Chereads / El Ascenso de los Erenford / Chapter 13 - XIII

Chapter 13 - XIII

Roderic Ironclaw llegó al corazón de las imponentes montañas de Karador, una región famosa por sus ricos depósitos de minerales y piedras preciosas que mantenían a Zusian como una de las naciones más ricas del continente. Las montañas, con sus cumbres nevadas y valles profundos, eran un paisaje majestuoso y formidable, un recordatorio constante del poder y la riqueza oculta bajo la tierra. Karador era conocida por sus minas de platino, oro, plata, hierro, estaño, cobre, carbón, rubíes, zafiros, amatistas, esmeraldas. Así como por sus depósitos de metales raros que eran esenciales para la fabricación de armamento avanzado. Estas montañas no solo eran una fuente de riqueza material, sino también un baluarte estratégico para el ducado de Zusian.

Las aldeas mineras estaban esparcidas por los valles y laderas de las montañas, cada una con sus propios túneles y sistemas de extracción. La vida en estas aldeas era dura y peligrosa; los mineros trabajaban largas horas en condiciones difíciles, enfrentando el riesgo constante de derrumbes y asaltos en las fronteras. Sin embargo, la promesa de riqueza los mantenía enfocados en su labor.

Roderic observó la villa desde una de las cimas de montañas que rodeaban el pueblo, mientras las legiones en formación avanzaban hacia el pueblo. El aire en Karador estaba cargado de la fragancia metálica del mineral recién extraído y del humo de las forjas que trabajaban incansablemente. Las herramientas resonaban con un ritmo constante, creando una sinfonía de industria que se escuchaba en toda la región. Los barracones de los mineros, aunque sencillos, eran robustos y estaban bien mantenidos, reflejando la importancia que el ducado otorgaba a sus trabajadores.

Roderic, como el primer general del ducado, había sido enviado por la duquesa Alba con veinte legiones y su propia Legión de Hierro, un total de 8,359,000 legionarios, para reforzar las cordilleras y montañas de Karador. Antes de que comenzara la guerra contra el vizcondado de Rivenrock, Roderic había estado construyendo fuertes de montaña y fortificando los caminos hacia el ducado de Stirba en el norte y el marquesado de Thaekar en el oeste. Esta precaución resultó providencial, ya que ambos territorios habían lanzado ataques furtivos, pequeños pero constantes.

Roderic se dirigió con las legiones sobrantes a la mayor de las aldeas mineras, conocida como Kharagorn, donde se encontraba la sede principal de las operaciones mineras. Kharagorn era un hervidero de actividad; los carromatos cargados de mineral iban y venían, y los supervisores gritaban órdenes mientras los mineros se apresuraban a cumplir con sus tareas. La aldea estaba fortificada con murallas de piedra y torres de vigilancia, protegiendo los valiosos recursos y a los trabajadores de cualquier posible amenaza.

Pero estas defensas no serían suficientes si las Huestes Juradas de Sangre del ducado de Stirba intentaban atacar, o si los Regimientos Plateados del marquesado de Thaekar decidían lanzar una ofensiva. Roderic sabía que necesitaba reforzar aún más las defensas y asegurar la lealtad de los mineros y aldeanos para mantener el control sobre esta región crucial.

Mientras Roderic observaba el ajetreo de Kharagorn, evaluaba las necesidades defensivas del área con una mirada crítica. La aldea estaba bien fortificada, pero los fuertes descendiendo por las laderas de la montaña no eran suficientes para detener un ataque coordinado. Mandaría construir el triple de fuertes y expandir los ya existentes, asegurándose de que cada uno estuviera estratégicamente posicionado para ofrecer la máxima cobertura y apoyo mutuo. Además, planeaba mantener ojos y oídos más adelante en los caminos, reforzándolos con barricadas y destacamentos de soldados para interceptar cualquier movimiento enemigo.

Roderic sabía que los caminos eran vitales para el transporte de recursos y tropas. Identificó los puntos más vulnerables y ordenó que se fortificaran con bloques de soldados, especialmente en los pasos más fáciles de atravesar. No subestimaba la capacidad de sus enemigos para encontrar rutas alternativas y atacar por sorpresa. Por ello, también decidió reforzar los caminos menos comunes, sabiendo que una vigilancia superficial en lugares esperados solo llevaría a la derrota.

Ordenó a sus oficiales comenzar con los preparativos de inmediato, designando a los ingenieros y supervisores para supervisar la construcción de los nuevos fuertes y barricadas. Mientras tanto, Roderic se dirigió a la plaza principal de Kharagorn, donde los mineros y aldeanos se reunían para escuchar sus palabras.

—Hombres y mujeres de Kharagorn —comenzó Roderic, su voz resonando con autoridad—. El ducado de Zusian y la propia duquesa saben lo importantes y leales que son sus pueblos en estas peligrosas montañas. Como muestra de su agradecimiento, me ha enviado con regalos de comida y bebida, y ha concedido el permiso para que se queden con un cuatro por ciento de lo que minen y transporten. Pero a cambio, pide que sigan manteniendo su lealtad y cooperación con nosotros. Como saben, los de Stirba y los de Thaekar codician nuestra parte de estas montañas. Aunque ellos tengan sus recursos, siempre desean lo nuestro, pero...

Roderic hizo una pausa, asegurándose de que sus palabras calaran hondo entre los presentes. Los aldeanos lo miraban con atención, conscientes de la gravedad de la situación.

—...pero no permitiremos que nos arrebaten lo que es nuestro por derecho. Estas montañas no solo nos proporcionan riqueza para nuestro hogar y nuestras familias, sino que son el corazón de nuestro hogar. Cada piedra, cada mineral, es parte de nuestra herencia y nuestra fortaleza. No cederemos ni un solo palmo de tierra a nuestros enemigos. Trabajando juntos, seremos una fuerza imparable.

Un murmullo de aprobación recorrió la multitud, mezclado con susurros de preocupación y resoluciones silenciosas. Los aldeanos sabían que las promesas de Roderic venían con un costo, pero la oferta de un cuatro por ciento de lo extraído era una tentación difícil de rechazar. La lealtad y la cooperación no eran conceptos abstractos; eran una cuestión de supervivencia.

—Hoy mismo comenzaremos con la construcción de nuevas defensas —continuó Roderic, su voz firme y autoritaria—. Necesitamos reforzar los fuertes, erigir nuevas barricadas y asegurar los caminos. Cada uno de ustedes tiene un papel vital en esta tarea. Mineros, sigan trabajando duro y extraigan los recursos que necesitamos. Centinelas de hierro, preparen sus armas y estén listos para cualquier eventualidad. Artesanos, asegúrense de que las fortificaciones sean impenetrables.

Roderic observó los rostros de los aldeanos y mineros. Sabía que estaban listos para enfrentar cualquier desafío que se les presentara, pero también conocía la naturaleza humana: la codicia, el miedo y la necesidad de supervivencia.

—Recuerden que no están solos en esta lucha. El ducado de Zusian está con ustedes, y juntos, defenderemos estas tierras contra cualquier amenaza. Ahora, ¡a trabajar! ¡Por Zusian!

La multitud respondió con un clamor unánime, y pronto, el bullicio de la actividad llenó el aire. Roderic se dirigió a sus oficiales y comenzó a asignar tareas específicas, asegurándose de que cada aspecto de la defensa estuviera cubierto. Durante las siguientes semanas, mientras llegaban noticias de las victorias de Thornflic contra el vizcondado de Rivenrock, Kharagorn se transformó en una colmena de actividad. Los fuertes se elevaron más altos y fuertes, las barricadas se reforzaron, y los caminos fueron asegurados con bloques de legionarios de hierro. Los mineros trabajaban doble turno, y la atmósfera estaba cargada de una tensión palpable.

A medida que el sol se ponía tras las montañas, Roderic contempló el progreso realizado. Las nuevas fortificaciones empezaban a alzarse, sus siluetas recortándose contra el cielo crepuscular. Pero sabía que esto era solo el comienzo. Una noche, mientras estaba sentado en una carpa desde la que podía ver el panorama de los alrededores, bebiendo un poco de vino y observando los fuertes desde las alturas, un jinete ligero de élite llegó apresuradamente, cubierto de polvo y con el rostro marcado por la urgencia.

—General Roderic, traigo noticias. Un destacamento de exploradores ha avistado movimiento en el paso norte. Treinta Huestes Juradas de Sangre de Stirba.

El rostro de Roderic no se inmutó; no era un estúpido novato que se preocupaba por la batalla, era un general endurecido por años de conflictos.

—Supongo que los comandantes de legión ya mandaron a los arqueros, ballesteros y a la infantería ligera regular y de élite. Así que solo envía órdenes de que los arqueros y ballesteros estacionados en fuertes traseros de la zona norte vayan en refuerzo. No te pongas tan pálido, muchacho. Treinta Huestes de Sangre suenan aterradoras, pero comandar 6,840,000 soldados en estos estrechos caminos es una sentencia de muerte para cualquier idiota que intente comandar tantos soldados.

Roderic se paró de su silla. Su imponente estatura de dos metros se eregio frente al jinete, su voz descendiendo a un tono más oscuro y confidencial.

—Pero asegúrate de que nuestros hombres reciban mi mensaje, que cada uno actúe con crueldad. Que los lleven a emboscadas, que los desgasten, que descuarticen los cadáveres de los caídos, que algunos se infiltren en sus campamentos y que siembren el caos. No quiero piedad; tienen mi permiso para usar la brutalidad tanto como les plazca. Que nuestros enemigos aprendan que las montañas de Karador son un terreno que nos pertenece y que es mejor reconsiderar si desean volver a pisar nuestro territorio.

El jinete asintió, con una mezcla de respeto y temor en sus ojos. Sabía que Roderic no toleraba la incompetencia, y que si se le decepcionaba sus castigos eran peores que la muerte.

—Como ordene, general —dijo antes de girar su montura y desaparecer en la oscuridad de la noche.

Roderic volvió su atención a las fortificaciones. Observó cómo los mineros seguían trabajando, cómo los legionarios y los centinelas afilaban sus espadas y los artesanos levantaban muros cada vez más altos. Sabía que estaba utilizando a cada hombre y mujer en Kharagorn como piezas en un juego más grande.

Decidió bajar y caminar entre los trabajadores para evaluar cada mínimo detalle, aunque fuera insignificante. Roderic no dejaba de observar a cada uno, buscando signos de debilidad. Dio ánimos y reprendió con suavidad, necesitaba usar una máscara de general bondadoso para que nadie se sintiera afín a los otros territorios.

—Buen trabajo, Johan —dijo a un joven minero, sus ojos mostrando una falsa calidez—. Sigue así, y pronto podrás enviar más dinero a tu familia.

El minero asintió con una sonrisa nerviosa, agradecido por el reconocimiento. Roderic sabía que mantener a los hombres motivados era crucial, y que un poco de manipulación emocional podía ser tan efectivo como la amenaza de castigo.

—Recuerda, Pedro —advirtió a un artesano—, esta fortificación debe ser más fuerte. No escatimes en esfuerzo ni materiales.

El artesano asintió vigorosamente, redoblando su esfuerzo. Roderic continuó su recorrido, la noche envolvía a Kharagorn mientras seguía inspeccionando las defensas. Los sonidos del trabajo nocturno resonaban por todo el valle; las forjas seguían encendidas y los martillos golpeaban el metal con un ritmo constante. Los centinelas de hierro, con sus tabardos negros y rojos ondeando contra el viento frío de la noche, patrullaban con mirada severa cada movimiento de los pueblerinos.

Roderic continuó su inspección, pero pronto se aburrió y se dirigió a una de las casas grandes del pueblo, el lugar donde habían instalado el cuartel general. Allí, comandantes de legión y parte de sus hombres estaban reunidos, discutiendo los últimos detalles de las defensas y las estrategias para los próximos días.

—Necesitamos más recursos para reforzar las barricadas del paso norte —dijo uno de los comandantes, recientemente ascendido a comandante de legión, mientras señalaba un mapa extendido sobre la mesa.

—No, solo envía un porcentaje de arqueros y ballesteros de las zonas cercanas —ordenó Roderic—. Sería innecesario mandar una gran cantidad de tropas; esos caminos son demasiado fáciles de defender con la legión estacionada allí. Asegúrate de que los defensores sean los mejores tiradores. Con un buen número de arqueros y ballesteros bien posicionados, podremos mantener la ventaja sin agotar nuestras fuerzas.

El comandante asintió, avergonzado. Era joven y aún era un novato, algo apurado, pero un decente comandante, y para su fortuna, lo toleraba lo suficiente para no matarlo.

—¿Y qué hacemos con los informes de movimientos enemigos en el oeste? —preguntó otro oficial, su voz cargada de preocupación.

—Envíen a unos cientos de infantería ligera para que investiguen esos movimientos —dijo Roderic, sus ojos fijos en el mapa—. Quiero saber exactamente cuántos son, qué equipo llevan y cuáles son sus posibles rutas. Si intentan algo, no les daremos la oportunidad de sorprendernos.

Roderic se acercó al mapa, observando los diferentes puntos de interés y las posiciones de sus fuerzas. Los pasos montañosos y los valles eran cruciales, y cualquier error en su defensa podría tener consecuencias devastadoras. Sus hombres estaban bien entrenados y motivados, y los recursos de Kharagorn eran suficientes para mantener una resistencia prolongada.

Un golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos. Un explorador entró apresuradamente, cubierto de polvo y con una expresión de urgencia.

—General, los exploradores han regresado con información. El enemigo está concentrando sus fuerzas en el valle de Uragan. Se estima que son más de doscientos regimientos plateados, equipados con armas de asedio.

—¿Solo eso? —preguntó Roderic, manteniendo la calma.

—Sí, general. ¿Quiere que mande órdenes de reunir a todas las fuerzas? —respondió el explorador, agitado.

—¿Por qué haría eso? Solo manda a llamar a las cuatro legiones que tenemos aquí y reúne a mi guardia personal —ordenó Roderic, mientras se levantaba con pereza de su asiento.

—¿Pero general, planea enfrentarse a 17,000,000 con solo 1,596,000 legionarios? —preguntó, con incredulidad, el explorador.

—Dime tu nombre, jinete, porque obviamente no has estado bajo mis órdenes antes —replicó Roderic con frialdad.

El explorador tragó saliva, sintiendo el peso de la mirada de Roderic sobre él.

—Mi nombre es Edrick, general —respondió, intentando mantener la compostura.

—Escucha bien, Edrick —dijo Roderic, su voz helada—. No necesito una legión completa para derrotar a esa fuerza. Cada rincón de estas montañas, cada sendero y cada escondite, es una trampa mortal para cualquier atacante que no sepa moverse en esta región. La superioridad numérica no significa nada si no comprenden el terreno. Así que, simplemente cumple con tu tarea y manda a reunir a los hombres que pedí.

Edrick asintió rápidamente y se apresuró a salir, dejando a Roderic y a los oficiales en el cuartel general. La tensión en la habitación era palpable, pero todos sabían que Roderic tenía razón. La geografía de Karador ofrecía una ventaja estratégica que solo los expertos podían aprovechar.

—Bien, enfoquémonos en los próximos pasos —continuó Roderic, volviendo su atención al mapa extendido sobre la mesa—. Quiero que cada comandante de legión esté al tanto de sus responsabilidades. Los centinelas de hierro deben relevar a las legiones de hierro en los puntos estratégicos, asegurándose de que nuestras fortificaciones estén reforzadas. Además, mantengan abiertas nuestras líneas de comunicación en todo momento.

Un comandante de aspecto veterano levantó la mano para hablar.

—General, ¿y qué pasa con los suministros? Si el enfrentamiento se prolonga, no estaremos preparados.

—El enfrentamiento no se va a prolongar —replicó Roderic con un gesto tajante sobre el mapa—. Planeo exterminar a ese ejército con un solo ataque decisivo. Llevaremos lo justo y necesario para el camino y el regreso. El viaje dura dos días, uno si no dormimos. No necesitamos más provisiones para una misión que concluirá rápidamente.

Roderic se acercó al mapa y colocó una ficha en el valle de Uragan, y luego puso fichas que representaban a sus tropas.

—Es difícil movilizar tal cantidad de hombres, así que Thaekar tardará al menos cinco días en estar completamente desplegado. Esa es nuestra ventaja —dijo, colocando más fichas alrededor del mapa—. En un día llegaremos, descansaremos lo necesario para atacar en la noche. Primero, lanzaremos una lluvia de fuego con flechas. Luego, movilizaremos a los ballesteros desde las alturas para mermar al enemigo. Después, iniciaremos un ataque en oleadas: primero caballería ligera, luego media y finalmente pesada. Al concluir, lanzaremos un último ataque con toda la infantería.

Los oficiales asintieron, comprendiendo la claridad y la precisión de la estrategia de Roderic. Cada movimiento estaba calculado para maximizar el impacto y aprovechar al máximo la ventaja que ofrecía el terreno montañoso.

—Así es como lo haremos —concluyó Roderic, su voz grave resonando con un tono definitivo—. Asegúrense de que cada detalle esté en su lugar. No hay lugar para errores.

La reunión se dispersó rápidamente, y los oficiales comenzaron a coordinar sus tareas con una nueva urgencia. Roderic observó cómo se movían, con la certeza de que cada uno cumpliría su parte en el elaborado juego de guerra que estaba a punto de desplegarse.