Chapter 19 - XIX

Iván despertó con una sensación envolvente de calidez y suavidad que lo hizo entreabrir los ojos con una sonrisa adormilada. El calor de los pechos de Sarah presionados contra su rostro le ofrecía un consuelo inusual, uno que estaba empezando a disfrutar cada vez más. El suave aroma de su piel, mezclado con la fragancia de las sábanas, lo rodeaba, creando una burbuja de intimidad que contrastaba con la realidad que lo esperaba fuera de esas paredes. Sentía los latidos de su corazón acompasados con los de ella, y por un momento, todo parecía estar en perfecta calma.

Antes de que pudiera moverse, sintió los brazos de Sarah rodeándolo, acercándolo aún más a su cuerpo. Sus manos acariciaron lentamente su espalda, trazando caminos invisibles que dejaban un rastro de escalofríos a su paso.

—Buenos días, mi señor —susurró Sarah, su voz suave y cargada de una seducción que solo ella podía conjurar. Había en su tono una promesa tácita, una sugerencia de momentos que aún estaban por venir, y que hicieron que el corazón de Iván latiera un poco más rápido.

Iván se permitió sonreír, aún medio atrapado en la bruma del sueño, mientras levantaba la mirada hacia ella. La luz del amanecer entraba suavemente por las ventanas, iluminando su rostro con un resplandor dorado que hacía que Sarah pareciera aún más hermosa.

—Buenos días, Sarah —respondió con una sonrisa soñolienta, dejando que el calor del momento se instalara en su corazón.

Sarah se estiró perezosamente, y en ese movimiento, su cuerpo rozó el de Iván de una manera que era imposible de ignorar. Sus ojos brillaban con picardía mientras jugaba con un mechón del cabello de él, enrollándolo suavemente en su dedo.

—¿Sabes, mi señor? —comenzó con un tono coqueto que no ocultaba la genuina curiosidad detrás de sus palabras—. Todavía no sé cómo debería llamarte. ¿Preferirías que te llamara mi señor, querido, Iván, Ivy… o incluso amo? —Una sonrisa juguetona se extendió por sus labios, y luego añadió, con un toque de seriedad—. Y también tengo una pregunta... ¿Qué soy yo para ti? ¿Soy tu amante o tu concubina?

La pregunta lo tomó por sorpresa. A pesar de la intimidad que habían compartido la noche anterior, Iván no había pensado mucho en las etiquetas que debían llevar su relación. Su mente, todavía en proceso de despertar por completo, comenzó a correr a toda velocidad mientras intentaba encontrar una respuesta adecuada. Sarah lo miraba expectante, su sonrisa juguetona suavizada por una vulnerabilidad que Iván no podía pasar por alto.

Lentamente, se inclinó hacia ella, tomando su rostro entre sus manos. Sus pulgares acariciaron suavemente sus mejillas mientras la miraba a los ojos, intentando transmitir todo lo que sentía a través de ese contacto.

—Sarah, no quiero que sientas que eres una más —comenzó, su voz baja y sincera—. No quiero apresurarme a definir todo, pero sí quiero que sepas que eres importante para mí. Estoy aún tratando de averiguar qué quiero y cómo manejar todo esto… —Hizo una pausa, buscando las palabras correctas.

Los ojos de Sarah no se apartaron de los suyos. A pesar de su habitual confianza, había en ellos una necesidad de seguridad, de saber dónde se encontraba en la vida de Iván.

—Así que, por ahora… —continuó Iván, su voz suave y llena de promesas—, creo que puedes llamarme Iván o cariño, como prefieras, al menos en privado. Y en cuanto a lo que somos… te convertiré en mi primera concubina para que tengas seguridad dentro del ducado.

Los ojos de Sarah se iluminaron al escuchar "primera concubina", un título que siempre había deseado. Era un paso hacia la vida que había soñado, y no podía ocultar su emoción. Se inclinó hacia Iván, sus labios apenas rozando los suyos mientras susurraba en un tono cargado de deseo:

—Me gusta eso, Iván. Seré tu primera y me aseguraré de ser la mejor. Haré todo lo que pueda para hacerte feliz, mi dulce señor.

Con un movimiento fluido, Sarah se sentó a horcajadas sobre él, su suave y regordete trasero descansando sobre sus muslos. Se inclinó hacia adelante, presionando sus pechos contra el pecho de Iván, sus labios encontrándose en un beso que rápidamente se volvió apasionado. El calor de sus cuerpos, el sabor de sus labios, y la suavidad de su piel contra la de él provocaron una descarga de sensaciones que recorrieron todo el cuerpo de Iván.

Las manos de Sarah comenzaron a explorar el cuerpo de Iván, sus dedos trazando los contornos de sus músculos, antes de descender hacia su miembro endurecido. Lo acarició suavemente, jugando con la punta antes de envolverlo con su mano, su toque experto enviando olas de placer a través de él.

—Quiero hacerte feliz, mi dulce señor —susurró de nuevo, su voz ronca y sensual mientras sus labios se movían por su piel.

Iván no pudo evitar gemir en respuesta mientras Sarah descendía lentamente, besando su pecho, su abdomen, y finalmente, sus muslos. Sus ojos se encontraron con los de él mientras se posicionaba entre sus piernas, sus manos acariciando sus muslos con una suavidad que contrastaba con la intensidad de su mirada.

Sin romper el contacto visual, Sarah se inclinó hacia adelante y depositó un suave beso en la punta de su miembro, repitiendo la acción varias veces antes de llevárselo a la boca. Iván cerró los ojos mientras el calor de su boca lo envolvía, su lengua trazando círculos en la punta antes de tomarlo más profundamente.

Las manos de Iván se dirigieron instintivamente hacia su cabello, enredando sus dedos en los mechones rojos mientras guiaba sus movimientos. Sarah gimió alrededor de él, y las vibraciones enviaron una corriente eléctrica de placer a través de su cuerpo.

Sarah continuó moviendo su cabeza hacia arriba y hacia abajo, llevándolo cada vez más profundamente, relajando su garganta para adaptarse a su tamaño. Sus manos no dejaron de acariciar lo que no podía meter en su boca, sus dedos girando y retorciéndose alrededor de su miembro.

Las caderas de Iván comenzaron a moverse involuntariamente, embistiendo suavemente contra su boca mientras perseguía el clímax que sentía cada vez más cerca. La vista de Sarah, con sus labios estirados alrededor de su polla, sus ojos llorosos pero determinados, fue casi demasiado para Iván.

Justo cuando sintió que el orgasmo estaba a punto de llegar, Sarah se apartó, dejando un hilo de saliva conectando sus labios con su pene. Se lamió los labios con una sonrisa satisfecha en el rostro.

—Todavía no, mi dulce señor —ronroneó, sus ojos llenos de promesas—. Quiero sentirte dentro de mí cuando te corras.

Sin darle tiempo a responder, Sarah subió por su cuerpo, sentándose a horcajadas sobre sus caderas y alineándose con él. Con un suspiro de placer, se hundió lentamente sobre él, envolviéndolo completamente con su calor húmedo. Ambos dejaron escapar un gemido de satisfacción, sus cuerpos conectados en una intimidad que ninguno de los dos quería romper.

El cuerpo de Sarah se deslizó lentamente sobre la polla de Iván, envolviéndolo en un cálido y húmedo abrazo que hizo que ambos jadearan al unísono. La sensación de ser llenada por completo provocó que la cabeza de Sarah cayera hacia atrás, sus ojos entrecerrados de placer mientras un gemido escapaba de sus labios. Sus paredes se estiraban, acomodándose a la longitud y grosor de Iván, intensificando la sensación con cada movimiento.

—Oh, Iván… —jadeó ella, con la voz ronca de deseo mientras sus caderas comenzaban a moverse en un ritmo lento y sensual, haciendo que ambos se estremecieran de placer—. Te sientes tan bien dentro de mí.

Sus movimientos eran hipnóticos, cada subida y bajada de sus caderas era calculada, llevándolos más y más cerca del éxtasis. Sus manos descansaban en el pecho de Iván, y sus uñas se hundían en su piel con cada oleada de placer que recorría su cuerpo. Iván, con las manos firmemente sujetas a sus caderas, la guiaba, aumentando la intensidad de sus embestidas. Sus ojos estaban fijos en los pechos de Sarah, que rebotaban sensualmente con cada movimiento, un espectáculo que lo dejó completamente embelesado.

Con un gemido gutural, Iván extendió la mano y atrapó sus pechos entre sus manos, sus dedos rozando y pellizcando los pezones erectos. Sarah gimió ante el contacto, arqueando su espalda para ofrecer más de sí misma a sus caricias. La habitación se llenaba de sonidos que hablaban de su pasión compartida: el roce húmedo de piel contra piel, sus respiraciones entrecortadas y los gemidos incontrolables que brotaban de ambos.

—Más fuerte, Iván —jadeó Sarah, su voz apenas un susurro desesperado—. Fóllame más fuerte.

Iván no necesitó más estímulo. Sus embestidas se volvieron más rápidas, más profundas, golpeando con fuerza en el lugar exacto dentro de ella que la hacía ver estrellas. El sonido de sus cuerpos chocando se volvió más fuerte, el ritmo más frenético. Las manos de Iván se deslizaron hacia el trasero de Sarah, apretando la suave carne mientras la empujaba hacia él con cada movimiento, aumentando la fricción, la intensidad.

—No pares, Iván… —Sarah apenas podía hablar, sus palabras salían en susurros jadeantes—. Estoy… muy cerca…

Iván sintió la tensión aumentar en su propio cuerpo, sus bolas se tensaban mientras se acercaba a su liberación. Con una embestida final, se enterró profundamente dentro de ella, su pene palpitando mientras liberaba su semilla en oleadas intensas. El calor de su orgasmo dentro de Sarah fue el catalizador para el suyo propio. Sus paredes se cerraron alrededor de él, estrujando su pene mientras un grito ahogado salía de su garganta, su cuerpo sacudido por los espasmos del clímax.

Ambos permanecieron unidos mientras sus cuerpos descendían de la cima del placer, sus respiraciones pesadas y sus corazones latiendo al unísono. Sarah, con una sonrisa satisfecha en los labios, se dejó caer sobre el pecho de Iván, su cuerpo cubriendo el de él como una manta cálida y protectora. El peso de su cuerpo, combinado con el sudor que cubría sus pieles, era una sensación placentera, casi tranquilizadora.

Ella acarició su cuello con la nariz, dejando suaves besos en la piel húmeda de Iván mientras ambos recuperaban el aliento. Cada toque era suave, delicado, una muestra de cariño que contrastaba con la pasión que habían compartido momentos antes.

—Eso fue… increíble, mi dulce señor —ronroneó Sarah, con una voz que goteaba satisfacción—. Pero aún no he terminado contigo.

Las palabras de Sarah, llenas de promesas tentadoras, provocaron un nuevo escalofrío en la columna vertebral de Iván. A pesar de que acababa de alcanzar el clímax, podía sentir que su cuerpo respondía de nuevo a la tentación, su pene volviéndose duro dentro de ella, listo para recibir más de su atención.

Iván sonrió, sus ojos brillando con lujuria y una picardía que reflejaba la de Sarah. La miró directamente a los ojos, su mirada intensa mientras su mano se deslizaba por la curva de su espalda.

—¿Ah, sí? —ronroneó Iván, su voz baja y cargada de deseo—. ¿Y qué tenías en mente, mi dulce concubina?

Sarah devolvió la sonrisa, sus ojos oscuros con un destello de travesura. Se inclinó hacia adelante, sus labios rozando el lóbulo de la oreja de Iván mientras susurraba con voz seductora:

—Quiero que me folles en todas las posiciones imaginables. Quiero que uses mi cuerpo para tu placer, que me reclames como tuya en todas las formas posibles.

Las palabras de Sarah, susurradas con una mezcla de necesidad y lujuria, encendieron un fuego nuevo en Iván. Sin pensarlo dos veces, la sujetó con firmeza y la volteó sobre la cama, posicionándose sobre ella, su cuerpo cubriendo el de ella en una muestra clara de dominio. Sus ojos brillaban con una intensidad casi feroz mientras la miraba, sus labios apenas a unos centímetros de los de ella.

—Como quieras, mi concubina —gruñó Iván, su voz profunda y resonante, llena de promesas—. Voy a follarte hasta que no puedas caminar derecha.

Con esa declaración, capturó sus labios en un beso abrasador, su lengua invadiendo su boca con una urgencia que hablaba de su deseo insaciable. Sarah respondió con igual fervor, sus piernas se envolvieron alrededor de su cintura, tirando de él más cerca mientras sus cuerpos se frotaban con una fricción deliciosa.

Las manos de Iván recorrieron cada centímetro de su cuerpo, memorizando la suavidad de su piel, la curvatura de sus caderas, la plenitud de sus pechos. Rompió el beso para bajar sus labios por su cuello, dejando un rastro de besos ardientes y mordiscos suaves que hicieron que Sarah se estremeciera y gimiera bajo su toque.

Se detuvo en sus pechos, tomando un pezón entre sus labios y chupándolo con fuerza antes de morderlo ligeramente. Sarah arqueó la espalda, empujando su pecho más hacia su boca mientras gemía su nombre, el placer corriendo por sus venas como fuego líquido.

Iván dejó que una de sus manos viajara hacia abajo, encontrando el clítoris de Sarah y frotándolo en círculos lentos pero firmes. Ella jadeó ante el contacto, sus caderas se sacudieron contra sus dedos mientras el placer se acumulaba dentro de ella.

—Iván, por favor… —suplicó Sarah, su voz rota por la necesidad—. Te necesito dentro de mí.

Iván no perdió tiempo. Se posicionó en su entrada y la embistió con fuerza, llenándola de golpe, lo que provocó un gemido alto y placentero de ambos. Estableció un ritmo implacable, sus caderas chocando contra las de ella con un sonido rítmico, cada embestida llevando a ambos más cerca del abismo del placer.

La habitación se llenó de los sonidos de su unión: los gemidos incontrolables de Sarah, el gruñido bajo de Iván, el crujido de la cama bajo la presión de sus cuerpos, el roce húmedo de piel contra piel.

Iván podía sentir el calor aumentar dentro de él, la tensión en sus testículos mientras se acercaba al clímax una vez más. Metió una mano entre ellos, sus dedos encontraron el clítoris de Sarah y lo frotaron en círculos rápidos y precisos, buscando llevarla al borde una vez más.

—Ven para mí, Sarah —gruñó Iván, su voz baja y autoritaria—. Quiero sentir cómo te corres alrededor de mi polla.

Las palabras de Iván fueron la chispa final que Sarah necesitaba. Sus paredes se cerraron sobre él, su cuerpo tembló y un grito de su nombre salió de sus labios mientras su orgasmo la arrasaba en oleadas, llevándola a un placer casi doloroso. La intensidad de su clímax, el modo en que su cuerpo lo apretaba, fue todo lo que Iván necesitó. Con una última embestida, se enterró profundamente dentro de ella, su semen llenándola por completo una vez más mientras su propio orgasmo lo consumía.

Ambos quedaron colapsados, sus cuerpos aún entrelazados mientras sus respiraciones se desaceleraban. Iván se giró hacia un lado, atrayendo a Sarah hacia sus brazos, su cuerpo aún temblando por el placer residual. Depositó un suave beso en su frente, sus dedos acariciando su espalda en un gesto tierno.

—Eso fue increíble, Sarah —susurró, su voz llena de satisfacción y un agotamiento placentero.

Sarah, con una sonrisa perezosa en los labios, le devolvió el beso en el pecho, su respiración finalmente calmándose.

—Sí… —susurró Sarah contra su oído, su tono coquetamente travieso—. Pero creo que debemos bañarnos, no debes, o más bien, debemos partir en unas horas. Dile a una de las sirvientas que prepare un baño.

Iván asintió, pero antes de poder moverse, Sarah lo detuvo. Se recostó de nuevo sobre la cama, atrayéndolo hacia ella, envolviéndolo en sus brazos con una sonrisa traviesa en sus labios. Sus ojos brillaban con una mezcla de diversión y curiosidad.

—Nunca pensé que diría eso… "Dile a la sirvienta" —murmuró, dejando escapar una pequeña risa—. Así que esto es lo que se siente… ser un noble, tener poder.

Iván la observó, comprendiendo el matiz en sus palabras. Para Sarah, esta era una experiencia completamente nueva, algo que jamás había imaginado. La vida que había conocido hasta ahora estaba muy lejos de los lujos y comodidades que ahora se le presentaban. Iván sonrió con ternura, sus dedos acariciaron suavemente la mejilla de Sarah mientras la miraba con una mezcla de cariño y orgullo.

—¿Te gusta? —respondió Iván, su voz suave mientras sus dedos recorrían la línea de su mandíbula—. Tener a alguien que haga todo por ti, que cumpla con tus órdenes… A veces, ni siquiera se siente real.

Sarah asintió, su mirada se suavizó al reflexionar sobre lo que Iván decía. Era un mundo diferente, uno que parecía casi ajeno a su naturaleza, pero que también tenía un atractivo tentador. El poder que Iván poseía ahora era algo que Sarah nunca había imaginado experimentar. Sus dedos juguetearon con los mechones de cabello de Iván, un gesto casi inconsciente mientras consideraba su nueva realidad.

—Es un mundo completamente diferente —susurró, su tono más serio ahora—. Pero no malo, ¿sabes? Ser prostituta no era tan malo como parece, pero me alegra que me hayas tomado como tu mujer. Nunca pensé que algo así podría sucederme.

Iván inclinó su cabeza, sus labios rozaron los de Sarah en un beso suave, lleno de promesas y seguridad. Se detuvo un momento, disfrutando de la cercanía y el sentimiento de pertenencia que ahora compartían.

—Eso ya no importa —murmuró Iván contra sus labios, su voz baja y segura—. Ahora eres mía, y todo lo que fue parte de tu pasado se ha quedado atrás. Así que ahora llamaré a una sirvienta para que prepare el baño… y mientras tanto, tú y yo podemos seguir divirtiéndonos.

Sarah dejó escapar una risa suave, contenta de escuchar esas palabras. Se sentía segura en los brazos de Iván, y ese sentimiento la llenaba de una calidez reconfortante. Con un gesto lleno de ternura, se inclinó hacia él y lo besó con suavidad, dejando que sus labios se encontraran en un contacto que transmitía más que simple deseo; era un beso cargado de promesas silenciosas, de la conexión que ambos estaban construyendo.

Después de un momento, Sarah se apartó lentamente, sus ojos reflejaban una mezcla de satisfacción y cariño. Lo soltó con delicadeza, dándole el espacio que necesitaba para levantarse y cumplir con su promesa de llamar a la sirvienta.

—Ve —susurró, con una sonrisa juguetona—. Todavía tenemos tiempo.

Iván asintió, sus ojos se encontraron con los de Sarah por un instante más antes de levantarse de la cama. Aún era temprano, y el sol apenas comenzaba a asomarse tímidamente por los muros del castillo, bañando la habitación en una suave luz dorada que acentuaba la intimidad del momento. El aire matutino tenía un frescor que anunciaba un nuevo día, y mientras Iván se dirigía a la puerta, sintió una mezcla de emociones: la responsabilidad de lo que estaba por venir, pero también la certeza de que no estaba solo.

Al abrir la puerta, Iván se encontró con una sirvienta que ya se encontraba cerca, esperando silenciosamente. Ella inclinó la cabeza en una reverencia respetuosa, esperando las órdenes de su señor.

—Prepara un baño para nosotros —ordenó Iván con voz firme pero amable. La sirvienta asintió rápidamente y se apresuró a cumplir con la petición, dejando a Iván un momento más para observar la tranquilidad del amanecer.

Iván se acercó a la cama, donde Sarah se había alojado entre las sábanas, su cuerpo desnudo apenas cubierto por la tela suave que parecía realzar su belleza en lugar de ocultarla. La luz del amanecer entraba por la ventana, bañando la habitación en un resplandor dorado que daba un aire etéreo a la escena. Cada rincón del cuarto estaba imbuido con la esencia de su intimidad compartida, y la atmósfera parecía vibrar con la promesa de lo que podría suceder.

—El baño estará listo en unos minutos —dijo Iván en voz baja, sus palabras rompiendo momentáneamente la tensión que flotaba en el aire.

Sarah lo observó, sus ojos seguían brillando con una mezcla de deseo y travesura. Alzó una mano, invitándolo a acercarse, y cuando él lo hizo, lo envolvió en un abrazo suave, atrayéndolo hacia ella. Iván sintió el calor de su cuerpo contra el suyo, su respiración se sincronizaba con la de ella mientras se miraban en silencio. La cercanía física entre ellos se sentía casi eléctrica, cada caricia, cada contacto, incrementaba el deseo que ambos sentían.

Iván sintió cómo las palabras de Sarah se le metían bajo la piel, despertando un deseo que lo devoraba desde adentro. El susurro lleno de lujuria que había salido de sus labios lo había sumido en un estado de excitación imposible de ignorar. Sin pensarlo dos veces, se inclinó sobre ella, capturando sus labios en un beso que comenzó suave, pero que rápidamente se transformó en una manifestación de la pasión ardiente que ambos compartían.

Los labios de Sarah se abrieron para darle la bienvenida, permitiéndole explorar cada rincón de su boca con su lengua. El beso era un baile de necesidad y hambre, sus lenguas se entrelazaban en un ritmo frenético mientras sus manos vagaban por los cuerpos del otro, buscando más contacto, más conexión.

Las manos de Sarah se aferraron a la espalda de Iván, sus uñas arañaban la piel en un gesto instintivo, desesperado por acercarlo más. Iván respondió con un gruñido bajo y gutural, sus manos encontraban sus caderas y se hundían en la carne suave, apretando con fuerza mientras la arrastraba hacia él. Podía sentir la firmeza de su erección presionando contra el muslo de ella, una evidencia tangible de su deseo que lo volvía aún más loco.

Se separaron brevemente para tomar aire, sus respiraciones entrecortadas llenaban el silencio de la habitación. Los ojos de Sarah estaban oscurecidos por el deseo, sus pupilas dilatadas y sus labios enrojecidos por la intensidad del beso. Se lamió los labios lentamente, de una manera tan deliberada y sensual que hizo que Iván sintiera un estremecimiento de pura necesidad recorrerle el cuerpo.

—Tómame, Iván —susurró ella, su voz ronca y cargada de promesas—. Necesito sentirte dentro de mí otra vez.

Esas palabras fueron todo lo que Iván necesitaba para perder cualquier rastro de control. Se colocó rápidamente entre sus piernas, sintiendo la calidez de su piel contra la suya mientras alineaba su erección con su entrada. Sarah levantó las caderas para encontrarlo a medio camino, y con una rápida y poderosa embestida, Iván se hundió en su interior. Ambos gimieron al unísono, el placer de la unión tan intenso que parecía consumirlos.

El calor y la estrechez del cuerpo de Sarah envolvieron a Iván en un abrazo que era tanto físico como emocional. Cada movimiento que hacía dentro de ella era como si una chispa de electricidad recorriera sus cuerpos, conectándolos de una manera que trascendía lo puramente carnal. Iván comenzó a moverse, sus caderas empujando a un ritmo constante mientras se perdía en la sensación de estar dentro de ella.

Los gemidos de Sarah se convirtieron en una sinfonía que lo impulsaba a seguir, sus caderas se levantaban para recibir cada embestida con ansias. Sus manos se aferraron a los hombros de Iván, sus uñas se clavaban en la piel mientras buscaba más, deseaba más. El sonido de sus cuerpos chocando, el suave crujido de las sábanas y los suspiros y gemidos de placer llenaban el aire, creando un ambiente cargado de deseo.

Iván se inclinó sobre ella, tomando uno de sus pezones en la boca. Su lengua se movía en círculos alrededor del pico endurecido, mientras su mano libre masajeaba el otro pecho, pellizcando y acariciando el pezón con sus dedos. Sarah arqueó la espalda, su cuerpo se tensó en respuesta a la intensa ola de placer que la recorrió.

—Más fuerte, Iván —jadeó ella, su voz entrecortada por el éxtasis—. Fóllame más fuerte.

Iván obedeció sin dudarlo, aumentando la fuerza y el ritmo de sus embestidas. Sus caderas chocaban con las de ella en un ritmo implacable, su cuerpo moviéndose con una urgencia que reflejaba la proximidad de su liberación. Podía sentir cómo el placer se construía dentro de él, cada empuje lo acercaba más a la explosión inevitable.

—Oh, Iván —gimió Sarah, echando la cabeza hacia atrás, su cuello expuesto en un gesto de completa rendición—. Te sientes tan bien.

La visión de ella, completamente perdida en el placer, con los pechos rebotando con cada embestida y su cuerpo respondiendo a cada movimiento, llevó a Iván al borde. Sentía que sus testículos se tensaban, preparándose para la liberación. Con una última y profunda embestida, se enterró dentro de ella, su pene palpitó violentamente mientras se corría, llenándola con su semilla caliente.

Las paredes de Sarah se contrajeron alrededor de él, su cuerpo temblaba cuando su propio orgasmo la alcanzó. Gritó el nombre de Iván, su voz entrecortada y rota por el placer mientras las olas de su clímax la sacudían. Las uñas de Sarah se clavaron en el cuero cabelludo de Iván, agarrándose a él como si él fuera su única ancla en ese mar de placer abrumador.

Iván se desplomó sobre ella, su cuerpo cubriéndola mientras ambos jadeaban, tratando de recuperar el aliento. La piel de Sarah estaba húmeda por el sudor, y el aroma de su unión llenaba el aire, creando una atmósfera cargada de la satisfacción posterior al acto. Sarah lo abrazó con fuerza, sus manos recorrieron su espalda en un gesto suave y casi reconfortante. Sus labios encontraron el cuello de Iván, dejando pequeños besos mientras sus respiraciones se calmaban.

—Eso fue increíble, mi dulce señor —ronroneó Sarah, su voz suave y satisfecha mientras lo besaba de nuevo, con una ternura que contrastaba con la intensidad de su encuentro.

Iván sintió cómo su cuerpo comenzaba a responder nuevamente a su cercanía, su hombría volviéndose a endurecer contra el muslo de Sarah. Estaba listo para otra ronda, para perderse una vez más en el placer que ella le ofrecía tan generosamente. Sin embargo, el sonido de golpes en la puerta interrumpió su momento. La voz de la sirvienta resonó desde el otro lado, informando que el baño estaba listo.

Ambos se rieron suavemente, conscientes de la realidad que los llamaba de vuelta. Iván suspiró, inclinándose para besar a Sarah una vez más antes de separarse de ella. Aunque la tentación de ignorar a la sirvienta y continuar donde lo habían dejado era fuerte, sabía que había responsabilidades que no podía ignorar.

—Parece que tendremos que posponer nuestra diversión por un momento —murmuró Iván contra sus labios antes de finalmente apartarse y levantarse de la cama.

Mientras Iván comenzaba a vestirse, aún sintiendo los rastros de su reciente encuentro con Sarah en cada fibra de su ser, ella se levantó de la cama con una elegancia natural, deslizando suavemente su cuerpo desnudo hacia el borde. Se dirigió hacia un pequeño baúl donde guardaba algunas pertenencias que había traído consigo desde el burdel. De entre las prendas cuidadosamente dobladas, seleccionó una bata de seda color carmesí, suave al tacto y exquisitamente confeccionada.

La seda se deslizó sobre su piel como un susurro, el color vibrante contrastaba maravillosamente con su piel pálida y el rojo ardiente de su cabello. Sarah dejó deliberadamente la bata desatada, permitiendo que la tela se abriera y revelara gran parte de su voluptuoso escote. Sus senos, generosos y firmes, se asomaban tentadoramente, apenas cubiertos por el tejido. Más abajo, un pequeño triángulo de vello púbico rojo, bien cuidado y perfectamente visible, se mostraba como una insinuación provocativa que capturaba la atención de Iván al instante.

El aire en la habitación se cargó nuevamente de una tensión sexual palpable, aunque esta vez más contenida, como una promesa de lo que podría venir más tarde. Iván, ya casi completamente vestido, se detuvo un momento para observarla. Sus ojos recorrieron el cuerpo de Sarah, admirando la forma en que la bata apenas contenía su figura voluptuosa. Era un recordatorio de la sensualidad descarada que ella podía exhibir con tanta naturalidad, una habilidad perfeccionada en sus años en el burdel, pero que ahora utilizaba solo para él.

Sarah, consciente del efecto que tenía sobre él, sonrió con una mezcla de picardía y satisfacción. Se acercó a Iván con pasos deliberadamente lentos, sus caderas oscilando ligeramente con cada movimiento. Cuando llegó a su lado, levantó una mano y acarició suavemente su mejilla antes de entrelazar sus dedos con los de él.

—Vamos, mi señor —dijo en un tono juguetón, sus palabras llenas de doble sentido—. No queremos que el agua se enfríe, ¿verdad?

Iván respondió con una sonrisa que era mitad diversión y mitad deseo. Sin soltar su mano, la guió hacia la puerta, saliendo juntos de la cálida intimidad de la habitación. El pasillo estaba en silencio, salvo por el suave eco de sus pasos sobre las piedras del suelo. El castillo aún estaba despertando con el amanecer, la luz del sol matutino comenzaba a filtrarse a través de las altas ventanas, proyectando sombras largas y doradas a lo largo de las paredes de piedra.

Iván no utilizaba las salas de baño comunes; como noble, tenía su propia sala de baño privada, un lujo que había aprendido a apreciar. La habitación estaba ubicada en una sección aislada del castillo, lejos del ajetreo de la vida cotidiana, y rodeada por gruesos muros que aseguraban la privacidad. Las puertas de madera maciza se abrieron con un leve crujido cuando Iván las empujó, revelando el interior cálido y acogedor del baño.

La sala de baño era grande, decorada con mosaicos en tonos terrosos que contaban historias de antiguos guerreros y escenas de la naturaleza. El centro de la habitación estaba dominado por una enorme bañera de mármol, tan grande que podría acomodar fácilmente a varias personas. El vapor se elevaba suavemente desde la superficie del agua, perfumada con esencias de hierbas y flores que flotaban en la superficie, creando un ambiente relajante y sensual.

Iván guió a Sarah hacia la bañera, sus dedos aún entrelazados. La observó de reojo, notando cómo sus ojos se llenaban de asombro al ver el lujo que la rodeaba. Para alguien que había pasado gran parte de su vida en un ambiente mucho más modesto, este nivel de opulencia era algo casi irreal.

—Nunca había visto algo así —murmuró Sarah, su voz teñida de admiración mientras soltaba la mano de Iván y se acercaba al borde de la bañera. Se inclinó ligeramente, dejando que sus dedos rozaran la superficie del agua. El calor subió por su brazo, trayendo consigo el aroma de las flores y las hierbas que impregnaban el aire.

Iván se acercó por detrás de ella, sus manos encontraron el lazo suelto de la bata y lo desataron con un movimiento hábil y deliberado. La tela se deslizó por sus hombros, cayendo en un suave susurro al suelo, revelando su cuerpo desnudo una vez más. Por un momento, simplemente la contempló, tomando en cada curva, cada línea, cada detalle de su figura.

Sarah giró la cabeza hacia él, encontrando su mirada con una sonrisa que era a la vez tímida y llena de confianza. Se dejó llevar por el momento, alzando un pie para entrar lentamente en la bañera. El agua caliente la envolvió inmediatamente, haciéndola suspirar de placer mientras se deslizaba hasta quedar sumergida hasta los hombros. Cerró los ojos por un momento, disfrutando de la sensación del agua caliente relajando sus músculos.

Iván se deshizo de la ropa que aún llevaba puesta, dejando caer cada prenda al suelo sin preocuparse por su orden. Se unió a ella en la bañera, el calor del agua lo envolvió al instante, relajando la tensión acumulada en su cuerpo. Se sentó junto a Sarah, el agua apenas perturbada por su movimiento. Ella se acercó a él, acurrucándose a su lado, con una pierna cruzada sobre la suya y su cabeza apoyada en su hombro.

Por un momento, todo fue silencio y paz. La única señal del mundo exterior era el suave burbujeo del agua y el débil murmullo del viento fuera de las paredes del castillo. Iván pasó un brazo alrededor de los hombros de Sarah, acercándola más mientras ella trazaba círculos perezosos en su pecho con la punta de un dedo.

—Esto es diferente a todo lo que he conocido —murmuró Sarah, su voz un susurro contra su piel—. Nunca pensé que podría disfrutar de algo así… de esta calma, de esta… intimidad.

Iván no respondió de inmediato. En lugar de palabras, inclinó la cabeza y dejó que sus labios rozaran la frente de Sarah, un gesto cargado de ternura que contrastaba con la pasión desenfrenada que habían compartido minutos antes. El contacto, breve y delicado, transmitió un mensaje más profundo que cualquier palabra podría haber expresado: un compromiso silencioso, un vínculo que se fortalecía con cada momento compartido.

Ambos permanecieron sumidos en un cómodo silencio, el agua tibia envolviéndolos en un abrazo relajante mientras se dejaban llevar por la tranquilidad del momento. Aunque la conexión entre ellos era palpable, la urgencia del día que les esperaba no se podía ignorar. Sabían que el tiempo no estaba de su lado, y aunque habrían deseado prolongar esa intimidad, las obligaciones los llamaban. 

Iván fue el primero en moverse, levantándose del agua con una eficiencia que no traicionaba la calma que aún residía en su mente. Le ofreció la mano a Sarah para ayudarla a salir de la bañera, y ella aceptó, dejando que él la guiara hacia la orilla. Las gotas de agua resbalaban por su piel, brillando bajo la luz dorada que se filtraba a través de las ventanas. Sarah tomó una toalla de lino que estaba doblada cerca y comenzó a secarse, sus movimientos rápidos y precisos, pero con un aire de despreocupada elegancia.

Una vez que ambos estuvieron secos, se dirigieron nuevamente a su habitación. La atmósfera de relajación se desvanecía gradualmente, reemplazada por la creciente conciencia de las tareas que tenían por delante. Iván sabía que debía prepararse para el día, un día que marcaba un punto de inflexión en su vida y que requería toda su concentración.

Sarah, consciente de la importancia del momento, seleccionó con cuidado su ropa. Se decidió por una prenda menos provocativa que sus habituales vestidos de burdel, sabiendo que ese día se encontraría con la madre de Iván, un encuentro que podría definir su posición en este nuevo mundo al que estaba entrando. Eligió un vestido de seda azul oscuro, que acentuaba sus curvas sin exagerarlas, proporcionando un equilibrio entre elegancia y modestia. El escote era discreto, revelando solo lo suficiente para mantener su feminidad presente, pero no de manera ostentosa. El largo del vestido caía hasta el suelo, cubriendo sus piernas, pero dejaba entrever la delicadeza de sus movimientos al caminar.

Mientras Sarah se vestía, Iván se acercó a su guardarropa y seleccionó su atuendo. Decidió no optar por las ropas ostentosas que muchos nobles preferían, sino que eligió algo más práctico y sencillo, aunque no menos elegante. Escogió una chaqueta de terciopelo negro con detalles bordados en dorado, que llevaba los colores de su casa: rojo, negro y dorado. El conjunto incluía unos pantalones oscuros y una camisa blanca de lino, el contraste de los colores realzaba su porte noble sin caer en la extravagancia.

Aunque Iván había considerado brevemente ponerse una armadura, decidió que no sería necesario para el día que tenía por delante; sin embargo, optó por llevar una cota de malla debajo de su chaqueta. Era más una forma de aparentar que estaba listo para su campaña, aunque en verdad no se sentía preparado

Se ajustó la chaqueta con cuidado, alisando las arrugas con las manos antes de colocar el broche dorado en forma de lobo, el emblema de su familia, en el pecho.

Iván echó un último vistazo a Sarah antes de salir de la habitación. Ella estaba ocupada ajustando el lazo de su vestido, su expresión concentrada pero serena. Sus dedos se movían con precisión, asegurándose de que cada detalle estuviera en su lugar. Cuando sus ojos se encontraron en el espejo, Sarah le dedicó una sonrisa, un gesto tierno y lleno de confianza.

—No te preocupes por empacar mucha ropa —dijo Iván, su voz suave y llena de calidez—. Pasaremos por ciudades y ahí te compraré ropa. 

Sarah asintió, una chispa de emoción en sus ojos al escuchar sus palabras. La idea de recorrer ciudades, de adquirir nuevas prendas y de experimentar un estilo de vida completamente diferente al que había conocido hasta ahora, la llenaba de una mezcla de nerviosismo y anticipación. Sin embargo, confiaba en Iván, en su juicio y en su deseo de cuidarla.

Iván cruzó la habitación hacia ella, tomando suavemente su mano. El contacto fue cálido y reconfortante, un gesto que fortaleció la seguridad de Sarah en su nueva vida. Ella se giró hacia él, dejando que la guía con su habitual confianza. 

—Ven, toma lo que necesites y vámonos —le dijo, manteniendo su tono suave pero firme—. Tengo que estar en el patio junto a Ulfric; ahí estará mi madre.

Sarah asintió nuevamente, recogiendo sus pertenencias más importantes con rapidez y sin perder la compostura. Mientras recogía su bolso, Sarah no pudo evitar preguntarse cómo sería recibida por esa mujer, la matriarca de la familia Erenford, y qué impresiones dejaría en su primer encuentro.

Iván y Sarah salieron de la habitación juntos, sus pasos resonando suavemente en el frío mármol de los pasillos del castillo. El silencio que los envolvía no era incómodo, sino lleno de anticipación y una sutil tensión. Mientras caminaban, Iván no pudo evitar lanzar miradas furtivas a Sarah, observando cómo se movía con una gracia natural que parecía cada vez más acorde con su nueva posición a su lado.

Al llegar al patio, fueron recibidos por la imponente figura de Ulfric, destacándose entre los legionarios de las sombras y los sirvientes que se ocupaban de los preparativos. Ulfric llevaba su armadura negra característica, adornada con detalles que reflejaban su alto rango y el respeto que había ganado entre sus hombres. La armadura, aunque funcional, tenía un aire intimidante, una representación física de su autoridad.

Cuando los ojos de Ulfric se encontraron con los de Iván, el veterano comandante le dio una ligera inclinación de cabeza, un gesto que transmitía tanto respeto como lealtad. Iván notó de inmediato que Ulfric había hecho preparar un carruaje para Sarah, un detalle que no había solicitado, pero que mostraba la previsión y el cuidado que Ulfric tenía por los asuntos que involucraban a su joven señor.

Iván cruzó el umbral de las grandes puertas del castillo y levantó la vista, buscando la figura de su madre entre la multitud. A pesar de su enfermedad, seguía proyectando una imagen de fuerza y autoridad. Su piel, más pálida de lo habitual, tenía un matiz casi enfermizo, pero su belleza no había disminuido. Había una firmeza en su porte que hacía que Iván sintiera tanto admiración como preocupación por su salud.

Ella estaba conversando con Varkath y Zandric, los comandantes de los legionarios de las sombras que lo acompañarían en la campaña. Ambos hombres, con expresiones severas, escuchaban atentamente las palabras de su madre. Desde las reformas que ella había implementado, los cinco mil legionarios de las sombras originales habían sido reorganizados en unidades más grandes. Varkath y Zandric ahora lideraban sus propios grupos de cinco mil hombres cada uno.

A un lado de su madre, Iván notó la presencia de Mira, Elara y Amelia, las tres mujeres más importantes y cercanas a su vida. Mira, con su elegancia innata y su porte majestuoso, se mantenía siempre firme y con una mirada que denotaba inteligencia y serenidad. Elara, con su característico cabello rojo y su espíritu juguetón, tenía una sonrisa que siempre lograba aliviar la carga en el corazón de Iván. Amelia, más reservada, pero igual de hermosa, lo observaba con ojos llenos de comprensión y un afecto profundo.

Al sentir la presencia de su hijo, su madre se giró hacia él, sus ojos se iluminaron a pesar de su estado debilitado. Una sonrisa débil, pero cálida, se dibujó en sus labios, y el simple gesto fue suficiente para que Iván sintiera una oleada de calor en su corazón.

—Hijo, buenos días —saludó su madre, su voz suave pero cargada de un cariño profundo.

Iván soltó suavemente la mano de Sarah y se acercó a su madre con pasos firmes, su mirada llena de afecto y respeto. Al inclinarse para besar su mano, sintió la frialdad de su piel, una realidad que contrastaba con la fortaleza que siempre había emanado de ella. A pesar de la fragilidad evidente, la autoridad de la matriarca seguía siendo inquebrantable, y eso le infundía a Iván una mezcla de orgullo y preocupación.

—Buenos días, madre —saludó Iván, su voz cargada de amor y un profundo respeto—. Espero que hayas descansado bien.

Ella asintió ligeramente, sus ojos fijos en los de Iván, reflejando un complejo entramado de emociones. La enfermedad la había debilitado, pero su espíritu seguía siendo indomable.

—Lo suficiente, querido. —Su voz era suave, pero llena de firmeza—. Me alegra verte tan preparado.

El reconocimiento en sus palabras era un bálsamo para Iván, quien sabía que la aprobación de su madre era algo que valoraba enormemente. Sin embargo, sus ojos se desviaron brevemente hacia Sarah, que se mantenía a su lado con una expresión visiblemente nerviosa. La seguridad que había mostrado al enfrentarse a Ulfric parecía haber desaparecido al encontrarse bajo la mirada de la matriarca.

—Y veo que has traído a tu compañera —dijo su madre, su tono reflejando una mezcla de curiosidad y expectación.

Iván sintió la tensión en Sarah, notando cómo se mantenía firme, a pesar de los nervios que parecían querer traicionarla. Sabía lo crucial que era este momento para ella, el ser aceptada por la mujer más importante de su vida.

—Así es, madre. —Iván apretó suavemente la mano de Sarah, ofreciéndole el apoyo que necesitaba—. Quiero que conozcas a Sarah. He decidido tomarla como mi primera concubina.

Las palabras resonaron en el aire, uniendo a Sarah a la familia de Iván de una manera más formal y significativa. La madre de Iván observó a Sarah con una mirada que era a la vez escrutadora y cálida. Los segundos que pasaron parecieron interminables para Sarah, cuyo nerviosismo era evidente en sus manos ligeramente temblorosas.

Finalmente, la matriarca asintió con aprobación, su expresión suavizándose mientras hablaba.

—Sarah, bienvenida —dijo, su tono amable, pero cargado de la autoridad que siempre había caracterizado a la matriarca—. Si mi hijo te ha tomado como su primera concubina, espero que cuides bien de él y de sus... necesidades.

Las palabras, aunque pronunciadas con suavidad, llevaban una carga implícita de responsabilidad. Sarah, comprendiendo la importancia de lo que se esperaba de ella, inclinó la cabeza respetuosamente. Con un gesto humilde y nervioso, tomó la mano de la madre de Iván, en un intento de mostrar su sinceridad y gratitud.

—Gracias, su gracia. —La voz de Sarah era suave, con un toque de inseguridad—. Haré todo lo posible para ser una buena concubina. No sé mucho sobre política y esas cosas, pero siempre trataré de apoyar a mi señor.

Las palabras de Sarah, aunque tímidas, fueron sinceras, reflejando su deseo de ser aceptada y de cumplir con su nuevo papel. La madre de Iván sonrió levemente, una expresión de comprensión y aceptación cruzando su rostro.

—Eso es todo lo que puedo pedir —respondió la matriarca con un tono más suave—. El apoyo y la lealtad son lo que más importa en estos tiempos. Y con el tiempo, aprenderás lo necesario. Confío en que Iván te guiará bien.

Iván besó la mano de su madre, sintiendo la frialdad de su piel por última vez antes de ir a ayudar a Sarah a subir a el carruaje. Luego, dirigió una mirada significativa a Amara, Mira y Elara, un gesto silencioso que transmitía tanto cariño como la promesa de volver. Las tres mujeres, cada una con una belleza única, respondieron con sonrisas, pero fue en los ojos de ellas donde Iván notó una mezcla de tristeza y comprensión que lo hizo titubear un instante.

Iván ayudó a Sarah a subir al carruaje, asegurándose de que estuviera cómoda antes de dirigirse hacia Eclipse, su fiel caballo. Pero justo cuando estaba a punto de montar, sintió unos brazos pequeños y delicados rodeando su cintura desde atrás. 

Sorprendido, se detuvo y miró hacia abajo, viendo los brazos familiares de Mira, la más pequeña de sus niñeras, aferrándose a él con fuerza. Aunque ya tenía veinticinco años, su estatura y apariencia delicada la hacían parecer mucho más joven. Siempre había sido la más pequeña entre sus niñeras, y no había pasado mucho tiempo antes de que Iván la superara en altura.

Iván la dejó abrazarlo por un momento, sintiendo el calor de su pequeño cuerpo contra el suyo. Luego, con suavidad, la hizo soltarse para poder girarse y verla de frente. Mira, con su cabello negro ondeando ligeramente por la brisa, lo miró con esos ojos morados que siempre le habían parecido hipnotizantes. En ese momento, notó un brillo de lágrimas que se acumulaba en sus ojos.

—Iván —susurró ella, su voz apenas un murmullo cargado de emoción.

Mira lo abrazó nuevamente, esta vez con más fuerza, como si temiera dejarlo ir. Iván, sintiendo su angustia, la rodeó con sus brazos y la sostuvo cerca. A diferencia de Elara y Amelia, Mira siempre había tenido una apariencia más frágil. Su pecho, aunque proporcionado, era pequeño, y su tamaño era mucho menor que el de las otras, lo que acentuaba su vulnerabilidad. A pesar de su edad, Mira mantenía una ternura infantil que siempre había tocado el corazón de Iván.

—Mira, estaré bien —murmuró Iván, acariciando suavemente su cabello mientras la mantenía cerca—. Volveré antes de que te des cuenta.

Ella asintió contra su pecho, pero no dijo nada. Sus lágrimas se deslizaban por sus mejillas, y aunque trataba de mantener la compostura, el temor de perderlo la estaba consumiendo. Para Mira, Iván no era solo su señor, sino alguien a quien había cuidado y protegido durante años, alguien a quien amaba profundamente, de una manera que era más que simple devoción.

—No quiero que te pase nada malo —susurró finalmente, su voz temblando mientras lo miraba con sus ojos violetas llenos de lágrimas.

Iván sintió un nudo en la garganta al escuchar esas palabras. Aunque sabía que era su deber y destino salir en esta campaña, ver la angustia en los ojos de Mira lo afectaba profundamente.

—Prometo que regresaré, Mira —dijo Iván, su voz firme pero cálida

Mira lo miró fijamente por un momento antes de asentir con dificultad, secándose las lágrimas con la manga de su vestido. Aunque todavía estaba preocupada, sus palabras parecieron darle un poco de consuelo. Se levantó de puntillas y le plantó un suave beso en la mejilla, antes de soltarlo lentamente.

—Te estaré esperando —murmuró, con una pequeña sonrisa que no alcanzó a disipar toda la tristeza en su expresión.—Es-Escuche que le diste un beso a Elara, dame también uno

Iván sintió un pequeño golpe de sorpresa ante la petición de Mira. Su voz, temblorosa pero decidida, lo conmovió profundamente. Mira, siempre tan tímida y reservada, rara vez pedía algo para sí misma, lo que hacía que su solicitud fuera aún más significativa.

—Mira... —murmuró Iván, mirando a la joven niñera que se mantenía frente a él, con su rostro suavemente ruborizado y sus ojos violetas llenos de esperanza.

Sin decir más, Iván se inclinó hacia ella, su corazón latiendo con fuerza. Acarició suavemente su mejilla, sintiendo la suavidad de su piel y la calidez que emanaba de ella. Mira cerró los ojos, esperando el beso con los labios ligeramente entreabiertos, sus pequeñas manos aferradas a los pliegues de su vestido.

Iván se inclinó un poco más, acercándose lentamente a su rostro. El mundo pareció detenerse por un momento, la tensión entre ellos palpable en el aire. Finalmente, sus labios rozaron los de Mira en un beso suave, dulce y cargado de emoción. Fue un contacto delicado, apenas un roce, pero lleno de significado.

Mira dejó escapar un pequeño suspiro al sentir el beso de Iván, y sus manos se aferraron con más fuerza a su vestido, como si temiera que el momento se desvaneciera demasiado rápido. Iván pudo sentir la suavidad de sus labios, la fragancia de su cabello, y la manera en que su cuerpo temblaba ligeramente bajo su toque. Aunque el beso fue breve, dejó una marca indeleble en ambos.

Cuando se separaron, Iván notó que las mejillas de Mira estaban sonrojadas, sus ojos brillaban con una mezcla de sorpresa y felicidad. Ella lo miró fijamente, con una pequeña sonrisa que iluminaba su rostro de una manera que rara vez mostraba.

—Gracias, Iván —susurró Mira, con voz temblorosa, su mirada fija en el suelo—. Ahora... ahora también tendré algo que recordar hasta que vuelvas y... y también hablemos, ¿sí? Yo... yo también quiero... 

Las palabras de Mira se quedaron atrapadas en su garganta, ahogadas por una mezcla de emociones que luchaban por salir. Sus ojos violetas, grandes y brillantes, se alzaron lentamente para encontrarse con los de Iván. Había una súplica silenciosa en su mirada, una necesidad profunda que ella apenas sabía cómo expresar. Sus dedos, delgados y temblorosos, jugueteaban nerviosamente con el borde de su vestido, como si buscaran un ancla en medio de la tormenta de sentimientos que la invadían.

Iván, con el corazón apretado al verla tan vulnerable, colocó una mano suave y firme en su mejilla, obligándola a levantar la vista completamente hacia él. La calidez de su toque parecía darle la fuerza que necesitaba para continuar.

—¿Qué es lo que quieres, Mira? —preguntó Iván, su voz baja y reconfortante, como si temiera romper la delicada conexión que habían formado en ese momento.

Mira tragó saliva, sus labios temblaron ligeramente mientras buscaba las palabras correctas. Cada segundo que pasaba parecía eterno, y el peso de lo que estaba a punto de decir llenaba el aire entre ellos.

—Yo... —empezó, su voz apenas un susurro—. Yo también quiero ser alguien especial para ti, Iván. No quiero quedarme atrás mientras tú... mientras tú te alejas, mientras haces cosas importantes. Quiero ser... quiero ser una parte de tu vida, de tu mundo. No sólo la niñera que una vez te cuidó... sino algo más, algo que pueda hacerte feliz... como Elara, o... o Sarah.

Las palabras finalmente fluyeron, pero con ellas vinieron las lágrimas. Mira no pudo contener el torrente de emociones que había guardado durante tanto tiempo. Las lágrimas rodaron por sus mejillas, silenciosas y cálidas, mientras ella miraba a Iván con una mezcla de miedo y esperanza.

Iván, sintiendo el impacto de sus palabras y la profundidad de sus sentimientos, la atrajo hacia sí en un abrazo cálido y protector. No dijo nada de inmediato, permitiendo que Mira se refugiara en su pecho, permitiendo que el sonido de su respiración y el latido de su corazón la tranquilizaran. Sintió cómo sus pequeños brazos se aferraban a él con fuerza, como si temiera que el momento se desvaneciera en cualquier instante.

El tiempo pareció detenerse. La brisa del amanecer acariciaba suavemente las hojas de los árboles en el patio, y el sonido lejano de las conversaciones entre los demás apenas llegaba a sus oídos. El mundo exterior se desvaneció, dejándolos a los dos en un pequeño espacio de intimidad donde sólo existían sus corazones latiendo al unísono.

Finalmente, Iván se separó un poco para mirarla a los ojos, secando con ternura las lágrimas de sus mejillas con el pulgar. La vio tan frágil, tan pequeña en comparación con la fortaleza que intentaba mostrar, y en ese momento supo que no podía dejar que sus sentimientos fueran ignorados.

—Mira, tú siempre has sido especial para mí —dijo Iván con una sinceridad que hizo que sus palabras resonaran en lo más profundo de su ser—. Has sido una parte importante de mi vida desde que era un niño, y eso nunca cambiará. Lo que sientes... lo que quieres... también es importante para mí. Pero, por ahora, necesito que entiendas que hay muchas cosas que aún debo enfrentar, muchas responsabilidades que debo cumplir.

Mira asintió ligeramente, aunque la tristeza aún nublaba sus ojos, comprendía lo que él le decía. Pero Iván no terminó allí. Con un tono más suave, lleno de promesa, agregó:

—Cuando regrese, hablaremos. Te prometo que lo haremos. Pero por ahora, quiero que te cuides, que seas fuerte. Siempre has sido mi refugio, y quiero seguir contando contigo. No quiero que estés triste, porque eso me dolería más que cualquier otra cosa.

El rostro de Mira se iluminó ligeramente ante sus palabras, aunque la tristeza no había desaparecido por completo. Había esperanza en sus ojos, una esperanza que Iván había sembrado en su corazón. Con una pequeña sonrisa, aún temblorosa, asintió.

—Lo haré, Iván —susurró—. Esperaré por ti. Y seré fuerte, por ti.

Iván le devolvió la sonrisa y se inclinó una vez más para besarla, esta vez en la frente, sellando la promesa que acababa de hacerle. Después, se separó suavemente, soltando a Mira con una última caricia en su mejilla antes de dirigirse hacia el centro de el patio donde estaba amelia y Elara, se despidió una ultima vez de su madre mientras los legionarios empezaban a salir de el castillo y cruzaban los tres anillos defensivos del castillo.Despues de despedirse de Elara de forma mas amorosa, y cuando iba a hacer lo mismo con Amelia ella lo abrazo, y sintió el calor del beso tímido de Amelia en su mejilla, un contraste suave con la despedida más amorosa que había compartido con Elara momentos antes. El abrazo de Amelia fue firme, casi desesperado, como si quisiera capturar y retener ese instante para siempre. Aunque su timidez era evidente, había una determinación oculta en ella, una fuerza que Iván siempre había admirado y que ahora se hacía aún más palpable.

Amelia se apartó ligeramente, y Iván notó el rubor en sus mejillas, un toque de rosa que coloreaba su pálida piel y que la hacía ver aún más encantadora. Su mirada estaba llena de una mezcla de preocupación y afecto, y su voz, cuando habló, era suave y temblorosa, apenas audible sobre el murmullo de los legionarios que se preparaban para marchar.

—Cuídate mucho, Iván —dijo Amelia, sus palabras impregnadas de cariño y una pizca de desesperación—. Cuando regreses, te voy a dar una recompensa.

Iván sonrió, sintiendo una calidez en su pecho por las palabras de Amelia. Acarició suavemente su cabello dorado, una acción que parecía transmitirle calma y consuelo. Sus dedos se detuvieron brevemente en la suave textura de su cabello, un gesto que denotaba tanto ternura como un profundo respeto por ella.

—Volveré pronto, Amelia —murmuró Iván con un tono suave, lleno de promesas no dichas—. Lo prometo.

Amelia asintió, sus ojos verdes brillando con una tristeza contenida mientras masticaba el labio inferior para evitar que las lágrimas afloraran. Su abrazo se aflojó un poco, permitiéndole a Iván liberarse, pero sus ojos no dejaban de seguirlo, llenos de admiración y una tristeza que era palpable.

 Iván montó a Eclipse, sintiendo el contacto familiar del caballo bajo él mientras observaba las puertas del castillo con una mezcla de nostalgia y determinación. Su madre, de pie entre Ulfric y los comandantes, le devolvía la mirada con una expresión que combinaba orgullo, preocupación y amor maternal. Era un recuerdo de lo que dejaba atrás y un símbolo de lo que esperaba lograr.

Ulfric, con su imponente armadura de Legionario de las Sombras, estaba en el centro del patio, dando las últimas órdenes. La precisión con la que los legionarios se alineaban y se preparaban para la marcha era un testimonio de su disciplina y de la importancia de la misión que tenían por delante. El sonido de los cascos de los caballos resonaba en el suelo, marcando un ritmo constante y solemne mientras la columna de soldados comenzaba a moverse.

Iván apretó las riendas de Eclipse y se unió a la marcha, sintiendo el peso de sus responsabilidades en cada paso que daba. El sol se alzaba lentamente en el horizonte, proyectando un resplandor dorado sobre el paisaje que comenzaba a cambiar con cada paso. Sin embargo, las nubes que se agrupaban en el cielo parecían presagiar un clima incierto, como si el mismo cielo compartiera sus dudas sobre el viaje que estaba por comenzar.

El castillo, con sus imponentes tres anillos defensivos, comenzaba a desvanecerse en la distancia. Los estandartes de la casa ondeaban al viento, mostrando con orgullo el lobo dorado de los Erenford.

Mientras avanzaba, Iván no podía evitar que su mente divagara hacia la inquietud que lo había estado perturbando desde la mañana. Un pensamiento persistente lo atormentaba: la misión de cazar a los bandidos no sería sencilla, y había una sensación de que algo más estaba por suceder, algo que podría complicar aún más el viaje. Trató de apartar esos pensamientos oscuros, consciente de que debía mantenerse enfocado y sereno. Estaba cansado solo de pensar en las largas semanas de viaje que le esperaban, en las dos semanas que tardarían en llegar a la región norte del Ducado. Cada día, cada milla, parecía una prueba de resistencia, no solo física, sino también mental.

El ritmo constante de los cascos de Eclipse y el murmullo de las voces de los legionarios ofrecían una sensación de normalidad en medio de la inquietud. El viaje estaba en marcha, y con cada paso, Iván intentaba centrarse en los detalles de la misión, en las tácticas que había planeado y en la certeza de que debía cumplir con eliminar a esos bandidos.