La luz del amanecer se filtraba a través de las copas de los árboles, proyectando sombras alargadas sobre el campamento de la decimocuarta legión de hierro. Esta legión, una de las enviadas por la duquesa Alba, tenía la tarea de mantener el orden y reforzar los territorios recién conquistados. Los soldados, habiendo cumplido con su deber, se dispersaban en actividades de descanso: algunos compartían risas y tragos, otros se acostaban con mujeres locales, otros dormían profundamente, y unos pocos permanecían en vigilia, atentos a cualquier posible amenaza.
La tarea actual de la legión no era especialmente difícil, gracias al esfuerzo del general Thornflic, cuya campaña había quebrado el espíritu de los habitantes de la extinta Rivenrock. Los sobrevivientes eran ahora dóciles y cooperativos, algunos salvados de la esclavitud temporal solo para ser sometidos a trabajos forzados de reconstrucción local, algo bueno para ellos ya que, al acabar las reconstrucciones, se les daba la ciudadanía del ducado. La decimocuarta legión en este momento estaba encargada de supervisar la reconstrucción y construcción de fuertes tanto en lugares que sirvieran como puestos de vigilancia y gestión, como en la frontera central con el territorio del condado de Istedatis, asegurando que estos bastiones estratégicos se erigieran rápidamente para consolidar el dominio del ducado.
El campamento estaba bien organizado, con tiendas de campaña dispuestas en filas ordenadas y fogatas esparcidas por todo el perímetro. Los herreros trabajaban incansablemente, reparando armaduras y afilando espadas, mientras los cocineros preparaban el desayuno, el aroma del pan recién horneado y la carne asada llenaba el aire. Los estandartes de la legión ondeaban con orgullo, cada uno adornado con el emblema del lobo dorado en fondo negro y detalles escarlata.
Rokot, un hombre corpulento y un comandante temido, destacaba entre los soldados. Era conocido no solo por sus enemigos, sino también por sus propios aliados y subordinados, quienes respetaban y temían su autoridad. Su lealtad al ducado era incuestionable, forjada a través de innumerables batallas y años de servicio. Había ganado suficientes méritos y experiencia para ser nombrado comandante de legión, otorgándole un poder casi equivalente al de un general.
Mientras se acomodaba en su tienda alta en medio del campamento, Rokot observaba a sus hombres con una mirada severa. La disciplina y la eficiencia eran esenciales para él. Su rostro estaba marcado por cicatrices de batallas pasadas, y sus ojos grises reflejaban una dureza forjada en el calor del combate. El torso de Rokot estaba desnudo mientras las suaves y expertas manos de Leila, una de sus concubinas favoritas, le daban un suave masaje y caricias en su espalda.
—Eres más tenso que de costumbre, mi señor —murmuró Leila, sus dedos moviéndose con destreza sobre los músculos tensos de Rokot.
Rokot gruñó en respuesta, sus pensamientos aún centrados en las tareas que tenían por delante. —Hay mucho en juego, mujer. No podemos permitirnos errores. Estos fuertes deben ser terminados cuanto antes, la paz es frágil y nuestro control sobre estas tierras aún más.
Leila asintió sumisamente y se acercó más a él, besando su cuello y susurrando. —Lo sé, lo sé, pero usted no debería estresarse tanto. Solo relájese y deje que lo relaje.
El comandante cerró los ojos por un momento, disfrutando del consuelo que las manos de Leila le brindaban. Sin embargo, antes de sucumbir al deseo, escuchó el murmullo creciente de los soldados afuera. No había señales de alarma, pero la agitación era inusual. Soltó un gruñido, se separó de Leila y se levantó, ajustando su cinturón mientras se dirigía hacia la salida de la tienda.
—¿Qué es este alboroto? —preguntó con voz firme mientras se abría paso entre la masa de soldados.
Al llegar al centro del tumulto, Rokot se encontró con un grupo de soldados rodeando a un mensajero que había llegado. El mensajero llevaba consigo un pergamino sellado con el emblema del ducado. Rokot tomó el pergamino y lo desenrolló, sus ojos recorriendo rápidamente el contenido del mensaje.
—¿Qué noticias traes? —preguntó Rokot, sin levantar la vista del pergamino.
—Mi señor, la duquesa regente Alba ha enviado nuevas órdenes, más bien las nuevas reformas militares —respondió el mensajero.
Rokot asintió y continuó leyendo. Las reformas detallaban una reestructuración de las legiones, nuevos protocolos de entrenamiento, la integración de unidades especializadas y nuevo armamento. La duquesa había decidido fortalecer aún más su ejército, anunciando un ambicioso programa de rearmamento tanto de armaduras como de armas. Además, los diez generales tendrían ahora el derecho de comandar diez legiones propias en lugar de una, aumentando significativamente su capacidad de respuesta y autonomía en el campo de batalla.
Uno de los cambios más significativos era la convocatoria para los mejores y más despiadados hombres ya sea en el ducado o fuera de este para formar parte de los nuevos integrantes de la Legión de las Sombras, la guardia personal de la familia ducal. «Quizás debería postularme», pensó Rokot, aunque sabía que las cuatrocientos noventa y cinco mil vacantes serían muy disputadas ya que, seguramente de los más de treinta y cinco millones de legionarios, muchos tendrían la ambición o el deseo de ser un legionario de las sombras. La Legión de las Sombras era extremadamente elitista; solo los mejores guerreros y los más leales eran aceptados, y a cambio, recibían la mitad de la paga de un general, una suma suficiente para hacer rico a cualquier plebeyo o soldado común.
Asimismo, se anunciaba la formación de las Legiones del Duque, una élite que solo tendría el privilegio de servir directamente bajo las órdenes del duque regente y/o el heredero. Estas legiones estarían únicamente al servicio de la rama principal de los Erenford, consolidando aún más su poder y control sobre el ducado. Los soldados seleccionados para estas legiones serían sometidos a entrenamientos intensivos y rigurosos, diseñados para pulir sus habilidades y asegurarse de que estuvieran siempre listos para actuar con rapidez y precisión en cualquier circunstancia.
El pergamino incluía detalles sobre las nuevas armaduras forjadas con metales más ligeros y resistentes, diseñadas para proporcionar una mejor movilidad sin sacrificar la protección. Las armas, por otro lado, habían sido mejoradas con técnicas avanzadas de templado y diseño, prometiendo una mayor eficacia en combate. Además, se especificaba la inclusión de nuevas armas en las unidades: un arco corto tanto para la infantería ligera, caballería ligera y media, tanto las de élite como las regulares, alabardas para la caballería media, máguales de tres cabezas, martillos de guerra largos para la caballería pesada, etc. Todas las legiones tendrían o nuevas armas o se les rearmaria completamente.
El documento también describía nuevas estrategias militares que los comandantes debían adoptar. Estas estrategias se centraban en la utilización de formaciones más flexibles y la integración de mejores tácticas de guerrilla para desestabilizar a los enemigos antes de enfrentarlos en combate directo como se había hecho en la reciente campaña que con nueve legiones de hierro se pudo vencer y aniquilar más de seis millones de soldados de las guardias de cuervo, las guardias de élite del masacrado vizconde Eldric y de cuatro compañías mercenarias. Se introducían nuevos métodos de comunicación en el campo de batalla, utilizando nuevas señales visuales y auditivas que permitirían una coordinación más efectiva entre las unidades.
—Esto será interesante... —murmuró Rokot, sus labios curvándose en una sonrisa de anticipación.
Rokot no le era especialmente leal a la duquesa, ya que era una extranjera, pero, joder, para ser una lady sí que sabía cómo reordenar un ejército. Las reformas no solo consolidarían el poder del ducado, sino que también incrementarían su eficiencia y letalidad en el campo de batalla, algo que Rokot, como comandante experimentado, podía apreciar.
—¿Qué están viendo, cabrones? —gruñó mientras cerraba los pergaminos—. Vayan a ver que los bastardos de los ciudadanos sigan trabajando. Tenemos mucho que hacer y poco tiempo para hacerlo.
Los oficiales y soldados se dispersaron rápidamente, sabiendo que Rokot no toleraba la ineficiencia. Mientras se dirigían a cumplir con las nuevas órdenes, Rokot permaneció en su tienda, reflexionando sobre las implicaciones de las reformas. Sabía que la introducción de nuevas tácticas y equipamiento no solo mejoraría la capacidad de combate de la legión, sino que también elevaría su estatus como comandante eficaz y despiadado.
El sol ya estaba alto cuando el bullicio del campamento volvió a la normalidad. Rokot salió de su tienda y observó a sus hombres trabajando con renovado vigor. Cada uno de ellos era consciente de la importancia de su labor y del orgullo que conllevaba pertenecer a la legión. Los herreros seguían martillando, los soldados practicaban con las nuevas armas, y los supervisores vigilaban la reconstrucción de los fuertes con ojos atentos.
La construcción de los fuertes avanzaba a buen ritmo. Las estructuras de madera y piedra se levantaban rápidamente, gracias a los prisioneros de Rivenrock. Los fuertes, una vez completados, servirían como baluartes contra cualquier intento de rebelión o invasión. La planificación meticulosa y la ejecución eficiente eran la clave del éxito de la legión, y Rokot se aseguraba de que cada hombre bajo su mando comprendiera la gravedad de su misión.
Al final del día, Rokot se permitió un momento de reflexión. Mientras observaba el horizonte desde una colina cercana, pensaba en el futuro del ducado y en su propio papel en la consolidación del poder. Las reformas de la duquesa Alba eran un paso audaz hacia la modernización y fortalecimiento del ejército, con una última mirada hacia el campamento, Rokot regresó a su tienda.