El amanecer trajo consigo una atmósfera de resplandor dorado que bañaba la habitación, iluminando los vestigios de la noche pasada. Iván despertó, todavía sumergido en la niebla del sueño, sintiendo el calor de Sarah a su lado. Su mano, delicada y experta, acariciaba suavemente su miembro, provocando un escalofrío que recorrió su cuerpo.
—Buenos días, mi señor —susurró Sarah, su voz cargada de seducción mientras se inclinaba para rozar su oreja con sus labios—. Espero que hayas dormido bien.
La visión de Sarah, con el cabello despeinado y el rostro aún enrojecido por las pasiones de la noche anterior, reavivó el deseo en Iván. Su miembro, bajo las caricias de Sarah, se endureció rápidamente, respondiendo al llamado del placer.
—Sarah —murmuró Iván, todavía somnoliento, su mente recorriendo los recuerdos de lo que había sucedido entre ellos. La intensidad de la experiencia lo había dejado atónito, pero el deseo que sentía en ese momento era innegable.
Sarah notó su vacilación y, sin esperar respuesta, lo besó suavemente, uniendo sus labios en un gesto cargado de afecto y lujuria. Su lengua encontró la de él, y emitió un suave gemido mientras su mano continuaba estimulándolo, devolviéndolo al presente con una ola de excitación.
—Me alegra verte despierto, mi señor —ronroneó ella, con la voz llena de deseo—. ¿Listo para otra ronda?
Sus ojos, de un rojo intenso, se encontraron con los de Iván, llenos de promesas. Se apretó más contra él, permitiendo que sus pechos se rozaran contra su torso, su piel cálida y suave encendiendo una chispa en Iván que se propagó como fuego.
Sin poder resistir más la tentación, Iván la acercó a él, recorriendo su piel con las manos mientras la besaba con pasión. El toque de su cuerpo, la respuesta de sus labios, todo se combinaba en un torbellino de deseo crudo y urgente. La luz del amanecer acariciaba sus formas entrelazadas, destacando cada curva y músculo, convirtiendo la escena en una danza de pasión pura.
Mientras el beso se profundizaba, Iván dejó que sus manos exploraran el cuerpo de Sarah, ahuecando sus redondas y firmes nalgas con un deseo renovado. La sensación de su carne bajo sus dedos lo llenó de una energía salvaje, y cada toque suyo provocaba un gemido en Sarah que alimentaba su lujuria.
La pasión entre ellos era palpable, una fuerza imparable que los consumía. Sarah, al sentir su entusiasmo, respondió de la misma manera, recorriendo su espalda con las manos, arañándolo suavemente, dejándose llevar por el deseo que fluía entre ellos.
—Ven, mi señor —susurró Sarah, sus labios rozando el cuello de Iván, sus palabras cargadas de promesas—. Déjame mostrarte cómo una verdadera mujer ama a un hombre.
El susurro seductor de Sarah fue la chispa que prendió el fuego en el interior de Iván. Con un gruñido bajo, la atrajo hacia él, capturando sus labios en un beso feroz y apasionado, mientras la urgencia crecía en su interior.
El cuerpo de Iván temblaba de necesidad, su erección dolía de anticipación mientras sus manos agarraban las caderas de Sarah, guiándola para que se acomodara sobre él. El calor de su entrada apenas rozando la punta de su pene hizo que ambos gimieran en unísono, sus cuerpos completamente sincronizados en su deseo mutuo.
Sarah, sonriendo maliciosamente, se frotó contra él, sus dedos recorriendo su clítoris mientras sus gemidos llenaban la habitación.
—¿Estás listo para mí, mi señor? —susurró, con la voz cargada de lujuria.
Iván asintió, su cuerpo temblando de anticipación. Con una sonrisa suave, Sarah se bajó lentamente sobre él, su coño lo envolvió en un calor apretado que lo hizo gemir de placer.
Cada movimiento de Sarah lo acercaba más al límite, y cuando finalmente lo tomó por completo, se inclinó hacia él, sus pechos rozando su pecho, mientras sus labios se encontraban en un beso abrasador. Sus cuerpos, entrelazados en una danza de pasión desenfrenada, se movían al unísono, cada gemido, cada suspiro, un testimonio de la intensidad de su deseo.
La luz de la mañana continuó filtrándose a través de las cortinas, bañándolos en un resplandor dorado mientras se entregaban completamente al placer que los envolvía. Cada movimiento, cada caricia, era un recordatorio del deseo que los unía, una fuerza que los empujaba a explorar los límites de su conexión, perdiéndose juntos en el abismo del placer puro.
Sarah comenzó a moverse lentamente, cada movimiento de sus caderas parecía deliberado, diseñado para encender el deseo de Iván. Sus gemidos se entrelazaban con los de él, creando una melodía sensual que llenaba la habitación. Iván podía sentir la presión creciente en su bajo vientre, cada embestida lo llevaba más cerca del borde, pero no tenía prisa. Se deleitaba en la sensación de su miembro deslizándose dentro de ella, en la forma en que su cuerpo respondía al suyo, entregándose completamente a la danza del placer.
El calor en la habitación aumentaba, el aire se volvía denso con la mezcla de sus respiraciones, y pronto, sus movimientos se volvieron más urgentes. La necesidad cruda y primitiva de poseerse mutuamente se apoderó de ellos, y el ritmo de sus cuerpos cambió. Las caderas de Iván comenzaron a moverse con más fuerza, con más intención, empujando hacia adelante con una fuerza que hacía que el lecho crujiera bajo ellos. Los sonidos de sus cuerpos chocando resonaban en la habitación, acompañados por el eco de sus gemidos y gruñidos.
Los pechos de Sarah rebotaban con cada embestida, sus pezones endurecidos rozaban el torso de Iván, enviando oleadas de placer a través de su cuerpo. Sus uñas se clavaban en su espalda, dejando rastros de fuego a su paso, mientras sus piernas se envolvían alrededor de su cintura, incitándolo a ir más profundo, a tomar más de ella. El sudor perlaba sus cuerpos, haciéndolos resbalar suavemente el uno contra el otro, intensificando la sensación de sus pieles tocándose.
Los ojos de Iván se clavaron en los de Sarah, perdiéndose en ese abismo de deseo que ardía en su mirada. Sus ojos, de un rojo profundo y oscuro, lo miraban con una mezcla de lujuria y desafío, como si lo retara a llevarla aún más al límite. Tomó el control, girándola con un movimiento firme hasta que quedó boca arriba bajo él. Sujetó sus muñecas por encima de su cabeza, atrapándola con una fuerza que no dejaba lugar a dudas de quién dominaba en ese momento. El cuerpo de Sarah se arqueó hacia él, su espalda curvándose como si buscara desesperadamente el contacto con su piel, deseando sentirlo más cerca, más profundamente.
La visión de ella, tendida y expuesta, su cuerpo resbaladizo por el sudor, vulnerable y al mismo tiempo lleno de una fuerza inquebrantable, despertó en Iván una sensación de poder que lo embriagó. Se sentía invencible, como si en ese momento no hubiera nada que no pudiera lograr, ninguna fortaleza que no pudiera conquistar. Con cada embestida, esa sensación de dominio crecía, se expandía, hasta que lo consumió por completo. Sus movimientos se volvieron más rápidos, más intensos, cada uno de ellos cargado con la urgencia de un deseo que no podía ser satisfecho con facilidad.
Los gemidos de Sarah se volvieron más fuertes, cada sonido escapando de sus labios era una mezcla de placer y súplica. Su cuerpo se sacudía contra el de Iván, sus piernas se apretaban con fuerza alrededor de su cintura, como si intentara fusionarse con él, como si no pudiera soportar la idea de separarse. Sus gritos de placer resonaron en la habitación, un canto a la pasión desenfrenada que los consumía a ambos. Iván sintió que su propio control se desmoronaba, la intensidad de la situación lo arrastraba hacia un clímax inminente. Con un gruñido gutural, dejó escapar toda la tensión acumulada, su cuerpo tembló mientras se liberaba en el interior de Sarah, llenándola con su semilla caliente.
Pero no se detuvo ahí. Aun con el clímax recorriendo su cuerpo, Iván continuó moviéndose, sus caderas empujando con un ritmo desenfrenado. Los sonidos que producían eran más lascivos, más crudos, como si su deseo no pudiera ser saciado, como si cada embestida solo alimentara su ansia de más. Sentía su miembro erecto palpitando dentro de ella, su corazón latía con tal fuerza que parecía a punto de estallar en su pecho, su respiración era un torbellino de jadeos entrecortados, y su rostro, tenso por la intensidad de la experiencia, reflejaba una mezcla de placer y agonía.
Sarah, sintiendo el calor de su semilla llenándola, gimió con un sonido profundo y animal. Su cuerpo todavía temblaba por su propio clímax, pero la sensación de Iván continuando, sin cesar, le provocaba nuevas oleadas de placer que la dejaban al borde del desmayo. Sus uñas se hundieron aún más en la espalda de Iván, dejando marcas rojas en su piel, mientras sus piernas se mantenían firmemente envueltas alrededor de su cintura, como si no quisiera que él se apartara ni por un segundo. Cada embestida la acercaba a otro orgasmo, y podía sentir su mente nublarse con la sobrecarga de sensaciones, el éxtasis compartido era tan abrumador que apenas podía pensar.
Sus cuerpos, ahora completamente empapados en sudor, continuaban su danza frenética. Los gruñidos y gemidos llenaban la habitación, creando una sinfonía de pasión desenfrenada que resonaba en las paredes. Iván, atrapado en las garras de un deseo que no podía controlar, se movía con un ritmo instintivo, casi animal, guiado por una lujuria pura y sin adulterar que corría por sus venas como fuego líquido.
Mientras continuaba dominándola, Iván sintió los signos familiares de otro orgasmo creciendo dentro de él. Su miembro pulsaba con cada embestida, su cuerpo temblaba con una anticipación que bordeaba lo insoportable, y su mente se perdía en la intensidad de la experiencia. Sarah, sintiendo el renovado vigor de sus embestidas, gimió y jadeó aún más fuerte, su cuerpo sensible por el placer se rendía completamente al suyo, aceptando cada embestida con un deleite casi doloroso.
Finalmente, incapaz de contenerse más, Iván dejó escapar un rugido gutural que resonó por toda la habitación. Su cuerpo se tensó mientras se liberaba una vez más, la sensación de su semilla derramándose en Sarah por segunda vez esa mañana lo hizo estremecer hasta la médula. La sensación era abrumadora, tanto física como emocionalmente, y el placer lo recorrió en oleadas, dejándolo sin aliento.
Cuando la intensidad del orgasmo comenzó a desvanecerse, Iván se desplomó de costado, con el pecho agitado y el cuerpo cubierto de sudor. Se estiró para rodear a Sarah con sus brazos, abrazándola con una ternura que contrastaba con la intensidad de su encuentro. La habitación, que momentos antes había estado llena de los sonidos de su pasión desenfrenada, ahora estaba sumida en un silencio pesado, roto solo por las suaves y agitadas respiraciones de los dos amantes entrelazados.
Sarah, todavía sintiendo el resplandor de su propio orgasmo, yacía en los brazos de Iván, con el cuerpo cálido y satisfecho. Sus ojos, cargados de lujuria y malicia, lo miraban con una pequeña sonrisa diabólica en los labios.
—Mi señor —susurró, su voz suave y lánguida, cargada de satisfacción—, veo que te enseñé bien, pero no sabía que te convertirías en una bestia.
Iván, aún jadeando, sintió una nueva chispa de deseo encenderse en su interior ante sus palabras. Pero antes de que pudiera responder, Sarah se levantó de la cama con la gracia de una pantera, sus movimientos eran fluidos y llenos de una energía renovada. Se puso a cuatro patas sobre la cama, arqueando su espalda de manera provocativa, su cuerpo ondulaba como un felino.
—Vamos, mi señor —ronroneó Sarah seductoramente, su voz era un susurro cargado de promesas—. Reclamame como a una bestia.
Iván, aún respirando con dificultad, observó a Sarah con una mezcla de satisfacción y asombro. La intensidad de la pasión que había experimentado con ella era algo completamente nuevo, una fuerza cruda y desenfrenada que lo había atrapado en una red de deseo que apenas comprendía. Mientras su pecho subía y bajaba con cada respiración, se dio cuenta de que esa mujer había despertado algo en él, una faceta que desconocía y que lo cautivaba de manera profunda.
Cuando Sarah se puso a cuatro patas, una chispa de interés volvió a encenderse en Iván. La forma en que ella se movía, la suavidad de sus caderas balanceándose, el ligero vaivén de sus pechos... todo en ella lo atraía como un imán. El deseo volvió a encenderse en su interior, y su miembro comenzó a agitarse una vez más, respondiendo instintivamente a la visión provocadora que tenía frente a él.
Una sonrisa burlona se dibujó en los labios de Iván mientras se deleitaba con la imagen de Sarah en esa posición sumisa y seductora. La bestia que ella había desatado dentro de él rugía, exigiendo más. Se acercó a ella, sus manos fuertes agarrando con firmeza sus caderas, mientras su erección presionaba contra la entrada de Sarah. Con un ronroneo profundo y lleno de deseo, Iván murmuró:
—Tienes razón, Sarah. Soy una bestia cuando se trata de ti.
La punta de su miembro rozó los pliegues de Sarah, provocándola mientras su cuerpo se tensaba de anticipación. Con un gruñido bajo y primitivo, Iván empujó dentro de ella, sintiendo cómo su calidez lo envolvía por completo. El ritmo de sus embestidas comenzó lento, deliberado, cada movimiento calculado para maximizar el placer de ambos. Sus ojos estaban fijos en el trasero de Sarah, observando cómo se balanceaba con cada embestida, un espectáculo que avivaba su deseo hasta el borde de la locura.
La sensación de estar dentro de ella, de sentir su calor húmedo y acogedor, era embriagadora. Iván se maravillaba ante la forma en que su cuerpo respondía al suyo, cómo se amoldaba a cada movimiento, cómo le permitía perderse en el torbellino de sensaciones que ella provocaba. A medida que su excitación crecía, su ritmo se aceleró, las embestidas se volvieron más duras y profundas, su cuerpo palpitaba con la necesidad de reclamarla una y otra vez.
Sarah, sintiendo el renovado vigor de Iván, gimió y jadeó, su cuerpo aún sensible por los encuentros anteriores. La idea de tenerla temblando debajo de él, sus deseos entrelazados con los suyos, provocó escalofríos de placer que recorrían la columna vertebral de Iván. La habitación se llenó con los sonidos de sus cuerpos chocando, una sinfonía de gemidos, gruñidos y jadeos que reflejaban la pasión desenfrenada que compartían.
Iván apretó las nalgas de Sarah posesivamente, sus manos grandes y fuertes sintiendo el calor y la suavidad de su piel. El ritmo de sus embestidas se intensificó, cada movimiento estaba cargado de la urgencia de satisfacer el deseo que ardía dentro de él. La sensación de su cuerpo amoldándose al suyo, de su calor envolviéndolo, era abrumadora, y podía sentir cómo se acercaba al clímax con cada embestida.
El sonido de sus cuerpos chocando resonaba en el cuarto, una sinfonía de placer desenfrenado, mientras Iván continuaba embistiéndola con creciente intensidad. La habitación se llenó con el eco de sus gemidos y gruñidos, y la mente de Iván se nubló por el éxtasis que se apoderaba de él. Podía sentir el familiar ascenso de otro orgasmo, su cuerpo temblando con cada embestida, su deseo de reclamarla era incontrolable.
Sin embargo, justo en el punto álgido de su pasión, la puerta se abrió de golpe, y la figura imponente de la dueña y recepcionista del día anterior apareció. Natali, una mujer de belleza deslumbrante y presencia dominante, entró en la habitación. Su piel de un tono canela profundo brillaba bajo la luz, acentuada por los destellos dorados de las joyas que adornaban su cuerpo, cuerpo que estaba cubierto por solo por una bata de seda que caía con gracia de los hombros de Natali dejaba al descubierto su figura voluptuosa, en especial sus enormes pechos con grandes pezones oscuros. Sus ojos dorados, intensos y astutos, observaban la escena con una mezcla de satisfacción y severidad.
El deseo se agitó en Iván una vez más, su respiración se volvió errática, y su miembro palpitaba de nuevo, esta vez por la impactante visión de Natali. Nunca había visto a una mujer como ella, y no pudo evitar sentirse cautivado, casi hipnotizado por su presencia. Mientras aún sujetaba las nalgas de Sarah, Iván se encontró dividido entre la intensidad de su deseo por la mujer en la que estaba dentro y la misteriosa atracción que sentía hacia Natali.
Natali sonrió con picardía al ver la escena frente a ella, una sonrisa que parecía estar llena de conocimiento y malicia. Su mirada intensa se posó en Iván, como si pudiera leer sus pensamientos más profundos.
—Veo que disfrutas de la compañía de Sarah, mi señor —dijo Natali con voz suave y seductora, su tono lleno de insinuaciones.
Iván no pudo responder de inmediato, todavía sorprendido por su presencia. Sarah, por su parte, gimió suavemente, moviendo sus caderas al ritmo de las embestidas de Iván, como si la interrupción no hubiera ocurrido.
—Y tú también, Sarah —continuó Natali, dirigiendo una mirada cómplice a la mujer debajo de Iván—. ¿Hiciste lo que te pedí con el joven señor?
Sarah gimió en respuesta, levantando su rostro hacia Natali mientras sus caderas continuaban moviéndose al ritmo de Iván. —Por supuesto que sí, ¿no lo ves? Me ha tomado, me ha reclamado, y ahora pertenezco a él. Lo siento, Natali, pero he encontrado un lugar mejor junto a mi señor.
Natali esbozó una sonrisa de satisfacción, observando cómo Iván finalmente se rendía al clímax que había estado reprimiendo, soltando una espesa carga dentro de Sarah. La habitación quedó en silencio, solo roto por la respiración agitada de ambos, mientras el eco del momento aún resonaba en sus cuerpos.
Con la misma elegancia con la que había entrado, Natali se acercó un poco más, sus ojos dorados, como los de una fiera calculadora, se fijaron en los de Iván. Su voz, suave pero cargada de una autoridad innegable, resonó en la habitación.
—Parece que el lindo y tímido señor ha tomado el aire de un hombre —murmuró Natali, su tono juguetón ocultando una intensidad profunda—. Tanto que me quiere quitar a una de mis mejores chicas.
Sin previo aviso, Natali extendió la mano, sus dedos acariciando suavemente el rostro de Iván antes de empujarlo con gentileza hacia la cama. Iván, aún en un estado de euforia mezclado con asombro, se dejó llevar por el contacto de aquella mujer. La firmeza en sus movimientos, combinada con la suavidad de su toque, lo desarmó por completo.
Mientras Iván caía sobre la cama, Natali mantuvo su mirada fija en él, su figura imponente y sus ojos dorados dominando la escena. Se acercó lentamente, sus caderas moviéndose con una gracia hipnótica, como si cada paso estuviera calculado para intensificar la tensión que se sentía en el aire.
—No te preocupes, Sarah no va a ningún lado —continuó Natali, su voz suave, casi un susurro—. Pero dime, joven señor, ¿acaso tienes el deseo de más?
Iván, atrapado entre la sensación de control que había sentido con Sarah y la nueva sumisión ante Natali, apenas podía procesar lo que estaba sucediendo. Su cuerpo aún vibraba con la reciente oleada de placer, pero sus ojos no podían apartarse de la imponente figura que ahora se erguía sobre él.
Natali, sin perder un ápice de su dominio, se inclinó sobre Iván, su cabello oscuro cayendo en suaves ondas alrededor de su rostro. Sus manos, cálidas y firmes, recorrieron su pecho, explorando cada músculo tenso, cada rincón que aún latía con la energía de lo que acababa de suceder.
—¿Qué dices, Iván? —susurró Natali, su aliento cálido rozando su oído mientras sus labios se curvaban en una sonrisa—. ¿Estás listo para ser saciado?
Iván, todavía sintiendo los ecos del clímax recorrer su cuerpo, apenas podía controlar el sonrojo que se extendía por su rostro. La presencia dominante de Natali lo envolvía como una sombra, intensificando cada uno de sus sentidos. Con cada palabra que intentaba formular, su voz temblaba, revelando una mezcla de timidez e inexperiencia que no podía ocultar. La propuesta de Natali, su presencia arrolladora y la promesa implícita en sus palabras, envolvieron a Iván en una nube de deseo y curiosidad. Aunque su cuerpo había alcanzado su límite, su mente, y algo más profundo dentro de él, anhelaba descubrir hasta dónde podría llevarlo esta nueva experiencia.
—S-sí —susurró, con su mirada tratando de esquivar la intensidad de los ojos dorados de Natali, solo para encontrarse regresando a ellos, como si estuviera atrapado en su poder.
Natali observó cada matiz de su respuesta, su sonrisa se amplió, cargada de una comprensión profunda y un control que parecía inquebrantable. Se acercó más, y con una calma premeditada, deslizó su mano por el torso de Iván. El contacto fue como un latigazo eléctrico, provocando que un escalofrío le recorriera la columna.
—Me alegra que quieras aprender, mi señor —murmuró con voz baja y seductora, mientras su mano descendía y tomaba su miembro todavía sensible—. Vaya, tienes una buena herramienta, y aún eres tan joven...
La mano de Natali comenzó a moverse con una destreza que hablaba de años de experiencia. Iván sintió su cuerpo reaccionar, estremeciéndose bajo el dominio de esa mujer que parecía capaz de moldear sus deseos a su antojo. Su mente, nublada por la mezcla de vergüenza y placer, apenas podía procesar la situación, mientras sus caderas comenzaban a responder instintivamente al ritmo que ella marcaba.
Natali mantuvo su mirada fija en él, su expresión era la de una maestra satisfecha con su pupilo. Sin dejar de masturbarlo, dirigió su atención hacia Sarah, que observaba la escena con los ojos entrecerrados por la fatiga y el placer residual.
—Sarah, si es verdad que nuestro guapo y joven heredero te quiere como su mujer, sal de esta habitación. Date un baño y empaca tus cosas. Terminaré de saciar a nuestro señor —ordenó Natali con una autoridad que no admitía réplica.
Sarah, aunque claramente agotada, asintió con la cabeza, levantándose con lentitud y una ligera vacilación en su andar. Con una última mirada a Iván, se dirigió hacia la puerta, su cuerpo aún tembloroso por el encuentro previo.
Iván observó cómo Sarah se alejaba, su mente todavía atrapada entre la confusión y el deseo. Antes de que pudiera reaccionar, Natali lo empujó suavemente hacia la cama, sus labios rozando los de él en un susurro cargado de promesas.
—Ahora, mi señor, permíteme mostrarte cómo se sacia completamente a un hombre —susurró, su voz envolviéndolo mientras su mano continuaba su lenta tortura.
Iván sintió cómo el peso del cuerpo de Natali lo empujaba suavemente contra la cama. Su corazón latía con fuerza, y cada fibra de su ser estaba atrapada entre la anticipación y la inexperiencia. La manera en que Natali lo miraba, con esos ojos dorados cargados de confianza y conocimiento, lo desarmaba por completo.
Natali deslizó sus labios sobre los de Iván, dejando un rastro de calor que lo encendía desde dentro. Su mano, hábil y experimentada, seguía moviéndose con maestría sobre su miembro, aumentando la presión de manera gradual, haciendo que los músculos de Iván se tensaran con cada caricia. Podía sentir cómo su mente se nublaba, atrapado entre el placer y el deseo de demostrar que podía estar a la altura de las expectativas de Natali.
—Relájate, mi señor —susurró Natali, mientras sus labios descendían por su cuello, dejando una estela de besos ardientes que parecían marcarlo como suyo—. Deja que te guíe, deja que te lleve a donde nunca has estado antes.
Las palabras de Natali lo envolvían como un hechizo, su voz era un suave ronroneo que parecía atravesar sus defensas, dejándolo completamente a su merced. Iván intentó responder, pero sus labios apenas lograron articular un sonido antes de que un gemido ahogado escapara de su garganta, provocado por la creciente intensidad de las atenciones de Natali.
Con un movimiento fluido, Natali cambió de posición, situándose sobre él. Sus pechos, redondos y llenos, se balanceaban ligeramente mientras lo miraba desde arriba, su expresión era la de una cazadora que sabía que había atrapado a su presa. Iván, paralizado entre la fascinación y la devoción, levantó una mano temblorosa para tocarla, pero antes de que pudiera hacerlo, Natali lo detuvo, tomando su muñeca con suavidad, pero con firmeza.
—No tan rápido, mi señor —susurró, inclinándose para que sus labios rozaran la oreja de Iván, su aliento cálido enviando escalofríos por su cuerpo—. Hoy aprenderás que el placer verdadero requiere paciencia.
Sin esperar una respuesta, Natali comenzó a bajar su cuerpo, frotando su piel caliente contra la de Iván, aumentando su excitación con cada centímetro de contacto. Él sentía cómo el calor de Natali irradiaba hacia él, y el deseo que corría por sus venas se hacía casi insoportable.
Finalmente, Natali alineó su entrada con el miembro de Iván, su mirada fija en la suya mientras se preparaba para tomarlo por completo. Iván podía sentir cómo el mundo se detenía en ese momento, su respiración atrapada en su garganta mientras la sensación de su cuerpo envolviendo el suyo lo abrumaba.
Con una lentitud exasperante, Natali descendió sobre él, dejando que su calor lo envolviera por completo. Iván jadeó al sentirla tan íntimamente, su cuerpo se arqueó instintivamente para encontrarse con el suyo, pero Natali mantuvo el control, estableciendo un ritmo lento y deliberado, torturándolo con la dulzura de la espera.
—Así, mi señor... así es como se toma a una mujer —dijo Natali con voz baja y ronca, mientras movía sus caderas en un ritmo hipnótico—. Siente cómo te envuelvo, cómo te poseo... Esta es la danza que aprenderás conmigo.
Iván estaba perdido en la marea de sensaciones, incapaz de procesar nada más que el placer que lo dominaba. Cada movimiento de Natali lo acercaba más al límite, pero ella parecía saber exactamente cómo mantenerlo al borde, sin dejarlo caer.
Natali sonrió con satisfacción al ver a Iván completamente entregado a sus atenciones. Con cada empuje lento y controlado, lo llevaba más allá de lo que había imaginado posible, enseñándole que el placer más intenso venía con la paciencia y el control.
—Confía en mí, Iván... déjate llevar... —susurró Natali, mientras inclinaba su cuerpo hacia él, atrapando sus labios en un beso profundo y demandante, sincronizando el ritmo de sus caderas con la intensidad de sus caricias.
Natali dejó escapar un suspiro profundo y satisfactorio mientras descendía lentamente sobre Iván, su cuerpo se ajustaba perfectamente al suyo, envolviendo su miembro con un calor húmedo y pulsante que lo hizo temblar de placer. La sensación era abrumadora, cada centímetro de su interior lo abrazaba con una mezcla de suavidad y firmeza, como si su cuerpo lo reclamara por completo. Iván podía sentir el roce de su vello púbico, rizado y oscuro, que añadía un nivel adicional de estímulo, una textura que lo conectaba aún más con la cruda realidad de lo que estaba experimentando.
El ritmo de Natali, lento y deliberado, parecía diseñado para mantenerlo en un estado de deseo insaciable, estirando cada momento hasta sus límites, llevándolo al borde del clímax, solo para retirarse y dejarlo en una agonía deliciosa. Sin embargo, mientras la sensación de su cuerpo lo abrumaba, una chispa de determinación comenzó a arder dentro de Iván. Las palabras de Sarah resonaban en su mente: «Él tenía el poder, podía tomar lo que quería, podía hacerlo como deseara».
Con un movimiento repentino y decidido, Iván se apoderó de las caderas de Natali. La sorpresa cruzó brevemente su rostro, pero antes de que pudiera reaccionar, él la giró con fuerza, derribándola sobre la cama, tomando el control de la situación. Su respiración era pesada y su cuerpo vibraba con la adrenalina de su decisión. Sin dudarlo, se inclinó sobre ella, tomando uno de sus grandes pezones oscuros en su boca, chupando y mordisqueando con una mezcla de deseo y desafío.
Natali soltó un gemido grave, una mezcla de sorpresa y placer. Iván sentía su pecho subir y bajar bajo su peso, su respiración se volvía irregular mientras él la tomaba con más fuerza. El control que ella había ejercido con tanta facilidad sobre él comenzaba a desvanecerse mientras Iván encontraba en sí mismo la fuerza para resistir la tentación de someterse por completo.
—No seré dominado tan fácilmente, Natali —murmuró contra su piel, sus palabras salpicadas de la misma determinación que ardía en su interior.
Con cada empuje firme, Iván se aseguraba de marcar su propio ritmo, uno que ya no estaba a merced de la experta seducción de Natali, sino que ahora reflejaba su voluntad de tomar el control. A medida que su cuerpo se movía sobre ella, podía sentir cómo el placer los consumía a ambos, una fuerza incontrolable que lo impulsaba a reclamar lo que sentía que debía ser suyo, no solo en el placer físico, sino en la afirmación de su propio poder y deseo.
Natali, aunque sorprendida por la repentina muestra de control de Iván, no pudo evitar sonreír, una sonrisa cargada de aprobación y lujuria. Iván estaba demostrando que era más que un mero espectador de su propio deseo; estaba dispuesto a tomar lo que quería, a reclamar su lugar como hombre, algo que no solo ella, sino el mundo, debía reconocer.
—Así es, mi señor... —murmuró Natali, su voz ronca y cargada de placer—. Así es como se hace...
Iván, sintiendo la tensión aumentar dentro de él, continuó moviéndose, cada empuje lo acercaba más al clímax. El control que ahora ejercía sobre Natali era embriagador, y cada vez que ella gemía bajo su cuerpo, se sentía más fuerte, más capaz de ser el hombre que Sarah le había dicho que podía ser.
—Pero le enseñaré cómo puede prolongar el orgasmo, mi señor —ronroneó Natali, rodeándolo con sus brazos y elevando sus caderas mientras mantenían la conexión entre sus cuerpos.
Iván sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando Natali se movió con una habilidad experta, controlando el ritmo y la profundidad de sus movimientos. La sensación de su cuerpo apretado contra el suyo, sumado a la fuerza con la que lo mantenía atrapado, lo hizo tambalearse al borde del abismo del placer, pero con una sorprendente destreza, Natali ralentizó sus movimientos, manteniéndolo justo en ese punto sin permitir que cruzara la línea hacia el clímax.
—No se apresure, mi señor —susurró, sus labios rozando la oreja de Iván, su aliento cálido enviando oleadas de placer por su cuerpo—. El verdadero poder reside en la paciencia... en tomar lo que es suyo cuando esté listo, no antes.
Iván, a pesar del deseo abrumador que lo consumía, se encontró siguiendo el ritmo que Natali marcaba, sus movimientos se volvieron más calculados, menos frenéticos. Ella lo guiaba con maestría, sus caderas se movían con una precisión que lo mantenía al borde del éxtasis, sin dejarlo caer por completo.
—Si logra resistir, verá cómo su placer se intensifica, cómo su poder se fortalece —continuó Natali, su voz baja y sensual, mientras sus uñas acariciaban su espalda, dejando pequeñas marcas rojas en su piel.
La tensión dentro de Iván creció con cada segundo que pasaba, su cuerpo luchaba por liberar la energía acumulada, pero la firmeza con la que Natali lo mantenía bajo control lo obligaba a seguir su ritmo. A medida que el tiempo transcurría, Iván comenzó a comprender lo que ella estaba haciendo; al contenerse, al esperar, sentía que su deseo se amplificaba, que su cuerpo respondía con mayor intensidad a cada pequeño estímulo.
—Eso es, mi señor... ahora está aprendiendo —murmuró Natali con una sonrisa que era una mezcla de lujuria y satisfacción.
Finalmente, cuando Iván sintió que ya no podía contenerse más, cuando su cuerpo estaba al borde de la desesperación, Natali cambió el ritmo, acelerando sus movimientos con una fuerza y pasión que lo tomó por sorpresa. El placer lo envolvió como una ola, llevándolo más allá de lo que había experimentado antes, su clímax fue explosivo, arrastrándolo en un torbellino de sensaciones que lo dejó exhausto y tembloroso.
Natali lo sostuvo mientras el clímax se apoderaba de él, sus caderas se movían con precisión, aprovechando cada segundo del momento, y sus ojos dorados observaban con una mezcla de satisfacción y aprobación mientras Iván la llenaba de su espesa semilla. La conexión entre ellos se intensificó con cada latido, con cada oleada de placer que sacudía el cuerpo de Iván, hasta que finalmente todo lo que pudo hacer fue colapsar, exhausto y tembloroso, sobre el cuerpo de Natali.
El sudor cubría su piel, y su respiración era entrecortada, pero dentro de él, algo había cambiado. No solo había experimentado el placer de una manera que jamás había imaginado, sino que también había sentido un poder nuevo y embriagador que emanaba desde lo más profundo de su ser. Un poder que no solo controlaba su cuerpo, sino que también le daba la capacidad de influir en el placer de los demás.
Natali lo observó, satisfecha, dejando que Iván se recuperara mientras ella trazaba suavemente círculos en su espalda con la yema de sus dedos. Su sonrisa era triunfal, pero también había un destello de algo más en sus ojos, algo que reconocía el potencial que ahora había desatado en él.
—Bien hecho, mi señor —murmuró, acercándose para dejar un suave beso en su frente—. Ahora sabe lo que significa tener poder sobre su propio placer, y sobre el de los demás. Este es solo el comienzo, Iván. Hay mucho más que puede aprender... si está dispuesto.
Iván asintió lentamente, aún procesando lo que acababa de experimentar. Su mente estaba nublada por la euforia, pero también estaba despierta con la nueva comprensión que había adquirido. Por primera vez, sentía que podía ser más que el tímido joven que había sido hasta ahora. Podía ser un hombre con control, con poder, y con la capacidad de tomar lo que quisiera, tal como Sarah le había dicho.
Natali lo miró con esa sonrisa suya, sabiendo que había logrado plantar una semilla de confianza en Iván. Sabía que ahora, con el tiempo, esa semilla crecería, transformándolo en alguien capaz de ejercer su dominio de maneras que aún no podía comprender del todo.
—Recuerde, mi señor, el verdadero poder no reside solo en la fuerza —dijo Natali, su voz suave pero firme—. El verdadero poder está en la mente, en el control que tiene sobre sí mismo y sobre los demás. Y usted... tiene todo el potencial para ser verdaderamente poderoso.
Iván, aún jadeando y con su cuerpo empapado en sudor, se quedó en silencio, asimilando sus palabras. Sabía que lo que Natali había dicho era cierto, y aunque aún le quedaba mucho por aprender, por primera vez en su vida, sentía que estaba en el camino correcto.
Iván, todavía jadeando y sintiendo cada latido de su corazón resonar en su cuerpo agotado, permaneció en silencio mientras las palabras de Natali se filtraban en su mente. La euforia del momento lo había dejado aturdido, y la certeza de lo que acababa de experimentar lo llenaba con una mezcla de satisfacción y una nueva conciencia de su propio poder.
Natali, observando cómo Iván procesaba todo, dejó escapar una risa suave y seductora, sus ojos dorados centelleando con una mezcla de picardía y satisfacción.
—Pero no se preocupe, mi señor, es joven y tiene todo el tiempo del mundo para aprender y disfrutar —dijo, su voz llena de una sensualidad que parecía envolverlo completamente—. Y recuerde, siempre puede venir aquí cuando le plazca. Además, ya tiene a su primera mujer. Así que no se preocupe demasiado, solo disfrute de las sensaciones de follar.
Natali se levantó con una gracia felina, dejando que su figura completamente desnuda se revelara ante él. Su cuerpo era una obra de arte en sí mismo, cada curva, cada centímetro de su piel parecía haber sido esculpido para el placer, y la mirada sugerente que le lanzó a Iván fue una invitación más tentadora de lo que cualquier palabra podría haber sido.
—Venga, mi señor —continuó Natali, extendiendo una mano hacia él—. Lo llevaré a un baño para que se relaje y, si lo desea, puedo llamar a algunas de mis chicas para que lo acompañen. O, si lo prefiere, podría ser yo quien le dé más placer.
Mientras Iván se esforzaba por encontrar las palabras, la mirada paciente de Natali le daba el tiempo necesario para decidir. En medio de su confusión y recién descubierta resolución, la presencia de Natali era tanto un refugio como un recordatorio del poder que ella ejercía sobre él. Esa dualidad lo hizo sentir tanto liberado como cautivo, pero supo que, en ese momento, era ella quien le ofrecía el espacio para definir su propio camino.
Finalmente, respiró hondo, intentando mantener la compostura mientras la intensidad de la experiencia aún lo recorría. La determinación que había empezado a florecer dentro de él lo empujó a hablar.
—Yo... contigo estoy satisfecho —dijo Iván, su voz aún temblorosa pero con una nueva resolución.
Natali sonrió, una sonrisa que destilaba satisfacción y un conocimiento íntimo de lo que había logrado. Con movimientos suaves y seguros, lo ayudó a levantarse de la cama, sus manos firmes y expertas guiándolo. Mientras caminaban juntos hacia el baño, Iván no pudo evitar notar cómo Natali movía seductoramente las caderas, un gesto tan natural como deliberado, diseñado para mantenerlo atrapado en la mezcla de placer y deseo que ella había desatado en él.
A medida que avanzaban, el ambiente en el establecimiento cambiaba. Otras mujeres, que habían permanecido en las sombras, comenzaron a levantarse, sus cuerpos desnudos y perfectos reflejando la luz tenue que iluminaba la habitación. La vista que se desplegó ante Iván fue abrumadora; los cuerpos de estas mujeres eran un despliegue de sensualidad y erotismo, cada una de ellas moviéndose con una gracia que solo exacerbaba su atractivo.
Algunas lo miraban con una lujuria evidente en sus ojos, sus miradas cargadas de un deseo palpable que hacía que su corazón latiera con más fuerza. Otras, más atrevidas, no dudaron en mostrarle sus pechos, sus manos deslizando suavemente sobre su piel, mientras sus ojos lo devoraban, prometiendo placeres aún por descubrir. El ambiente era un hervidero de insinuaciones y propuestas no expresadas, una tormenta de erotismo que lo envolvía por completo.
Iván sintió una oleada de calor recorrer su cuerpo, un renovado deseo encendiéndose en su interior. A pesar de la satisfacción que acababa de experimentar con Natali, la visión de estas mujeres, todas ellas dispuestas y ansiosas, le hizo comprender la magnitud del poder que podía tener, no solo sobre su propio placer, sino también sobre el de los demás. Sin embargo, a pesar de la tentación que lo rodeaba, su mirada volvió a centrarse en Natali, quien, consciente de todo lo que sucedía a su alrededor, mantenía una sonrisa tranquila y conocedora.
Natali, notando su reacción, se detuvo brevemente, permitiendo que Iván procesara todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Sin embargo, su voz suave y firme lo ancló de nuevo a la realidad.
—Recuerde, mi señor, el poder no reside solo en lo que puede tomar, sino en lo que decide hacer con ello —murmuró, sus palabras resonando en el aire cargado de deseo.
Con esas palabras, Natali lo condujo finalmente al baño. Al entrar, Iván no pudo evitar notar que, aunque no era tan grandioso como los baños de su hogar, aún emanaba un aire de lujo y cuidado. Las paredes estaban adornadas con azulejos de mármol oscuro, y una gran bañera de cobre se encontraba en el centro de la habitación, llena de agua humeante y perfumada con esencias que impregnaban el aire de una fragancia embriagadora. Velas esparcidas por el espacio proyectaban una luz cálida y tenue, creando un ambiente íntimo y relajante.
El suelo de piedra pulida estaba adornado con alfombras suaves, y junto a la bañera había toallas de lino blanco impecablemente dobladas. Un gran espejo de bronce colgaba en una de las paredes, reflejando la figura de ambos, recordándole a Iván la experiencia que acababa de vivir y el impacto que había dejado en él.
Natali se acercó a la bañera, sumergiendo una mano en el agua para probar su temperatura antes de volverse hacia Iván con una sonrisa complacida.
—El agua está perfecta, mi señor —dijo, invitándolo a entrar con un gesto suave.
Iván, aún envuelto en la mezcla de sensaciones que lo habían acompañado desde la habitación, asintió lentamente. Sin quitar la vista de Natali, se acercó a la bañera y, con un suspiro de alivio, se deslizó en el agua caliente. La calidez lo envolvió, relajando sus músculos tensos y ayudándolo a calmar la tormenta de pensamientos que aún giraba en su mente.
Natali, observando cómo Iván se sumergía en el agua, se despojó lentamente de la prenda que aún llevaba, revelando de nuevo su figura perfecta. Se acercó a la bañera y, sin decir una palabra, se metió junto a él. El agua salpicó suavemente mientras Natali se acomodaba, su cuerpo rozando el de Iván de manera intencionada, manteniendo el aire cargado de tensión erótica.
—Relájese, mi señor —murmuró ella, tomando una esponja suave y comenzando a lavar su cuerpo con delicados movimientos—. Permita que el agua se lleve todo el cansancio... y si desea más placer, solo tiene que pedirlo.
Mientras hablaba, sus manos se movían con una experiencia palpable, sus caricias combinando la firmeza de la limpieza con la suavidad del placer, manteniendo a Iván en un estado de alerta y relajación al mismo tiempo.
Pronto, Natali, con una sonrisa juguetona y una mirada cargada de deseo, se movió con gracia, posicionándose sobre Iván en la bañera. Su piel húmeda y cálida rozó la de él, y antes de que Iván pudiera procesarlo completamente, sintió cómo el suave roce de su miembro se encontraba con la cálida y húmeda entrada de Natali. El contacto fue electrizante, enviando una oleada de placer que recorrió su cuerpo desde la base de su columna hasta la nuca.
Natali dejó escapar un suspiro de satisfacción, mientras se acomodaba lentamente sobre él, permitiendo que su coño rozara provocadoramente el endurecido miembro de Iván, sin apresurarse a tomarlo por completo. La fricción suave y deliberada era un recordatorio del control que ella aún mantenía, un control que él mismo había comenzado a experimentar pero que aún no dominaba del todo.
Sus caderas se movieron de manera calculada, deslizándose hacia adelante y hacia atrás, provocando y aumentando el deseo en cada contacto. El agua de la bañera se agitaba a su alrededor, creando pequeñas ondas que reflejaban la luz de las velas, mientras Natali mantenía sus ojos dorados fijos en los de Iván, observando cada una de sus reacciones con una mezcla de lujuria y satisfacción.
Iván, sintiendo el calor que irradiaba del cuerpo de Natali y la tensión acumulándose en su bajo vientre, se aferró a sus caderas con una mezcla de necesidad y determinación. La sensación de su coño, suave pero firme, rozando su miembro, lo estaba llevando al borde de la locura, deseando más pero a la vez cautivado por la lenta tortura que ella le infligía. Su respiración se volvió más rápida, y sus dedos se clavaron ligeramente en la carne de Natali, indicándole su creciente deseo de tomar el control y culminar el encuentro en un crescendo de placer.
Pero Natali, siempre en control, simplemente sonrió, inclinándose hacia él para susurrarle al oído, su aliento cálido y dulce acariciando su piel.
—No tenga prisa, mi señor. El placer es más intenso cuando se saborea... y yo quiero disfrutar cada segundo contigo.
Sus palabras, cargadas de promesa y seducción, hicieron que la mente de Iván se nublara aún más, mientras el calor de sus cuerpos continuaba entrelazándose en una danza lenta y sensual, atrapados en una burbuja de deseo y placer creciente, donde el tiempo parecía detenerse, y todo lo que existía era el roce íntimo y provocador entre ellos.
Natali, al ver cómo Iván se estremecía bajo su control, decidió darle un momento de respiro, levantándose ligeramente para dejar que el agua caliente se deslizara entre sus cuerpos antes de volver a presionarse contra él. Este juego de subidas y bajadas, de acercarse y alejarse, era una tortura placentera que mantenía a Iván al borde del clímax sin permitirle llegar a él. Cada vez que sentía que estaba a punto de perderse en la vorágine del orgasmo, Natali se retiraba, provocando que su deseo se intensificara aún más.
Finalmente, después de lo que le pareció una eternidad de anticipación, Natali permitió que su coño lo envolviera completamente. El calor y la firmeza lo tomaron de sorpresa, y un gemido gutural escapó de sus labios mientras sentía cómo el placer lo envolvía. Natali, notando la reacción de Iván, comenzó a moverse con un ritmo lento pero constante, subiendo y bajando sobre él con una habilidad que demostraba su experiencia.
Cada movimiento de sus caderas era calculado para maximizar el placer, y el roce de sus cuerpos bajo el agua caliente intensificaba las sensaciones. El vello púbico de Natali rozaba suavemente la base del miembro de Iván, añadiendo una textura extra a la experiencia que lo hacía perder el sentido del tiempo y el espacio. Todo su ser estaba concentrado en el lugar donde sus cuerpos se unían, en la calidez y la suavidad que lo envolvían, en el placer que lo arrastraba cada vez más hacia el abismo.
Natali, sintiendo cómo el cuerpo de Iván comenzaba a tensarse bajo ella, aceleró sus movimientos, inclinándose hacia adelante para susurrarle al oído mientras se movía con más fuerza y determinación.
—Déjate llevar, mi señor —murmuró, su voz entrecortada por el placer que también ella estaba experimentando—. Déjame mostrarte cómo se siente cuando tomas el control por completo.
Sus palabras encendieron algo dentro de Iván. Sin pensarlo dos veces, la tomó de las caderas con una fuerza renovada y, en un movimiento decidido, la tumbó contra el borde de la bañera. Ahora era él quien llevaba el ritmo, moviéndose con más fuerza y rapidez, sus embestidas llenas de la determinación de tomar el control de la situación.
Natali, sorprendida pero complacida por este cambio, dejó escapar un gemido de placer mientras sus uñas se clavaban en la espalda de Iván. Cada embestida lo acercaba más al clímax, y el sonido de sus cuerpos chocando resonaba en la habitación, mezclándose con los jadeos y gemidos que llenaban el aire cargado de vapor y deseo.
Iván, sintiendo cómo el placer alcanzaba su punto máximo, soltó un gruñido de satisfacción mientras sus movimientos se volvían más erráticos y desesperados. Finalmente, en una última embestida, sintió cómo el orgasmo lo arrastraba, su cuerpo sacudido por espasmos de placer mientras se derramaba dentro de Natali, llenándola con su semilla caliente.
Natali, sintiendo el calor de Iván dentro de ella, sonrió con una satisfacción profunda, mientras su cuerpo también se estremecía en un clímax que la dejó temblando bajo él. Lo sostuvo firmemente, sus cuerpos entrelazados, mientras ambos jadeaban, recuperándose de la intensa experiencia que acababan de compartir.
El agua a su alrededor seguía agitándose suavemente, y la habitación estaba en silencio, solo roto por los suspiros y respiraciones entrecortadas. Natali acarició suavemente la espalda de Iván, su tacto ahora lleno de una ternura que contrastaba con la intensidad de los momentos anteriores.
—Eso es, mi señor... —susurró al oído de Iván, mientras dejaba un suave beso en su cuello—. Ahora sabe lo que significa tomar el control.
Después de ese intenso momento, Natali mantuvo su postura atenta y cuidadosa, ayudando a Iván a limpiarse con una suavidad inesperada. El agua, que había estado caliente y reconfortante al principio, comenzaba a enfriarse, señalando que era hora de salir de la bañera. Sin perder su compostura, Natali llamó a algunas de sus mujeres, que entraron en la habitación con toallas y ropas suaves para secarlos.
Las mujeres que entraron en la habitación eran tan bellas como Natali, con cuerpos esbeltos y miradas seductoras que no ocultaban su interés en Iván. Sin embargo, todas mantuvieron una actitud respetuosa, ayudando a secar sus cuerpos con delicadeza mientras Natali permanecía cerca, observando a Iván con una mezcla de curiosidad y afecto.
Una vez que ambos estuvieron secos y vestidos con ropas ligeras, Natali se acercó a Iván, su voz suave y sin rastro de reproche.
—Mi señor, si no es mucha molestia, ¿podría decirme por qué tomó a Sarah como suya? —preguntó, su tono cargado de una genuina curiosidad y sin ninguna intención de juzgarlo.
Iván, aún sintiendo la adrenalina del momento anterior, tardó un instante en procesar la pregunta. Notó que, aunque la pregunta de Natali parecía inofensiva, había un trasfondo en ella. La pregunta no parecía un reproche por haberle quitado a una de sus trabajadoras, sino una verdadera curiosidad sobre sus razones.
Sus pensamientos volvieron a la mirada de Sarah cuando la había tomado, la vulnerabilidad y la confianza en sus ojos. Había algo en ella que había despertado un impulso profundo en él, un deseo de demostrar algo, tanto a ella como a sí mismo. Había sido un momento en el que había sentido que tenía el poder, que podía ser el hombre que todos esperaban que fuera.
Iván tomó una bocanada de aire, sintiendo el peso de la pregunta. Luego, con voz tranquila, pero aún algo tímida, respondió.
—Sarah… —comenzó, buscando las palabras adecuadas—. Ella me hizo sentir algo diferente, algo que no había sentido antes. Me dijo que tenía el poder, que podía tener a quien quisiera… y en ese momento, necesitaba sentir que eso era cierto. Quería demostrarme a mí mismo que podía tomar lo que deseaba, que podía ser el hombre que todos esperan que sea.
Natali lo escuchó en silencio, asintiendo lentamente mientras sus dedos jugaban con los bordes de la toalla que sostenía. No había juicio en su mirada, solo una comprensión que parecía profundizar más allá de las palabras que Iván había dicho.
—Entiendo, mi señor —dijo finalmente, su voz aún suave—. Todos buscamos algo en los momentos de vulnerabilidad. Sarah es una mujer especial, y estoy segura de que ella vio algo en usted que la hizo desear ser suya. Pero recuerde, el poder no siempre se trata de tomar, sino de entender y cuidar lo que se ha ganado.
Las palabras de Natali resonaron en Iván, dándole una nueva perspectiva sobre lo que había sucedido. Había ganado algo esa noche, pero también había mucho más que aprender sobre lo que significaba tener poder y responsabilidad.
Natali, viendo que Iván estaba sumido en sus pensamientos, sonrió con ternura y lo tomó del brazo.
—Vamos, mi señor —dijo con un tono que mezclaba firmeza y suavidad, guiándolo de regreso hacia la zona donde Iván había entrado por primera vez en el establecimiento.
Al llegar, el ambiente era distinto al de antes. La quietud de la madrugada había envuelto el lugar, y la actividad que había llenado la estancia horas atrás se había disipado. A lo lejos, Iván escuchó los cascos de su caballo, y el familiar sonido lo reconfortó de alguna manera. Natali, siempre atenta a sus necesidades, se dirigió a uno de sus sirvientes, quien se inclinó respetuosamente antes de salir apresuradamente hacia las caballerizas para preparar el caballo de Iván.
—Su guardia dejó su caballo en nuestras caballerizas, mi señor —le informó Natali, volviendo su atención hacia él—. Les diré a mis guardias y sirvientes que lo preparen para su partida. Su guardia me pidió que le dijera que lo espera en el punto de encuentro acordado. Así que, mientras tanto, solo debe esperar a que Sarah regrese con sus cosas, y podrá irse.
Iván asintió en silencio, su mente aún procesando todo lo que había sucedido. Natali se alejó por un momento, dando instrucciones a sus sirvientes y asegurándose de que todo estuviera en orden para la partida de Iván. Mientras esperaba, Iván observó la estancia, sintiendo una mezcla de satisfacción y confusión. La noche había sido reveladora en más de un sentido, y aunque aún le quedaba mucho por aprender, sentía que había dado un paso importante hacia su propio crecimiento.
Finalmente, Sarah apareció, cargando un pequeño bolso con sus pertenencias. Su mirada se encontró con la de Iván, y durante un breve instante, ambos compartieron un entendimiento silencioso. Ella había decidido seguirlo, y aunque su relación aún era incipiente, ambos sabían que algo importante había comenzado esa noche.
Natali regresó, su rostro sereno y satisfecho. Con un gesto suave, le indicó a Iván que su caballo estaba listo.
—Es hora, mi señor —dijo con un tono que era a la vez profesional y cálido—. Que tenga un buen viaje, y recuerde, siempre es bienvenido aquí.
Iván asintió, agradecido, mientras Natali lo acompañaba hasta la salida. Al montar su caballo, Sarah a su lado, Iván sintió que, aunque la noche había llegado a su fin, el verdadero viaje apenas estaba comenzando.
Natali regresó acompañada de varias mujeres más, todas con sonrisas que denotaban una mezcla de admiración y coquetería. Su rostro era sereno y satisfecho, reflejando la experiencia de alguien que sabía cómo manejar cada situación. Con un gesto suave, le indicó a Iván que su caballo estaba listo.
—Es hora, mi señor —dijo con un tono que combinaba profesionalismo y calidez, mientras una chispa de diversión brillaba en sus ojos—. Que tenga un buen viaje, y recuerde, siempre es bienvenido aquí.
Con una sonrisa coqueta, Natali le guiñó un ojo, mientras las otras mujeres le lanzaban miradas cargadas de deseo. Iván sintió cómo el calor subía a su rostro, sonrojándose ante la atención que recibía. Apenas pudo asentir antes de girarse para salir del establecimiento. Natali y Sarah lo acompañaron hasta la salida, donde su caballo, Eclipse, estaba esperándolo.
Iván, con un nerviosismo que apenas podía contener, ayudó a Sarah a subir a Eclipse antes de montarse él mismo. Al sentir los brazos de Sarah rodeándolo, una sensación de seguridad lo envolvió, aunque aún quedaba una preocupación latente en su mente. La verdad era que no sabía cómo explicaría lo sucedido, especialmente a su madre, cuya opinión siempre había sido la que más le preocupaba. No obstante, también sabía que lo que había experimentado esa noche podría acallar algunas de las malas lenguas que hablaban de él.
Mientras cabalgaban, sus pensamientos vagaban hacia Ulfric. No estaba seguro de dónde encontrarlo, ni cuál era exactamente el "punto de encuentro" que le había mencionado Natali. Recordó con una sonrisa la primera vez que Ulfric lo había llevado a uno de los bares donde solía frecuentar, el día en que cumplió diez años y había tomado su primera cerveza y aguamiel con algunos soldados. Decidió dirigirse a ese bar, esperando que Ulfric estuviera allí, como solía estar en esos momentos de camaradería y tranquilidad.
Iván cabalgaba por las calles tranquilas, el aire fresco de la mañana acariciando su rostro mientras los sonidos suaves del amanecer llenaban el ambiente. Los eventos de la noche anterior seguían girando en su mente, una mezcla de emociones que no lograba ordenar. Cada paso del caballo resonaba en su cabeza, acompañando el latido de su corazón que aún no se había calmado del todo.
El susurro de Sarah lo sacó de su ensoñación, un susurro que vino acompañado de la presión de sus brazos y el roce de sus pechos contra su espalda, intensificando la sensación de calor en sus mejillas. Su risa suave, tan llena de confianza y picardía, le recordó la inexperiencia que sentía frente a la seguridad que ella exhibía sin esfuerzo.
—¿Por qué estás tan tenso, cariño? —murmuró Sarah, su voz acariciando su oído como una pluma, provocándole un estremecimiento que recorrió todo su cuerpo. La familiaridad en su tono contrastaba con el torbellino de emociones que aún luchaban dentro de él.
Iván intentó responder, pero las palabras se le escaparon, atrapadas en la confusión de sus pensamientos. El encogimiento de hombros fue lo único que logró ofrecer, una señal de su lucha interna por encontrar un equilibrio entre lo que había experimentado y lo que sentía en ese momento.
—Es... solo que... —empezó a decir, con la voz vacilante, buscando las palabras adecuadas para expresar la marea de sensaciones que lo abrumaban—. Es difícil de explicar. Creo que aún estoy procesando todo lo que ha pasado.
Sarah lo escuchaba, y aunque no veía su rostro, podía sentir su sonrisa mientras lo abrazaba con más fuerza, acercando su cuerpo al suyo.
—La verdad es que me siento ligero y satisfecho —continuó Iván, sorprendido de lo sinceras que sonaban sus propias palabras—. No sabía que tener sexo con alguien me haría sentir tan... satisfecho.
El reconocimiento de esa satisfacción lo dejó vulnerable, como si admitirlo fuera revelar un secreto íntimo. Aunque había sido una experiencia intensa y placentera, también le había mostrado una parte de sí mismo que desconocía, una parte que aún estaba tratando de comprender.
Sarah, percibiendo la mezcla de confusión y claridad en sus palabras, se inclinó hacia adelante, rozando su mejilla con la suya. Su tono juguetón y familiar lo relajó un poco más.
—Eso es solo el principio, mi señor. Hay tanto más por descubrir, tanto más que aprender... —Sus palabras eran un recordatorio de que lo que había vivido no era un final, sino el inicio de un camino que apenas había comenzado a recorrer.
Mientras continuaban su camino, Iván sintió cómo la tensión en su cuerpo comenzaba a disiparse, reemplazada por una curiosa expectación. Sarah, con su familiaridad y su risa traviesa, había logrado convertir sus temores en una especie de anticipación. Sabía que la jornada que tenía por delante no sería fácil, pero ahora, con un pequeño destello de confianza en su interior, se sentía un poco más preparado para enfrentar lo que el futuro le deparara.
Iván y Sarah llegaron rápidamente a la taberna llamada "El Jabalí Dorado", un lugar conocido por su ambiente acogedor y discreto. Al llegar, un mozo de cuadra lo reconoció al instante. Iván, sin preocuparse demasiado por ser visto, dejó que el mozo tomara las riendas de Eclipse, su imponente caballo. Bajó de un salto y luego ayudó a Sarah a descender.
Sarah llevaba un vestido de terciopelo oscuro que se ajustaba perfectamente a su figura, resaltando su cuerpo voluptuoso y su marcada figura de reloj de arena. El escote del vestido, generoso y provocador, acentuaba sus enormes pechos, que parecían desbordarse con cada movimiento. La tela suave caía hasta sus tobillos, con una ligera abertura en la falda que dejaba ver parte de sus muslos cada vez que caminaba, lo que le daba un toque de sensualidad que no pasaba desapercibido.
Tomándola de la mano, Iván la guió hacia el interior de la taberna. El ambiente dentro era tranquilo, con pocas personas en las mesas. La mayoría de los clientes parecían ser madrugadores que disfrutaban de una bebida caliente antes de comenzar su jornada. La luz tenue y el aroma a madera y especias creaban una atmósfera cálida.
Fue entonces cuando Iván vio a Ulfric, sentado en una mesa en el rincón más alejado, con una gran jarra de cerveza en la mano y riendo con dos mujeres que parecían estar disfrutando de su compañía. La escena era familiar, y Iván sintió un pequeño nudo de nerviosismo en su estómago, sabiendo que tenía mucho que compartir con su mentor.
Ulfric, al verlo, esbozó una amplia sonrisa que iluminó su rostro curtido por la batalla. Con un movimiento desenfadado, dejó la jarra de cerveza en la mesa y se levantó, su altura imponente y su presencia dominante captando la atención de los pocos presentes en la taberna. El brillo de sus ojos mostraba una mezcla de orgullo y alegría al ver a Iván.
—¡Ah, joven señor! —exclamó Ulfric, su voz resonando con calidez y camaradería. Con un gesto amplio y acogedor, hizo una señal para que Iván se acercara—. Ven, siéntate con nosotros. Parece que has tenido una noche... interesante.
Iván sintió una oleada de alivio al ver la familiaridad y el afecto en los ojos de Ulfric, como si por fin estuviera en un lugar seguro después de la intensidad de la noche. Sarah, a su lado, apretó suavemente su mano antes de que ambos se dirigieran hacia la mesa.
Mientras se acercaban, Iván no pudo evitar notar las dos mujeres que acompañaban a Ulfric. Ambas eran jóvenes, con figuras voluptuosas que parecían hechas para tentar. Una de ellas, una rubia de cabello largo y rizado, vestía un corsé que realzaba sus curvas y una falda corta que dejaba al descubierto sus largas piernas. La otra, una morena de ojos oscuros y labios rojos, llevaba un vestido ajustado que marcaba cada una de sus sinuosas formas.
Al llegar a la mesa, Ulfric le dio a Iván un fuerte apretón de manos, su sonrisa se ensanchó mientras sus ojos barrían a Sarah con una mirada apreciativa.
—Veo que no has estado perdiendo el tiempo, muchacho —dijo Ulfric con una risa ronca, su mirada pasando de Iván a Sarah—. Tienes buen gusto, eso es innegable.
Iván, aún sintiendo los efectos de la noche pasada, sonrió con timidez mientras ayudaba a Sarah a sentarse. Ella, con sus enormes pechos casi desbordándose de su ajustado vestido, se acomodó en la silla con una gracia natural, mientras los ojos de las mujeres en la mesa se posaban en ella con una mezcla de curiosidad y admiración.
—Ulfric... —comenzó Iván, tratando de sonar casual, aunque su voz traicionaba un leve nerviosismo—. Necesitaba verte. Hay cosas que... debo discutir contigo.
Ulfric levantó una ceja, detectando el subtexto en las palabras de Iván, pero no hizo ningún comentario inmediato. En su lugar, se dejó caer pesadamente en su silla y volvió a tomar su jarra.
—Por supuesto, Iván. Hablaremos de lo que necesites —dijo finalmente, su tono volviéndose un poco más serio mientras daba un sorbo a su bebida—. Pero primero, relájate. Esta taberna es un lugar seguro, y hay tiempo para todo.
Las dos mujeres junto a Ulfric sonrieron de manera coqueta, una de ellas deslizándose un poco más cerca de él, mientras la otra observaba a Iván con un interés renovado. Sarah, por su parte, le dedicó a Iván una mirada tranquilizadora, acariciando suavemente su brazo bajo la mesa, haciéndole saber que estaba a su lado.
Ulfric, al verlo, esbozó una amplia sonrisa que iluminó su rostro curtido por la batalla. Con un movimiento desenfadado, dejó la jarra de cerveza en la mesa y se levantó, su altura imponente y su presencia dominante captando la atención de los pocos presentes en la taberna. El brillo de sus ojos mostraba una mezcla de orgullo y alegría al ver a Iván.
—¡Ah, joven señor! —exclamó Ulfric, su voz resonando con calidez y camaradería. Con un gesto amplio y acogedor, hizo una señal para que Iván se acercara—. Ven, siéntate con nosotros. Parece que has tenido una noche... interesante.
Iván sintió una oleada de alivio al ver la familiaridad y el afecto en los ojos de Ulfric, como si por fin estuviera en un lugar seguro después de la intensidad de la noche. Sarah, a su lado, apretó suavemente su mano antes de que ambos se dirigieran hacia la mesa.
Mientras se acercaban, Iván no pudo evitar notar las dos mujeres que acompañaban a Ulfric. Ambas eran jóvenes, con figuras voluptuosas que parecían hechas para tentar. Una de ellas, una rubia de cabello largo y rizado, vestía un corsé que realzaba sus curvas y una falda corta que dejaba al descubierto sus largas piernas. La otra, una morena de ojos oscuros y labios rojos, llevaba un vestido ajustado que marcaba cada una de sus sinuosas formas.
Al llegar a la mesa, Ulfric le dio a Iván un fuerte apretón de manos, su sonrisa se ensanchó mientras sus ojos barrían a Sarah con una mirada apreciativa.
—Veo que no has estado perdiendo el tiempo, muchacho —dijo Ulfric con una risa ronca, su mirada pasando de Iván a Sarah—. Tienes buen gusto, eso es innegable.
Iván, aún sintiendo los efectos de la noche pasada, sonrió con timidez mientras ayudaba a Sarah a sentarse. Ella, con sus enormes pechos casi desbordándose de su ajustado vestido, se acomodó en la silla con una gracia natural, mientras los ojos de las mujeres en la mesa se posaban en ella con una mezcla de curiosidad y admiración.
—Ulfric... —comenzó Iván, tratando de sonar casual, aunque su voz traicionaba un leve nerviosismo—. Necesitaba verte. Hay cosas que... debo discutir contigo.
Ulfric levantó una ceja, detectando el subtexto en las palabras de Iván, pero no hizo ningún comentario inmediato. En su lugar, se dejó caer pesadamente en su silla y volvió a tomar su jarra.
—Por supuesto, Iván. Hablaremos de lo que necesites —dijo finalmente, su tono volviéndose un poco más serio mientras daba un sorbo a su bebida—. Pero primero, relájate. Esta taberna es un lugar seguro, y hay tiempo para todo.
Las dos mujeres junto a Ulfric sonrieron de manera coqueta, una de ellas deslizándose un poco más cerca de él, mientras la otra observaba a Iván con un interés renovado. Sarah, por su parte, le dedicó a Iván una mirada tranquilizadora, acariciando suavemente su brazo bajo la mesa, haciéndole saber que estaba a su lado.
Iván intentó mantener la calma mientras hablaba, pero la ligera vacilación en su voz traicionaba el nerviosismo que sentía. Se obligó a mirar a Ulfric, consciente de que, aunque tenía muchas cosas en mente, necesitaba resolver lo más importante primero.
—Ulfric... —empezó, su voz suave pero cargada de un peso emocional que no pudo ocultar—. Necesitaba verte. Hay cosas que... debo discutir contigo.
Ulfric arqueó una ceja, percibiendo el trasfondo de preocupación en las palabras de Iván. Con su experiencia, entendía que algo importante pesaba en la mente del joven, pero decidió no presionar de inmediato. En lugar de ello, se dejó caer pesadamente en su silla, la madera crujió bajo su peso mientras volvía a tomar su jarra de cerveza. Observó a Iván con una mirada que combinaba complicidad y paciencia, consciente de que lo que estaba por decir el joven era significativo, pero sabiendo que a veces era necesario aliviar la tensión antes de entrar en temas serios.
—Por supuesto, Iván. Hablaremos de lo que necesites —respondió finalmente, con un tono jovial que buscaba distender el ambiente—. Pero primero, relájate. Estás muy tenso, muchacho. Pensé que una buena noche te habría dejado más... a gusto.
Las palabras de Ulfric arrancaron sonrisas y miradas cómplices de las mujeres que lo acompañaban. La rubia, con su corsé ajustado y falda corta, se deslizó un poco más cerca de él, sus dedos trazando un camino juguetón por su brazo, mientras la morena, con su vestido ceñido que resaltaba cada una de sus curvas, mantenía sus ojos oscuros fijos en Iván, evaluándolo con un interés creciente. Sarah, sentada junto a Iván, notó su incomodidad y, en un gesto sutil pero íntimo, acarició suavemente su brazo bajo la mesa, transmitiéndole tranquilidad y apoyo.
Iván, sintiendo el calor de la mano de Sarah y el peso de las miradas sobre él, tomó aire profundamente antes de continuar. Sabía que, aunque Ulfric era un amigo y mentor, las decisiones que estaba tomando ahora tenían un peso real, y hablar de ellas requería valentía. Estaba dando un paso que simbolizaba no solo su madurez, sino también su responsabilidad y liderazgo.
—Bueno, yo... —empezó Iván, su voz aún un poco insegura, pero decidido a seguir adelante—. Ella es Sarah... la he tomado como mía.
Un silencio momentáneo cayó sobre la mesa, seguido por una expresión de sorpresa en el rostro de Ulfric, que rápidamente se transformó en una amplia sonrisa de aprobación. Las dos mujeres intercambiaron miradas entre sí, antes de que la morena se inclinara ligeramente hacia adelante, sus ojos llenos de curiosidad y un toque de admiración.
—Así que ya has decidido tener una mujer —dijo Ulfric, su voz resonando con orgullo y satisfacción—. Sarah, ¿eh? —Ulfric la miró de arriba abajo, su sonrisa se ensanchó aún más—. Tienes buen ojo, Iván. Sarah, eres una mujer hermosa y tienes una figura excepcional.
Sarah, que había estado sentada a su lado, sonrió con orgullo y algo de arrogancia, mientras inclinaba ligeramente la cabeza. Sus labios formaron una sonrisa que era tan segura como provocativa, consciente de su atractivo y del impacto que causaba.
—Gracias, señor Ulfric —dijo Sarah, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto, pero manteniendo la mirada firme y segura—. Prometo cuidar y satisfacer muy bien las necesidades de mi señor —añadió en un tono sugerente que no pasó desapercibido para nadie en la mesa.
Ulfric asintió con aprobación, y tomó otro largo sorbo de su cerveza antes de volver a dirigirse a Iván. Su voz, aunque más suave, tenía una gravedad que mostraba su preocupación genuina por el joven.
—No estés tan tenso, Iván —dijo Ulfric, su tono tranquilo y cálido—. Es normal que tomes mujeres como amantes o concubinas, especialmente en tu posición. No debes preocuparte por lo que los demás puedan pensar; de hecho, esto ayudará a disipar algunos rumores infundados que otros han esparcido sobre ti.
Iván sintió un peso menos sobre sus hombros al escuchar las palabras de Ulfric. Aunque aún tenía mucho que procesar, saber que contaba con el apoyo de su mentor y amigo le daba una renovada sensación de seguridad. Sarah, a su lado, seguía acariciando suavemente su brazo, como un recordatorio constante de que no estaba solo en esta nueva etapa de su vida.
Mientras Ulfric volvía a su jarra de cerveza y las mujeres en la mesa retomaban su charla animada, Iván permitió que una pequeña sonrisa se formara en sus labios. Tal vez, después de todo, estaba comenzando a comprender lo que significaba ser un hombre en este mundo lleno de expectativas y desafíos.