván observó con atención a los centinelas de hierro que custodiaban la entrada. De inmediato, notó algo extraño: los que se suponía debían ser centinelas de hierro no llevaban el equipo característico. Aunque vestían las capas distintivas, no se veía el motivo del lobo dorado ni los detalles del ducado en su indumentaria. En lugar de los grandes yelmos cónicos que se esperaban, estos hombres llevaban yelmos calotas, más simples y menos imponentes. En lugar de cotas de malla, usaban armaduras de escamas, y en lugar de pecheras, portaban corazas que, si bien eran más útiles para la movilidad, no se ajustaban a la imagen tradicional de los centinelas de hierro. Incluso las lanzas habían sido reemplazadas por bisarmas, y sus escudos eran rectangulares en lugar de circulares, lo que les daba una apariencia mucho más cercana a los guardias rojos de Stirba.
Estos supuestos centinelas observaban a los legionarios con recelo. Algunos los miraban con abierta hostilidad, sus ojos brillando con una furia apenas contenida que parecía desvanecerse solo cuando algún legionario les devolvía la mirada, una mirada aún más asesina y cargada de una sed de sangre que amenazaba con desbordarse. El ambiente era tenso, y la desconfianza mutua se palpaba en el aire como una tormenta a punto de estallar.
Los habitantes de Lindell no eran diferentes. A medida que los legionarios avanzaban por las calles de la aldea, Iván notó las miradas que les dirigían. Los más viejos los miraban con un odio y desagrado apenas disimulado, sus rostros arrugados marcados por años de resentimiento. Los jóvenes, en cambio, los observaban con una mezcla de curiosidad y temor, como si no supieran si debían admirar o temer a los guerreros que ahora marchaban por sus calles.
Iván se mantuvo estoico, su rostro una máscara impenetrable, pero en su interior, la preocupación seguía creciendo como una sombra oscura. Sabía que la situación en Lindell era delicada, y que cualquier paso en falso podría desencadenar un conflicto innecesario. Cada vez que los cascos de Eclipse y de los demás jinetes que lo acompañaban resonaban contra el empedrado del camino, sentía el peso de la responsabilidad aplastándolo un poco más. La mirada vigilante en los ojos de sus hombres, la tensión palpable en el aire y la actitud recelosa de los lugareños le dejaban claro que Lindell no sería un lugar fácil de someter.
La aldea, con sus muros de piedra robusta y el ambiente cargado de hostilidad, ofrecía pocas señales de bienvenida. Las calles estaban desiertas, salvo por algunas figuras que se asomaban cautelosamente desde las sombras de las casas de piedra. Iván percibía los murmullos y miradas furtivas desde las ventanas y las esquinas, como si la presencia de sus tropas fuera más una amenaza que una protección. El aire estaba cargado de una quietud ominosa, interrumpida solo por el crujido de la madera vieja bajo el peso de los legionarios y el murmullo apagado de conversaciones que cesaban al paso de los soldados.
Pronto llegaron a la fortaleza de Lindell, que al igual que la aldea, parecía un desafío a la expectativa. No era una simple fortaleza; el edificio, aunque compacto, tenía la dignidad y la presencia de un castillo en toda regla. Las murallas estaban construidas con piedra oscura y resistente, formando un perímetro sólido que daba la impresión de haber resistido siglos de batallas. Las torres, aunque no tan altas como las de un gran castillo, tenían un diseño robusto, con almenas lo suficientemente amplias para permitir que los arqueros se movieran con facilidad. Los muros, en su mayoría cubiertos de enredaderas, mostraban en algunas partes las cicatrices de antiguos asedios, como recordatorios mudos de un pasado lleno de conflictos.
El portón de entrada, una estructura imponente de madera reforzada con hierro, estaba flanqueado por dos torres cilíndricas que se alzaban como guardianes vigilantes. Aunque los estandartes ondeaban lánguidamente al viento, su estado desgastado y sucio era un testimonio del abandono que sentían hacia su nuevo señor. Los detalles del ducado de Zusian apenas se distinguían en la tela ajada, un símbolo del desdén que los habitantes de Lindell sentían hacia sus supuestos gobernantes.
Los legionarios de las sombras y los jinetes pesados de élite de las legiones del Duque avanzaron, liderados por Varkath y Zandric, los capitanes de los legionarios de las sombras. Todos ellos ondeaban con orgullo el estandarte del lobo dorado en un campo negro con detalles rojos, un símbolo de poder que demandaba respeto. Iván los observó mientras tomaban posiciones, aun montado en Eclipse. Junto a él, Ulfric observaba la escena con ojos críticos, analizando cada detalle con la precisión de un veterano de muchas campañas. La tensión en su rostro reflejaba la gravedad de la situación, y su mano descansaba cerca de la empuñadura de su espada, preparado para cualquier eventualidad.
A medida que se acercaban al castillo, Iván no pudo evitar notar la ausencia de cualquier tipo de recepción. En contraste con las ciudades y pueblos donde solía ser recibido con honores, aquí no había nadie para darles la bienvenida, ni siquiera el mayordomo del gobernante local. Aunque a él personalmente no le molestaba, comprendía que era una clara falta de respeto. Aquella omisión, más que una simple descortesía, era un mensaje sutil pero potente: los gobernantes de Lindell no lo reconocían como su señor, al menos no en el corazón.
La infantería de las legiones comenzó a inundar el castillo, llenando cada rincón con su presencia imponente. Los centinelas de hierro que permanecían en la fortaleza fueron despachados bruscamente, con solo una mirada de los legionarios. Supuso que Rokot y Maric, los comandantes de las dos legiones del duque, habían dado la orden de establecer el control absoluto. Iván, aún montado en Eclipse, observó todo con una calma calculada antes de desmontar con la ayuda de algunos soldados.
Junto a Ulfric y algunos de los legionarios de las sombras, Iván se dirigió al gran salón del castillo. El interior era oscuro y frío, con la luz del día apenas penetrando por las estrechas ventanas. Los gruesos muros de piedra absorbían el sonido, haciendo que sus pasos resonaran de manera ominosa en el vasto espacio vacío. El gran salón, aunque imponente, estaba desprovisto de la actividad habitual que solía acompañar la llegada de un gobernador. Ni cortesanos ni los centinelas de hierro selectos; solo el eco de sus pasos y el murmullo lejano de los legionarios que comenzaban a ocupar el edificio.
El salón estaba decorado con tapices antiguos, algunos descoloridos por el tiempo, que representaban escenas de batallas y deidades olvidadas. La chimenea, aunque vasta y bien tallada, estaba apagada, añadiendo una sensación de frío y desolación al ambiente. En el centro del salón, una larga mesa de madera maciza se extendía, vacía salvo por unas pocas velas apagadas y copas de vino abandonadas, señales de una reciente reunión que terminó abruptamente.
Iván avanzó hasta la cabecera de la mesa, donde una silla de respaldo alto y tallado en forma de dragón lo esperaba, vacía. La ausencia de un anfitrión, y la soledad del lugar, eran más que una declaración de desafío; era una prueba de su autoridad y su capacidad para dominar una región que, claramente, aún no lo aceptaba como su líder.
Ulfric, siempre atento a los detalles, observó las copas abandonadas sobre la larga mesa de madera maciza. Se acercó a una de ellas, pasando un dedo por el borde antes de levantarla y oler el contenido. La copa estaba fría al tacto, como si el vino hubiese sido servido hace poco pero no lo suficiente para haber perdido su aroma.
—Vino de Stirba —murmuró, apenas lo suficiente para que Iván lo escuchara.
Aunque fue un gesto pequeño, la implicación era enorme. Para Iván, eso confirmó sus sospechas: la lealtad de Lindell aún se inclinaba hacia Stirba y los Marsdale. Este sería un desafío más complicado de lo que había anticipado.
Iván sintió una tensión creciente en el ambiente, como si cada piedra de ese castillo oscuro estuviera impregnada de años de desconfianza y resentimiento. El silencio en el gran salón era casi opresivo, roto únicamente por el eco distante de los pasos de los soldados que continuaban tomando el control del castillo. De repente, el ruido de unas puertas al fondo del salón, detrás de la mesa principal, interrumpió ese silencio inquietante.
Las puertas se abrieron lentamente, revelando la figura de un hombre corpulento, de apariencia desagradable y andares torpes. Vestía ropas finas, inapropiadas para lo que se suponía era un simple gobernador de una villa remota. Su túnica, de un rico terciopelo rojo, estaba adornada con bordados de oro, y su cuello y dedos estaban cargados de joyas. Los anillos en sus manos, incrustados con diamantes y otras piedras preciosas, parecían demasiado ostentosos, casi ridículos. Era un hombre que claramente disfrutaba del lujo, quizás en exceso. Acompañándolo, un centenar de hombres entraron en el salón, todos con armaduras rojas que reflejaban la luz tenue de las velas. Sus movimientos eran sincronizados, disciplinados, pero había algo en su presencia que resultaba inquietante. No llevaban las marcas de los Centinelas de Hierro ni de los hombres de Stirba, sino que parecían una mezcla de mercenarios y soldados locales, adaptados a las circunstancias.
Iván notó cómo sus legionarios reaccionaban de inmediato, poniéndose en guardia. Sus alabardas fueron empuñadas con firmeza, los ojos de los legionarios del Duque observando cada movimiento de los recién llegados con desconfianza. La tensión en el aire se volvió palpable, como si en cualquier momento una chispa pudiera desatar el caos.
El hombre gordo se detuvo a pocos metros de Iván y se inclinó torpemente, una reverencia más mecánica que sincera, imitada por sus hombres detrás de él. Su aliento olía a vino y especias, y su rostro sudoroso brillaba a la luz de las antorchas. Había algo en su apariencia que a Iván le resultaba instantáneamente repulsivo, aunque no podía precisar qué era. No era solo su aspecto, aunque ciertamente no ayudaba. Había algo más, algo en la manera en que su sonrisa no llegaba a sus ojos, en la forma en que su voz se arrastraba como una serpiente venenosa.
—Su gracia —dijo el hombre con una voz que resonó como un gruñido, arrastrando las palabras de manera desagradable—. Perdón por tan descortés bienvenida. Soy Lord Well, gobernador de Lindell. Un gusto, y sea bienvenido a nuestra humilde villa.
Iván sintió un rechazo visceral hacia ese hombre. Algo en él hacía que su piel se erizara. No era la primera vez que se encontraba con un noble corrupto o un señor local que no estaba a la altura de su título, pero había algo en Lord Well que le provocaba una repulsión más profunda, algo que iba más allá de la simple apariencia o el mal gusto. Tal vez era la combinación de su desmedida ostentación en medio de un lugar que claramente no compartía su riqueza, o tal vez era la forma en que había tardado en recibirlo, como si no lo considerara digno de su atención inmediata.
Mientras los sirvientes entraban apresuradamente al salón, comenzando a retirar los platos y copas abandonadas, Iván mantuvo su compostura, aunque por dentro sus pensamientos eran una tormenta. Observó a los hombres de Lord Well, buscando cualquier signo de amenaza o insubordinación. Aunque estaban aparentemente tranquilos, había una rigidez en sus movimientos, una tensión que delataba su nerviosismo.
—Lord Well —respondió Iván con una voz fría y controlada, inclinando levemente la cabeza en reconocimiento—. Agradezco su... hospitalidad —hizo una pausa deliberada, dejando que la palabra colgara en el aire, cargada de significado—. Espero que podamos discutir de inmediato los asuntos que nos han traído a Lindell.
Iván sabía que no podía mostrar debilidad ni dejar que ese hombre pensara que tenía alguna ventaja. Sus palabras eran medidas, calculadas para transmitir autoridad sin necesidad de levantar la voz. A su lado, Ulfric permanecía en silencio, pero Iván podía sentir la tensión en él, listo para actuar si la situación lo requería.
Lord Well asintió con una sonrisa que no alcanzó sus ojos, y giró su voluminoso cuerpo hacia la gran mesa, señalando con una mano enguantada en seda para que Iván tomara asiento.
—Por supuesto, su gracia. Todo lo que necesite, Lindell está a su disposición.
Iván caminó con paso firme hacia la mesa central del gran salón, sintiendo el peso de las miradas que lo seguían con cada paso. El ambiente en la sala era denso, cargado de tensiones no dichas y expectativas contenidas. Mientras tomaba asiento en la silla destinada para él, su mente seguía trabajando, analizando cada detalle. Sabía que ganar el control de Lindell no sería tarea fácil, y aunque la confianza en sí mismo no lo abandonaba, una sombra de duda se cernió sobre él.
El rechoncho Lord Well levantó una mano enguantada y, con un gesto despreocupado, hizo una seña a los sirvientes. Como obedientes sombras, los temblorosos criados entraron al salón, portando bandejas de plata con bebidas y copas igualmente ornamentadas. Las copas de plata reflejaban la luz de las antorchas, destellando con un brillo que parecía fuera de lugar en aquel ambiente tenso. Los sirvientes se movieron rápidamente, sirviendo la bebida a cada uno de los presentes. Sin embargo, los legionarios del Duque y los legionarios de las sombras permanecieron de pie, rígidos como estatuas, sin siquiera considerar tomar asiento o probar las bebidas que les ofrecían. Incluso Ulfric, quien en otras circunstancias habría disfrutado de un buen trago, rechazó cortésmente la copa que un sirviente le ofreció, manteniendo su mirada fija en Lord Well, como un depredador que observa a su presa.
Iván tomó una decisión similar. Levantó una mano para detener al sirviente que se acercaba con la bebida, dejando la copa de plata en la bandeja sin tocarla. Su gesto fue firme, transmitiendo una clara señal de desconfianza. Iván sabía que, en un lugar como este, la prudencia era la mejor aliada.
—Seré directo, Lord Well —dijo Iván, su voz resonando con autoridad en el salón, el eco de sus palabras rebotando en las paredes de piedra—. He venido aquí por los bandidos que han estado asolando la región del oeste del norte. Quiero saber por qué esos bandidos han estado atacando casi todas las aldeas y grandes villas de la zona, y, sin embargo, Lindell ha permanecido intocada. No creo en la casualidad, así que, Lord Well, espero una explicación convincente.
El rostro de Lord Well permaneció inmutable ante las palabras de Iván. No hubo un rastro de nerviosismo o tensión en su expresión; en cambio, su semblante era el de alguien que ya había anticipado esta confrontación. Llevó su mano regordeta a la copa de oro que tenía frente a él y la levantó con parsimonia, tomando un sorbo largo antes de hablar.
—No lo sé, su gracia —respondió Lord Well, con una voz calmada que apenas se esforzaba en mostrar preocupación—. Estoy tan sorprendido y preocupado como usted. He oído los horribles relatos sobre esos sucios bandidos, y le aseguro que me inquietan profundamente. Incluso he tenido que reducir el comercio en Lindell por su culpa. Pero ahora que usted, nuestro valeroso heredero, ha llegado, estoy seguro de que encontrará la manera de ayudarnos.
Iván observó a Lord Well con una mirada penetrante, buscando cualquier indicio de falsedad en sus palabras o en sus gestos. Pero el hombre gordo parecía estar en control, su actitud relajada y casi despectiva dejaba claro que no temía una confrontación directa. El desprecio que Iván sentía por él creció un poco más. No solo por su evidente falta de respeto, sino por la arrogancia con la que se presentaba, como si estuviera seguro de que ningún daño podría alcanzarlo. Era obvio que Lord Well no temía a los bandidos, ni a las consecuencias de su aparente alianza con ellos.
Mientras Lord Well continuaba con su monólogo, Iván captó un leve temblor en los ojos del hombre, un detalle sutil pero revelador que no pasó desapercibido para su aguda percepción. Era apenas perceptible, una señal mínima de nerviosismo, pero suficiente para confirmar sus sospechas de que algo más se escondía bajo la superficie de la cordialidad fingida de Lord Well. Iván, sin perder un segundo, hizo una señal discreta con la cabeza a Ulfric, quien inmediatamente comprendió que algo no estaba bien. La atmósfera en la sala, ya tensa, parecía cargarse aún más, como si algo estuviera a punto de desvelarse.
—Le agradezco su confianza, Lord Well —dijo Iván, su voz resonando con un tono calmado y neutral, mientras sus ojos seguían analizando cada rincón de la sala, buscando cualquier signo que confirmara sus sospechas—. Pero como comprenderá, no puedo basar mis decisiones en simples palabras. Necesito hechos concretos. Y si esos bandidos han evitado atacar Lindell, necesito saber por qué. Porque si alguien aquí les ha dado refugio o protección, le aseguro que no habrá piedad para ellos.
Iván hizo una breve pausa, permitiendo que sus palabras calaran hondo. Luego, adoptando un tono aparentemente casual, añadió:
—Y aunque pueda parecer un detalle menor, he oído hablar de una cortesana en Lindell, famosa por ser la más bella del norte. No suelo dejarme llevar por rumores, pero no puedo evitar preguntarme si, tal vez, esa dama tenga algo que ver con la aparente inmunidad de Lindell frente a los bandidos. Podría usted indicarme en cuál de los burdeles vive esta mujer?
La reacción de Lord Well fue inmediata, aunque sutil. Sus labios, que hasta entonces habían mantenido una sonrisa forzada, temblaron apenas, y un tic involuntario apareció en la comisura de su boca. Sus ojos, que hasta ese momento habían estado cuidadosamente controlados, mostraron una chispa de furia mal contenida. Iván había tocado un nervio, y lo sabía. La mención de la mujer, lejos de ser un comentario trivial, parecía haber desatado algo en Lord Well, una molestia que no logró disimular.
—Claro, su gracia —respondió Lord Well, intentando mantener su voz calmada, pero con un matiz de irritación que era imposible de ocultar—. Pero no preferiría descansar primero? Estoy seguro de que su viaje ha sido agotador, y ya he preparado habitaciones para usted y su imponente ejército. Sería un honor hospedarle aquí en Lindell.
La falsa amabilidad en la voz de Lord Well era evidente, un intento torpe de desviar la conversación hacia un terreno más seguro. Pero Iván no estaba dispuesto a ceder terreno.
—Agradezco su cortesía, mi señor, pero aunque muchos de mis hombres se quedarán como invitados en su castillo, yo descansaré en otro lugar —respondió Iván con una sonrisa amable, perfectamente fingida—. Y mis hombres elegirán sus propios lugares de descanso, así que por favor, devuelva ese espacio a sus hombres. Ahora, ¿podría decirme el nombre del burdel donde se encuentra esta cortesana?
Iván mantuvo su tono afable, pero la firmeza en sus palabras dejaba claro que no aceptaría evasivas. Lord Well, atrapado entre la furia y la necesidad de mantener las apariencias, asintió con rigidez, comprendiendo que no tenía otra opción que cumplir con la petición de Iván.
El hombre gordo inhaló profundamente, como si intentara contener la furia que burbujeaba bajo la superficie. Su rostro, enrojecido por el esfuerzo de mantener la compostura, revelaba que Iván había tocado un tema delicado.
—Esa cortesana reside en el mejor burdel de Lindell, conocido como "La Rosa de Ébano" —dijo, su voz cargada de un resentimiento apenas disimulado—. Es el diamante de Lindell, su gracia. Tan codiciada es su belleza que incluso su virginidad ha sido objeto de disputa entre los comerciantes más ricos. Hasta ahora, ninguno de ellos, ni siquiera los gobernantes de otros pueblos y ciudades, ha podido tenerla. Puede aceptarlo verla, pero le aconsejaría no tocarla... por su bien, por supuesto. Al fin y al cabo, es una mujer del pueblo llano, no una dama que deba hacerle perder el tiempo.
Las palabras de Lord Well estaban impregnadas de una mezcla de advertencia y celos apenas contenidos. Había algo en esa mujer que claramente le importaba mucho más de lo que dejaba entrever. ¿Era por el deseo que sentía hacia ella, o tal vez había algo más, algún secreto que ella guardaba y que él temía que Iván pudiera descubrir? Iván no se dejó engañar por las palabras del hombre; su instinto le decía que había más en juego de lo que parecía.
Iván inclinó levemente la cabeza, aceptando la respuesta sin comprometerse. Sus ojos se encontraron con los de Lord Well por un instante, suficiente para que ambos comprendieran que la situación estaba lejos de ser tan simple como una visita a un burdel.
—Agradezco su consejo, Lord Well —respondió Iván, su voz firme pero educada—. Pero como bien sabe, no soy hombre que se deje guiar por rumores o advertencias veladas. La visitaré, como lo he dicho.
Sin más palabras, Iván hizo un gesto a Ulfric y a la mitad de los legionarios de las sombras que lo habían acompañado. Sin perder tiempo, abandonaron el gran salón, sus pasos resonando con un eco solemne en la vasta estancia. Lord Well los observó marcharse con una mezcla de frustración y nerviosismo.
Fuera del salón, Iván y sus hombres se dirigieron al patio, donde sus caballos aguardaban, las monturas resplandeciendo bajo la tenue luz del día que se colaba entre las nubes grises. Eclipse resopló suavemente cuando su amo se acercó. Iván acarició el cuello del animal antes de montar con la agilidad de alguien acostumbrado a las largas jornadas en la silla.
—Algo no está bien aquí, Ulfric —murmuró Iván mientras sus hombres se preparaban para partir—. Ese hombre oculta algo, y estoy decidido a descubrir qué es.
Ulfric, que montaba junto a él, asintió en silencio. Sus ojos, entrenados para detectar las más mínimas señales de peligro, también habían captado la tensión latente en Lord Well.
—Estoy de acuerdo, mi señor —respondió, su tono grave—. Y esa cortesana... podría ser la clave. Si él la protege con tanto celo, puede que ella tenga más respuestas de las que imaginamos.
Iván mantuvo la mirada fija en el horizonte mientras la silueta del burdel se dibujaba con más claridad entre las edificaciones de Lindell. Las construcciónes, aunque ostentosa, carecía del esplendor y la opulencia de Vardenholme, pero aún así, emanaba un aire de decadente lujo. Sabía que esa noche no sería fácil, que cada paso que daba lo acercaba más a los oscuros secretos que Lindell ocultaba, pero estaba decidido a desentrañarlos, comenzando con la mujer que había despertado tantas pasiones y recelos.
Espoleó a Eclipse, y sus hombres, en formación cerrada, lo siguieron. Eran como una manada de bestias, moviéndose en la penumbra con la gracia letal de cazadores al acecho. La ciudad parecía sostener la respiración a su paso, las calles, normalmente bulliciosas, estaban casi desiertas, como si sus habitantes sintieran la tensión en el aire.
Cuando llegaron al burdel, lo que encontraron fue un edificio que, aunque elegante, no podía compararse con los grandes palacios de placer de Vardenholme en especial de el "Diamante Negro". La fachada estaba adornada con intrincados detalles de hierro forjado, faroles dorados iluminaban la entrada, arrojando una luz cálida y tentadora sobre la puerta principal, invitando a los visitantes a sumergirse en los placeres que prometía el interior.
Iván desmontó de Eclipse con la gracia y la firmeza, dejando que sus hombres aseguraran la entrada mientras él avanzaba hacia el burdel. Las puertas se abrieron con un suave crujido, revelando un vestíbulo lujosamente decorado. Paredes tapizadas en terciopelo rojo, candelabros de cristal que colgaban del techo, y un suelo de mármol negro pulido que reflejaba la luz como un espejo. El aire estaba cargado con el aroma embriagador de incienso y perfume, una mezcla diseñada para desarmar los sentidos.
En la recepción, una mujer atractiva lo esperaba. Era una figura impresionante, con pechos grandes y firmes que parecían desafiar la gravedad bajo un vestido ajustado en rojo y negro. Su cabello negro estaba recogido en una media cola de caballo, con algunos mechones sueltos que enmarcaban sus delicadas facciones. Sus ojos grises, fríos pero intrigantes, se encontraron con los de Iván, y una sonrisa coqueta curvó sus labios carmesí.
—Su gracia —dijo con una voz suave y sensual, que parecía deslizarse por el aire como un susurro seductor—. Es un honor recibirlo en nuestro humilde establecimiento. ¿Ha venido por alguna de nuestras damas, o tal vez hay algo más que desee?
Iván no respondió de inmediato, dejando que el peso de su presencia y el silencio que lo acompañaba hicieran su trabajo. Observó a la mujer con la calma calculada de un guerrero acostumbrado a leer más allá de las palabras. Cada gesto, cada cambio sutil en su postura, le decía más de lo que ella probablemente pretendía.
—He oído hablar de una mujer —respondió finalmente, con una voz que era un reflejo de su poder contenido—. Una joya rara, incluso entre las bellezas que adornan este lugar. He venido a verla.
La mujer en la recepción alzó una ceja con un interés renovado, claramente consciente de a quién se refería Iván. La mención de esa mujer, de la joya que todos codiciaban pero que nadie podía poseer, había despertado una chispa de algo en sus ojos grises, tal vez admiración, tal vez envidia.
—La dama a la que se refiere es nuestra más preciada posesión —dijo, sus palabras cuidadosamente medidas—. Es una visión que muy pocos han tenido el privilegio de contemplar. Pero... por supuesto, para usted, su gracia, haré una excepción. Sígame, por favor.
Con un movimiento elegante, la mujer se giró, su vestido rojo ondeando a su paso como una llama que se desliza por el suelo de mármol. Iván la siguió, sus pasos resonando en el vestíbulo mientras avanzaban por un pasillo flanqueado por cortinas de terciopelo y estatuas de mármol que observaban en silencio. Sus hombres quedaron atrás, en la entrada, vigilando con la misma quietud imponente con la que habían llegado.
Mientras caminaban, Iván podía sentir la atmósfera cambiar. El aire se volvía más denso, más cargado de expectativa. Las paredes parecían cerrar el espacio, y el silencio se volvía pesado, roto solo por el suave eco de sus pasos. Era como si el burdel mismo estuviera conteniendo la respiración, a la espera de lo que estaba por revelarse.
Finalmente, llegaron a una puerta doble de madera oscura, decorada con intrincados grabados de flores y enredaderas. La mujer se detuvo frente a ella, girándose para enfrentar a Iván una vez más.
—La dama está al otro lado, su gracia —dijo, su voz ahora un poco más baja, casi reverente—. Le pido que recuerde nuestras normas, aunque... sé que no son necesarias para alguien de su estatura.
Iván asintió ligeramente, una señal de que había comprendido, aunque la mujer no podía ver la tormenta de pensamientos que cruzaba su mente. La puerta se abrió lentamente, revelando una habitación bañada en una luz suave y dorada, donde el aire era aún más pesado, cargado con la promesa de secretos ocultos y deseos insatisfechos.
Con un último vistazo a la mujer que lo había guiado, Iván cruzó el umbral, adentrándose en la habitación que parecía contener todos los secretos que Lindell tenía para ofrecer. El aire dentro era pesado, impregnado con un aroma dulzón, casi narcótico, que parecía envolverlo en un manto de misterio y tentación. La luz era tenue, filtrada a través de cortinas doradas que cubrían las ventanas, proyectando sombras largas y sinuosas que bailaban al ritmo de las velas que ardían en candelabros de bronce.
La habitación era opulenta, decorada con un gusto exquisito, cada detalle cuidadosamente seleccionado para evocar un aire de decadencia y lujo. Las paredes estaban cubiertas con tapices de seda, representando escenas de antiguas leyendas, donde héroes y dioses se entrelazaban en un combate eterno. Unas alfombras persas, ricamente tejidas, cubrían el suelo, amortiguando el sonido de sus pasos mientras avanzaba hacia el corazón de la estancia. En el centro de la habitación, sobre una plataforma elevada, se encontraba una cama de madera oscura, sus cuatro postes adornados con tallas intrincadas de criaturas mitológicas, serpientes entrelazadas y dragones alados. Un dosel de brocado fino caía desde lo alto, creando una especie de santuario privado que solo insinuaba la presencia de quien lo ocupaba.
Iván apenas había dado un paso más cuando notó un movimiento detrás del brocado. La figura que se movía en la cama lo hizo con una gracia felina, como un depredador que acecha a su presa. La tela ondeó suavemente antes de apartarse, revelando a una mujer que, en efecto, era tan hermosa como se decía, pero con una malicia juguetona en su expresión que lo hizo sentir una punzada de alerta.
Ella se levantó lentamente, como si disfrutara del efecto que cada movimiento suyo tenía sobre él. Su andar era sinuoso, casi hipnótico, y cada paso que daba parecía calculado para provocar una reacción, para mantenerlo en ese estado de incertidumbre entre el deseo y el peligro.
La mujer, que no debía tener más de veintitantos años, era un espectáculo en sí misma. Su belleza era innegable, pero había algo más en ella, algo que trascendía su apariencia física. Tenía el cabello largo, rubio platino, que caía en ondas suaves hasta su cintura. Sus ojos eran de un azul helado, brillando con una astucia que dejaba claro que no era una simple cortesana. Sus labios, carnosos y de un rojo profundo, se curvaron en una sonrisa que era a la vez tentadora y peligrosa.
Llevaba tan poca ropa que apenas se distinguía de la piel perfecta que cubría. Unos finos velos estratégicamente colocados ocultaban lo mínimo, dejando al descubierto su abdomen plano, su cintura estrecha y sus caderas voluptuosas. Sus pechos, grandes y firmes, estaban apenas cubiertos por un delicado encaje que parecía más un adorno que una prenda de vestir. La piel de la mujer era de una blancura inmaculada, suave y sin imperfecciones, como si nunca hubiera sido tocada por el sol. Había una fragilidad en su apariencia, una feminidad que contrastaba con la seguridad y control que emanaba en cada gesto.
Ella avanzó hacia él con la suavidad de un gato, y cada paso suyo parecía resonar en el aire cargado de la habitación. Iván no pudo evitar sentir que él era el ratón en este juego, pero no un ratón aterrorizado, sino uno cauteloso, consciente del peligro y de la atracción que lo rodeaba.
—¿Su gracia? —susurró la mujer, su voz era un susurro seductor que parecía deslizarse hasta él como una caricia invisible—. Es un honor finalmente conocer al hombre del que tanto se habla.
Iván la observó con detenimiento, permitiéndose una pausa antes de responder. Sabía que cualquier palabra que pronunciara sería usada en su contra en este juego de poder y seducción.
Respondió, manteniendo su tono neutral, aunque sus ojos no dejaban de analizar cada detalle—. He oído mucho sobre ti... pero tengo la impresión de que las palabras no hacen justicia a lo que tienes que ofrecer.
La mujer se acercó un poco más, lo suficiente como para que el suave perfume que llevaba llegara hasta él, una mezcla embriagadora de flores exóticas y especias.
—Las palabras rara vez capturan la verdad de las cosas —respondió ella, sus ojos azules brillando con una mezcla de inteligencia y peligro—. Pero a veces... las cosas no son lo que parecen, ¿no es así, su gracia?
Iván sintió que las palabras de la mujer llevaban un peso oculto, una insinuación que confirmaba sus sospechas de que había mucho más en juego aquí de lo que se veía a simple vista. La forma en que lo miraba, como si supiera algo que él no, como si tuviera las respuestas a preguntas que él aún no había formulado, lo hizo consciente de que estaba frente a alguien que no debía subestimar.
—Entonces, quizás deberíamos dejar que las acciones hablen en lugar de las palabras —dijo Iván, su mirada fija en la de ella, firme y desafiante, como si ambos estuvieran midiendo sus fuerzas en un campo de batalla invisible.
La mujer respondió con una sonrisa que no alcanzaba a iluminar sus ojos, esos ojos de un azul helado que parecían contener secretos que solo ella conocía. Retrocedió con gracia hacia la cama, sus movimientos calculados, casi coreografiados, como si cada paso estuviera diseñado para mantener su dominio en la habitación. Se recostó en la cama con una elegancia innata, dejando que su cuerpo se desplegara ante Iván en una exhibición de provocación. Sus largas piernas se cruzaron lentamente, permitiéndole vislumbrar un atisbo de la delicada prenda que apenas cubría su sexo, el encaje estirado sobre su piel pálida, creando un contraste tentador.
—¿Por qué no tomas asiento, su gracia? —sugirió, su tono era suave, pero con un matiz imperioso que lo retaba—. Estoy segura de que alguien de su calibre podrá entretenerme.
Iván avanzó con cautela, cada paso suyo calculado para no mostrar más de lo que estaba dispuesto a revelar. Sabía que esta mujer no era simplemente una cortesana, era una mujer lista y astuta envuelta en una piel seductora, un enigma que podría ser tan peligroso como útil, dependiendo de cómo se desenvolviera la situación. Se sentó en la orilla de la cama, manteniendo una distancia prudente entre ambos, sus ojos nunca abandonando los de ella. La tela suave del dosel rozó su espalda mientras tomaba asiento, un recordatorio de la fina línea que caminaba entre el placer y el peligro.
La mujer lo observó con una mezcla de curiosidad y desdén, sus labios curvados en una sonrisa que parecía desafiarlo a sorprenderla. Había en ella una confianza insolente, como si hubiera visto a hombres más poderosos que él sucumbir ante su encanto y estuviera esperando que él hiciera lo mismo.
—Entonces, su gracia —dijo ella, estirando el brazo para alcanzar una copa de vino que descansaba en una pequeña mesa junto a la cama—. Cuéntame algo que capte mi valiosa atención... antes de que me aburra y tenga que pedir que te vayas de mi habitación.
Sus palabras eran un desafío velado, una invitación a jugar un juego en el que ella claramente creía tener la ventaja. Iván la observó por un momento, midiendo cada palabra antes de responder. Podía sentir la tensión en el aire, una cuerda estirada entre ambos que podría romperse en cualquier momento.
—No suelo contar historias para entretener —respondió finalmente, su tono tan neutral como el de ella—. Pero sí tengo una pregunta, de un tema que nos interesa tanto a ti como a mí. ¿Qué es lo que realmente ocurre en Lindell, y cuál es tu papel en todo esto?
La mujer arqueó una ceja, visiblemente intrigada por el cambio en la conversación, pero no dejó que eso la desconcertara. Con un movimiento fluido, se giró, ofreciéndole una vista perfecta de su figura. Su trasero, redondo y firme, se contoneó ligeramente mientras se dirigía hacia una pequeña mesa junto a la cama, donde una jarra de vino reposaba junto a dos copas de platino finamente labradas. El ambiente estaba impregnado de una sensualidad deliberada, cada uno de sus gestos parecía diseñado para captar la atención de Iván y mantenerla atrapada en ese juego de poder velado.
—Para ser de la nobleza, es usted bastante maleducado —dijo la mujer con un tono exageradamente afectado mientras servía el vino. Su voz, suave y sensual, rezumaba una malicia juguetona—. Haciendo preguntas tan complicadas a una dama como yo, y ni siquiera se ha molestado en preguntar el nombre de la mujer que le está concediendo su valioso tiempo.
Sus palabras estaban cargadas de ironía, pero su sonrisa no mostraba más que diversión. Se giró nuevamente, esta vez enfrentándolo, y extendió una de las copas hacia él, con sus ojos azules centelleando con un desafío oculto. Mientras lo hacía, se abrazó a sí misma, un gesto calculado para resaltar la curva de sus senos, que se alzaban sensualmente bajo el escaso encaje que los cubría.
Iván aceptó la copa, sin apartar la mirada de ella. El ambiente en la habitación era tenso, pero no de la forma tradicional. Era un juego de seducción y poder, donde ambos jugadores sabían que una palabra mal dicha o un gesto fuera de lugar podría cambiar el curso de la partida.
—Y bien, ¿no va a preguntar mi nombre, su gra-ci-a? —pronunció las palabras con una lentitud deliberada, dejando que cada sílaba acariciara el aire entre ellos. Su tono era suave, casi un susurro, pero cargado de una intención provocadora que no pasó desapercibida para Iván.
Él permitió que el silencio se prolongara un momento más, saboreando el vino antes de responder. El líquido era fuerte y dulce, una mezcla que reflejaba la atmósfera enrarecida de la habitación. Finalmente, inclinó ligeramente la cabeza, como si considerara la pregunta.
—Mi falta de modales es imperdonable —respondió Iván, su tono tan neutral como siempre, pero con un matiz de ironía que la mujer captó al instante—. Por supuesto, deseo saber el nombre de la dama que ha despertado tanto interés.
La mujer sonrió, satisfecha, y se acercó un paso más, reduciendo la distancia entre ambos hasta que Iván pudo percibir su fragancia, una mezcla de flores nocturnas y algo más oscuro, más exótico.
—Mi nombre es Seraphina —dijo finalmente, con una ligera inclinación de cabeza que apenas ocultaba el brillo travieso en sus ojos—. Espero que no lo olvide, su gracia.
Iván asintió con la cabeza, repitiendo el nombre en su mente, consciente de que esa simple palabra podría ser tanto un arma como un escudo en los eventos que estaban por desencadenarse.
—Seraphina... —repitió, probando el nombre en su lengua como si degustara un vino nuevo—. Un nombre digno de una mujer que claramente no es lo que parece.
Seraphina dejó escapar una suave risa, un sonido que resonó en la habitación como el eco de un secreto compartido.
—Oh, su gracia —respondió, su voz un susurro que se deslizó entre ellos como una caricia—, todos aquí jugamos un papel, ¿no es así? Y el mío... bueno, digamos que tiene más capas de las que a simple vista se pueden ver.
Iván observó cómo Seraphina regresaba a la cama, sus movimientos tan calculados como antes, pero esta vez con una intención más clara. Se acomodó entre los cojines, dejando que sus largas piernas se extendieran frente a ella, y cruzó una sobre la otra, un gesto que reveló aún más de su piel pálida y suave. Era un despliegue deliberado, un recordatorio de que, aunque el poder en la habitación pudiera parecer equilibrado, ella tenía todas las intenciones de inclinar la balanza a su favor.
—Dime, Iván —continuó ella, dejando caer las formalidades mientras jugueteaba con el borde de su copa—, ¿qué es lo que realmente deseas encontrar en Lindell? Porque, aunque sea encantador que me visites por simple curiosidad, no puedo evitar pensar que hay algo más que te trae aquí.
Iván, sin inmutarse, apoyó su copa en la mesita junto a la cama y la miró fijamente, dejando que el peso de su mirada descansara sobre ella. Dispuesto a descubrir qué pieza jugaba ella en un tablero que apenas comenzaba a desplegarse. La pregunta no era tanto lo que él deseaba encontrar, sino lo que ella estaba dispuesta a revelar.
—Lindell es un lugar de secretos, Seraphina —dijo Iván, con una firmeza que transformó sus palabras en un desafío velado—. Y estoy aquí para descubrir cada uno de ellos. Y tengo la impresión de que sabes más de lo que aparentas.
Seraphina mantuvo su sonrisa, pero Iván captó un destello en sus ojos, un rastro fugaz de miedo o tal vez de angustia. Sin embargo, antes de que pudiera profundizar en ello, la expresión se desvaneció, sustituida por la misma máscara de confianza y provocación. De repente, en un movimiento tan rápido como inesperado, lo empujó contra la cama. Su cuerpo suave y cálido se apretó brevemente contra el de Iván, y él pudo sentir la suavidad de sus pechos presionando contra su pecho, el aroma embriagador de su piel y cabello llenando sus sentidos. Pero tan rápido como se había lanzado sobre él, se levantó, quedando a solo centímetros de su rostro, con sus ojos entrecerrados y su respiración mezclándose con la suya.
—Qué aburrido eres, Ivy —se burló ella, usando un apodo que pocos tenían el descaro de usar y que solo sus niñeras y su madre habían usado, mientras lo miraba con una mezcla de diversión y desdén — Pensé que intentarías ser el primer hombre en tomarme, o que te interesarías por los insignificantes chismes del burdel. Podría contarte sobre las muchas cosas que pasan en esta pequeña y insignificante aldea. Pero no, tú quieres secretos e información... secretos que ni siquiera sabes si poseo. Qué decepción, y qué desconsiderado eres conmigo.
Mientras hablaba, su tono era deliberadamente exagerado, casi como si estuviera interpretando un papel en una obra de teatro. Cuando terminó, se inclinó hacia adelante, colocando un dedo delicado sobre los labios de Iván, estudiándolo como si estuviera evaluando cada reacción. El tomo su mano retirandola con firmeza —Su gracia o Mi señor, para ti y para todos. Dentro y fuera de este lugar—.
Ella actuó casual y respondió— tal vez si vivieras aquí y te dedicaras a perseguir mi atención, si me hicieras una carita tierna y me rogaras de forma linda, tal vez, solo tal vez, podría contarte cosas interesantes —su voz se volvió más baja, casi un susurro que parecía envolver a Iván en un hechizo—. Pero para tu mala suerte, es hora de mi baño. Sabes, esta belleza no se mantiene sola, y tengo que cuidarla. Así que hasta la próxima, Ivy. La primera vez en el cortejo es gratis, pero la próxima vez, será a mi manera... y te costará lo que yo decida que vales.
Seraphina se alejó de Iván con una gracia felina, deslizándose por la habitación con una confianza que denotaba que controlaba cada rincón de su entorno. El suave sonido de sus pies descalzos sobre el suelo resonaba en la habitación en penumbra. Se acercó a una puerta lateral, la cual conducía a lo que Iván asumió era una sala de baño privada. Justo antes de cruzar el umbral, se detuvo, volviendo la cabeza para mirarlo una vez más.
—Esta habitación se ve tan opulenta por una razón, Ivy. Y tener la atención de un guapo heredero, especialmente del ducado donde vivo, lo hace aún más tentador —susurró, sus palabras rezumando una mezcla de burla y seducción. Entonces, sin esperar respuesta, desapareció tras la puerta, dejando a Iván con sus pensamientos.
Iván permaneció en la cama unos momentos más, su mente girando en torno a la reciente interacción con Seraphina. El aroma embriagador de su perfume aún flotaba en el aire, mientras sus palabras resonaban como un enigma sin resolver. Este no había sido un simple encuentro entre un noble y una cortesana; había algo más profundo, una red de intenciones ocultas que Seraphina había tejido alrededor de él. La mención del ducado, su desafío velado, y esa peligrosa mezcla de desprecio y atracción... Todo ello componía un cuadro que Iván apenas comenzaba a entender, como un rompecabezas incompleto.
Finalmente, se levantó, sintiendo una mezcla de frustración y decepción. Se acomodó la ropa, sacudiéndose los pensamientos que amenazaban con nublar su juicio. La partida con Seraphina apenas comenzaba, y ella había dejado claro que no sería un juego fácil. Iván sabía que tendría que cambiar de estrategia, o quizá ceder a los caprichos de aquella mujer para obtener lo que buscaba. Pero por ahora, solo sentía que había perdido el tiempo.
Salió de la habitación con el rostro endurecido, atravesando los pasillos del burdel con pasos firmes. Notó la burla apenas disimulada en la sonrisa de la recepcionista al pasar, pero decidió ignorarla. Afuera, Ulfric lo esperaba junto a los legionarios, su expresión seria contrastando con la leve sonrisa que se formó al percibir el aroma que Iván traía consigo.
—Hueles a mujer —comentó Ulfric con una risa, dándole una palmada en la espalda—. ¿Te la follaste? ¿No se suponía que veníamos por información?
Iván le lanzó una mirada oscura, claramente irritado por la pregunta.
—Calla. No me dijo nada útil, solo perdí el tiempo —respondió con sequedad.
Ulfric, sin perder el buen humor, se rió de nuevo.
—Bueno, ¿qué tanto puede decirte una mujer mientras gime debajo de ti? —bromeó, mientras empezaba a cabalgar lentamente.
Iván, todavía molesto, lo siguió de cerca junto con los legionarios de las sombras, manteniéndose a la derecha de Ulfric.
—Cállate y dime a dónde vamos —dijo Iván, tratando de centrar su atención en lo que realmente importaba.
—Ah, sí. Mientras tú te divertías con la mujer, los legionarios terminaron de llegar e instalarse. Casi todos se quedaron fuera de este lugar. Algunos comandantes enviaron jinetes ligeros de élite y regulares a explorar la zona. Un regimiento de quinientos hombres acaba de llegar, informando que fueron atacados con ferocidad. Vamos a verlos y revisar la zona del ataque.
La información hizo que Iván recuperara un poco de su enfoque, pero también encendió una chispa de estrategia en su mente. Espoleó a Eclipse, sintiendo la urgencia de la situación, y de inmediato comenzó a elaborar un plan.
—Tú, ven aquí —ordenó, señalando a uno de los legionarios que cabalgaba cerca. No recordaba su nombre, ni siquiera estaba seguro de haberlo conocido antes, pero eso no importaba en ese momento. Los legionarios eran muchos, y a menudo solo los nombres de los capitanes y comandantes se quedaban en su memoria.
El legionario se acercó rápidamente, atento a las instrucciones de su comandante.
—Ve y dile a los legionarios que están escoltando el carruaje de Sarah que se dirijan al burdel de inmediato —ordenó Iván con un tono que no admitía objeciones—. También avisa a los comandantes de la legión y a algunos capitanes que se instalen allí. Ese lugar será nuestro cuartel general por ahora.
El legionario asintió y giró su caballo para cumplir con las órdenes, pero Iván no había terminado.
—Una cosa más —agregó Iván, levantando una mano para detenerlo—. Diles a los hombres que si alguno de ellos quiere divertirse con las mujeres del burdel, tendrán que pagarlo de su propio bolsillo. No voy a cubrir esos gastos.
El legionario esbozó una leve sonrisa, asintiendo antes de partir a cumplir con las órdenes. Iván observó cómo se alejaba, sintiendo una satisfacción fría al ver cómo su plan comenzaba a tomar forma. Instalarse en el burdel no solo les proporcionaría una base conveniente dentro de la ciudad, sino que también les permitiría controlar mejor los movimientos en Lindell.
Mientras Iván cabalgaba hacia la zona del ataque, su mente trabajaba a toda velocidad, calculando los próximos movimientos. Había decidido que Sarah lo acompañara por una razón estratégica: su pasado como prostituta le daba un conocimiento único de los entresijos del burdel y, más importante aún, de las personas que lo frecuentaban. Si alguien podía obtener información valiosa o manipular a las mujeres de ese burdel, era ella. Además, no podía negar que quería tenerla cerca. Su presencia le brindaba una extraña mezcla de consuelo y control, algo que necesitaba en un entorno tan impredecible.
A medida que el grupo avanzaba, el aire se volvía más denso, cargado con una tensión que podía cortarse con un cuchillo. Los legionarios que lo acompañaban mantenían un silencio absoluto. Iván, con las riendas de Eclipse firmemente en sus manos, mantenía los ojos fijos en el horizonte, buscando cualquier signo que indicara la magnitud del enfrentamiento que había tenido lugar.
Finalmente, llegaron al lugar donde el regimiento de quinientos hombres había sido atacado, y la escena que se desplegó ante ellos era tan brutal como reveladora. Sin embargo, no fue la devastación de sus propios hombres lo que los recibió, sino la carnicería absoluta de los bandidos. El suelo estaba empapado en sangre, las vísceras y partes de cuerpos desmembrados se esparcían por todas partes, mezcladas con trozos de armaduras destrozadas y armas rotas. Era una masacre, pero una en la que sus hombres habían salido victoriosos.
Los legionarios supervivientes, casi quinientos, estaban dispersos por un campamento improvisado. Muchos de ellos descansaban sobre el suelo manchado de sangre, sus cuerpos cubiertos de heridas y sus rostros marcados por la fatiga. Algunos bebían en silencio de sus cantimploras, sus manos temblando ligeramente mientras intentaban recuperar la fuerzas y energías perdidas por el enfrentamiento. A pesar de la victoria, el agotamiento era palpable.
Iván desmontó de Eclipse con una mezcla de alivio y preocupación, observando a sus hombres. Sus ojos se movieron por el campamento, notando la falta de cadáveres de sus propios hombres. La mayoría había sobrevivido.
Ulfric, con su usual aire de autoridad, se adelantó y se dirigió a uno de los oficiales, un hombre curtido con el rostro surcado por cicatrices que parecían contar su propia historia de guerra.
—Informe —ordenó Ulfric, su voz grave y firme, resonando en el silencio tenso del lugar.
El oficial se cuadró, enderezándose a pesar del evidente cansancio que pesaba sobre sus hombros. Su voz, aunque agotada, se mantuvo clara y precisa mientras comenzaba a relatar los eventos.
—Fuimos emboscados hace dos horas, justo después de levantar las tiendas en Lindell y recibir la orden de explorar los alrededores —comenzó el oficial, su voz teñida por el peso del combate reciente. Los recuerdos de la batalla parecían oscurecer sus ojos mientras continuaba—. Eran demasiados, más de lo que esperábamos. Estaban organizados, con tácticas que dejaban claro que no eran simples bandidos. Nos atacaron con una ferocidad que no habíamos visto antes en simples bandidos. Pero nuestros hombres resistieron. Los detuvimos en la primera línea, y luego contraatacamos, empujándolos hacia el bosque. Fue una lucha encarnizada, pero logramos superarlos, cazándolos uno por uno hasta que no quedó ninguno en pie.
Iván mantenía su mirada fija en el oficial, captando cada palabra con atención. La atmósfera a su alrededor se sentía cargada, como si la violencia del combate aún latiera en el aire. El silencio se hizo más pesado cuando el oficial continuó, bajando un poco la voz.
—Nadie sobrevivió. Los que ven en el suelo son todos, ochocientos sesenta en total. Intentamos interrogar a algunos antes de que murieran, pero ninguno soltó información útil. Lo poco que dijeron resultó ser contradictorio, confuso. Los empalamos vivos y los dejamos avanzando hacia el norte como advertencia. De lo poco que pudimos recoger, lo único que parecía tener algo de coherencia fue que una gran parte de ellos se encuentra en un claro más al norte.
La mención del empalamiento no perturbó a Iván. Era un método brutal, pero necesario para enviar un mensaje claro. Sin embargo, sabía que la información obtenida podía ser tan engañosa como la emboscada misma. Los ojos de Iván no se apartaron del oficial, tratando de leer más allá de las palabras, buscando cualquier indicio de duda o incertidumbre.
—¿Bajas? —preguntó Iván con una voz firme, su tono gélido reflejando la gravedad de la situación.
El oficial hizo una pausa, tragando con dificultad antes de responder, como si el cansancio ya le estuviera tomando factura.
—Pocas, mi señor. Veinte muertos y doscientos heridos, cincuenta de ellos en estado grave. A pesar de la victoria, fue un combate duro. Las heridas de algunos son profundas, pero la mayoría podrán recuperarse con el tiempo.
Iván asintió lentamente, sopesando la información. Apreciaba la honestidad del oficial, pero la situación seguía siendo crítica. Los hombres que se habían salvado llevarían consigo las cicatrices de la batalla, tanto físicas como mentales. Sabía que estos atacantes no eran meros bandidos; eran parte de algo más grande, una amenaza que iba más allá de simples saqueadores. Eran un desafío directo a su autoridad y a la seguridad del ducado, y esa provocación no podía quedar sin respuesta.
—Haz que atiendan a los heridos de inmediato —ordenó Iván con una voz que no admitía réplica.
—¿Su gracia desea que tome algunos de los jinetes y explore el claro en el bosque? —preguntó uno de los legionarios, con un tono que sugería tanto iniciativa como inseguridad.
Iván lo miró, evaluando la sugerencia. Sus ojos se estrecharon, mostrando una mezcla de desdén y precaución.
—Es una trampa, obviamente —respondió Iván con un tono cortante, como si la mera sugerencia le resultara insultante—. Y si no lo fuera, es una finta demasiado obvia. Si mandamos exploradores o jinetes, serán asesinados antes de que puedan regresar con información útil.
El legionario bajó la cabeza, aceptando la reprimenda sin protestar. Iván sabía que no podía permitirse subestimar a su enemigo, ni actuar precipitadamente. Este juego de guerra requería paciencia, astucia y, sobre todo, control. Sus enemigos estaban tratando de provocarlo, de hacerlo cometer un error que les diera ventaja.
Iván giró su mirada hacia Ulfric, quien observaba la escena con su habitual expresión impasible. Con un leve gesto, Iván indicó que era hora de moverse. Tenían que reorganizarse, planear su siguiente movimiento con cuidado.
—Voy a regresar a la Rosa de Ébano —anunció Iván, su voz resonando entre los hombres reunidos—. Trataré de conseguir esa información que necesitamos. Mientras tanto, quiero que se levante una empalizada alrededor del perímetro de Lindell. No quiero que nos sorprendan de nuevo. Quiero que se sigan enviando exploradores hacia el norte y el oeste, pero que estén preparados para ser atacados en cualquier momento. Las patrullas alrededor de Lindell deben ser constantes y numerosas; no podemos dejar ningún flanco desprotegido.
Iván hizo una pausa, observando las reacciones de sus hombres. Sabía que el ambiente estaba tenso, que cada decisión que tomara en ese momento podría marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso.
—Desplacen a los supuestos Legionarios de Hierro y asegúrense de que la patrulla de Lindell sea manejada únicamente por nuestros legionarios hasta que lleguen las otras seis legiones. En uno o dos días, nos quedaremos aquí y buscaremos los escondites de esos bandidos. No descansaremos hasta que este lugar esté bajo control —continuó Iván, su voz firme, transmitiendo la urgencia de la situación.
Los hombres asintieron, comprendiendo la gravedad de las órdenes.
—Además, quiero que dos mil jinetes se adelanten y envíen un mensaje a las legiones en las fronteras con Stirba. Deben mantener su atención en ambos lados, y solo si un legionario de las sombras va con los jinetes, es que soy yo. De lo contrario, si solo son jinetes con nuestras armaduras, deben asumir que son bandidos disfrazados y proceder a eliminarlos sin piedad. No podemos permitirnos errores en este momento. La seguridad de todo el ducado depende de ello.
Iván miró a sus hombres, asegurándose de que sus palabras hubieran sido comprendidas en su totalidad. No había margen para dudas ni vacilaciones.
Con un último vistazo a sus hombres, Iván montó en Eclipse. El caballo negro se movió con fuerza bajo su mando, reflejando la energía contenida de su jinete. El camino de regreso al burdel fue rápido y silencioso. Iván, montado sobre Eclipse, dejó que sus pensamientos se sumergieran en estrategias y posibles desenlaces. Cada golpe de los cascos del caballo en el suelo parecía marcar el ritmo de su mente, que trabajaba sin descanso, tejiendo planes y soluciones para la maraña de problemas que enfrentaba.
Al llegar a la Rosa de Ébano, desmontó sin perder tiempo en atar a Eclipse. Se dirigió directamente hacia la entrada, su paso firme. Las miradas curiosas de los transeúntes y de aquellos que estaban alrededor del burdel apenas lo distrajeron. Sabía que su presencia y la de sus hombres no pasaban desapercibidas, pero ahora eso era lo menos importante.
Al atravesar la puerta, un golpe de aire cálido, cargado de perfumes exóticos y murmullos discretos, lo envolvió. El burdel, un lugar de placeres secretos y confidencias susurradas, parecía más vivo que nunca. Sin embargo, el ambiente ahora tenía un toque diferente: muchos oficiales y soldados ya estaban allí, moviendo mesas y colocando mapas sobre ellas, algunos discutiendo en voz baja mientras otros buscaban una habitación para instalarse temporalmente. El lugar se había transformado en un improvisado cuartel general.
Iván observó la escena con detenimiento, notando cómo los legionarios se adaptaban rápidamente al entorno. El burdel no era un lugar común para planificar estrategias militares, pero en tiempos de guerra, la necesidad dictaba el uso de todos los recursos disponibles.
Su mirada se posó en la recepcionista, una mujer de aspecto severo que lo observaba con una mezcla de desagrado y resignación. Este no era un espacio destinado a las estrategias de guerra, sino a la diversión. Parecía molesta por la invasión de su dominio, Iván lo comprendía. Pero no le importaba.
—Perdón por esta... incursión sorpresiva —dijo Iván, acercándose a la recepción. Su tono era firme, pero con un toque de empatía—. Pero no te preocupes, pagaré cinco veces lo que pagaría un cliente regular por cada uno de los hombres que están aquí. No quiero causar molestias innecesarias. Y si alguno de mis soldados desea los servicios de alguna de las mujeres, tienen la advertencia de pagar por ello.
La recepcionista, aún con el ceño fruncido, lo miró durante unos segundos antes de asentir, aparentemente tranquilizada por la oferta. Iván se dio cuenta de que había un detalle que había pasado por alto en su apresurado primer encuentro.
—Lo siento, no pregunté su nombre antes —agregó, suavizando un poco su expresión, intentando con ello establecer una conexión más humana en medio del caos que había traído consigo.
La mujer lo miró con sorpresa, como si no esperara esa muestra de cortesía después de la tensión inicial.
—Me llamo Eliza —respondió, su tono más suave, aunque todavía cauteloso—. Este lugar es mi responsabilidad, y no quiero problemas. Confío en que cumplirás su palabra, mi señor.
—Puedes estar segura de ello, Eliza. No vine aquí para causar problemas, solo para encontrar respuestas. Y te aseguro que cualquier daño o inconveniente será reparado.
Eliza pareció relajarse un poco más ante estas palabras, aunque su mirada seguía atenta, midiendo cada uno de los movimientos de los soldados y oficiales que continuaban organizándose en el salón principal.
—Gracias, mi señor. Solo te pido que mantengas la discreción... tanto como sea posible —dijo Eliza, con un tono que sugería que entendía bien el delicado equilibrio que debía mantenerse en un lugar como la Rosa de Ébano.
Iván inclinó la cabeza en señal de acuerdo y se alejó, observando cómo sus hombres continuaban con la instalación. A pesar de las circunstancias, sintió un cierto alivio al saber que, al menos por el momento, había logrado asegurar un refugio estratégico en el corazón de Lindell.
Mientras Iván caminaba por los pasillos de la Rosa de Ébano, los rostros de las prostitutas se volvieron más visibles. Algunas de ellas observaban con curiosidad a los soldados que habían tomado el lugar, mientras que otras mostraban una mezcla de temor y recelo. Era evidente que la presencia militar en un espacio que solía estar reservado para placeres privados había trastornado el equilibrio habitual del burdel. Iván, consciente de este cambio, sabía que no tenía otra opción. El tiempo era crucial, y Seraphina representaba su mejor oportunidad para desentrañar el misterio que envolvía a Lindell.
Se detuvo en uno de los pasillos y preguntó a un sirviente cercano sobre la ubicación de las habitaciones que Sarah había elegido. Con la información en mente, se dirigió hacia ellas, sus pasos firmes resonando en el suelo de madera pulida.
El burdel, a pesar de la tensión que se había apoderado de él, mantenía un aire de decadente elegancia. Las paredes estaban decoradas con tapices de tonos oscuros y ricos, y los candelabros colgantes lanzaban una luz cálida y difusa que apenas lograba disipar las sombras. El aroma a incienso flotaba en el aire, mezclado con los perfumes dulces y embriagadores que llevaban las mujeres que trabajaban allí.
Al llegar a la puerta de la habitación, Iván la empujó suavemente, revelando un cuarto amplio y bien decorado. El espacio estaba dominado por una gran cama con dosel, cubierta por cortinas de terciopelo carmesí. Unas velas sobre la repisa de la chimenea iluminaban la habitación con una luz suave, realzando los tonos dorados y rojos de las sábanas y cojines. A un lado, había un pequeño escritorio de madera oscura, con un espejo ovalado enmarcado en oro, y un par de sillas tapizadas en terciopelo que invitaban a la comodidad.
Sarah estaba dentro, desempacando con la ayuda de un par de legionarios que se esforzaban por seguir sus indicaciones. Cuando Iván entró, su presencia impuso un silencio inmediato en la habitación.
—Oh, hola, su gracia —dijo Sarah con una sonrisa cálida, deteniendo lo que hacía. Con un elegante movimiento de su mano, que del mismo le enseño, despidió a los legionarios, quienes abandonaron la habitación sin hacer ruido. Sarah se sentó en el borde de la cama, su mirada fija en Iván—. Qué lugar tan curioso has elegido, mi amor. Sabía que el castillo de Lindell no estaría en tus planes, pero pensé que al menos nos quedaríamos en una de las posadas. Aunque... —hizo una pausa, su mirada se volvió nostálgica mientras recorría la habitación con la vista— es algo nostálgico volver a un burdel.
Con una sonrisa seductora, Sarah se recostó en la cama, su cuerpo dibujando una invitación implícita en la forma en que sus manos acariciaban la seda de las sábanas. Iván, sintiendo el peso de su mirada, no pudo resistir la tentación y se unió a ella, acomodándose a su lado. Sarah lo rodeó con sus brazos, su toque suave, pero cargado de una promesa tácita de apoyo.
—Necesito que me ayudes, Sarah —dijo Iván, su voz grave y sincera mientras la abrazaba con fuerza, buscando en su calor un ancla en medio del caos que lo rodeaba—. Necesito que me ayudes a conseguir información de la cortesana que controla este burdel. Ella tiene secretos, o al menos eso creo, que podrían ser clave para cazar a los bandidos y descubrir qué hay realmente detrás de todo esto.
Sarah lo miró con intensidad, leyendo en sus ojos la urgencia de su petición.
—Haré lo que pueda, Iván —respondió, su voz suave pero firme—. Conozco bien este mundo, y sé cómo hacer que las lenguas se suelten. Si esa mujer tiene la información que necesitas, la conseguiremos.
Iván cerró los ojos por un momento, permitiéndose un instante de descanso en los brazos de Sarah. Aunque el peso de sus responsabilidades no se aligeraba, saber que ella estaba dispuesta a ayudarlo le proporcionaba un pequeño respiro.
—Confío en ti —murmuró, antes de besarla suavemente en la frente—. Solo ten cuidado.No quiero que te pase nada.
Sarah sonrió, un destello de su antiguo descaro brillando en sus ojos.
—No te preocupes por mí, mi señor. He jugado a este juego antes, y sé cómo ganar.