Chapter 21 - XXI

El día estaba nublado, bañando el paisaje de Zusian en una luz grisácea que parecía succionar el calor y la vitalidad de la mañana. Dos legiones avanzaban con una disciplina impecable, sus filas perfectamente alineadas mientras marchaban a lo largo de los caminos polvorientos. El sonido rítmico de sus pisadas, sincronizado como el tambor de una guerra inminente, reverberaba en el aire denso y expectante. En la vanguardia, montados en sus imponentes caballos, se encontraban Iván, Varkath, Ulfric y Zandric, dirigiendo la monótona pero implacable marcha que había durado ya dos agotadoras semanas.

Iván, el joven heredero, cabalgaba en silencio, sus pensamientos enredados con las implicaciones de lo que estaba a punto de emprender. Sentía el peso de su herencia, una carga que cada día parecía volverse más pesada. La brisa fría del norte agitaba su capa, y el frío acero de su espada, envainada a su lado, le recordaba constantemente que la guerra no era solo una batalla de fuerza, sino también de estrategia y voluntad.

Mientras los caballos avanzaban, Iván se giró hacia Ulfric, su mentor y consejero, quien sostenía las riendas con la misma firmeza con la que manejaba una espada. Había algo en los ojos de Ulfric, una mezcla de orgullo y preocupación, que Iván no podía ignorar.

—Entonces, además de hacerme un nombre y ganar experiencia, ¿esto es para que me cambien el título de futuro duque a futuro príncipe? —preguntó Iván, su voz teñida de duda y curiosidad. Aunque intentaba mantener un tono casual, no podía evitar que la seriedad se filtrara en sus palabras. Sabía que esta campaña era más que una simple prueba; era el comienzo de un destino que no había elegido.

Ulfric asintió sin dudar, su rostro imperturbable.

—Sí —respondió, su tono directo y firme, como si el asunto fuera una cuestión de simple lógica—. Zusian tiene el tamaño de un principado desde las invasiones de tu padre, el anterior duque. Pero antes de que pudiera proclamarse príncipe, la guerra de coalición lo alcanzó, y allí encontró su final. El ducado quedó marcado, tanto económica como militarmente. Sin el poder y la estabilidad que una victoria te podría otorgar, Zusian no puede ser considerado un principado. Por eso tu madre comenzó con las reformas militares y económicas que tú has heredado.

Ulfric hizo una pausa, dejando que las palabras se asentaran en la mente de Iván, antes de añadir con una sonrisa que suavizó la seriedad de su rostro:

—Así que no mueras antes de ser un principito.

Iván soltó una risa amarga y le dio un ligero golpe en el hombro a Ulfric, una forma de agradecer el intento de alivianar la situación, aunque la preocupación seguía pesando en su corazón.

—Carajo... —murmuró Iván, soltando un suspiro profundo mientras su mirada se perdía en el horizonte. Sus pensamientos se dirigieron a los dos hombres que cabalgaban a su izquierda: Varkath y Zandric, comandantes de los Legionarios de las Sombras, veteranos que habían servido fielmente a su padre.

—Varkath, Zandric —llamó Iván, con un tono más serio—. Ustedes lo conocieron, ¿verdad? Háblenme de él, de mi padre.

Zandric, un hombre de pocas palabras pero con una presencia que inspiraba respeto, fue el primero en responder, aunque su voz era medida y prudente.

—No puedo decir mucho, su gracia. —Zandric inclinó la cabeza ligeramente, en señal de respeto—. Entré a su servicio solo un mes antes de la guerra de coalición. No tuve tiempo de conocerlo profundamente.

Iván asintió, aceptando la respuesta, pero sus ojos se movieron hacia Varkath, esperando algo más. Varkath, que tenía un aire de misterio y sagacidad, dejó escapar un suspiro antes de hablar.

—Lo mismo, su gracia. Estuve a su servicio tres meses antes de que estallara la guerra. —Varkath hizo una pausa, como si estuviera buscando las palabras adecuadas—. Puedo decirle que era un gran estratega y gobernante, pero en sí, no puedo compartir mucho más de él. Los que realmente podrían hablarle sobre su padre son Thornflic y Roderic. Eran como hermanos para él. Pero el hombre que más podría decirle es Lucan Frostblade, "El Oso Blanco". Él entrenó a esos tres y, según me contaron, el propio duque lo consideraba su segundo padre.

Iván recordó ese nombre, "El Oso Blanco". Lucan Frostblade, el segundo general del ducado, un hombre cuya leyenda había crecido tanto como su reputación de ser uno de los guerreros más formidables que el norte y Zusian había conocido. Tras la muerte de su padre, Lucan había sido el más afectado por el dolor, y en su furia, había liderado a cinco legiones para destruir dos condados enemigos. Sin embargo, después del funeral del duque, se retiró al norte, a su ciudad, donde no volvió a levantar su hacha o maza para la guerra, eligiendo en cambio invernar en su dolor y amargura.

—Lucan Frostblade... —murmuró Iván para sí mismo, casi como si hablara con un fantasma—. He oído historias sobre él. Un hombre que hizo temblar la tierra bajo sus pies, pero que ahora permanece en silencio, como si el invierno se hubiera apoderado de su alma.

El silencio envolvió al grupo mientras avanzaban, con las palabras de Varkath colgando en el aire, pesadas y llenas de significado. Iván no podía dejar de pensar en lo que había escuchado. Conocer a Lucan Frostblade, el "Oso Blanco", significaba más que simplemente hallar a un aliado; significaba encontrar a alguien que había conocido a su padre mejor que nadie. La idea lo intrigaba, pero también le pesaba, como si se estuviera acercando a un destino inevitable, uno que no podía eludir. La posibilidad de obtener respuestas, de aprender más sobre su linaje y el legado de su familia, lo llenaba de una mezcla de curiosidad y aprehensión.

Varkath, quien había servido junto a su padre, había dicho algo que resonaba en lo más profundo de su ser. Lucan Frostblade, aquel guerrero legendario que se había retirado al norte, podría haber cerrado su corazón al mundo tras la muerte de su señor, pero ¿podría Iván ser la chispa que lo haría salir de su autoimpuesto exilio? ¿Sería su deber intentar?

—Él podría decirle más sobre su padre que cualquiera de nosotros, su gracia —continuó Varkath, su voz grave y seria—. Pero llegar a él no será fácil. Ha cerrado su corazón al mundo, como si al perder a su señor también hubiera perdido una parte de sí mismo. Pero creo que por usted, por ser el hijo de su duque, podría hacerlo. Escuché que, aunque no lo mostró, se alegró un poco cuando las noticias de su nacimiento se esparcieron. Tal vez, en su corazón endurecido, todavía quede un lugar para la lealtad que una vez sintió.

Las palabras de Varkath dejaron a Iván pensativo. Su nacimiento había traído alegría a un hombre que ahora se ocultaba del mundo. Pero, «¿podría el, con toda su inexperiencia y juventud, ser quien traiga de vuelta a un guerrero tan formidable? ¿O lo rechazaría, considerándolo indigno del legado de su padre?». Estas preguntas giraban en su mente, inquietándolo más de lo que quería admitir.

Justo cuando Iván estaba inmerso en sus pensamientos, el sonido de cascos acercándose rompió el silencio. Uno de los jinetes ligeros que habían sido enviados a recopilar información apareció en el horizonte, su caballo cubierto de sudor, como si hubiera galopado sin descanso para traer noticias urgentes. El estandarte de los Erenford ondeaba a su espalda, un recordatorio de la lealtad y el deber que compartían.

El jinete se acercó rápidamente, inclinando la cabeza en señal de respeto al detenerse frente a Iván y los otros líderes. Su rostro estaba cubierto de polvo, pero sus ojos brillaban con urgencia.

—Mi señor, noticias de Santorach —dijo el jinete, su voz entrecortada por la prisa y el esfuerzo.

Antes de que pudiera continuar, otro jinete llegó, tan apurado como el primero, y se unió a la conversación.

—Otra aldea fue atacada —anunció el segundo jinete, su tono sombrío.

Iván sintió un nudo formarse en su estómago. El dolor y la furia se mezclaron en su interior al escuchar esas palabras. Habían estado marchando hacia lo que creían era un enemigo distante, pero la guerra ya estaba sobre ellos, consumiendo aldeas y vidas inocentes.

—¿Otra? —dijo Iván, incrédulo, mientras su mente intentaba procesar la noticia—. ¿Es la novena solo esta semana?

El segundo jinete asintió, su expresión grave.

—Sí, mi señor. —respondió—. Las aldeas son pequeñas, pero las pérdidas son grandes. Hombres, mujeres, niños… nadie fue perdonado. Los bandidos arrasan con todo, y los supervivientes hablan de una brutalidad que no hemos visto en generaciones. Se llevan todo lo que pueden: provisiones, ganado, y prisioneros. Pero lo peor es que parece que disfrutan del caos que siembran. Hay relatos de torturas, de incendios provocados solo para ver a las aldeas arder en la noche.

Iván apretó los dientes con fuerza, sintiendo la ira bullir dentro de él. No era solo un ataque; era un acto de terror, una declaración de intenciones que apuntaba directamente al corazón de Zusian. Estos bandidos, estos invasores, no solo buscaban saquear, sino destruir todo lo que su familia y su gente habían construido durante generaciones.

—Denme detalles —ordenó Iván, su voz firme, a pesar del torbellino de emociones que lo consumía.

El primer jinete, aún jadeante por el esfuerzo del viaje, tomó aire profundamente antes de continuar su informe.

—El ataque más reciente fue cerca de la ciudad de Santorach, en la aldea de Altharen —comenzó, su voz cargada de gravedad—. Llegaron al amanecer, justo cuando la mayoría de los centinelas estaban en pleno cambio de turno. La aldea no estaba preparada para una emboscada tan brutal. Los defensores, tomados por sorpresa, fueron superados rápidamente. Los bandidos actuaron con una precisión y crueldad inusitadas. No dejaron a nadie con vida. Hombres, mujeres, niños… todos fueron masacrados sin piedad.

El jinete hizo una pausa, su rostro reflejando el horror de lo que había presenciado. Continuó, con un tono aún más sombrío:

—Algunos pocos lograron escapar hacia las colinas y se dirigieron a Santorach, pero no hay garantía de que hayan llegado. Esos sobrevivientes podrían ser la clave para entender mejor a nuestros enemigos, si es que sobrevivieron al camino.

Iván permaneció en silencio por un momento, procesando la información. Sentía un profundo nudo de impotencia y rabia formándose en su estómago. Cada relato de devastación y muerte en su tierra lo llenaba de un oscuro deseo de justicia. Sin embargo, también comprendía la importancia de mantener la cabeza fría. Ahora más que nunca, debía pensar con claridad.

Finalmente, rompió el silencio con una determinación renovada.

—Vamos a Santorach —dijo Iván, su voz resonando con autoridad—. Necesitamos encontrar a esos sobrevivientes. Si están vivos, podrían darnos información valiosa sobre los movimientos de los bandidos, sus números, o incluso sus posibles refugios. No podemos permitirnos perder esa oportunidad.

Mientras Iván daba la orden, Varkath y Ulfric intercambiaron miradas de aprobación. Sabían que Iván estaba madurando rápidamente bajo el peso de las circunstancias. Tomar decisiones difíciles con rapidez y sin vacilación era una de las primeras lecciones en el arte de la guerra, y su joven líder lo estaba haciendo con un temple que los impresionaba.

La columna cambió de dirección, encaminándose hacia Santorach. El ambiente se volvió más tenso, los legionarios ajustaron sus formaciones, conscientes de la gravedad de la situación. El sonido de la marcha se volvió más resonante, un tamborileo constante que acompañaba cada paso.

A medida que avanzaban, Iván reflexionaba sobre el informe del jinete. Altharen, una pequeña aldea, pero crucial en la red de asentamientos que abastecían a Santorach y sus alrededores. Perderla no solo significaba una derrota; significaba que los bandidos, o lo que fueran, estaban dispuestos a penetrar profundamente en su territorio. No era propio de simples bandidos coordinar ataques tan metódicos y devastadores. Nueve ataques en una semana, más de veinte desde que Iván comenzó su marcha hace dos semanas... Algo estaba terriblemente mal. Si no eran mercenarios disfrazados de bandidos, entonces podrían ser soldados del Ducado de Stirba o, peor aún, del Ducado de Zanzíbar, que aunque su duque no tenga el cerebro o la iniciativa si es jodidamente poderoso.

—Zandric, Varkath —llamó Iván, su voz firme mientras seguía cabalgando sin voltear la cabeza—, quiero que desplieguen la caballería ligera hacia el norte. Quiero que barran todo el terreno hasta las aldeas que no han sido atacadas, y que la caballería de élite vaya a las aldeas atacadas más cercanas para investigar si encuentran algún rastro. Necesitamos asegurarnos de que no haya más sorpresas en nuestro camino hacia Santorach. Quiero que cualquier rastro de estos bandidos sea seguido hasta el último rincón donde puedan esconderse.

—De inmediato, su gracia —respondió Zandric, su tono firme y profesional.

Mientras Zandric se adelantaba para coordinar con los jinetes, Iván notó la expresión pensativa de Ulfric, quien cabalgaba a su lado.

—¿Qué estás pensando? —preguntó Iván, su curiosidad despertada por el silencio de su mentor.

—Estoy pensando que esto no es normal —respondió Ulfric, su mirada fija en el horizonte gris—. Hace no tanto tiempo, estos bandidos no habrían osado atacar aldeas tan cerca de Santorach. Algo los está envalentonando, algo que no podemos ignorar. Tal vez no sea solo una cuestión de supervivencia para ellos… puede que haya alguien detrás de estos ataques, alguien que busca debilitar a Zusian. Y solo hay un candidato con el poder y el rencor para hacer algo así: el Duque Maximiliano, el viejo de Eberhard no creo que tenga la ambición.

Iván frunció el ceño ante la posibilidad. Si había un enemigo mayor detrás de estos bandidos, entonces la situación era aún más grave de lo que había imaginado.

—Pienso lo mismo —dijo Iván, reflexionando en voz alta—. Pero no podemos hacer mucho ahora, salvo llamar a más legiones y estar preparados. Solo podremos movernos con seguridad cuando tengamos más información. Sin embargo, no podemos quedarnos en la defensiva eternamente. Tendremos que descubrir quién está detrás de esto y cortar la cabeza de la serpiente antes de que sea demasiado tarde.

Ulfric asintió, su rostro endurecido por la seriedad de la situación.

—Es cierto, pero ahora lo más importante es eliminar a esos bandidos para que dejen de ser un problema. Si el Duque Maximiliano está detrás de esto, es un hombre peligroso y calculador. No se arriesgaría a iniciar una guerra sin tener algo bajo la manga. Tenemos que cortar esta amenaza de raíz antes de que se convierta en un incendio que no podamos controlar.

A medida que hablaban, la atmósfera alrededor del ejército parecía volverse más pesada. Era como si una sombra invisible se cerniera sobre ellos, apretando su garra fría alrededor de sus corazones. Cada legionario sentía la tensión en el aire, la sensación de que algo oscuro y desconocido se avecinaba, pero nadie podía precisar exactamente qué era. La incertidumbre se filtraba en sus pensamientos, manteniéndolos en un estado de alerta constante, esperando lo peor.

Después de un par de horas de marcha, el paisaje comenzó a cambiar. Las planicies se transformaron en grandes colinas boscosas, donde los árboles altos y frondosos oscurecían el cielo, filtrando la luz gris de la tarde en haces irregulares. El aire se volvía más fresco, cargado del aroma a tierra húmeda y follaje, pero también de una inquietud que los hacía sentirse observados desde la espesura.

Finalmente, al borde de las colinas, la ciudad de Santorach se alzó imponente ante ellos. Santorach era una ciudad grande, una de las más importantes de la región. Sus muros altos y robustos, construidos con piedra oscura y reforzados con enormes vigas de madera, se alzaban como un bastión de resistencia contra cualquier amenaza. A pesar de los años, las defensas de la ciudad aún mostraban la fuerza de su construcción. Los parapetos estaban llenos de Centinelas de Hierro, que miraban con ojos vigilantes cualquier movimiento en el horizonte. Los estandartes ondeaban pesadamente en las torres de vigilancia, mientras los arqueros mantenían sus flechas preparadas en caso de cualquier ataque sorpresa.

Las puertas de Santorach, grandes y macizas, reforzadas con hierro forjado, se abrieron lentamente, emitiendo un crujido bajo, como un gigante que despertaba de su letargo. Solo se abrieron lo suficiente para permitir la entrada del ejército, y detrás de ellas, Iván vio a los ciudadanos y soldados observando en silencio. Algunos lo miraban con esperanza, buscando en él una solución a la pesadilla que estaban viviendo. Otros mostraban rostros llenos de preocupación, conscientes de que cada paso que daban en esta guerra podría acercarlos más al abismo.

A medida que el ejército ingresaba en la ciudad, el sonido de los cascos de los caballos resonaba en las calles empedradas, mientras los habitantes, muchos de ellos con rostros cansados y preocupados, se apartaban para dejarles paso. El silencio era casi palpable, roto solo por los murmullos de aquellos que comentaban entre sí la llegada de las tropas. Los edificios de piedra, con techos inclinados y chimeneas humeantes, se alineaban a ambos lados de las calles principales, dando la impresión de una ciudad que, a pesar de su tensión, seguía funcionando. Pero en cada ventana, en cada puerta entreabierta, Iván notaba los ojos que lo seguían, ansiosos por saber si esta llegada significaría el fin de sus pesares.

Guiado por un grupo de centinelas, Iván y sus comandantes se dirigieron al castillo de Santorach, un bastión situado en el corazón de la ciudad. El castillo, imponente y majestuoso, estaba construido sobre una colina que dominaba la vista de toda Santorach. Sus murallas, más altas y robustas que las de la ciudad, parecían indestructibles. Las torres se alzaban hacia el cielo gris, como gigantes vigilantes, y las banderas del ducado ondeaban orgullosas en lo alto. A medida que ascendían por el camino que conducía a las puertas del castillo, Iván notó que las defensas estaban en alerta máxima. Los guardias que custodiaban las entradas portaban armaduras relucientes, y sus manos descansaban sobre las empuñaduras de sus espadas, listos para defender a su señor.

Las puertas del castillo se abrieron para recibir a Iván y su séquito. El interior, aunque decorado con lujo, reflejaba la urgencia de la situación. Los sirvientes se movían rápidamente de un lado a otro, llevando mensajes y preparando los salones para la inminente reunión. A pesar del esplendor de las estatuas de mármol y los tapices colgados en las paredes, el castillo estaba envuelto en un aire de tensión y preparación.

Finalmente, Iván y Ulfric llegaron al salón principal, donde el gobernador de Santorach, Lord Gareth, esperaba con evidente ansiedad. Aunque el título de "Lord" era más una cortesía que una verdadera posición de poder en un ducado completamente dominado por la familia Erenford, Gareth llevaba el nombre con dignidad. Era un hombre de mediana edad, su barba espesa empezaba a encanecer, y su cabello estaba salpicado de gris. Las arrugas en su rostro revelaban los años de servicio y las preocupaciones recientes, pero sus ojos, brillantes y determinados, reflejaban una lealtad inquebrantable y una firme dedicación a su gente.

Al ver a Iván entrar, Lord Gareth se levantó de su asiento con una rapidez que denotaba respeto, inclinando la cabeza en una reverencia formal. Sin embargo, Iván, con un gesto rápido de la mano, lo detuvo antes de que pudiera inclinarse más.

—Por favor, Lord Gareth, no es necesario que haga esas muestras de respeto —dijo Iván, su tono firme pero lleno de amabilidad—. Este es su hogar, no el mío.

Gareth asintió, agradecido por el gesto de Iván, y se enderezó con una ligera sonrisa.

—Como desee, Su Gracia —respondió Gareth, enderezándose—. Pero debo decir que todos en Santorach nos sentimos aliviados de verlos aquí. Gracias a los dioses que han llegado.

Iván captó la tensión en las palabras de Gareth, la urgencia detrás de su formalidad, y comprendió que la situación era más grave de lo que le habían informado. Sin perder más tiempo, Gareth hizo un gesto hacia un pasillo lateral, invitando a Iván a caminar hacia su solar privado, donde podrían discutir con mayor privacidad y sin interrupciones.

—Caminemos a mi solar, por favor. Allí podremos hablar de la situación con mayor tranquilidad —dijo Gareth, mientras guiaba a Iván por los pasillos del castillo.

El camino hacia el solar del gobernador estaba adornado con antiguos tapices que narraban la rica historia de Santorach: victorias en batallas de asedio, la fundación de la ciudad y paisajes pintorescos de la región que ahora parecían lejanos, casi irreales, ante la crisis actual. Iván observaba los tapices con un sentimiento de solemnidad, consciente de que ahora era su responsabilidad proteger ese legado.

Al llegar al solar, un amplio salón decorado con una elegancia sobria, Gareth cerró las puertas tras ellos, creando un ambiente íntimo y seguro para la conversación. El salón, iluminado por la suave luz de varias lámparas de aceite, estaba amueblado con cómodos sillones de cuero oscuro y una mesa de roble en el centro, sobre la cual descansaban mapas y documentos estratégicos.

—Por favor, tome asiento, Su Gracia —dijo Gareth, señalando uno de los sillones—. Hay mucho de qué hablar, y el tiempo no está de nuestro lado.

Iván asintió y tomó asiento, sus ojos examinando los mapas y documentos que cubrían la mesa. Cada punto marcado en esos mapas representaba una aldea atacada, una ruta cortada, una zona en peligro. A su lado, Ulfric se sirvió un poco de cerveza de una jarra que descansaba en la mesa, su rostro tenso mientras se preparaba para la conversación que seguiría.

Gareth se sentó frente a ellos y, después de un breve silencio para ordenar sus pensamientos, comenzó a hablar con una voz grave que reflejaba la seriedad de la situación.

—La situación es más grave de lo que había anticipado —comenzó Gareth, su mirada fija en Iván—. Los ataques se han vuelto cada vez más frecuentes y mejor organizados. Ya no estamos lidiando con simples bandidos; esto es una ofensiva calculada. Han golpeado en lugares clave, cortando nuestras rutas de suministro y comercio, y han atacado a nuestros Centinelas de Hierro con una precisión que solo alguien con conocimiento militar podría ejecutar. Si esto continúa, el norte se verá devastado, y Santorach podría quedar aislada y vulnerable.

Mientras Gareth hablaba, Iván y Ulfric escuchaban atentamente, sus mentes trabajando para comprender la magnitud de la amenaza. La posibilidad de que estos ataques fueran parte de una estrategia mayor, tal vez orquestada por el Duque Maximiliano o algún otro enemigo oculto, comenzaba a tomar forma en sus pensamientos.

—Konrot, ¿verdad? —preguntó Iván, sus ojos fijos en el mapa que mostraba la región norte—. Es el nombre del líder de estos bandidos, ¿qué saben de él? Aparte de lo que se dice, que es un sádico y que tiene el talento de un prodigio para la guerra.

Gareth dejó escapar un suspiro profundo, su rostro reflejando la gravedad de la pregunta.

—Konrot… —repitió Gareth, su voz cargada de una mezcla de respeto y temor—. Es un nombre que ya ha sembrado miedo en todo el norte. Se dice que es más que un simple líder de bandidos; es un estratega brillante, alguien que entiende la guerra de una manera que pocos lo hacen. No es solo sádico, es metódico. Sus ataques no son aleatorios, sino que están diseñados para causar el máximo daño y desmoralizar a nuestras fuerzas. Cada golpe parece estar calculado para debilitar nuestras defensas y aislar a Santorach y los alrededores de cualquier ayuda.

Gareth hizo una pausa, su mirada se endureció mientras continuaba.

—Hay rumores de que Konrot es más que un bandido. Algunos dicen que tiene vínculos con el Duque Maximiliano, otros creen que podría ser un comandante caído en desgracia, ahora buscando venganza. Pero lo que es seguro es que está siendo respaldado por alguien con recursos. Sus hombres están bien armados, y sus tácticas son demasiado sofisticadas para ser obra de simples rufianes. Si no actuamos con rapidez y decisión, podría no quedar nada que defender en el norte.

Iván se quedó en silencio por un momento, su mente procesando la información mientras su mirada se mantenía fija en el mapa. La situación era más grave de lo que había imaginado, y la falta de información sobre Konrot solo añadía más incertidumbre a la ya tensa atmósfera.

Finalmente, rompiendo el silencio, Iván habló con un tono decidido, aunque la preocupación era evidente en su voz.

—Me he memorizado los trescientos veinte nombres de los comandantes que sirven a Zusian —dijo Iván, su mirada atravesando a Gareth y Ulfric—, y que yo sepa, no ha habido desertores ni destierros que correspondan a este Konrot. Ulfric, tú has leído todos los libros de registro desde que te convertiste en mi guardia y maestro. ¿Ese nombre te suena o has escuchado de él en tus tierras en Norvadia?

Ulfric negó con la cabeza, su expresión firme, pero también reflejando una leve frustración.

—No —respondió Ulfric, su voz baja—. Como menciono, he leído todos los libros de registro militar, y no recuerdo haber visto ese nombre. Y aunque no he estado en Norvadia durante un buen tiempo, tampoco he oído de nadie llamado Konrot en mis tierras.

Iván hizo una mueca, claramente insatisfecho con la falta de respuestas, pero comprendiendo que la situación requería paciencia.

—¿Y tú, Gareth? —continuó Iván, girándose hacia el gobernador—. Sirviste en la Vigésima Legión como vicecomandante bajo el mando de Rekit aquí en el norte. ¿Alguna vez escuchaste de un comandante así, o ha habido algún rumor?

Gareth también negó con la cabeza, su expresión sombría.

—No, Su Gracia —respondió Gareth con firmeza—. Ni en mis años en la legión ni después de mi retiro he escuchado de alguien con ese nombre. Si Konrot tiene un pasado militar, lo ha ocultado bien, o tal vez no es de nuestras tierras.

Iván suspiró, sintiendo el peso de la incertidumbre caer sobre sus hombros. Konrot se mantenía como una sombra elusiva, un enemigo desconocido que golpeaba con una precisión inquietante. Por un momento, Iván se permitió desear que uno de sus mentores, Thornflic, estuviera allí. Con su vasta experiencia y conocimiento, probablemente habría manejado esta situación con más claridad. Pero ese pensamiento solo duró un instante antes de que Iván lo apartara. Ahora él era quien debía tomar las decisiones.

—Thornflic hubiera sido mejor que yo aquí —murmuró Iván para sí mismo, antes de enderezarse y adoptar una postura más resuelta—. Pero eso no importa ahora. En este mapa no hay marcas de los campamentos de Konrot, lo que significa que está moviéndose constantemente o que se oculta en lugares que no hemos considerado. Gareth, dime el reporte de la caída de Altharen. Necesitamos entender su patrón de ataque si queremos anticipar sus movimientos.

Gareth se inclinó hacia la mesa, desplegando un pergamino que contenía el informe detallado del ataque a Altharen. Gareth señaló el mapa con un dedo tembloroso mientras continuaba su relato, la gravedad de la situación pesando en cada palabra.

—Los bandidos llegaron sin ser vistos, justo cuando los centinelas cambiaban de turno —continuó Gareth, señalando el área en el mapa con un dedo firme—. El señor del pueblo, como muchos otros en la región, ha mantenido sus puertas cerradas durante la noche, con la mayoría de los centinelas de hierro haciendo guardia. Pero al amanecer, cuando se hace el cambio de turno, fue cuando el ataque se desató. Fue un golpe preciso y letal. La mayoría de los defensores fueron superados en cuestión de minutos, y aunque algunos lograron escapar hacia las colinas, no hubo tiempo suficiente para organizar una resistencia efectiva.

Iván escucho atentamente mientras Gareth detallaba el ataque a Altharen. La precisión y brutalidad del asalto revelaban un enemigo que no solo estaba bien organizado, sino que también conocía la rutina de sus objetivos al dedillo. Esto no era obra de simples bandidos; era una ofensiva cuidadosamente planificada. El hecho de que los atacantes esperaran el cambio de turno de los centinelas de hierro para atacar mostraba un conocimiento interno que inquietaba a Iván. La descripción de Gareth era sombría, pero Iván mantuvo la calma exterior mientras su mente trabajaba febrilmente para entender los motivos detrás de estos ataques. Sabía que enfrentaba algo mucho más grande que un simple grupo de bandidos.

—Los sobrevivientes que llegaron a Santorach mencionaron que los atacantes no eran simples bandidos —prosiguió Gareth—. Estaban armados y organizados, con tácticas militares. Esto no es algo que se vea comúnmente entre ladrones. Cuando algunos leñadores vieron el humo a lo lejos, informaron de inmediato. Mientras preparaba a los cien mil centinelas de hierro de la guarnición de la ciudad para intervenir, envié mil jinetes bajo el mando de uno de mis comandantes. De esos mil, solo cincuenta regresaron, incluyendo al comandante. Me informaron que no lograron acercarse al pueblo; cada camino en el que se dividieron estaba vigilado por bandidos. Todo estaba perfectamente coordinado. Altharen ahora es solo cenizas y cuerpos.

Iván frunció el ceño mientras escuchaba, sintiendo que las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar. Este enemigo no solo estaba bien entrenado, sino que tenía una comprensión profunda del terreno y las defensas de las aldeas que atacaba. Esto indicaba que había una mano maestra detrás de todo, alguien con los recursos y el conocimiento necesarios para lanzar ataques tan devastadores.

—Hubo sobrevivientes, ¿no? —preguntó Iván, su voz firme—. Llévame con ellos. Quiero obtener información de primera mano.

Gareth asintió, comprendiendo la urgencia en la solicitud de Iván.

—Los sobrevivientes de Altharen, así como algunos de los jinetes que regresaron, están siendo atendidos en una posada cercana —respondió Gareth—. Les están proporcionando atención médica, pero algunos están lo suficientemente conscientes como para hablar. Te llevaré allí de inmediato.

Sin perder tiempo, Iván se levantó, seguido de cerca por Ulfric. Mientras salían del solar, los pensamientos de Iván volvían una y otra vez a la figura enigmática de Konrot y al hombre o la fuerza que podría estar dirigiéndolo. Necesitaba respuestas, y esperaba que los sobrevivientes pudieran proporcionárselas.

A medida que cruzaban los pasillos del castillo, Iván notó el ambiente tenso en el lugar. Los guardias se mantenían alertas, los sirvientes se movían rápidamente y con cuidado, y los pocos ciudadanos que se encontraban dentro de los muros mostraban expresiones de preocupación y miedo. Todo indicaba que Santorach, aunque aún en pie, estaba al borde de una crisis.

Finalmente, llegaron a la posada donde los heridos estaban siendo atendidos. Iván ingresó, y el sonido de gemidos y susurros llenó el aire. El olor a hierbas medicinales y sangre impregnaba la atmósfera, recordándole la crudeza de la guerra. Gareth lo guió hacia una habitación en la parte trasera, donde varios hombres yacían en camas improvisadas, sus cuerpos vendados y sus rostros marcados por el dolor. Iván observó a los sobrevivientes con atención, notando las cicatrices visibles y las heridas que contaban la historia del brutal ataque. El ambiente en la posada era sombrío, pero la presencia de Iván parecía infundirles una mezcla de esperanza y alivio. Los ojos de los heridos se fijaban en él, algunos con respeto, otros con una mezcla de sorpresa y reverencia.

Ulfric y el siguieron a Gareth a donde estaban los sobrevivientes. —El hombre de la primera mesa era el comandante de los centinelas de hierro en Altharen —Ahí vio a un hombre calvo con uno de los ojos vendados, a su lado un hombre grande de cabello y ligera barba negra como su cabello, a su lado una mujer rubia de ojos grises. Cuando los presentes lo vieron parecían atónicos.

—Soy Iván Erenford —se presentó, manteniendo su tono suave—. Me podrian decir sus nombres porfavor

—Por... por supuesto, mi señor —respondió Pol, tartamudeando ligeramente antes de recuperar la compostura—. Soy Pol, comandante de los centinelas de hierro de Altharen. Bueno, de los que quedan —añadió, echando una mirada triste hacia los seis hombres heridos que yacían en las camas cercanas.

El silencio que siguió a sus palabras fue denso, cargado de la gravedad de la situación. Iván, sintiendo el peso de sus miradas, hizo un esfuerzo consciente por mantener un tono amable y comprensivo mientras continuaba.

—Y ustedes —dijo, dirigiéndose al hombre de cabello castaño y a la mujer rubia que estaba a su lado—, ¿cuáles son sus nombres?

El hombre, que había permanecido en silencio hasta ese momento, inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto antes de hablar.

—Mi nombre es Wacian, Su Gracia —dijo con una voz grave y serena—. Soy un centinela de hierro.

La mujer a su lado, con los ojos grises un poco hinchados por el llanto reciente, esbozó una suave sonrisa, aunque sus labios temblaban ligeramente.

—Mi nombre es Elysia, Su Gracia —respondió en un tono bajo, casi como si temiera romper el silencio solemne del lugar—. Soy la esposa de Wacian... una ama de casa.

Iván asintió, agradeciendo a ambos con un gesto de la cabeza.

—Gracias por compartir sus nombres conmigo —dijo con sinceridad—. Ahora, Pol —continuó, volviendo su atención al comandante—, supongo que como comandante estabas en los muros cuando el ataque sucedió. Cuéntame cómo fue, con todo el detalle que puedas.

Pol se enderezó en su asiento, inspirando profundamente antes de hablar. Sus ojos se enfocaron en un punto distante, como si estuviera reviviendo los momentos cruciales de la batalla.

—Sí, Su Gracia. Estaba en los muros cuando comenzó el ataque —empezó Pol, su voz firme pero teñida de dolor—. Era el amanecer, y estábamos en medio del cambio de guardia. El sol apenas empezaba a asomarse, y la mayoría de los hombres estaban cansados por la vigilancia nocturna. Fue entonces cuando los vimos, pero ya era demasiado tarde. Salieron de entre los árboles, como si hubieran estado esperando justo ese momento.

Pol hizo una pausa, su mandíbula apretada mientras luchaba contra los recuerdos.

—Primero fueron flechas —continuó—. Cayeron sobre nosotros como una lluvia oscura, precisas y letales. Perforaron nuestra defensa antes de que pudiéramos reaccionar. Intenté organizar a los hombres, pero estaban demasiado desorientados. Fue un caos. Luego, ellos... los bandidos, o lo que sea que fueran, atacaron en masa. Se movían con una coordinación que no habíamos visto nunca antes en simples forajidos. No... esto era algo más. Fueron directos a nuestras posiciones clave, cortando nuestras líneas de comunicación, impidiéndonos reunir fuerzas. La aldea fue superada en minutos.

Iván escuchaba en silencio, captando cada detalle. Lo que describía Pol no era una simple incursión, sino una operación militar meticulosamente planeada. Esta no era una guerra común; era una cacería.

—Algunos de nosotros intentamos retroceder hacia la torre central para hacer una última defensa, pero... ya era inútil. Ellos sabían exactamente dónde atacar, sabían dónde éramos más débiles. Nunca tuvimos una oportunidad. Altharen... cayó antes de que pudiéramos siquiera entender lo que estaba pasando.

El silencio volvió a llenar la sala, solo roto por el sonido distante de los otros heridos que gemían o hablaban en voz baja. Iván dejó que las palabras de Pol se asentaran, consciente del impacto emocional que el recuerdo debía tener en el hombre. Pero sabía que necesitaba más información, por difícil que fuera para los sobrevivientes revivir esa pesadilla.

—Y Konrot, ¿lo viste? —preguntó Iván finalmente, sus ojos fijos en Pol.

Pol negó lentamente con la cabeza.

—No, Su Gracia... nunca lo vi. Pero puedo decirle una cosa. Estos hombres... estos soldados... eran guiados por alguien que sabía exactamente lo que hacía. Esto no fue un ataque al azar, fue una operación. Alguien quería asegurarse de que Altharen fuera destruida por completo.

Iván se mantuvo en silencio mientras Pol relataba el horror del ataque, sintiendo cómo el peso de la situación se hacía cada vez más tangible. El relato de Pol era escalofriante, lleno de detalles que sugerían que los atacantes no eran simplemente humanos, sino algo más oscuro y peligroso.

Cuando Wacian intervino, Iván se giró hacia él, escuchando con atención. El centinela parecía profundamente afectado por lo que había presenciado, y sus palabras sólo añadieron una nueva capa de misterio y temor a la situación.

—Yo los vi, Su Gracia, a los jinetes —dijo Wacian, su voz temblando ligeramente al recordar—. Estaba en mi casa cuando mi esposa me despertó, ya todo era un caos. Al salir, luché con algunos de esos hombres y le juro que sus miradas no eran humanas. Eran... como bestias, pero con rostros humanos. Mientras luchaba para darle tiempo a mi esposa para escapar, escuché el sonido de jinetes. Me escondí, y los vi. Eran enormes, Su Gracia, como el hombre que está en la puerta —dijo, señalando a Ulfric, quien se mantenía en silencio, observando con una expresión grave.

Iván asintió lentamente, procesando lo que Wacian había dicho. La descripción de los jinetes, su tamaño y la brutalidad de sus acciones, eran inquietantes. Parecía que no sólo estaban lidiando con soldados enemigos, sino con algo mucho más siniestro.

—Sus actos eran inhumanos, mi señor —continuó Wacian, bajando la mirada—. Sé que en la guerra se hacen cosas horribles, pero esto... era diferente. Aun estando vivos, los destrozaban como si disfrutaran de ello. He oído historias de Thornflic, el general conocido por su crueldad, pero estos hombres... no, estos seres, eran peores que animales.

El silencio volvió a caer sobre la habitación mientras todos reflexionaban sobre lo que acababan de escuchar. Iván, consciente de la gravedad de la situación, sabía que necesitaba más información.

—¿Hay alguna otra información importante o relevante que sepan? —preguntó Iván, mirando tanto a Pol como a Wacian.

Pol intercambió una mirada con Wacian antes de hablar de nuevo, su tono incierto.

—Uno de los centinelas dijo algo, pero no sé si sea importante, Su Gracia —respondió Pol—. Mencionó que los bandidos no han atacado la aldea de Lindell. Supuestamente, dijo, es porque tienen a una hermosa cortesana allí. Pero no creo que sea sólo por eso. No sé qué pensar.

Iván frunció el ceño, considerando esta nueva información. La idea de que una aldea pudiera ser perdonada simplemente por la presencia de una cortesana parecía absurda, pero en un conflicto donde la lógica parecía desvanecerse, cualquier cosa podía ser posible.

—Lindell... —repitió Iván, sus ojos oscuros y pensativos mientras consideraba las posibles implicaciones de la información que acababa de recibir.

El gobernador Gareth, que hasta ese momento había permanecido en silencio, observando atentamente el intercambio, finalmente intervino, su voz cargada de una cautela nacida de la experiencia.

—Su Gracia, Lindell era originalmente parte de Stirba —comenzó Gareth, su tono reflejando la gravedad de sus palabras—. Fue Zusian quien logró conquistarla después de la Guerra de Coalición, pero aunque ahora la aldea ondea el lobo dorado de los Erenford, muchos de sus habitantes aún se sienten parte del león carmesí de los Marsdale. Hay resentimiento latente allí, un sentimiento que nunca ha desaparecido completamente.

Iván asintió, comprendiendo las implicaciones de lo que Gareth estaba diciendo. No era inusual que los territorios anexados por la fuerza no compartieran la misma lealtad que aquellos que habían estado bajo su bandera durante generaciones. En realidad, era algo con lo que Iván ya había lidiado en otras partes del ducado. Algunos territorios que antes pertenecieron a Rivenrock también tenían habitantes que aún se sentían resentidos y distantes, una tensión que Iván había aprendido a manejar con cautela y diplomacia.

—No podemos ignorar esa desafección —murmuró Iván, más para sí mismo que para los demás. Sus ojos se alzaron, llenos de determinación—. Iremos a Lindell. No podemos dejar nada al azar. Si hay algo más detrás de estos ataques, lo descubriremos.

La decisión estaba tomada, y el peso de la responsabilidad recayó sobre sus hombros como una carga familiar. Mientras observaba a Pol y Wacian, Iván notó el agotamiento en sus rostros, la desesperanza mezclada con un tenue rayo de esperanza de que su líder tomara el control de la situación.

—Pol, Wacian —continuó Iván, su voz adquiriendo un tono más cálido—, gracias por su valentía y por compartir lo que saben. Sé que lo que han pasado ha sido terrible, pero les aseguro que tomaremos medidas. Esto no quedará sin respuesta. Sus esfuerzos no serán en vano.

Pol, sin embargo, bajó la cabeza, sus hombros encorvándose bajo el peso de la culpa. Sus manos, endurecidas por años de servicio, temblaban ligeramente cuando habló.

—No, Su Gracia, no merezco sus palabras —dijo Pol, su voz rota por la vergüenza—. Huí cuando debí quedarme y luchar. Debí ayudar a más de los pueblerinos, a la gente que juré proteger. Fallé en mi deber, y merezco la muerte.

Un silencio denso cayó sobre la habitación, interrumpido solo por el suave crujido de la madera en la chimenea cercana. Iván observó a Pol, viendo no solo a un hombre derrotado, sino a uno que había sido roto por el peso de su propio honor y la traición a sus principios. Sabía que el castigo severo podría ser justo en una situación así, pero también entendía que, en tiempos como estos, la misericordia podía ser más poderosa que la justicia estricta.

Iván observó cómo Pol luchaba por mantener la compostura, su culpa evidente en cada línea de su rostro.

—Pol, te entiendo —repitió Iván, su voz más suave pero cargada de autoridad—. Sé que lo que llevas en el corazón es pesado, y no minimizo tu dolor. Sin embargo, huir no te convierte en un cobarde, ni significa que tu vida sea menos valiosa. Ahora más que nunca, necesito hombres que comprendan la gravedad de lo que está en juego, hombres que no solo luchen, sino que también sepan comandar. Si te sientes culpable, entonces quédatelo y únete a los centinelas aquí. Estoy seguro de que a Lord Gareth no le molestaría.

Pol tragó con dificultad, luchando por contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse. Sus ojos, llenos de arrepentimiento y dolor, encontraron una nueva fuerza en las palabras de Iván. Finalmente, asintió, su resolución renovada y su voz apenas un susurro lleno de determinación.

—Haré lo que sea necesario, Su Gracia —prometió Pol—. No volveré a fallar.

Iván lo miró con aprobación, viendo en él la chispa de un hombre que había decidido luchar por su redención. Luego, se volvió hacia Ulfric, quien había estado esperando silenciosamente, observando la interacción con su característico estoicismo.

—Prepara lo necesario para la partida hacia Lindell —ordenó Iván, sus ojos fijos en los de Ulfric—. Lord Gareth, espero que me ayude a reponer nuestras provisiones. No podemos permitirnos partir sin estar completamente preparados.

Ulfric, sin perder tiempo, inclinó la cabeza en señal de asentimiento y se retiró de la sala, listo para cumplir las órdenes de su señor. Gareth, por su parte, asintió con firmeza, sus ojos reflejando la misma determinación que los de Iván.

—Como ordene, Su Gracia —respondió Gareth. Con un movimiento decidido, se dirigió hacia la puerta, preparado para coordinar los preparativos necesarios.

Iván se quedó en la habitación un momento más, permitiendo que el silencio lo envolviera. La tensión en el aire aún era palpable, pero la resolución de lo que debía hacerse le daba una extraña calma. Justo cuando estaba a punto de salir, un legionario de las sombras entró apresuradamente en la sala, su expresión era grave y sus ojos, oscuros y sombríos.

—Su Gracia —dijo el legionario, respirando con dificultad, Iván sintió que la tensión en el aire aumentaba con cada palabra del legionariol—. El comandante Varkath me envió... Fuimos a Altharen... no puedo describir lo que vimos allí, pero aunque no quisiera que lo viera, el comandante me pidió que viniera.

—¿Qué es lo que has visto? —preguntó Iván, manteniendo su tono firme, aunque el peso de la incertidumbre se reflejaba en su mirada.

El legionario vaciló, claramente afectado por los horrores que había presenciado. Su voz temblaba ligeramente, pero se esforzó por mantener la compostura.

—Es... algo que nunca había visto en todos mis años de servicio, Su Gracia. Los cuerpos... fueron mutilados de una manera que no parece obra de hombres. No es solo la muerte, es como si hubieran disfrutado de la masacre. Los cuerpos, creo que ni siquiera Thornflic ha hecho algo igual. Además... hay un mensaje, tallado en esa cosa... en las paredes, en la piel... no sé cómo describirlo, pero es para usted

El aire en la habitación se hizo más pesado. Iván sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, pero su determinación se mantuvo firme. Sabía que debía actuar rápido; lo que había ocurrido en Altharen no era un simple ataque, sino un mensaje dirigido a él, a su familia, a sus tierras.

—Bien, entonces voy a Altharen —decidió Iván, su voz resonando con autoridad—. Llama a los legionarios de las sombras y a algunos jinetes de la caballería pesada de élite que no estén ocupados. Prepárate para llevarme a Altharen lo antes posible.

El legionario asintió, su cuerpo tembloroso por la intensidad de la situación, pero agradecido por la rápida decisión de Iván. Sin perder más tiempo, el legionario salió de la sala para cumplir las órdenes, mientras Iván se quedó por un momento, respirando hondo y preparándose mentalmente para lo que estaba por venir.

Con pasos firmes, Iván salió de la posada, sabiendo que lo que estaba a punto de descubrir en Altharen podría cambiarlo todo. No solo se enfrentaba a un enemigo desconocido, sino a una fuerza que parecía desafiar la comprensión humana. Mientras caminaba hacia sus hombres, su mente estaba enfocada en una sola cosa: descubrir la verdad y proteger a su pueblo de la oscuridad que se cernía sobre ellos.

No pasó mucho tiempo antes de que el legionario regresara con un centenar de jinetes, sus armaduras brillando bajo la luz del día y el suelo retumbando bajo los cascos de sus monturas. Iván observó con atención cómo se acercaban, notando cada detalle con precisión. Entre ellos, divisó a Eclipse, su fiel corcel negro, que estaba claramente inquieto. Sus músculos se tensaban bajo la piel brillante, y sus ojos reflejaban una inteligencia que Iván siempre había admirado.

—Buen chico, Eclipse —murmuró Iván con voz suave, mientras extendía una mano para acariciar el lomo del animal. Eclipse respondió a su toque, soltando un relincho suave, casi como un suspiro de alivio, mientras su cuerpo se relajaba bajo la mano de su amo.

Con una agilidad nacida de años de entrenamiento, Iván montó a Eclipse con un movimiento fluido. Sentir la fuerza y la energía contenida del animal bajo él le dio un sentido renovado de control y poder, algo que necesitaba ahora más que nunca.

Mientras Iván ajustaba las riendas, Ulfric se acercó montado en su propio caballo, un robusto corcel gris que parecía ser una extensión de su dueño: fuerte, imponente y siempre preparado para la batalla. A su lado, los legionarios de las sombras se alineaban, sus rostros serios y decididos, mientras los jinetes de la caballería pesada esperaban la orden, sus lanzas levantadas y sus armaduras resplandecientes como un recordatorio de la fuerza que llevaban consigo.

—Estamos listos, Su Gracia —informó Ulfric, su voz firme y segura, el reflejo de un soldado que había pasado por muchas batallas. Sus ojos se encontraron con los de Iván, y en ese instante hubo un entendimiento silencioso entre ambos: sabían que lo que enfrentaban no era una simple misión, sino algo que podría cambiar el curso de sus vidas y de la guerra.

—Los preparativos están listos. Cuando regresemos y pase la noche, partiremos hacia Lindell —continuó Ulfric, dejando claro que cada detalle había sido previsto y que no había margen para errores.

Iván asintió, su mente enfocada en la misión que tenía por delante. Luego, dirigió su mirada hacia el legionario que los había llevado hasta este punto. El hombre parecía estar luchando con una mezcla de miedo y deber, sus manos temblando ligeramente mientras intentaba mantener su postura firme.

—Dirígeme hacia Altharen —ordenó Iván, su voz clara y autoritaria, cortando cualquier duda en el aire.

El legionario tragó saliva, sus ojos reflejando una tormenta interna. No era un hombre dado al miedo, pero lo que había visto en Altharen había dejado una marca profunda. Sin embargo, al ver la suave sonrisa reconfortante en el rostro de Iván, sintió una chispa de coraje renovado. Asintiendo con un gesto decidido, giró su caballo y comenzó a avanzar, guiando al grupo hacia lo que podría ser el escenario más espeluznante que jamás hubieran presenciado.

El camino hacia Altharen fue corto, aunque cada paso parecía arrastrarlos hacia una pesadilla que desafiaba la cordura. Conforme avanzaban, el paisaje se volvía cada vez más desolado. La vegetación a su alrededor era escasa, y el suelo, antes fértil, parecía marchito, como si la misma tierra supiera lo que había ocurrido y se rehusara a nutrir el mal que la había manchado. Al adentrarse en un terreno más plano, las primeras señales de la masacre comenzaron a manifestarse: cuerpos desperdigados, algunos destrozados hasta quedar irreconocibles, mientras las aves carroñeras se dispersaban al oír el retumbar de los cascos de los caballos.

Cuando finalmente avistaron las murallas de piedra de Altharen, Iván sintió que su estómago se revolvía. La fortificación, que apenas alcanzaba los siete metros de altura, estaba destrozada; las puertas, que alguna vez protegieron al pueblo, yacían esparcidas por el suelo, como si hubieran sido arrancadas por una fuerza inhumana. En los terrenos que rodeaban el pueblo, cientos de cadáveres se extendían en una grotesca alfombra de muerte. El hedor de la carne podrida y la sangre coagulada llenaba el aire, haciendo que incluso los jinetes más duros.

Iván, a pesar de su temblor interno, avanzó con determinación. Los jinetes ligeros que habían llegado antes lo miraban con ojos suplicantes, como si intentaran advertirle que no entrara, que no se sometiera al horror que aguardaba tras esas murallas, aquellos de la caballería ligera de élite, vomitaran o lucharan por calmar a sus monturas, que relinchaban y pateaban el suelo con terror.. Pero Iván sabía que debía seguir adelante, que debía enfrentarse a lo que sea que hubiese causado esta carnicería. En la entrada del pueblo, vio a Varkath, un hombre curtido en mil batallas, bebiendo en silencio de su cantimplora. Cuando Varkath lo vio, se inclinó respetuosamente, aunque su rostro estaba marcado por la furia y el dolor.

—Perdón por llamarlo aquí, Su Gracia —dijo Varkath, su voz grave y llena de una rabia contenida—. Pero debe verlo... Puede sonar cruel, pero espero que sienta la misma ira que yo sentí. Tal vez eso nos dé la fuerza que necesitamos.

Iván asintió sin decir palabra, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Pasó junto a Varkath y entró al pueblo. El suelo estaba empapado de sangre, formando charcos espesos que pegaban los cascos de Eclipse. A su alrededor, las casas estaban quemadas, reducidas a escombros humeantes que amenazaban con derrumbarse al menor suspiro del viento. Y sin embargo, lo que más le impactó no fue la devastación, sino la ausencia de cuerpos de los aldeanos. Solo veía cadáveres de bandidos, como si los habitantes del pueblo hubiesen sido borrados de la existencia, desaparecidos en un acto de violencia tan atroz que era casi incomprensible.

Iván cabalgó por el camino principal, sus manos aferradas a las riendas, mientras un nudo de angustia y rabia se formaba en su pecho. A medida que se acercaba a la plaza central, algo comenzó a emerger de la bruma de la destrucción, algo que al principio no logró distinguir con claridad. Pero cuando finalmente llegó, el horror de la escena lo golpeó como un mazo, dejándolo sin aliento.

En el centro de la plaza, en lo que alguna vez fue un espacio de reunión para los aldeanos, ahora se erguía una monstruosidad creada por una mente enferma. Un lobo gigantesco, de casi cuatro metros de altura, hecho completamente de partes de cadáveres humanos. Los cuerpos habían sido desollados y sus pieles habían sido cosidas juntas para formar un macabro pelaje que cubría la estructura. La carne expuesta estaba dispuesta de tal manera que parecía que el lobo estuviera en movimiento, con las fauces abiertas en una mueca grotesca que imitaba un gruñido. Los ojos del lobo eran cavidades vacías, donde aún colgaban trozos de vísceras, y su lengua, hecha de intestinos humanos, colgaba pesadamente desde su boca.

Pero lo peor de todo era la columna vertebral de la criatura. Habían usado los huesos de los habitantes, entrelazados con alambres y tendones, para formar una estructura retorcida y deforme que se alzaba en la parte superior del lobo, como una especie de grotesca corona. Y allí, en lo alto, colgando como una bandera de terror, estaba el mensaje: "Bienvenido al norte, Su Gracia". Cada letra había sido formada con las cabezas de bebés y niños, sus rostros aún congelados en expresiones de terror y dolor. La sangre seca manchando el suelo bajo la monstruosa figura.

Iván apretó los puños con tanta fuerza que sintió cómo sus uñas se clavaban en sus palmas, hasta que la sangre comenzó a brotar. Sus nudillos se tornaron blancos, y un furioso temblor recorrió su cuerpo mientras el horror y la ira se mezclaban en su mente. Detrás de él, escuchó el sonido del vómito de los jinetes que lo habían seguido, incapaces de soportar la visión que tenían ante ellos. Iván no los culpó; la abominación que habían creado en el centro de la plaza era algo salido de las peores pesadillas.

El horror ante él era un desafío directo, una burla cruel que no solo había destruido una aldea, sino que también había mancillado la autoridad del ducado, como un mensaje de que no eran capaces de protegerse en sus propias tierras. Esto no era solo una señal de poder; era un acto de brutalidad pura, aunque eso ya no era brutalidad, era solo sadismo de la miente d eun loco, diseñado para quebrar la voluntad de cualquier hombre que lo viera. Pero en Iván, eso lo inundó de una rabia y imponencia que pocas veces había sentido.

Iván descendió de su caballo con una lentitud deliberada, como si cada movimiento lo acercara más al abismo que lo había devorado desde el momento en que había visto aquella abominación. Su corazón latía con una mezcla caótica de asco, horror y una rabia visceral que parecía quemar su alma desde adentro. Había visto cadáveres antes, había presenciado la brutalidad en su forma más cruda. Thronflic mismo le había enseñado cómo emplear, desollar y la brutalización de los cuerpos como una táctica de terror, cómo romper la voluntad del enemigo con la visión del horror. Pero esto… esto era diferente. Esto no era humano.

Mientras se acercaba a aquella monstruosidad, sintió el peso de la mano de Ulfric sobre su hombro, un intento silencioso de ofrecerle consuelo o tal vez de disuadirlo de seguir adelante. Pero Iván ignoró el gesto, sus pensamientos consumidos por la furia y la impotencia. Su mente se inundaba con preguntas tortuosas: «¿Si hubiera forzado la marcha, habría llegado a tiempo para salvarlos? ¿Si hubieran actuado antes, podrían haber evitado esta carnicería? ¿Si hubieran enviado a Thronflic o a Lucan, quienes en teoría debían proteger este territorio, las cosas serían diferentes?».

Ulfric comenzó a hablar, su voz ronca intentando atravesar la niebla de ira que envolvía a Iván.

—Iván, no... —empezó Ulfric, pero Iván lo interrumpió, levantando una mano con un gesto brusco.

—Ulfric... —su voz era dura, casi inhumana en su intensidad—, llama a cinco mensajeros. Que uno vaya a las montañas de Karador y que le diga a Thronflic que yo, Iván Erenford, exijo a sus quinientos Desolladores Carmesí originales de su guardia personal y que me envíe una de sus legiones. Que los otros cuatro mensajeros se dirijan a las fortalezas donde están las legiones de reserva en las entradas de Karador. Que todas las cuatro legiones se movilicen... inmediatamente.

Iván hizo una pausa, su voz temblando levemente, mientras miraba la abominación que se erguía ante él. Las palabras se ahogaban en su garganta, aplastadas por la mezcla de horror y rabia que lo consumía. Aquellos cuerpos, esas almas profanadas... merecían descanso, merecían un final digno, lejos de la crueldad que habían sufrido.

—Y por favor, Ulfric —añadió con un tono que ahora se había vuelto quebradizo, casi suplicante—, que alguien deshaga esto. Que les den un entierro digno... se que no pueden reconstruirlos, entonces que los entierren o los quemen llamen a los sacerdotes negro. Que le pidan a-a los dioses de Notrofh que les den descanso a... a ellos.

Mientras las palabras salían de su boca, Iván sintió que una parte de sí mismo se rompía. La rabia y la impotencia lo desgarraban desde adentro, pero también había una tristeza profunda, un dolor que lo hacía querer gritar, maldecir al mundo, a el por permitir que algo así ocurriera. Pero no lo hizo. En lugar de eso, se quedó allí, mirando la monstruosidad que lo había llevado al borde de la locura.

—Yo... yo necesito descansar... —murmuró finalmente, su voz apenas un susurro cargado de una fatiga que iba más allá del cuerpo, una fatiga que penetraba en lo más profundo de su ser.

Iván se alejó de aquella plaza en Eclipse, dejando atrás a Ulfric y a los demás hombres que comenzaban a desmantelar la monstruosidad. Cada paso que daba lo alejaba del horror, pero también lo acercaba a una resolución fría y calculada. Esto no quedaría sin respuesta. La ira que sentía ahora era un fuego que alimentaría su venganza. Pero antes de eso, necesitaba encontrar un momento de paz, aunque fuera efímero, para reorganizar sus pensamientos y prepararse para lo que estaba por venir.