El suave resplandor del amanecer acariciaba mi rostro cuando mis párpados se abrieron lentamente, despertándome de un sueño inquieto. Al sentir el cálido abrazo de mi madre a mi lado, un suspiro de alivio escapó de mis labios. Los recuerdos de los eventos tumultuosos del día anterior se agolpaban en mi mente, recordándome la fragilidad de nuestra seguridad y la sombra del peligro que siempre parecía acechar. Pero allí, en ese momento de calma matutina, me sentí protegido, envuelto en el amor y la seguridad de mi madre.
— No te preocupes, mi querido Iván—, susurró mi madre con voz suave y tranquilizadora, mientras su mano acariciaba mi cabello con ternura. Sus palabras fueron un bálsamo reconfortante para mi espíritu inquieto, disipando el temor que había persistido en mi corazón. — Tu madre siempre te protegerá—. Sus palabras resonaron en mi interior, recordándome la fuerza inquebrantable de su amor maternal. Con cada caricia y cada beso, mi madre irradiaba un amor que me envolvía como un escudo protector, brindándome consuelo en medio de la incertidumbre. En su abrazo, encontré un refugio seguro donde podía dejar de lado las preocupaciones y los temores del mundo exterior.
Después de un baño reparador y un cambio de vestimenta, mi madre y yo nos dirigimos hacia el gran comedor del castillo. A medida que avanzábamos por los pasillos, noté un inusual silencio que envolvía las paredes, un silencio que parecía pesado con la tensión y la anticipación. La atmósfera, por lo general bulliciosa con la actividad del día a día, ahora estaba impregnada de una calma tensa que me hizo estremecer ligeramente. Mi madre, vestida con una elegante túnica negra y dorada que resaltaba su majestuosidad, me llevaba de la mano con firmeza pero con ternura. Sus pasos resonaban en el corredor, marcando el ritmo de nuestra marcha hacia el corazón del castillo. A su lado, yo también estaba vestido con una túnica similar, reflejando la solemnidad del momento. Al llegar al gran comedor, noté de inmediato que estaba más silencioso de lo habitual. Las voces alegres y el tintineo de los cubiertos habían sido reemplazados por un murmullo apenas perceptible, como si todos los presentes contuvieran el aliento en anticipación. Nos sentamos a desayunar algo ligero, pero la tensión en el aire parecía haberse vuelto palpable, pesando sobre nosotros como una manta opresiva.
Después del desayuno, mi madre y yo ascendimos hacia la imponente sala del trono del Ducado de Erenford. Esta sala, situada en el corazón de la fortaleza familiar, era una cápsula de poder y autoridad, reflejando la grandeza y la opulencia tanto del ducado como de la dinastía gobernante. Con sus pisadas elevadas y sus adornos dorados relucientes, la sala del trono proyectaba una sensación de dominio absoluto, recordándonos el poderío de la familia Erenford sobre su reino. El techo alto y abovedado de la sala del trono estaba ricamente decorado con pinturas que narraban escenas heroicas y triunfales de la historia del ducado. Cada pincelada evocaba la grandeza y el legado de nuestros antepasados, recordándonos nuestra responsabilidad de mantener su honor y gloria. Las grandes ventanas, en armonía con los vidrios de colores vivos que reflejaban el rojo intenso del emblema del ducado, inundaban la sala con una luz que parecía tener un tono místico, iluminando los altos muros negros que estaban adornados con tapices de lujoso grosor y obras de arte que exaltaban las victorias militares y honraban la memoria de nuestros ancestros. En cada uno de los muros laterales se encontraban balcones abiertos, reservados para los miembros más distinguidos del ducado, permitiéndoles observar con soberanía las ceremonias y eventos importantes desde una perspectiva elevada. Los muebles, tallados con esmero en madera de antiguos árboles sagrados y adornados con detalles de oro y plata maciza, aportaban una sensación de opulencia y majestuosidad a la sala. Cada pieza era tanto una obra de arte como un objeto práctico, que se integraba perfectamente en el esplendor del entorno. Las superficies de la sala estaban revestidas con madera maciza, pulida hasta el último detalle y enriquecida con incrustaciones de metales preciosos, nácar y gemas exquisitas. Cada rincón emanaba una sensación de lujo y riqueza, recordándonos la posición de privilegio que ocupábamos como miembros de la nobleza. En un rincón de la sala, una enorme chimenea de piedra, adornada con azulejos vidriados de intrincados diseños, emanaba un calor reconfortante que mantenía el ambiente cálido y acogedor incluso en los días más fríos del año. La sala del trono estaba custodiada por la sombría presencia de la Legión de las Sombras, cuyos guerreros imponentes y disciplinados se alineaban en los flancos, recordándonos la protección constante que garantizaban a nuestra casa y nuestro ducado. Junto a ellos, se encontraban algunas figuras importantes del ducado, cuya presencia confería un aire de solemnidad y seriedad al ambiente.
Mi madre tomó asiento en el asiento ancestral de los Erenford, un símbolo icónico del poder y dignidad del ducado, destacaba prominentemente en el centro de la sala del trono. Esta increíble obra maestra de carpintería y artesanía estaba elaborada con materiales nobles como la exuberante madera roja escarlata, el ébano y placas de oro, representando la fusión perfecta de belleza y funcionalidad. Con unas dimensiones majestuosas de unos cinco metros de longitud por tres de anchura y dos de altura, el trono poseía tres niveles de acceso laterales y numerosas repisas y armarios ocultos. El respaldo del trono se alzaba como una estructura alta y abovedada, adornada con intrincados patrones de remolinos y rizos que se entrelazaban en la superficie, resplandeciendo con rastros de oro puro. Cada reposabrazos presentaba elaborados pomos ornamentales con forma de cabezas de lobo, añadiendo un toque majestuoso a la pieza. Los cojines utilizados en el asiento eran verdaderas obras de arte, cuidadosamente seleccionados y meticulosamente elaborados para complementar la opulencia de la habitación.
Las ricas telas de seda y terciopelo en profundos tonos carmesí y dorado se superponían unas sobre otras, creando superficies lujosas que brindaban comodidad y extravagancia. Los intrincados patrones de costura y bordado que adornaban estos textiles representaban símbolos de fuerza, unidad y prosperidad, atributos muy valorados por la dinastía Erenford. El hilo dorado se utilizaba con moderación para acentuar ciertos motivos, enfatizando aún más el lujo y el estatus asociados con estos objetos. La dignidad y autoridad de mi madre sentada en el trono eran innegables, emanando un aura de poder y sabiduría que llenaba la sala. Con un gesto gentil, ella me colocó en una réplica del trono, adaptada a mi tamaño, permitiéndome sentir por un momento el peso y la responsabilidad que venían con el legado de nuestra casa.
—Bien, Iván, en estos momentos debo adoptar un papel distinto, y quiero que aprendas de mí. Eres joven, querido mío, pero es hora de que comprendas cómo es nuestro mundo. ¿Lo entiendes, cariño?—. Me miró con una pequeña sonrisa, buscando comprensión en mis ojos. Yo simplemente asentí con la cabeza, captando la seriedad de su tono. —Sí, mamá—. Ella pasó suavemente la mano por mi cabello, luego adoptó una postura firme y digna, y yo traté de imitarla, aunque mi corazón aún latía con la inquietud de lo que estaba por venir.
Lady Alba se dirigió a la multitud reunida, con una expresión seria pero resuelta. —El día de hoy nos encontramos aquí por los sucesos del día anterior, pero antes de proceder con castigos y condenas, quiero expresar mi profundo agradecimiento a la Legión de las Sombras por su inquebrantable lealtad y su rápida acción. También debo honrar el sacrificio de los 8 valientes hombres que perdieron la vida, así como reconocer a los 23 heridos que defendieron con valentía a mi hijo y al legítimo duque de Zusian—. Su voz resonaba en la sala, firme y medida, mientras los 23 heridos eran llamados al frente para recibir su merecido reconocimiento. Oro reluciente y armaduras nuevas y ornamentadas fueron entregadas en un gesto de gratitud y honor hacia aquellos que arriesgaron sus vidas por la seguridad de la casa Erenford. Los líderes y nobles presentes aplaudieron con fervor a los valientes, pero el gesto se detuvo abruptamente cuando Lady Alba alzó la mano, reclamando silencio una vez más.
Luego, las puertas del salón se abrieron con solemnidad, y en ese momento, Elara, Mira y Amelia entraron, su presencia era como un bálsamo en medio de la tensión que llenaba el aire. Habían estado ausentes toda la mañana, pero su llegada a la sala del trono era un alivio para muchos. Las tres niñeras vestían ropas modestas en tonos oscuros con delicados detalles plateados, una elección que reflejaba tanto su modestia como su elegancia. La mirada severa de su madre se suavizó al verlas, un indicio de la profunda conexión que compartían.
—Pero los verdaderos héroes del día de ayer fueron Elara, Mira y Amelia —las palabras de mi madre resonaron en la sala, y las tres niñeras se levantaron con un brillo de orgullo y emoción en sus ojos. Sentí el calor de su mirada buscando la mía, repleta de afecto y preocupación.
—Elara, Mira y Amelia, el señorío de Zusian y yo les debemos una deuda incalculable. Pidan lo que deseen, y se les concederá —el tono de mi madre era ahora más suave y compasivo, reflejando la gratitud que sentía hacia ellas.
—Mi señora —. Amelia comenzó con una reverencia, su voz temblorosa pero firme.
—Anoche, las tres hablamos sobre nuestros deseos, y llegamos a un acuerdo sobre lo que realmente anhelamos —. Elara tomó la palabra con una serenidad similar.
—Aunque pueda sonar como una petición simple y humilde de tres plebeyas, lo único que verdaderamente deseamos es permanecer cerca de nuestro joven señor. Incluso si es solo hasta que ya no necesite de nuestros servicios, simplemente queremos formar parte de su vida —las tres se arrodillaron ante mi madre y ante mí, con la cabeza inclinada en un gesto de profundo respeto. Mi madre guardó silencio por un momento, sus ojos recorriendo con afecto cada una de las figuras ante ella. Con gracia y gentileza, se levantó de su asiento y se acercó a ellas, ofreciéndoles una sonrisa amable que reflejaba su reconocimiento y aprecio.
—Elara, Mira y Amelia —mi madre pronunció sus nombres con un tono de profundo agradecimiento. Hizo una señal a los sirvientes, quienes trajeron unos cojines de terciopelo rojo adornados con bordados dorados. Sobre ellos reposaban colgantes de oro y rubíes, con el escudo de nuestra familia grabado con detalle.
—Aprecio profundamente su devoción hacia mi hijo —con movimientos delicados, mi madre tomó los colgantes de los cojines y se acercó a las tres mujeres. Su voz resonaba con calidez y afecto mientras continuaba. — Como madre y duquesa regente de Zusian, acepto su petición. Y como muestra de mi gratitud, deseo obsequiarles estos colgantes como símbolo de nuestra amistad —. Con cuidado, colocó los colgantes alrededor de los cuellos de Elara, Mira y Amelia, sus ojos encontraron los míos en un momento cargado de amor y devoción compartidos. Respondí con una pequeña sonrisa, saber que ellas también me amaban era reconfortante.
— Además — continuó mi madre, su voz llena de autoridad y bondad —como regente de Zusian, les aseguro que serán tratadas y cuidadas como nobles de la más alta estirpe. Con una sonrisa, mi madre les indicó que podían reunirse a mi lado. Las tres asintieron con gracia y se levantaron para posicionarse detrás de mí, una muestra tangible de la unión y la lealtad que compartíamos como familia.
Cuando mi madre se reincorporó en el trono, el aire denso y tenso que había impregnado todo el día pareció intensificarse, acompañado por una ominosa presencia que se cernía sobre nosotros. Con un tono seco y frío, Lady Alba ordenó:
— Que pasen —los legionarios de las sombras abrieron las imponentes puertas de roble y, ante nuestra vista, entraron diez figuras imponentes y aterradores: los torturadores del Ducado. Eran como sombras oscuras y misteriosas, capaces de infundir miedo incluso en los corazones más valientes. Sus formas físicas eran impresionantes, y a medida que avanzaban, desprendían una aura de temor tanto por su apariencia como por su habilidad. Vestían túnicas negras y armaduras de cuero reforzado con placas de acero negro, ajustadas a sus musculosos cuerpos. Los utensilios de tortura que portaban, colgando de delantales de cuero manchados de sangre, contrastaban visualmente con su vestimenta. Sus rostros estaban ocultos tras bolsas negras, con dos agujeros para los ojos que parecían vacíos y sin vida, incapaces de reflejar emoción alguna. Su piel, pálida y manchada por el agua y la sangre, parecía delicada pero era resistente como el metal. Los torturadores arrastraban consigo cadenas cubiertas de sangre seca y suciedad, con las que capturaban a hombres y mujeres aterrorizados que se convertían en sus prisioneros. La escena era perturbadora, y el aire se llenó de una sensación de malestar y opresión mientras los torturadores avanzaban con una determinación sombría hacia el centro de la sala del trono.
— Duquesa, aquí están todos los involucrados en el atentado hacia el joven señor, así como los asesinos sobrevivientes —. La voz del jefe Arthur, líder de los torturadores, resonó en la sala del trono con una calma casi inquietante, lo que hizo que sus palabras impactantes se sintieran aún más en el ambiente tenso. — ¡MI!... —. Una de las sirvientas, con la ropa rasgada y llena de heridas, intentó gritar, pero la firme mano de Arthur la detuvo con un golpe. — Silencio —. Su voz tranquila amenazaba con un poder sutil pero inquebrantable. — Continuando donde lo dejé, los involucrados confesaron que el vizconde Edric Ravenwood del vizcondado de Rivenrock sobornó a estos ochenta traidores, liderados por la ama de llaves, quienes fueron responsables de distraer a los guardias que custodiaban una de las salidas secretas y permitir el paso de los veinte mil asesinos de la neblina. Los sobrevivientes de esta organización confesaron que fueron contratados por el despecho de ser rechazados por usted, Duquesa.
La noticia dejó la sala del trono sumida en un pesado silencio, mientras la furia y la ira de mi madre se manifestaban claramente. El ambiente se volvió tenso, casi palpable, cargado con la promesa de venganza. El silencio se rompió cuando mi madre golpeó con rabia y fuerza el trono.
— Ese... ese miserable e insignificante vizconde de Rivenrock —susurró con cólera—. Venganza... juro venganza —la rabia latente en sus palabras se desbordaba, transformando su mirada amorosa y tranquila en una llama encendida de cólera. Sus dedos se apretaban en puños tensos, mostrando la fuerza de voluntad necesaria para apenas controlar su ira.
— Maten a esa escoria y lancen sus restos a los perros o a los cerdos, no me importa —habló mi madre con un tono de desprecio mientras los prisioneros suplicaban clemencia con gritos desgarradores. El aire en la sala del trono se volvió aún más pesado, cargado con el peso de la sentencia que acababa de ser dictada.
— Llamen al general Thornflic Bladewing y a su legión, y que también convoquen a otras dos legiones de hierro cercanas. Además, que las cinco legiones que custodian las fronteras donde está Rivenrock se preparen para la guerra. Quiero que el general y las tres legiones se reúnan con la legión que ya está afuera de la fortaleza de Vardenholme.
La orden resonó en la sala, y su madre, con determinación, había movido las fichas en el tablero del conflicto. Convocar al general Thornflic Bladewing a Vardenholme, la ciudad capital de Zusian, no era una decisión que se tomara a la ligera. Este general, famoso y a la vez infame, era conocido como "La Espada del Verdugo" por su estilo de liderazgo despiadado y su extrema lealtad hacia los Erenford. Era una figura aterradora en el continente, famoso por comandar a sus tropas con ferocidad y devoción inquebrantables. Su reputación estaba marcada por tácticas crueles y la exhibición de los cuerpos de los soldados y ciudadanos enemigos asesinados como trofeos espantosos, una práctica diseñada para infundir miedo y lealtad inquebrantable entre sus hombres...