Sarah, al fin, sentía una felicidad completa. A pesar de lo tedioso que había sido estar en movimiento constante durante las últimas dos semanas, el norte le ofrecía una extraña sensación de paz y belleza, aunque teñida de un matiz sombrío por las constantes nubes de lluvia de verano. A medida que avanzaban, el paisaje cambiaba lentamente, con sus colinas cubiertas de un verde profundo, salpicadas de bosques oscuros que parecían ocultar secretos antiguos. El viento fresco traía consigo el olor a tierra húmeda y pino, envolviéndola en una sensación de novedad y aventura.
La ciudad de Santorach, aunque pintoresca, no se comparaba en esplendor con Vardenholme. Las calles de Santorach estaban pavimentadas con piedra gris, y las casas, construidas con madera oscura y techos de pizarra, le daban al lugar una sensación acogedora, aunque un poco austera. Las ventanas adornadas con pequeños balcones de hierro forjado estaban decoradas con macetas de flores, que añadían un toque de color al entorno. La ciudad estaba rodeada por un anillo de colinas suaves que se alzaban protectoras alrededor del valle, y desde la distancia, el castillo de Santorach se erguía como un vigía silencioso, observando desde lo alto.
El carruaje de Sarah pronto llegó a las puertas del castillo de Santorach. A medida que se acercaban, sus ojos se maravillaron ante la imponente estructura. El castillo era una fortaleza de piedra oscura, construida con bloques de granito que parecían fundirse con el paisaje circundante. Las murallas, altas y gruesas, estaban coronadas por almenas desde las cuales se divisaban centinelas. Cuatro torres principales, una en cada esquina del castillo, se alzaban hacia el cielo, desafiando el peso de las nubes que parecían aferrarse a ellas.
Las puertas del castillo eran de madera maciza, reforzadas con bandas de hierro que relucían bajo la luz tenue del sol que se filtraba entre las nubes. A medida que el carruaje cruzaba el puente levadizo, Sarah pudo ver el foso que rodeaba la fortaleza, lleno de agua oscura y reflectante. El sonido de las cadenas al bajar resonó en el aire, mezclándose con el crujido de la madera bajo las ruedas del carruaje.
Al llegar al patio interior, el carruaje se detuvo, y un grupo de soldados se acercó para ayudarla a bajar. Los hombres vestían con armaduras pulidas, y en sus rostros se veía el respeto que le brindaban, un respeto que Sarah nunca había conocido antes de convertirse en la concubina de Iván. Desde ese momento, la trataban como a una gran dama noble, y aunque al principio le había resultado incómodo, ahora sentía que había nacido para este rol. La forma en que los soldados bajaron la cabeza ante ella al ayudarla a descender, y la manera en que las sirvientas se apresuraban a su alrededor, solo incrementaban su sentido de importancia.
El patio interior del castillo era amplio, rodeado por los muros altos y las torres que vigilaban desde lo alto. En un rincón, se encontraba un jardín cerrado, un pequeño oasis de vegetación con un estanque en el centro, donde los lirios de agua flotaban perezosamente en la superficie. Los árboles frutales y las flores cuidadosamente dispuestas en los parterres añadían un toque de vida al entorno de piedra.
A medida que Sarah avanzaba, sintió que cada paso la acercaba más al poder y la influencia que nunca había imaginado tener. A su alrededor, los sirvientes la observaban con una mezcla de curiosidad y respeto, algunos murmuraban entre ellos, aunque se silenciaban rápidamente cuando ella se acercaba. La vida que había llevado antes de conocer a Iván se sentía ahora como un sueño lejano, difuminado por la realidad de su nuevo estatus.
El interior del castillo era tan impresionante como su exterior. Los pasillos estaban decorados con tapices que narraban historias antiguas de guerras y alianzas, de conquistas y derrotas. Las antorchas montadas en las paredes de piedra iluminaban el camino con una luz cálida, mientras que el suelo de mármol resonaba con el eco de sus pasos. Sarah caminaba con la cabeza alta, sintiendo la mirada de todos sobre ella, y con cada paso, su confianza crecía.
Finalmente, fue guiada a una amplia sala de recepción, donde esperaba ser presentada formalmente a los señores de Santorach. Las puertas de roble tallado se abrieron ante ella, revelando una habitación adornada con ricos tapices y muebles de madera oscura. En el centro de la sala, un gran fuego ardía en la chimenea, proyectando sombras danzantes sobre las paredes. Los candelabros de hierro forjado colgaban del techo, iluminando la sala con una luz cálida y dorada.
A un lado de la habitación, un grupo de nobles se había reunido, y todos giraron para mirarla al entrar. Sentía sus miradas evaluadoras, algunas cargadas de curiosidad, otras de envidia, pero ninguna de ellas le importaba. Sarah había aprendido a navegar las aguas turbulentas de la política y el poder, y sabía que su lugar estaba asegurado al lado de Iván.
—Bienvenida, mi señora —dijo una mujer de porte noble, inclinándose ligeramente en señal de respeto—. Es un honor tenerla en Santorach.
—El honor es mío —respondió Sarah con una sonrisa cortés, inclinando ligeramente la cabeza, recordando las lecciones de etiqueta que había recibido desde que se unió a Iván.
Sarah observó a la joven, probablemente de la misma edad que Iván, quien se adelantó con elegancia, su vestido azul marino rozando el suelo de piedra. La chica tenía un porte noble y una belleza discreta, con cabello oscuro que caía en suaves ondas sobre sus hombros. Sus ojos, de un tono gris claro, la miraban con una mezcla de respeto y curiosidad.
—Mi nombre es Lady Ilena —se presentó la joven, su voz suave pero con una autoridad innata—. En ausencia de mi padre, es un placer recibirla en nuestra casa, señora Sarah.
Sarah asintió, agradecida por la bienvenida, aunque percibía cierta tensión bajo la cortesía. Había notado que, aunque la trataban con respeto, el ambiente en el norte era diferente al que estaba acostumbrada en Vardenholme. Aquí, cada gesto y palabra parecían estar cargados de significado.
Mientras tomaba su lugar en la sala, Sarah no podía evitar sentirse satisfecha. Había recorrido un largo camino desde su vida anterior, y ahora, aquí estaba, en una posición de poder e influencia, aceptada entre los nobles de la tierra. El futuro se presentaba prometedor, y Sarah estaba decidida a aprovechar cada oportunidad que se le presentara en este nuevo capítulo de su vida.
Sarah asintió, agradecida por la bienvenida, aunque percibía una tensión sutil bajo la cortesía que le ofrecían. La diferencia en el ambiente entre Santorach y Vardenholme era palpable. En Vardenholme, el protocolo y la etiqueta eran seguidos con una cierta facilidad, mientras que aquí, en el norte, cada gesto y cada palabra parecían estar impregnados de una profundidad y un peso que no se podía ignorar.
—Gracias, Lady Ilena. Santorach es verdaderamente un lugar impresionante, y me siento honrada de estar aquí —respondió Sarah, su tono perfectamente medido, mientras sus ojos recorrían la sala con discreción, capturando cada detalle, desde los tapices gastados por el tiempo hasta las miradas furtivas de los sirvientes.
Ilena le devolvió la sonrisa, aunque había en ella una mezcla de orgullo y una formalidad que resultaba casi mecánica. Con un gesto delicado, señaló una mesa cercana, donde se había dispuesto un elegante servicio de té. Las tazas, de porcelana fina, brillaban a la luz cálida de las llamas, y la tetera de plata relucía con un brillo que reflejaba la historia y el estatus de la familia.
—Por favor, acompáñeme. He pedido que preparen un té para su llegada —dijo Ilena, conduciendo a Sarah hacia la mesa con una gracia que revelaba años de entrenamiento en el protocolo.
Sarah se sentó con la misma elegancia, sus movimientos seguros, fruto de la confianza que había cultivado desde que se convirtió en la concubina de Iván. Observó a Ilena mientras ésta vertía el té, notando la precisión con la que lo hacía, sin derramar una sola gota. Las demás sirvientas se mantenían a una distancia prudente, vigilantes pero respetuosamente apartadas, como sombras silenciosas que aseguraban que todo transcurriera sin problemas.
—Debe haber sido un viaje largo —comentó Ilena, rompiendo el silencio mientras ofrecía una taza a Sarah—. ¿Cómo ha encontrado el norte hasta ahora?
Sarah tomó la taza con delicadeza, disfrutando del calor que se desprendía de la fina porcelana antes de responder.
—Es un lugar fascinante, aunque distinto a lo que estoy acostumbrada. El clima es más frío, pero la hospitalidad es cálida. Iván me ha hablado mucho de estas tierras, y ahora entiendo por qué las aprecia tanto —dijo, mencionando a Iván con intención, consciente del poder que su nombre conllevaba.
Ilena asintió lentamente, su rostro permanecía en una máscara de neutralidad, pero Sarah captó un destello de interés en sus ojos, algo que iba más allá de la mera cortesía.
—Y Su Gracia Iván... ¿es tan atractivo como se dice? —preguntó Ilena, con una leve vacilación, antes de llevarse la taza a los labios. Sus mejillas se tiñeron ligeramente de rosa, traicionando la formalidad de su pregunta.
Sarah sonrió ante la pregunta, una sonrisa que contenía tanto conocimiento como satisfacción. Saboreó su té antes de responder, permitiendo que el silencio se alargara un poco más de lo necesario, incrementando la tensión.
—Lo es, sin duda. Sus rasgos son refinados, su rostro es atractivo, con esos ojos azules que parecen ver más allá de lo que muestran las palabras. Su cabello blanco, tan inusual, le da un aire casi etéreo. Esbelto, pero con una musculatura definida, la verdad es que llama la atención dondequiera que vaya —respondió Sarah, dejando que sus palabras calaran en Ilena. Sus ojos se encontraron por un breve instante, un intercambio de miradas que habló más de lo que cualquier palabra podría expresar—. ¿No lo has visto tú misma? Llegó antes que yo, o eso creía.
Ilena negó suavemente con la cabeza, desviando la mirada por un instante.
—No, mi padre lo llevó directamente a su solar. Luego supe que salieron del castillo para ver a los sobrevivientes de Lindell —explicó Ilena, su tono denotaba una mezcla de decepción y curiosidad.
Sarah notó el cambio en el rostro de Ilena, un reflejo de sentimientos contradictorios. Había una chispa de algo más profundo en la pregunta de Ilena sobre Iván, algo que no se trataba únicamente de mera curiosidad. Sarah, siempre observadora, captó esa chispa y la almacenó en su memoria para futuras referencias.
El silencio que siguió fue denso, cargado de pensamientos no expresados. Las dos mujeres, tan diferentes en sus orígenes y circunstancias, se estudiaban mutuamente, cada una midiendo a la otra con una precisión calculada. El norte, con su aire de misterio y dureza, no era solo un cambio de escenario para Sarah, sino un campo de pruebas donde las sutilezas políticas y personales se entrelazaban de maneras complejas.
Finalmente, Sarah rompió el silencio, dispuesta a tomar las riendas de la conversación.
—El norte tiene su propio encanto, Lady Ilena, pero debo admitir que echo de menos la vida en Vardenholme. Allí, todo parece más... radiante. Sin embargo, hay algo en estas tierras que atrae, algo que hace que uno se sienta más vivo, más consciente de cada decisión que toma —dijo Sarah, con la voz cargada de una sinceridad que no necesitaba ser fingida.
Ilena la miró, con una mezcla de admiración y algo más profundo, quizás una especie de comprensión compartida.
—El norte es... distinto, sí. Aquí cada día es una lucha, pero también es donde se forjan los espíritus fuertes. Estoy segura de que Su Gracia Iván encuentra esa fortaleza en estas tierras, y quizás usted también lo hará —respondió Ilena, su tono un poco más suave, pero cargado de una honestidad que Sarah no había esperado.
El intercambio fue interrumpido por el sonido de pasos acercándose, y las dos mujeres giraron la cabeza al unísono. Un sirviente se presentó en la puerta, inclinándose profundamente antes de hablar.
—Mis señoras, Lord Gareth solicita la presencia de Lady Sarah. Desea darle la bienvenida formalmente y discutir algunos asuntos importantes.
Sarah asintió y se levantó con gracia, dejando la taza de té sobre la mesa.
—Será mejor que no lo haga esperar —dijo, dirigiendo una última mirada a Ilena—. Ha sido un placer conocerte, Lady Ilena. Espero que tengamos más oportunidades para conversar.
Ilena inclinó la cabeza en señal de despedida, su rostro de nuevo envuelto en una expresión de perfecta cortesía.
—El placer ha sido mío, Lady Sarah. Estoy segura de que tendremos muchas más ocasiones para hablar.
Con esas palabras, Sarah salió de la sala, seguida de cerca por el sirviente que la conducía a la reunión con Lord Gareth. Mientras caminaba por los pasillos del castillo, no podía evitar sentir una inquietud que se apoderaba de ella. No eran solo las miradas curiosas de los sirvientes y soldados lo que la hacían sentir observada, sino la sensación de que los mismos muros de piedra, impregnados de siglos de historia, estaban evaluando su presencia, como si el castillo mismo tuviera una consciencia ancestral que la juzgaba en silencio.
Las antorchas parpadeaban a lo largo de los pasillos, proyectando sombras danzantes que se alargaban y contraían a medida que avanzaba. Cada paso resonaba en las paredes de piedra, el eco multiplicando su presencia en el vacío sombrío del castillo. Sarah sabía que, aunque había ganado una posición privilegiada como concubina de Iván, el norte presentaba desafíos que iban más allá de lo que había conocido en Vardenholme. Este lugar estaba impregnado de un tipo diferente de poder, uno más crudo, menos indulgente, donde la nobleza se medía no solo por el linaje, sino por la fuerza y la voluntad.
El sirviente que la guiaba, un hombre de rostro curtido por el viento del norte y de maneras discretas, se detuvo ante una puerta de madera oscura que parecía haber sido tallada en un solo tronco macizo, un testimonio de la antigua artesanía de la región. Antes de que pudieran continuar hacia la reunión, una joven sirvienta, con los ojos bajos y una voz apenas audible, se acercó a Sarah.
—Mi señora, si me permite, me gustaría mostrarle sus habitaciones antes de su encuentro con Lord Gareth —dijo la joven, con una reverencia tímida pero respetuosa.
Sarah asintió, reconociendo que era una buena idea familiarizarse con su espacio personal antes de enfrentarse a una conversación que seguramente estaría cargada de implicaciones políticas y sociales.
La sirvienta la condujo por un nuevo pasillo, más estrecho pero igualmente decorado con austeridad y elegancia. Las paredes estaban adornadas con tapices antiguos que representaban escenas de batallas y paisajes del norte, sus colores apagados por el tiempo pero todavía vibrantes en su detalle. La atmósfera en esta parte del castillo era diferente, más privada, casi opresiva en su silencio.
Finalmente, llegaron a una puerta tallada con motivos de lobos y ramas entrelazadas, símbolos que Sarah reconoció como emblemas de la casa de Lord Gareth. La sirvienta abrió la puerta y se apartó con una inclinación, permitiendo que Sarah entrara primero.
El interior de las habitaciones era sorprendentemente acogedor, considerando la severidad del exterior del castillo. Una gran cama con dosel dominaba el espacio, sus cortinas de terciopelo oscuro colgaban pesadas y opulentas, invitando a un descanso profundo y privado. Una chimenea de piedra, ya encendida, lanzaba un calor suave y reconfortante, llenando la habitación con un resplandor anaranjado que contrastaba con el frío que reinaba en el exterior. Al lado de la chimenea, una pequeña mesa de madera oscura sostenía un jarrón con flores silvestres, un toque inesperado de color y fragancia en un entorno tan severo.
Sarah dejó escapar un suspiro, sintiendo por primera vez en todo el día una verdadera sensación de alivio. Las ventanas altas, con pesados cortinajes, dejaban entrar la luz grisácea del cielo norteño, y desde allí podía ver el vasto paisaje de colinas y bosques que rodeaban el castillo. Este sería su refugio durante su estancia en Santorach, y aunque la decoración era sencilla, había una cierta elegancia rústica que comenzaba a apreciar.
—Gracias —dijo Sarah, volviendo su atención a la sirvienta—. Es perfecto. Pero me gustaría que me prepararas un baño antes de presentarme con Lord Gareth.
La joven sirvienta sonrió con timidez, complacida de poder ser útil. Inclinó la cabeza en señal de respeto antes de responder.
—Por supuesto, mi señora. Lo prepararé de inmediato.
Sarah observó cómo la sirvienta se retiraba rápidamente, su figura desapareciendo por la puerta con la misma discreción con la que había llegado. La habitación volvió a sumirse en un silencio tranquilo, roto solo por el suave crepitar del fuego en la chimenea.
Mientras esperaba, Sarah se acercó a la gran cama con dosel y dejó que sus dedos recorrieran las cortinas de terciopelo oscuro, apreciando la calidad del tejido. Aunque el ambiente en Santorach era austero, podía sentir la riqueza y el poder que residía en sus muros. Aquí, las apariencias no lo eran todo; lo que realmente importaba era la fuerza y la voluntad de quienes gobernaban estas tierras.
Poco después, la sirvienta regresó, seguida por dos ayudantes que llevaban grandes jarras de cobre humeantes. Rápidamente comenzaron a llenar una bañera de madera tallada que había sido colocada cerca de la chimenea. El vapor llenó la habitación, trayendo consigo el aroma de hierbas relajantes que flotaban en el agua, y un cálido ambiente envolvió a Sarah, haciendo que se relajara un poco más.
—El baño está listo, mi señora —anunció la sirvienta, con una reverencia.
Sarah asintió y comenzó a desvestirse, permitiendo que las sirvientas la asistieran con movimientos cuidadosos pero eficientes. Con cada prenda que caía al suelo, su piel lechosa y suave quedaba expuesta al cálido ambiente de la habitación. Sus grandes pechos rebotaron ligeramente mientras caminaba hacia la bañera, y su cabello pelirrojo caía en una cascada brillante sobre sus hombros, añadiendo un toque de fuego al ambiente templado.
Al deslizarse en el agua caliente, Sarah sintió cómo el calor la envolvía, penetrando en sus músculos tensos y aliviando la rigidez acumulada durante el largo viaje. El agua acariciaba su piel con una suavidad que contrastaba con la dureza de las semanas anteriores. Cerró los ojos, permitiendo que el aroma de las hierbas que flotaban en el agua la envolviera por completo. Era un momento de tranquilidad que le permitió dejar atrás, aunque fuera por un instante, las preocupaciones que la habían acompañado desde su partida de Vardenholme.
El baño era más que un simple alivio físico; era una preparación mental para lo que estaba por venir. Mientras el calor la relajaba, su mente seguía trabajando, anticipando la reunión con Lord Gareth. Sabía que no solo estaba representándose a sí misma, sino que también era la extensión de Iván, su señor, y que cada uno de sus movimientos, palabras y gestos serían observados y juzgados. Debía ser cuidadosa, mantener el equilibrio entre la cortesía y la firmeza, entre la modestia y la seguridad en sí misma.
Sarah se permitió disfrutar de ese breve momento de paz antes de enfrentarse a las complejidades de su nueva vida en el norte. Sabía que las apariencias lo eran todo en el juego político en el que estaba involucrada, y que debía proyectar una imagen de fuerza y serenidad, incluso si por dentro aún sentía la presión de estar en un lugar tan alejado de lo que conocía.
Finalmente, después de unos minutos, Sarah abrió los ojos, permitiendo que las sirvientas la ayudaran a salir del agua. La envolvieron en toallas cálidas, absorbiendo la humedad de su piel mientras comenzaban a peinar su cabello con esmero. Cada gesto era meticuloso, cada toque calculado para asegurar que se presentara impecable. Sarah observó su reflejo en los espejos, notando cómo el brillo del fuego de la chimenea le daba un resplandor saludable a su piel.
Una vez que estuvo lista, las sirvientas la ayudaron a vestirse con una túnica elegante, de tonos oscuros que resaltaban sus ojos y su cabello rojizo. La prenda era sencilla, pero exudaba una clase y refinamiento que eran innegables, un testimonio de su nueva posición en la corte de Iván. Con la mirada fija en el espejo, Sarah respiró hondo, sintiendo cómo la ansiedad se transformaba en una determinación renovada.
Ahora, más que nunca, debía estar preparada para lo que estaba por venir. Con una última mirada de agradecimiento a las sirvientas, Sarah se levantó y salió de la calidez de su habitación, dejando atrás el confort del baño para enfrentarse a una nueva realidad. Mientras caminaba por los pasillos en dirección al gran salón, se recordó a sí misma que este encuentro sería diferente. En otras ciudades y pueblos, había presenciado cómo los señores locales ofrecían discursos monótonos y previsibles, pero aquí, en el corazón del norte, algo le decía que nada sería tan simple.
Las puertas del gran salón se abrieron ante ella con un eco resonante, revelando un espacio imponente, lleno de la majestad austera típica de Santorach. Los altos techos abovedados y las paredes de piedra rugosa estaban adornados con tapices que narraban las leyendas de batallas antiguas y alianzas forjadas con sangre y acero. La luz del día entraba en el salón a través de ventanales estrechos, proyectando sombras largas y dramáticas que acentuaban la solemnidad del lugar.
Con paso firme, Sarah avanzó hacia el centro del salón, donde Lord Gareth la esperaba. Era un hombre de mediana edad, con una presencia que imponía respeto. Su barba espesa comenzaba a encanecer, y su cabello, salpicado de gris, hablaba de los años de experiencia que llevaba a cuestas. Las arrugas en su rostro eran testimonio de las preocupaciones y las decisiones difíciles que había tenido que tomar a lo largo de su vida. Sin embargo, lo que más destacaba eran sus ojos, que a pesar del cansancio evidente, aún brillaban con una autoridad incuestionable.
A su lado estaba Ilena, su hija, que había sido la primera en recibir a Sarah. La joven lady mantenía una postura erguida y elegante, pero sus ojos reflejaban una mezcla de curiosidad y evaluación mientras observaba cada movimiento de Sarah. Era evidente que Ilena había sido criada en un ambiente de poder y responsabilidad, y que entendía bien su papel en el intrincado juego político de la región.
Lord Gareth dio un paso adelante, inclinando ligeramente la cabeza en un gesto de cortesía.
—Lady Sarah, bienvenida a Santorach —dijo con una voz profunda y resonante que llenó el salón—. Es un honor recibirla en nuestro hogar.
Sarah inclinó la cabeza en señal de respeto, manteniendo una sonrisa cortés.
—Gracias, Lord Gareth. Es un placer estar aquí. Su hospitalidad es digna de la fama de Santorach —respondió, cuidando de que su tono fuera respetuoso pero también firme, mostrando que entendía su posición.
Lord Gareth asintió, aparentemente satisfecho con su respuesta. Hizo un gesto hacia una mesa en el centro del salón, donde un mapa detallado de la región estaba desplegado, junto con una serie de documentos.
—Por favor, acompáñenos. Hay mucho que discutir —dijo, su voz más suave pero no menos autoritaria.
Sarah siguió a Lord Gareth y a Ilena hasta la mesa. Mientras se acercaba, no pudo evitar notar las marcas en el mapa que señalaban los recientes disturbios en el norte. La atmósfera en la habitación se volvió más tensa, y Sarah comprendió que esta reunión no sería solo un intercambio de cortesías.
Lord Gareth tomó asiento, e hizo un gesto para que Sarah e Ilena hicieran lo mismo. Los sirvientes se movieron con rapidez, sirviendo vino en copas de plata antes de retirarse discretamente.
—El norte es un lugar de desafíos constantes —comenzó Lord Gareth, su voz resonando con la gravedad de sus palabras mientras tomaba un sorbo de su copa—. Recientemente, esos desafíos se han intensificado. Estoy seguro de que Su Gracia, Iván, le ha hablado de la situación con los bandidos.
Sarah asintió, rememorando las pocas palabras que Iván había compartido con ella sobre los disturbios. La tensión en su pecho aumentaba con cada segundo.
—Sí, me ha hablado de los problemas —respondió Sarah, manteniendo un tono sereno—. Entiendo que la situación es grave.
Los ojos de Lord Gareth, fríos y calculadores, la escrutaron con detenimiento, como si estuviera evaluando no solo su comprensión de la situación, sino también su capacidad para influir en los eventos que se desarrollaban. El peso de su mirada era palpable, y Sarah sintió como si la estuvieran juzgando por algo más que su posición actual.
—Es más que grave —dijo finalmente, con una voz baja y sombría que parecía vibrar con la pesada carga de sus palabras—. Es una amenaza a la estabilidad de todo el norte. Y en estos tiempos, cada aliado, cada acción, cuenta. Su presencia aquí, Lady Sarah, no es solo como acompañante de Iván. Usted tiene un papel que desempeñar, uno que podría influir en el curso de los eventos por venir. El norte necesita otro representante, alguien que pueda ser un puente entre los intereses de Iván y las realidades de esta región.
Las palabras de Lord Gareth cayeron sobre Sarah como una losa. Comprendió en ese instante que su papel como concubina de Iván no sería simplemente el de una figura decorativa, una mujer para acompañarlo en sus viajes. Aquí, en el corazón de este sombrío y peligroso norte, su rol tenía un peso que no había anticipado. Las intrigas, las alianzas y las decisiones políticas no se limitarían a los hombres en la sala; también se extenderían a ella, y más aún hasta que Iván encontrara una esposa que asumiera tales responsabilidades. En ese momento, su mente corrió a los pensamientos de cómo usar su astucia, su encanto y la posición que había ganado junto a Iván para maniobrar en este intrincado juego.
Sin embargo, no podía ignorar lo que era: una mujer que apenas se había alejado de su pasado como prostituta, ahora envuelta en un mundo donde la influencia y el poder eran la moneda corriente. Sarah sabía que aunque había aprendido rápido, su autoridad aún era tenue y estaba sostenida principalmente por su relación con Iván. No era ciega a las realidades de su situación, y la franqueza de Lord Gareth la obligó a hablar con la misma claridad.
—Lord Gareth, si me disculpa —dijo Sarah, eligiendo sus palabras con cuidado—. Soy la concubina de Iván hace solo dos semanas. No tengo mucha autoridad o poder en este lugar, y ciertamente mi pasado como exprostituta no me da la mejor posición para ejercer influencia en asuntos tan delicados. Si su intención es que yo convenza a Iván de otorgarle más poder o respaldo, o de actuar de cierta manera en la región norte, temo que no soy la persona más indicada para ello. Incluso yo, una ignorante exprostituta, sé que el general Lucan Frostblade es quien mantiene la autoridad en la región norte. Él es quien posee el verdadero poder militar aquí, y sus decisiones son las que marcarán el rumbo que tome el norte en estos tiempos difíciles.
La sala quedó en silencio por un momento, mientras las palabras de Sarah reverberaban en el aire. La sinceridad de su confesión sorprendió a Lord Gareth, cuyos ojos mostraron un atisbo de respeto por su franqueza. Sarah había dejado claro que no sería un simple peón, pero también había dejado espacio para que Gareth comprendiera sus limitaciones.
—Entiendo su posición, Lady Sarah —respondió Lord Gareth, su tono más suave, aunque aún cargado de la seriedad del asunto—. No pretendía subestimarla ni sobrecargarla con responsabilidades que no le corresponden. Pero tampoco subestime la influencia que ya posee, incluso si es nueva en este papel. Iván confía en usted, y en tiempos como estos, esa confianza puede ser un arma poderosa. No olvide que el poder no siempre se mide por títulos o autoridad directa; a veces, es la voz susurrada en el oído correcto la que mueve montañas.
Sarah suspiró suavemente, pero en su mente, una tormenta de pensamientos oscuros se desataba. «Este bastardo quizá sea leal, pero tiene sus propias ambiciones», reflexionó con una mezcla de molestia y desdén. «¿Por qué no puede ser como los demás señores del camino, siempre soltando halagos y cumplidos vacíos?» La frialdad en su corazón se reflejaba apenas en la leve tensión de su mandíbula, aunque su rostro permanecía perfectamente compuesto, un arte que había perfeccionado en su anterior vida.
Decidida a mantener el control de la situación, Sarah suavizó su expresión, adoptando un aire de inocente curiosidad que sabía cómo usar a su favor. Su tono se volvió meloso, impregnado de una dulzura falsa que había empleado tantas veces con los clientes más despreciables de su antiguo trabajo. Era una máscara que podía ponerse y quitarse con la misma facilidad que un velo.
—¿Dónde está Iván? —preguntó Sarah con esa voz sedosa, cargada de una dulzura fingida que contrastaba con la marea de desconfianza que latía en su interior—. Me informaron que salió tras recibir el aviso de un mensajero hacia la aldea de Altharen. No me dijeron la razón, y me preocupa.
Sus palabras flotaron en el aire, envueltas en una preocupación calculada, mientras observaba con atención la reacción de Lord Gareth. Sabía que detrás de su rostro serio y marcado por los años, él evaluaba cada matiz de su comportamiento, buscando leer sus verdaderas intenciones. Pero Sarah no iba a dejarse descubrir tan fácilmente; había aprendido a esconder sus pensamientos y emociones mejor que nadie.
Lord Gareth, sin embargo, no mostró más que una leve inclinación de cabeza, como si aceptara su pregunta sin cuestionar la dulzura que la acompañaba. Sus ojos, en cambio, revelaban la conciencia de las dinámicas del poder, y la sombra de una sonrisa apenas perceptible asomó en sus labios, señal de que comprendía el juego que ambos estaban jugando.
—No lo sé, solo me informaron lo mismo que a usted —respondió Lord Gareth con una voz tan controlada que apenas dejó entrever una chispa de emoción. Su tono era medido, casi como si quisiera subrayar la ambigüedad de su respuesta, dejando a Sarah en un mar de incertidumbre, una táctica calculada para mantenerla en la oscuridad.
«Este hombre no es tan simple como los otros», pensó Sarah mientras una oleada de desconfianza recorría su cuerpo, tensando cada uno de sus músculos. Estaba claro que Lord Gareth no veía en ella a una simple concubina; la estaba evaluando, sopesando cada palabra, cada gesto. Para él, Sarah era una pieza en un juego mucho mayor, un peón que podía mover para sus propios fines. Sin embargo, Sarah no tenía intención de ser una marioneta, especialmente para alguien que, aunque pudiera reconocer su valor, evidentemente subestimaba su astucia.
La habitación parecía cerrarse a su alrededor, las paredes de piedra del gran salón se alzaban como testigos silenciosos de la conversación. Los tapices antiguos colgados en las paredes narraban historias de gloria y tragedia, mientras las sombras danzaban bajo la luz de las velas, como si el mismo castillo respirara la tensión del momento. El aire estaba cargado, no solo con el aroma de la madera quemada y el hierro, sino con la pesada atmósfera de las palabras no dichas, de las verdades ocultas tras sonrisas corteses.
Con una sonrisa que apenas rozaba sus ojos, Sarah inclinó la cabeza ligeramente, un gesto sutil que enmascaraba la corriente subterránea de su mente. Ella sabía jugar este juego. Lo había aprendido en los burdeles, donde las sonrisas eran moneda de cambio y las palabras, armas afiladas. Ahora, esas mismas habilidades eran sus aliadas en un terreno mucho más peligroso, donde un error podría costarle mucho más que unas pocas monedas.
—Agradezco la información, mi señor —dijo Sarah, su tono meloso y suave como la miel—. Confío en que Iván hará lo necesario para mantener la paz. Es un hombre de acción, y su compromiso con estas tierras es indiscutible. Pero hasta que regrese, quizás podríamos aprovechar para discutir algunas de sus... ideas. —Su voz se deslizó con suavidad, envolviendo sus palabras en una capa de insinuación, una invitación disfrazada de cortesía. Ella sabía que en este mundo, las comidas no eran solo para saciar el hambre, sino para tejer alianzas y negociar el poder.
La propuesta de Sarah no era inocente. Al sugerir una comida antes de la llegada de Iván, estaba proponiendo un espacio donde las formalidades podrían relajarse y las verdaderas intenciones aflorarían. Una comida compartida, después de todo, era una oportunidad de observar al otro en un ambiente más íntimo, de leer entre líneas, de interpretar lo que se decía y lo que se ocultaba. Era un escenario donde las sonrisas se volvían afiladas como cuchillos y las palabras, dagas envenenadas.
Lord Gareth la observó con una mirada calculadora, sus ojos oscuros estudiando cada detalle de su expresión, como si intentara descifrar el verdadero propósito detrás de su propuesta. Sarah no vaciló, manteniendo su compostura con la facilidad de quien ha pasado años perfeccionando el arte de la ilusión. Cada gesto, cada palabra, estaba cuidadosamente orquestado para proyectar una imagen de inocencia, mientras en su interior, su mente afilada analizaba cada posible movimiento.
Finalmente, Lord Gareth asintió con una leve sonrisa, que no alcanzó a suavizar las líneas de preocupación en su rostro. —Una excelente idea, Lady Sarah —respondió con una voz que era un eco de su anterior tono controlado—. Una comida sería una oportunidad ideal para discutir lo que realmente importa. —Su mirada se endureció momentáneamente, un destello de algo más profundo, tal vez una advertencia, o quizás una prueba de su propio juego.
Sarah mantuvo su sonrisa, pero en su interior, el desafío estaba claro. Este hombre no la veía como una simple compañera de Iván; la consideraba una jugadora en la partida, una que debía ser manejada con cuidado, o tal vez incluso temida. Y en ese momento, Sarah supo que tendría que estar más alerta que nunca, cada palabra, cada gesto cuidadosamente calibrado, porque lo que estaba en juego no era solo su propia posición, sino el destino de todos aquellos a quienes había llegado a valorar.
Con la propuesta aceptada, los dos se dirigieron al comedor, un lugar donde la comida sería el telón de fondo de una danza sutil de palabras y miradas, de intenciones ocultas y revelaciones veladas. Mientras caminaban, Sarah sentía la tensión en el aire como una cuerda estirada al máximo, lista para romperse al menor descuido. Pero también sentía el poder que emanaba de su propio control, de su habilidad para mantener la calma en medio de la tormenta.
El gran comedor estaba adornado con candelabros de hierro forjado, cuyas luces vacilantes proyectaban sombras intrincadas en las paredes de piedra. El olor a carne asada y especias llenaba el aire, un contraste con la frialdad de la conversación que estaba por comenzar. Sarah tomó asiento en la larga mesa de roble, consciente de que, aunque la comida frente a ella parecía un banquete, la verdadera batalla se libraría en las palabras y en los silencios que seguirían.
El ambiente en el comedor se tornó denso, con el peso de las palabras no dichas colgando en el aire. Lord Gareth se sentó frente a Sarah, sus movimientos medidos y deliberados, como si cada gesto estuviera cargado de intención. A su lado, Ilena, su hija, se acomodó en su asiento con una sumisión palpable, manteniendo la vista baja, pero lanzando de vez en cuando miradas furtivas hacia Sarah. La joven parecía estar atrapada en un mundo donde sus opiniones eran calladamente guardadas, un contraste con la mujer que había tomado asiento frente a su padre.
El primer plato llegó en silencio: una sopa espesa de cebada y carne, cuya fragancia llenó la estancia con un aroma reconfortante. Pero ni el olor cálido ni la promesa de la comida lograban disipar la tensión que había comenzado a enraizarse en la sala. Lord Gareth, como esperando un movimiento de su oponente, clavó su mirada en Sarah, sus ojos penetrantes como si pudieran atravesar la fachada de la mujer que tenía delante. Sarah, por su parte, levantó la cuchara, pero no hizo el más mínimo esfuerzo por iniciar la conversación. En lugar de eso, permitió que el silencio se extendiera, una táctica que había perfeccionado en su pasado, donde cada segundo de espera podía forzar al otro a descubrir más de lo que deseaba.
Finalmente, el silencio fue quebrado por Lord Gareth, como quien rasga un velo para descubrir lo que se oculta detrás. —Lady Sarah, en estos tiempos de incertidumbre, es más importante que nunca saber en quién se puede confiar. El norte es un lugar de alianzas frágiles y enemigos ocultos —comenzó, su voz baja y grave, cada palabra cuidadosamente escogida para transmitir un mensaje tan claro como velado—. Su gracia…
Pero antes de que pudiera continuar, Sarah soltó un largo y exagerado gemido de aburrimiento, cortando el discurso de Lord Gareth con una deliberada falta de interés. El sonido resonó en la habitación, rompiendo la seriedad de la conversación con una chispa de insolencia.
—Mi Lord —dijo Sarah, su tono cargado de una dulzura que se sentía tan falsa como el gemido que acababa de emitir—, estamos comiendo. ¿No sería mejor hablar de algo más ameno hasta que llegue mi querido Iván? —Levantó una ceja con desdén, como si la idea de discutir temas serios mientras se disfrutaba de la comida fuera ridícula. Luego, giró su atención hacia Ilena, quien hasta ese momento había permanecido en silencio—. ¿Y tú, Ilena? ¿No crees que sería más apropiado hablar de cualquier otra cosa que no sea política con una mujer que hace poco era una prostituta?
La provocación de Sarah fue evidente, y por un instante, el rostro de Lord Gareth se endureció, aunque recuperó rápidamente su compostura. Ilena, por su parte, pareció encogerse aún más en su asiento, sorprendida por la brusquedad de Sarah, aunque también se podía ver un brillo de curiosidad en sus ojos. La joven estaba claramente incómoda, atrapada entre el deber filial y el inusual comportamiento de la mujer que ahora compartía la mesa con ellos.
—Por supuesto, Lady Sarah —respondió Lord Gareth después de una breve pausa, su voz controlada, pero con un toque de irritación apenas disimulado—. Tal vez sería más agradable para todos hablar de otros temas. Después de todo, la política puede esperar. —Sus palabras eran un claro intento de desviar la conversación, aunque Sarah podía sentir que no había dejado de evaluar cada una de sus acciones.
Ilena, aún incómoda, finalmente levantó la vista, dirigiéndose a Sarah con una voz suave, casi tímida. —Quizás podríamos hablar de… —hizo una pausa, buscando un tema adecuado que no rozara los bordes afilados de la conversación anterior—. ¿Qué le ha parecido Santorach hasta ahora? Es un lugar muy diferente de Vardenholme, tengo entendido.
La pregunta era sencilla, casi anodina, pero Sarah pudo percibir el intento de Ilena por alejar la conversación de la tensión que se había creado. Era un movimiento tímido, pero que demostraba que la joven no era tan sumisa como podría parecer a primera vista.
—Santorach tiene su encanto —respondió Sarah, ahora adoptando un tono más casual, como si la conversación anterior no hubiera sucedido—. Es diferente, sí, pero hay algo en la dureza de estas tierras que me resulta… fascinante. Un lugar donde la belleza y el peligro parecen coexistir en un delicado equilibrio. —Sus palabras eran un juego de sombras, una danza de doble sentido que dejaba entrever que, aunque estaba dispuesta a hablar de temas más ligeros, no había olvidado el verdadero propósito de su presencia allí.
Mientras la conversación continuaba en torno a temas más mundanos, el sonido de las puertas del comedor abriéndose atrajo la atención de todos. Sarah levantó la vista, y al instante reconoció la imponente figura de Iván entrando en la habitación. Ilena, sentada a su lado, no pudo evitar un leve sonrojo al verlo, una reacción que Sarah había llegado a esperar de las jóvenes al cruzarse con Iván. Sin embargo, esta vez había algo diferente en su presencia.
Iván se veía agotado, con los hombros caídos y el semblante sombrío. Sus pasos eran pesados, casi arrastrados, como si cada uno de ellos le costara un esfuerzo monumental. La habitual fuerza y vitalidad que lo caracterizaban parecían haber sido drenadas, dejando en su lugar a un hombre que llevaba el peso de sus responsabilidades con una evidente fatiga.
—Lord Gareth, agradezco su hospitalidad y por reabastecer mis provisiones —dijo Iván, su voz suave y carente de la energía que usualmente la impregnaba. Las palabras parecían salir de sus labios con dificultad, casi como un murmullo que apenas llenaba el espacio—. Nos iremos en la mañana a Lindell —agregó, dirigiéndose a Lord Gareth, antes de girarse hacia Ilena—. Me disculpo con usted, mi Lady, por no presentarme —dijo con una cortesía mecánica, carente de emoción—. Necesito descansar —murmuró, sus palabras apenas audibles mientras su mirada evitaba la de Sarah.
Sarah observó a Iván con creciente preocupación. La visión de su usualmente imponente figura ahora tan abatida la inquietaba profundamente. Aunque la charla superficial y las interacciones formales con Lord Gareth habían sido necesarias, en ese momento todo se desvaneció frente a la necesidad más urgente de Iván de encontrar consuelo y reposo.
Ilena, que había mantenido su sonrojo desde que Iván había entrado en la sala, parecía desconcertada por el estado en el que se encontraba. Su voz tímida intentó ofrecer algún tipo de consuelo, pero las palabras se quedaron atascadas en su garganta.
—Por supuesto, su gracia —respondió finalmente Lord Gareth, su tono formal ocultando cualquier sorpresa o inquietud por la condición de Iván—. Espero que el descanso le brinde la fuerza necesaria para lo que vendrá. Lindell es una aldea desafortunada en estos tiempos.
Iván asintió brevemente, sin comprometerse más en la conversación. Dio un último vistazo a la habitación, apenas tomando nota de los rostros que lo miraban con diferentes grados de preocupación o curiosidad. Su mirada se cruzó con la de Sarah solo por un instante, un fugaz momento en el que ella pudo ver la profundidad de su cansancio, algo que iba más allá del simple agotamiento físico.
—Te acompañaré, Iván —dijo Sarah, rompiendo el silencio que había caído sobre la sala tras las palabras de Iván. No era una petición, sino una declaración tranquila pero firme, que expresaba su intención de estar a su lado.
Iván no respondió, pero su mirada, aunque apagada, le dio a entender que no se oponía a su compañía. Con un leve asentimiento, Sarah se levantó de la mesa, su mente ya dejando atrás las intrigas del norte y centrada únicamente en Iván. Mientras ambos salían de la habitación, Lord Gareth y Ilena los observaron en silencio, conscientes de que lo que acababan de presenciar era más que un simple intercambio de cortesías.
Caminaron en silencio por los pasillos oscuros, las paredes de piedra apenas iluminadas por las antorchas que titilaban en la noche. Sarah mantuvo sus pensamientos para sí, su mirada fija en la figura de Iván mientras avanzaban. Al llegar a la habitación, el joven heredero no dijo una palabra, simplemente se inclinó y, con movimientos lentos, se quitó las botas, dejándolas caer al suelo con un sonido sordo. Cuando se tambaleó hacia la cama y se dejó caer sobre ella, parecía un hombre desgastado por el peso del mundo, pero al mismo tiempo, un chico que estaba a punto de derrumbarse.
Sarah lo observó en silencio, notando cada detalle que antes había pasado por alto. La manera en que su cabello blanco caía desordenado sobre su frente, los mechones pegados a su piel por el sudor y el cansancio. Y luego, sus ojos. Ojos que solían brillar con la determinación de un líder, pero que ahora estaban ligeramente enrojecidos, como si hubiera llorado recientemente. La imagen que proyectaba era de alguien mucho mayor, un heredero que llevaba sobre sus hombros más de lo que cualquiera a su edad debería soportar. Pero en ese momento, Sarah no vio al joven noble que aspiraba a gobernar; vio a un chico de 15 años, vulnerable y herido por las cargas de su destino.
Sin decir nada, Sarah se acercó y se sentó a su lado en la cama. La cercanía entre ellos era silenciosa, pero cargada de comprensión. No necesitaban palabras para comunicarse; el simple acto de estar allí, uno al lado del otro, era suficiente. Sarah levantó una mano y, con un gesto suave, apartó un mechón de cabello de la frente de Iván, dejando al descubierto su rostro cansado. La sensación de su piel, caliente bajo sus dedos, la hizo sentir una mezcla de ternura y preocupación.
Durante un largo momento, el silencio se mantuvo. Iván no apartó la mirada del suelo, su cuerpo inmóvil salvo por la respiración pesada y profunda. Sarah, sin embargo, sabía que él sentía su presencia, que su cercanía era, de alguna manera, un consuelo. Lentamente, movió su mano hacia la de él, entrelazando sus dedos con los suyos. Sus manos eran grandes, pero se sentían débiles en ese momento, como si todo el vigor se hubiera escapado de su cuerpo. Ella apretó suavemente, ofreciéndole un ancla, un punto de apoyo en medio de la tormenta que claramente lo estaba destrozando por dentro.
—Iván… —comenzó, su voz apenas un susurro, temerosa de romper la frágil paz que los envolvía—. No tienes que cargar con todo esto solo.
Finalmente, Iván levantó la vista hacia ella. Sus ojos, aunque cansados y enrojecidos, mostraban una vulnerabilidad que rara vez permitía que otros vieran. Había algo en su mirada que hablaba de un dolor profundo, de una lucha interna que no se podía aliviar con palabras fáciles. Pero también había gratitud, una silenciosa apreciación por la compañía de Sarah, por el hecho de que no lo presionaba con preguntas ni exigencias. Simplemente estaba allí, ofreciéndole un refugio en su tormenta personal.
—No es... no es la presión de gobernar o dirigir —confesó Iván finalmente, su voz quebrada, apenas un susurro que revelaba la magnitud de su sufrimiento. Sarah pudo ver cómo las lágrimas empezaban a formarse en sus ojos, y luego, con un leve temblor, comenzaron a deslizarse por sus pálidas mejillas, dejando rastros húmedos en su piel. La imagen de Iván, normalmente tan sereno y controlado, ahora vulnerable y quebrado, le desgarró el corazón.
Sarah sintió un profundo nudo en la garganta al escuchar las palabras de Iván, llenas de dolor y vulnerabilidad. El joven que estaba frente a ella no era el Iván decidido y firme que había comenzado a conocer, sino un chico que estaba siendo obligado a enfrentar las duras realidades de la vida mucho antes de tiempo. Sin pensar, se inclinó hacia él, acercando su rostro al suyo hasta que sus frentes se tocaron en un gesto simple, pero cargado de promesas silenciosas, un vínculo de apoyo que intentaba transmitir sin palabras todo lo que él significaba para ella.
—Altharen... fui... a... uno de los comandantes... me llamaron —continuó Iván con dificultad, como si cada palabra fuera un esfuerzo—. Querían que viera algo... era un mensaje para mí...
Antes de que pudiera terminar, Sarah, movida por un instinto protector, lo abrazó con fuerza, rodeándolo con sus brazos como si quisiera protegerlo del mundo exterior, un mundo que lo estaba abrumando. Lo atrajo hacia ella, permitiendo que su cabeza descansara en su pecho, ofreciendo su calor y consuelo en medio de la tormenta interna que lo asolaba.
—¿Qué mensaje te dejaron? —le susurró con suavidad, su voz baja y reconfortante, un intento de acercarse a su dolor, de entenderlo sin forzarlo a revivirlo por completo.
Iván cerró los ojos con fuerza, tratando de contener la marea de emociones que amenazaba con desbordarse. Negó con la cabeza, incapaz de articular lo que había visto, lo que había sentido. Su silencio hablaba de algo más profundo, más oscuro, algo que lo había sacudido hasta lo más hondo de su ser.
—No puedo... —murmuró finalmente, su voz ahogada por la emoción—. No quiero recordarlo, Sarah. No quiero...
El llanto que Iván había intentado contener finalmente rompió su resistencia, y un sollozo escapó de su garganta, ahogado contra el pecho de Sarah. Ella lo abrazó con fuerza, sus brazos rodeando a Iván en un intento desesperado por transmitirle algo de su propia fuerza, sus manos acariciando su cabello en un gesto que combinaba ternura y protección. Las lágrimas caían silenciosas, dejando un rastro brillante en sus mejillas, pero no sollozaba. Mantuvo su compostura, enfocada en ser el pilar que Iván necesitaba en ese momento. Sentía el peso del mundo sobre los hombros de Iván, y en ese momento, más que nunca, deseó poder aliviarlo, compartir su carga de alguna manera.
—Estoy aquí, Iván —le susurró al oído, sus labios rozando suavemente su cabello mientras hablaba—. No tienes que enfrentarlo solo. Estoy aquí contigo, siempre.
A pesar de su dolor, Sarah sabía que tenía que hacer algo más para consolarlo. La tristeza y la tensión que sentía en su cuerpo le indicaban que necesitaba algo más que palabras, algo más que la simple presencia de alguien. Con delicadeza, apartó un mechón de su cabello de su rostro y le dio un suave beso en la frente.
—Voy a llamar a las sirvientas —dijo con voz suave, pero firme—. Quizás un baño cálido y la compañía de alguien más podría ayudarte a sentirte mejor. No tiene que ser nada más que eso, solo calidez y conexión humana.
Se levantó con cuidado, sin romper del todo el contacto con Iván, y llamó a una sirvienta que estaba esperando fuera. Le indicó que trajera agua caliente y preparara un baño. También pidió que trajeran mantas limpias y suaves, algo que pudiera envolver a Iván en un confort físico que reflejara el emocional que ella estaba tratando de ofrecerle.
Las sirvientas llegaron rápidamente, trabajando en silencio y con eficiencia. Sarah observó cómo preparaban el baño, llenando la tina con agua caliente y añadiendo hierbas aromáticas para ayudar a relajar los músculos tensos de Iván. Mientras tanto, permaneció junto a él, manteniendo su mano en la de él, recordándole que no estaba solo.
—Iván, ven —le dijo cuando todo estuvo listo—. Solo deja que el calor te envuelva, que te ayude a liberar algo de esa tensión. No es más que un pequeño respiro, pero a veces es todo lo que necesitamos.
Lo ayudó a desvestirse, con movimientos lentos y cuidadosos, despojándolo de las prendas pesadas que llevaban el peso de sus responsabilidades. No había prisa ni impaciencia, solo una calma que Sarah trataba de imponer en medio del caos emocional.
Una vez en la tina, Iván dejó que el agua lo rodeara, sintiendo cómo el calor empezaba a relajarlo. Sarah permaneció cerca, sin decir una palabra, pero su presencia era constante y reconfortante. Sabía que esto no resolvería todos los problemas, pero era un paso hacia la recuperación, un pequeño momento de paz en medio de la tormenta que lo asediaba.
—No te diré todo lo que vi, pero hay cosas que necesito sacar de mi pecho —susurró Iván, su voz tan baja que apenas se podía oír, como si estuviera confesando un secreto a las sombras—. La aldea... estaba destruida, hecha pedazos. Hicieron cosas... cosas inhumanas con los cuerpos. No puedo describirlo sin sentir que algo se rompe dentro de mí.
Sarah observó a Iván, percibiendo la tormenta interna que lo consumía. El silencio entre ellos se llenó de una tensión palpable, una mezcla de rabia y desesperación que parecía impregnar el aire. Iván no levantó la mirada, manteniéndola fija en un punto indeterminado, como si al hacerlo pudiera evitar el peso de su propia culpa.
—Siento tantas cosas al mismo tiempo... Rabia, culpa, tristeza... ¿Cómo mierda se puede sentir todo eso a la vez? Me siento impotente, como si hubiera fallado de la peor manera. ¿Qué tal si hubiera apresurado la marcha? —su voz se quebró ligeramente, un indicio de la presión que sentía—. ¿Y si en lugar de enviarme a mí, mi madre hubiera obligado a Thornflic a bajar de las montañas y encargarse de esto? ¿O a Lucan? Tal vez ellos podrían haber evitado... esto.
Iván cerró los ojos, tratando de calmar el torrente de pensamientos que lo agobiaban. Pero las imágenes, los sonidos, el olor... todo seguía allí, como una sombra que no podía disipar.
—No sé cómo mierda me siento, Sarah —admitió, su voz finalmente reflejando la vulnerabilidad que había estado ocultando—. No sé si estoy más enfadado conmigo mismo o con los que hicieron esto. No sé si puedo seguir adelante, sabiendo que podría haber hecho algo para evitarlo.
Sarah se acercó un poco más, sintiendo el impulso de ofrecerle algún consuelo, aunque sabía que en ese momento, ninguna palabra podría aliviar su dolor. Las emociones de Iván eran crudas, desgarradoras, y la realidad de lo que había presenciado lo perseguiría, probablemente, por el resto de sus días.
Sarah lo observó en silencio, sus ojos reflejando la complejidad de lo que sentía por Iván en ese momento. Quería ofrecerle alivio, pero sabía que lo que había presenciado no era algo que pudiera sanar con una simple caricia o unas palabras de consuelo. Había una parte de Iván que ahora estaba rota, una fractura que sólo el tiempo o algo mucho más profundo podría reparar.
—Iván... —comenzó a decir, pero se detuvo, buscando las palabras adecuadas, algo que pudiera llegar a él a través de la densa neblina de su dolor—. No tienes que cargar con todo esto solo. Lo que ocurrió allí no es culpa tuya. Esos monstruos son los responsables, no tú. Lo único que puedes hacer ahora es seguir adelante... encontrar una manera de enfrentarte a ellos, de asegurarte de que paguen por lo que han hecho.
Él permaneció en silencio, aún sin mirarla, pero Sarah continuó, su tono firme pero suave, como si estuviera tratando de guiarlo de regreso a la realidad.
—Sé que esto es... inimaginable. Y sé que sientes que fallaste, pero también sé que eres más fuerte de lo que crees. Has enfrentado desafíos antes, y aunque esto es más oscuro, más horrible que cualquier cosa que hayas visto, no puedes dejar que te consuma. Iván, eres el heredero de Zusian, tienes una responsabilidad, pero también tienes la capacidad de tomar venganza.
Las palabras de Sarah eran serias, llenas de una convicción que no había mostrado antes. Ella entendía que este momento podía ser un punto de inflexión para Iván, un momento en el que podría ser arrastrado por la desesperación o fortalecerse y convertirse en el líder que sabía que debía ser.
—Deja que esta rabia, este dolor, te den la fuerza que necesitas —continuó, acercándose aún más, su mano se movió lentamente para descansar sobre la suya—. No te estoy diciendo que ignores lo que sientes, ni que olvides lo que has visto. Pero usa esas emociones, Iván. Úsalas para luchar, para proteger a los que dependen de ti. Y recuerda, no estás solo en esto. Estoy aquí contigo. Siempre lo estaré.
Iván finalmente levantó la mirada, sus ojos se encontraron con los de Sarah. Había algo en su expresión, una mezcla de dolor y determinación, como si sus palabras hubieran logrado atravesar la oscuridad que lo envolvía. Asintió lentamente, como si aceptara lo que ella decía, aunque todavía luchaba con sus propios demonios internos.
—No sé si puedo —murmuró, su voz apenas audible—. Pero sé que debo intentarlo.
Sarah apretó su mano con suavidad, un gesto de apoyo silencioso que dijo más de lo que las palabras podían expresar. En ese momento, entendió que su papel al lado de Iván era mucho más que el de una simple concubina. Estaba allí para ser su fortaleza, su ancla en medio de la tormenta, y aunque la tarea que les esperaba era monumental, estaba decidida a enfrentarlo junto a él.
Después de un largo silencio, Iván finalmente se levantó, su rostro marcado por el agotamiento, pero con una chispa de resolución que apenas comenzaba a encenderse.
—Gracias, Sarah —dijo, su voz más firme ahora—. Necesito tiempo para pensar, pero gracias por estar conmigo.
Sarah asintió, observándolo mientras él se dirigía hacia la puerta. Sabía que, aunque Iván estaba comenzando a recomponerse, todavía llevaba una carga pesada sobre sus hombros, una que no se disiparía fácilmente. Ella lo observó salir, consciente de que el camino que tenían por delante sería arduo y lleno de desafíos, pero también segura de que juntos podrían enfrentar cualquier adversidad.
Cuando el agua del baño empezó a enfriarse, ambos decidieron salir. Sarah, con la misma ternura y cuidado que había mostrado durante toda la velada, ayudó a Iván a vestirse. El ambiente entre ellos no estaba cargado de la pasión de otras noches, sino de una conexión más profunda, un entendimiento tácito de que, a veces, el simple acto de estar juntos era suficiente.
Se acurrucaron en la cama, sin la necesidad de palabras. No hubo sexo esa noche, solo un cómodo silencio que les permitió encontrar consuelo en la cercanía del otro. Mientras Iván descansaba, Sarah, con voz suave, le contó sobre las ambiciones de Lord Gareth, sugiere que hay algo más oscuro en sus intenciones. Pero Iván, aún procesando las emociones del día, simplemente murmuró que hablaría con Gareth y que haría lo necesario para neutralizar sus ambiciones, todo mientras Sarah continuaba acariciando su cabello.
Finalmente, el agotamiento venció a Iván, y poco a poco, se dejó llevar por el sueño.