Chapter 11 - XI

—Su gracia, la invasión ha sido un éxito. Hemos atacado con ferocidad castillos, fortalezas y ciudades clave, cortando las líneas de suministro y paralizando la capacidad de resistencia de Edric Ravenwood y sus seguidores. Las aldeas y ciudades fueron sitiadas y sus poblaciones masacradas o esclavizadas como castigo por su lealtad al señor traidor. Campos en llamas, ciudades devastadas, todo como se nos ordenó. La batalla que la gente está llamando "el último vuelo del cuervo" fue una aplastante victoria de las legiones de hierro. Perdimos a algunos, en su mayoría infantería y caballería ligera, pero nada que no podamos reemplazar. A cambio, hemos eliminado la última amenaza que podría presentar estas tierras. Ya hemos ocupado casi por completo los 1,590,000 km² de Rivenrock; solo falta asegurar las fronteras con Stailon, Trerian e Istedatis. La victoria es nuestra, solo falta restaurar la paz y el orden en estas tierras. Su humilde servidor, Thornflic Bladewing —concluyó uno de los mensajeros que el general Thornflic había mandado, un jinete ligero de élite con una venda en la cabeza y ocultando uno de sus ojos.

En el salón del trono de los Erenford, Iván, junto a sus niñeras y su madre que lo cargaba en su regazo, escuchaba atentamente al mensajero que traía noticias de la campaña dirigida por el general Thornflic. Las palabras del mensajero resonaban en la sala, describiendo los recientes triunfos y los horrores de la guerra.

La noticia fue recibida con alegría y satisfacción en el salón del trono. Lady Alba, madre de Iván, tenía una sonrisa en su rostro mientras escuchaba los logros de Thornflic. Sus ojos brillaban con un orgullo feroz, la victoria era una reivindicación de su linaje y una confirmación de su poder. Los miembros de familias importantes presentes en la sala estallaron en aplausos, celebrando la valentía y la destreza del general en la batalla. Sin embargo, entre el clamor de la victoria, también había un eco de sombría satisfacción.

Iván, aunque aún joven, entendía la importancia de las palabras del mensajero. Su madre le había enseñado a prestar atención a los detalles y a aprender de cada victoria y derrota. Observó a los nobles reunidos, notando las expresiones de orgullo, alivio y, en algunos casos, pura satisfacción por la venganza obtenida. La dualidad de emociones que experimentaba Iván era abrumadora. Por un lado, sentía un profundo orgullo por los logros de su familia y la valentía de los soldados que lucharon por él, en su nombre. Ver a su madre sonriendo y recibiendo elogios por los éxitos de la campaña llenaba su corazón de un sentimiento de pertenencia y admiración. Sin embargo, esa sensación de triunfo se veía empañada por la tristeza y la preocupación que sentía al pensar en las vidas perdidas y en el sufrimiento causado por la guerra. Extrañamente, no se sentía culpable.

A pesar de su corta edad, Iván comprendía la gravedad de su posición como futuro duque de Zusian y líder de la casa Erenford. Desde el primer día que reencarnó y comprendió brevemente cómo funcionaba este mundo, y como único heredero de la rama principal, en el futuro tendría la responsabilidad de proteger a su gente y mantener la integridad de su linaje. En medio de la celebración en la sala del trono, Iván encontraba consuelo en el cálido abrazo de su madre. Era en sus brazos donde se sentía seguro y protegido, donde podía dejar de lado por un momento las preocupaciones y los temores que lo asaltaban. En ese abrazo maternal, encontraba la fuerza o la distracción para convencerse de que esto iba a ser normal: el saqueo, la muerte, la devastación, todo para protegerse, para sobrevivir, él y su madre.

Lady Alba se levantó, todavía sosteniendo a Iván en sus brazos, y se dirigió al mensajero. —Son buenas noticias. Agradecemos la lealtad y valentía de nuestros soldados. Dígale al general Thornflic y al vicecomandante Kael que su éxito será recompensado como merece. —Su voz, firme y autoritaria, resonó en el gran salón, y los aplausos redoblaron.

El mensajero, agotado, hizo una reverencia profunda antes de retirarse. La atmósfera en la sala era electrizante. Mientras los murmullos de conversación llenaban la sala, Iván permaneció en silencio, asimilando todo. A su alrededor, los nobles intercambiaban miradas de satisfacción, celebrando no solo la victoria, sino la brutal eficiencia con la que se había logrado. Cada comentario sobre la devastación infligida a sus enemigos llenaba el aire, y aunque Iván era consciente de la crudeza de la guerra, también entendía que estas acciones eran necesarias para consolidar su poder y proteger su futuro, pero no podía evitar sentirse ¿triste?, no sabia como describir ese sentimiento.

Su madre, aún sosteniéndolo con firmeza, hizo otro anuncio. —Quiero que se abran convocatorias para que nuestros ciudadanos puedan emigrar a nuestras nuevas tierras, también para los nuevos esclavos nativos del vizcondado. Aquellos que ayuden en su reconstrucción verán sus años de esclavitud reducidos a la mitad y obtendrán la ciudadanía mucho antes. Que cuatro legiones de hierro frescas asistan con esta emigración y se instalen para reemplazar a las legiones ya cansadas. Además, quiero que la ciudad y Drakonholt Keep se preparen para una celebración —concluyó, su voz resonando con autoridad en el gran salón.

El anuncio fue recibido con una mezcla de entusiasmo y aprobación por los nobles y oficiales presentes. Sin embargo, Iván aún se sentía extraño. No es que en su anterior vida no estuviera acostumbrado a la muerte injustificada; después de todo, había sido prácticamente un esclavo de la banda que lo secuestró. Pero había cosas en su mente.

—Mamá, ¿puedo retirarme temprano? —preguntó en voz baja. Su madre lo miró algo extrañada, pero luego le dio una suave sonrisa y lo pasó a los brazos de Amelia.

—Claro, Ivy, vamos a descansar un poco —le susurró Mira, con una suave sonrisa, acariciando suavemente su cabello mientras se lo llevaba fuera del bullicioso salón.

Mientras caminaban por los amplios pasillos del castillo, Iván no podía dejar de pensar en las palabras de su madre y en la cruda realidad que se estaba forjando a su alrededor. Sus tres niñeras lo llevaron a su habitación, y al llegar a la maciza y elegante puerta fueron recibidos por cien legionarios de las sombras. Desde su intento de asesinato, su madre había incrementado su guardia; los legionarios solo inclinaron la cabeza y los dejaron pasar.

Al entrar, Amelia y Elara fueron a preparar su baño, mientras Mira salía para traerle una cena. Cuando ambas mujeres lo llevaron a la tina y mientras sus suaves manos lavaban su cuerpo, Iván hizo una pregunta.

—Elara... Amelia, ¿creen que por sentirme... por así decirlo triste, pero no sentir culpa por lo de esta guerra...? —preguntó mientras el agua le escurría de sus mechones blancos, mirándolas con sus grandes ojos azules.

Amelia hizo un gesto tierno mientras le acariciaba el cabello, y Elara le dio una sonrisa tranquilizadora.

—Ivan... es bueno que sientas estos sentimientos, cariño, pero este continente, este mundo, es así. Sé que es difícil entenderlo, y más para ti que aún tienes cinco años, pero así es esto. Hay miles de casas nobles en este continente, cientos de pequeños imperios, reinos, ducados, marquesados, condados, vizcondados y baronías, todos buscando sobrevivir, imponerse y ganar más poder.

Elara continuó, su voz suave pero llena de verdad. —Este continente ha estado en guerra durante décadas. Las alianzas cambian, los enemigos se multiplican y la lucha por el poder nunca cesa. En este mundo, la fuerza y la crueldad a menudo son necesarias para asegurar la paz y la estabilidad. La tristeza que sientes es normal, y es una señal de que aún tienes un corazón compasivo. No debes perder esa compasión, pero también debes entender que tu responsabilidad es grande. Proteger a tu gente y mantener la integridad de tu linaje requerirá decisiones difíciles.

Amelia añadió con una sonrisa amable. —Eres muy joven para llevar el peso de estas responsabilidades, pero tu madre está aquí para guiarte, y nosotros también. Aprenderás a equilibrar tus emociones y tus deberes, y algún día serás un gran líder.

Iván asintió lentamente, procesando las palabras de sus niñeras. La tristeza en su corazón no desaparecía, pero empezaba a comprender mejor la realidad de su mundo. Mientras las manos de Amelia y Elara seguían lavándolo con cuidado, sentía que poco a poco su mente se calmaba.

Después de su baño, Mira regresó con la cena. Iván se sentó en una pequeña mesa, donde le sirvieron una suculenta comida: estofado de carne con papas y zanahorias, pan recién horneado con mantequilla, y una taza de leche tibia. Sus niñeras también se sentaron con él, cada una tomando un plato de sopa caliente y trozos de pan.

—Vamos, Iván, come un poco más —dijo Mira, ofreciéndole una cucharada del estofado.

—Necesitas estar fuerte, cariño —añadió Elara, sonriendo mientras le pasaba un trozo de pan untado con mantequilla.

Iván aceptó la comida de buen grado, sintiendo el calor y el cuidado en cada bocado. Después de terminar su cena, sus niñeras lo arroparon en su cama, cada una dándole un amoroso y tierno beso antes de retirarse.

Iván se quedó mirando el techo, sus pensamientos llenos de las enseñanzas de su madre y sus niñeras. Entendía que su vida nunca sería sencilla, pero comprendía que todo esto era necesario para mantener su estilo de vida. Aunque sonara egoísta, su posición le daba poder, algo que nunca había tenido, pero que ahora poseía. Ese poder le permitía protegerse y proteger a quienes amaba, y le daba la capacidad de no solo defenderse, sino también destruir a quienes quisieran quitarle lo que le pertenecía.

En ese momento, su madre entró en la habitación, su semblante serio pero lleno de amor maternal. Se sentó a su lado y tomó su mano con ternura, leyendo la turbación en los ojos de su hijo.

—¿Qué te preocupa, mi querido Iván? —preguntó, su voz suave y reconfortante, dándole una suave sonrisa. —Vi tus ojos, cariño, creo que estás confundido. Sé que eres muy inteligente; ¿qué niño de cinco años habla tan bien? Pero, perdóname, a veces olvido que aún eres mi bebé.

Iván miró a su madre, sus grandes ojos azules llenos de preguntas y pensamientos confusos.

—Mamá, entiendo que todo esto es para mantener nuestra posición y poder, pero a veces me siento triste por lo que sucede en la guerra. No siento culpa, pero... no sé cómo explicarlo —dijo Iván, tratando de poner en palabras sus sentimientos.

Lady Alba acarició suavemente el rostro de su hijo y le dio un beso en la frente.

—Es normal sentirte así, Iván. La guerra trae sufrimiento y pérdidas, pero también trae seguridad y estabilidad para nuestro pueblo. Es un equilibrio difícil de comprender, especialmente para alguien tan joven como tú. Lo importante es que nunca pierdas tu compasión, incluso cuando tengas que tomar decisiones difíciles. Tener un gran poder siempre va a atraer a otros que quieren arrebatarlo, también existe el peligro de que transforme a quien lo posee. Recuerda siempre usarlo con decisión para proteger y cuidar a los que amas —le explicó su madre con ternura y firmeza. 

—Tu padre también enfrentó esta difícil responsabilidad. La tarea de expandir y preservar el poder de Zusian no es sencilla ni sin costo. Pero él siempre creyó que la fuerza y la justicia podían coexistir. Es un legado que ahora tú llevarás adelante, mi pequeño. No necesitas sentir culpa por las acciones necesarias para proteger nuestro hogar, pero nunca olvides la importancia de la humanidad y la compasión —continuó, su voz suave pero cargada de convicción.

Iván asintió, tal vez solo necesitaba escuchar que lo que hacían estaba bien de la boca de su madre, o tal vez era creer que todo estaba bien. La calidez de las palabras de Lady Alba, mezclada con su sabiduría, le daba a Iván la paz que necesitaba. Su madre se acomodó junto a él en la cama y lo abrazó con calidez y protección, rodeándolo con sus brazos como si pudiera resguardarlo de todas las preocupaciones del mundo.

—Todo estará bien, mi amor. Te voy a cuidar y guiar cuanto me lo pidas y necesites. Te amo más que a nada en este mundo —le susurró con cariño en el oído, su voz un bálsamo para el corazón inquieto de Iván.

Iván cerró los ojos, dejándose llevar por la tranquilidad del momento. Sentía el latido del corazón de su madre contra su pecho. En ese abrazo maternal, encontró el consuelo que necesitaba. Con ese sentimiento, Iván se dejó llevar por el sueño, seguro y protegido en el amor de su madre.

Después de semanas de espera y anticipación, las noticias de la victoria definitiva se convirtieron en una realidad palpable para los habitantes de Vardenholme. La ciudad, en el corazón del ducado de Zusian, se preparaba para recibir a sus héroes con una celebración que se esperaba fuese digna de las gestas que habían alcanzado. Los preparativos para el desfile eran frenéticos y minuciosos; cada rincón de la ciudad estaba adornado con banderas y estandartes en los colores del ducado, mientras que los habitantes se afanaban en hacer de las calles un espectáculo digno de la magnitud de la victoria.

Los mercaderes se apresuraban a montar sus puestos, ofreciendo dulces, vinos y manjares que llenarían los estómagos de los ciudadanos en las horas siguientes. Las casas y edificios estaban decorados con cintas y guirnaldas, y las plazas principales se llenaron de luces y antorchas que iban a iluminar la noche. Los tambores y trompetas comenzaron a resonar en la ciudad, marcando el ritmo de la festividad que se avecinaba.

Cuando, finalmente, el cortejo de los vencedores llegó a Vardenholme, la escena era de un esplendor grandioso. Las legiones de hierro marchaban con una precisión imponente, sus armaduras reluciendo bajo la luz del sol de la tarde. Cada soldado estaba alineado de manera impecable, y los estandartes ondeaban orgullosos en lo alto, proclamando la gloria de la victoria y la autoridad de sus líderes.

En la vanguardia del desfile avanzaba Thornflic Bladewing, el general en jefe de la campaña. Su presencia imponente se destacaba, su armadura negra y adornada parecía absorber la luz misma, reflejando solo el brillo frío de la guerra y el dominio. A su lado, Kael, el vicecomandante de los legionarios de las sombras, montaba su caballo con un porte desafiante, su mirada endurecida por la brutalidad de la campaña. A pesar del cansancio que marcaba su rostro y el agotamiento que arrastraba, su postura era firme y autoritaria, el aura de un guerrero endurecido por el conflicto.

El desfile avanzaba a través de la ciudad con un ritmo ceremonioso, y a medida que los soldados desfilaban, el clamor de la multitud se hacía ensordecedor. La gente se apiñaba a lo largo de las calles, vitoreando a sus vencedores con gritos de júbilo y entusiasmo. Se lanzaban flores y cintas a los soldados, y se podía ver a muchos ciudadanos agitando banderas y pañuelos con fervor. La emoción era palpable en el aire, con un fervor que hacía temblar las paredes de la ciudad.

A lo largo del desfile, el cortejo se detuvo en puntos estratégicos, donde las figuras principales del ducado se reunieron para rendir homenaje a los héroes. Lady Alba, vestida con un elegante manto de gala, aguardaba en la plaza central, junto a Iván, que observaba el desfile desde una posición destacada, ataviado con una túnica que reflejaba su estatus.

Finalmente, el desfile llegó a la gran plaza frente al salón del trono, donde se había montado un escenario elaborado para la ocasión. La plaza estaba abarrotada de ciudadanos y nobles, todos deseosos de rendir homenaje a los vencedores y celebrar la victoria que aseguraba la paz en sus tierras. Los estandartes de la victoria ondeaban por todas partes, y los fuegos artificiales comenzaron a iluminar el cielo, creando un espectáculo de luces y colores que deleitaba a la multitud.

Lady Alba, con una sonrisa de satisfacción, subió al escenario junto a Iván, resguardados por los legionarios de las sombras. La presencia de los soldados de élite proporcionaba una aura de seguridad y solemnidad al evento. Lady Alba se dirigió a la multitud con un discurso lleno de gratitud y orgullo, agradeciendo a los soldados por su valentía y sacrificio. Sus palabras resonaron con fuerza, celebrando la tenacidad de los guerreros y la habilidad estratégica de Thornflic y Kael.

—Hoy celebramos no solo una victoria en el campo de batalla, sino la fuerza y la unidad de nuestro pueblo —declaró Lady Alba con una voz que llenaba la plaza—. Gracias al coraje y fiereza de nuestros valientes soldados, hemos asegurado el futuro de Zusian y extendido nuestra gloria. Que esta celebración sea un recordatorio de nuestra grandeza y un tributo a aquellos que han caído, que su memoria nos inspire a seguir adelante con honor y valentía.

Los vítores estallaron en la plaza, y la música y el baile comenzaron. La gente se entregó a la fiesta con entusiasmo desenfrenado. En las calles, los banquetes estaban dispuestos: mesas repletas de manjares exquisitos y vinos selectos que deleitaban a todos los asistentes. Las risas y el bullicio llenaban el aire, creando una atmósfera de alegría desbordante.

Lady Alba había organizado dos banquetes: uno para la gente común y otro en el castillo para los más destacados soldados y líderes. En el banquete público, las mesas estaban decoradas con ornamentos festivos y cargadas de alimentos que incluían asados, pasteles y frutas frescas. Los ciudadanos compartían la comida mientras disfrutaban de actuaciones musicales y espectáculos de danza. La atmósfera era vibrante y alegre, un contraste deliberado con la gravedad de las últimas semanas.

En el castillo, el banquete privado para los héroes de la campaña se desarrollaba con un esplendor que reflejaba tanto la magnitud de la victoria como la opulencia de la familia Erenford. Las mesas estaban elegantemente adornadas con lujosos manteles de terciopelo de colores profundos y la vajilla de plata relucía bajo la luz cálida de los candelabros, creando un resplandor dorado en la sala.

Los manjares eran verdaderas delicias: carnes asadas en su punto perfecto, mariscos frescos, aves rostizadas con hierbas exóticas, y una variedad de platillos sofisticados que satisfacían los paladares más exigentes. Los licores finos fluían sin cesar, con una oferta de vinos añejos y aguardientes que estimulaban la conversación y el regocijo. La música en vivo, interpretada por un grupo selecto de músicos, llenaba el ambiente con suaves melodías que aportaban un toque de sofisticación y calidez al evento.

Los nobles y oficiales presentes se mezclaban con los soldados destacados, intercambiando historias de la campaña y celebrando sus logros. Las conversaciones eran animadas y las risas se alzaban en el aire mientras se brindaba por los héroes de la jornada. A pesar de la sofisticación del evento, había una camaradería genuina entre los presentes, un sentimiento de respeto y gratitud hacia quienes habían luchado y vencido.

Lady Alba, vestida con un deslumbrante vestido de gala de brocado dorado, se movía entre los invitados con gracia y elegancia. Su presencia irradiaba una mezcla de autoridad y calidez. Cada gesto suyo estaba impregnado de una sincera admiración por los héroes que habían asegurado la victoria. Ella aseguraba que todos los presentes estuvieran bien atendidos, con una sonrisa que reflejaba tanto su orgullo por el ducado como su agradecimiento por el sacrificio de los soldados.

A medida que la noche avanzaba, el espectáculo de pequeñas magias de fuego comenzó. Aunque no era tan espectacular como los fuegos artificiales, estas magias ofrecían una entretenida variedad de luces y colores, creando un ambiente festivo y mágico en la noche. Era un entretenimiento popular en eventos de celebraciones y festines, aunque su uso en combate era limitado y considerado más como una curiosidad que una herramienta efectiva.

El cielo de Vardenholme se iluminó con estos destellos mágicos, y los colores vibrantes reflejaban el júbilo de la gente, marcando el final de una celebración que había unido a todos en un sentimiento de triunfo y esperanza.

Cuando el último de los destellos mágicos se desvaneció en la noche, Lady Alba y Iván se dirigieron a una terraza del castillo que ofrecía una vista panorámica de la ciudad. Juntos, contemplaron el horizonte iluminado por las luces de la celebración y los destellos de magia que aún parpadeaban en la distancia.