Thornflic cabalgaba en su enorme y blindado corcel de guerra, flanqueado por Kael Darkbane, un hombre de estatura imponente que rivalizaba en tamaño con él mismo. La figura de Thornflic, robusta y musculosa, irradiaba una sensación de fuerza y poder indomables. Vestido con una armadura oscura que relucía con un brillo siniestro bajo el sol, y su capa negra ondeando tras él, añadía un aura de amenaza y crudeza a su presencia.
Juntos lideraban a una hueste de 1,594,000 soldados, compuesta por cuatro legiones de hierro y dos mil legionarios de las sombras bajo las órdenes de Kael. Ambos guiaban a estos guerreros con una sed de sangre infernal, ansiosos de venganza por el atentado contra su heredero, Iván. Su destino era Aldrake Keep, la imponente fortaleza de Darius Erenford que se alzaba majestuosa en la frontera del vizcondado de Rivenrock.
Aldrake Keep, una colosal estructura de piedra y acero, dominaba el paisaje circundante con su presencia imponente. Estratégicamente situada en lo alto de un escarpado, la fortaleza desafiaba cualquier intento de asalto con su formidable apariencia. Sus altas murallas de piedra, coronadas por almenas y torres de vigilancia, se erguían hacia el cielo como los dientes de un gigante dormido, observando con mirada pétrea los vastos dominios de Darius Erenford. Las puertas de hierro macizo, reforzadas con barras de acero y adornadas con motivos oscuros y ominosos, permanecían cerradas día y noche, celosamente custodiadas para mantener a raya a cualquier intruso que osara desafiar su autoridad.
Thornflic aborrecía profundamente a Darius Erenford, el despreciable hermano de su difunto duque. A diferencia del digno Kenneth, aquel individuo era una mancha en el linaje de los Erenford. Kael, a su lado, se quitó el yelmo, revelando su calva brillante y una barba poblada que le confería una apariencia aún más amenazante.
—¿Crees que la duquesa tenga razón y que Lord Darius esté involucrado en el intento de asesinato? —preguntó con seriedad, rompiendo el silencio que había envuelto su marcha.
Thornflic lo miró con una expresión igualmente grave, sus ojos ardiendo con odio. —Esa pobre excusa de Erenford sería capaz de cualquier cosa. No es el duque Kenneth. Darius, esa rata despreciable, sería capaz de matar a su propio sobrino, el único hijo de su hermano, para hacerse con lo que legítimamente le corresponde a Lord Iván —respondió con voz grave y un deje de enojo.
Ambos hombres compartían una convicción profunda en la malicia de Darius Erenford y estaban decididos a llevar justicia a aquel que osara atentar contra el heredero del ducado de Zusian. Con sus corazones llenos de ira, continuaron su marcha hacia Aldrake Keep.
Pronto, los dos líderes se encontraron con las otras cinco legiones de hierro, cada una con miles de estandartes del ducado ondeando el majestuoso lobo dorado sobre un profundo campo negro. Los ojos brillantes de los soldados reflejaban la intensidad de un depredador acechando en la noche, listos para la batalla. Los detalles intrincados del emblema, resaltados por tonos de oro y rojo intenso que la duquesa Alba había puesto a cargo de Thornflic, resplandecían bajo el sol de la tarde.
Thornflic y Kael levantaron sus armas, un gesto que fue seguido por un rugido ensordecedor de las legiones reunidas. Thornflic alzó su enorme hacha, reluciendo con la promesa de una fuerza implacable, mientras que Kael sostenía una gigantesca maza que normalmente requería el uso de ambas manos, pero él la empuñaba con una sola, demostrando su formidable destreza. No había necesidad de palabras entre los líderes ni entre los soldados. El simple hecho de estar allí, reunidos en un frente unido, era suficiente para enviar un mensaje claro y desafiante a aquellos que se atrevieran a desafiar la autoridad de la casa Erenford.
Las puertas de hierro del fuerte se abrieron de par en par ante la llegada de Thornflic y Kael, y sus hombres entraron en formación imponente y amenazante. Los "Centinelas de Hierro", las reservas y soldados encargados de defender los castillos, fuertes, ciudades y pueblos del ducado, salieron a recibirlos. Aunque podrían no ser tan elitistas como las legiones de hierro, destacaban por su cantidad y calidad. Eran soldados comunes pero bien protegidos y entrenados, lo que los hacía una fuerza respetable en cualquier conflicto.
Thornflic lideraba a su guardia personal, los Desolladores Carmesís, y a parte de su caballería pesada de elite de su propia legión, mientras Kael encabezaba a los Legionarios de las Sombras, cada uno mostrando una disciplina que imponía respeto incluso entre los veteranos centinelas del fuerte. A su paso, las miradas de los soldados del fuerte se volvían hacia ellos, algunos con admiración, otros con recelo, pero todos reconocían la autoridad que Thornflic y Kael representaban.
Avanzaron por el patio del fuerte, hasta que varios soldados de infantería de los Centinelas de Hierro se acercaron con paso firme, sus armaduras brillando bajo la luz del sol. Vestían gambesones acolchados, cotas de malla completas y pecheras adornadas con el emblema del ducado de Zusian. Sus gran yelmos cónicos y cofias de cota de malla como segunda capa de protección, sus posturas erguidas y sus armas relucientes denotaban una determinación inquebrantable. Portaban lanzas, escudos redondos reforzados con hierro, martillos de guerra y espadas largas en sus cinturas, preparados para cualquier desafío que se presentara. Sus ojos, ocultos tras las rejillas de sus yelmos, observaban con atención a Thornflic, Kael y sus tropas, acercándose para ayudar a cuidar los caballos.
Pronto, cien legionarios de las sombras con sus pesadas armaduras negras ornamentadas en oro y armados con armas grabadas y ornamentadas (alabardas, mazas y espadas bastardas) salieron del enorme torreón y se acercaron a ellos. Estos hombres no eran legionarios al servicio de la rama principal de los Erenford, eran parte de los mil legionarios que eligieron jurar lealtad a Darius. Los legionarios de Kael y los Desolladores Carmesí se acercaron amenazantemente, mientras más tropas de las legiones de hierro entraban en la fortaleza.
Los legionarios de las sombras de Darius se mantuvieron en silencio, pero sus miradas ardían con una mezcla de desafío y desprecio hacia Thornflic. Algunos de ellos apretaron con fuerza las empuñaduras de sus armas, mientras que otros cruzaron los brazos sobre el pecho en un gesto desafiante. La tensión en el aire era casi tangible, y cada soldado parecía estar al borde de estallar en cualquier momento. Thornflic, sin embargo, no retrocedió ante la hostilidad que emanaba del otro grupo de soldados. Su mirada dura y penetrante recorría a cada uno de los legionarios de las sombras, desafiándolos con su presencia imponente. No toleraría ningún desprecio hacia su posición como general del ducado.
—¿Qué me ven, idiotas? —gruñó Thornflic, su voz resonando con autoridad—. ¿Dónde está el respeto hacia un general?
Su tono era duro y directo, sin dejar lugar a malentendidos. Esperaba que sus palabras hicieran reflexionar a los legionarios de las sombras sobre su actitud desafiante y los instaran a mostrar el debido respeto hacia su autoridad. Los legionarios de las sombras de Darius se mantuvieron en silencio por un momento, como si estuvieran evaluando sus opciones. La tensión en el aire era palpable, y parecía que en cualquier instante podía desatarse un enfrentamiento. Sin embargo, antes de que la situación pudiera escalar aún más, uno de los legionarios dio un paso adelante, su figura imponente irradiando una sensación de poder.
—General Thornflic —respondió, su voz profunda resonando en el patio del fuerte—. Somos soldados leales a Lord Darius Erenford, y no reconocemos autoridad alguna que no provenga de él.
El tono del legionario era desafiante, pero también había un matiz de respeto implícito en sus palabras. A pesar de su lealtad a Darius, reconocían la posición de Thornflic como general de las Legiones de Hierro y sabían que debían tratarlo con cierto grado de deferencia.
—No me digas idioteces, hijo de puta. Ustedes son hombres de Zusian y juraron lealtad a la casa Erenford como yo y todos los que estamos aquí, y mientras nuestro heredero siga siendo un niño, su madre es la regente y a quien le deben lealtad —dijo Thornflic, su tono áspero y directo, sus palabras cortando el aire con una fuerza amenazadora.
La atmósfera se volvió aún más tensa, y era evidente que ambos grupos estaban al borde de un enfrentamiento. Con 3,582,000 soldados a su disposición, las legiones de hierro superaban ampliamente a los 300,000 centinelas de hierro y a los mil legionarios de las sombras de Darius, pero aun así, la posibilidad de un conflicto violento pendía en el aire como una espada sobre sus cabezas.
La intervención de Kael, con su tono de autoridad y sensatez, cortó la tensión que amenazaba con desbordarse en violencia. Sus palabras resonaron en el patio del fuerte, recordándoles a todos el propósito que los había llevado allí.
—Basta, soldados —declaró Kael, su voz profunda resonando con calma pero firmeza—. Este no es el momento ni el lugar para disputas internas. Tenemos un objetivo común: devastar al vizcondado de Rivenrock. Estamos aquí de paso y solo para restablecer nuestros suministros.
Su intervención fue recibida con un murmullo de asentimiento entre los hombres, algunos de los cuales habían estado a punto de desenfundar sus armas en la tensión del momento. Aunque la tensión aún era palpable en el aire, las palabras de Kael lograron calmar los ánimos y dirigir la atención hacia el verdadero enemigo: el condado de Rivenrock y aquellos que osaban desafiar la autoridad de la casa Erenford. Thornflic, aunque gruñó con las palabras de Kael, reconoció la sabiduría en su consejo y asintió con gesto adusto. Sabía que no podían permitirse disensiones internas en un momento tan crítico, cuando su objetivo principal era devastar el condado.
—Carajo —soltó Thornflic con un gruñido contenido—. ¡Hombres, descansen y restablezcan las provisiones, ahora! —rugió con voz atronadora, imponiendo su autoridad sobre el patio del fuerte.
La mirada feroz de Thornflic barrió el patio, desafiando a cualquier hombre que se atreviera a contradecirlo. Los soldados de ambos bandos, aunque aún tensos, asintieron en acuerdo con las palabras del general. Era evidente que la presencia imponente de Thornflic y Kael, respaldada por las enormes legiones a su disposición, imponía respeto incluso entre los legionarios de las sombras de Darius.
Thornflic avanzó rabioso y amenazante hacia los legionarios de las sombras de Darius, quienes se mantenían firmes en el patio del fuerte. Su voz resonó con autoridad, desafiante y demandante al mismo tiempo.
—Dile a esa escoria que llamas señor que quiero hablar con él —ordenó Thornflic, su tono cargado de amenaza y desdén hacia Darius.
El líder de los legionarios de las sombras asintió con gesto serio ante la orden del general, reconociendo la ira palpable en los ojos de Thornflic. Sabía que no debía desafiar la voluntad del general de las Legiones de Hierro, especialmente en un momento tan crítico como este. Con un gesto de asentimiento, el líder de los legionarios de las sombras se giró y partió rápidamente en busca de Darius, preparado para transmitir el mensaje con la seriedad que merecía.
Mientras tanto, Thornflic se mantuvo firme en su posición, su presencia imponente llenando el espacio a su alrededor. Observó con una mirada intensa a los soldados reunidos en el patio del fuerte, asegurándose de que siguieran sus órdenes sin cuestionamiento. Los soldados, aunque aún tensos, parecían reconocer la autoridad indiscutible de Thornflic y Kael, y se apresuraron a cumplir con las órdenes de descansar y restablecer las provisiones. Asegurado de que se cumplían sus órdenes, se volvió hacia Kael con una mirada severa pero reflexiva.
—Debemos mantenernos vigilantes aquí, Kael. No sabemos qué artimañas pueda estar tramando Darius en su fortaleza —advirtió Thornflic, con un tono que reflejaba su desconfianza hacia el hermano del difunto duque.
Kael asintió con seriedad, compartiendo la preocupación de Thornflic.
—Entiendo, general. Mantendré a nuestros hombres alerta y preparados para cualquier eventualidad —respondió Kael, con seriedad en su voz.
La tensión en el aire era palpable mientras aguardaban la respuesta de Darius. Los soldados continuaban moviéndose frenéticamente por el patio del fuerte, preparándose para la siguiente fase de la campaña militar. Thornflic y Kael permanecieron en silencio, vigilantes, con la certeza de que la devastación del condado de Rivenrock estaba cada vez más cerca.
Poco tiempo después, el legionario regresó, informándole que Darius había aceptado la reunión, pero solo con Thornflic y sin guardias. Thornflic escuchó las palabras del legionario con atención, su expresión apenas mostrando algún indicio de sorpresa ante la respuesta de Darius. Asintió con gesto grave y luego se dirigió a Kael.
—Darius acepta la reunión, pero solo conmigo y sin guardias —dijo Thornflic, su voz cargada de desconfianza—. Mantente alerta y asegúrate de que nuestros hombres estén listos para cualquier eventualidad. No confío en este bastardo.
Kael asintió, su expresión seria y determinada.
—No te preocupes, Thornflic. Estaremos preparados. Ve y haz lo que tengas que hacer. Nos aseguraremos de que no haya sorpresas desagradables —respondió Kael, sus palabras llenas de confianza.
Thornflic, con un último asentimiento hacia Kael, se dirigió hacia el torreón donde le esperaba Darius, su mente enfocada en la confrontación que estaba por venir. Sabía que esta reunión sería crucial para determinar el curso de los acontecimientos y estaba decidido a no dejarse intimidar por el astuto y traicionero hermano del difunto duque.
—Kael, si no vuelvo en unas horas, masacra todo y a todos en ese fuerte y después ve al vizcondado y devástalo —dijo Thornflic, su tono indicando seriedad.
Kael asintió en silencio, comprendiendo la importancia de la reunión y la necesidad de que Thornflic fuera solo. Observó mientras el general se alejaba con paso decidido, rodeado por una escolta de legionarios de las sombras. Thornflic avanzó hacia la entrada principal del fuerte, su armadura resplandeciendo bajo el sol mientras se dirigía hacia el lugar de la reunión con Darius. A medida que se acercaba, su mirada se mantenía alerta, consciente de que estaría entrando en el territorio del hermano del difunto duque y posiblemente en un terreno peligroso.
Al llegar a la entrada principal, fue recibido por un grupo de guardias, quienes lo condujeron al interior del fuerte hasta la sala de audiencias donde Darius lo esperaba. Thornflic entró con paso firme, su presencia imponente llenando la sala mientras se preparaba para enfrentarse cara a cara con el hombre que sospechaba podría estar detrás del intento de asesinato contra su lord Iván.
Thornflic se sentó en uno de los lujosos sillones, esperando a Darius. Pronto, el hombre apareció, erguido como una sombra maligna en el seno de la casa Erenford. Con una mirada fría y calculadora, sus ojos dorados sucios parecían destilar veneno en cada palabra y gesto. Su presencia, aunque imponente, no se comparaba a la de Thornflic. De estatura imponente y corpulencia robusta, Darius se movía con una gracia acechante, como un depredador al acecho de su presa. Su rostro, surcado por líneas de cinismo y desdén, reflejaba una inteligencia retorcida y una malicia insaciable. Su cabello blanco típico de los Erenford, desaliñado y grasiento, caía en mechones sobre su rostro pálido y demacrado, añadiendo una apariencia aún más siniestra a su figura. Sus labios delgados se curvaban en una sonrisa cruel y burlona, revelando una fila de dientes afilados como cuchillas. Darius vestía ropajes oscuros y lujosos, adornados con bordados de oro y joyas que relucían con una luz ominosa. Thornflic lo odiaba, odiaba esa mancha de la prestigiosa línea de los Erenford, la única casa digna a la que servir.
La atmósfera se cargó con la tensión cuando Darius ingresó a la sala, su presencia como una sombra oscura que se cernía sobre el lugar. Thornflic lo observó con desdén, su mirada fija en el rostro del hombre que representaba una amenaza para la estabilidad de la casa Erenford.
—Darius —dijo Thornflic con voz profunda, su tono cargado de desprecio apenas contenido.
Darius se detuvo frente a Thornflic, su mirada fría encontrándose con la del general. Una sonrisa burlona se curvó en los labios del hermano de su difunto duque, una expresión de superioridad maliciosa que no pasó desapercibida para Thornflic.
—General Thornflic —respondió Darius con un tono suave pero lleno de malicia—. Qué sorpresa verte aquí. Supongo que has venido a discutir el asunto del intento de asesinato de mi querido sobrino.
La ironía en las palabras de Darius era evidente, y Thornflic apretó los puños con furia contenida ante la actitud insolente del hombre frente a él.
—Sí, Darius, he venido a discutir ese asunto —respondió Thornflic con voz dura—. Y sé que estás involucrado de alguna manera. No te atrevas a negarlo. Fuiste tú quien le ordenó a las cinco legiones que protegían la frontera que se retiraran a la frontera con el Marquesado de Sylvaria, permitiendo que esos asesinos casi maten al legítimo heredero de este ducado.
La habitación pareció llenarse con la electricidad de la confrontación mientras los dos hombres se enfrentaban, sus miradas chocando en un silencio tenso que anticipaba el estallido de una batalla verbal.
Darius mantuvo su sonrisa burlona, como si disfrutara del conflicto que se desataba entre él y Thornflic. Su mirada fría y calculadora escudriñaba cada gesto y cada palabra del general de las Legiones de Hierro, buscando alguna fisura en su postura.
—Ah, Thornflic —dijo Darius con una voz melosa que contrastaba con la tensión en el aire—. Siempre tan rápido para señalar con el dedo y buscar culpables. Pero deberías saber que en la política de nuestro ducado, las cosas no son tan simples como parecen. Las órdenes de retirar las legiones fueron estratégicas, no una traición.
Thornflic entrecerró los ojos, su desconfianza hacia Darius intensificándose con cada palabra que salía de su boca.
—No me vengas con tus mentiras y juegos de palabras, Darius. Sabes bien que tus acciones pusieron en peligro la vida de Iván y desestabilizaron todo el ducado. No permitiré que continúes con tus maquinaciones en contra de la casa Erenford.
Darius rió suavemente, su risa sonando hueca y carente de verdadero humor.
—¿Y qué evidencia tienes para respaldar tus acusaciones viles, Thornflic? —preguntó Darius con sarcasmo y burla—. ¿O es solo una artimaña para desviar la atención de tus propias fallas como comandante?
La provocación en las palabras de Darius era clara, diseñada para exasperar a Thornflic y ponerlo a la defensiva. Sin embargo, Thornflic no cayó en la trampa.
—No necesito evidencia para saber la verdad, Darius —respondió Thornflic con voz firme—. Tu ambición desmedida y tu sed de poder son conocidas por todos en el ducado. No sería sorprendente que estuvieras detrás de este despreciable intento de asesinato a tu propia sangre.
La sala resonó con la intensidad de las palabras de Thornflic, su voz llena de ira y desafío. Darius, por su parte, mantuvo su compostura, aunque la chispa de la ira brillaba en sus ojos.
—Tus acusaciones son infundadas, Thornflic —respondió Darius con voz gélida—. Y no me sorprende tu predisposición a creer en conspiraciones sin pruebas. Después de todo, siempre has sido un perro de mi casa, dispuesto a obedecer ciegamente las órdenes de tus amos.
La tensión en la habitación era palpable, cada palabra pronunciada cargada con el peso de años de desprecio mutuo. Thornflic apretó los dientes con furia, su desprecio hacia Darius ardiendo como un fuego en su interior.
—No necesito escuchar tu mierda, Darius —dijo Thornflic con voz dura—. Y tampoco necesito tu veneno y tus mentiras. He venido aquí para devastar el vizcondado de Rivenrock.
Darius dejó escapar una risa burlona ante las palabras de Thornflic, como si encontrara entretenida la determinación del general de las Legiones de Hierro.
—Oh, Thornflic, siempre tan predecible en tu arrogancia —respondió Darius con un tono de superioridad apenas disimulada—. Crees que puedes venir aquí y amenazarme con tus ejércitos como si fueras el dueño absoluto de este ducado. Pero te equivocas, general. Este es mi territorio y no permitiré que tú, ni nadie más, lo pise sin mi consentimiento.
La tensión entre los dos hombres era casi tangible, como una tormenta a punto de estallar. Thornflic clavó su mirada en Darius, sus ojos chispeando con una mezcla de desprecio y desafío.
—Te advierto, Darius —dijo Thornflic con voz grave—. Si descubro que estás detrás del intento de asesinato de Iván, no habrá lugar en este mundo donde puedas esconderte de mi ira.
Darius solo sonrió con malicia ante la amenaza de Thornflic, su confianza en sí mismo sin fisuras.
—Entonces, será mejor que te des prisa en encontrar esas pruebas, Thornflic —respondió Darius con un tono burlón—. Porque hasta entonces, no eres más que un perro ladrando en la oscuridad.
Thornflic estalló de ira y tomó a Darius del cuello. La habitación quedó en silencio, solo interrumpido por la respiración agitada de Thornflic y el sonido distante de la actividad en el exterior del fuerte. Darius, con una expresión de sorpresa y furia en su rostro demacrado, se esforzó por liberarse del agarre del general.
—¡Suéltame, maldito bastardo! —gritó Darius, luchando por liberarse del férreo agarre de Thornflic—. ¡Te arrepentirás de esto!
Thornflic mantuvo su agarre firme, sin importar las amenazas, su mirada fija en la de Darius con una intensidad que dejaba claro que no estaba bromeando. La ira ardía en sus ojos, alimentada por años de resentimiento hacia el hermano de su difunto duque.
—Escúchame bien, Darius —dijo Thornflic con voz grave y amenazante—. No me importa quién eres ni qué posición ocupas en esta casa. Si descubro que estás detrás del intento de asesinato de Iván, no habrá lugar en este mundo donde puedas esconderte de mí. Te buscaré hasta el fin de los días y te haré pagar por tus crímenes.
Con un gruñido de frustración, Thornflic soltó a Darius, dejándolo tambalearse unos pasos hacia atrás mientras se recuperaba del repentino asalto. La tensión en la habitación era palpable; la confrontación entre los dos hombres había alcanzado un punto crítico y ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder.
Darius, respirando con dificultad, se irguió lentamente. Sus ojos dorados sucios brillaban con odio puro mientras se ajustaba el cuello de su ropaje.
—Cometes un grave error, Thornflic —dijo Darius, su voz gélida y temblorosa—. Tus acciones no quedarán impunes. Este ducado no es tuyo para destruir a tu antojo. Mi paciencia tiene un límite.
Darius, recuperándose del asalto de Thornflic, fijó su mirada en el general con un destello de odio en sus ojos. La ira ardía en su interior, pero también había un rastro de miedo ante la furia de Thornflic.
—No sabes en lo que te estás metiendo, Thornflic —masculló Darius entre dientes, su voz temblorosa por la rabia contenida—. Te aseguro que lamentarás haberme desafiado.
Thornflic apenas contuvo una risa de desprecio ante las amenazas de Darius. Sabía que el hermano de su difunto duque era un hombre peligroso, pero no le temía. Había enfrentado desafíos mucho mayores en el campo de batalla y había salido victorioso.
—No me impresionan tus amenazas, Darius —respondió Thornflic con calma, aunque su voz resonaba con una autoridad inquebrantable—. No eres más que un traidor y un cobarde que se esconde detrás de las sobras que te dio mi duque y que mantienes por clemencia de mi difunto señor. Tu riqueza y tu influencia no son nada. Pero yo soy un soldado, y no descansaré hasta que se tome venganza por el intento de asesinato de Iván.
El desprecio en las palabras de Thornflic era evidente, su compromiso con su deber y su lealtad hacia su difunto duque y a su heredero eran inquebrantables. Darius, por su parte, apretó los puños con impotencia.
Thornflic se alejó del cuarto, aún más rabioso. Al llegar al patio, con su mirada ardiente y su voz resonante, infundió un aura de ira en sus soldados mientras pronunciaba su discurso. Los hombres escuchaban con atención, sintiendo la llamada a la acción en las palabras de su líder.
—¡Mañana comenzará la venganza por nuestro heredero, el futuro duque Iván! —exclamó Thornflic, su voz retumbando en el patio—. ¡Mañana no mostraremos piedad ni clemencia! ¡Arrasaremos con todo a nuestro paso y no dejaremos piedra sobre piedra en el vizcondado de Rivenrock! ¡Quienes se rindan serán esclavos de guerra y quienes luchen serán castigados con el peso de nuestra venganza implacable!
Los soldados rugieron en respuesta, sus voces llenas de fervor y sed de sangre y venganza. El nombre de Iván y de Thornflic, "La Espada del Verdugo", resonaba en el aire, alimentando la llama de la venganza en los corazones de los hombres.
Con el discurso de Thornflic aún resonando en sus oídos, los soldados se retiraron a prepararse para la batalla que les esperaba al amanecer. La noche pasó en un murmullo de actividad frenética mientras las tropas se alistaban y afilaban sus armas para el enfrentamiento por venir.
Bajo el manto de la oscuridad, la promesa de venganza y la ira de Thornflic y sus hombres se alzaron como una sombra amenazante sobre el ducado de Rivenrock, presagiando una tormenta de sangre y fuego que estaba por desatarse. La mañana siguiente, con el primer rayo de sol, se alzaría como el comienzo de una nueva era marcada por la devastación y la furia de un ejército dispuesto a todo por su causa.