Las semanas habían transcurrido desde el inicio de la campaña contra el Vizcondado de Rivenrock, y Kael, el veterano legionario al servicio de la prestigiosa Legión de las Sombras, ocupaba su lugar como vicecomandante designado por la duquesa regente para proteger a los Erenford. El experimentado guerrero estaba satisfecho con los resultados obtenidos hasta el momento, pero su satisfacción estaba mezclada con una inquietud constante que no lograba sacudirse. Cada victoria traía consigo nuevas responsabilidades y peligros, y Kael era consciente de que su papel en esta guerra era crucial. Los ejércitos rivales no solo eran numerosos, sino también astutos, y cualquier error podía ser fatal.
Para Kael, Thornflic era un enigma envuelto en sombras. Aunque reconocía la lealtad inquebrantable de Thornflic hacia los Erenford, no podía evitar sentirse perturbado por la crueldad y la locura que a menudo mostraba en el campo de batalla. Thornflic era un hombre de extremos: fiel hasta la muerte a los Erenford, pero también sádico y despiadado en su búsqueda de venganza y poder. Esta dualidad mantenía a Kael en guardia constante. Sin embargo, en un lugar como Aurolia, un continente marcado por los juegos de poder y la guerra constante, Kael sabía que la brutalidad de Thornflic era una herramienta necesaria. No había lugar para la moralidad en el campo de batalla; solo la fuerza y la crueldad asegurarían la supervivencia de los Erenford en un mundo donde los enemigos acechaban en cada esquina y la traición era moneda corriente. En el fondo, Kael entendía que, aunque despreciaba ciertos métodos, debía aceptar la realidad de la guerra si quería ver a los Erenford victoriosos.
En este momento, Kael se encontraba en el último fuerte que habían conquistado. Era un baluarte imponente, ahora marcado por los signos de la reciente batalla. Los muros ennegrecidos por el fuego y las flechas rotas clavadas en la piedra eran testigos mudos de la feroz resistencia que habían encontrado. Los soldados descansaban y disfrutaban de los frutos de su victoria, la euforia de la conquista todavía palpable en el aire. Junto con sus 2,000 legionarios y una Legión de Hierro a su cargo, Kael estaba en el centro de la actividad, supervisando el reparto del botín y la organización de los prisioneros capturados. Las carretas cargadas con riquezas saqueadas, cultivos y pobladores rendidos eran custodiadas por un grupo de seis mil jinetes ligeros, asegurando que el valioso botín llegara a su destino sin contratiempos. La logística era fundamental, y Kael no dejaba nada al azar, sabiendo que cualquier descuido podría revertir su fortuna en un abrir y cerrar de ojos.
Para Kael, estos prisioneros no eran más que herramientas para ser utilizadas en beneficio de los Erenford. Los niños pequeños serían adoctrinados y educados para ser leales al ducado y a su casa gobernante, mientras que los adultos serían sometidos a trabajos forzados en las minas, campos y proyectos de construcción en el ducado y reconstrucción en todo el vizcondado y más allá. La mano de obra esclava proporcionaría recursos casi sin costo para los Erenford, alimentando el motor de su expansión y fortalecimiento. Kael sabía que la crueldad era necesaria en un mundo como Aurolia, pero también había una pizca de pragmatismo en su enfoque. Los esclavos serían liberados en cinco años, siempre y cuando sobrevivieran a las duras condiciones de su trabajo forzado. Además, se les ofrecería la ciudadanía oficial del Ducado de Zusian, una recompensa tentadora por su lealtad y servicio. Este sistema, aunque duro, permitía mantener un equilibrio entre la brutalidad y una mínima esperanza de redención, asegurando así una cierta estabilidad a largo plazo.
Kael reflexionaba mientras bebía un poco de cerveza que le dio uno de sus hombres. El líquido dorado bajaba por su garganta, refrescándolo momentáneamente y dándole un breve respiro del peso de sus responsabilidades. El repentino sonido del cuerno cortó el aire, interrumpiendo la relativa calma del campamento y atrayendo la atención de Kael y sus hombres. La señal era clara: algo se aproximaba, algo que requería su atención inmediata. Kael se puso en pie de un salto, su mente alerta y sus sentidos agudizados, mientras varios de sus hombres seguían su ejemplo, preparándose para lo que fuera que estuviera por venir. El rastrillo se abrió con un chirrido metálico, y pronto un jinete ligero de élite, con el estandarte de los Erenford ondeando en su lanza, irrumpió en el patio de la fortaleza.
La tensión en el aire era palpable, y tanto el jinete como su caballo parecían agitados, como si hubieran presenciado algo que los había sacudido hasta el núcleo. Con gesto serio, Kael se acercó al jinete, preparado para escuchar el informe. El mensajero, visiblemente exhausto por el viaje y la urgencia de su mensaje, se bajó con torpeza del lomo de su caballo, cuyos flancos estaban empapados de sudor y cuyos ojos reflejaban el cansancio de horas de galope sin descanso. Su respiración era entrecortada, como si el peso de las palabras que traía consigo lo agobiara tanto como el peso de la armadura que llevaba encima. Kael observó al mensajero con atención, notando la tensión en sus hombros y el brillo febril en sus ojos mientras comenzaba a hablar. La urgencia en su voz era palpable, y el comandante de las legiones de las sombras sabía que cualquier noticia que hiciera tambalearse al aguerrido mensajero debía ser tomada con suma seriedad.
—Comandante... comandante Kael —comenzó el mensajero, su voz agitada y entrecortada por la fatiga del viaje, mientras se esforzaba por mantener la compostura ante el líder de las legiones—. El general Thornflic pide que usted y las legiones que están alrededor se reúnan con él en la ciudad de Glotyor. Hay informes de que el vizconde Edric finalmente ha reunido a sus fuerzas. Ha contratado compañías mercenarias élficas, orcas y de hombres lagarto, y los ha puesto bajo el mando del general Narrok —concluyó, dejando caer las palabras con un peso que resonó en el aire cargado de tensión.
El eco de la noticia se desvaneció lentamente, dejando un silencio tenso en el patio mientras Kael asimilaba la gravedad de la situación. La idea de que el enemigo estuviera organizando sus fuerzas y preparándose para un contraataque no era algo que pudiera tomarse a la ligera, especialmente en un momento en que las legiones de hierro estaban dispersas y ocupadas en el saqueo y la destrucción de los territorios enemigos.
—Te agradezco por tu informe y tus esfuerzos. Descansa mientras tu montura se recupera —dijo Kael al mensajero con un gesto de gratitud, reconociendo el arduo trabajo del jinete y la importancia de su misión. Kael se volvió hacia sus hombres, su voz resonando con autoridad en el aire cargado de tensión—. ¡Legionarios! Cambio de planes —anunció con firmeza, su mirada recorriendo a cada soldado presente en el patio de la fortaleza—. Mil hombres de infantería ligera, mil ballesteros y dos mil arqueros se quedarán en esta fortaleza para resguardar los botines y los prisioneros. Los demás, prepárense para una marcha forzada hacia la ciudad de Glotyor —ordenó, destacando la urgencia de la situación y la necesidad de actuar con rapidez.
—Que doscientos jinetes ligeros de élite se preparen para partir inmediatamente y avisar a los grupos dispersos y a las legiones que estén en los alrededores. No tenemos tiempo que perder —agregó, su voz resonando con urgencia mientras transmitía la gravedad de la situación y la importancia de actuar con celeridad ante la nueva amenaza que se cernía sobre ellos.
Con las órdenes dadas y la misión clara, los soldados se pusieron en marcha, preparándose para la difícil tarea que tenían por delante. Kael sabía que la próxima batalla definiría el curso de la guerra y la reputación de la fuerza militar de los Erenford. En su interior, sentía la mezcla de emoción y preocupación que siempre acompañaba a la antesala de un gran enfrentamiento. Mientras observaba a sus hombres prepararse, Kael respiró hondo, listo para enfrentar el desafío que se avecinaba.
Mientras los soldados se preparaban frenéticamente, Kael no perdió tiempo en organizar la defensa de la fortaleza. Los soldados que se quedarían para proteger el botín y los prisioneros comenzaron a fortificar sus posiciones. Barricadas de madera y piedra fueron levantadas rápidamente, y los arqueros y ballesteros tomaron sus posiciones en las murallas, listos para repeler cualquier ataque sorpresa. Kael sabía que, aunque su prioridad era llegar a Glotyor lo antes posible, no podía arriesgarse a dejar el fuerte vulnerable a una contraofensiva.
Kael caminó entre sus hombres, observando cada detalle, asegurándose de que todos estuvieran preparados para la ardua marcha que les esperaba. La legión de hierro, con su disciplina y eficiencia, se movía con la precisión de una máquina bien aceitada. Los soldados revisaban sus armas y armaduras, mientras los oficiales daban órdenes y coordinaban los preparativos. Kael, con su mirada aguda y su experiencia, se aseguró de que no hubiera ningún cabo suelto. Cualquier error, por pequeño que fuera, podría significar la diferencia entre la victoria y la derrota en la batalla que se avecinaba.
Mientras tanto, los doscientos jinetes ligeros de élite se reunieron rápidamente. Sus caballos, entrenados para la velocidad y la resistencia, estaban listos para partir en cualquier momento. Estos hombres eran los mensajeros y exploradores más rápidos de Kael, y su misión era crucial. Debían avisar a los grupos dispersos y a las legiones cercanas sobre la nueva orden de reunirse en Glotyor. Cada minuto contaba, y Kael no podía permitirse ningún retraso.
Antes de que los jinetes partieran, Kael se acercó al líder del grupo, un veterano llamado Luthar, conocido por su lealtad y habilidad en la batalla.
—Luthar, esta misión es vital. Necesitamos que todos los refuerzos lleguen a Glotyor lo antes posible. No escatimes en esfuerzos —dijo Kael, su voz firme y autoritaria, mientras sus ojos se clavaban en los de Luthar, transmitiendo la seriedad de la situación.
—Entendido, comandante. No fallaremos —respondió Luthar, con una mirada seria y determinada. Con un gesto de asentimiento, Luthar montó su caballo y dio la señal para partir. Kael observó cómo los jinetes se lanzaban al galope, el sonido de los cascos de los caballos resonando en el aire mientras se alejaban rápidamente. Con una última mirada hacia el fuerte, Kael se dirigió hacia sus hombres, quienes ya estaban formados y listos para marchar. La columna de legionarios se puso en marcha, avanzando con paso firme y decidido. Kael lideraba al frente, su mente concentrada en la misión que tenían por delante. La ciudad de Glotyor se encontraba a varios días de marcha, por bosques densos y las colinas escarpadas del norte del vizcondado.
Durante las primeras horas de la marcha, Kael reflexionaba sobre la situación. El vizconde Edric había reunido a sus fuerzas, y la presencia de mercenarios elfos, orcos y hombres lagarto añadía una dimensión nueva y peligrosa al conflicto. El general Narrok, conocido por su astucia y brutalidad, no sería un adversario fácil. Pero no se preocupó mucho, Thornflic era peor. Si los rumores y su reputación eran ciertos, Narrok sería un gatito al lado de Thornflic. Ese cabrón sí que era brutal y cruel, tan sádico como astuto, parecía haber nacido para la guerra. Kael no podía evitar recordar los informes sobre Albaclara, donde la masacre había sido tan completa que ni los niños habían sido perdonados.
Al caer la noche, la columna se detuvo para descansar. Los hombres, agotados por la marcha forzada, encendieron pequeñas hogueras y se acomodaron lo mejor que pudieron. El crujido de las ramas secas y el chisporroteo del fuego rompían el silencio del bosque, mientras las sombras de los soldados se movían inquietas bajo la luz parpadeante. Kael caminaba entre ellos, ofreciendo palabras de aliento y asegurándose de que todos tuvieran lo necesario para pasar la noche. Observó con atención cómo compartían historias y risas, buscando un momento de alivio en medio de la incertidumbre. Sabía que un ejército descansado y motivado tenía más probabilidades de triunfar en la batalla, y cada gesto de camaradería reforzaba la moral de sus tropas.
Mientras el campamento se sumía en el silencio de la noche, Kael se dirigió a su tienda de campaña. La luz tenue de las lámparas de aceite proyectaba sombras danzantes en las paredes de tela, creando una atmósfera cargada de tensión y expectativa. Un mapa detallado de la región de Glotyor estaba desplegado sobre la mesa central, con marcas y anotaciones estratégicas que Kael había hecho a lo largo del viaje. Señaló las posiciones clave y los posibles puntos de emboscada, reflexionando sobre las mejores estrategias para enfrentar al enemigo y cómo aconsejar mejor a Thornflic. Sus dedos recorrían las líneas trazadas en el pergamino, sus pensamientos divididos entre la estrategia y el peligro inminente.
El sonido lejano de un búho resonó en la noche, rompiendo momentáneamente el silencio y recordándoles la proximidad del peligro. Kael alzó la vista, sintiendo la presencia de lo desconocido acechando en la oscuridad. Suspiró y se dirigió a su catre para descansar lo que pudiera, sabiendo que los próximos días serían cruciales. Las voces de los soldados, apagadas por la distancia y el agotamiento, se convirtieron en un murmullo mientras Kael cerraba los ojos, buscando en vano un respiro de la constante tensión.
Al amanecer, la columna retomó la marcha. El terreno se volvía cada vez más accidentado. Aunque el vizcondado solo era escarpado en la parte central, la mayor parte de este territorio estaba compuesto por campos fértiles y bosques densos que se podían evitar. Los hombres avanzaban con esfuerzo, sin perder el ritmo. Sus pensamientos se centraban en la estrategia y en cómo superar los obstáculos que se interponían en su camino. La monotonía de la marcha era rota solo por el crujido de las hojas y el canto ocasional de los pájaros, un recordatorio inquietante de la calma antes de la tormenta.
Finalmente, después de cuatro días de marcha ininterrumpida, la columna de Kael llegó a las afueras de Glotyor. La ciudad, con sus murallas imponentes y torres de vigilancia, se alzaba como un baluarte de esperanza en medio del conflicto. El paisaje era imponente, con los muros de piedra y las torres que parecían desafiar al tiempo llenos de arqueros y ballesteros de las legiones, que vigilaban atentamente los alrededores. Al acercarse a las puertas, los centinelas reconocieron los estandartes de las legiones y, con rapidez, empezaron a descender las enormes puertas de madera y hierro, permitiéndole el paso.
Kael atravesó la gran ciudad y se encaminó hacia el castillo en el centro de la ciudad, un imponente edificio de piedra que se erguía como el corazón de Glotyor. Sabía que allí estaría Thornflic, el general en jefe de la campaña. A medida que avanzaba por las calles empedradas, observaba a los habitantes de la ciudad, quienes mostraban miedo y desconfianza ante ellos. Los rostros de los ciudadanos eran un reflejo de la guerra que se libraba fuera de las murallas, y Kael no pudo evitar sentir una punzada de culpa al ver la angustia en sus ojos.
Al llegar al castillo, con sus altas torres y gruesos muros, era un símbolo de poder en el vizcondado. Al cruzar el puente levadizo, Kael fue recibido por los Desolladores Carmesí de Thornflic y lo llevaron a la sala de guerra. Las puertas de madera maciza se abrieron con un crujido, revelando una habitación amplia y bien iluminada, donde Thornflic y sus oficiales estaban reunidos. Mapas y documentos cubrían la mesa central, y la atmósfera era extrañamente tranquila, a pesar de la tensión latente.
Thornflic, con su imponente figura y su mirada penetrante, levantó la vista al ver entrar a Kael. —Kael, justo a tiempo. Estamos planeando el plan de acción —dijo, su voz resonante llena de autoridad y aprecio. Kael asintió en respuesta, acercándose a la mesa para unirse a la discusión.
—Hemos recibido informes de que el ejército de Narrok se encuentra a solo dos días de marcha de aquí —informó Thornflic, señalando una posición en el mapa—. He enviado patrullas, espías y exploradores a vigilar al ejército. Daerin, dime, ¿qué descubriste?
Daerin, un hombre flaco y de aspecto astuto, comenzó a hablar con una voz firme pero ansiosa:
—Por lo que sabemos del enemigo y mis estimaciones, cuentan con todas las guardias de cuervos sobrevivientes del vizcondado. Eso es aproximadamente 1,000,000 de soldados profesionales, cada guardia de cuervo cuenta con 4,000, así que creo que estoy en lo correcto. Además, han reclutado una leva ciudadana de casi 2,000,000 y, sumando las compañías mercenarias, son unos 600,000 más. Por lo que he averiguado, son la compañía de la Legión Blanca de los altos elfos, con un total de 150,000 soldados de élite de infantería, arqueros y jinetes de ciervos con armaduras pesadas; la compañía de los Cuernos Negros de los orcos, con 50,000 jinetes pesados de rinocerontes; y los 400,000 de las Garras Negras de los hombres lagarto, casi todos infantería de berserkers y ligeros, además de jinetes lagarto. Nosotros aún mantenemos una buena fuerza de las 9 legiones de hierro. Si llegan los refuerzos que espero y los que están dispersos se reúnen, mantendremos una fuerza de unos 2,746,775 soldados más o menos, según mi cálculo.
Thornflic asintió y observó el mapa, colocando piezas que representaban la fuerza enemiga. —Díganme los posibles campos para la batalla —pidió. Otro de los hombres en la sala, un oficial corpulento con cicatrices visibles, comenzó a hablar con voz grave:
—La geografía nos favorece, general —dijo Aldar, un hombre robusto y de mirada aguda. —A pocos kilómetros hay un campo abierto con colinas a nuestro favor, un gran y frondoso bosque al noreste y más colinas al sur donde podríamos posicionar tropas de asalto. Existen tres posibles lugares donde podríamos enfrentar al ejército de Narrok.
Aldar señaló el mapa y comenzó a detallar las opciones:
—El primero es el Valle de las Sombras, un terreno estrecho y lleno de riscos. Podríamos usarlo para emboscarlos, pero el terreno dificultaría nuestras maniobras y sería arriesgado si Narrok decide flanquearnos.
—El segundo lugar es el Paso del Trueno, un amplio claro en el bosque. Nos daría espacio para desplegar nuestras tropas y aprovechar nuestra superioridad numérica, pero controlar los flancos sería complicado.
—El tercer lugar es la Llanura de los Susurros, una vasta extensión abierta. Aquí podríamos usar nuestra caballería con mayor efectividad, pero también estaríamos expuestos a los arqueros élficos.
Kael escuchó atentamente, sopesando las opciones. Cada lugar presentaba ventajas y desafíos únicos, y la decisión no sería fácil. Miró a Thornflic, quien observaba el mapa con el ceño fruncido, perdido en sus pensamientos. La tensión en la sala era palpable, cada hombre consciente de la gravedad de la situación.
—¿Tienes algún plan? —preguntó Thornflic seriamente, alzando la vista hacia Kael.
Kael asintió. —Dependiendo de si todos los remanentes de nuestras fuerzas llegan, podríamos intentar una maniobra de pinza en un campo que nos dé ventaja. Si no llegan a tiempo, podríamos resguardarnos en la ciudad y defender, dejando la caballería en espera de los remanentes para que ataquen la retaguardia. Luego, nosotros saldríamos y masacraríamos al ejército enemigo.
Thornflic mostró una sonrisa cruel. —Buenas ideas. Si el ejército completo no se reúne, haremos lo que dijiste. Pero si llegan a tiempo, haremos esto: tú, Kael, llevarás a las tropas de infantería, arqueros y ballesteros, con unos pocos miles de caballería media, y harás una defensa en el campo que Aldar mencionó. Yo tomaré toda la caballería pesada y media, dejando la caballería ligera en los flancos, lista para el flanqueo. Kael, si llega a suceder, tu tarea será defender hasta que yo ataque la retaguardia del ejército enemigo. —dijo Thornflic con una sonrisa sádica—. En unas horas veremos si llegan nuestros hombres restantes y decidiremos qué hacer. Espero que sea la segunda opción; quiero que nadie quede vivo.
La atmósfera en la sala se cargó de una tensión palpable. Los oficiales presentes asintieron, conscientes de la crueldad del plan de Thornflic. Kael miró a su alrededor, observando las expresiones de sus compañeros y tomando nota de sus reacciones.
—Muy bien, vayan a descansar y esperemos a ver qué pasa —ordenó Thornflic, su voz cortante. Los oficiales se dispersaron, cada uno dirigiéndose hacia sus hombres para transmitir las órdenes.
Horas más tarde, la espera comenzó a hacerse insoportable. Los exploradores enviados por Thornflic regresaban con informes constantes sobre la ubicación y movimientos del ejército de Narrok. Las noticias confirmaban que el enemigo estaba acercándose rápidamente, y el tiempo era esencial. Finalmente, al anochecer, un cuerno resonó en las murallas, indicando que se habían avistado refuerzos en la distancia. Kael y Thornflic se dirigieron rápidamente hacia la muralla, donde podían ver la silueta de una columna de soldados avanzando hacia la ciudad.
—Parece que los dioses quieren su ofrenda de sangre, Kael —dijo Thornflic, su sonrisa sádica iluminada por la luz de las antorchas. Se volvió y comenzó a dar órdenes a los soldados que estaban cerca—. Que los recién llegados descansen, pero que los demás soldados y los ciudadanos de esta inmunda ciudad se preparen para alistar el campo a nuestra ventaja. Quiero que todos los hombres de esta ciudad que sepan manejar el metal prendan sus fraguas. Los soldados que se hayan descansado deben partir grandes troncos del bosque, y a esos troncos les pondrán una punta de metal. Los esconderemos en la vanguardia de nuestras formaciones de mañana, y les ataremos cadenas para levantarlas cuando los rinocerontes o cualquier otra carga enemiga se acerque. Quiero que todas las mujeres y niños empiecen a hacer flechas, y los hombres de la ciudad deben ayudar a cavar zanjas y preparar el campo. Si alguno de ellos se niega y le sale el lado Rivenrock, asesínenlos sin advertencia. Que la infantería y caballería ligera empiecen a explorar los alrededores y asesinen a todos los exploradores enemigos. No quiero ni ojos ni oídos enemigos a nuestros alrededores. Los soldados que no estén haciendo nada serán azotados y pelearán sin su armadura.
Kael asintió de acuerdo, y añadió una sugerencia—Thornflic, ordena que pequeñas unidades de caballería ligera de élite acosen a las fuerzas principales. Privarlos del sueño será una ventaja para el día de la batalla —dijo Kael seriamente, si los exploradores están en lo correcto, aún tenían un día.
Thornflic consideró la sugerencia de Kael y asintió. —Buena idea, Kael. Ordenaré que la caballería ligera se divida en grupos pequeños y realicen ataques de hostigamiento durante la noche. Quiero que el enemigo llegue a la batalla agotado y desmoralizado.
La noche avanzó, y la ciudad de Glotyor se transformó en un hervidero de actividad febril. La tensión era palpable, y todos sabían que la batalla que se avecinaba sería decisiva. Era el último bastión de defensa de los Rivenrock, y después de esta batalla, el vizcondado desaparecería y la venganza por Iván sería consumada.
Pasaron una noche y un mediodía. Cuando todo estuvo listo, salieron de la ciudad dejando una pequeña guardia simbólica, ya que los habitantes estaban tan cansados que apenas podían pensar en rebelarse. Listos, avanzaron hacia el campo que habían elegido, instalando un campamento y descansando en espera del siguiente día. El sol comenzaba a ponerse en el horizonte, bañando el campamento con una luz dorada. El sonido de los cascos de los caballos resonaba a medida que la caballería pesada y media se agrupaba, rodeando el campo y escondiéndose en las colinas. La caballería ligera, tanto la de élite como la común, se ocultaba en el bosque. Afortunadamente, los árboles eran lo suficientemente gruesos para esconder bien a los cientos de miles de caballos y el terreno lo suficientemente plano para que no se rompieran ninguna pata.
Finalmente, la noche trajo consigo una calma tensa. Los soldados se preparaban para el descanso, conscientes de que el amanecer traería la batalla. Kael se retiró a su tienda, donde durmió plácidamente. No era su primera batalla y sabía que no sería la última. El suave sonido de la brisa nocturna y el crujir del campamento le resultaban familiares, y su mente descansaba mientras su cuerpo se preparaba para el combate.
Al amanecer, la luz naranja del sol despertó al campamento. Los hombres se prepararon para la marcha, se alistaron, colocándose sus armaduras y afilando por última vez sus armas. Kael se preparó lentamente, ajustando su armadura y acariciando a su caballo. Lideró la columna, su mirada fija en el horizonte, consciente de la responsabilidad que tenía sobre sus hombros.
Formó a su infantería según las órdenes de Thornflic. Toda la infantería de élite se organizó en densos bloques al frente, respaldada por la infantería pesada común. Detrás de ellos, los ballesteros comunes estaban listos para disparar. La infantería media de élite y la normal resguardaban a los arqueros de élite, los comunes y los ballesteros de élite que estaban en una colina del campo, proporcionando una posición elevada para una ventaja estratégica. Dispersó la infantería ligera a los lados de la formación, lista para ser utilizada como tropa de respaldo o para rodear rápidamente al enemigo. La poca caballería que tenía la posicionó cerca de él, haciendo parecer que eran muchos más aunque apenas llegaban a los veinte mil jinetes medios. Afortunadamente, aún contaba con sus mil legionarios de las sombras y, además, doscientos desolladores carmesí de Throlgal, para aparentar que ambos estaban al frente, unificándolos en una muestra de fuerza imponente.
No pasó mucho tiempo hasta que sonó un cuerno y se escucharon los tambores enemigos. Ellos respondieron con lo mismo, sonando sus cuernos y tocando sus tambores. Los soldados comenzaron a gruñir y a golpear sus armas o sus escudos, provocándose entre sí, creando una atmósfera cargada de anticipación y ferocidad. Poco después, el ejército enemigo marchó en formación, el cuervo negro en campo púrpura ondeaba contra el viento, un símbolo de la amenaza inminente que se cernía sobre ellos.
Kael observaba detenidamente, evaluando cada movimiento del enemigo. El general Narrok avanzaba junto a los líderes de las compañías mercenarias. Los mercenarios elfos, orcos y hombres lagarto se movían con disciplina, cada uno ocupando su lugar en la formación. Kael notó una espada de oro en campo blanco en el flanco izquierdo, suponiendo que esa era la Legión Blanca de los altos elfos. Vio toscos estandartes con un cuerno negro en campo sangre en la vanguardia, señalando a los orcos con sus jinetes pesados de rinoceronte. A su derecha, observó estandartes aún más toscos con una zarpa negra en campo verde, marcando la posición de los hombres lagarto. En el centro de la formación ondeaban los estandartes del vizcondado, el cuervo negro en campo púrpura, símbolo de la inminente amenaza.