El ambiente en la taberna se había vuelto más animado a medida que avanzaba la mañana, y los murmullos de las conversaciones se mezclaban con el sonido de los pasos de los camareros y el tintineo de las jarras de cerveza. El lugar estaba lleno de vida, con hombres y mujeres compartiendo historias, risas y, en algunos rincones, intercambiando miradas llenas de promesas. El olor a comida recién preparada y a madera quemada se mezclaba en el aire, creando una atmósfera cálida y envolvente.
Ulfric se puso de pie con un movimiento decidido, su presencia dominando la mesa. La conversación entre los tres había llegado a su fin, pero no sin antes dejar una huella en Iván, quien aún procesaba todo lo que había discutido con su mentor. Sarah e Iván lo siguieron, despidiéndose de las mujeres que los habían acompañado en la mesa. Las miradas cómplices y las sonrisas juguetonas fueron intercambiadas, pero ya no había tiempo para más.
Afuera, el bullicio de la ciudad empezaba a cobrar vida con cada minuto que pasaba. El sol ya había comenzado a elevarse en el cielo, bañando las calles con una luz dorada que acentuaba los colores vibrantes de los puestos de los comerciantes y las ropas de los transeúntes. Los primeros vendedores ambulantes empujaban sus carretillas cargadas de mercancías frescas, mientras los primeros compradores regateaban por los mejores productos. El aroma de pan recién horneado y especias llenaba el aire, mezclándose con la brisa fresca de la mañana.
Iván, envuelto en sus pensamientos, observaba todo a su alrededor con una mezcla de curiosidad y contemplación. Esperó junto a Sarah a que Ulfric regresara con los caballos. Mientras lo hacía, notó cómo la gente lo reconocía y se inclinaba rápidamente, ofreciendo respetuosos "Mi señor" o "Su Gracia". Aunque aún no del todo acostumbrado a tales muestras de deferencia, Iván respondió con sonrisas amables y breves inclinaciones de cabeza, esforzándose por proyectar la calma y la seguridad que se esperaba de alguien de su posición.
No pasó mucho tiempo antes de que Ulfric regresara, guiando a los caballos con mano firme. Eclipse, el caballo de Iván, resopló suavemente al ver a su dueño, mientras que Umon, el imponente caballo de guerra de pelaje blanco de Ulfric, se mantenía erguido y alerta, su presencia poderosa atrayendo miradas admirativas.
Iván, con un gesto cuidadoso, ayudó a Sarah a montar. Observó con una mezcla de orgullo y aprecio cómo se acomodaba en la silla. Su figura de reloj de arena, acentuada por la ajustada ropa que llevaba, no pasó desapercibida para él ni para los transeúntes. Llevaba un corsé oscuro que realzaba su cintura estrecha, y un chaleco corto de cuero que dejaba al descubierto un escote pronunciado, destacando sus curvas voluptuosas y sus extremadamente grandes pechos. La falda que llevaba era ajustada hasta las caderas y luego se abría en pliegues, permitiéndole moverse con una elegancia que parecía casi natural, mientras sus botas altas completaban un conjunto que, aunque sencillo, resaltaba su sensualidad sin esfuerzo.
Después de asegurarse de que Sarah estaba bien montada, Iván subió a Eclipse con la misma gracia y destreza que siempre había demostrado en el manejo de su caballo. Mientras se alejaban del bullicioso barrio donde se encontraba la taberna, el sonido de los cascos resonaba contra las piedras de las calles, creando un ritmo constante que acompañaba sus pensamientos.
A medida que avanzaban, el bullicio de la ciudad seguía aumentando, envolviendo a Iván en un torbellino de sonidos y colores. Los comerciantes, ansiosos por vender sus productos, llamaban a los posibles compradores con voces firmes y persuasivas, mientras los niños correteaban por las calles, riendo y jugando, ajenos a las preocupaciones de los adultos. El ambiente vibraba con energía, una mezcla de caos ordenado que definía la vida diaria en Drakonholt. A pesar de la aparente normalidad que lo rodeaba, Iván no podía ignorar la ligera incomodidad que sentía al ser el centro de atención. Las miradas respetuosas y los saludos corteses lo acompañaban en cada paso, un recordatorio constante de la posición que ocupaba.
Sin embargo, con cada día que pasaba, se volvía más natural para él responder con la dignidad que su rol exigía. Se forzaba a mantener la cabeza alta, a ofrecer una sonrisa tranquila y segura a quienes lo saludaban, aunque en su interior luchara por adaptarse completamente a las expectativas que recaían sobre él. Iván sabía que este era solo el comienzo de las responsabilidades que tendría que asumir como heredero del ducado.
A medida que se acercaban al primer anillo defensivo de Drakonholt Keep, un sentimiento de anticipación y nerviosismo se instaló en el pecho de Iván. Las murallas negras de la fortaleza se alzaban ante ellos, imponentes y majestuosas, como un recordatorio de la historia y el poder de su linaje. Estas murallas, que habían resistido el paso del tiempo, eran más que una simple estructura defensiva; eran un símbolo de la resistencia y la fortaleza de su familia, una manifestación física del legado que estaba destinado a heredar. Los estandartes que ondeaban en lo alto, mostrando el emblema familiar del dragón dorado, parecían observarlo, como si evaluaran su valía.
Los Legionarios que patrullaban los muros eran figuras sombrías y estoicas, sus armaduras negras reflejaban la luz del sol con un brillo frío y calculado. Iván siempre había admirado la disciplina y el poder de estos guerreros, pero hoy, más que nunca, sentía el peso de sus miradas, como si incluso ellos estuvieran evaluando cada uno de sus movimientos. A medida que cruzaban el primer anillo defensivo, sintió una mezcla de orgullo y responsabilidad, consciente de que cada paso lo acercaba más a su destino.
La plaza del castillo se abrió ante ellos, un espacio amplio y empedrado que servía como punto de encuentro para las fuerzas del ducado. El lugar, que en otros momentos podía estar lleno de actividad, estaba ahora relativamente tranquilo, con solo un puñado de soldados y sirvientes ocupados en sus tareas diarias. En el centro de la plaza, esperaban dos figuras imponentes, vestidas con armaduras negras decoradas con el emblema del ducado. Eran Legionarios de las Sombras, la élite del ducado, guerreros conocidos por su habilidad letal en combate y su lealtad inquebrantable. Sus presencias proyectaban una sombra de autoridad que pocos se atrevían a desafiar.
Antes de que Iván pudiera desmontar y ofrecer su mano para ayudar a Sarah, uno de los Legionarios rompió el silencio con una voz firme y respetuosa que resonó en la plaza.
—Su Gracia, su madre nos ha solicitado escoltarlo a su regreso. Por favor, síganos —dijo, enderezándose con una rigidez que solo los soldados bien entrenados poseían.
Iván asintió, sintiendo el peso de la formalidad en el aire. Era como si las palabras del Legionario hubieran marcado el inicio de un ritual que no podía evitar, un proceso que lo conduciría inevitablemente a un enfrentamiento con su madre. Desmontó con la misma gracia de siempre, sus botas resonando contra el empedrado de la plaza, el sonido amplificándose en la quietud que los rodeaba. Al girarse, buscó a Ulfric con la mirada. Su mentor observaba la escena con la calma característica de alguien que había visto y experimentado mucho más de lo que Iván podría imaginar.
Con un ligero gesto, Iván le indicó a Ulfric que ayudara a Sarah a desmontar y a orientarse por el castillo. Ulfric, con su habitual eficiencia, extendió una mano hacia Sarah, quien aceptó su ayuda con una sonrisa discreta. Aunque sus ojos brillaban con una curiosidad evidente, Sarah mantenía la compostura, consciente de la importancia del momento. El imponente lugar al que había llegado parecía fascinarla, pero también la mantenía en un estado de alerta.
Mientras esperaban a que Sarah bajara de Eclipse, Iván sintió un nudo en el estómago que se apretaba con cada segundo. Sabía que pronto tendría que enfrentar a su madre, y no estaba seguro de cómo ella recibiría la noticia de su nueva relación con Sarah, ni de cómo podría explicar los recientes acontecimientos sin revelar demasiado. La preocupación por lo que su madre pudiera pensar o decir lo mantenía en un estado de alerta, y cada paso que daba hacia el interior del castillo parecía pesar más que el anterior, como si la propia estructura estuviera juzgándolo.
A medida que avanzaban por los corredores de Drakonholt, los recuerdos de su infancia en esas mismas paredes comenzaron a inundar su mente con una claridad que no había experimentado en años. Recordaba los pasadizos secretos que había descubierto y explorado con una mezcla de miedo y emoción, las habitaciones donde había aprendido las primeras lecciones de estrategia bajo la atenta mirada de Ulfric y otros comandantes, y los salones donde su madre había llevado a cabo innumerables reuniones diplomáticas, siempre enseñándole sobre liderazgo de una manera sutil pero constante. Estos recuerdos, que una vez habían sido fuente de alegría y orgullo, ahora se mezclaban con la tensión de las responsabilidades que lo aguardaban.
Finalmente, las imponentes puertas de la habitación de su madre se alzaron ante él, talladas con símbolos que representaban la rica historia de su linaje. Cada paso que daba hacia ellas lo hacía sentir más vulnerable, más expuesto a lo que venía. Antes de que pudiera prepararse mentalmente, uno de los Legionarios abrió las puertas de madera, revelando la vasta estancia donde su madre lo esperaba. La habitación, decorada con tapices antiguos y muebles elegantes, estaba impregnada de un aroma suave y familiar, una mezcla de hierbas medicinales y flores secas que su madre siempre prefería.
Al entrar, las puertas se cerraron con un suave chasquido, aislándolo del mundo exterior. Su madre estaba recostada en su cama, como lo había estado durante los últimos tres años, desde que su enfermedad se agravó aún más. Aunque su cuerpo parecía más frágil, su espíritu permanecía inquebrantable, y su presencia llenaba la habitación con una fuerza que Iván siempre había admirado. La luz suave que se filtraba por las ventanas iluminaba su rostro, revelando unos ojos que, a pesar del tiempo y la enfermedad, aún brillaban con la determinación de una mujer que había gobernado con sabiduría y firmeza.
Al verla, su madre sonrió, una sonrisa que iluminó su rostro cansado y levemente pálido, aunque seguía mostrando la elegancia que siempre la había caracterizado. Sus ojos, del mismo azul zafiro que los de Iván, se suavizaron al encontrarse con los de su hijo, reflejando un amor incondicional y una sabiduría profunda que solo los años y las experiencias podían otorgar. Con un gesto suave, le indicó que se acercara, y él, sin dudarlo, obedeció, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza en su pecho mientras se acercaba a la cama.
Al llegar a su lado, Iván se inclinó para abrazarla, sintiendo la calidez de su piel contra la suya mientras besaba sus mejillas con cariño. Había algo en la fragancia de las hierbas y flores que siempre la rodeaban que lo hacía sentir en casa, como si, a pesar de todos los desafíos que enfrentaba, allí, junto a ella, estuviera a salvo.
—Iván, buenos días, cariño —dijo su madre, su voz suave pero firme, un tono que Iván había conocido toda su vida. Era una voz que inspiraba confianza, pero que también podía desarmar a cualquiera con su sabiduría.
—Madre —respondió Iván, intentando mantener la compostura mientras se sentaba junto a ella en la cama, sintiendo la suavidad de las sábanas de lino bajo sus dedos—. Estoy de regreso.
—Lo sé —respondió ella, sus ojos penetrantes examinándolo con la familiaridad de alguien que siempre sabe más de lo que dice—. Y me informaron que no has vuelto solo.
Iván sintió un nudo formarse en su garganta, las palabras se le atascaban mientras intentaba encontrar la manera de explicar todo lo que había sucedido. No era solo el temor al juicio de su madre lo que lo inquietaba, sino también el profundo respeto y amor que sentía por ella. Cualquier decepción en sus ojos sería insoportable para él. Mientras buscaba las palabras adecuadas, su madre lo interrumpió suavemente, colocando una mano sobre la suya con una ternura que desmentía la fuerza y determinación que siempre había mostrado.
—Tranquilo, hijo mío, no te voy a castigar ni a reprender —dijo ella, con un tono que era a la vez reconfortante y ligeramente burlón—. Eres un hombre y el heredero de los Erenford. Es normal que tengas tales deseos y hambres, además, no te llamé aquí para eso. Ven, siéntate a mi lado; quiero saber cómo estás tú. ¿Cómo te sientes realmente?
Las palabras de su madre lo tomaron por sorpresa, y por un momento, Iván se quedó en silencio, dejándose llevar por la calidez de su mano sobre la suya. El contacto era reconfortante, como si a través de él, ella estuviera transmitiéndole toda la seguridad que necesitaba. Se sentó más cerca, sintiendo un alivio inesperado.
—Me siento... ligero, en parte —admitió Iván, buscando las palabras adecuadas mientras la miraba a los ojos. Ambos compartían el mismo color de zafiro, lo único que había heredado de ella físicamente, ya que, según quienes conocieron a su padre, él era casi una copia exacta de él—. Bien, en cierto sentido, pero también confundido. Satisfecho, sí, pero aún no estoy seguro de cómo manejar todo esto. Le dije a Sarah que la iba a tomar como mía, así que creo que es mi amante o concubina, aunque no estoy del todo seguro de cómo funciona todo esto. Aún estoy intentando entenderlo.
La madre de Iván lo observó en silencio durante un momento, evaluando la sinceridad y la profundidad de sus sentimientos. Luego, una sonrisa suave y comprensiva se dibujó en sus labios, y ella apretó su mano con un gesto de apoyo que hizo que Iván se sintiera aún más vulnerable, pero también más seguro.
—Sabes, en realidad, fui yo quien pidió a Ulfric que te llevara al burdel —dijo su madre con una mirada que mezclaba sinceridad y complicidad.
Iván parpadeó, intentando parecer sorprendido, aunque había escuchado la conversación entre su madre y Ulfric sobre enviarlo a exterminar a los bandidos en el norte y la visita al burdel.
—Lo... lo supuse —murmuró, incómodo, obviamente no le iba a decir que estaba espiando la conversación.
—Pero te diré por qué lo hice —continuó ella, su voz ahora cargada de preocupación—. Ulfric me informó que algunos hombres hablaban de tu falta de hombría, y eso es preocupante. No lo dijo para juzgarte, sino por tu reputación. La gente es idiota, y si creen que te falta "hombría" o te consideran "poco hombre", eso podría afectar tu autoridad. Los soldados y tu gente podrían dejar de seguirte o respetarte.
Iván sintió el peso de esas palabras caer sobre él como una losa. Entendía la gravedad de lo que su madre decía, y el por qué había sido necesario tomar medidas para proteger su reputación, incluso si eso significaba exponerlo a situaciones que no había anticipado.
—Entiendo, madre —dijo finalmente, su voz suave y complaciente.
Su madre asintió, sus ojos reflejando un orgullo que hizo que el corazón de Iván se llenara de una calidez reconfortante.
—Además, no tienes que estar tan preocupado o cohibido. Es normal que tengas amantes o concubinas —continuó ella, con un tono que transmitía una mezcla de sabiduría y ternura—. Pero aprende a distinguir el placer del enamoramiento ciego. Puedes tener a las mujeres que desees, pero debes ser consciente de las intenciones de ellas. Muchas te ven como el premio mayor de estas tierras. Me saliste muy guapo, y además eres el heredero de todo este ducado. Así que solo ten cuidado con quien eliges tener un vínculo como el de una amante o concubina.
Ella se inclinó ligeramente hacia él, su mirada intensa, pero al mismo tiempo llena de amor y preocupación.
—En pocas palabras, no te dejes guiar por la lujuria, pero si lo haces, asegúrate de no enredarte con alguien que solo te quiera por tu apariencia o estatus.
Iván asintió lentamente, sintiendo que una parte del peso que había estado cargando se desvanecía. Las palabras de su madre, cargadas de amor y consejo, lo ayudaban a ver las cosas con más claridad.
—Gracias, madre —dijo Iván, su voz llena de gratitud—. Tus palabras siempre me ayudan a ver las cosas con claridad.
Ella le sonrió, un gesto lleno de orgullo y ternura, antes de soltar su mano suavemente. Compartieron un momento de silencio, en el que la conexión entre madre e hijo parecía ser un bálsamo para las inquietudes de Iván. Iván se quedó a su lado por unos minutos más, disfrutando de la paz que le brindaba su compañía.
Después de un rato, su madre suspiró profundamente, como si las palabras que estaba a punto de decirle pesaran en su corazón. Sus ojos se encontraron con los de Iván, sabía que lo que ella estaba a punto de pedirle no era algo que tomara a la ligera.
—Te llamé también porque tus primos han empezado una pequeña campaña insignificante en las fronteras del sur —comenzó, su voz llena de una calma calculada—. Aunque lo más probable es que no tengan una gran batalla, ellos empezarán a formar un nombre para sí mismos, algo que a la larga podría aumentar su influencia y su prestigio. Y no quiero que te quedes atrás. Necesitas empezar a forjar tu propio nombre y ganar experiencia.
Iván permaneció en silencio, escuchando atentamente. No le sorprendía que sus primos estuvieran buscando hacerse un nombre en la guerra; era una tradición en la familia Erenford, y su madre, siempre astuta, veía más allá de las acciones inmediatas, anticipando las consecuencias a largo plazo.
—Me han informado que una gran banda de bandidos está causando graves problemas en el norte —continuó ella, su tono volviéndose más serio—. Han cometido saqueos, violación y asesinatos, y se están convirtiendo en una verdadera molestia para la región. Pensaba enviar a Thornflic y sus diez legiones para masacrarlos, pero creo que sería más beneficioso para ti enfrentarte a esta situación. No solo por la oportunidad de eliminar a esos bandidos, sino porque te dará la experiencia en el campo que necesitas. Irás con dos legiones del duque.
Iván escuchó en silencio, asimilando la magnitud de la misión que se le estaba encomendando. Aunque no se sentía especialmente motivado por la idea de ir a la guerra o, más bien, a exterminar a unos bandidos, comprendía la importancia de esta oportunidad. Era consciente de que, siendo el único heredero directo de la rama principal de la familia Erenford, su madre estaba preocupada por la posición que su tío, un hombre que siempre había codiciado el puesto de su padre como duque de Zusian, podría intentar reclamar en el futuro.
—Entiendo, madre —respondió Iván, su voz tranquila y suave—. ¿Cuándo planeas que parta?
Su madre lo observó con una mezcla de orgullo y preocupación, sus ojos evaluando a su hijo con la aguda mirada que siempre había poseído. Sabía que lo que estaba a punto de pedirle era un desafío formidable, pero también confiaba en la capacidad de Iván para enfrentarlo.
—Lo antes posible —dijo finalmente, con un tono firme que no admitía objeciones—. Es crucial que actúes rápido, antes de que los bandidos se fortalezcan aún más y causen mayores estragos en la región. Quiero que te prepares hoy y partas al amanecer. Las legiones ya están en el Fuerte Vólkrand, listas para recibir tus órdenes. Irás con diez mil legionarios de las Sombras. Los capitanes que he elegido para guiarte en esta misión son Varkath y Zandric.
Iván asintió nuevamente, procesando la información rápidamente. El nombre de Varkath le era familiar; un guerrero de renombre, conocido por su brutal eficacia en el campo de batalla y su lealtad inquebrantable a la familia Erenford, se dice que incluso entre los legionarios de las sombras era reconocido como uno de los mejores guerreros y de poder destructivo. Zandric, por otro lado, era un nombre menos conocido para él, pero había oído hablar de su ingenio táctico y su habilidad para manejar situaciones complejas con una calma imperturbable.
—Partiré al amanecer, entonces —respondió Iván, su voz suave mientras se inclinó hacia su madre, besando su frente con ternura, un gesto de amor y respeto que siempre compartían antes de cualquier separación.
Su madre le devolvió la sonrisa, una sonrisa que reflejaba tanto su orgullo como la inevitable preocupación de una madre que ve a su hijo marchar hacia lo desconocido.
—Cuídate, Iván —dijo ella suavemente—. Recuerda hacer lo necesario para ganar un nombre o, al menos, una buena reputación con tu futuro pueblo.
Iván sostuvo la mirada de su madre, le dedicó una última sonrisa antes de salir de la habitación, y cerró la puerta tras él. Mientras caminaba por los amplios y elegantes pasillos del castillo, su expresión permanecía tranquila, casi imperturbable, una máscara que había aprendido a llevar para protegerse de las expectativas que lo rodeaban.
A medida que avanzaba, los ecos de sus pasos resonaban en las paredes de piedra, mezclándose con los sonidos lejanos de la vida dentro del castillo. El peso de la conversación con su madre todavía pesaba sobre sus hombros, y cada pensamiento que cruzaba su mente añadía un nuevo matiz a la tormenta que se estaba gestando en su interior. Se detuvo al llegar a uno de los pasillos menos concurridos, un corredor apartado y silencioso que solía evitar la mirada de los demás. Un refugio temporal, alejado del bullicio y la presión constante de su posición.
Iván se aseguró de que no hubiera nadie alrededor, ni legionarios de las Sombras ni sirvientes, antes de recostarse contra la fría pared de piedra. Sentía la solidez del muro detrás de él, un contraste con la fragilidad que sentía en su interior. Lentamente, se dejó caer hasta que estuvo sentado en el suelo, el peso de todo lo que llevaba en su mente finalmente empujándolo hacia abajo.
Suspiró, un sonido pesado y cansado, como si todo el agotamiento que había estado reprimiendo finalmente encontrara una salida. Las palabras de su madre, la expectativa de la batalla que se avecinaba, el reciente encuentro con Sarah... todo se arremolinaba en su cabeza, una maraña de pensamientos y emociones que lo dejaban exhausto.
Cerró los ojos, tratando de encontrar un momento de paz en la soledad de ese pasillo. Sabía que no podía permitirse este tipo de debilidad, no cuando tantas personas dependían de él, no cuando la sombra de su linaje se cernía sobre cada uno de sus movimientos. Pero en ese instante, lejos de las miradas juzgadoras, Iván permitió que la fatiga lo envolviera, aunque solo fuera por unos minutos.
El frío del suelo era reconfortante, una sensación tangible que le recordaba que, a pesar de todo, seguía siendo humano. No era solo un heredero, un futuro duque, sino un joven que apenas había comenzado a comprender el peso de la vida que le esperaba. Y en ese breve respiro, donde el mundo exterior parecía estar a un millón de kilómetros de distancia, Iván se permitió un momento de debilidad, sabiendo que, al levantarse, tendría que volver a ser el líder que todos esperaban de él.
Iván forzó una sonrisa al ver a Elara, tratando de ocultar la maraña de emociones que lo envolvía. Las manos cálidas y suaves de ella sobre su rostro ofrecían un consuelo inesperado, algo que lo hacía sentir menos perdido en medio de las sombras que lo rodeaban. Elara siempre había sido una figura familiar, una presencia constante durante su infancia. Ahora, en la soledad de ese pasillo apartado, su compañía le resultaba más reconfortante de lo que podría admitir.
Elara, con su cabello rojo intenso y su expresión juguetona, inclinó la cabeza ligeramente, mirándolo con esos ojos verdes que parecían verlo todo. Sus dedos acariciaron su mejilla, y un mechón de cabello cayó sobre su frente, el cual ella apartó con suavidad mientras se sentaba en su regazo con la misma naturalidad de siempre.
—Solo... muchas cosas en la cabeza, Elara —admitió Iván, dejando que su voz reflejara el agotamiento que sentía—. A veces es difícil llevar todo esto.
Elara sonrió, una sonrisa que irradiaba calidez y comprensión, una mezcla perfecta de cariño y ternura. Era como si, a través de ese gesto, estuviera diciéndole que todo estaría bien, que no estaba solo en esa tormenta interna. Mientras jugaba con los mechones de su cabello, su mirada se suavizó, mostrándole a Iván que ella entendía más de lo que él podría imaginar.
—Es porque elegiste a otra mujer en lugar de a mí —bromeó Elara, con un tono juguetón y acusador que hizo que Iván se sonrojara ligeramente. Sentir el calor de su cuerpo sobre el suyo, el embriagador aroma de ella llenando sus sentidos, lo hizo estremecerse. Su corazón latió con fuerza, una reacción que lo tomó por sorpresa.
—No-no, yo... —intentó defenderse, pero sus palabras se cortaron en seco cuando Elara colocó sus manos sobre su rostro, acercándose aún más. Sus ojos verdes lo miraban con intensidad, penetrando sus defensas.
—Oh, ya sé, es porque eres insaciable, ¿verdad, Ivy? —dijo Elara, con una mezcla de dramatismo y picardía—. Un semental que ahora solo piensa en mujeres, y tendré que sacrificar mi cuerpo para satisfacer a mi insaciable Ivy. —Su tono era una mezcla perfecta de broma y verdad, mientras se pegaba aún más a él, haciendo que el calor de su cuerpo se sintiera aún más cercano.
Iván sintió su rostro enrojecer aún más, su voz se volvió entrecortada y nerviosa mientras trataba de responder. —No es solo eso... —murmuró—. Es... es todo, supongo. Mañana, al amanecer, tendré que partir. Será algo así como mi primera campaña.
Elara lo miró con una expresión que mezclaba ternura y comprensión. La sonrisa juguetona que había adornado su rostro se suavizó, transformándose en una expresión de genuina preocupación. Sus manos, que antes habían estado acariciando su rostro, ahora se apoyaron suavemente sobre su pecho, como si intentara calmar el tumulto de emociones que sabía que él estaba sintiendo.
—Entiendo, Ivy —dijo Elara en un tono más serio, mientras lo miraba directamente a los ojos—. Es un gran peso para cualquiera, y más para alguien tan joven como tú. Pero... también sé que eres más fuerte de lo que crees. Has sido entrenado para esto, y aunque ahora te sientas abrumado, sé que harás lo que sea necesario cuando llegue el momento.
Las palabras de Elara resonaron en el corazón de Iván, quien asintió lentamente. Sus manos descansaban ahora sobre las caderas de Elara, y sus dedos jugueteaban distraídamente con la tela suave de su vestido. La cercanía de Elara lo hacía sentirse seguro, como si, por un breve instante, el peso del mundo no fuera tan abrumador. La quería, eso lo sabía. Tal vez ella había sido su primer amor desde niño, un sentimiento que nunca había desaparecido del todo, y que ahora, en su juventud, parecía resurgir con una fuerza renovada. Las palabras de Sarah resonaban en su mente: "Tienes derecho a reclamar tantas mujeres como quieras." Con Elara, sentía que había algo más profundo, algo que iba más allá del simple deseo.
—Supongo que tienes razón —murmuró Iván, su tono suave mientras la rodeaba con más firmeza, atrayéndola hacia él.
Elara apoyó su frente contra la de él, cerrando los ojos por un momento, como si quisiera grabar ese instante en su memoria. —Siempre tengo razón, Ivy —susurró, en un tono que mezclaba confianza y un toque de humor. Abrió los ojos y lo miró de nuevo, su expresión ahora era una mezcla de serenidad y afecto—. Solo no te olvides de eso, ¿de acuerdo? No importa lo que pase, no importa cuán difícil se ponga, siempre tendrás a alguien que te apoye. Y si alguna vez necesitas a alguien que te haga reír... ya sabes dónde encontrarme.
Iván sonrió, esta vez con más sinceridad, y la atrajo aún más hacia él, abrazándola con fuerza. Elara le devolvió el abrazo, y ambos se quedaron así por un momento, disfrutando de la simple presencia del otro. Para Iván, ese instante de paz, ese refugio en medio de la tormenta, era lo que necesitaba para enfrentar lo que vendría. Sabía que al amanecer tendría que partir, que el deber lo llamaba. Pero en ese momento, en la tranquilidad de ese pasillo escondido, se permitió un respiro, un pequeño escape de la realidad.
Finalmente, Iván aflojó el abrazo y miró a Elara con una mezcla de gratitud y algo más, algo que no se atrevía a poner en palabras. —Gracias, Elara —dijo simplemente, sus ojos reflejando el profundo afecto que sentía por ella.
Elara sonrió, esa sonrisa que siempre lograba iluminar hasta los rincones más oscuros de su mente. —No tienes que agradecerme, Ivy. —Se inclinó y le dio un suave beso en la mejilla antes de levantarse de su regazo, estirando la mano para ayudarlo a ponerse de pie—. Vamos, el mundo no se va a detener por nosotros, aunque a veces desearía que lo hiciera.
Iván tomó la mano de Elara para levantarse, pero en lugar de soltarla, la sostuvo con firmeza, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza dentro de su pecho. Había algo que lo impulsaba a no dejar pasar ese momento, una urgencia que no podía ignorar. Sabía que era un cobarde cuando se trataba de expresar sus sentimientos, especialmente hacia las mujeres. Pero ahora, con la posibilidad de que esta fuera su última oportunidad, algo dentro de él se rompió. Si no lo hacía ahora, si por alguna cruel jugada del destino moría mientras erradicaba a los bandidos, se arrepentiría para siempre.
Antes de que Elara pudiera reaccionar, Iván la atrajo hacia sí con un movimiento decidido, y la empujó suavemente contra la pared del pasillo. Sus ojos, normalmente llenos de una calma y confianza inquebrantables, ahora estaban llenos de incertidumbre y una intensidad desconocida. La miró profundamente, buscando en esos ojos verdes algo que confirmara lo que sentía. Elara lo observó con una mezcla de sorpresa y algo más, algo que él no podía descifrar del todo, pero que lo animó a seguir adelante.
Ambos respiraban de forma entrecortada, el aire entre ellos cargado de tensión y expectativas. Iván estaba nervioso, incluso asustado, pero en ese momento, nada de eso importaba. Se inclinó hacia adelante, sus labios rozando los de ella, sintiendo la suavidad y calidez de los labios de Elara. Al principio, el beso fue tímido, una exploración vacilante, pero cuando sintió que ella correspondía, toda la inseguridad se desvaneció. Elara respondió con una pasión que igualaba la suya, sus brazos rodeando su cuello, acercándolo aún más a ella.
El beso se intensificó rápidamente, cargado de una mezcla de emociones que ambos habían mantenido ocultas por mucho tiempo. Iván se sintió abrumado por la cercanía, por la manera en que Elara se entregaba completamente al momento. Su cuerpo se movió instintivamente, presionándola contra la pared mientras sus manos se enredaban en su cabello, sintiendo el calor de su piel a través de la tela de su vestido. Era como si el tiempo se hubiera detenido, y en ese instante, no existía nada más que ellos dos.
Finalmente, cuando ambos se quedaron sin aliento, Iván se separó lentamente, sus labios aún rozando los de Elara mientras recuperaban la respiración. Sus frentes se tocaron suavemente, y él no pudo evitar sonreír ante la intensidad del momento. Elara también sonrió, una sonrisa cargada de emoción y afecto, aunque en sus ojos aún brillaba la sorpresa por lo que acababa de suceder.
—No quería irme sin hacer esto —murmuró Iván, su voz suave pero firme—. No quería arriesgarme a perder la oportunidad... si es que nunca regreso.
Elara lo miró fijamente, su expresión mostrando una mezcla de afecto y una determinación recién descubierta. —No hables de esa manera, Ivy —dijo, su voz temblando ligeramente, aunque trataba de mantenerla firme—. Vas a regresar, lo sé. Y cuando lo hagas, podremos hablar de esto... de nosotros.
Iván asintió, sintiendo que algo pesado en su pecho se aligeraba con esas palabras. Aunque el futuro era incierto, al menos ahora había algo que lo anclaba, algo a lo que aferrarse mientras enfrentaba los desafíos que lo esperaban. Aún sujetando su mano, Iván se inclinó una vez más, esta vez depositando un suave beso en la frente de Elara, un gesto que transmitía todo lo que las palabras no podían expresar.
—Lo haré, Elara. Volveré —prometió Iván, sintió cómo su voz temblaba ligeramente al pronunciar esas palabras, pero la convicción en su promesa a Elara era inquebrantable.
Finalmente, después de ese intenso momento, los dos se separaron, pero Iván aún sentía la cálida presencia de Elara en su corazón. Había mucho que tenía que expresar, no solo a Elara, sino también a Amelia y Mira, quienes ocupaban un lugar importante en su vida, aunque de maneras diferentes a Elara. Sin embargo, sabía que antes de enfrentarse a esas conversaciones, debía resolver sus sentimientos con su primer amor, la persona que había estado a su lado durante tantos años, compartiendo alegrías y penas, construyendo un lazo que ahora sentía más fuerte que nunca.
Mientras caminaban juntos por los antiguos pasillos del castillo, el silencio entre ellos no era incómodo; estaba lleno de una comprensión tácita y una nueva cercanía. Cada paso resonaba como un eco de los momentos que habían compartido, y aunque sus manos no se tocaban, había una conexión invisible que los unía. Iván sentía la mezcla de emociones—el peso del deber, la nostalgia de los años pasados, y la confusión de lo que el futuro podría depararles a ambos.
Cuando llegaron al patio, se separó de Elara con una punzada de melancolía. Sentía que había tantas palabras no dichas entre ellos, pero que el tiempo aún no era el adecuado para pronunciarlas. Caminó hacia Ulfric, que observaba con su típica expresión cuando se volvia soldado, una imperturbable y seria cómo los legionarios de las sombras se preparaban para la marcha.
—He enviado a los legionarios para que tu salida sea rápida y sin contratiempos —dijo Ulfric, sin apartar la vista de los soldados—. Quiero que estés preparado para partir al amanecer sin demora. Además, he encargado a una sirvienta que le muestre a Sarah el castillo y se asegure de que todo esté en orden. Me dijo que al acabar su recorrido te estará esperando en tu habitación.
Iván asintió, agradecido por la eficiencia y previsión de Ulfric, pero una parte de él no podía evitar sentir el peso de la responsabilidad que se avecinaba. Las sombras de la guerra se cernían sobre ellos, y aunque fue entrenado y instruido en muchas partes de la guerra nunca había estado en una verdadera peleo o había matado a alguien.
Esa noche, decidió cenar en su habitación, lejos del bullicio del castillo, deseando un momento de calma antes de lo que sería su primera campaña real. Sarah lo acompañaba, sentada a su lado mientras compartían una comida sencilla pero deliciosa. La joven estaba maravillada por la elegancia del castillo, por la comida tan diferente a la que estaba acostumbrada. Pero entre ellos, más allá de las palabras triviales sobre la comida o el castillo, había una tensión palpable, una corriente eléctrica que ambos sentían pero que ninguno verbalizaba.
Cuando finalmente la comida terminó, el silencio que se asentó en la habitación no fue incómodo, sino cargado de expectativas. Iván y Sarah se miraron durante lo que pareció una eternidad, y en ese instante, como si una barrera invisible se hubiera roto, se dejaron llevar por sus deseos. Iván la atrajo hacia él, sus labios encontrándose en un beso hambriento y profundo, mientras sus manos recorrían el cuerpo de Sarah con una familiaridad recién descubierta.
El mundo exterior desapareció en ese momento. Los problemas del día siguiente, las batallas que enfrentarían, todo quedó a un lado mientras se entregaban el uno al otro en un torbellino de emociones y pasión. El calor de sus cuerpos se entrelazaba, y cada roce, cada suspiro, parecía llenar la habitación de una energía que no conocía límites. Iván encontró en Sarah un refugio, un lugar donde podía ser vulnerable, donde podía dejar de lado el peso del liderazgo y simplemente ser un hombre que deseaba a una mujer.
La piel de Sarah ardía bajo sus manos, y cada caricia era un recordatorio de la intensidad de lo que compartían. La tomo y ella lo tomo una y otra vez, en una danza de deseo y entrega que duró lo que pareció horas. Los gemidos de Sarah llenaban la habitación, entrelazados con el sonido de sus respiraciones entrecortadas. El tiempo perdió significado en ese espacio que parecía solo pertenecerles a ellos dos.
Cuando finalmente quedaron tumbados en la cama, exhaustos pero satisfechos, ambos respiraban con dificultad, sus cuerpos aún entrelazados. La respiración de Sarah era suave contra su pecho, y aunque el cansancio los envolvía, había una satisfacción profunda en ambos, como si hubieran encontrado un momento de paz en medio de la tormenta que se avecinaba.
Sarah se giró hacia Iván, sus ojos brillando con una decisión renovada.
—Voy a ir contigo —dijo, su voz firme, dejando claro que no era una simple sugerencia—. Quiero estar a tu lado, además no conozco a nadie aquí, y mañana, antes de partir, me gustaría presentarme ante tu madre.
Iván la miró, sorprendido por su determinación, pero al mismo tiempo, sintió un calor reconfortante al saber que ella deseaba compartir el peligro y la incertidumbre que el futuro les deparaba. Le dio una suave sonrisa mientras tomaba una de sus manos, entrelazando sus dedos con los de ella.
—Está bien, Sarah —respondió Iván suavemente, acariciando su mejilla con el pulgar—. Hablaremos con mi madre por la mañana.
Con esa promesa hecha, Iván cerró los ojos, permitiéndose descansar por fin.