Chapter 14 - XIV

Graham estaba fuera de la tienda del cuartel general. El frío viento nocturno hacía ondear su capa y los estandartes plateados con el dragón negro del marquesado, añadiendo una nota de inquietud al ambiente. Seguía furioso por los idiotas bastardos testarudos de los hijos de su marqués. Esos malditos bastardos no sabían nada de guerra. No solo habían convencido a su padre de darles la mitad del ejército del marquesado para atacar las montañas de Karador, sino que también habían conseguido la aprobación para llevar a cabo una misión suicida.

El marquesado de Thaekar tenía un veinte por ciento de las montañas de Karador, y las riquezas de las otras partes de las minas serían un gran beneficio para ellos. Las minas del marquesado estaban limitadas a carbón, cobre, hierro y, con suerte, plata, en comparación con el ducado de Zusian, que tenía todas las riquezas en su porcentaje, o el ducado de Stirba, que tenía la mayoría de las minas ricas en platino, oro y plata. Pero, en lugar de darle la tarea a algunos de los otros seis generales, el marqués se la había dado a sus bastardos para que se hicieran un nombre.

A Graham lo habían nombrado vice general de ambos. No le molestaba ser el segundo al mando, pero sí le molestaba que los hijos del marqués no lo escucharan. Desde el comienzo, se había cometido el error estratégico de mantener juntos los doscientos regimientos plateados como una sola fuerza, en lugar de dividirlos y lanzar múltiples ataques contra los fuertes y los poblados. Pero no, los bastardos querían sentirse grandes generales y los mantenían juntos, no solo entorpeciendo la movilidad y la logística, sino también dejándolos expuestos a ataques de guerrilla.

Graham maldecía en silencio mientras observaba el campamento en el valle de Uragan. Un vasto valle rodeado por imponentes montañas que, aunque proporcionaba cierta seguridad, también lo llenaba de inquietud. El valle, aunque aparentemente tranquilo con sus verdes praderas y arroyos serpenteantes, se había transformado en una fortaleza improvisada, con 17,000,000 de soldados estacionados a lo largo y ancho del paisaje. El constante bullicio y movimiento de las tropas llenaban el aire de una tensión palpable. Muchos chocaban al moverse o al transportar carretas o los caballos, todo era torpe; si los atacaran, su reacción sería lenta y desorganizada en el mejor de los casos.

La magnitud del ejército seria abrumadora en un campo abierto, pero aquí no era nada. Graham veía con lastima las filas y filas de tiendas y hogueras del ejército. Los soldados, ignorantes de los errores de sus comandantes, bebían y cenaban mientras charlaban o cantaban, ajenos a la tormenta que se formaba entre los altos mandos.

Tomó un poco de aire para calmarse y volvió a entrar en la tienda del cuartel general, donde los hijos ilegítimos del marqués discutían animadamente sobre estrategias y planes de ataque tontos e ineficaces. Al verlo entrar, se callaron momentáneamente, pero pronto volvieron a sus disputas sin siquiera pedirle su opinión. Graham observó la escena con una mezcla de frustración y desesperación. Sus rostros jóvenes y orgullosos no mostraban la menor señal de entender la gravedad de la situación.

El mayor de los hijos ilegítimos del marqués, un joven de cabello oscuro y ojos llenos de arrogancia, lo miró con desdén.

—General Graham —dijo, con una voz cargada de condescendencia—, escuchamos que el ducado de Stirba también ha lanzado un ataque con sus huestes de sangre. Dicen que son más de seis millones. Seguro que ese idiota de Roderic fue a detenerlos con sus legiones, eso nos deja con el paso libre así que estamos discutiendo la mejor manera de lanzar nuestro ataque. ¿Tienes alguna sugerencia, o prefieres quedarte al margen como siempre?

Graham apretó los dientes, conteniendo su ira. Sabía que debía mantener la calma si quería evitar un desastre mayor. Esos mocosos subestimaban mucho a Roderic, conocido como el primer general de Zusian "El Invicto". Graham mismo había visto de lo que ese monstruo era capaz. Después del intento fallido de exterminar el ducado de Zusian con los ducados de Stirba y Zanzíbar, y los condados de Rorus, Bolum y Vonid, que fallo gracias a el duque Kenneth Erenford, "el Lobo Sangriento" que junto a ocho de sus generales y sesenta legiones de hierro los había devastado con una precisión aterradora. Pero al menos se habían llevado consigo a el duque que había muerto en el contraataque que realizó, durante una emboscada entre los cinco ejércitos es donde pudieron matar a ese hombre. Pero ese fue el peor que hubieran cometido, ya que, tal vez se habían llevado a el mejor estratega y general de Zusian pero solo hicieron despertar la ira de su gente, soldados y en especial de sus generales que en un ataque de locura e ira tomaron venganza de forma devastadora. Graham aún recordaba cómo Roderic casi aniquiló por completo al ducado de Stirba en una campaña relámpago, y él mismo apenas sobrevivió a un duelo que duró menos de dos minutos. Roderic como todos los generales de Zusian eran bestias imparables, pero en especial Roderic, que es uno de los estrategas y guerreros mas implacables que se había forjado su reputación en cientos de miles de muertos y sangre derramada.

—Señores —comenzó Graham, con un tono medido—, no creo que subestimar a Roderic sea lo más inteligente en este momento. Las montañas de Karador no son un terreno que se pueda conquistar con una fuerza masiva. Necesitamos dividir nuestras tropas en unidades más pequeñas y móviles que puedan maniobrar en los pasos estrechos y emboscar al enemigo. Seguramente, Roderic ha dejado destacamentos o erigido nuevas fortalezas. Si nos movemos como una sola fuerza, estamos perdidos; pero si nos movemos en varias unidades, podemos consolidar nuestras victorias.

El joven de cabello oscuro soltó una risa seca.

—¿Dividir nuestras fuerzas? ¿Y perder nuestra ventaja numérica? No, Graham. Atacaremos con todo lo que tenemos y aplastaremos a esos hijos de puta de una vez por todas.

Graham sintió una punzada de desesperación. Sabía que intentar razonar con ellos era inútil, pero no podía simplemente quedarse de brazos cruzados mientras llevaban al ejército a su perdición.

—La estrategia que propones es suicida —insistió, su voz más enojada—. Las montañas de Karador están llenas de trampas y emboscadas. Si atacamos de frente, perderemos miles de hombres antes de siquiera ver al enemigo.

El segundo bastardo del marqués, más joven pero igual de arrogante, intervino.

—Basta de tus advertencias, Graham. Hemos tomado nuestra decisión. Atacaremos como un todo, y tú harás bien en recordar tu lugar, vice general.

Graham cerró los ojos por un momento, tratando de calmarse. No había más que pudiera hacer en ese momento. Se dio la vuelta y salió de la tienda, el viento frío golpeándole el rostro. Sabía que el enfrentamiento sería un desastre y que su ejército se dirigía hacia una trampa mortal. Pero, por ahora, solo podía esperar y prepararse para lo inevitable.

Mientras caminaba por el campamento, observó a los soldados y se preguntó cuántos de ellos sobrevivirían a la insensatez de sus líderes. Suspiró y se dirigió a su tienda, donde algunos de sus sirvientes lo esperaban con un poco de cena y algo de agua para limpiarse. Con su ayuda, se quitó la armadura lentamente; se sentía demasiado pesada. Tal vez ya estaba viejo para esto, pensó. Debería retirarse y disfrutar la vida con sus nietos y esposa.

Al acabar de quitarse la armadura, uno de sus sirvientes le dio un cuenco de madera con agua para que se refrescara. En el agua vio su reflejo: su rostro curtido por los años y las batallas, sus ojos llenos de experiencia y cansancio. Las arrugas en su frente y las cicatrices que cruzaban su piel le recordaban cada campaña, cada victoria y cada derrota. Se preguntó si este sería su último conflicto.

—Gracias —dijo a sus sirvientes con una voz suave, apenas audible.

Se sentó en un taburete de madera y tomó la cena que le habían preparado, un simple guiso de carne y verduras. Mientras comía, sus pensamientos volvían una y otra vez a la situación desesperada en la que se encontraban. Pensó en las tácticas que podrían haber usado, en las estrategias que podrían haber empleado si los hijos del marqués hubieran escuchado. Pero ahora todo eso era inútil. La decisión estaba tomada y la marcha hacia la tragedia parecía inevitable.

Después de comer, Graham despidió a sus sirvientes y se reclinó en su cama improvisada, hecha de paja y mantas. Miró al techo de su tienda, tratando de encontrar algún consuelo en la quietud de la noche. Pero el murmullo del campamento, los sonidos de las risas y las conversaciones de los soldados, le recordaban constantemente la fragilidad de su situación.

—¿Qué harías tú en mi lugar? —murmuró, mientras cerraba los ojos recordando a Federik, su segundo hijo. Todos sus nueve hijos habían sido genios más grandes que él en la guerra, pero el que en verdad se destacó fue Federik, un genio en toda regla. Pero... ¿por qué tuvo que idear el plan para matar a Kenneth? Cuando los generales llenos de ira atacaron los territorios que los invadieron, les tocó enfrentar a uno de los peores. Thornflic Bladewing, "La Espada del Verdugo".

Graham apretó con ira los puños al recordar a ese carnicero. Thornflic, junto a veinte legiones de hierro, devastaron el marquesado, masacrando, torturando y brutalizando a todo ser vivo en el territorio. Ese demonio enfrentó a seis de sus hijos, incluyendo a Federik en la batalla de "Lagrimas Rojas". Solo supo que fue una carnicería de la que ningún hombre de Thaekar sobrevivió. Sus hijos... eran los generales de esa batalla y fueron los que recibieron la peor parte, descuartizados y tan brutalizados que apenas y sus restos se pudieron recuperar. Sus cabezas, empaladas en picas que también atravesaban los cuerpos de bebés y niños de las ciudades cercanas, fueron un horror indescriptible. Fue una pesadilla en carne viva.

Mientras se recuperaba de sus memorias, escuchó gritos afuera de su tienda, que pronto se intensificaron. Las llamas comenzaron a prender su carpa, y fue entonces cuando entendió: estaban siendo atacados.

Graham se levantó de un salto, con el corazón latiendo con fuerza. Salió de su tienda, que empezaba a encenderse en llamas, y vio el caos desatado. Los soldados corrían en todas direcciones, intentando organizarse en medio de la confusión. Las llamas iluminaban la noche, y el sonido de flechas llenaba el aire. Al levantar la vista, vio una lluvia infernal de fuego cayendo sobre ellos. Cientos de miles de flechas prendidas en llamas descendían y atravesaban a hombres, prendiendo fuego a las tiendas.

—¡A las armas! —gritó inútilmente, intentando imponer orden en el caos—. ¡Formen filas, prepárense para la batalla!

Corrió hacia su armadura, sabía que no tendría tiempo de ponérsela por completo. Escuchó cómo más y más proyectiles caían sobre ellos, y su propia tienda se estaba desmoronando y cayendo por el fuego. Pero aun así no podía permitirse el lujo de estar desprotegido. Alcanzó a ponerse su cota de escamas y tomó sus guanteletes y yelmo. También tomó su escudo y su hacha de petos, y se dirigió hacia el centro del campamento, donde los soldados intentaban reagruparse en medio de la tormenta de proyectiles.

Entre las sombras y las llamas, Graham vio las torres de vigías en llamas y a cientos de miles de figuras en las cimas, quienes apuntaban y disparaban. Estos proyectiles no tenían fuego, así que supuso que eran ballesteros. Pronto, un cuerno sonó y se escucharon miles de cascos. Por todos lados, la caballería empezaba a descender. Pronto vio al lobo dorado de los Erenford en los estandartes de los jinetes. Dedujo que eran jinetes ligeros de Zusian, que para ser caballería ligera estaban bien armados y protegidos, tanto ellos como sus monturas. Sus armaduras estaban hechas en su mayoría de metal e incluso sus caballos estaban protegidos con una cota de malla y una gualdrapa de negra y roja con detalles dorados.

La primera oleada de jinetes irrumpió en el campamento como un vendaval de muerte. Graham observó cómo los hombres eran arrollados, sus cuerpos triturados bajo los cascos de los caballos. Los gritos de agonía se mezclaban con el estruendo del combate, creando una sinfonía de desesperación. Los soldados de Thaekar intentaban organizar una defensa, pero la sorpresa y la violencia del ataque los mantenían en un estado de caos constante.

Un jinete cargó directamente hacia Graham, su lanza apuntada con precisión mortal. Graham se agachó en el último segundo, esquivando por poco la embestida, y levantó su hacha de petos, golpeando con fuerza en el flanco del caballo. El jinete cayó al suelo con un grito, pero antes de que pudiera levantarse, Graham lo remató con un golpe brutal en la cabeza con la maza de su hacha. La sangre salpicó su yelmo, pero no tenía tiempo de limpiarse; otro enemigo ya estaba sobre él.

—¡Defiendan el campamento! —gritó Graham, mientras varios jinetes se aproximaban a ellos. Los jinetes destrozaron el intento de muro de escudos y mataron a los que se ponían en su paso. Apenas y pudo esquivar la embestida de otro jinete; su hacha bloqueó su estocada, tirando al jinete de su montura. Graham luchaba con la furia de un hombre que no tenía nada que perder, cada golpe cargado con la ira y la desesperación acumulada.

La batalla era una pesadilla hecha realidad. Los jinetes de Zusian no mostraban piedad alguna, cortando y apuñalando a todo lo que se movía. Graham vio cómo un joven soldado de Thaekar, apenas más que un niño, era atravesado por una lanza y arrojado al suelo como una muñeca rota. Sangre y vísceras se mezclaban con la tierra, creando un lodazal rojo y resbaladizo bajo sus pies.

Graham sintió una punzada de desesperación al ver la magnitud de la masacre. Un soldado enemigo se lanzó hacia él con una espada levantada, pero Graham lo interceptó con su hacha, cortando profundamente en su peto alcanzando atravesar la cota de malla y la carne. El hombre cayó al suelo, gimiendo de dolor, rápidamente lo remato con un fuerte golpe de su hacha en el cuello, el cuerpo del hombre cayo como un saco de carne, mientras un rio de sangre brotaba de su cuello decapitado.

Mientras trataba de recuperar el aliento y mientras las flechas y saetas no dejaban de caer, escuchó otro cuerno. Era un segundo ataque. Los jinetes que divisó eran los jinetes ligeros de élite de las legiones. Los enemigos se movían con una precisión letal, cortando filas de soldados de Thaekar como si fueran trigo maduro. Graham vio cómo un grupo de sus hombres intentaba formar una línea defensiva, pero fueron rápidamente superados y abatidos. Un jinete enemigo cabalgó hacia ellos, su espada cortando en un arco amplio y mortal. Graham se lanzó hacia él, bloqueando el golpe con su escudo y contraatacando con su hacha, cortando al enemigo y tirándolo de su montura. A medida que la batalla continuaba, Graham se encontró rodeado por enemigos. Un jinete lo atacó por la derecha, Graham levantó su escudo justo a tiempo deteniendo el arco mortal hacia su cuello, sintiendo el impacto resonar por todo su brazo. Con un rugido de esfuerzo, empujó al jinete hacia atrás y lo destrozo con un golpe preciso de la maza de su hacha. La cabeza quedo destrozada y el cuerpo cayo por el suelo, dejando un charco de sangre en su camino.

El caos era total. Hombres y caballos caían por igual, la tierra empapada de sangre y vísceras. Graham apenas podía respirar, el aire lleno de humo y el hedor de la muerte. Sus fuerzas flaqueaban, pero su determinación seguía intacta. No podía permitirse caer ahora. Otro jinete se abalanzó sobre él, pero Graham lo recibió con un golpe devastador de su hacha, partiendo su yelmo y su cráneo en dos. El hombre cayó pesadamente al suelo, y su caballo, sin jinete, huyó despavorido. Graham giró justo a tiempo para bloquear un ataque desde atrás, su escudo recibiendo el impacto con un estruendo ensordecedor. Con un giro rápido, cortó las piernas del atacante, haciéndolo caer con un grito de dolor.

La batalla se prolongaba, y la resistencia de los soldados de Thaekar se debilitaba. Graham vio cómo un grupo de sus hombres era rodeado y masacrado, sus gritos de auxilio resonando en la noche. La desesperación se apoderaba de él, pero no podía rendirse. No ahora.

—¡Por Thaekar! —gritó, lanzándose de nuevo al combate con renovada fuerza. Las espadas y lanzas de los soldados que estaban siguiéndolo cortaban y apuñalaban, sus escudos bloqueaban los ataques enemigos. La sangre y el sudor se mezclaban en sus rostros, pero no les importaba. Todo lo que importaba era luchar, resistir, sobrevivir un momento más.

Un enemigo se lanzó hacia él con una lanza, pero Graham se apartó a un lado y golpeó con su hacha, partiendo la lanza en dos y cortando al enemigo por la mitad. La sangre salpicó en todas direcciones, y el cuerpo del hombre cayó al suelo con un ruido sordo. Graham giró y bloqueó otro ataque, su escudo resonando con el impacto. Con un rugido, contraatacó, cortando al enemigo desde el hombro hasta el pecho. Otro cuerno sonó y otra oleada de caballería llegó. Cansado, hizo que sus hombres trataran de construir una empalizada, pero antes de que tan siquiera juntaran los materiales, otro cuerno sonó. En ambas oleadas llegaba caballería media y caballería media de élite. Un jinete con su guja levantada atacó a los que estaban reuniendo cosas para hacer una fortificación improvisada. Graham se aproximó, pero apenas pudo detener el ataque de la guja, siendo derribado. Antes de que lo remataran, cortó la pata del caballo enemigo, pero el jinete no se inmutó. Desmontó rápidamente y lo atacó. El hombre era fuerte y rápido, demasiado bueno incluso para ser solo un jinete regular. Apenas Graham le podía seguía el ritmo.

El jinete se movía con una agilidad letal, lanzando estocadas precisas que Graham apenas lograba bloquear. Cuando un soldado aliado trataba de ayudarlo sus cabezas o sus brazos salían volando con rápidas estocadas del jinete medio. El sonido de las armas chocaban con un sonido ensordecedor, y las chispas volaban en la oscuridad. Graham contraatacó con un golpe brutal, pero el jinete lo esquivó con facilidad, su guja buscando un punto débil en la postura de Graham, mientras en el fondo la batalla resonaba en una danza mortal, mientros ellos seguían combatiendo, cada movimiento cargado con la posibilidad de la muerte.

Graham lanzó un rugido de frustración y se lanzó hacia adelante, su hacha describiendo un arco amplio. La guja del jinete se interpuso, desviando el golpe, pero la fuerza del impacto hizo retroceder al enemigo. Aprovechando la oportunidad, Graham giró y lanzó un golpe ascendente, cortando profundamente en el muslo del jinete. El hombre gritó de dolor, pero no retrocedió. En lugar de eso, lanzó un golpe feroz que Graham apenas logró bloquear con su escudo.

El impacto resonó en su brazo, dejándolo entumecido, pero Graham no podía detenerse. Con un esfuerzo titánico, empujó al jinete hacia atrás y lanzó un golpe con todas sus fuerzas, partiendo la guja en dos. Con un rugido, levantó su hacha y la dejó caer con otro golpe brutal, pero el enemigo, rápidamente desenvainó su espada y su maza, bloqueando su ataque. Graham vio los ojos del hombre a través de la rejilla de su visera, sus ojos llenos de un fuego intenso y asesino.

Mientras trataba de ganar en ese duelo de fuerza y tratar de tomar algo de aliento, Graham escuchó a otro grupo de jinetes acercarse. Sus corazones latían con fuerza, pero no podían darse por vencidos. Empujó al hombre y se giró hacia sus hombres y gritó:

—¡Formen una línea defensiva! ¡No dejen que pasen!

Los soldados, agotados y desesperados, hicieron lo mejor que pudieron para seguir las órdenes. Formaron un muro de escudos improvisado, pero la caballería enemiga cargó contra ellos con una furia imparable. Los caballos arremetieron contra los escudos, rompiéndolos y arrollando a los hombres que los sostenían. Graham vio cómo uno de sus hombres era empalado por una guja, su cuerpo levantado del suelo y arrojado varios metros hacia atrás, chocando contra otros soldados. La sangre brotaba de su boca y ojos, y su grito de dolor se apagaba rápidamente en la confusión del combate.

Graham bloqueó el ataque del jinete con quien luchaba, su combate se reanudó, ambos intercambiaron golpes con la furia de un hombre que no tenía nada que perder. Cada golpe de su hacha era un intento desesperado de mantener la línea, de evitar que la marea de enemigos los abrumara. Los jinetes de Zusian eran implacables, sus espadas y lanzas buscando cada apertura, cada debilidad. Un jinete arremetió contra él, su espada buscando su cuello, pero Graham levantó su escudo a tiempo. Sin embargo, esto le dio una apertura al jinete desmontado, quien aprovechó para cortarle el brazo del escudo. Graham soltó un rugido de dolor mientras la sangre brotaba a borbotones. 

Tres cuernos más sonaron, y pronto, no solo más pezuñas resonaron sino también pisadas. Las flechas y saetas seguían lloviendo, y los hombres de Graham caían a su alrededor como muñecos de paja. Los jinetes enemigos avanzaban sin piedad, cortando y apuñalando a todo lo que se movía. Graham, con el brazo ensangrentado inservible, arremetió contra el jinete, cada golpe cargado con la ira y la desesperación de un hombre acorralado.

Cuando estuvo apunto de matar al jinetes medio, otro jinete enemigo, más grande y más armado que los demás, se acercó a Graham. Sus ojos brillaban con una crueldad casi inhumana. Con un movimiento rápido, el jinete atacó, su gran maza buscando destrozar la cabeza de Graham. Este levantó su hacha en un intento de bloquear el golpe, pero el impacto lo hizo volar varios pasos. El dolor en su brazo era insoportable, y cada movimiento parecía enviar llamas de agonía a través de su cuerpo.

El jinete medio no le dio tregua. Arremetió de nuevo, su maza y espada golpeando una y otra vez contra el hacha de Graham. Con cada golpe, Graham sentía cómo sus fuerzas flaqueaban. Finalmente, con un grito de furia, el jinete lanzó un ataque devastador, su maza pasando sobre la hacha de Graham y clavándose profundamente en el costado de Graham, rompiendo varias escamas de su cota. La sangre brotó de la herida, y Graham cayó de rodillas, su visión nublada por el dolor.

—¡No... me... rendiré! —gruñó Graham, levantando su cabeza para enfrentar al jinete una última vez. Con un esfuerzo titánico, se lanzó hacia adelante, su hacha cortando en un arco amplio. El jinete, sorprendido por la ferocidad del ataque, intentó arremeter contra el, pero Graham lo alcanzó, su hacha cortando profundamente en el otro muslo del enemigo. El jinete gritó de dolor y cayó al suelo, pero antes de que Graham pudiera rematarlo, otro jinete se lanzó hacia él, su lanza levantada para un golpe mortal.

Graham apenas logró bloquear el ataque, el impacto resonando a través de su brazo entumecido. El dolor era insoportable, pero no podía permitirse descansar. Con un rugido de furia, empujó al jinete hacia atrás y lanzó un golpe con todas sus fuerzas, cortando la cabeza del caballo enemigo de un solo tajo. La sangre brotó en un chorro, y el cuerpo sin vida del caballo cayó pesadamente al suelo. Dándole el tiempo para correr de esa posición, escuchando como los hombres que estaban con el eran masacrados. Mientras corría, la batalla seguía desatando un caos inhumano, un escenario de destrucción y desesperación sin parangón. A medida que el primer resplandor del amanecer comenzaba a iluminar el horizonte, la oscuridad de la noche se mezclaba con el infernal resplandor de las llamas, que proyectaban sombras grotescas sobre el campo de batalla. La luz de las llamas teñía el terreno de un rojo infernal, una macabra representación de la carnicería que se desarrollaba.

Graham, su figura apenas reconocible bajo la cota rota y ensangrentada, se movía con una furia frenética. Cada golpe que daba, cada ataque que bloqueaba, era un intento desesperado de sobrevivir. Su hacha, manchada con la sangre de sus enemigos y la suya propia, se alzaba y caía con una fuerza descomunal, cada movimiento cargado de desesperación. Las flechas seguían cayendo como lluvia infernal. Cada proyectil era una amenaza mortal, y el suelo estaba tan saturado de sangre que se había convertido en un fango rojo, resbaladizo y traicionero. Los cuerpos yacían amontonados, creando una grotesca pila de carne y huesos, que se desmoronaba bajo el peso de los nuevos caídos. Los gritos de agonía se entrelazaban con el estruendo de las armas en combate, creando una cacofonía de sufrimiento y desesperación.

Un nuevo grupo de jinetes llegó, más formidables y letales. Equipados con armaduras pesadas y monturas fuertes, arremetieron con una brutalidad despiadada. Sus ataques eran metódicos, buscando romper cualquier resistencia. Los caballos avanzaban sobre los cuerpos caídos, aplastando lo que quedaba de ellos con una indiferencia cruel.

En medio del caos, Graham vio cómo sus hombres intentaban construir una defensa improvisada con mesas, escudos rotos y cualquier cosa que pudieran encontrar. Pero la caballería enemiga arremetió contra ellos, rompiendo las barreras y arrollando a los hombres. Los cuerpos volaban por el aire, empalados por lanzas o cortados por espadas mientras intentaban hacer frente a la avalancha de enemigos.

La infantería enemiga, pesada, media y ligera, se unió a la carnicería. Los soldados con armaduras pesadas avanzaban con una fuerza bruta implacable, abriendo brechas en las filas de los hombres de Thaekar. Mientras tanto, los soldados ligeros rodeaban y atacaban desde los flancos, cortando a los que intentaban escapar. Los gritos de dolor y desesperación llenaban el aire mientras los hombres de Thaekar caían uno tras otro. Graham, cubierto de sangre y sudor, apenas era consciente de la magnitud del caos. Cada movimiento era una lucha por mantenerse en pie. Un soldado joven, no mayor de diecisiete años, fue atravesado por una jabalina, su cuerpo elevado en el aire antes de ser arrojado violentamente al suelo. La sangre brotaba de su pecho, donde la jabalina lo atravesó, mezclándose con el barro y creando un espectáculo macabro.

La batalla se convirtió en una escena de pura brutalidad. Los jinetes de Zusian arremetían en nuevas oleadas continuas, sin mostrar piedad. Sus lanzas y mandobles se hundían en la carne, perforando escudos y cuerpos con igual ferocidad. Graham vio a uno de sus oficiales, un hombre corpulento y valiente, rodeado por un grupo de infantes medios. A pesar de sus esfuerzos, fue derribado, su cuerpo lleno de heridas mientras los enemigos continuaban atacándolo sin piedad. La sangre brotaba de sus heridas, mezclándose con el barro y creando un espectáculo grotesco.

Un jinete particularmente feroz, con una maza en cada mano, arremetió contra Graham. El impacto de la maza contra su hacha hizo que su visión se nublara, y un dolor agudo se extendiera por su brazo. Algunos soldados se acercaron y lo ayudaron a levantarse, pero la batalla no daba tregua. La infantería enemiga seguía avanzando, y los soldados que estaban a su lado apenas podían responder. Pocos llevaban armaduras, y otros apenas estaban bien armados. Cuando llegaron a uno de los ríos del valle, ahora teñido de rojo por la sangre y el reflejo del fuego, vieron cómo un destacamento de caballería se acercaba.

Graham reconoció a Roderic Ironclaw. La caballería era la guardia de el general, los conocidos, "Lobos Negros" de Zusian, con los estandartes ondeando y sus armas brillando, barriendo a los hombres de Thaekar como una ola brutal y despiadada. Los cuerpos caídos se acumulaban, sus rostros distorsionados en una mueca de horror y agonía. La sangre fluía como ríos, mezclándose con el barro y el humo que llenaba el aire.

Pero también vio al hijo mayor del marqués, con su armadura completa y acompañado por los 32,000 Demonios de Plata, la élite de su ejército. Ambas fuerzas se aproximaron. Antes de que el choque ocurriera, Roderic, con su martillo de guerra, lanzó un golpe devastador, decapitando al bastardo y a los Demonios de Plata cercanos. Mientras los Demonios de Plata caían bajo el implacable martillo de guerra de Roderic, sus cuerpos eran arrastrados por el impacto de la furia desatada. La cabeza del hijo mayor del marqués rodó por el suelo, su rostro congelado en una expresión de shock y horror mientras su cuerpo, sin vida, era arrasado por las pezuñas de los caballos enemigos. La muerte del uno de los generales en gefe, una figura de poder y la pieza fundamental en la moral de un ejercito, ahora masacrado y decapitado, su muerte solo sirvió como una onda de desesperación y pánico a través de las filas de los Demonios de Plata y soldados cercanos.

A medida que el tiempo pasaba, la batalla se intensificaba cada vez mas, el caos se apoderaba cada vez más del campo de batalla. Los jinetes enemigos seguían arremetiendo sin tregua, sus lanzas y espadas encontrando nuevos blancos en medio de la confusión. Las cargas de caballería pesada aplastaban a los hombres de Thaekar, sus poderosas monturas barriendo las líneas de defensa con una brutalidad animal. Los caballos, frenéticos, relinchaban de dolor mientras eran heridos por flechas y lanzas. Los hombres de Thaekar, exhaustos y aterrorizados, intentaban desesperadamente resistir.

El suelo ahora completamente empapado en sangre, un río oscuro y pegajoso que corría junto a los cuerpos caídos y heridos. Los gritos de agonía eran constantes, un coro desgarrador que se entrelazaba con el estallido de los combates. Los soldados de Thaekar, ahora apenas organizados, eran solo muñecos sin vida, ante el avance imparable de la infantería pesada y los jinetes enemigos. Las barricadas improvisadas que habían intentado construir se derrumbaban bajo la presión de los ataques, y los pocos escudos que habían logrado levantar eran destruidos con facilidad por los enemigos. Cada rincón del campo de batalla se había convertido en un matadero. Los cuerpos de los hombres de Thaekar se acumulaban en montones grotescos, sus rostros distorsionados en muecas de agonía mientras la vida se desvanecía de ellos. Los jinetes y infantes de Zusian avanzaban con una ferocidad despiadada, sus armas dejando tras de sí un rastro de muerte.

Graham, en medio del frenesí del combate, vio cómo los hombres de Thaekar intentaban desesperadamente formar una ultima resistencia, pero cada intento de resistencia se desmoronaba bajo la implacable fuerza de la caballería enemiga, que avanzaba sin compasión, arrasando con todo lo que encontraba a su paso. El sol comenzaba a alzarse lentamente en el cielo, revelando un campo de batalla transformado en un horror interminable. La luz dorada de la mañana no hacía más que resaltar la desolación del campo: la tierra empapada en sangre y desechos, los cuerpos amontonados en grotescas pilas, y el humo de las hogueras que aún se levantaba en columnas grisáceas. Los gritos de agonía se mezclaban con el sonido constante de armas chocando contra carne y metal, creando una sinfonía sin fin de sufrimiento y muerte.

Exhausto y abatido, Graham cayó de rodillas, rodeado por los pocos hombres que aún quedaban a su lado. Su cota de escamas, desgarrada y llena de manchas de sangre y barro, su brazo colgaba de su cuerpo de manera desagradable. El peso de la derrota y la desesperación se reflejaban en su rostro, marcado por cortes y moretones. Cada respiración le costaba un esfuerzo monumental, y sus fuerzas se desvanecían rápidamente. La infantería enemiga, implacable y despiadada, avanzaba, empujando a los hombres de Thaekar hacia donde se encontraban los soldados capturados.

En medio de la desolación, los prisioneros, desarmados y temblando, eran agrupados junto a los cuerpos de sus compañeros caídos. La brutalidad de la batalla había dejado claro el destino de aquellos que habían sobrevivido. Los hombres de Thaekar, desmoronados y derrotados, eran arrastrados hacia una fila de cautivos, su espíritu quebrado por la incesante ola de violencia.

Graham, alzando la vista, vio a los enemigos rodeando a los prisioneros con una actitud victoriosa y despiadada. Los jinetes de Zusian, aunque exhaustos, mantenían su actitud de superioridad, mientras los infantes reagrupaban a los prisioneros. La derrota de Thaekar era completa; el campo de batalla estaba lleno de cuerpos sin vida, y los pocos sobrevivientes que aun peleaban estaban al borde del colapso.

La batalla dejo una escena de pura brutalidad y desesperación, llegaba a su fin. Los gritos de agonía se volvían cada vez más débiles, mientras los soldados de Thaekar, agotados y derrotados, se sometían al destino que les había reservado la guerra. Graham, una sombra de su antiguo yo, yacía en el suelo, su mirada perdida en el horizonte, donde la luz del amanecer ofrecía un cruel recordatorio de la devastación y el sufrimiento que la guerra había dejado a su paso.