El sol del mediodía teñía la llanura de tonos dorados, bañando el paisaje abierto con su luz intensa. Habían pasado diez días desde la declaración de venganza y las ejecuciones de los traidores. Los cuerpos empalados de los conspiradores permanecían en las afueras de la ciudad, una macabra advertencia para cualquiera que osara desafiar el poder de Lady Alba. A lo lejos, los sonidos de cuernos y tambores resonaban en el aire, acompañados por el retumbar de cascos y el murmullo de voces humanas. Era el avance implacable de las legiones de hierro hacia la ciudad de Vardenholme y Drakonholt Keep.
Tres legiones de hierro, cada una con 398,000 soldados, marchaban con determinación. Lideradas por el temible Thornflic Bladewing y su guardia personal, estas formaciones eran el puño de hierro de Lady Alba. Con estandartes ondeando al viento y armaduras brillando bajo el sol, los soldados avanzaban con disciplina militar, listos para enfrentar cualquier desafío en su camino hacia la victoria. El eco de sus pasos resonaba en la llanura, marcando el ritmo de una guerra que se aproximaba con toda su furia.
Mientras avanzaban hacia las plataformas elevadas del Campo de las Lanzas, el corazón de Iván latía con una mezcla de anticipación y nerviosismo. A su lado, su madre, Lady Alba, emanaba una presencia majestuosa y encantadora, con su vestido azul y dorado ondeando suavemente en la brisa. A su alrededor, la Legión de las Sombras montada a caballo aguardaba en silencio, sus ojos vigilantes fijos en el horizonte, listos para cualquier eventualidad.
De repente, la imponente figura de Thornflic Bladewing apareció en la distancia, un coloso entre los hombres. Su armadura de placas negras, adornada con emblemas de lobos carmesí, brillaba bajo el sol, reflejando su poderío. La mirada ardiente y las cicatrices en su rostro contaban historias de batallas pasadas, mientras su larga cabellera negra ondeaba al viento, anunciando su llegada con autoridad. Era una presencia imponente, capaz de infundir temor incluso en los corazones más valientes. A medida que se acercaba, el aura de intensidad y dominio que emanaba de Thornflic envolvía a todos los presentes. Iván se sentía pequeño ante su presencia, pero también inspirado por su fuerza.
Detrás de Thornflic, su guardia personal de 500 Desolladores Carmesís avanzaba en formación, una visión aterradora. Montados en gigantescos caballos de guerra y completamente cubiertos con bardas ornamentadas con patrones siniestros y pinchos afilados, parecían la encarnación misma de la brutalidad en el campo de batalla. Sus yelmos, grabados con calaveras, recordaban a todos su ferocidad y determinación. El aura de mando brutal de Thornflic llenaba el aire, infundiendo un sentido de urgencia y determinación en las filas de los soldados reunidos en el Campo de las Lanzas. La tensión era palpable mientras todos aguardaban el discurso que estaba por venir.
Con un gesto de respeto, Thornflic desmontó para subir a las plataformas y se acercó a Lady Alba e Iván, sus ojos ardientes reflejando una determinación feroz. A su lado, la guardia personal de legionarios de las sombras de Lady Alba se mantuvo en formación, observando cada movimiento del general. La presencia de Thornflic eclipsaba a todos los presentes, incluso a los poderosos Desolladores Carmesís a su servicio. Su mirada penetrante barría la multitud, asegurándose de que todos estuvieran atentos.
—Mi lady, mi lord —comenzó Thornflic con una reverencia, su voz profunda resonando en el aire como el eco de un trueno distante—. Vine tan pronto como se me llamó, les juro que esta ofensa no será perdonada y será pagada con sangre y hierro.
El juramento del general resonó con una solemnidad pesada, como el eco de un golpe de martillo en un yunque antiguo, haciendo eco en los corazones de todos los presentes. Lady Alba asintió con seriedad, agradeciendo a Thornflic por su pronta respuesta y su compromiso inquebrantable.
—Se los agradezco, general —respondió Lady Alba con una voz firme pero no exenta de emoción. Su mirada encontró la del general, y en sus ojos brillaban reconocimiento y gratitud—. Por favor, pónganse a mi lado y al de mi hijo —añadió, indicando un lugar cercano en las plataformas elevadas donde se reunían los líderes de la campaña.
Thornflic, con la gracia de un verdadero guerrero, se movió con determinación hacia el lugar indicado, su guardia personal de Desolladores Carmesís siguiéndolo con una precisión militar impecable. Su presencia imponente y su aura de autoridad llenaron el espacio a su alrededor, infundiendo un sentido de seguridad y confianza en aquellos que estaban reunidos para escuchar sus palabras.
Thornflic asintió en silencio y se colocó junto a Lady Alba e Iván en la plataforma elevada. La guardia personal de Lady Alba se mantuvo alerta, listos para proteger a su señora y a su joven señor en todo momento. Con la llegada del general y la reunión de los líderes en la plataforma, la tensión en el aire se intensificó. Todos sabían que se avecinaba un momento crucial, un momento en el que las palabras del general Thornflic resonarían en los corazones de los soldados y los prepararían para la batalla que se avecinaba.
El silencio descendió sobre el campo de batalla cuando Lady Alba dio un paso al frente, su figura majestuosa irradiando una autoridad que nadie podía negar. Con un gesto imperioso, hizo un simple hechizo de amplificación de voz, aprovechando al máximo los recursos limitados de la magia en aquel mundo medieval. El aire vibró con la intensidad de su palabra, mientras su voz resonaba con claridad en cada rincón del Campo de las Lanzas. Todos los presentes se quedaron en silencio, expectantes ante las palabras que estaban por venir.
—¡Soldados de las Legiones de Hierro! —comenzó, su tono grave y poderoso resonando en los corazones de todos los presentes—. Hoy nos reunimos en medio de la furia y el deseo de venganza. El condado de Rivenrock, esa mancha de desprecio y resentimiento, osó alzar su miserable mano contra nuestro ducado. Intentaron matar a mi hijo, el único ser en este mundo por el que mi corazón late con fervor. ¡Kenneth el Lobo Sangriento, mi amado y difunto esposo y vuestro valeroso señor, cayó hace seis años defendiendo nuestras tierras! ¿Y ahora los indignos y despreciables habitantes de Rivenrock se atreven a desafiar su legado? ¡No habrá perdón para aquellos que osen desafiar la autoridad y el poder de la casa Erenford!
Sus palabras fueron como una chispa que encendió la llama de la ira en los corazones de los soldados. Sus rostros se endurecieron mientras escuchaban cada una de las palabras de su señora. Murmullos de aprobación recorrieron las filas, y las espadas se alzaron, ansiosas por derramar la sangre de sus enemigos. Lady Alba continuó con su discurso, su voz resonando con una autoridad inquebrantable.
—¡Soldados, dejad que la ira os guíe! Que el fuego de la venganza arda en vuestros corazones y os impulse a la batalla con una furia incontenible. No busquéis la compasión ni la misericordia, pues no hay lugar para ellas en esta guerra. Quiero que cada paso que deis, cada golpe que asestéis, sea una afrenta al condado de Rivenrock. ¡Quiero que sus tierras tiemblen bajo el peso de nuestras legiones! Quiero que sus tierras sean quemadas y que se conviertan en campos de muerte, que sus castillos, fuertes, ciudades y pueblos sean reducidos a escombros. Que cada hombre, mujer y niño de Rivenrock sienta el peso de la idiotez de su señor y pague el precio con su sangre. ¡Matad a los que se llamen a sí mismos súbditos de Rivenrock y esclavizad a los que se rindan! Quiero que el nombre de Rivenrock sea borrado de la faz de Aeloria, y que su memoria sea olvidada para siempre. ¡Que el destino les traiga la destrucción y el desprecio que merecen por atreverse a desafiar a la casa Erenford! ¡Soldados, marchemos hacia la batalla con la furia de mil tormentas! Que nuestros enemigos tiemblen ante nuestro poder y sepan que nunca, jamás, deberían haberse atrevido a enfrentarse a nosotros. ¡Por Kenneth, por Iván, por el ducado de Zusian, que la venganza sea nuestra y la victoria sea nuestra recompensa! ¡Adelante, Legiones de Hierro, hacia la gloria o hacia la muerte!
Mi madre levantó su puño al cielo y, con una voz que resonaba como el estruendo de una tormenta, gritó:
—¡Por los Erenford! ¡Por la venganza! ¡Sangre por sangre!
Los soldados respondieron con un coro ensordecedor, repitiendo las palabras de Lady Alba con un rugido feroz y lleno de rabia:
—¡Por los Erenford! ¡Por la venganza! ¡Sangre por sangre!
El sonido de sus voces llenó el aire, una sinfonía de furia y sed de venganza que anunciaba la tormenta que se avecinaba. Incluso los siempre serios legionarios de las sombras rugieron y rugieron.
Ante las palabras inflamadas de Lady Alba, una oleada de furia y rabia se apoderó de los soldados de las Legiones de Hierro. Los hombres, con los ojos brillando con una intensidad mortal, apretaron con fuerza las empuñaduras de sus armas, listos para la batalla. Un rugido gutural emergió de entre las filas, resonando como el trueno antes de una tormenta. Los soldados golpeaban sus escudos y armaduras con ferocidad, una sinfonía de guerra que anunciaba su sed de sangre y venganza. Cada rostro estaba retorcido por la ira, los músculos tensos y los dientes apretados con furia contenida. No había miedo en esos hombres, solo el deseo ardiente de venganza por los ultrajes sufridos por su señora, heredero y ducado.
A medida que Lady Alba terminaba su discurso, Thornflic dio un paso adelante. Sus ojos se entrecerraron mientras miraba a las legiones reunidas.
El General Thornflic se alzó imponente ante las huestes reunidas, su figura envuelta en una armadura oscura que reflejaba la luz de las antorchas circundantes, dando la impresión de un demonio infernal surgido de las sombras mismas del infierno. Con una voz que tronaba como el estruendo de un terremoto, Bladewing elevó su espada en alto, el acero centelleando con una luz amenazante.
—¡Por los Erenford! ¡Por el Ducado de Zusian! ¡Por la venganza! —rugió con una ferocidad que sacudió el alma de cada hombre presente.
Los soldados, inspirados por la presencia del temido general, repitieron sus palabras con un fervor casi religioso, un eco retumbante que reverberó por todo el Campo de las Lanzas como un juramento de lealtad y muerte. Entonces, con los ojos chispeando con una intensidad infernal, Bladewing comenzó su propio discurso, cada palabra una llama que avivaba el ardor bélico en los corazones de sus hombres.
—Hijos de Zusian, hoy marchamos hacia el enemigo. No buscamos la gloria ni el honor. Nuestra misión es simple: aniquilar a nuestros enemigos, hacerlos temblar ante nuestro poder y dejar que el miedo arrase sus espíritus.
Con un grito unificado, las Legiones de Hierro y parte de la Legión de las Sombras se pusieron en marcha, con paso firme y decidido hacia el vizcondado de Rivenrock. Sabían lo que debían hacer, y no descansarían hasta que el vizcondado de Rivenrock y todos sus habitantes pagaran el precio por retar al Ducado de Zusian. El general Thornflic volvió a subir a su caballo y continuó:
—Que sus gritos de agonía alimenten nuestra sed de venganza. Que sus cuerpos caídos sean un testimonio de nuestra supremacía. Que sus ciudades ardan en el fuego de nuestra ira. ¡Que el nombre de los Erenford sea un eco de terror en sus pesadillas más oscuras!
Thornflic concluyó su discurso con un gesto desafiante hacia el horizonte, y el general Bladewing dio la orden final:
—¡Marchen conmigo hacia la victoria o la muerte! ¡Por Zusian y por la sangre derramada de nuestros enemigos!
Con un rugido atronador, las Legiones de Hierro avanzaron, sus corazones llenos de furia y su voluntad de acero forjada en el fuego de la guerra. Iván observaba el poderoso ejército de la Casa Erenford avanzando hacia el pequeño condado de Rivenrock, su implacable marcha parecía una marea de destrucción que barría el paisaje. Las legiones avanzaban con una sincronía aterradora, cada paso resonando como el latido de un único y poderoso corazón de hierro. Los estandartes ondeaban al viento, mostrando los emblemas de la casa Erenford, mientras los tambores de guerra marcaban el ritmo de la inevitable y devastadora tormenta que estaba por caer sobre Rivenrock.