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Chapter 7 - VII (Mejorado)

Desde lo alto del Aldrake Keep, Thornflic observaba el paisaje cubierto por una capa de nubes grises que amenazaban con desatar su furia sobre la tierra. El viento helado cortaba la piel, pero él apenas lo notaba, absorto en sus pensamientos de venganza. A su alrededor, los sonidos de la preparación para la marcha resonaban en el aire crispado de la mañana. Los cuernos de guerra sonaban con una nota penetrante, convocando a los soldados a formar filas. Los tambores marcaban un ritmo ominoso, como el latido de un corazón oscuro despertando a la vida. El tintineo metálico de las armas chocando entre sí creaba una sinfonía de guerra, mientras los hombres ajustaban sus equipos y afilaban sus espadas en preparación para el conflicto que se avecinaba.

Los estandartes ondeaban al viento, sus colores oscuros visibles a través de la niebla matinal. El majestuoso lobo dorado sobre un campo de negro profundo con detalles rojos ondeaba sobre las tropas, un símbolo de la fuerza y la ferocidad que los impulsaba hacia adelante. Cada batalla, cada enfrentamiento, sería una oportunidad para honrar a su heredero, el joven Iván, cuya vida había sido amenazada por la estupidez de un hombre. El eco de su nombre resonaba en la mente de Thornflic, llenando su corazón de una mezcla de dolor y furia.

Un hombre llegó, usando la armadura de su guardia personal. —¿Me llamó, mi señor? —preguntó el robusto y musculoso hombre. La cicatriz en su rostro y la firmeza en su voz eran testimonio de las numerosas batallas que había librado.

—Sí, Aldric —respondió Thornflic con voz grave—. Quiero que tomes a la mitad de mi guardia personal y a parte de la caballería de élite de mi legión. Te adelantarás a las fortalezas y ciudades que serán un problema enfrentar. Infíltrate, y cuando lleguemos, quiero que maten a los defensores y nos abran las puertas.

Aldric asintió con solemnidad, su rostro mostrando determinación y lealtad hacia su señor. —Entendido, mi señor —respondió con voz firme—. Nos adelantaremos y prepararemos el terreno para vuestra llegada. Su mirada se endureció mientras recibía las órdenes, comprendiendo la importancia de la misión.

—Confío en ti, Aldric —dijo Thornflic con seriedad—. No me decepciones. Sus ojos se encontraron por un breve instante, una conexión de entendimiento y compromiso. Con un gesto de respeto, Aldric se inclinó antes de girarse y partir hacia donde esperaban sus hombres.

Thornflic observó mientras su guardia personal se preparaba para la misión que les había encomendado, su corazón lleno de determinación y su mente enfocada en la tarea que tenían por delante. La venganza por el heredero estaba en marcha, y no habría descanso hasta que todo fuese arrasado. Los recuerdos de Iván, su risa, su esperanza, alimentaban la llama de la venganza en su interior.

Mientras tanto, en el campamento, los soldados continuaban formando filas y empezaban a marchar. Los cascos resonaban sobre el suelo duro, y el estruendo de las ruedas de los carros de guerra añadía un contrapunto a la sinfonía bélica. Thornflic se sumergió en sus propios pensamientos, repasando mentalmente cada detalle de su plan de ataque. Visualizaba los mapas, las fortalezas enemigas, y las posibles rutas de infiltración.

Sabía que las batallas que se aproximaban serían cortas y sangrientas, pero estaba decidido a llevar a cabo su venganza por su heredero y asegurar el futuro de su ducado. La visión de Iván, su joven rostro lleno de vida, se mantenía fresca en su mente. Con cada paso de sus soldados, con cada orden dada, Thornflic sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. No habría clemencia, no habría rendición.

Thornflic bajó de las murallas y montó en su imponente caballo de guerra, su armadura resplandeciendo bajo la luz tenue de la mañana. Su espada reposaba en su cintura, lista para ser desenfundada en defensa de su casa y su linaje. Con una mirada feroz, Thornflic dirigió una última mirada hacia Aldrake Keep y apuntó su hacha hacia Darius, una amenaza subyacente. Darius, quien lo miraba desde lo alto del torreón, respondió con una mirada llena de ira y venganza, antes de tomar las riendas y cabalgar al frente de sus tropas.

El general de las Legiones de Hierro lideró a su ejército fuera de las puertas de la fortaleza, su presencia dominante infundiendo coraje en el corazón de cada soldado. Con el rugido de la guerra resonando en sus oídos y la promesa de venganza ardiendo en sus corazones, marcharon hacia la frontera con el vizcondado de Rivenrock, dispuestos a reclamar lo que les pertenecía por derecho y a castigar a aquellos que se atrevían a desafiar el legado de los Erenford.

La tierra temblaba bajo el peso de las tropas mientras avanzaban hacia su destino. El clamor de la guerra llenaba el aire y los estandartes ondeaban con orgullo en lo alto. Thornflic dirigía a sus hombres con la mirada fija en el horizonte donde se alzaba la frontera con el vizcondado de Rivenrock. A medida que avanzaban, el paisaje cambiaba: las colinas ondulantes y los bosques densos se extendían ante ellos, una tierra que pronto se llenaría de sangre y cenizas. Thornflic, rabioso y lleno de locura, era un animal enjaulado, violento y sediento de sangre; su espíritu indomable guiaba a sus tropas a través del terreno difícil.

El rugido de la guerra resonaba en el aire mientras las tropas de Thornflic avanzaban sin descanso, atravesando las colinas y los bosques con furia implacable. El general de las Legiones de Hierro lideraba a sus hombres con ferocidad, su rostro endurecido por la sed de sangre y la furia que ardía en su interior. A medida que se adentraban en territorio enemigo, pronto se encontraron con la Fortaleza Albaclara. La fortaleza se alzaba sobre una colina, dominando el paisaje circundante con su imponente presencia. Con una construcción maciza y altas torres de piedra, se convertía en un bastión casi impenetrable. Los muros de la fortaleza estaban revestidos de gruesas piedras grises, erigidos con fuerza; sus torres se elevaban hacia el cielo, vigilantes como centinelas eternos, con almenas adornadas con banderas que ondeaban al viento, mostrando el estandarte del vizcondado.

Un foso profundo y lleno de agua rodeaba la fortaleza, formando una barrera natural contra cualquier invasión enemiga. El puente levadizo de madera y hierro estaba abajo, y los habitantes de los alrededores entraban rápidamente a la fortaleza, buscando refugio detrás de sus muros impenetrables. Las tropas de Thornflic se detuvieron frente a la fortaleza, su imponente figura destacándose contra el paisaje. Los estandartes de las Legiones de Hierro ondeaban en el aire, mostrando el poder de sus hombres.

Thornflic observó la fortaleza con atención, evaluando sus defensas y buscando una forma de penetrarlas. Sabía que el asedio sería difícil y sangriento, pero estaba decidido a reclamar la fortaleza para su causa. Con una mirada feroz, ordenó a sus hombres que se prepararan para el asalto.

—Kael, toma a dos de las legiones y ve a arrasar y a masacrar los alrededores —le dijo al jefe de los legionarios de las sombras, quien solo asintió y pronto 736,000 soldados se dispersaron por los alrededores.

Thornflic cabalgó junto a su guardia personal al frente de la fortaleza y, con un rugido lleno de rabia e ira, dio una advertencia a la fortaleza.

—¡Escuchen, defensores y habitantes de Albaclara! ¡Soy el general Thornflic, más conocido como La Espada del Verdugo! —gritó Thornflic con voz atronadora, su tono resonando en el aire como un trueno—. Vengo en busca de justicia por el intento de asesinato del heredero de los Erenford, un niño inocente de 5 años. Ríndanse ahora y evitarán la muerte; solo harán trabajos forzosos durante unas semanas. Pero si optan por resistir, prepárense para enfrentar nuestra ira y brutalidad. No habrá piedad para aquellos que se interpongan en nuestro camino. La elección es suya.

Las palabras de Thornflic resonaron en el aire, desafiando a los defensores y habitantes de Albaclara a rendirse o enfrentar las consecuencias de su ira. Mientras tanto, las tropas bajo el mando de Kael se dispersaron por los alrededores, llevando el caos y la destrucción a cualquier comunidad que se interpusiera en su camino. La tensión en el aire era palpable mientras los dos bandos se preparaban para el enfrentamiento inevitable.

El silencio tenso se prolongó por un momento, hasta que un enorme y robusto hombre se asomó por las almenas y rugió la respuesta.

—¡Soy Theon Asoy, señor de esta fortaleza, y no te tengo miedo, Espada del Verdugo! ¡Yo mismo te mataré si por milagro llegas a entrar a esta fortaleza! —El desafío de Theon Asoy resonó a través de las almenas de la fortaleza, su voz llena de bravuconería y determinación. Los defensores se unieron a su grito, levantando sus armas y clamando por la defensa de su hogar.

Thornflic, sin embargo, no se inmutó ante las palabras desafiantes del señor de la fortaleza. Su rostro endurecido por la batalla reflejaba una ira contenida mientras dirigía una mirada intensa hacia las murallas.

—Puedes intentarlo, Theon Asoy —rugió Thornflic con voz grave y serena—. Pero todos en esta fortaleza, sin importar si son hombres, mujeres, niños o ancianos, serán masacrados.

El eco del desafío de Thornflic resonó en el aire, cargado de ferocidad. Las palabras de Thornflic se desvanecieron en el aire, dejando un silencio tenso entre los dos bandos. Los soldados se prepararon para el asalto, sus corazones llenos de sed de venganza y el clamor de la guerra retumbando en sus oídos. La batalla por la Fortaleza Albaclara estaba a punto de comenzar, y ninguno de los bandos retrocedería.

El silencio tenso que siguió fue interrumpido por el estruendo de las armas resonando en el interior de la fortaleza mientras los hombres infiltrados de Thornflic llevaban a cabo su misión, eliminando a los defensores desde adentro. Mientras tanto, en el exterior, la infantería pesada y la élite de Thornflic se preparaban para el asalto frontal. Thornflic observaba con atención desde su posición, evaluando la situación con el ruido de la batalla llenando el aire. Cuando la tensión alcanzó su punto máximo, Thornflic dio la orden de cargar.

Pronto el puente bajó y el rastrillo se levantó. Los gritos dentro de la fortaleza se intensificaron y las puertas se abrieron. Cuando las puertas de la fortaleza se abrieron, permitiendo la entrada de Thornflic y sus hombres, el grito de guerra resonó con fuerza, anunciando el inicio del asalto. Con un rugido feroz, Thornflic ordenó a sus tropas que cargaran hacia el interior de la fortaleza. Los arqueros apostados en las torres y murallas intentaban detener el avance de la infantería pesada, pero los soldados, protegidos por sus escudos y armaduras, mantenían la carga mientras el tintineo de sus alabardas, mandobles, martillos de guerra, mazas y hachas de batalla resonaba.

La infantería media y la infantería ligera seguían de cerca a la vanguardia. Con cada paso, se abrían paso a través de las defensas enemigas, avanzando hacia el corazón de la fortaleza. El ruido ensordecedor de la batalla llenaba el aire mientras los soldados se enfrentaban en un combate cuerpo a cuerpo, con gritos de guerra resonando en cada rincón de la fortaleza. Thornflic ordenó que los arqueros y ballesteros mantuvieran ocupados a los arqueros enemigos, lanzando una lluvia de flechas y virotes sobre las murallas y torres defensivas. La caballería pesada se preparó para el golpe final, lista para cargar y romper la moral del enemigo cuando se les diera la señal. Mientras tanto, la caballería media y ligera, siguiendo el ejemplo de Kael, se dispersó para asolar los alrededores, sembrando el caos entre los defensores y cortando cualquier intento de refuerzo o escape.

El fragor de la batalla era ensordecedor, con el choque de las armas y los gritos de los combatientes llenando el aire. Thornflic se puso su yelmo y levantó su hacha. Con un rugido de batalla, se abrió paso por la columna de infantería que estaba entrando a la fortaleza. Acompañado de más de 105,200 jinetes pesados comunes y de élite, aparte de sus Desolladores Carmesí, se adentraron en la fortaleza, desatando un caos de sangre y muerte. Los soldados de las legiones masacraban a todos sin discriminación; soldados, hombres y mujeres que tomaron las armas, y civiles tanto viejos como niños, eran masacrados.

Thornflic, envuelto en el frenesí de la batalla, se abrió paso a través de la línea enemiga con ferocidad y cólera. Con su hacha en alto, lideró el asalto, desencadenando un caos de sangre y muerte a su paso. Los jinetes pesados, tanto comunes como de élite, y los Desolladores Carmesí seguían su estela, sembrando la destrucción entre los defensores de la fortaleza. El interior de la fortaleza se convirtió en un campo de batalla infernal, donde cada rincón resonaba con el estruendo de la lucha y los gritos y súplicas de los caídos. Los soldados de las legiones avanzaban implacables, masacrando a todos aquellos que se interponían en su camino, sin importar si eran soldados enemigos o civiles inocentes. Todos caían bajo el filo de las armas, sin importar su condición o género.

La carnicería continuó mientras Thornflic y sus hombres avanzaban hacia el corazón de la fortaleza, enfrentándose a cada desafío con valentía y brutalidad. No había piedad en su avance, solo el deseo de reclamar venganza. El rugido de la batalla resonaba en las paredes de la fortaleza, anunciando la llegada de Thornflic y sus hombres. El caos y la brutalidad de la batalla eran impactantes. Thornflic y sus soldados estaban inmersos en un frenesí de violencia mientras avanzaban hacia el corazón de la fortaleza, enfrentando a todo aquel que se les cruzaba en el camino, sin importar el costo en vidas. La atmósfera de desesperación y terror era palpable a medida que la batalla se desarrollaba, con cada rincón de la fortaleza sumido en el caos y la destrucción.

El caos y la brutalidad de la batalla eran impactantes, con Thornflic y sus hombres inmersos en un frenesí de violencia mientras avanzaban hacia el corazón de la fortaleza. La carnicería continuaba sin piedad, con cada golpe de espada y hacha dejando a su paso un rastro de destrucción y muerte. Los gritos de los caídos se mezclaban con el estruendo de la lucha, creando una atmósfera de desesperación y terror palpable en el aire. Los defensores luchaban con desesperación, pero eran abrumados por la ferocidad del ataque de Thornflic y sus hombres. Los gritos de los heridos y moribundos se mezclaban con el estruendo de las armas y el choque de los cuerpos, creando una sinfonía de horror y desesperación. La brutalidad del asalto era implacable, con cada rincón de la fortaleza sumido en el caos y la destrucción.

Thornflic avanzaba con rabia, su rostro endurecido por la batalla y su mirada fija en su objetivo. No había lugar para la compasión en su corazón, solo el deseo ardiente de reclamar la fortaleza y establecer un punto de apoyo para su campaña. El rugido de la batalla resonaba en las paredes de la fortaleza, anunciando la llegada de la ira y la destrucción.

En medio del caos, Thornflic se abrió paso hacia el corazón de la fortaleza, enfrentando a todo aquel que se cruzaba en su camino con una ferocidad sin igual. La batalla estaba lejos de terminar, pero el general de las Legiones de Hierro estaba decidido a prevalecer, sin importar el costo en vidas. El combate se volvía aún más feroz. Los defensores luchaban con ferocidad desesperada, pero eran superados en número y habilidad por las tropas de Thornflic. Cada paso adelante estaba marcado por la sangre derramada y los cuerpos caídos, pero nada detenía el avance inexorable de los invasores. Finalmente, después de una lucha encarnizada, Thornflic y sus hombres alcanzaron el centro de la fortaleza, donde el líder enemigo y sus defensores más valientes se enfrentaron en un último enfrentamiento.

La batalla rugía con furia en el interior de la fortaleza, cada rincón iluminado por destellos de acero y salpicado de sangre. Thornflic y sus hombres luchaban sin descanso, abriéndose paso a través de las filas enemigas. A su alrededor, el clamor de la guerra llenaba el aire, mezclándose con los gritos de los heridos y agonizantes. A medida que avanzaban, encontraban cada vez más resistencia por parte de los defensores de la fortaleza. Sin embargo, para Thornflic era algo entretenido, divertido que meros insectos intentaran defenderse. Liderando a sus soldados con coraje y ferocidad, cada golpe de su hacha era una estela de muerte y sangre. Pronto derribaron las últimas defensas del torreón principal de la fortaleza y entraron en el interior.

Thornflic y sus hombres irrumpieron en el torreón principal, la última línea de defensa de los enemigos. El líder de los defensores, Theon Asoy, esperaba en el centro del gran salón, rodeado por sus guerreros más leales. La tensión en el aire era palpable mientras los dos líderes se miraban fijamente, sabiendo que el destino de la fortaleza se decidiría en este enfrentamiento final.

Thornflic avanzó con paso firme, su hacha manchada de sangre y su armadura abollada por la batalla. Theon Asoy, aunque agotado, se mantenía erguido, con su espada lista. Con un grito de desafío, los dos líderes se lanzaron el uno hacia el otro, chocando con una fuerza brutal. El sonido del acero contra el acero resonaba en el gran salón mientras los dos combatientes intercambiaban golpes mortales.

A su alrededor, la batalla se desataba con una violencia frenética. Los hombres de Thornflic y Theon Asoy luchaban con desesperación, sabiendo que la victoria o la derrota dependían del resultado de este duelo. Thornflic, impulsado por su furia y deseo de venganza, luchaba con una ferocidad implacable. Cada golpe de su hacha buscaba acabar con su oponente, y cada defensa de Theon Asoy solo alimentaba su ira.

Finalmente, en un momento de descuido, Thornflic encontró una apertura. Con un rugido de triunfo, desató un golpe devastador que atravesó la defensa de Theon Asoy, cortando profundamente en su costado. Theon cayó de rodillas, su espada cayendo de sus manos mientras la sangre brotaba de la herida mortal. Thornflic se acercó, levantando su hacha para el golpe final.

—Esto es por el intento de asesinato del heredero de los Erenford —gruñó Thornflic, antes de dejar caer su hacha con un golpe final, decapitando a Theon Asoy.

Después de decapitar a Theon, Thornflic se adentró en el interior del torreón principal, que se había convertido en un laberinto de pasillos y cámaras, donde la muerte acechaba en cada esquina. Su mente, dominada por la sed de venganza y la brutalidad de la batalla, avanzaba como una fuerza imparable. Cada paso que daba dentro de la fortaleza era una declaración de su poderío y su desprecio por aquellos que se atrevían a desafiarlo. No mostraba piedad ni arrepentimiento, solo una ferocidad despiadada que lo impulsaba hacia adelante.

Los pasillos y las cámaras de la fortaleza se convirtieron en un escenario de horror, donde Thornflic y sus hombres parecían bestias jugando con sus presas, avanzando como una marea de destrucción y dejando a su paso un rastro de caos y desesperación. No había distinción entre los defensores y no combatientes; cada uno era una presa en su cacería despiadada.

El sonido de la batalla resonaba en cada rincón de la fortaleza, un eco ensordecedor de la furia y la brutalidad que reinaban en su interior. Los gritos de los heridos y agonizantes se mezclaban con el choque de las armas y el estruendo de los cuerpos cayendo, creando una sinfonía de destrucción que llenaba el aire. Espadas y hachas se hundían en carne y hueso, desgarrando cuerpos y esparciendo sangre por las paredes de piedra.

Para Thornflic, la batalla no era solo un medio para alcanzar sus objetivos, sino una expresión de su poder y su dominio sobre aquellos que se atrevían a desafiarlo. Cada vida que se perdía en la contienda solo servía para alimentar su sed de sangre y su sed de venganza. En su mente, no había lugar para la compasión o la misericordia, solo la implacable búsqueda de la victoria a cualquier costo.

Sus hombres, imitando su crueldad, desmembraban a los enemigos con precisión despiadada. Las cámaras y pasillos se llenaban de miembros cercenados y cuerpos mutilados. Los gritos de los moribundos eran música para Thornflic, quien avanzaba imparable, su hacha cegando vidas con cada oscilación. Los soldados de las Legiones de Hierro, enardecidos por la violencia, se deleitaban en la masacre, desgarrando la carne de los enemigos y dejando un sendero de cuerpos destripados a su paso.

Cuando la carnicería llegó a su fin, Thornflic, con su armadura manchada de sangre y su mirada endurecida por la batalla, se encontraba en el centro de la fortaleza, rodeado por el silencio de la muerte que lo rodeaba. A su alrededor yacían los cuerpos de los caídos, un testimonio sombrío de la brutalidad de la contienda. No había triunfo en su mirada, solo un hambre de sangre y destrucción, más parecido al de una bestia rabiosa.

Thornflic soltó un rugido que resonó en el aire, llenando el patio de la fortaleza con un aura de ferocidad y brutalidad. Sus hombres, siguiendo su ejemplo, se unieron al grito, demostrando su lealtad al líder que los había llevado a la victoria. Las órdenes de Thornflic fueron recibidas sin vacilación, y sus hombres se pusieron manos a la obra, cumpliendo con sus mandatos con una eficiencia fría y metódica.

Los cuerpos de los caídos fueron despojados de sus cabezas y colocados en bolsas, un macabro mensaje para aquellos que se atrevieran a desafiar el poder de Thornflic. Mientras tanto, los cadáveres de los defensores de la fortaleza fueron empalados en estacas, formando un espeluznante bosque de muerte que serviría como advertencia a todos aquellos que se cruzaran en su camino. Con cada acción, Thornflic reafirmaba su dominio sobre la tierra conquistada, sembrando el terror y la desesperación entre sus enemigos.

La sangre goteaba de los cuerpos empalados, formando charcos en el suelo. Las cabezas cortadas eran clavadas en picas y alineadas a lo largo de los muros de la fortaleza, sus expresiones congeladas en un rictus de horror. Los cuerpos eran desmembrados y exhibidos de la manera más grotesca posible, en un acto de crueldad deliberada que mostraba el poder absoluto de Thornflic.

Para él, la venganza era un arte, y cada acto de brutalidad era una pincelada en su obra maestra de destrucción y poder. Con su voluntad de hierro y su sed insaciable de sangre, Thornflic había dejado su marca en la fortaleza, asegurando que su nombre resonara en los corazones de todos aquellos que se atrevieran a desafiar a Zusian. Los sobrevivientes, si es que había alguno, serían atormentados por las imágenes de la masacre, una pesadilla viviente que serviría para recordarles la furia implacable de Thornflic.

El patio de la fortaleza, ahora un campo de muerte y desolación, reflejaba la brutalidad de la contienda. La fortaleza Albaclara, antaño imponente bastión de defensa, había caído bajo la sombra oscura del general de las Legiones de Hierro, su estructura misma testigo mudo de la devastación y la crueldad desatada en su interior. La victoria de Thornflic estaba sellada con la sangre de sus enemigos, un triunfo marcado por la ferocidad y la destrucción implacable que lo acompañaban.