Iván se encontraba jadeando, tratando de mantener su postura mientras la espada de entrenamiento se le resbalaba ligeramente en las manos sudorosas. Ulfric, con su imponente figura y su risa profunda, parecía inagotable, como si las horas de entrenamiento no fueran más que un juego para él. Su cabellera y barba rojas, ahora empapadas de sudor, le daban un aspecto aún más feroz, casi bestial, mientras su espada se elevaba con facilidad, lista para otro ataque.
—¿Eso es todo, mi señor? —se burló Ulfric, sus ojos brillando con un fuego que solo alguien verdaderamente dedicado a la batalla podría tener—. Apenas llevamos cuatro horas entrenando.
Iván trató de estabilizar su respiración mientras esquivaba el golpe ascendente que Ulfric lanzaba con la facilidad de quien mueve una pluma. Su mente gritaba por descanso, pero no podía permitirse ceder, no frente a Ulfric, no cuando tanto dependía de su fuerza.
—Cállate —respondió Iván entre dientes, sintiendo cómo el cansancio empezaba a aferrarse a sus músculos como un veneno lento. El sudor le corría por la espalda, empapando su camisa mientras trataba de recuperar el aliento. La frustración y el hambre se mezclaban en su interior, formando un nudo de irritación que amenazaba con estallar—. Me haces entrenar desde antes de que salga el maldito sol y ni siquiera me dejas comer algo.
Las palabras salieron en un gruñido mientras se lanzaba hacia adelante, tratando de embestir a Ulfric con lo poco que le quedaba de energía. Sabía que la táctica era desesperada, que un hombre de la talla de Ulfric podía desviar su intento con facilidad, pero en ese momento, lo único que importaba era mostrar que no se rendiría, que aún le quedaba algo de lucha.
Ulfric, por su parte, observó el movimiento de Iván con una mezcla de respeto y diversión. Sabía que Ivan estaba al límite, pero también reconocía el valor en no ceder ante la fatiga. Con un movimiento rápido y fluido, bloqueó la embestida, desviando a Iván con la fuerza justa para no lastimarlo, pero sí para hacerle entender que aún estaba lejos de ser un igual en combate.
—Eres persistente, lo admito —dijo Ulfric con una sonrisa, su voz resonando como el trueno en medio de el patio de armas—. Pero la persistencia sin estrategia es solo un camino hacia la derrota.
Ivan cayó de rodillas, el aire escapando de sus pulmones en jadeos irregulares. El patio giraba ligeramente a su alrededor mientras intentaba recuperarse. A pesar de todo, no podía evitar sentir una chispa de orgullo. Había aguantado más que en sesiones anteriores, y aunque Ulfric aún lo superaba en fuerza y habilidad, estaba aprendiendo, estaba mejorando.
Ulfric extendió una mano hacia él, ayudándolo a levantarse. La mirada en sus ojos ya no era la de un maestro exigiendo más, sino la de un mentor reconociendo el esfuerzo de su pupilo.
—Descansa un poco —dijo Ulfric, con un tono que Iván no había escuchado antes, más suave, casi paternal—. Pero no mucho. La guerra no esperará a que estés listo.
Iván asintió, aceptando la ayuda y dejando que Ulfric lo guiara hacia un banco cercano. Sabía que este descanso sería breve, pero también sabía que cada minuto que pasaba bajo la tutela de Ulfric lo acercaba más a ser el guerrero que necesitaba ser. Las batallas que se avecinaban no serían fáciles, y necesitaría toda la fuerza y habilidad que pudiera reunir.
Iván asintió, aceptando la ayuda y dejando que Ulfric lo guiara hacia un banco cercano. Sabía que este descanso sería breve; desde hace nueve años, Ulfric se había convertido en su mentor y maestro, y los momentos de respiro se habían acortado considerablemente con el tiempo. Mientras bebía el agua que Ulfric le ofreció, el guerrero también se sentó a su lado, tomándose un momento para descansar tras el intenso entrenamiento.
Ulfric había llegado a la vida de Iván nueve años atrás, casi como un rayo en medio de una tormenta. Provenía del norte, era del clan Fjördsverd en el continente de Norvadia, una tierra conocida por su dureza y clima implacable, en aquellos territorios, donde las montañas nevadas se erguían como gigantes y los inviernos eran tan largos como letales, la supervivencia dependía de la fuerza y la astucia.
Al unirse a las filas de los reclutas de las nuevas legiones, Ulfric rápidamente llamó la atención de Antoni Morozov, el comandante de los Legionarios de las Sombras. Morozov era un hombre que estaba por encima de cualquier general y guerrero del ducado, y con su fría mirada y mente calculadora, se decía que podría matar a cuatro de los generales del ducado y además derrotar a nueve de ellos en estrategia. Morozov rara vez mostraba emociones, pero incluso él no pudo evitar abrir los ojos al ver las pruebas y entrenamientos de Ulfric, cuando aspiraba a unirse a la Legión de las Sombras. No podía ignorar el talento innato de Ulfric, tanto como guerrero como estratega.
Iván recordó la primera vez que vio a Ulfric. Era apenas un niño de seis años, un año después de la anexión del ducado de Rivenrock y las cruentas batallas en las montañas de Kharagorn, donde el primer general, Roderic Ironclaw, capturó a más de diez millones de soldados del marquesado de Thaekar. Iván, junto a sus niñeras y algunos sirvientes, observó el entrenamiento y el reclutamiento de las "Legiones del Duque" y las competencias para seleccionar a los 494,000 nuevos miembros de la Legión de las Sombras. Aunque era solo un niño, la presencia de Ulfric lo impactó profundamente. No solo por su imponente físico, que parecía esculpido en la mismísima roca de Norvadia, sino por la manera en que se movía y hablaba. Era tosco, pero no un bruto, y había en él una civilidad sorprendente para alguien de Norvadia.
Antes de que Ulfric pudiera siquiera unirse a los Legionarios de las Sombras, como era su deseo inicial, la madre de Iván intervino, haciendo de él su tutor principal. A pesar de tener a otros comandantes y generales enseñándole tácticas y el arte de la guerra, Ulfric se convirtió en su instructor principal en términos de estrategia, disciplina y manejo de armas, además de volverse su guardia personal. Con el tiempo, Iván no solo lo veía como un mentor, sino como un amigo cercano y fiel, alguien en quien podía confiar sin reservas.
—¿En qué piensas, muchacho? —preguntó Ulfric, su voz profunda resonando en el silencio del patio de armas.
Iván parpadeó, regresando al presente. Miró a Ulfric, viendo en sus ojos una mezcla de cansancio y curiosidad.
—Que hueles mal y que tengo hambre —respondió Iván con un tono burlón mientras esbozaba una sonrisa.
Ulfric soltó una sonora carcajada, el sonido resonando en las paredes de piedra que los rodeaban. Con un movimiento brusco pero afectuoso, golpeó la espalda de Iván, casi haciéndolo tambalearse.
—¡Eso es lo que me gusta oír! —exclamó Ulfric, levantándose con una energía renovada—. El hambre es buena, muchacho. Te mantiene alerta, te da un propósito. Y el mal olor... bueno, eso es parte de ser un guerrero. La gloria no huele a rosas, Iván.
Iván sonrió mientras extendía una mano hacia Ulfric, quien se la tomó firmemente para ayudarlo a levantarse. A pesar del agotamiento que pesaba en sus músculos, Iván sentía un extraño tipo de satisfacción. Ulfric le puso una mano en el hombro y, con una voz más suave de lo habitual, le dijo:
—Vamos, te mereces algo de comer.
—Por fin —respondió Iván, con un suspiro de alivio. Estaba sudoroso y hambriento, deseando que el descanso durara más de lo habitual.
Ambos se levantaron del banco y comenzaron a caminar lentamente hacia las cocinas del Drakonholt Keep. El sol había alcanzado su cenit, y los rayos dorados iluminaban el patio de armas, proyectando largas sombras a su paso. El calor del día apenas comenzaba a sentirse, y el sonido de los sirvientes iniciando sus tareas matutinas, junto con el eco de las armas chocando en los entrenamientos de los Legionarios de las Sombras, llenaban el aire con un bullicio familiar.
—¿Qué te gustaría comer? —preguntó Ulfric, notando la expresión agotada de Iván.
—Lo que sea, mientras no tenga que cazarlo yo mismo —respondió Iván, medio en broma, medio en serio, con una media sonrisa.
Ulfric soltó una carcajada, una risa profunda y resonante que parecía cortar la tensión en el aire. A pesar del cansancio, la camaradería entre ellos siempre lograba aliviar el peso de las responsabilidades y las dificultades del entrenamiento. Mientras se acercaban a las cocinas, el aroma de la comida recién preparada inundó sus sentidos. Para Iván, ese olor era casi tan revitalizante como el descanso.
Entraron en la gran cocina, un espacio amplio y bullicioso donde varios cocineros y sirvientes iban y venían, preparando las raciones del día. A pesar del ajetreo, todos los presentes reconocían a Iván de inmediato, y no pasó mucho tiempo antes de que un sirviente se apresurara a presentarle un plato especialmente preparado. En lugar de la comida simple que recibían los soldados comunes, el plato que Iván recibió era una obra maestra culinaria, digna de su estatus.
Sobre la bandeja de plata, descansaba una jugosa pierna de cordero, asada lentamente con hierbas y especias exóticas traídas de tierras lejanas, que despedían un aroma irresistible. Al lado, una porción generosa de papas doradas, crujientes por fuera y tiernas por dentro, acompañadas de una salsa de vino tinto reducido con un toque de miel silvestre. Había también una pequeña porción de queso curado, con higos frescos y un pan recién horneado, aún caliente, que Iván no pudo evitar que se le formara agua a la boca.
Iván tomó el plato con gratitud y se dirigió al gran salón donde se sentó a una mesa cercana, devorando la comida con un hambre voraz. Cada bocado era un alivio para su estómago vacío, y la intensidad de los sabores hacía que se olvidara momentáneamente del cansancio acumulado.
—No comas tan rápido, te vas a atragantar —comentó Ulfric, mientras se servía una jarra de cerveza negra, de espuma densa y aroma robusto.
Iván le lanzó una mirada de advertencia, que claramente decía "no me molestes", pero no disminuyó el ritmo con el que comía. Sabía que este descanso sería breve y que pronto volvería a los rigores del entrenamiento. Ulfric lo había llevado al límite esa mañana, como todas las mañanas, y aunque Iván estaba acostumbrado a los desafíos, había algo en la intensidad reciente que lo hacía sospechar que su mentor lo estaba preparando para algo más grande.
—¿Cuánto más crees que durará esto? —preguntó Iván, haciendo una pausa para respirar y mirando a Ulfric con una mezcla de curiosidad y preocupación. Había un matiz serio en su voz, como si esperara una respuesta que podría cambiarlo todo.
—Hasta que yo esté viejo y con los huevos llenos de vello plateado, como ese cabello blanco tuyo —respondió Ulfric, con seriedad al principio, pero pronto soltando una risotada que resonó por el gran salón.
Iván apenas pudo reprimir una sonrisa ante la imagen que Ulfric pintó, pero pronto su rostro se tornó más serio, sus pensamientos volviendo a algo que había estado pesando en su mente.
—Ulfric... mi madre... —comenzó, su voz temblando ligeramente mientras se preparaba para preguntar lo que tanto temía—. ¿Mi madre ha empeorado o algo así?
El ambiente cambió de inmediato. El tono ligero de la conversación desapareció, y una sombra de preocupación cruzó el rostro de Ulfric. Iván sabía que su madre, después de las celebraciones por la victoria y anexión de Rivenrock, había caído enferma de Málashk, una enfermedad rara y debilitante que atacaba el sistema nervioso y muscular, drenando la energía del cuerpo hasta que incluso los actos más simples se volvían extenuantes. Aunque su madre había mantenido su mente afilada y seguía gobernando como regente, su cuerpo había comenzado a fallar lentamente. La enfermedad la hacía débil y enfermiza la mayor parte del tiempo, pero Iván admiraba la forma en que ella se mantenía fuerte, mostrando una fachada impenetrable, incluso ante él, para evitar que se preocupara.
Ulfric suspiró, apoyando su jarra de cerveza en la mesa con un golpe suave, y miró a Iván con una expresión que mezclaba tristeza y resignación.
—Tu madre es una mujer fuerte, Iván. Ha resistido más de lo que muchos podrían, pero... —Ulfric se detuvo, buscando las palabras correctas—. La Málashk es implacable. Por ahora, se mantiene estable, pero debes prepararte, muchacho. Las cosas podrían cambiar en cualquier momento.
Iván bajó la mirada, sintiendo cómo la realidad de las palabras de Ulfric lo golpeaba con fuerza. Sabía que su madre no era inmortal, pero escuchar esas palabras de alguien como Ulfric hacía que el miedo se volviera más tangible.
—Pero no te preocupes por lo que aún no ha pasado —añadió Ulfric, con un tono más firme, tratando de infundir algo de esperanza en su voz—. Tu madre quiere verte fuerte, preparado. Por eso estamos aquí, entrenando. Ella está haciendo todo lo posible para mantenerte seguro, y tú debes hacer lo mismo por ella.
Iván asintió lentamente, sintiendo el peso de la responsabilidad volverse cada vez más abrumador con cada día que pasaba. A pesar de su esfuerzo por mantener una fachada fuerte y decidida, su mente estaba llena de incertidumbre. Amaba a su madre con una devoción que trascendía cualquier medida lógica. Ella había sido todo lo que siempre había deseado en su vida anterior: una figura maternal que lo cuidara, que lo amara con ternura, que lo mirara con una mirada llena de orgullo y comprensión. Ella era su refugio, el anhelo de su corazón perdido en un pasado que parecía tan lejano.
Ese amor lo anclaba, pero al mismo tiempo lo atemorizaba profundamente. La idea de perderla era un pensamiento insoportable, un frío helador que calaba en su interior y atenazaba su determinación. El miedo a enfrentar la vida sin su guía, sin su apoyo incondicional, se apoderaba de él en esos momentos de vulnerabilidad. ¿Estaba realmente preparado para lo que podría venir? Sabía que debía ser fuerte, pero las dudas y temores se infiltraban entre sus pensamientos, como sombras persistentes que no se disipaban fácilmente.
Antes de que pudiera sumirse más en sus pensamientos, un Legionario de las Sombras apareció en la entrada de la cocina, interrumpiendo sus reflexiones con su presencia imponente y solemne. La figura oscura se detuvo frente a ellos, y su voz grave y respetuosa rompió el silencio.
—Ulfric, la duquesa te solicita —dijo el legionario, su tono inconfundiblemente formal.
Ulfric se enderezó, su expresión cambiando de la camaradería relajada a una seriedad casi militar en un instante. Iván observó cómo su mentor pasaba de un estado de relajación a la profesionalidad fría y distante que siempre mostraba cuando se trataba de asuntos importantes. La llamada de la duquesa no dejaba espacio para demoras ni titubeos.
—Entendido —respondió Ulfric con un asentimiento firme.
Antes de levantarse, Ulfric le lanzó a Iván una sonrisa ligera, tratando de aligerar el ambiente. —Acaba de comer, Iván. Después de ver a la duquesa, tendremos la clase de estrategia. No te preocupes, lo más difícil ya ha pasado —dijo con una sonrisa cómplice y maliciosa.
Iván le devolvió una media sonrisa, agradecido por el intento de Ulfric de hacer que se sintiera un poco mejor. Ulfric se levantó de la mesa, ajustando sus pantalones y su camisa antes de salir con paso decidido. Una vez que Ulfric se hubo ido, Iván se levantó, dejando su plato medio vacío y se dirigió con sigilo hacia el pasillo de las habitaciones de su madre.
Conocía el Drakonholt Keep como la palma de su mano. Desde niño, había explorado cada rincón de este vasto castillo, descubriendo pasadizos secretos y áreas ocultas que los demás apenas conocían. Ahora, usaba ese conocimiento a su favor. Se dirigió a una de las escaleras ocultas, un acceso secreto que llevaba a los rincones menos conocidos del castillo. Su mente, aliviada de la tensión por el entrenamiento reciente, se enfocaba en un objetivo único: llegar a las habitaciones donde su madre se estaba recuperando de la enfermedad.
Iván avanzó con cuidado por el pasadizo oculto, sintiendo el eco suave de sus pasos en las paredes de piedra fría. La luz de las antorchas parpadeaba suavemente, creando sombras danzantes que jugaban en las paredes. Este pasadizo, uno de los muchos que había descubierto a lo largo de los años, le proporcionaba una ventaja única: la posibilidad de moverse por el castillo sin ser visto, sin ser interrumpido por soldados o sirvientes.
Finalmente, llegó al final del pasadizo, que desembocaba en un pequeño espacio escondido detrás de un tapiz en el corredor adyacente a la habitación de su madre. Iván se deslizó con cuidado a través de la rendija través de uno de los tapiz, Iván observó a su madre sentada en un sillón cerca de la ventana. La habitación irradiaba un aire de calma, decorada con un gusto refinado que reflejaba la personalidad de la duquesa. Cortinas de seda en tonos suaves colgaban a los lados de la ventana, permitiendo que la luz suave del sol iluminara el espacio con un resplandor cálido. Los muebles, tapizados en telas delicadas, complementaban el ambiente sereno, creando un refugio que contrastaba con el tumulto del exterior.
Sobre una mesa cercana, descansaba una libreta abierta junto a un lápiz, herramientas que su madre utilizaba en sus momentos de introspección. Dibujar era un hábito que Iván había heredado de ella, una actividad que les permitía conectarse a un nivel más profundo, un lenguaje silencioso que compartían a través de trazos y líneas. Pero en ese momento, mientras la observaba desde su escondite, Iván notó la sutil tristeza en los ojos de su madre, una melancolía que la enfermedad había grabado en su semblante. A pesar de ello, su mirada aún conservaba la calidez y la ternura que siempre le había brindado.
—Buenos días, Ulfric —dijo su madre, con una voz suave y algo cansada mientras dejaba la libreta a un lado. Aunque su tono era gentil, Iván percibió la lucha que ella llevaba consigo para mantener su dignidad a pesar de su condición. Era una fortaleza que él admiraba profundamente, pero que también le causaba una angustia silenciosa.
—Duquesa —respondió Ulfric con un respeto profundo, inclinándose ligeramente al cruzar la puerta, su presencia imponente llenando el espacio con una mezcla de autoridad y lealtad inquebrantable.
La duquesa lo observó con una leve sonrisa, que apenas suavizó las líneas de cansancio en su rostro. Sin embargo, había una firmeza en sus ojos, una resolución que Iván conocía bien. Ella no era solo su madre, sino también una líder, una mujer que había enfrentado muchas adversidades con una valentía que Iván siempre había aspirado a igualar.
—Para qué me llamo duquesa —dijo Ulfric mientras se levantaba, manteniéndose firme, casi desafiante en su postura, aunque Iván sabía que su mentor nunca mostraría una falta de respeto hacia la mujer que ambos veneraban.
La duquesa dejó escapar una risa suave, que resonó en la habitación como una melodía frágil pero hermosa. Había una familiaridad en el intercambio, ella miró a Ulfric con un afecto casi maternal, pero también con la seriedad que la situación requería.
—Para preguntar sobre mi hijo, por supuesto —respondió ella, su voz cargada de una mezcla de preocupación y cariño.
Iván sintió un nudo formarse en su garganta al escuchar esas palabras. Su madre, a pesar de su debilidad, seguía pensando en él, en su bienestar y en su futuro. Sabía que la enfermedad estaba cobrando su precio, pero la preocupación por su hijo nunca se desvanecía. Iván se quedó inmóvil, sin atreverse a moverse ni a interrumpir, queriendo escuchar más, entender más de lo que su madre y Ulfric compartían en ese momento.
—Iván ha crecido mucho, mi señora —dijo Ulfric, con una voz que había perdido un poco de la dureza habitual al hablar sobre el—. Es un joven fuerte y valiente, y su habilidad para la estrategia es extraordinaria. Tiene un aire innato de un verdadero general; de hecho, creo que en unos años superará a los mejores no solo del ducado, sino de varias regiones. Es como si hubiese sido bendecido con una mente para la guerra. En cuanto al combate, Iván es un excelente peleador, mucho más de lo que muchos podrían imaginar. Posee el corazón y la mente de un verdadero líder, aunque todavía lucha con sus propios miedos y dudas. Con el tiempo, confío en que encontrará la fortaleza que necesita. Sin embargo, le falta experiencia para poder pulir completamente sus habilidades.
La duquesa asintió lentamente, sus pensamientos parecían vagar por un futuro incierto que ambos temían enfrentar. A pesar de su serenidad aparente, Iván podía ver la preocupación en los ojos de su madre, una preocupación que él compartía, pero que nunca había tenido el valor de expresar completamente.
—Sé que será fuerte, Ulfric. Al fin y al cabo, es hijo de su padre —dijo su madre con un suspiro cargado de nostalgia—. Pero lo que mencionas me inquieta. Aunque Iván tiene madera para convertirse en un futuro duque, incluso más que eso, aún le falta experiencia y hacerse un nombre propio. He escuchado que mis sobrinos políticos han emprendido una campaña y eso me preocupa profundamente. La rama principal de la familia está más frágil que nunca, con solo mi hijo sosteniéndola, mientras que su tío tiene tres hijos sanos, de su misma edad, igualmente entrenados y enseñados. Siento que cada día la presión sobre Iván aumenta, y me temo que esa diferencia de fuerzas podría llevar a consecuencias impredecibles.
Ulfric, siempre tan serio y reservado, permitió que una expresión de suavidad cruzara su rostro mientras miraba a la duquesa. —Haré todo lo que esté en mi poder para guiarlo, mi señora. Iván no estará solo en este camino. Lo protegeré con mi vida si llegara a haber alguna conspiración en su contra. Nadie tocará a su hijo mientras yo esté aquí.
Su madre sonrió, una sonrisa cansada pero llena de agradecimiento, mientras con dificultad se levantaba del sillón y se dirigía lentamente hacia su cama. Cada movimiento reflejaba su debilidad, pero también su determinación de seguir adelante, de mantenerse fuerte por su hijo. —Ven, ahora dime, ¿mi hijo ha conseguido alguna mujer o amante? —preguntó mientras se acomodaba en la cama, su tono curioso y maternal al mismo tiempo.
Desde su escondite, Iván sintió cómo un leve sonrojo subía por su rostro al escuchar la pregunta de su madre. Este tipo de conversaciones aún lo dejaban incómodo.
Ulfric negó con la cabeza, manteniendo su expresión seria. —No, duquesa. Aunque Iván es atractivo, y he escuchado a varias sirvientas y mujeres de la ciudad hablar de lo enamoradas y encaprichadas que están con él, no he sabido ni he visto que tenga a una mujer. De hecho, me preocupa que no esté adquiriendo esa experiencia. No sé qué posibles novias le estará escogiendo mi señora, y eso me inquieta. Me preocupa que la mujer o mujeres que eventualmente ostenten el título de duquesa puedan manipular a Iván si él no tiene la experiencia necesaria para manejar esas situaciones.
La duquesa asintió, su expresión grave. —¿Los hombres hablan algo sobre Iván y su falta de experiencia?
Ulfric asintió lentamente, mostrando una leve molestia al mencionar el tema. —Algunos lo hacen, aunque en voz baja. Dicen que si ellos fueran el duque, con tantas mujeres detrás de ellos, aprovecharían cada noche y momento. También comentan otras cosas, aunque sean pocos los que lo dicen, esos pocos pueden hacer crecer una voz que en el futuro podría volverse problemática.
La duquesa frunció el ceño, haciendo una mueca de disgusto. —Conozco bien el mundo de los hombres. Si los hombres pierden el respeto por su futuro líder, su reinado será débil, y eso podría dar pie a posibles rebeliones por parte de aquellos que sepan aprovechar esa aparente debilidad. —Suspiró profundamente, llevándose una mano a la sien, como si un dolor de cabeza se avecinara—. ¿Has notado si tiene atracción por los varones?
Ulfric negó nuevamente, con firmeza. —No, duquesa. A Iván le gustan las mujeres. He notado que a veces mira a las mujeres, especialmente a ciertas partes que a un joven de su edad le interesan, como los pechos y el trasero. Y también lo he visto sonrojarse cuando lo descubro. Además, parece tener una cierta atracción hacia sus ex niñeras, Amelia, Elara y Mira. Pero Iván es tímido, y creo que esa es la razón por la que aún no ha dado ningún paso en ese sentido.
La duquesa se quedó en silencio por un momento, procesando la información. Finalmente, habló con una determinación renovada. —Bien, he escuchado de una banda de bandidos que está siendo difícil de subyugar por los Centinelas de Hierro y las Legiones de Hierro en el norte. Pronto mandaré a Iván con dos de las Legiones del Duque para que los subyugue y así comience a hacerse de un nombre propio. Además, quiero que esta noche lo lleves a un burdel. Dile al dueño que quiero a su mejor mujer para mi hijo, alguien que le enseñe a no dejarse manipular por los placeres de la carne.
Ulfric asintió, entendiendo la gravedad de la situación. Sabía que, aunque el camino que se avecinaba sería duro, era necesario para que Iván se convirtiera en el hombre que debía ser, un hombre capaz de liderar y proteger a su gente sin dejarse influenciar por aquellos que quisieran aprovecharse de él.
Iván, aún en su escondite, escuchó todo con una mezcla de sorpresa, vergüenza y determinación. Sabía que las decisiones que se tomaban en esa habitación moldearían su futuro, y aunque el peso de las expectativas lo abrumaba, sentía que debía estar a la altura.
Después de despedirse de su madre, Iván se retiró apresuradamente del pasadizo donde había estado escondido, su corazón latiendo con fuerza. Se dirigió rápidamente a la sala de estrategias, un lugar donde pasaba gran parte de sus días aprendiendo tácticas militares, política, economía y gestión del ducado. Era un espacio amplio, con mapas detallados colgados en las paredes, maquetas de fortalezas y ejércitos desplegadas sobre grandes mesas, y estanterías llenas de libros y pergaminos con sabiduría ancestral.
Cuando llegó, encontró a Ulfric esperándolo, como siempre, pero esta vez no era el soldado severo y obediente que mostraba ante los demás, sino el amigo y mentor en quien Iván confiaba profundamente. Ulfric había vuelto a ser ese hombre cercano que lo había guiado durante años, ayudándolo a convertirse en el joven que era hoy. Comenzaron su lección del día, enfocándose en tácticas de infantería, pero Iván apenas podía concentrarse. Las palabras de Ulfric resonaban en su mente, mezcladas con las preocupaciones que su madre había expresado.
—Iván, ¿estás prestando atención? —preguntó Ulfric, observándolo con una mirada inquisitiva.
Iván asintió distraídamente, pero en realidad, sus pensamientos estaban lejos de esa sala. Pasó lo mismo con las siguientes lecciones: política, economía, gestión del ducado. Cada palabra le entraba por un oído y le salía por el otro. Su mente no podía apartarse de la conversación que había escuchado, y la presión que sentía en su pecho solo aumentaba con cada minuto que pasaba.
Finalmente, la jornada terminó, y Iván se dirigió a sus aposentos. La cena había sido un asunto formal como siempre, rodeado de sirvientes atentos y en silencio, pero Iván apenas probó bocado. Sus pensamientos seguían revoloteando alrededor de lo que había escuchado, mientras se preguntaba cómo cumplir con las expectativas que pesaban sobre él. Después de la cena, se dirigió a su baño, donde el agua caliente lo envolvió en un breve momento de calma. Pero incluso el placer de relajarse en el agua no pudo desvanecer la inquietud que sentía.
Cuando terminó de bañarse, se secó con una toalla suave y comenzó a vestirse lentamente, dejando que la rutina lo tranquilizara un poco. Se puso la ropa interior, pero antes de que pudiera vestirse completamente, la puerta se abrió de golpe, y Ulfric entró sin previo aviso, con una sonrisa maliciosa en el rostro.
—Veo que tienes un buen paquete ahí, Iván —dijo Ulfric con una risotada que resonó en la habitación.
Iván, completamente sorprendido, se sonrojó intensamente y rápidamente se apresuró a ponerse los pantalones.
—¡Ulfric, qué mierda…! —exclamó Iván, pero fue interrumpido cuando una capa voló por el aire y aterrizó en su cabeza, lanzada por Ulfric.
—Vístete bien y ponte esa capa —ordenó Ulfric con un tono más juguetón que serio—. Vamos a salir esta noche, es hora de que aprendas una nueva habilidad.
Ulfric esbozó una sonrisa sugerente mientras se dirigía hacia la puerta. —Te espero en los establos —añadió antes de salir de la habitación, dejándolo solo.
Iván se quedó inmóvil por un momento, sosteniendo la capa en sus manos mientras su mente procesaba lo que estaba a punto de suceder. Su corazón comenzó a latir con fuerza, cada latido resonando en sus oídos. La idea de lo que implicaba esa "nueva habilidad" lo golpeó de repente: ¿Ulfric realmente lo iba a llevar a un burdel? Su rostro se encendió en un rubor intenso, que subió rápidamente hasta sus mejillas. En su vida anterior, nunca había tenido la oportunidad de... bueno, de estar con alguien de esa manera.
Como esclavo para la pandilla que lo había utilizado, nunca había tenido espacio para experimentar esas partes de la vida. La noción de intimidad le era ajena, algo que solo había visto en videos y escuchado en conversaciones ajenas, pero nunca había practicado. Sentía un nerviosismo creciente y una incomodidad que lo hacía tambalearse mientras se vestía con rapidez.
Después de colocarse la capa con la capucha, Iván se dirigió hacia los patios del castillo. La noche envolvía el lugar en una oscuridad suave, rota solo por la luz de las antorchas que colgaban en los muros. Ulfric lo esperaba allí, junto a su caballo, Eclipse.
Eclipse era un magnífico semental, un regalo que había recibido al cumplir quince años. Su pelaje era de un negro tan profundo que parecía absorber la luz, y su crin y cola ondeaban con elegancia cuando se movía. Era una bestia imponente, musculosa y feroz, de ojos oscuros e inteligentes que escudriñaban el entorno con una astucia que pocos caballos poseían. Aunque muchos le temían por su aspecto salvaje, Eclipse era sorprendentemente dócil cuando estaba con Iván, mostrando una calma casi maternal, como si aún fuera un potro a su lado.
Iván acarició suavemente el cuello de Eclipse antes de montarlo con una habilidad y familiaridad que había desarrollado con los años. Ulfric, que lo observaba y hizo una señal, para que la primera puerta de la muralla se abriera lentamente. Cruzaron en silencio, pasando por los tres anillos de murallas que rodeaban el castillo, hasta que se encontraron cabalgando hacia Vardenholme, la capital.
La ciudad, incluso a esas horas de la noche, estaba tan viva como siempre. Las calles estaban llenas de actividad; las tabernas rebosaban de risas y canciones, los mercaderes ambulantes seguían ofreciendo sus productos, y las luces de las farolas daban al lugar un aire acogedor. Sin embargo, Iván sentía un nudo en el estómago que no lo dejaba disfrutar de la atmósfera vibrante de la ciudad.
Con la capucha cubriendo su cabello blanco, Iván se aseguró de mantener su rostro oculto. Aunque no sería raro ver a alguien de su estatus dirigirse al barrio rojo, la vergüenza lo carcomía por dentro. No quería que nadie lo reconociera; la idea de que lo vieran entrando en un burdel lo hacía sentir expuesto y vulnerable, como si estuviera rompiendo alguna regla no escrita de decoro. Aun así, la firmeza en la voz de Ulfric le recordaba que esto no era una opción. Era parte de su educación, parte de convertirse en el hombre que estaba destinado a ser.
Al cruzar el umbral hacia la zona roja de la ciudad, Iván se vio rodeado de un mundo que hasta entonces había conocido solo en historias y susurros entre los soldados. Las calles estaban bordeadas por mujeres de todas las edades, razas y estilos, cada una más coqueta y seductora que la anterior. Las prostitutas se apostaban frente a los establecimientos, envueltas en vestiduras llamativas que poco dejaban a la imaginación. Sus movimientos eran calculados, atrayendo miradas con una mezcla de promesas silenciosas y sonrisas provocativas. Algunas se inclinaban ligeramente hacia adelante, realzando sus atributos con posturas que dejaban claro su oficio; otras dejaban escapar risas suaves mientras sus ojos exploraban a cada hombre que pasaba, evaluándolos con precisión astuta.
Iván mantenía su mirada baja, intentando ignorar los pensamientos que se agolpaban en su mente. Recordó que, en el ducado, la prostitución no era castigada como en otras partes del continente, aunque sí estaba estrictamente regulada por ellos, la casa gobernante. Este pensamiento lo ayudaba a mantener la compostura y a reprimir el sonrojo que sentía cada vez que sus ojos, sin querer, se encontraban con los de alguna de esas mujeres. A su lado, Ulfric soltó un bufido divertido al ver la incomodidad de Iván, quien desvió la mirada, avergonzado por su falta de experiencia en este tipo de situaciones.
Finalmente, se detuvieron frente a un establecimiento más grande que los demás. La lujosa fachada estaba adornada con detalles dorados y una enorme imagen de un diamante negro, símbolo de exclusividad y opulencia. El lugar irradiaba un aura de prestigio, claramente destinado a satisfacer los caprichos de los más poderosos. Iván sintió que sus nervios aumentaban con cada paso que daba hacia la entrada. Ulfric caminaba detrás de él, protegiendo su espalda como siempre lo hacía, mientras Iván, con las piernas temblorosas, avanzaba hacia el interior.
Al entrar, se encontraron con una recepción majestuosa, flanqueada por dos enormes hombres musculosos. Estos, con mazas colgadas de sus cinturones, observaban el entorno con miradas severas que no dejaban espacio para la insubordinación. Sin embargo, fue la mujer detrás del mostrador quien captó toda la atención de Iván.
La recepcionista poseía una presencia imponente y una belleza innegable que destacaba entre cualquier multitud. Su piel era de un tono canela profundo, acentuada por los destellos dorados de las joyas que adornaban su cuerpo. Sus ojos, de un dorado intenso, observaban a los recién llegados con una mezcla de astucia y severidad, dejando claro que nada escapaba a su atención. Su figura era voluptuosa, especialmente sus pechos, que parecían estar a punto de desbordarse del escaso sujetador de tirantes que los ocultaba apenas. Este atuendo, realzado por un vestido ceñido de un tejido negro brillante, contrastaba con las cadenas y accesorios dorados que llevaba, reflejando su estatus y control sobre el negocio. Su cabello negro caía en suaves ondas alrededor de su rostro, enmarcando sus facciones perfectamente esculpidas.
—Buenas noches, caballeros... —comenzó a decir con una voz suave pero firme, hasta que su mirada se posó en Ulfric. De inmediato, su ceño se frunció aún más, y su tono se volvió frío y cortante—. Ya te dije que no aceptamos bestias aquí. Sal, este es un lugar para gente de prestigio, no para bárbaros —escupió con desdén.
Ulfric, sin perder la compostura, respondió con voz tranquila y respetuosa, descubriendo su cabeza para mostrar su cabello. Iván, por su parte, intentó ocultar el suyo nuevamente, temeroso de ser reconocido.
—No sea grosera, Lady Natali. No vengo por placer, sino para iniciar a nuestro joven heredero en estos asuntos —dijo Ulfric mientras, con su mano revolvía el cabello blanco de Iván, enfatizando el característico cabello blanco de los Erenford.
Al reconocerlo, la expresión de la mujer cambió instantáneamente. Incluso los guardias, que hasta entonces habían permanecido imperturbables, inclinaron la cabeza en señal de respeto. Natali, con una mezcla de sorpresa y reverencia, se arrodilló ligeramente, sus pechos moviéndose con cada uno de sus movimientos.
—Mi señor, qué honor ser elegida para su patrocinio —dijo, suavizando el tono de su voz mientras se levantaba y abría las cortinas que conducían a las salas interiores, revelando un lugar perfumado y elegante, lleno de lujuria y sensualidad.
El interior del burdel era aún más impresionante. Las paredes estaban cubiertas de tapices oscuros y sedosos, y el suelo estaba adornado con alfombras gruesas y lujosas que silenciaban cualquier sonido de pasos. El aroma embriagador de incienso flotaba en el aire, mezclado con el perfume dulce de las flores frescas. Los candelabros colgaban del techo, llenando la sala con una luz suave y dorada que hacía brillar las pieles y las joyas de las mujeres que allí se encontraban.
Natali, con un gesto imperioso, ahuyentó a algunos hombres que estaban en la sala principal y condujo a Iván a una habitación lujosa. No era tan opulenta como sus aposentos en el castillo, pero destacaba por su lujo y confort. Los muebles eran de maderas ricas y oscuras, cubiertos con cojines de terciopelo y adornos dorados. Pronto, un grupo de mujeres entró en la habitación. Estaban vestidas con ropas escasas pero lujosas, que apenas ocultaban sus cuerpos esbeltos. Sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y deseo mientras se acercaban a Iván, sus movimientos calculados para seducirlo.
Iván, todavía nervioso, sintió su respiración acelerarse. Ulfric, que había permanecido cerca, le susurró algo a Natali antes de irse, lo que provocó una sonrisa en la mujer. Pero Iván no podía evitar sentir una mezcla de miedo e incertidumbre ante lo que estaba por venir. Todo era nuevo para él, y aunque sabía que era parte de su formación, no podía evitar sentirse completamente abrumado por la situación.
Natali se acercó a Iván, con una sonrisa tranquilizadora y la mirada llena de promesas.
—No se preocupe, joven señor —dijo con una voz suave como la seda—. Nos aseguraremos de que esta noche sea inolvidable para usted. Ahora, relájese y permita que estas damas lo guíen. Mi señor, estas son las mejores mujeres de este establecimiento. Elija a la que desee; le aseguro que son las mejores de la ciudad —agregó el dueño del burdel, apareciendo de repente con un tono lleno de orgullo.
Iván mantuvo la mirada baja, avergonzado y sin saber qué hacer. Las mujeres que se alineaban frente a él eran todas de una belleza deslumbrante, cada una más provocativa que la anterior. Una de ellas, una rubia de ojos azules y cuerpo esbelto, lo miraba con una sonrisa juguetona, sus labios pintados de rojo destacaban contra su piel pálida. A su lado, una morena con ojos de un verde intenso y curvas voluptuosas se inclinó ligeramente hacia él, dejando que su escote generoso captara su atención. Otra, de piel dorada y cabello negro, tenía una expresión traviesa, sus movimientos suaves y felinos mientras se acercaba un poco más, sus labios formaban una sonrisa cargada de promesas.
—T-tú… lo siento, pero no sé cuál elegir —balbuceó Iván, mirando de reojo a la dueña del burdel, incapaz de decidirse entre tanta belleza.
La dama sonrió comprensivamente, inclinándose un poco hacia él.
—No hay necesidad de disculparse, mi señor. Es su primera vez y estamos aquí para que sea una experiencia memorable. Dígame, ¿qué prefiere? ¿Rubia, morena, pelirroja o tal vez algo más exótico? ¿Y qué hay de sus cuerpos? ¿Los prefiere con curvas, esbeltos o algo intermedio? —Se inclinó más y bajó la voz a un susurro conspirador—. ¿O tal vez tiene una solicitud especial? Aquí atendemos a todos los gustos.
Sonrojándose aún más, Iván levantó la vista y observó a las mujeres que tenía delante. Cada una era una visión de belleza, sus cuerpos irradiaban deseo, todas lo miraban con interés. Tragó saliva, con el corazón acelerado, mientras su vista se posaba en una mujer de belleza cautivadora. Su cabello largo y ligeramente ondulado era de un rojo intenso, casi como el fuego, y caía en cascada por su espalda. Sus ojos rojos destellaban con una mezcla de coquetería y picardía. Su cuerpo esbelto, de piel lechosa y suave, estaba adornado por pechos generosos y un trasero redondo y firme. Cuando ella le lanzó una mirada tan coqueta y seductora, sintió que su rostro se ponía completamente rojo.
—Creo que la pelirroja me llama la atención —susurró Iván, señalando a la mujer con el pelo ardiente y curvas que parecían pedir a gritos ser tocadas.
La dama asintió, satisfecha con su elección.
—Una excelente elección, mi señor. Sarah es una de nuestras damas más populares y hábiles. Recuerde, mi señor, no hay prisa. Tómese su tiempo, disfrute el momento y no tenga miedo de explorar.
Con un gesto sutil, Natali indicó a Sarah que se acercara. La pelirroja avanzó con una sonrisa encantadora, sus ojos ardientes nunca dejando de devorar a Iván con interés. Natali le susurró algo al oído, y Sarah asintió con una pequeña sonrisa, antes de que las otras mujeres abandonaran la habitación, dejando a Iván y Sarah en un ambiente cargado de una intimidad tan densa que casi podía sentirse en el aire.
Sarah se quedó quieta por un momento, sus ojos rojos brillando con una picardía que hacía que su respiración se volviera más pesada. La sonrisa en su rostro se volvió más juguetona mientras lo miraba de arriba abajo, lamiéndose los labios con una lentitud deliberada, provocándole un escalofrío que le recorrió la columna vertebral.
Sarah comenzó a caminar hacia él, sus caderas se balanceaban con una sensualidad que cada paso era una promesa, un preludio de lo que estaba por venir. El sonido de sus tacones resonaba suavemente sobre el suelo de madera, amplificando la tensión que crecía en el ambiente. Cada movimiento suyo parecía calculado, diseñado para provocar, para tentar, para llevarlo al borde del deseo. Se detuvo a escasos centímetros de Iván, inclinándose apenas, acercando sus labios a los suyos, pero manteniendo la distancia justa para tentarlo, para mantenerlo en vilo. Su mirada permanecía fija en él, sus ojos eran un pozo profundo de lujuria, su voz un ronroneo seductor que llenaba el espacio entre ellos.
—Bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí? Nuestro apuesto heredero —dijo, con un tono que era más un susurro íntimo que una pregunta. Extendió una mano delicada, apartando con suavidad un mechón de cabello del rostro de Iván—. No te preocupes, cariño, prometo hacer de esta noche una que nunca olvidarás.
Su mano continuó su recorrido, bajando lentamente por su mejilla, deslizándose por su cuello y deteniéndose sobre su pecho. Iván podía sentir el calor de su toque atravesando su ropa, como si cada caricia encendiera un fuego dentro de él, una sensación desconocida que hacía que su corazón latiera con fuerza, desbocado, bajo el suave roce de sus dedos.
—Dígame, señor, ¿alguna vez ha besado a una chica? —murmuró Sarah, inclinándose aún más cerca, su aliento cálido acariciando su oído, su voz envuelta en un velo de provocación y sensualidad—. ¿O es tan inexperto como parece?
El aire entre ellos estaba cargado de electricidad, cada palabra que Sarah pronunciaba era una tentación, una provocación que encendía en él un deseo que nunca antes había sentido. La cercanía de su cuerpo, el aroma embriagador de su piel, el roce de sus dedos, todo conspiraba para hacerlo rendirse ante ella, para hacerle olvidar cualquier rastro de duda o temor. Iván sabía que estaba a punto de cruzar un umbral del que no habría vuelta atrás.
Iván dudó un momento, las palabras se le atascaron en la garganta, incapaz de responder de inmediato. Era la primera vez que se encontraba a solas con una mujer, y mucho menos con una tan provocativa como Sarah. Sus mejillas se tornaron de un rojo intenso, y finalmente, logró tartamudear: —Yo... no lo he hecho.
Sarah esbozó una sonrisa, con la mano todavía apoyada en el pecho de Iván, sintiendo el ritmo acelerado de su corazón bajo su palma. —Bueno, cambiemos eso, ¿de acuerdo? —ronroneó mientras cerraba la distancia entre ellos, inclinándose para presionar sus suaves y carnosos labios contra los de él.
El beso fue una explosión de sensaciones que recorrió el cuerpo de Iván como una corriente eléctrica. Su corazón latió aún más rápido, sus manos temblaron ligeramente cuando, casi instintivamente, se movieron hacia la cintura de Sarah, atrayéndola más hacia él. Los labios de Sarah se movían con habilidad, guiándolo, enseñándole, mientras sus lenguas se encontraban y se exploraban en un baile sensual que lo dejó sin aliento.
Sarah tarareó suavemente contra sus labios, sus manos se deslizaron hacia arriba para ahuecar la parte posterior de su cabeza, guiando el beso con una maestría que lo dejaba sin resistencia. Iván no pudo evitar dejarse llevar, sus pensamientos desvaneciéndose en la niebla del deseo, su cuerpo respondiendo de maneras que jamás había experimentado.
Lentamente, Sarah rompió el beso, su mirada fija en la de él, sus ojos brillando con un triunfo velado por la pasión. —Ahora, vamos a quitarte esa ropa, querido —ronroneó, dando un paso atrás para admirar su cuerpo. Iván se sonrojó aún más, apartó la mirada de ella y comenzó a desvestirse, con las manos temblorosas mientras se despojaba de cada prenda, sintiendo el peso de su mirada en cada movimiento.
Los labios de Sarah volvieron a rozar los suyos, y todo el mundo alrededor de Iván pareció desvanecerse. El beso fue suave al principio, delicado, un roce ligero como una pluma que le puso todos los nervios de punta. Pero pronto, se profundizó, volviéndose más urgente, más demandante, mientras sus lenguas se encontraban de nuevo en una danza embriagadora, explorando, saboreando, en un intercambio que dejó a Iván sin aliento.
Cuando Sarah se apartó, sus ojos brillaban con una chispa de lujuria y diversión, sus labios curvados en una sonrisa de satisfacción. —Mmm, tienes un sabor dulce, Iván. Como la cereza de un delicioso pastel —susurró, sus dedos paseándose por su pecho desnudo, acariciando sus pezones y haciéndolo estremecerse de placer—. Ahora, veamos si el resto de tu cuerpo es igual de dulce.
—¿Qué haremos? —pregunté casi sin aliento, mi voz teñida de ansiedad y deseo mientras pequeños gemidos escapaban de mis labios. Sus suaves y aterciopeladas manos recorrieron mi cuerpo, encendiendo una corriente de fuego que se extendía por cada rincón de mi ser. Mi corazón latía con fuerza desbocada, y mis mejillas se ruborizaron al sentir la intensidad del momento. Mis ojos se posaron en ella, devorando cada detalle de su figura, mientras sus dedos trazaban mis contornos con una precisión y determinación que encendían una llama imparable dentro de mí. El aire se volvió denso, cargado de una anticipación eléctrica, mientras mi respiración se volvía más pesada, más profunda, esperando con ansias su respuesta.
Las manos de Sarah se deslizaron hasta mi rostro, acariciándolo con ternura mientras su pulgar recorría el contorno de mis labios, como si quisiera memorizar cada centímetro de mi piel. Entonces, se inclinó hacia mí, capturando mis labios en un beso más exigente, más apasionado. Sentí cómo mi cuerpo respondía instintivamente, entregándose al placer de su toque, deseando con desesperación la dulce tortura de sus hábiles dedos sobre mi piel.
Cuando finalmente nuestros labios se separaron, me susurró al oído con una voz que era puro veneno seductor: —Primero, probaremos lo dulce que eres realmente, mi señor.
Un escalofrío recorrió mi columna, una mezcla de anticipación y deseo que me dejó sin palabras. Asentí, incapaz de articular pensamiento alguno, dejando que la emoción de lo desconocido me arrastrara hacia adelante.
Sin romper el contacto visual, Sarah se arrodilló frente a mí con una elegancia que irradiaba poder y control. Sus manos se movieron con habilidad, desabrochando el cinturón y los pantalones que cayeron al suelo, revelando mi erección. Sus ojos se iluminaron con un brillo perverso, una chispa de travesura y lujuria que hizo que mi respiración se detuviera por un instante.
—Oh, qué polla tan grande y tentadora, mi señor —murmuró con una mezcla de asombro y deseo, su voz suave como un susurro mientras una de sus manos cálidas y suaves se envolvía alrededor de mi erección. Sus dedos acariciaron mi piel con una ternura provocadora que me hizo jadear.
Sarah bajó la cabeza, y con una delicadeza que contrastaba con la pasión en sus ojos, dejó que sus labios rozaran la punta de mi pene. Su lengua salió para dar una pequeña lamida, un gesto que me hizo estremecerme de placer. Luego, sin previo aviso, se lo tomó en la boca, su lengua girando alrededor de la cabeza mientras sus labios se movían arriba y abajo en un ritmo calculado y perfecto. La sensación era abrumadora, una combinación de calor, humedad y la suave presión de su boca que me hizo jadear de puro éxtasis.
El calor de su aliento sobre mi piel sensible, el sonido suave de su succión, y el movimiento rítmico de su lengua, todo conspiraba para llevarme al borde de la locura. Sus manos no se quedaron quietas, una se movió hacia mis testículos, masajeándolos con una suavidad que contrastaba con la intensidad de su boca, mientras la otra se aferraba a la base de mi erección, aumentando la presión con cada movimiento.
Sarah comenzó a aumentar el ritmo, moviendo la boca con una precisión que era al mismo tiempo devastadora y adictiva. Cada movimiento suyo, cada caricia de su lengua, cada suave presión de sus labios me llevaba más y más alto, hasta que la cabeza me cayó hacia atrás, un gemido escapó de mis labios, y mi cuerpo se arqueó hacia ella, buscando más de esa dulce tortura.
El placer crecía dentro de mí, como una ola imparable, aumentando de intensidad hasta que cada centímetro de mi piel ardía bajo el toque de Sarah. Las oleadas de éxtasis se estrellaban contra mí, llevándome a un estado de completa sumisión al placer que ella me otorgaba, mientras mi mente se perdía en la vorágine de sensaciones que sus labios y lengua me ofrecían.
Mientras Sarah continuaba dándole placer, con sus ojos clavados en los de él, podía ver cómo el deseo y el placer crecían en su expresión. Cada movimiento de su lengua, cada succión, le revelaba más sobre él, sobre cómo su cuerpo respondía a la estimulación, y cómo el placer se convertía en un lenguaje que ambos compartían. El sabor de su excitación, la dulzura salada que se desprendía de él, solo sirvió para estimularla más.
La tensión en el cuerpo de Iván se volvió evidente, sus manos se aferraban a las sábanas con fuerza, sus caderas comenzaban a moverse involuntariamente, buscando más de ese placer que Sarah le ofrecía. Su respiración se volvió más pesada, más errática, una señal clara de que su liberación estaba cerca. Sarah, con una sonrisa maliciosa, se apartó de él en el momento justo, sus labios todavía brillantes por su excitación.
—Oh, cariño, parece que estás muy ansioso —dijo con voz cargada de diversión, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de travesura y deseo—. Pero me temo que tendremos que dejar eso para más adelante. Por ahora, voy a enseñarte algo.
Sin darle tiempo a reaccionar, Sarah se levantó con la misma fluidez y lo empujó sobre la cama. El cuerpo de Iván cayó sobre el suave colchón, la sorpresa y el deseo luchando en su mirada. Sarah se colocó a horcajadas sobre él, sus pechos llenos balanceándose peligrosamente cerca de su rostro, una provocación silenciosa.
—Veamos qué tan bueno eres complaciendo a una mujer, ¿de acuerdo? —susurró, mordiéndose el labio con anticipación, un gesto que hizo que el corazón de Iván se acelerara aún más.
Los ojos de Iván se oscurecieron con deseo mientras contemplaba los pechos de Sarah, los pezones rosados endurecidos, clamando por su atención. Sin esperar más, extendió una mano temblorosa y ahuecó uno de sus pechos, su piel suave y cálida contra su palma. Con una mezcla de ansias y adoración, inclinó su cabeza y tomó el pezón en su boca, succionándolo con suavidad mientras su lengua lo acariciaba con delicadeza.
La reacción de Sarah fue inmediata. Sus caderas se movieron hacia adelante, buscando más contacto, mientras una de sus manos se enredaba en el cabello de Iván, manteniéndolo en su lugar. Un gemido bajo y gutural escapó de sus labios, un sonido que reverberó en el pecho de Iván, encendiendo un fuego más intenso en su interior.
Con la mano libre, Iván comenzó a juguetear con el otro pezón, pellizcándolo suavemente, rodándolo entre sus dedos mientras observaba cómo los ojos de Sarah se entrecerraban de puro placer. Podía sentir el calor que emanaba de ella, la humedad de su excitación filtrándose a través de sus delgadas prendas, un testimonio del efecto que él estaba teniendo en ella.
Alentado por los gemidos de Sarah, Iván continuó su labor, alternando su boca entre ambos pechos, saboreando cada respuesta que ella le daba. Sus manos exploraban con más confianza, acariciando su suave piel, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba bajo su toque, cómo su respiración se volvía más rápida, más desesperada.
Sarah se perdió en las sensaciones que Iván le estaba dando, su cuerpo reaccionando con una necesidad casi primitiva. Sus gemidos se hicieron más fuertes, más urgentes, mientras él la complacía con una dedicación y fervor que la dejaron sin aliento.
—Oh, lo estás haciendo muy bien, querido —jadeó Sarah, su voz temblando de placer—. Pero todavía tienes mucho que aprender.
Sin previo aviso, ella se inclinó sobre él, capturando sus labios en un beso profundo y hambriento. Sus lenguas se encontraron, bailando en una danza que era a la vez agresiva y llena de deseo. Cuando finalmente se apartó, sus ojos estaban nublados por la lujuria.
—Ahora, quiero que pongas mis piernas sobre tus hombros, y luego, quiero que me pruebes.
Iván asintió, su propia excitación alcanzando un punto álgido. Levantó las piernas de Sarah, colocando sus pies sobre sus hombros, su cuerpo ahora perfectamente alineado para lo que ella le pedía. Con manos temblorosas, apartó con cuidado las delgadas prendas que cubrían su sexo, revelando su coño húmedo y rosado, un paraíso que él estaba ansioso por explorar.
El aroma de su excitación lo embriagó, un dulce néctar que lo llamaba. Con un suspiro, se inclinó hacia abajo, su boca encontrando su objetivo con una mezcla de reverencia y deseo. Su lengua se deslizó por sus pliegues, saboreando cada gota de su esencia, cada susurro de placer que escapaba de sus labios.
Sarah dejó escapar un gemido fuerte, su cuerpo se arqueó bajo él, sus manos aferrándose a las sábanas mientras él continuaba explorándola con una intensidad creciente. Cada lamida, cada movimiento de su lengua, era un tributo a su placer, una ofrenda que él le hacía con todo su ser.
El cuerpo de Sarah comenzó a moverse con más urgencia, sus gemidos se hicieron más fuertes, más desesperados, mientras Iván la llevaba al borde del éxtasis. Envalentonado por sus reacciones, Iván se volvió más seguro, su lengua trabajaba en un ritmo perfecto, acariciando su clítoris, hundiéndose más profundamente en ella.
Podía sentir cómo su cuerpo se tensaba, cómo sus gemidos se volvían más altos, más agudos, mientras la tensión crecía en su interior. Las manos de Sarah se aferraron a su cabeza, acercándolo más, su cuerpo rígido mientras un grito de placer puro escapaba de sus labios, su orgasmo explotando en oleadas que la sacudieron hasta la médula.
Iván no se detuvo, su lengua continuó lamiendo cada gota de su liberación, su propia excitación ahora en un punto de quiebre. El cuerpo de Sarah temblaba bajo él, sus músculos se relajaban lentamente, su respiración se calmaba, mientras ella se recuperaba del clímax con sus ojos fijos en los de él, una sonrisa satisfecha y cómplice curvando sus labios.
—Bien hecho, Iván —jadeó, su voz ronca por el placer—. Estás aprendiendo rápido.
Cuando el orgasmo de Sarah se calmó, su cuerpo se estremeció, sus ojos todavía clavados en los de Iván. Una sensación de satisfacción y entusiasmo la invadió mientras presenciaba su progreso. Podía ver la intensidad en su mirada, el deseo de complacerla, y eso solo avivó su propio deseo.
Ella se inclinó y sus labios rozaron los de él antes de susurrar: "Ahora es mi turno".
Se apartó de Iván, con el cuerpo brillante por el sudor y el pecho agitado mientras recuperaba el aliento. Se sentó a horcajadas sobre él una vez más, con su coño mojado suspendido sobre su palpitante erección.
Sarah miró a Iván a los ojos y su voz sonó como un ronroneo bajo y sensual. —Ahora te voy a enseñar a follar —.
Sin previo aviso, se agachó sobre Iván y lo tomó en su interior con un movimiento suave. Iván dejó escapar un jadeo cuando ella lo envolvió, su coño apretado y cálido agarró su longitud. Ella comenzó a moverse, sus caderas rodando, sus pechos rebotando, mientras marcaba un ritmo lento y sin prisas.
Las manos de Iván se movieron para agarrar sus caderas, guiándola, mientras ella continuaba cabalgándolo. Sarah se inclinó hacia adelante, sus senos rozando contra su pecho, sus pezones duros y sensibles contra su piel.
—Fóllame, Iván —gimió ella, con la voz cargada de lujuria, instándolo a tomar el control—. Muéstrame lo ansioso que estás.
Las manos de Iván se apretaron sobre sus caderas, su cuerpo se arqueó hacia ella, sus embestidas ahora coincidían con sus movimientos, sus cuerpos se movían al unísono perfecto. Los gemidos de Sarah se hicieron más fuertes, su ritmo aumentó, su cuerpo tembló mientras encontraban un ritmo que enviaba oleadas de placer que los recorrían a ambos.
Ella se inclinó, mordiéndole el cuello, sus uñas clavándose en su carne, su aliento caliente contra su piel mientras susurraba: —Más fuerte, Iván, quiero sentirte dentro de mí —.
Iván, alimentado por su pasión, respondió, sus caderas se sacudieron, sus embestidas fueron más fuertes, mientras comenzaba a tomar el control, sus cuerpos se movían en perfecta armonía, impulsados por el éxtasis de su unión.
Los gemidos de Sarah se hicieron más fuertes, más desesperados, su cuerpo se tensó, su clímax se acercaba. La liberación de Iván era inminente, el placer crecía, la tensión se acumulaba, hasta que finalmente, ambos gritaron al unísono, sus orgasmos se estrellaron contra ellos, sus cuerpos temblaron, mientras se rendían a las olas del éxtasis.
Mientras yacían allí, exhaustos, Sarah se inclinó, sus labios rozando los de Iván, susurrando: —Bien hecho, querido. Ahora estás empezando a entender el verdadero significado del dominio—.
—Podemos... podemos hacerlo de nuevo —balbuceo, con el rostro enrojecido por el calor mientras miro a Sarah. Mi corazón se acelera, mi respiración se entrecorta y me muevo nerviosa. La satisfacción y el placer de nuestro encuentro anterior aún persisten, lo que me hace desear más. Mi voz es suave, apenas audible, mientras hablo, mi tono revela mi timidez y mi entusiasmo.
No puedo evitar admirar la belleza del cuerpo de Sarah, la vista de su cabello rojo cayendo en cascada por su espalda y la forma en que sus pechos suben y bajan con cada respiración. Mi deseo por ella crece, mis manos se mueven inconscientemente para ajustarme, sintiendo el calor y la oleada de mi excitación. Me muerdo el labio inferior, sin saber qué esperar, pero ansioso por explorar más con ella. La idea de dominarla, algo sobre lo que solo he leído, es intrigante y no puedo evitar sentir emoción ante la perspectiva.
Mis ojos se encuentran con los de ella y, en ese momento, sé que estoy lista para rendirme al mundo sensual y poderoso al que Sarah me ha invitado. Trago saliva con fuerza, mi piel pálida se sonroja y asiento, lista para aceptar todos los placeres y lecciones que ella tenga para ofrecer.
Cuando el orgasmo de Sarah finalmente comenzó a disiparse, su cuerpo temblaba aún con las secuelas del placer. Sus ojos permanecieron fijos en los de Iván, observando la intensidad y el deseo que brillaban en su mirada. Una oleada de satisfacción recorrió su cuerpo al ver cómo su joven amante estaba empezando a entender la dinámica de poder que ella estaba enseñándole. Su propia excitación volvió a encenderse, avivada por la expectativa de lo que vendría a continuación.
Con una sonrisa pícara, Sarah se inclinó hacia Iván, rozando sus labios contra los suyos en un beso fugaz, cargado de promesas. Susurró con una voz suave y seductora, sus palabras apenas audibles pero llenas de lujuria.
—Ahora es mi turno —dijo, dejando que sus palabras se desvanecieran en el aire, dejando a Iván en un estado de anticipación inquietante.
Se apartó de él lentamente, su cuerpo aún brillante por el sudor, sus pechos subiendo y bajando mientras recuperaba el aliento. Se puso de pie sobre la cama, con una sensualidad innata en cada movimiento, dejando que Iván la admirara completamente. Luego, con una mirada cargada de deseo, volvió a montarse sobre él, su coño húmedo y palpitante suspendido justo sobre su erección que latía con fuerza contra su vientre.
Los ojos de Sarah se clavaron en los de Iván, su voz se convirtió en un ronroneo grave y sensual, que hizo que su corazón se acelerara aún más.
—Ahora, cariño, te voy a enseñar a follar como un hombre —susurró con una intensidad que enviaba escalofríos por la espalda de Iván.
Sin darle tiempo a reaccionar, Sarah descendió sobre él, tomando su polla en su interior con un movimiento lento y deliberado. Iván dejó escapar un jadeo involuntario cuando sintió el calor y la firmeza de su coño abrazarlo por completo, envolviendo su longitud con una presión exquisita. Sarah comenzó a moverse con un ritmo lento y controlado, sus caderas rodando de manera experta mientras sus pechos rebotaban con cada movimiento.
Iván, atrapado entre el placer y la adoración, llevó sus manos a las caderas de Sarah, agarrándolas con fuerza mientras ella continuaba cabalgándolo. Sarah se inclinó hacia adelante, dejando que sus senos rozaran contra su pecho, sus pezones endurecidos y sensibles presionándose contra su piel, provocando un gemido suave de sus labios.
—Fóllame, Iván —gimió ella con un tono de voz cargado de lujuria—. Muéstrame cuánto me deseas, cuánto necesitas tomarme.
Sus palabras lo incitaron, provocando una respuesta instintiva. Las manos de Iván se apretaron con más fuerza en sus caderas, guiándola mientras sus caderas se alzaban para encontrarse con las suyas. Sus embestidas se hicieron más profundas y poderosas, sus cuerpos se movían al unísono, cada movimiento provocando oleadas de placer que recorrían sus cuerpos. El sonido de sus gemidos y el chocar de sus cuerpos llenaba la habitación, creando una sinfonía erótica que los envolvía a ambos.
Sarah, perdida en el éxtasis de la unión, arqueó su cuerpo hacia adelante, sus labios se movieron hacia el cuello de Iván, mordiéndolo con suavidad, sus uñas se clavaron en su carne, dejando marcas rojas en su piel. Su aliento caliente rozaba su oído mientras susurraba entre jadeos.
—Más fuerte, Iván, quiero sentirte completamente dentro de mí. Quiero que me hagas tuya, quiero que me domines.
Iván, impulsado por la pasión desenfrenada, respondió con una fuerza renovada. Sus caderas se sacudieron con un ritmo frenético, sus embestidas eran ahora poderosas, su cuerpo completamente entregado al placer de tomarla. Sus manos recorrieron su cuerpo, agarrando sus pechos, acariciando su piel suave mientras ambos se movían en perfecta armonía, empujados al límite del placer por el poder de su unión.
Los gemidos de Sarah se hicieron más fuertes, casi desesperados, su cuerpo temblaba mientras el clímax se acercaba una vez más. Iván sintió que su propia liberación se acercaba, el placer creciendo en intensidad, la tensión acumulándose en su cuerpo. Finalmente, cuando ambos alcanzaron el borde del éxtasis, sus gritos de placer se unieron en una explosión de pura lujuria, sus cuerpos se tensaron y temblaron mientras se rendían por completo al éxtasis.
Con los cuerpos exhaustos, Sarah se desplomó sobre Iván, sus pechos presionando contra su pecho, sus respiraciones pesadas y erráticas. Acariciando su mejilla suavemente, Sarah sonrió, su voz era ahora suave y tierna, casi como un susurro.
—Estás aprendiendo, cariño. Estás aprendiendo muy bien —murmuró, sus labios rozando los de Iván en un beso tierno.
Pero Sarah no había terminado. Su deseo seguía ardiendo, y quería más. Sin previo aviso, comenzó a deslizarse hacia abajo por el cuerpo de Iván, sus labios y lengua dejando un rastro de besos húmedos mientras bajaba por su abdomen, hasta llegar a su polla flácida. Con una mirada traviesa, comenzó a lamerla y chuparla, disfrutando de cómo su erección volvía a cobrar vida bajo su toque experto.
—Pero aún tienes mucho que aprender, amor. Recuerda que tú tienes el control aquí. Quiero que me demuestres que eres tú quien manda, que eres el hombre que estoy deseando —ronroneó, su voz era un susurro seductor mientras lo desafiaba una vez más.
Iván, impulsado por su deseo y la necesidad de complacerla, sintió su confianza crecer. Sabía que estaba al borde de algo más grande, algo que podría transformar la dinámica entre ellos. El calor y la excitación en su interior lo empujaron a responder, decidido a mostrarle a Sarah que estaba listo para tomar el control, para ser el hombre que ella anhelaba.
Y así, con un fuego renovado en sus ojos, Iván se preparó para una nueva lección, una en la que demostraría que había aprendido bien las enseñanzas de Sarah, y que estaba listo para llevarla a ambos a un nuevo nivel de placer.
—Estás aprendiendo, cariño. Estás aprendiendo muy bien —suspiró Sarah, su voz era una suave canción de cuna que solo sirvió para profundizar la satisfacción de Iván. Mientras ella se inclinaba, sus labios y su lengua trazando un camino por su cuerpo, él sintió una sensación de hormigueo, una creciente expectación.
Cuando Sarah llegó a su miembro y lo envolvió con su cálida boca, el hormigueo se convirtió en un deseo pleno. Su hábil lengua devolvió la vida a su erección, las manos de Iván aferraron las sábanas mientras la observaba.
—Pero tienes que aprender que tú tienes el poder aquí, tú tienes el control así que demuéstrame que eres tú quien manda, cariño— ronroneó Sarah, sus palabras un desafío, una invitación para que Iván explorara el reino del dominio.
Envalentonado por sus palabras de aliento, Iván soltó las sábanas y dirigió sus manos hacia la cabeza de Sarah, guiándola suavemente mientras ella lo chupaba. Podía sentir que su dominio crecía, que su confianza aumentaba, mientras tomaba el control de su encuentro íntimo.
Sus embestidas se volvieron más enérgicas, su agarre sobre su cabeza era firme pero no brusco, mientras dirigía sus movimientos. Sarah respondió a sus órdenes, sus ojos se encontraron con los de él, su propia expresión lujuriosa lo alentó.
Cuando el placer de Iván se acercaba una vez más a su punto máximo, apretó su agarre, sus dedos se enredaron en el cabello de Sarah, su cuerpo se arqueó hacia ella. Podía sentir su calor, la humedad de su boca, cuando finalmente se liberó, su semilla llenó su boca, su cuerpo se estremeció al encontrar la liberación.
Y así, con un fuego renovado en sus ojos, Iván se preparó para una nueva lección, una en la que demostraría que había aprendido bien las enseñanzas de Sarah, y que estaba listo para llevarla a ambos a un nuevo nivel de placer.
—Ya ve, mi señor, usted sabe tomar el control muy bien —murmuró Sarah suavemente, sus ojos brillando con una mezcla de satisfacción y deseo. Las palabras eran una validación de los esfuerzos de Iván, una recompensa por su recién adquirida confianza.
La mirada intensa de Iván se cruzó con la de ella, y en su interior se despertó un poder nuevo, un dominio que nunca había imaginado poseer. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios, una que reflejaba la sensación de placer y control que comenzaba a descubrir.
—Pero no te preocupes por mí si quieres ser rudo, a mí también me gusta que sea rudo conmigo —ronroneó Sarah, mientras sus dedos envolvían su pene semierecto con un toque suave pero firme. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Iván, su respiración se entrecortó mientras contemplaba la idea de ser más agresivo, de tomarla de una manera que reflejara la intensidad de su deseo.
El sonrojo que coloreaba las mejillas de Iván no disminuyó, pero ahora estaba alimentado por la lujuria. Sus ojos, nublados por el deseo, se clavaron en los de Sarah. Su voz, aunque baja, cargaba con una firmeza nueva cuando murmuró:
—Quiero... quiero tomarte por detrás, reclamarte de una manera que te muestre quién tiene el control.
El corazón de Iván latía con fuerza en su pecho, cada pulsación lo llenaba de una mezcla de anticipación y anhelo. Su cuerpo estaba tenso, sus músculos rígidos con la expectativa de lo que estaba a punto de suceder. La necesidad de probarse, de dominarla, desató una tormenta de deseo crudo en su interior.
Los ojos de Sarah se abrieron con sorpresa, pero esa sorpresa rápidamente se transformó en una emoción palpable. Su excitación aumentó ante la perspectiva de ser tomada de esa manera. Mordiéndose el labio inferior, su pecho subió y bajó con una respiración pesada mientras contemplaba su propuesta.
—Muy bien, mi señor —respondió ella con una sonrisa seductora—. Muéstrame quién está al mando.
Sarah se levantó lentamente de la cama, moviéndose con una gracia provocativa, su cuerpo se balanceaba de manera tentadora. Sin apartar la mirada de Iván, se colocó a cuatro patas, su trasero elevado en el aire de forma incitante, su coño brillando de deseo, el cabello caía en cascada por su espalda como una invitación.
—Tienes el poder, ahora úsalo, mi señor —susurró, su voz entrecortada por la anticipación.
Iván se colocó detrás de ella, con el corazón acelerado y la mirada fija en la visión que tenía ante él. La imagen de su cuerpo perfecto, vulnerable y a la vez provocador, alimentó su deseo. Con un toque posesivo, sus manos ahuecaron las suaves y redondeadas nalgas de Sarah, amasando y apretando la carne mientras se impregnaba de la sensación de control que ahora ejercía.
Podía sentir su excitación, el calor que irradiaba su entrada húmeda, y se tomó un momento para saborear esa anticipación, disfrutando del poder que tenía en ese instante. Lentamente, con movimientos calculados, Iván acercó la cabeza de su erección pulsante a ella, la respiración contenida mientras se preparaba para reclamarla.
Con un empuje firme y decidido, Iván se introdujo en ella, el calor apretado de su coño lo envolvió en una sensación de placer abrumadora. Sus embestidas comenzaron lentas, como si probara el territorio, pero con cada movimiento, su confianza creció, y pronto cada empuje era más fuerte, más decidido, mientras ejercía su dominio sobre ella.
Sarah dejó escapar un gemido suave, su cuerpo tembló mientras Iván la tomaba con más fuerza. Cada movimiento la acercaba más al borde del placer, su espalda se arqueaba hacia él, sus caderas se movían instintivamente para encontrarse con cada una de sus embestidas, mientras él la reclamaba en ese acto tan íntimo.
—Sí, mi señor —jadeó ella, con la voz amortiguada por el cabello que caía sobre su rostro—. Tómame, úsame, muéstrame tu dominio.
Sus manos se aferraron a las sábanas, sus uñas se clavaron en la tela mientras se entregaba por completo a Iván, permitiendo que él la guiara, que le mostrara lo que había aprendido. El placer que él le ofrecía era casi insoportable, y su mente se nublaba mientras la oleada de éxtasis la inundaba.
Iván sostuvo el trasero de Sarah con fuerza, usándolo como ancla mientras la embestía con más fuerza. Su cuerpo se arqueó sobre el de ella, buscando esa conexión intensa, sus labios encontraron el costado de su cuello, marcando su posesión con un beso feroz, sus dientes rozaron suavemente su piel, dejando una línea rosada como testimonio de su control.
Cada acción era deliberada, un despliegue de su poder recién descubierto. La sensación de su cuerpo bajo el de él, la forma en que su coño se apretaba con cada embestida, avivó aún más su deseo de mostrarle quién estaba realmente al mando.
Sus cuerpos se movían al unísono, una sinfonía de placer desenfrenado y lujuria cruda. Las embestidas de Iván se intensificaron, cada una una declaración de dominio, mientras el ritmo de su unión se convertía en un testimonio de la profundidad de sus deseos carnales.
Los gemidos de Sarah se transformaron en gritos desgarradores mientras su cuerpo se tensaba al borde del clímax, sus uñas se hundieron en las sábanas con una fuerza desesperada. El sudor brillaba en su piel, cada músculo de su cuerpo temblaba en anticipación. Iván, sintiendo cómo el placer se acumulaba implacablemente en su interior, mordió su labio, intentando prolongar ese exquisito momento de tensión, saboreando cada segundo antes de dejarse llevar por la inevitable ola de éxtasis que lo aguardaba.
Con una profunda exhalación, Iván se rindió al placer, su cuerpo se estremeció violentamente mientras liberaba un grito que resonó por toda la habitación. Las ondas de su orgasmo se extendieron desde el centro de su ser, abrumándolo, y lo hizo con una intensidad que casi lo desbordó. Sus cuerpos, en perfecta sincronía, temblaron y se entregaron juntos a las olas del éxtasis, sus respiraciones entrecortadas y sus gemidos entrelazándose en un crescendo que los envolvió por completo.
Sarah, con el rostro contorsionado por el placer, arqueó su espalda, su cuerpo se agitaba bajo el peso de Iván, sus caderas se encontraron con sus embestidas, buscando más, deseando más. El control que él ejercía sobre su cuerpo la volvía loca de deseo. Su coño, húmedo y caliente, se apretaba alrededor de la polla de Iván, cada contracción un testimonio de su necesidad desesperada de sentirse llena, de ser reclamada.
—Oh, mi señor, sí, así —jadeó Sarah con voz entrecortada, sus palabras eran un bálsamo para los sentidos de Iván, una confirmación de su dominio sobre ella. La pasión creció en él, sus embestidas se hicieron más profundas, más potentes, mientras su mente se embriagaba con la sensación de poder absoluto.
Sus cuerpos se movían en perfecta armonía, un ritmo frenético que aumentaba en intensidad con cada segundo que pasaba. El cuarto se llenó con el sonido húmedo y rítmico de sus cuerpos chocando, una sinfonía de carne y deseo, una oda a la lujuria sin límites. Los dedos de Sarah se hundían con desesperación en las sábanas, su cuerpo se arqueaba hacia él, su boca abierta en un grito silencioso mientras la tensión se acumulaba dentro de ella, cada nervio de su cuerpo encendido como una chispa lista para explotar.
El brazo de Iván rodeó la cintura esbelta de Sarah, tirándola hacia él, su fuerza imponiéndose mientras la mantenía firmemente sujeta. Sus dedos se hundieron en su carne, marcando su posesión sobre ella, mientras su otra mano se movía hacia su pecho. El montículo regordete y firme pedía atención, y él no dudó en dársela. Sus dedos comenzaron a amasar el pecho con una mezcla de urgencia y adoración, su pulgar rozando el pezón erecto, provocándole un gemido que se mezcló con el suyo propio.
Las sensaciones eran abrumadoras, el calor de su cuerpo, el apretón de su coño, la mirada de pura lujuria en sus ojos. Cada toque, cada movimiento, cada embestida era una afirmación de su dominio, un recordatorio de que él la controlaba completamente. La danza entre el dominio y la sumisión alcanzó nuevas alturas, el ritmo de sus cuerpos era una sinfonía de lujuria desenfrenada, una obra maestra de deseo.
El cuerpo de Sarah temblaba incontrolablemente bajo él, su piel brillaba con una fina capa de sudor, sus gritos de placer eran una melodía que Iván disfrutaba con cada embestida. Sentía cómo la tensión se acumulaba en su interior, el placer se extendía por todo su cuerpo, preparándose para la liberación inminente.
Con un último y poderoso empujón, Iván sintió que alcanzaba su punto máximo, su liberación fue abrumadora, su cuerpo tembló mientras derramaba su semilla dentro de Sarah, llenándola una vez más. El placer era absoluto, una mezcla intoxicante de control, posesión y éxtasis. El cuerpo de Sarah se sacudió junto al de él, su propia liberación fue igual de intensa, su coño apretó la polla de Iván, ordeñándolo hasta la última gota mientras sus gritos de placer resonaban en la habitación.
Colapsaron juntos sobre la cama, sus cuerpos todavía unidos, empapados de sudor y agotados. Sus corazones latían al unísono, sus respiraciones eran rápidas y desiguales. Iván se inclinó hacia Sarah, sus labios se encontraron en un beso suave y tierno, un contraste con la pasión desenfrenada que habían compartido momentos antes. Sus miradas se encontraron, una mezcla de satisfacción, gratitud y deseo aún no saciado brillaba en sus ojos.
—Eres increíble, Sarah —susurró Iván, su voz todavía ronca por el placer. Su mano se movió desde la cintura de ella hacia su vientre suave y redondo, acariciándolo con ternura mientras su pulgar trazaba círculos perezosos sobre su piel sensible. —Nunca supe que tenía esto dentro de mí. Gracias por mostrármelo.
Sarah, aún recuperándose del éxtasis, sonrió suavemente, su mano se deslizó hacia el cabello de Iván, acariciándolo con cariño. —El placer es mío, mi señor. Y tú también fuiste increíble. Me alegra haberte ayudado a descubrir esta parte de ti —respondió con voz suave, llena de satisfacción genuina.
Su tacto cariñoso y sus palabras susurradas llenaron la habitación, sus cuerpos todavía entrelazados, disfrutando de la tranquilidad después de la tormenta.
—Este no tiene por qué ser el final, mi señor —susurró Sarah contra el oído de Iván, su aliento cálido y tentador—. Soy tuya toda la noche, así que dime si quieres que continuemos, si quieres que te enseñe más, lo que sea que desees, mi señor. Estoy aquí para complacerte.
Las palabras de Sarah enviaron un escalofrío por la columna de Iván. Su corazón comenzó a latir con más fuerza, la promesa de más placer era demasiado tentadora para resistir. Su cuerpo ya respondía a su toque, su hombría se despertaba nuevamente, el deseo ardía en su interior.
—Sí, Sarah —suspiró Iván, la palabra cargada de deseo—. Quiero más de ti. Muéstrame todas las formas en que puedes complacerme, porque quiero explorarte por completo.
Los ojos de Sarah se iluminaron con la emoción, su cuerpo se movió bajo el de Iván, listo para más. Con una sonrisa pícara, se dio la vuelta y extendió las manos hacia él, atrayéndolo hacia ella, su cuerpo se arqueó de manera provocativa, invitándolo a continuar con su danza de dominio y sumisión.
Iván no pudo resistir la invitación. La promesa de reclamarla una vez más, de explorarla más a fondo, era irresistible. Se colocó sobre ella, su hombría completamente erecta, lista para penetrarla nuevamente. La miró a los ojos, sus miradas entrelazadas en una promesa silenciosa de lo que vendría.
Sin decir una palabra más, Iván comenzó a moverse dentro de ella, lentamente al principio, disfrutando del calor y la suavidad que lo envolvía, saboreando la sensación de estar completamente dentro de ella. Sarah gimió suavemente, su cuerpo se agitaba con cada movimiento, sus manos encontraron los antebrazos de Iván, agarrándolos con fuerza, alentándolo a continuar, a tomarla como él quisiera.
Esta vez, la forma en que hicieron el amor fue diferente. Iván, más seguro de sí mismo, más en control, marcó el ritmo con precisión. Sus embestidas eran profundas y calculadas, una muestra de su dominio absoluto. Sarah, ansiosa por complacerlo, respondía a cada una de sus órdenes con fervor, su cuerpo se entregaba completamente a él.
El placer entre ellos era tangible, un fuego que los consumía por completo. Iván, saboreando cada gemido, cada jadeo de Sarah, dejó que su mano recorriera su cuerpo, disfrutando de la sensación de su piel suave bajo sus dedos. Su otra mano volvió a su pecho, amasando el montículo con más fuerza esta vez, mientras su pulgar jugueteaba con el pezón, arrancándole otro gemido a Sarah.
El cuerpo de Sarah se retorció bajo él, sus caderas se movían al unísono con las embestidas de Iván, sus gemidos se convirtieron en gritos mientras el placer aumentaba. La habitación estaba llena del sonido de sus cuerpos chocando, el ritmo frenético de su acto sexual, los ecos de su placer resonaban en las paredes.
Y así continuaron, su deseo mutuo los llevó a alturas de placer que ninguno de los dos había experimentado antes. La noche se alargó
Mientras yacían entrelazados en la cama, sus cuerpos sudorosos y respiración agitada, el aire estaba saturado con el cálido aroma de su pasión. Iván, acurrucado entre los suaves y cálidos pechos de Sarah, no pudo evitar preguntar con una voz temblorosa, su rostro enterrado en la piel de ella:
—S-Sarah, ¿cómo... cómo puedo tener alguna esperanza de tener a alguna mujer?
Su pregunta surgía de una experiencia reciente que había desbordado sus sentidos: la intensidad del deseo, el placer abrumador, el control, la sumisión, todo entretejido en un intrincado tapiz de lujuria que lo había dejado perplejo y asombrado. Sarah, con un suave suspiro, movió su mano para acariciar su cabello mientras se recostaba a su lado. Sus ojos, llenos de comprensión y ternura, se encontraron con los de Iván mientras una sonrisa suave se dibujaba en sus labios.
—Mi señor —dijo con calma, su voz cálida como un susurro en la penumbra—, todo se trata de confianza y dominio. Debes aprender a mostrarles lo que realmente desean. Solo te he enseñado lo básico, pero con práctica, lo dominarás.
Sus palabras ofrecían un destello de esperanza, un desafío para perfeccionar las habilidades que ella le había inculcado, una promesa de crecimiento y maestría en un arte que ahora le resultaba tan enigmático.
Después de varias rondas de sexo, sus cuerpos aún entrelazados y cubiertos de sudor, el ambiente de la habitación se cargaba con un aire denso de deseo y lujuria. Sarah lo acunaba entre sus pechos, sus manos acariciando su cabello mientras Iván, abrazado a su cintura con una intensidad palpable, parecía reacio a separarse del calor que ella ofrecía.
—S-Sarah —murmuró Iván con la voz temblorosa, con la cara hundida en el calor de sus pechos—, ¿puedo hacerte una pregunta?
Ella asintió con un sonido afirmativo, un suave murmullo que envió escalofríos por la columna de Iván.
—En el futuro —continuó Iván, con una mezcla de vergüenza y determinación en su voz—, tendré que casarme con alguien a quien no conozco. No quiero que nuestro matrimonio sea solo por motivos políticos. Si me caso con alguien, quiero que sea más que un simple acuerdo. Quiero una conexión real. Necesito tu orientación sobre cómo hacer que una mujer sea realmente mía, no solo por conveniencia política.
Sarah, con una risa suave y juguetona, se levantó de la almohada y sus ojos se encontraron con los de Iván. Su mirada estaba llena de una mezcla de diversión y afecto mientras bromeaba:
—Si, mi señor, deseas hacerme tuya, no necesitas ocultarlo. Como noble, tienes derecho a reclamar tantas mujeres como quieras: una simple aventura, una amante, una concubina o una esposa.
Sus palabras, impregnadas de un matiz de seducción, hicieron que Iván sintiera un escalofrío recorriendo su cuerpo. El consejo de Sarah, una mezcla de técnica y poder, le ofreció una perspectiva nueva sobre cómo usar su estatus a su favor.
—Recuerda las técnicas que te he mostrado —continuó Sarah con voz sensual—. Usa el arte del dominio y la sumisión. Comienza con conversaciones informales, coqueteos y cumplidos. Deja que la mujer se sienta deseada, deseada por un noble que puede ofrecerle una vida de lujo y confort. Una vez que esté bajo tu hechizo, muéstrale las profundidades del placer que nunca ha experimentado. Haz que te desee, mi señor, y querrá pertenecer a ti.
Las palabras de Sarah, una mezcla potente de seducción y estrategia, le ofrecieron a Iván un camino claro para formar una conexión más allá de la política. Sus consejos estaban diseñados para crear un vínculo profundo, tanto dentro como fuera del dormitorio.
Iván, sintiendo un nudo en el estómago, miró a Sarah con un deseo sincero y una mezcla de vulnerabilidad.
—Entonces, ¿estás diciendo que puedo hacerte mía? —preguntó tímidamente, su voz quebrándose mientras apretaba con más fuerza el abrazo alrededor de la cintura de Sarah. Sus ojos, llenos de un anhelo profundo, se encontraron con los de ella—. Puede que suene tonto, pero no quiero compartirte con nadie más, no después de... después de experimentar esta conexión contigo. Quiero que me pertenezcas, que seas mía, y solo mía.
Su corazón latía con fuerza, su respiración se volvía errática, y las mejillas se ruborizaban de vergüenza. Cada palabra que pronunciaba parecía una revelación de su alma, sus ojos azules suplicaban con una intensidad que reflejaba la profundidad de su deseo.
Sarah se rió suavemente y, con un movimiento ágil, lo inmovilizó sobre la cama, subiendo sobre él. Sus ojos brillaban con una mezcla de diversión y cariño mientras se inclinaba más cerca, su aliento cálido contra su oído mientras susurraba:
—Soy tuya, mi señor. Toda tuya. Nunca antes había sentido una conexión tan fuerte con nadie. Llámame tu concubina, tu tesoro o incluso tu reina, seré lo que quieras que sea. Solo debes saber que te seré fiel, mi señor, y me aseguraré de que nunca olvides esta noche.
Sus palabras, cargadas de promesas de lealtad y devoción, junto con el contacto de su cuerpo contra el de Iván, provocaron un estremecimiento en su columna vertebral. El deseo de Sarah de pertenecerle, de cumplir sus deseos, era a la vez embriagador y abrumador.
Antes de separarse del beso, Sarah lo miró con una mirada hambrienta, sus labios rozando los de Iván mientras murmuraba:
—Pero debo advertirte, mi señor, soy codiciosa, exigente y caprichosa. Me gusta que mi hombre me preste atención constante y me mime con cosas bellas y valiosas. Además, cuando tengas más mujeres, exijo que me lleves a tu cama. Puedo serte fiel solo acostándome contigo, pero quiero que me incluyas cuando tengas a esas otras mujeres en tu cama, en tríos, cuartetos o incluso orgías con ellas en el futuro. ¿Mi señor aún me desea?
Sarah le mostró su lado más oscuro, revelando sus exigencias y deseos, pero también su lealtad y su deseo de pertenecer a él. Iván, sin dudarlo, respondió con una intensidad inquebrantable:
—Sí, Sarah, quiero que seas mía.
Con esa aceptación, Iván abrazó a Sarah con fuerza, besándola con una pasión que parecía fundir sus cuerpos en un vínculo profundo y ardiente. Sarah se rió suavemente mientras lo abrazaba, su risa un sonido tierno y acogedor en la penumbra de la habitación.
—Te diré un secreto, Iván —susurró contra su oído, su aliento cálido y sensual acariciando su piel—. Has sido el primer hombre que me ha dejado sentir el deseo completo al dejar que se venga dentro de mí. Además, cuando lo desees, puedes tomarme desde atrás. Mi ano es virgen y está listo para que mi amante lo tome cuando quiera.
Las palabras de Sarah, cargadas de promesas y un deseo palpable, provocaron un estremecimiento en la columna de Iván. Su mente estaba en un torbellino, abrumada por la intensidad de la noche y la nueva dirección que había tomado su relación.
Iván, aún procesando la magnitud de lo que acababa de suceder, decidió no dejar que el momento se desvaneciera en el aire. En lugar de responder de inmediato a las ofertas y secretos de Sarah, simplemente la besó con ternura, un gesto lleno de amor y aprecio por el momento compartido. Luego, se acurrucó junto a ella, sus cuerpos entrelazados en la cama. La calidez de su cercanía le proporcionó un consuelo inesperado.
Sarah, lo abrazó con ternura, buscando reconfortarlo en medio de su confusión. La promesa de una conexión más profunda y las nuevas experiencias que habían compartido seguían frescas en el aire, pero para Iván, el regreso a la realidad y el compromiso con su vida actual eran inevitables. La noche continuaba, pero el futuro de su relación con Sarah seguía siendo una encrucijada que él tendría que enfrentar.