Iván se levantó antes de que el sol asomara por el horizonte, mientras el cielo aún estaba cubierto por un manto gris que parecía reflejar el peso de sus pensamientos. Aunque apenas había dormido, el cansancio que sentía no era solo físico, sino también emocional. Lo que había visto en la aldea de Altharen lo había marcado profundamente, como una herida abierta que se negaba a sanar. La escena lo perseguía, como los recuerdos de su vida pasada, de aquellos días en los que, tras un tiroteo fallido, se veía obligado a esconderse, temiendo por su vida. El dolor de la pérdida y la impotencia que sentía eran como un veneno que se esparcía lentamente por su ser.
Pero el dolor también lo impulsaba, lo mantenía despierto y enfocado en su propósito. La venganza por las almas inocentes de las veinticinco aldeas saqueadas y masacradas era ahora su único objetivo, y no descansaría hasta que la justicia fuera servida. El día, tan gris como todos los que había visto desde su llegada al norte, parecía ser un reflejo de su estado de ánimo, pero eso no lo detendría.
Con movimientos lentos, Iván comenzó a vestirse, eligiendo con cuidado cada prenda. Se puso una túnica de un profundo color rojo sangre, símbolo de su casa, que caía con elegancia hasta sus rodillas. Sobre ella, una capa negra como la noche, adornada con finos bordados dorados que brillaban tenuemente a la luz de la habitación. Los detalles en oro, discretos pero presentes, le daban un toque de nobleza y poder. La ropa, aunque minimalista en su diseño, emanaba una elegancia que solo un noble podría llevar con tanta naturalidad. Cada pliegue, cada hebilla estaba en su lugar exacto, mostrando un dominio sobre su apariencia que reflejaba su determinación interior.
Una vez vestido, Iván se dirigió hacia Sarah, quien aún dormía plácidamente en la cama. La despertó suavemente, susurrándole que se levantara y que tomara lo poco que necesitaba, pues era hora de partir. Sarah, aún adormilada, abrió los ojos y lo miró con una mezcla de sorpresa y comprensión. Sin decir una palabra, comenzó a vestirse rápidamente, consciente de la urgencia que Iván transmitía.
Con Sarah a su lado, Iván salió de la habitación, sus pasos resonando en los fríos pasillos del castillo. La luz tenue del amanecer apenas lograba filtrarse a través de las ventanas, proyectando sombras alargadas en las paredes de piedra. Al salir del castillo y dirigirse hacia las puertas de la ciudad, Iván sintió el aire frío del norte golpear su rostro, despejando los últimos vestigios de sueño que quedaban en él.
El frío del amanecer se filtraba por los gruesos muros de piedra del castillo, mientras Iván y Sarah caminaban por los largos pasillos, el eco de sus pasos rebotaba en las paredes como un susurro de la historia del lugar. Iván, envuelto en su capa negra, parecía una sombra más en la penumbra, su rostro duro y decidido reflejaba la tormenta interna que lo azotaba desde la masacre en Altharen. Sus pensamientos giraban en torno a las veinticinco aldeas arrasadas, a las vidas que se habían apagado bajo un cielo gris como el de esa mañana. No podía sacudirse la imagen de los cuerpos inertes, de las miradas vacías que parecían clamar justicia desde el más allá. Cada detalle de su atuendo, desde la túnica roja que caía como la sangre derramada, hasta los bordados dorados que brillaban en la oscuridad, era un recordatorio de su propósito: vengar a los inocentes y restaurar el honor de su casa.
Sarah, a su lado, seguía el ritmo marcado por Iván, con cada paso, su mente se llenaba de preguntas, pero sabía que no era el momento para hacerlas. La urgencia en los movimientos de Iván, la tensión en su mandíbula, le indicaban que algo más profundo se estaba gestando en su interior. A pesar de la dureza de su trato, Sarah no pudo evitar sentir una punzada de empatía hacia él. Después de todo, ambos habían sido moldeados por sus respectivas realidades, y ahora, se encontraban juntos en medio de la incertidumbre.
Al llegar al gran salón del castillo, un legionario de las sombras aguardaba, su presencia tan discreta como un fantasma en la penumbra. Iván le hizo un gesto y, sin necesidad de palabras, el soldado comprendió la orden. En pocos minutos, Lord Gareth apareció, escoltado por el legionario. Sus ojos reflejaban una mezcla de respeto y cautela mientras se acercaba a Iván, quien lo miró con una expresión que mezclaba frialdad y determinación.
—Lord Gareth —dijo Iván, su voz resonando en la amplia sala—. Es hora de que nos marchemos.
El tono de Iván no dejaba lugar a dudas: esta no era una simple despedida. Gareth, con su barba salpicada de canas y su porte altivo, inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto, pero sus ojos permanecieron fijos en los de Iván, buscando entender qué había detrás de esas palabras.
—Lamento que su estadía haya sido tan corta, su gracia —respondió Gareth, midiendo cada palabra, consciente de que cualquier error podría tener consecuencias.
—Mi estancia aquí ha sido... esclarecedora —replicó Iván, manteniendo el tono controlado—. Pero antes de partir, quiero dejar algo en claro. Sé de tus ambiciones, Gareth. No soy ciego a lo que intentas lograr en el norte. Sin embargo, te advierto que las intrigas y los juegos de poder tienen un límite. Si tus acciones ponen en peligro la estabilidad de estas tierras o la seguridad de mi gente, no dudaré en actuar en consecuencia.
Las palabras de Iván cayeron como un hacha, cortando el aire con precisión. Gareth, aunque impresionado, mantuvo la compostura, consciente de que cualquier reacción desmedida podría ser interpretada como una confesión de sus intenciones.
El aire en el salón se tornó denso, cargado de una tensión que parecía casi tangible. Lord Gareth, con su mirada fría y calculadora, sostenía la copa de vino como si fuera un escudo, una barrera entre él e Iván. Su respuesta fue medida, su tono cuidadosamente neutro, pero Iván no se dejó engañar. Sabía que detrás de cada palabra de Gareth había un hombre que luchaba por mantener su poder y proteger lo que consideraba suyo.
—Por supuesto, su gracia —dijo Gareth, inclinando levemente la cabeza—. Mi lealtad siempre ha estado con los Erenford y con la paz del norte. No tengo intenciones de perturbar la estabilidad de estas tierras. Pero debe entender, su gracia, que en tiempos tan inciertos, cada uno de nosotros busca proteger lo que es suyo. Mis acciones están motivadas por el deseo de asegurar el bienestar de mi familia y de mi gente.
Iván, con sus ojos fríos como el acero, lo observó en silencio, cada una de las palabras de Gareth siendo analizada con la precisión de un guerrero que estudia a su oponente antes de un duelo. Sabía que Gareth no era un hombre simple; era un lobo viejo, astuto y peligroso, uno que había sobrevivido en la turbulencia del norte a base de alianzas y traiciones.
—Lo que es tuyo, Gareth —dijo Iván finalmente, su voz baja pero imbuida de una autoridad inquebrantable—, sólo lo será mientras sea útil para el ducado. Nunca olvides que la mano que da también puede tomar. Si alguna vez llego a sentir que tus intereses están en conflicto con los míos, no tendré reparos en cortar esa mano y tomar algo tuyo, como compensación.
El tono amenazante de Iván resonó en la sala como un trueno sordo. Sus palabras no eran una mera advertencia; eran una promesa velada, una señal de que, si Gareth osaba desafiarlo, enfrentaría consecuencias que ni siquiera podría imaginar. Iván permitió que sus palabras colgaran en el aire, pesadas y definitivas, antes de desviar su mirada hacia Ilena, la hija de Lord Gareth. Su mirada se posó en ella solo un instante, lo suficiente para que tanto padre como hija comprendieran que él no era un hombre que se dejara intimidar por nada ni por nadie.
Gareth asintió lentamente, como si cada movimiento de su cabeza fuera una admisión de la amenaza que acababa de recibir. Las arrugas en su rostro parecieron profundizarse, y sus ojos revelaron una comprensión silenciosa de la situación. Sabía que Iván no era un joven fácilmente manipulable. El silencio que siguió fue tan pesado como una losa de piedra, y Sarah, observando todo desde su lugar, sintió que el verdadero peso del poder en el norte no se medía solo por la fuerza militar, sino por la habilidad de manejar las alianzas frágiles y los enemigos ocultos.
Mientras Iván y Sarah se preparaban para partir, la atmósfera en el salón cambió. El calor de las velas parecía desvanecerse, y una frialdad inquietante se infiltró en las paredes de piedra. Sarah notó cómo la mirada de Ilena se mantenía baja, como si la joven quisiera evitar cualquier implicación en el conflicto entre su padre e Iván. La joven había comprendido la gravedad de la situación, pero, al igual que su padre, sabía que este no era el momento de hablar.
Cuando Iván se giró para marcharse, Lord Gareth dio un paso adelante, como si quisiera decir algo más. Sus labios se abrieron, pero ninguna palabra salió. Tal vez entendió que cualquier intento de reconciliación o de asegurar una alianza más sólida debía esperar hasta que la tensión se disipara. En cambio, optó por un adiós formal, su voz cargada de una solemnidad que no pudo ocultar la preocupación en sus ojos.
—Que los dioses te guíen, su gracia —dijo finalmente Gareth, su tono más grave que antes—. Espero que encuentres éxito en tu misión.
—Y que los dioses te otorguen sabiduría en tus decisiones, Lord Gareth —respondió Iván con igual solemnidad, antes de girarse y salir del salón, con Sarah siguiéndolo de cerca.
Al salir del castillo, el aire frío del norte los golpeó con fuerza, un recordatorio de la dureza de las tierras que Iván debía proteger. El sol apenas asomaba en el horizonte, sus rayos pálidos y débiles haciendo poco por calentar el ambiente gélido. Afuera, el carruaje ya estaba listo, y sus legionarios, fieles y disciplinados, esperaban su llegada con un respeto silencioso. Iván ayudó a Sarah a subir al carruaje, su gesto firme pero cortés. Sarah observó el rostro de Iván mientras la ayudaba a subir, y aunque sus rasgos estaban tranquilos, había en ellos una dureza nueva.
Mientras el carruaje se ponía en marcha, abandonando el castillo bajo las miradas esperanzadoras de los pocos que ya estaban despiertos, Iván sabía que el camino que tenía por delante no sería fácil. Las alianzas eran frágiles, y los enemigos acechaban en cada sombra. Sin embargo, la misión debía continuar.
En las puertas de la ciudad, Iván divisó a Ulfric, supervisando los preparativos para la marcha. Los legionarios ya estaban organizados en columnas, listos para avanzar hacia Lindell con la eficiencia implacable de una máquina de guerra bien engrasada. Los carromatos llenos de provisiones y suministros rodaban lentamente hacia adelante, sus ruedas chirriando en la fría mañana. Iván se acercó a Ulfric, intercambiando unas breves palabras con él antes de dar la orden de avanzar.
La columna comenzó a moverse, una serpiente de acero y cuero que se deslizaba por el camino, su marcha resonando en el aire como el latido de un gigante. Iván cabalgaba al frente, con Sarah en su carruaje detrás de él. Sabía que cada paso que daba los acercaba más a la confrontación que inevitablemente les aguardaba en Lindell, y con cada paso, su determinación solo se fortalecía.
El peso de su responsabilidad era grande, pero Iván no tenía intención de ceder ante la presión. Sabía que su misión no solo era proteger a su gente, sino también consolidar su poder y asegurar su lugar en el futuro del norte. Mientras avanzaban por el frío y desolado paisaje, Iván fijó su mirada en el horizonte, preparado para enfrentarse a los desafíos que el destino le había reservado.
En las puertas de la ciudad, el amanecer apenas lograba disipar la bruma helada que cubría el paisaje. Iván, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada, divisó a Ulfric, su comandante de confianza, que supervisa los preparativos para la marcha. La figura imponente de Ulfric destaca entre los soldados, que ya estaban organizados en columnas perfectas, como si fueran extensiones del propio Ulfric, reflejando la disciplina rigurosa que él imponía. Las capas negras de los legionarios ondeaban suavemente al viento, y el leve tintineo de las armaduras resonaba en el aire frío, mezclados con el chirrido de las ruedas de los carromatos llenos de provisiones y suministros que rodaban lentamente hacia adelante.
Iván se acercó a Ulfric con pasos firmes, su presencia tan pesada como las nubes que amenazaban con descargar su furia sobre ellos. Ulfric, al verlo, inclinó ligeramente la cabeza en un gesto de respeto, aunque su mirada, normalmente dura, mostró un destello de preocupación.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Ulfric en voz baja, asegurándose de que nadie más pudiera escuchar su conversación. Había un tono de suavidad inusual en su voz, un reconocimiento tácito de que Iván, a pesar de su juventud, llevaba un peso enorme sobre sus hombros.
Iván respiró hondo antes de responder, sus ojos se desviaron momentáneamente hacia las tropas, como si evaluara su preparación antes de permitirse un momento de vulnerabilidad.
—Mejor —respondió finalmente, con una voz que intentaba ocultar la fatiga que aún lo acosaba—. Necesitaba descansar, aunque sea por un breve momento.
Ulfric asintió con seriedad, entendiendo que en estos tiempos incluso los líderes más fuertes necesitaban un respiro, por pequeño que fuera. No obstante, la guerra no esperaba a nadie.
—¿Y los mensajeros? ¿Ya han mandado respuesta? —preguntó Iván, su voz firme nuevamente, mostrando que, aunque cansado, su mente seguía enfocada en lo que debía hacerse.
Ulfric se enderezó aún más, adoptando una postura marcial mientras informaba.
—Las legiones en las entradas de Karador ya han respondido. Están movilizándose y llegarán en dos días. —Hizo una pausa, permitiendo que la información se asentará antes de continuar—. El general Thornflic también ha enviado su respuesta. Mandará a mil Desolladores Carmesí en lugar de los quinientos que pediste, y además, enviará dos de sus legiones personales, las mejores según su carta. —Los ojos de Ulfric se oscurecieron, como si recordara las leyendas y las historias de la brutalidad de esos guerreros—. La carta expresaba su apoyo y buenos deseos para la campaña... Llegarán en cuatro días.
Iván asintió, sintiendo un alivio pasajero al escuchar las palabras de Thornflic. Sabía que el apoyo de este era crucial, y la decisión de enviar más de los quinientos Desolladores Carmesí que había solicitado no solo era un gesto de confianza, sino una clara demostración del poder que Thornflic estaba dispuesto a desplegar para asegurar la victoria. Los Desolladores Carmesí eran legendarios en todo el ducado, conocidos no solo por su mortal eficacia en el campo de batalla, sino también por la crueldad que los distinguía. Desde que era niño, Iván había escuchado historias de su ferocidad, de cómo desollaban a sus enemigos vivos y colgaban las pieles ensangrentadas como advertencia para cualquiera que osara desafiar al ducado. En las pocas ocasiones en que había presenciado sus formaciones, había sentido una mezcla de fascinación y terror, una reacción natural ante aquellos hombres que parecían más bestias que humanos.
Iván recordó las lecciones que Thornflic le había impartido sobre guerra y tácticas, enseñándole que el terror podía ser una herramienta tan poderosa como la espada. Los Desolladores Carmesí encarnaban esa lección a la perfección. Eran la segunda guardia más mortal del ducado, solo superada por los Lobos Negros de Roderic, el primer general. Su reputación era tal que incluso sus aliados los observaban con recelo, conscientes de que estos hombres, despiadados en su trabajo, podían inspirar temor en igual medida que en sus enemigos.
Mientras Iván observaba cómo las últimas compañías de soldados salían de la ciudad, sus pensamientos ya giraban en torno a cómo emplear esas fuerzas para asegurar una victoria decisiva. Los soldados de las legiones del duque eran una amalgama de veteranos, tanto locales como provenientes de tierras lejanas, todos seleccionados con meticulosidad y forjados a través de un entrenamiento infernal, que elimina a los débiles y dejaba solo a los más fuertes. Sus armas y armaduras eran las mismas que las de las legiones de hierro, pero fabricadas con materiales superiores y adornadas con detalles que denotaban su estatus. Eran una visión imponente, una manifestación del poderío del ducado.
Las últimas unidades de caballería pesada de élite pasaron frente a Iván, y cada jinete parecía una encarnación de la guerra misma, envuelta en acero y envuelta en una aura de poder indomable. Las armaduras que portaban eran de placas de acero Monter forjado, un material tan resistente que no solo repelía los golpes sino que parecía absorber la luz, dándole una apariencia casi sobrenatural. Estas armaduras estaban diseñadas con una precisión meticulosa, cada borde y curva siguiendo la silueta de los cuerpos poderosos que protegían. Bajo esas placas de acero, llevaban cotas de escamas, finamente trabajadas, que añadían una capa adicional de protección, mientras que un grueso gambesón acolchado amortigua los impactos más violentos.
Los yelmos cerrados ocultaban los rostros de los jinetes, transformándolos en figuras sin alma, más parecidas a golems que a hombres. Cada yelmo estaba adornado con una visera que asemejaba la fiera mirada de un lobo, símbolo de su lealtad a la Casa Erenford. Desde lo alto de los yelmos caían penachos de crin negra y dorado, que ondeaban al ritmo del viento, aumentando su ya imponente presencia y remarcando su estatus de élite.
Las capas negras que ondeaban tras ellos estaban adornadas con intrincados detalles en rojo carmesí, reflejando la sangre que estos guerreros estaban dispuestos a derramar. El lobo dorado de los Erenford, bordado con una precisión exquisita, brillaba en cada capa, recordando a todos quienes los veían pasar de su feroz lealtad y su inquebrantable determinación. La ferocidad de estos hombres se reflejaba en cada pieza de su equipo, cada uno de ellos preparado para el combate más brutal.
Los caballos sobre los que montaban eran bestias enormes, tan imponentes como sus jinetes. Cubiertos con bardas negras, sus cuerpos estaban protegidos por una cota de escamas que brillaba con un destello siniestro, dándoles una apariencia casi dracónica. Las bardas, reforzadas con placas adicionales en puntos críticos, como el cuello y el pecho, ofrecían una protección casi total, permitiendo a estas bestias cargar contra las líneas enemigas sin miedo a ser derribadas. Los cascos de los caballos golpeaban el suelo con una fuerza que resonaba como truenos, marcando el ritmo de la marcha con un sonido que infundía terror en quienes los escuchaban.
Cada jinete portaba una lanza de caballería, una versión más larga, gruesa y pesada que la lanza común. El mango de roble estaba reforzado con anillos de acero, y la punta, afilada como una navaja, estaba diseñada para atravesar armaduras y cuerpos con la misma facilidad. Estas lanzas, con su peso y longitud, eran mortales en la carga inicial, capaces de derribar filas enteras de enemigos con un solo embate. Una vez cumplido su propósito, los jinetes desechaban las lanzas con una facilidad que desmentía su peso, y desenfundaban sus armas secundarias: enormes martillos de guerra, cuyas cabezas pesadas podían destrozar escudos y aplastar huesos con un solo golpe.
En sus cintos, cada jinete llevaba una daga, una espada, y una maza, armas seleccionadas para adaptarse a cualquier situación de combate. Las dagas eran cortas pero letalmente afiladas, perfectas para el combate cuerpo a cuerpo; las espadas, largas y bien equilibradas, eran ideales para cortes rápidos y precisos; y las mazas, con sus cabezas pesadas y picos mortales, estaban destinadas a romper armaduras y aplastar cráneos. Estos hombres, entrenados en el arte de la guerra desde su juventud, eran la personificación de la muerte en el campo de batalla, cada uno de ellos preparado para luchar hasta su último aliento.
Mientras pasaban frente a Iván, sus movimientos eran tan sincronizados que parecían una sola entidad, un muro de acero y músculo que avanzaba imparable. La visión de esta unidad, con sus capas ondeando al viento y sus armaduras resonando con un sonido metálico, era tanto una promesa de protección como una advertencia de la devastación que podrían desatar en el campo de batalla. Iván observó en silencio, consciente de la letalidad que tenía a su disposición, sabiendo que estos hombres eran su espada y su escudo en los tiempos oscuros que se avecinaba.
Después de que las unidades de caballería pesada de élite avanzará, siguiendo su estela con una imponente marcha, llegó el turno de la caballería pesada regular. Aunque carecían del mismo prestigio que sus contrapartes de élite, la fuerza y disciplina que emanaba eran innegables. A simple vista, las diferencias eran sutiles pero reveladoras. Sus caballos, igualmente robustos y entrenados para el combate, llevaban cotas de malla en lugar de las cotas de escamas más caras, y sus penachos, que ondeaban al viento con cada paso firme, muestran un vivo rojo entremezclado con dorado, en lugar de los negros y dorados de la élite.
El metal de las armaduras tintinea con cada movimiento, un sonido que reverberaba por las colinas y llegaba hasta los soldados y civiles que observaban desde las murallas y los campos aledaños. Los estandartes de la caballería pesada regular, ondeando con orgullo, muestran los colores del reino, un recordatorio de su lealtad y la responsabilidad que cargaban sobre sus hombros.
El contraste con la caballería de élite era evidente: aunque estos jinetes no ostentaban la misma aura de invencibilidad, había una dureza en sus miradas, una determinación férrea en la forma en que sostenían las riendas y lanzas. Estos hombres eran veteranos de batallas pasadas, endurecidos por los rigores del combate, y aunque no gozaran del mismo renombre, sabían que en la batalla, su papel era igual de crucial.
Mientras marchan, sus filas mantenían un orden casi impecable, reflejando una disciplina inculcada a lo largo de arduos años de servicio. Iván, observando desde su posición privilegiada, sintió una mezcla de orgullo y confianza. Sabía que, aunque la élite se llevaría los mayores elogios en el campo de batalla, era esta caballería regular la que soportaría el peso de las cargas más duras, la que formaría la columna vertebral de sus ejércitos en los enfrentamientos por venir.
El paso firme y el sonido metálico de la caballería pesada regular eran un recordatorio del poderío militar del norte, una manifestación tangible de que, aunque los desafíos fueran grandes, las fuerzas de Iván estaban listas para enfrentarlos.
Mientras las unidades de caballería pesada continuaban su marcha imponente, las unidades de caballería media de élite y regulares comenzaron a avanzar frente a Iván. A pesar de no ser tan pesadamente acorazados como sus predecesores, estos jinetes aún proyectaban una imagen de fuerza y precisión que no dejaba lugar a dudas sobre su capacidad en el campo de batalla.
La caballería media de élite lucía armaduras compuestas por placas de acero que cubrían el torso, los brazos y las piernas, mientras que las áreas más móviles, como las axilas y la parte posterior de las rodillas, estaban protegidas por cotas de malla finamente tejidas. Cada pieza de su armadura está diseñada para ofrecer el equilibrio perfecto entre protección y movilidad. Los yelmos con visera, más ligeros que los de la caballería pesada, también estaban adornados con penachos de crin negra y dorada, señal distintiva de su estatus dentro del ejército. Estos penachos, aunque más discretos que los de la caballería pesada, aún ondeaban al viento, añadiendo un toque de elegancia marcial a la formación.
Los caballos de estos jinetes, poderosos y bien entrenados, estaban cubiertos por bardas semi-completas que protegían sus cuerpos sin limitar su agilidad. Las bardas estaban reforzadas en las áreas vitales con placas de acero, mientras que las zonas menos expuestas, como el flanco y el vientre, estaban protegidas por cotas de malla flexibles que permitían al animal moverse con facilidad. Estos caballos, aunque menos blindados que los de la caballería pesada, aún eran una fuerza formidable en el campo de batalla, capaces de maniobrar rápidamente y lanzar ataques devastadores.
Cada jinete de la caballería media de élite portaba una alabarda, cuya hoja podía cortar y perforar con la misma facilidad como arma principal, como segunda opción llevaban un martillo de guerra, un arma de mango corto y cabeza pesada, ideal para romper armaduras y escudos enemigos. Además de eso, una espada bastarda para el combate cerrado, y una daga para emergencias. Un escudo triangular, diseñado para proteger eficazmente en combate cuerpo a cuerpo, completaba su arsenal. Estos hombres estaban entrenados para adaptarse a cualquier situación en la batalla, desde cargas rápidas hasta combates prolongados.
Tras ellos, la caballería media regular avanzó con paso firme. Aunque sus armaduras no son tan ornamentadas ni robustas como las de la élite, aún ofrecían una formidable protección. Compuestas principalmente de placas de acero más ligeras y cotas de malla que cubren las áreas más vulnerables, estas armaduras están diseñadas para ofrecer una buena mezcla de protección y maniobrabilidad. Los penachos que adornaban sus yelmos eran rojos y dorados, diferenciándolos visualmente de la élite, pero su disciplina y formación no dejaban dudas sobre su capacidad.
Sus caballos, como los de la élite, estaban protegidos por bardas semi-completas reforzadas con cotas de malla en las áreas menos protegidas. Estos animales, entrenados para la guerra, eran más ágiles que los de la caballería pesada, permitiendo a sus jinetes ejecutar maniobras rápidas y precisas en el campo de batalla. Armados con alabardas, martillos de guerra, espadas bastardas, dagas y escudos triangulares, los jinetes regulares estaban preparados para enfrentarse a una amplia variedad de situaciones en combate.
A medida que los últimos jinetes de la caballería media desfilan frente a Iván, la caballería ligera comenzó a avanzar. Aunque menos acorazados que sus compañeros de armas, estos guerreros no eran menos formidables. Sus armaduras están compuestas principalmente de acero y cotas de malla, lo que les proporcionaba una protección ligera y flexible. Los yelmos, más simples y aerodinámicos, estaban adornados con penachos similares a los de la caballería media: negros y dorados para la élite, rojos y dorados para los regulares. Estos penachos ondeaban al viento, reflejando la agilidad y rapidez que caracterizaban a estas unidades.
Los caballos de la caballería ligera, cubiertos por un gambesón reforzado con cota de malla, son aún más ágiles y veloces, ideales para escaramuzas, reconocimiento, y ataques relámpago. A pesar de su menor protección, estos animales eran resistentes y estaban entrenados para moverse con rapidez a través de terrenos difíciles.
Los jinetes ligeros de élite portan lanzas largas, perfectas para cargas rápidas, y escudos circulares que les ofrecían protección sin sacrificar movilidad. Además, llevaban un arco y un carcaj lleno de flechas, permitiéndoles atacar a distancia antes de entrar en combate cuerpo a cuerpo. Su armamento se completaba con una espada para la élite, un martillo de guerra para los regulares, y un hacha de batalla para ambos, todas armas seleccionadas por su efectividad en la velocidad y contundencia de sus ataques.
Finalmente, Iván observó cómo todas las unidades de caballería, desde la pesada hasta la ligera, formaban una columna que se extendía hacia el horizonte. A pesar de las diferencias en sus armaduras y armamentos, había un elemento común en todos ellos: los caballos que montaban. Estos animales, criados y entrenados en las vastas llanuras del sur, endurecidos en las montañas y caminos difíciles de la cordillera de Karador, y perfeccionados en los bosques del norte, donde terminaban su entrenamiento, eran los mejores de la región. Capaces de soportar climas extremos y maniobrar con destreza en los terrenos más difíciles, estos caballos eran tan letales como los jinetes que los montaban, formando una simbiosis perfecta que hacía de la caballería de Iván una de las fuerzas más temidas en todo el ducado.
Y no mucho más atrás marchaba la infantería, una fuerza formidable que seguía a la caballería como una ola de acero y músculo. Aunque compartían ciertos elementos con sus contrapartes montadas, la infantería presentaba diferencias notables que resaltan su adaptabilidad y especialización en combate terrestre.
La infantería pesada de élite avanzaba con paso firme, sus armaduras brillando bajo la luz del sol. Al igual que los jinetes de élite, sus armaduras estaban compuestas por placas de acero que cubrían casi todo su cuerpo, pero con la particularidad de que sus yelmos de visera estaban adornados con picos intimidantes, agregando un aire de ferocidad a su apariencia. Estos yelmos, además de proporcionar una excelente protección, sirven como un recordatorio visual del poder destructivo que estos soldados podían desatar. Sus capas eran más cortas que las de la caballería, pero igualmente decoradas con bordados que indican su rango y prestigio. Los penachos de crin negra y dorada ondeaban al viento, diferenciándolos claramente del resto de las tropas.
El armamento de la infantería pesada de élite era variado y letal. Portando alabardas, armas que combinaban la fuerza de una lanza con la versatilidad de un hacha, perfectas para abrirse paso entre las filas enemigas. Además, llevaban escudos de torre, altos y robustos, diseñados para cubrir gran parte del cuerpo y protegerlos de proyectiles y golpes enemigos. Su arsenal se complementa con mazas, capaces de aplastar armaduras, espadas largas para el combate cuerpo a cuerpo, y dagas para situaciones más apremiantes. Estos soldados son entrenados para mantener la línea y avanzar sin ceder terreno, convirtiéndose en un muro impenetrable en el campo de batalla.
La infantería pesada regular, aunque menos ornamentada que la élite, no era menos efectiva. Sus armaduras eran similares, con yelmos de visera igualmente adornados con picos, aunque menos elaborados. Los penachos de sus yelmos eran rojos y dorados, una señal de su estatus dentro del ejército. Armados de manera similar, con alabardas, escudos de torre, mazas, espadas largas y dagas, estos soldados formaban la columna vertebral del ejército de Iván, capaces de resistir los embates enemigos y responder con fuerza.
A su lado, la infantería media de élite y regular marchaba con una disciplina impecable. Sus armaduras, aunque menos pesadas, seguían ofreciendo una excelente protección. Los yelmos, más livianos que los de la infantería pesada, mantenían los picos en la visera, dando un aire de agresividad. El armamento de la infantería media era igualmente versátil: hachas de peto, diseñadas para atravesar armaduras enemigas; escudos de combate, más pequeños y ligeros que los de torre, pero igualmente eficaces; espadas bastardas, capaces de manejarse con una o dos manos; martillos de guerra, para golpear con contundencia; y dagas y cuchillos arrojadizos, útiles tanto en combate cercano como a distancia. Estos soldados eran ideales para enfrentamientos rápidos y maniobras en el campo de batalla, adaptándose rápidamente a las cambiantes circunstancias del combate.
Finalmente, la infantería ligera de élite y regular cerraba la formación. Aunque su armamento y armadura es más ligeros, estos soldados no son menos temibles. Vestían cotas de malla que les proporcionan flexibilidad y protección, sobre las cuales llevan gambesones de cuero reforzado con acero, con algunas placas de metal en áreas clave como los hombros y el pecho. Sus yelmos, aunque más simples, incluyen protección facial que les permitía mantener la visión mientras protegen sus rostros de ataques enemigos.
La infantería ligera porta una partesana como arma principal, una lanza con una hoja ancha y afilada, ideal para empujar y cortar. Sus escudos redondos les ofrecen protección mientras mantenían su movilidad. Además, llevaban arcos y carcajs llenos de flechas, permitiéndoles atacar a distancia antes de entrar en combate cercano. Su arsenal se completaba con hachas de batalla y martillos de guerra, armas de corto alcance pero de gran poder destructivo.
Así, Iván observó cómo toda la infantería, desde la pesada hasta la ligera, avanzaba con paso decidido. Aunque cada unidad tenía sus particularidades, todas compartían la misma disciplina y determinación que caracterizaban al ejército de Iván. Los soldados marchaban con confianza, sabiendo que sus habilidades y equipo los hacían una fuerza formidable.
Los caballos, aunque no eran parte de la infantería, seguían siendo un elemento crucial en el ejército de Iván. Estos animales, criados y entrenados en las vastas llanuras del sur, endurecidos en las montañas y caminos difíciles de la cordillera de Karador, y perfeccionados en los bosques del norte, donde terminaban su entrenamiento, eran los mejores de la región. Capaces de soportar climas extremos y maniobrar con destreza en los terrenos más difíciles, estos caballos eran tan letales como los jinetes que los montaban, formando una simbiosis perfecta que hacía de la caballería de Iván una de las fuerzas más temidas en todo el ducado.
Por último, aparecieron los arqueros de arco largo y los ballesteros, quienes no eran menos importantes que las fuerzas anteriores. Los arqueros de arco largo avanzaban en una formación disciplinada, con sus arcos imponentes descansando sobre sus espaldas, mientras sus manos descansaban confiadas sobre las cuerdas tensas y bien mantenidas. Estos arcos, fabricados de tejo y reforzados con tendones y cuerno, eran capaces de disparar flechas a largas distancias, atravesando incluso las armaduras más pesadas.
Los arqueros visten armaduras ligeras compuestas por cotas de malla sobre gambesones de cuero, lo que les permite moverse con agilidad y rapidez en el campo de batalla. Usan brazales de acero que protegían sus antebrazos, y sobre sus cabezas llevan yelmos barmuta abiertos de acero, brindando una protección adecuada sin sacrificar visibilidad ni movilidad. A su lado, dos carcajs llenos de flechas de puntas de acero colgaban de sus cinturas, diseñadas para causar el máximo daño posible al impactar. Aunque su principal arma era el arco largo, en caso de combate cercano, los arqueros también estaban equipados con una daga, un martillo de guerra y un hacha de guerra, además de un escudo circular que podía desplegarse para defensa.
Acompañando a los arqueros, los ballesteros marchaban con igual resolución y determinación. Estos soldados portaban ballestas, armas de gran potencia capaces de disparar virotes con fuerza devastadora, capaces de atravesar escudos y armaduras sin esfuerzo. Las ballestas, construidas con madera reforzada con acero, eran más pesadas que los arcos largos, pero su poder de penetración las hacía indispensables en el campo de batalla, especialmente durante los asedios y en enfrentamientos contra tropas pesadamente acorazadas.
Los ballesteros vestían armaduras de malla que ofrecían una excelente protección mientras les permitía una movilidad aceptable. Sobre estas, llevaban una sobrevesta de cuero reforzada con placas de acero para proteger áreas vitales. Usaban yelmos barmuta con forma de "T", diseñados para brindar una mayor protección facial sin obstruir su visión. Además de sus ballestas, cada ballestero llevaba una espada larga, una maza para combates cuerpo a cuerpo, y un escudo pavés, grande y rectangular, ideal para cubrirse mientras recargaban o durante enfrentamientos cuerpo a cuerpo.
Finalmente, cerrando la imponente marcha, llegaron las unidades no combatientes, fundamentales para el éxito de cualquier campaña. Las Unidades de Ingenieros de Campo marchaban con herramientas en mano, preparados para construir fortificaciones, puentes, y otras estructuras necesarias para apoyar a las fuerzas en movimiento. Estas unidades eran esenciales para garantizar que el ejército pudiera superar obstáculos naturales o preparar defensas efectivas en posiciones estratégicas.
Junto a ellos, las Unidades de Artillería Pesada seguían en formación, compuestas por los hombres que operaban las grandes piezas de artillería como catapultas, trebuchets y cañones. Estos soldados estaban entrenados para proporcionar apoyo de largo alcance y destructivo durante los asedios y batallas campales, su precisión y habilidad para manejar estas armas podía cambiar el curso de una batalla en cuestión de minutos.
Las Unidades de Sanidad Militar marchaban con la calma que caracteriza a quienes saben que su labor es salvar vidas en medio del caos. Equipados con suministros médicos y camillas, estos hombres y mujeres estaban preparados para socorrer a los heridos, ya fuera en el campo de batalla o en los campamentos, garantizando que el ejército de Iván pudiera seguir luchando al máximo de su capacidad.
Por último, las Unidades de Logística cerraban la columna, responsables de asegurar que las tropas tuvieran suficiente alimento, agua, municiones y todo lo necesario para mantener la moral alta y la máquina de guerra en funcionamiento. Sin ellos, el ejército, por poderoso que fuera, no podría sostenerse por mucho tiempo.
Iván observaba el lento y majestuoso despliegue de su ejército desde lo alto de su montura, sintiéndose ligeramente menos abatido. La salida de cada unidad, cada hombre y cada caballo, simbolizaba el comienzo de una campaña crucial, una en la que no podía permitirse ni un solo error. Aunque el peso de la responsabilidad aún lo agobiaba, la visión de sus fuerzas bien organizadas y la certeza de que marchaban hacia la batalla con determinación le daban un pequeño respiro.
Iván esperó pacientemente hasta que el último hombre, el último soldado, saliera de la ciudad. Solo entonces se decidió a moverse, avanzando al frente junto a Ulfric y una parte de los legionarios de las sombras, su guardia más leal. El sonido metálico de los cascos y el crujir de las armaduras llenaban el aire mientras avanzaban, con Iván a la cabeza, montado sobre Eclipse, su fiel caballo.
Eclipse, un poderoso semental negro, se movía con una gracia y una fuerza imponentes, cada uno de sus pasos resonaba con un peso que parecía sincronizarse con el ritmo del corazón de Iván. Cabalgó durante horas, avanzando a un ritmo acelerado, sin detenerse. No quería desperdiciar ni un segundo, cada minuto que pasaba sin actuar era una oportunidad perdida, una ventaja para el enemigo.
El paisaje alrededor cambiaba de forma gradual. Las llanuras doradas se transformaban en colinas, y luego en el espeso bosque que marcaba la frontera de sus tierras. La atmósfera se volvía más densa, cargada con la tensión de lo que estaba por venir. Mientras seguían avanzando, uno de los legionarios señaló algo en la distancia. Iván levantó la vista y vio a Zandric, el segundo comandante, asignado a la mitad de los diez mil legionarios de las sombras.
Zandric avanzaba acompañado por las unidades de caballería ligera, las mismas que había enviado a inspeccionar el perímetro de las aldeas y ciudades no atacadas por los bandidos. A medida que se acercaban, Zandric inclinó la cabeza en un gesto de respeto hacia Iván, su postura rígida pero sumisa, consciente de que sus acciones podían haber sido malinterpretadas.
—Su Gracia —dijo Zandric con voz firme, pero con un toque de humildad mientras mantenía la cabeza inclinada—. He revisado el perímetro de las zonas no atacadas, pero también he tomado la iniciativa de ordenar que, desde las aldeas atacadas hasta los límites de la región, se movilicen los centinelas de hierro de las ciudades y pueblos. Con su permiso, he reunido a estos hombres para formar un ejército defensivo en la zona oeste del norte, de donde provienen los ataques. Mi intención es que actúen como un escudo protector. Pido misericordia por actuar sin consultarlo.
Iván mantuvo la mirada fija en Zandric mientras este hablaba, evaluando cada palabra, cada gesto. Era evidente que Zandric había actuado con el mejor interés en mente, pero había desobedecido la cadena de mando al no consultar antes de tomar decisiones tan importantes.
Los segundos parecieron alargarse en el silencio tenso que siguió. El viento susurraba entre las hojas de los árboles cercanos, y los caballos, acostumbrados a la disciplina del ejército, se mantenían en silencio, como si sintieran la gravedad del momento.
Finalmente, Iván rompió el silencio, su voz profunda y resonante, pero sin rastro de ira.
—Zandric, no te castigaré, pero solo te pido que en el futuro me informes antes de tomar decisiones de esta magnitud. Sin embargo, has tenido suerte; ese escudo que creaste me será de gran utilidad.
Iván pronunció estas palabras con una mezcla de autoridad y comprensión. Su tono, aunque firme, no denotaba ira, sino un claro recordatorio de la importancia de la comunicación en momentos críticos. Zandric, aliviado de haber escapado de una reprimenda más severa, asintió solemnemente. Sabía que Iván no era un líder que tomara decisiones a la ligera, y la oportunidad de redimirse le llenaba de determinación.
Con un simple gesto, Iván indicó a Zandric que se uniera a la columna principal. El ejército continuó su marcha, un río imparable de acero y carne que avanzaba con la firmeza y la resolución de aquellos que sabían que el destino de su tierra dependía de ellos.
La región norte del ducado era vasta, igualando en extensión a las regiones sur y este. Estas tierras, cubiertas por densos bosques y montañas escarpadas, presentaban un desafío constante para la defensa y la coordinación. Aunque el norte, por su frontera compartida con dos ducados rivales, había sido fortificado con una gran cantidad de legiones de hierro, mantener la seguridad en todo momento era una tarea titánica.
El ducado contaba con casi treinta legiones de hierro en el norte, un número que había aumentado a cincuenta con las reformas militares implementadas por la madre de Iván. Aun así, la caza de bandidos en estas tierras indómitas no era una tarea sencilla. Y Konrot, si es que en verdad era un bandido, no era un enemigo común. Este hombre, cuya astucia y habilidad militar lo hacían un adversario temible, había logrado evadir a todas las legiones que lo perseguían, sembrando el terror en su camino.
Los relatos de las atrocidades de Konrot eran cada vez más espeluznantes. Había arrasado veinticinco pueblos, dejando a su paso una estela de muerte y desolación. Además, acosaba fortalezas y ciudades, obligando a las guarniciones a mantenerse en constante alerta. La incertidumbre sobre sus próximos movimientos mantenía a los comandantes al borde del abismo, incapaces de predecir dónde caería el siguiente golpe.
Iván, cabalgando al frente, reflexionaba sobre la situación. La posibilidad de un ataque sorpresa por parte del Ducado de Stirba o el Ducado de Zanzíbar nunca dejaba su mente. Las tensiones en las fronteras mantenían a muchas de sus legiones en una postura defensiva, incapaces de responder al terror que Konrot había desatado en el corazón del ducado. La situación era precaria, y las pocas legiones que se habían atrevido a perseguirlo habían sido eludidas hábilmente, sufriendo bajas en emboscadas y enfrentamientos guerrilleros.
El viento frío del norte soplaba con fuerza, arrastrando consigo el aroma de los pinos y el eco lejano de las montañas. Iván sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros como nunca antes. Cada decisión, cada orden, podría significar la vida o la muerte de miles. La vastedad de las tierras bajo su mando, aunque un signo de su poder, también era una carga, un recordatorio constante de que en cada rincón, en cada aldea remota, había vidas que dependían de él.
Mientras el ejército avanzaba, Iván no podía dejar de pensar en lo que vendría después. La guerra contra Konrot no era solo una batalla por la supervivencia, sino una prueba de su liderazgo, una prueba que determinaría si era digno del legado de su familia. Su mente volvía a los días de su infancia, cuando su madre le enseñaba sobre estrategia y liderazgo. Ahora, esas lecciones eran más relevantes que nunca.
El paisaje continuaba cambiando, con las sombras de los árboles alargándose a medida que el sol descendía en el horizonte. Las colinas y los valles se sucedían, y el sonido de los cascos de los caballos sobre la tierra se mezclaba con el canto de los pájaros nocturnos que comenzaban a despertar.
Finalmente, mientras el ejército se asentaba para pasar la noche, Iván se apartó de la columna principal, acompañado solo por unos pocos de sus hombres de confianza. El crepitar del fuego y las voces apagadas de los soldados llenaban el campamento, pero Iván sabía que no habría descanso para él. Los informes de los exploradores seguían llegando, y con ellos, las mismas noticias, silencio. No había rastros de los bandidos, era como si se hubiesen desaparecido.
Iván, sumido en la penumbra en una de las tiendas, revisaba los informes que le habían llegado de los exploradores y comandantes. El peso de la responsabilidad lo abrumaba, y cada palabra en esos pergaminos le recordaba el caos que se cernía sobre su ducado: Konrot, la amenaza constante de una guerra, las conspiraciones, y aquella monstruosidad que había presenciado en Altharen. Todos esos pensamientos se arremolinaban en su mente como un torbellino que no podía detener.
Suspiró profundamente, sintiendo cómo la fatiga lo invadía. Estaba cansado, no solo físicamente, sino también mental y emocionalmente. Sabía que era egoísta, pero en ese momento, no quería pensar en nada de eso. No quería cargar con la culpa, la impotencia, ni el miedo. Solo deseaba sentir algo diferente, algo que lo hiciera sentirse vivo, aunque fuera por un instante.
Con una cortesía casi automática, se retiró de la mesa, dejando los informes a un lado. Sus pensamientos ya no estaban en las estrategias ni en las decisiones que debía tomar, sino en la necesidad de escapar, aunque fuera por unos momentos, de la realidad que lo asfixiaba. Se dirigió a su tienda, la más grande y majestuosa del campamento, un pequeño lujo. Sabía que al amanecer tendrían que desmontarla, pero eso no le importaba en lo más mínimo.
Al entrar en la tienda, un suave calor lo envolvió, diferente al frío cortante del exterior. La fuente de ese calor se reveló ante sus ojos: Sarah, sumergida en una tina de bronce llena de agua caliente, de la que se elevaban ligeras nubes de vapor. A pesar del entorno medieval y austero, la gente de este mundo tenía un sentido de la higiene más avanzado de lo que podría parecer. Pensamientos triviales cruzaron su mente, mientras sus ojos se posaban en la figura de Sarah.
Ella lo recibió con una sonrisa suave, una invitación silenciosa que no necesitaba palabras. Su piel, blanca y suave como la leche, resplandecía bajo la luz de las velas. El agua parecía acentuar la delicadeza de su cuerpo, haciéndola aún más atractiva y tentadora. Sus pechos, grandes y firmes, flotaban ligeramente en el agua, con los pezones rosados asomando provocativamente. Iván no pudo evitar sentir cómo el deseo se apoderaba de él, su cuerpo reaccionando de inmediato al ver a Sarah en una posición tan vulnerable y sensual.
El cabello rojizo de Sarah, oscuro por el agua, caía en suaves ondas sobre sus hombros, enmarcando su rostro y haciéndola parecer aún más irresistible. La visión era tan provocativa y lasciva que Iván sintió su polla presionar contra sus pantalones, un recordatorio físico del deseo que lo estaba consumiendo.
Por un momento, todas las preocupaciones quedaron en un segundo plano. La guerra, las conspiraciones, las monstruosidades... nada de eso importaba ahora. Solo quería perderse en el cuerpo de Sarah, sentir el calor de su piel, olvidar por unos instantes la carga que llevaba sobre sus hombros. Ella era su escape, su manera de sentir que, a pesar de todo, aún estaba vivo.
Iván se acercó a la tina, sus pasos decididos pero suaves, como si temiera romper la atmósfera íntima que se había creado en la tienda. Sarah lo observaba con esos ojos que parecían leer su alma, invitándolo sin palabras a unirse a ella. Él no necesitó más incentivos. Comenzó a desvestirse, dejando caer sus ropas al suelo, mientras sus ojos nunca se apartaban de ella.
Cuando Iván se despojó de sus ropas, dejando que cayeran pesadamente al suelo, sintió cómo cada capa de tela que se quitaba aliviaba un poco la presión que llevaba dentro. Finalmente, desnudo y vulnerable, se sumergió en la tina junto a Sarah. El agua caliente lo envolvió de inmediato, como una caricia suave que relajaba cada músculo tenso de su cuerpo. Pero fue el contacto con la piel de Sarah lo que realmente le dio la paz que anhelaba. Ella lo recibió entre sus brazos, acercándolo a su cálido cuerpo, y por un momento, todo lo que existía fuera de esa tina se desvaneció, dejando solo el calor, la suavidad y la conexión entre ambos.
Mientras Iván se perdía en el calor de su amante, sintió que el peso de sus responsabilidades comenzaba a desvanecerse, aunque fuera solo por ese breve instante. Ahí, en los brazos de Sarah, se permitió olvidar, se permitió sentir y, sobre todo, se permitió ser simplemente un hombre, lejos de las cargas y expectativas que el mundo había puesto sobre él.
Sarah, sintiendo la vulnerabilidad y el deseo de Iván, no dudó en moverse con la gracia de una amante experimentada. Su mano descendió suavemente por su muslo, acariciando la piel húmeda y caliente antes de deslizar los dedos hacia arriba, en dirección a su miembro. Con cada toque, podía sentir el ardiente deseo que emanaba de él, un calor que resonaba con su propia lujuria. Cuando sus dedos rozaron su erección, Iván dejó escapar un suave ronroneo de placer, y sus ojos se encontraron con los de Sarah en un desafío silencioso, uno que ambos estaban dispuestos a aceptar.
Lentamente, Sarah envolvió su mano alrededor del miembro erecto de Iván, acariciándolo con una mezcla de suavidad y firmeza que lo hacía perderse en la sensación. Podía oír su respiración volverse más entrecortada mientras ella comenzaba a mover su mano arriba y abajo, cada movimiento calculado para avivar el fuego que ardía dentro de él. Cada caricia estaba perfectamente medida, tentadora y exigente, lo suficiente para volverlo loco de deseo, pero sin permitirle llegar al clímax demasiado pronto.
Los labios de Sarah se curvaron en una sonrisa diabólica al sentir cómo su miembro palpitaba en su agarre. Ella tenía todo el control en ese juego de seducción, y estaba decidida a usarlo a su favor. A medida que lo acariciaba, sentía el poder que tenía sobre él, el poder de hacerle sucumbir a sus deseos más oscuros y primitivos.
Iván, por su parte, luchaba contra el instinto de embestir su mano, queriendo prolongar esa torturante provocación el mayor tiempo posible. Sin embargo, su necesidad era palpable, su cuerpo clamaba por un alivio que solo Sarah podía proporcionarle. —Sarah… —murmuró su nombre en un susurro entrecortado, como si solo pronunciarlo pudiera calmar el fuego que ardía en su interior. Extendió la mano para agarrar la muñeca de Sarah, no para detener sus movimientos, sino para entrelazar sus dedos con los de ella, creando una conexión más íntima entre ambos.
Mientras tanto, la otra mano de Iván se deslizó por el brazo de Sarah, trazando la curva de su piel húmeda antes de posarse firmemente sobre su hombro. La presión de su pulgar contra su carne era ligera pero deliberada, un intento de afirmar algún atisbo de control en esta danza de dominación y sumisión que ambos estaban bailando. Quería mostrarle que, a pesar de su sumisión momentánea, él aún tenía algo de control en ese juego.
La mano libre de Iván encontró su camino hacia el cuello de Sarah, sus dedos rozando suavemente su piel antes de atraerla más cerca. El contacto íntimo entre sus cuerpos provocó una sacudida de excitación en el cuerpo de Sarah, quien se deleitó con la sensación de sus manos sobre su piel, marcándola como su posesión en ese intenso intercambio.
Sentir su fuerte agarre sobre su hombro, y la forma en que su pulgar presionaba su carne, solo intensificó el deseo de Sarah. Ella se inclinó hacia su toque, sus propias manos nunca vacilando mientras continuaba acariciando su palpitante miembro con destreza. Se deleitaba en cómo su cuerpo respondía a sus caricias, en cómo su respiración se volvía más errática con cada movimiento de su mano.
Inclinándose hacia él, Sarah capturó sus labios en un beso apasionado, su lengua entrelazándose con la de Iván en un ritmo que solo ellos entendían. Sus pechos se presionaron contra el torso de Iván, y los pezones endurecidos rozaron su piel, enviando oleadas de placer por sus cuerpos. El sabor de Sarah en sus labios avivó el deseo de Iván, quien respondió con un hambre creciente, sus manos vagando por su espalda hasta ahuecar sus nalgas firmes. Las apretó con fuerza, acercando aún más sus caderas a las suyas, frotando sus cuerpos en un intento desesperado por aliviar la tensión que los consumía.
El pene de Iván palpitaba con insistencia en la mano de Sarah, y el líquido preseminal que goteaba de la punta se mezclaba con el agua tibia, una prueba tangible de su creciente excitación. A pesar de estar dominado por el hábil toque de Sarah, Iván no pudo evitar anhelar más. Quería estar dentro de ella, sentir cómo su calor lo envolvía, cómo su cuerpo lo recibía con la misma intensidad con la que él la deseaba.
Respirando pesadamente, Iván interrumpió el beso, sus ojos clavándose en los de Sarah con un hambre salvaje ardiendo en su mirada. —Tómame —gruñó en voz baja, su voz temblorosa bajo el peso de su lujuria desenfrenada—. Te necesito, ahora.
Sin decir una palabra, Sarah sonrió con malicia, disfrutando del poder que tenía sobre él. Su mirada reflejaba la misma intensidad, el mismo deseo. Con un movimiento decidido, lo empujó suavemente contra el borde de la tina, posicionándose entre sus piernas abiertas. Guiando su miembro hacia su entrada, disfrutó del momento en que su longitud palpitante rozó sus pliegues resbaladizos.
Iván podía sentir cómo su corazón latía con fuerza en su pecho, al ritmo del de Sarah. Cada movimiento, cada roce, era un recordatorio de lo que estaban a punto de compartir. Sin romper el contacto visual, Sarah comenzó a deslizarse lentamente por su miembro, sus paredes internas apretándose alrededor de él a medida que lo recibía en su calor. Un fuerte gemido escapó de sus labios al sentir cómo se estiraba para acomodarlo, el placer mezclándose con el dolor en una deliciosa combinación.
La sensación de estar completamente envuelto en el calor de Sarah era incomparable. Iván dejó escapar un gemido de pura satisfacción, su cabeza cayendo hacia atrás contra el borde de la bañera. El mundo exterior dejó de existir, no había más guerra, ni responsabilidades, ni conspiraciones. Solo estaban ellos, enredados en una danza de placer y deseo.
Iván no perdió tiempo en empezar a moverse. Retrocedió lo suficiente para provocarla antes de sumergirse nuevamente en sus profundidades, marcando un ritmo implacable. Cada embestida estaba impulsada por un hambre insaciable, una necesidad de liberarse, de perderse en el placer que compartían.
Sus manos no dejaban de explorar el cuerpo de Sarah, apretando sus pechos con fuerza a través de la tela húmeda de su vestido antes de deslizarse hacia abajo, encontrando su clítoris. Comenzó a frotar en círculos su capullo sensible, añadiendo una capa extra de estimulación a su ya intensa unión. Los gemidos de Sarah se mezclaban con los suyos, sus cuerpos encontrando un ritmo perfecto, una sincronía que solo ellos entendían.
A pesar de disfrutar del trato duro que le daba, Iván no pudo evitar preguntarse cómo reaccionaría Sarah si él tomara el control por completo, si la dominara hasta hacerla rogar por misericordia. Sus pensamientos oscilaban entre el deseo de someterse y el impulso de dominar, creando una batalla interna que solo intensificaba su deseo por ella.
Pero en ese momento, no había espacio para dudas o vacilaciones. El ritmo de sus cuerpos aumentó, sus gemidos llenaron la tienda, y el mundo exterior se desvaneció por completo. Lo único que importaba era la conexión entre ellos, un lazo que los unía más allá del placer físico, en un encuentro que los hacía olvidar, aunque solo fuera por un instante, las sombras que acechaban en el horizonte.
El fuego en sus venas ardía con una intensidad que desafiaba su autocontrol. Cada movimiento, cada toque, era un recordatorio de la tensión entre ellos, una tensión que amenazaba con desbordarse en cualquier momento. El contraste entre sus pieles, el calor de sus cuerpos entrelazados, y los susurros de sus respiraciones entrecortadas crearon una atmósfera cargada de deseo y anhelo.
Iván notaba cómo el mundo exterior se desvanecía por completo. Las sombras que acechaban en el horizonte, las responsabilidades que lo aguardaban, todo parecía desvanecerse en ese momento en el que la conexión entre ellos se volvía lo único tangible, lo único real. Sarah, en su entrega, se convirtió en el ancla que lo mantenía en la realidad, y al mismo tiempo, la llave que lo liberaba de todas sus ataduras.
Sus manos, grandes y fuertes, recorrían el cuerpo de Sarah con una mezcla de veneración y avidez. Cada centímetro de su piel despertaba un deseo primario en Iván, un deseo de poseerla completamente, de grabar en su memoria la sensación de su suavidad bajo sus dedos. Sentir su cuerpo reaccionar a su toque, estremeciéndose y arqueándose hacia él, alimentaba una necesidad profunda de reclamación y dominio.
El ritmo de sus embestidas se volvió implacable, y los gemidos de Sarah llenaron la tienda, resonando como una melodía embriagadora que lo impulsaba a seguir. Con cada movimiento, la sentía más cerca del borde, su respiración entrecortada, sus dedos clavándose en su espalda en una súplica silenciosa. Iván sonrió ante su entrega, inclinándose sobre ella, sus labios rozando su oído mientras le susurraba con voz ronca:
—Quiero que me lo pidas, Sarah. Quiero que ruegues por ello.
Las palabras se deslizaron de sus labios como una orden cargada de poder. Sarah, temblando de deseo, respondió con un gemido ahogado, sus caderas moviéndose al compás de las embestidas de Iván, buscando más, siempre más. Finalmente, entre jadeos y gemidos, susurró:
—Por favor… Iván… tómame, hazme tuya… no te detengas.
Iván no necesitó más estímulo. Con un gruñido bajo de aprobación, aumentó la fuerza de sus embestidas, penetrando más profundamente en su calor. Sus manos se aferraron con fuerza a las caderas de Sarah, manteniéndola en su lugar mientras él se sumergía en la locura del placer. La sentía estremecerse bajo él, sus paredes internas apretándose a su alrededor en una danza perfecta de placer compartido.
El clímax los alcanzó simultáneamente, una explosión de éxtasis que los dejó temblando y jadeando, perdidos en la intensidad del momento. Iván se derramó dentro de ella, su semen brotando en gruesos cordones, llenándola con su esencia, una prueba tangible de su unión. Sarah, sintiendo la calidez llenándola, alcanzó su propio orgasmo, su cuerpo convulsionándose bajo él mientras gritaba su nombre.
La sensación de ser tan completamente poseída envió un escalofrío de satisfacción por todo su ser. Su visión se nubló mientras las olas del clímax la invadían, dejándola agotada y completamente satisfecha en los brazos de Iván. Él la observó, fascinado por la forma en que su cuerpo respondía al suyo, la forma en que se rendía completamente a su voluntad.
Pero el deseo de Iván no se había extinguido. Aún queriendo olvidar todo su peso, la tomó de una nalga, acercándola a él. Su otra mano se deslizó hasta su pecho, amasándolo y jugando con su pezón, reclamándola como suya. Sentir las manos de Iván explorando su cuerpo una vez más despertó una nueva ola de deseo en Sarah. Se deleitó con la forma en que él tomó el control sin vacilación ni reservas, recordándole por qué se había enamorado de él en primer lugar.
—Espero que estés preparada para una larga noche —le susurró al oído, su voz ronca y cargada de promesas, antes de pasarle la lengua por la mandíbula en un gesto provocador.
Sarah sonrió, una sonrisa que era tanto una invitación como un desafío. Se liberó de su agarre momentáneamente solo para levantarse de la bañera y caminar hacia la cama, dejando que el agua resbalara por su cuerpo en un sensual espectáculo que mantenía la mirada de Iván clavada en ella. Se recostó sobre la cama, su cuerpo húmedo y reluciente bajo la tenue luz de la tienda, una visión de pura tentación.
Iván no perdió tiempo. Se levantó de la bañera con una gracia depredadora, sus ojos fijos en el cuerpo de Sarah, deseando perderse en ella una vez más. Subió a la cama y se colocó entre sus piernas abiertas, sus manos recorriendo su piel expuesta con una mezcla de ternura y posesividad. Sus labios encontraron su pecho, su lengua acariciando y succionando su pezón con avidez, provocando un gemido de placer en Sarah.
Sus dedos descendieron por su abdomen hasta llegar a su centro, deslizándose dentro de ella con facilidad, sintiendo cómo sus paredes internas lo recibían con calidez. Sarah arqueó la espalda, sus caderas moviéndose al compás de sus dedos, su cuerpo respondiendo a cada toque, cada caricia, con una necesidad que igualaba la de Iván.
Con cada movimiento de sus dedos, Iván podía sentir el deseo de Sarah creciendo, sus gemidos volviéndose más intensos, sus movimientos más desesperados. La veía retorcerse debajo de él, completamente perdida en el placer que él le estaba proporcionando. Y mientras la observaba, supo que haría cualquier cosa para verla así una y otra vez.
Cuando Sarah llegó al borde del clímax una vez más, Iván añadió otro dedo, acelerando el ritmo mientras su pulgar rodeaba su sensible clítoris. Sarah gritó su nombre, sus caderas moviéndose frenéticamente contra su mano, buscando liberarse del intenso placer que amenazaba con consumirla.
El clímax llegó como una ola devastadora, arrasando con todo a su paso. Sarah gritó su nombre, sus paredes internas apretándose con fuerza alrededor de sus dedos, su cuerpo temblando de placer. Iván sintió la fuerza de su orgasmo, sintió cómo sus jugos mojaban su mano, y no pudo evitar sonreír con satisfacción ante la respuesta de su cuerpo.
Sin esperar a que se recuperara, Iván la giró, poniéndola a cuatro patas. La atacó por detrás, su dura erección restregándose contra su trasero antes de posicionarse en su entrada. Con un gruñido bajo, se hundió en ella una vez más, esta vez desde atrás, alcanzando profundidades que antes no había tocado.
Sarah jadeó ante la nueva y arrolladora sensación, sus caderas se movieron por instinto, empujándose hacia atrás para encontrarse con las embestidas profundas y rítmicas de Iván. La posición en la que se encontraban permitía que él llegara a tocar puntos dentro de ella que antes desconocía, lugares que despertaban en Sarah una mezcla incontrolable de placer y vulnerabilidad. Sus gemidos, inicialmente suaves y tímidos, se transformaron en sonidos llenos de deseo y desesperación. Estos gemidos resonaban en la tienda, mezclándose con los graves y guturales gruñidos de Iván, quien la tomaba con una fuerza primitiva que no hacía más que avivar la hoguera de deseo que ardía en su interior.
El cuerpo de Sarah se movía en un vaivén salvaje, empujado por la lujuria que la consumía. Sentía el brazo fuerte de Iván rodeando su cintura, tirándola hacia su pecho con una determinación que la hacía temblar de expectación. Con la otra mano, Iván comenzaba a masajear uno de sus grandes y sensibles pechos, cada apretón y caricia enviando oleadas de calor líquido a través de su ser.
Las embestidas de Iván se volvieron frenéticas, sus movimientos eran rápidos y urgentes, cada vez más cerca del clímax. Sarah podía sentir cómo sus músculos internos respondían a cada empuje, contrayéndose y apretando alrededor de él, mientras ella se acercaba a otro clímax, uno que prometía ser devastador y absoluto. La intensidad del momento la llevó al límite, un punto donde ya no podía pensar, solo sentir. Y entonces, como una explosión interna, Sarah alcanzó el clímax una vez más, su cuerpo temblando violentamente mientras Iván también se liberaba en un estallido de placer compartido.
Sentir el brazo de Iván rodeando su cintura, la cercanía de sus cuerpos, y su mano firme amasando su pecho hizo que Sarah se sintiera completa, como si cada parte de ella estuviera siendo adorada y reclamada al mismo tiempo. Los besos que Iván dejó en su cuello, esos mordiscos y succiones, eran más que gestos de pasión; eran promesas silenciosas, marcas que proclamaban su dominio sobre ella. El olor de su cabello, una mezcla de sudor, tierra y algo puramente femenino, era embriagador, un perfume que Iván inhalaba con avidez mientras la penetraba con más fuerza, sintiendo que cada parte de su ser estaba completamente conectada a ella.
El ritmo frenético de Iván, el sonido de su respiración entrecortada, y los gemidos de Sarah se unieron en una sinfonía de deseo, una melodía oscura y apasionada que llenó cada rincón de la tienda. Sarah arqueaba la espalda, entregándose por completo a la experiencia, sus uñas clavándose en las sábanas mientras su cuerpo buscaba más de ese éxtasis que solo Iván podía darle. Sentía cada movimiento como si fuera el último, como si ese instante pudiera durar para siempre. Y cuando él se inclinó hacia ella para lamer y besar su cuello, un escalofrío recorrió la columna de Sarah, el placer subiendo en una espiral incontrolable.
Iván sintió cómo su miembro se hinchaba dentro de Sarah, el punto final de un viaje que los había llevado a ambos al borde del abismo. Con una última embestida, la llenó completamente, su semilla caliente llenándola y provocando que el cuerpo de Sarah se contrajera una vez más en un clímax feroz. Sarah gritó, un sonido desgarrador que llenó la tienda mientras su cuerpo temblaba y se convulsionaba bajo el peso de Iván, quien continuaba empujando hasta que ambos quedaron completamente exhaustos.
Cuando Iván finalmente se retiró, recostándose pesadamente en la cama, Sarah, lejos de estar satisfecha, se subió encima de él, sus labios encontrando los de Iván en un beso apasionado y dominante. Ella tomó el control, su lengua explorando con avidez cada rincón de su boca, sus manos recorriendo su pecho, su cuello, hasta que finalmente se deslizaron hacia abajo, buscando el miembro semi flácido de Iván.
Sarah sonrió con picardía, sabiendo que a pesar del agotamiento, Iván seguía respondiendo a sus caricias. Se inclinó, besando y succionando el cuello de Iván, dejando pequeñas marcas rojas en su piel, mientras su lengua bajaba lentamente, saboreando cada centímetro de su piel hasta llegar a su entrepierna. Sin dudarlo, tomó su miembro entre sus labios, su lengua suave y rosada recorriendo su longitud, lamiendo y acariciando con una dedicación que sólo alguien como Sarah podría mostrar.
Iván gruñó suavemente, sintiendo cómo el control se deslizaba de sus manos y caía completamente en las de Sarah. Ella, deleitándose en ese poder, lo miró desde abajo, sus ojos brillando con un deseo inquebrantable mientras continuaba su trabajo, llevando a Iván una vez más al borde del clímax con la pura fuerza de su boca y lengua.
El miembro de Iván comenzó a responder, endureciéndose bajo la atención experta de Sarah. Ella aumentó el ritmo, sus movimientos se volvieron más audaces, sus labios se cerraron alrededor de él con una presión perfecta que lo hizo gemir de placer. Las manos de Iván se movieron para agarrar las sábanas, su cuerpo temblando bajo el ataque sensorial que Sarah estaba desplegando sobre él. Sentía cada movimiento de su lengua, cada suave succión, como si fuera una corriente eléctrica que corría por sus venas, encendiendo cada nervio, cada fibra de su ser.
Cuando Sarah percibió las señales inequívocas de que Iván estaba al borde del clímax, una sonrisa de triunfo se dibujó en sus labios mientras seguía succionando con devoción. Estaba decidida a llevarlo al límite, a probar el poder de su boca y sus habilidades. Sus movimientos se volvieron más urgentes, más precisos, mientras sus manos recorrían sus muslos, acariciando su piel con una mezcla de ternura y provocación.
Iván no pudo resistir más, su cuerpo traicionaba su intento de autocontrol. Dejó escapar un gemido profundo, lleno de placer y rendición. Sarah, al escuchar ese sonido, redobló sus esfuerzos, ansiosa por saborear su liberación. Su lengua exploró cada rincón, absorbiendo cada gota, mientras sus ojos se mantenían fijos en el rostro de Iván, deleitándose con la expresión de éxtasis que lo dominaba.
Finalmente, Iván sucumbió a la oleada de placer que lo envolvía. Con un gruñido final, se dejó llevar, llenando la boca de Sarah con su semilla. Ella, sin detenerse, continuó su labor con entusiasmo, extrayendo hasta la última gota mientras sus manos masajeaban suavemente sus muslos, extendiendo el placer hasta que no quedó nada más que una sensación de agotamiento y satisfacción.
Cuando terminó, Sarah se apartó con cuidado, mostrando con orgullo cómo había tomado todo lo que Iván había ofrecido. Abrió la boca de forma lasciva, permitiéndole ver el resultado de su esfuerzo antes de cerrar los labios y sonreírle con una expresión cargada de deseo y satisfacción. Sin darle tiempo a recuperarse, lo empujó suavemente hacia la cama, su cuerpo moviéndose con una fluidez que hablaba de su experiencia y confianza.
Con un movimiento rápido, Sarah se subió encima de Iván, alineando su miembro con su entrada, ya humedecida por la anticipación. Inclinándose hacia él, sus ojos se encontraron, y en ese momento, ambos supieron que la noche estaba lejos de terminar. Con una sonrisa seductora, Sarah comenzó a moverse, dejando que el placer los envolviera nuevamente.
Iván, sintiendo la calidez y la humedad de Sarah alrededor de él, dejó escapar un suspiro de placer mientras sus manos se movían por su cuerpo, buscando esas curvas que tan bien conocía. Sus manos encontraron sus nalgas, y las amasó con firmeza, disfrutando de la sensación de su carne bajo sus dedos. Sarah gimió suavemente en respuesta, arqueando su espalda y aumentando el ritmo de sus movimientos, deleitándose en la sensación de control y poder que sentía al tenerlo debajo de ella.
Cada embestida los acercaba más a ese lugar de éxtasis compartido, donde el placer y el dolor se mezclaban en una sinfonía de sensaciones. Los cuerpos de ambos se movían al unísono, cada uno buscando dar y recibir placer en igual medida. Sarah, con su mirada fija en Iván, disfrutaba cada momento, cada reacción, cada gemido que él emitía.
El calor entre ellos aumentaba con cada movimiento de sus caderas, y Sarah podía sentir cómo el clímax se acercaba una vez más. Sus paredes internas se apretaron alrededor de Iván, provocando que él dejara escapar un gemido de puro placer. La sensación de tenerlo tan profundamente dentro de ella, combinado con el ritmo frenético de sus movimientos, la llevó al borde del éxtasis.
Decidida a llevarlos a ambos al límite, Sarah aceleró el ritmo, sus movimientos se volvieron más urgentes, más desesperados. Cada vez que sus caderas se encontraban, una ola de placer recorría sus cuerpos, llevándolos más cerca de la liberación final. Iván, perdido en la intensidad del momento, respondió con igual fervor, sus manos aferrándose a las nalgas de Sarah con más fuerza, marcando el ritmo con sus propias embestidas.
Finalmente, en un clímax simultáneo que parecía sacudir todo su ser, Sarah sintió cómo el éxtasis la envolvía por completo, sus gemidos se mezclaban con los de Iván en una cacofonía de placer puro. Sus cuerpos temblaron juntos, perdidos en la intensidad del momento, hasta que finalmente, agotados, se dejaron caer uno sobre el otro, respirando pesadamente mientras el sudor perlaba sus pieles.
Mientras el último vestigio de su clímax se desvanecía, Sarah se inclinó sobre Iván y le dio un beso suave, casi tierno, en los labios. Se quedó allí, acurrucada sobre él, disfrutando del calor y la proximidad de su cuerpo mientras ambos recuperaban el aliento. El silencio que siguió no era incómodo; al contrario, era un testimonio de la conexión profunda que habían compartido en esos momentos de pasión desenfrenada.
Finalmente, Sarah levantó la mirada y, con una sonrisa satisfecha, susurró al oído de Iván:
—No hemos terminado, mi señor —Su tono era una mezcla de desafío y promesa, dejando claro que aún quedaba mucho por explorar entre ellos.
Iván, aún sintiendo el cosquilleo residual del clímax que acababa de experimentar, abrió los ojos para encontrarse con la intensa mirada de Sarah, que parecía arder con una mezcla de lujuria y devoción. El sudor brillaba en su piel, creando un contraste hipnótico con su cabello que caía en suaves rizos alrededor de su rostro. A pesar del cansancio, Iván no pudo evitar sentir cómo su deseo por ella se reavivaba, alimentado por su insaciable sed de más.
Sarah lo observaba, con una sonrisa que transmitía tanto amor como desafío. Sabía que había tocado algo profundo dentro de él, algo que no podía ser simplemente apagado o ignorado. Bajó la cabeza, plantando suaves besos a lo largo de su cuello, moviéndose lentamente hacia su pecho mientras sus dedos trazaban líneas invisibles sobre su piel, dejándole sentir que la noche aún guardaba promesas que ambos estaban ansiosos por cumplir.
Iván, sintiendo su toque suave y tentador, dejó escapar un suspiro profundo, pero esta vez no era de agotamiento. El deseo se estaba reavivando en su interior, respondiendo a las caricias de Sarah y a la calidez de su cuerpo presionado contra el suyo. Sus manos, que antes habían descansado sobre las nalgas de Sarah, ahora comenzaron a moverse lentamente por su espalda, sintiendo cada curva, cada músculo que se tensaba bajo su piel mientras ella se movía encima de él.
—¿No hemos terminado, dices? —susurró Iván, con un tono que mezclaba cansancio y un renovado deseo. Sus ojos brillaban con una chispa juguetona, y Sarah pudo sentir cómo su cuerpo respondía de inmediato a la insinuación en su voz.
—No, mi señor —respondió ella en un tono que era a la vez sumiso y provocador, inclinándose para capturar sus labios en un beso profundo y ardiente—. Quiero que me hagas tuya una vez más… pero esta vez, con toda la fuerza que tienes.
Iván sintió cómo esas palabras encendían algo salvaje dentro de él. Con un gruñido bajo, respondió al beso con una pasión renovada, tomando control de la situación. Con un movimiento ágil, se giró, haciéndola caer de espaldas sobre la cama, con él encima. La posición invertida dejó a Sarah sorprendida, pero sus ojos brillaban con anticipación, esperando el siguiente movimiento de Iván.
—Como desees —murmuró él con voz ronca, inclinándose sobre ella mientras sus manos recorrían su cuerpo, explorándolo como si fuera la primera vez. Sarah tembló bajo su toque, sintiendo cómo su deseo crecía con cada caricia. Los dedos de Iván encontraron el lugar donde sus cuerpos se unían, acariciando suavemente antes de hundirse en su calor una vez más.
Ella arqueó la espalda, dejando escapar un gemido de placer mientras Iván la penetraba con una mezcla de ternura y fuerza. La sensación era abrumadora, un choque de placer que hizo que ambos se perdieran en el momento. Sus cuerpos se movieron en un ritmo que era casi instintivo, como si estuvieran hechos para encajar de esa manera, cada embestida llevando a ambos más cerca de un nuevo clímax.
Sarah envolvió sus piernas alrededor de las caderas de Iván, tirando de él más cerca mientras sus manos se aferraban a su espalda, sus uñas dejando marcas en su piel. Sentía cada músculo de su cuerpo trabajar, cada respiración agitada contra su oído, y eso solo aumentaba su propia lujuria. Sus caderas se movían al unísono, cada encuentro de sus cuerpos creando una sinfonía de sonidos húmedos y gemidos ahogados.
—Más fuerte —jadeó Sarah, su voz entrecortada por el esfuerzo y el placer—. No te detengas… quiero sentirte más profundo.
Iván respondió a su petición con una ferocidad renovada, embistiéndola con más fuerza, cada movimiento enviando ondas de placer a través de ambos. La cama crujió bajo el peso de su pasión, pero ninguno de los dos prestó atención a nada más que a la sensación de sus cuerpos encontrándose una y otra vez.
La intensidad creció, alimentada por la desesperación de alcanzar ese punto culminante que ambos deseaban. Sarah podía sentir el clímax acercándose, su cuerpo comenzando a temblar bajo el peso del placer abrumador. Iván, sintiendo su propio clímax acercarse, redobló sus esfuerzos, queriendo llevarla con él en ese último momento de éxtasis compartido.
Finalmente, el clímax los alcanzó, un torrente de sensaciones que sacudió sus cuerpos. Sarah gritó, su espalda arqueándose mientras el placer la atravesaba, sus paredes internas apretándose alrededor de Iván con una fuerza que casi lo hizo perder el control. Iván se dejó llevar por esa ola, su propia liberación mezclándose con la de ella mientras sus cuerpos temblaban juntos en un abrazo feroz.
Mientras la respiración de ambos se calmaba, Sarah no pudo evitar la sonrisa satisfecha que se extendía por su rostro. Aún envuelta en la calidez del momento, se giró hacia Iván, acurrucándose contra su costado, buscando el consuelo de su cercanía. Su mano, suave y delicada, se posó sobre el pecho de Iván, sintiendo el latido de su corazón que empezaba a normalizarse. Cada latido parecía sincronizarse con los suyos, creando un ritmo compartido que la tranquilizaba.
—Eres increíble, mi señor —susurró, su voz cargada de adoración y gratitud. Era un tono suave, casi reverente, que reflejaba cuánto significaba este momento para ella—. Gracias por no detenerte.
Iván, a pesar del agotamiento que empezaba a pesar sobre sus párpados, sonrió con ternura al escucharla. Sentía el cariño genuino en cada palabra que ella pronunciaba. Levantó una mano y comenzó a acariciar lentamente su cabello, enredando sus dedos en las hebras suaves y sedosas que caían en cascada sobre su piel. Cada movimiento era un recordatorio silencioso de la conexión especial que compartían, una conexión que iba más allá de lo físico.
—Tú también lo eres, Sarah… siempre lo has sido —respondió con voz suave, cargada de sinceridad. Sus palabras eran más que un cumplido; eran una confesión, una manera de reconocer la influencia que ella tenía en su vida. Sin pensarlo, se inclinó hacia ella y depositó un suave beso en su mejilla, un gesto de afecto y agradecimiento que decía más que cualquier palabra—. Pero... —continuó, su voz volviéndose un poco más pensativa—, ¿podrías llamarme de una forma más íntima? No solo "mi señor", "su gracia" o "Iván". Quisiera algo que fuera solo nuestro.
Sarah soltó una risita suave, su aliento cálido rozando la piel de Iván mientras lo besaba con ternura. Sus labios se posaron en los de él, dejando un rastro de cariño y promesas no dichas en el aire. Al separarse, sus ojos brillaban con una mezcla de picardía y dulzura, un contraste encantador que Iván encontraba cada vez más irresistible.
—Claro, amor —respondió ella, su tono volviéndose más dulce y juguetón—. Pero dime, ¿cómo deseas que te llame? —Sarah hizo una pausa, dejando que sus palabras flotaran en el aire por un momento antes de continuar—. Bueno, supongo que eres como mi esposo, así que... ¿qué te parece "amor" o "cariño"? ¿Cuál te gusta más?
Iván la observó, sus ojos fijándose en los de ella con una intensidad que hacía que el tiempo pareciera detenerse. La forma en que Sarah pronunciaba esas palabras, con tanta suavidad y amor, llenaba su corazón de un calor reconfortante. Había algo en la simplicidad de esas palabras que resonaba profundamente en él, algo que le hacía sentir una cercanía aún mayor con ella.
—"Amor"... —probó la palabra en sus labios, saboreándola como si fuera la primera vez que la escuchaba—. Me gusta cómo suena cuando lo dices tú.
Sarah sonrió, sintiendo una ola de ternura que la envolvía. La forma en que Iván la miraba, con esa mezcla de admiración y cariño, hacía que su corazón latiera más rápido. Se acercó un poco más a él, hasta que sus cuerpos estuvieron completamente entrelazados, y apoyó la cabeza en su pecho, escuchando el ritmo constante de su corazón.
—Entonces "amor" será —susurró, sus labios rozando la piel de su pecho mientras hablaba—. Porque eso es lo que eres para mí, Iván. Mi amor, mi todo.
El silencio que siguió estaba lleno de una paz reconfortante. La habitación, que antes había sido testigo de la pasión desenfrenada entre ellos, ahora se había convertido en un refugio de tranquilidad y paz. La suave luz de la luna que se filtraba a través de las ventanas acariciaba sus cuerpos, envolviéndolos en un manto de serenidad.
Iván, con los ojos cerrados, disfrutaba de la sensación de tener a Sarah tan cerca, sintiendo cómo su respiración se sincronizaba con la suya. Había algo increíblemente íntimo en esos momentos de quietud compartida, algo que fortalecía el vínculo que los unía de una manera que las palabras no podían describir.
SMientras el agotamiento comenzaba a apoderarse de ambos, Sarah levantó la cabeza ligeramente, sus ojos brillando con una mezcla de satisfacción y preocupación mientras miraba a Iván. La suave luz de la luna que se filtraba por la ventana bañaba su piel desnuda, dándole un brillo etéreo que acentuaba su belleza natural. Se acomodó más cerca de él, su cuerpo cálido acurrucándose contra el de Iván mientras sus dedos jugueteaban perezosamente con los mechones de su cabello.
—¿Pude distraerte del peso que llevas, amor? —susurró Sarah, su voz suave y cariñosa, cargada de un tono más amoroso y familiar que antes. Sus palabras eran como una caricia en la oscuridad, un intento de aliviar las preocupaciones que sabía que lo abrumaban.
Iván, con los ojos entrecerrados por el cansancio, sintió una oleada de gratitud hacia Sarah. La noche había sido un escape necesario, una pausa en medio del caos que lo rodeaba. Sus brazos la rodearon con más fuerza, como si no quisiera dejarla ir, como si en ella encontrara un refugio contra las tormentas que lo amenazaban fuera de esas cuatro paredes.
—Sí, Sarah... lo que hicimos me ayudó mucho —murmuró, su voz resonando con una sinceridad que ella no podía ignorar. Inclinó la cabeza para plantar un beso suave en su frente, sus labios demorándose allí como una forma de agradecimiento.