Despertar con los tonos cálidos del amanecer acariciando mis párpados era ya una rutina familiar. La luz filtrada por las cortinas de mi habitación, teñía todo con matices de naranja y rosa, creando un ambiente acogedor y tranquilizador. Me incorporé lentamente en mi cama, tomando unos momentos para observar mi entorno familiar. Durante estos cinco años de relativa paz y estabilidad, había tenido la oportunidad de explorar y descubrir mucho sobre el mundo que me rodeaba. A través de la lectura y las historias que me contaban, había aprendido que este planeta era vasto en comparación con la Tierra, tan grande que su ducado se extendía mas de diez veces lo de el pais mas grande de su mundo, además describió el nombre de su ducado, que era conocido como el ducado de Zusian. Sus territorios se extendían a lo largo de vastas llanuras fértiles, densos bosques y ondulantes colinas, adornadas con cascadas y enormes ríos cristalinos que fluían con vida y comercio. Los campos agrícolas florecían con una abundancia de cultivos, no solo para alimentar al castillo, sino también para contribuir al floreciente comercio local. Además, los ricos depósitos de minerales y piedras preciosas en el norte y oeste del ducado atraían a buscadores de fortuna y artesanos expertos que exploraban las entrañas de la tierra en busca de riquezas. Las poblaciones de Zusian se dispersaban entre enormes pueblos y ciudades, cada una con su propio encanto y estilo arquitectónico, que abrazaba una estética gótica casi barroca, adornando el paisaje con torres y cúpulas ornamentadas. Además, había descubierto la religión predominante de estas tierras, dedicada a los dioses antiguos conocidos como Notrofh, divinidades que fomentaban la guerra y los sacrificios en su honor. Esta fe en los dioses bélicos moldeaba una cultura marcada por la guerra.
Mientras repasaba mentalmente todo lo que había aprendido en los últimos cinco años, la familiar voz de alguien llenó la habitación con una calidez reconfortante. Levanté la mirada y encontré a mi niñera, Elara, parada junto a mi cama con una sonrisa radiante en su rostro. —Buenos días, Ivy —me saludó con efusividad, sus ojos brillando con afecto mientras me observaba. Sus brazos se extendieron hacia mí, envolviéndome en un abrazo reconfortante que me hacía sentir seguro y amado. La suavidad de su abrazo me llenaba de una sensación de protección que me reconfortaba en lo más profundo. —¿Cómo dormiste, Ivy? —preguntó con dulzura, inclinándose sobre mí para acomodar cualquier cabello rebelde que pudiera haber caído sobre mi frente. A pesar de estar aún medio adormilado, me sentí instantáneamente tranquilo y agradecido por su presencia. Tomé su mano con la mía más pequeña, devolviéndole un suave apretón como gesto de gratitud por su amorosa atención.
— Buenos días, Elara —murmuré, con la voz espesa por el sueño, mientras me acomodaba en la cama y la miraba con somnolencia.
— Dormí bien, gracias —agregué, con un leve bostezo, reconociendo su cálida presencia con una sonrisa soñolienta. Elara era una de mis tres niñeras, era una mujer hermosa, de una figura que exudaba una feminidad natural, realzada por sus voluptuosas curvas, pero su comportamiento reflejaba una gracia y dignidad innatas. El intenso color rojo de su cabello, que caía libremente por su espalda, agregaba un toque de pasión y vitalidad a su apariencia. Vestida con un elegante vestido verde adornado con sutiles bordados, se movía con una gracia que parecía propia.
— Buenos días, querido Iván —susurró con ternura, sus ojos esmeralda brillando con cuidado genuino y amor mientras me ayudaba a incorporarme.
— Es hora del desayuno —anunció con una suave sonrisa, retirando con cuidado las mantas y dejando al descubierto mi pequeño cuerpo envuelto solo en un camisón suelto. Dejé que Elara me ayudara a vestirme para el desayuno, confiando en su cuidado y habilidad para hacerme sentir cómodo en cada paso del proceso. Me condujo con gentileza hasta la cámara de baño adyacente, asegurándose de que estuviera seguro y cómodo en todo momento. Dentro, nos esperaba un baño tibio y fragante, y Elara me ayudó a sumergirme en las relajantes aguas, asegurándose de que estuviera completamente sumergido hasta la barbilla antes de comenzar a cuidar de mí.
El ritual matutino de Elara y Iván era una danza armoniosa entre el cuidado y el cariño. La suavidad del paño sobre la piel de Iván provocaba risitas traviesas, mientras él se retorcía juguetonamente bajo el contacto amable de su niñera. Cada movimiento era una demostración de afecto, un momento compartido entre ellos que fortalecía su vínculo. El agua tibia acariciaba la piel de Iván, envolviéndolo en una sensación reconfortante mientras Elara trabajaba con destreza para limpiar cada centímetro de su cuerpo con suavidad y cuidado. Los momentos de risas y travesuras eran intercalados con palabras dulces y gestos cariñosos, creando un ambiente de ternura y amor en la cámara de baño. Una vez que estuvieron limpios y revitalizados, Elara sacó a Iván de la bañera con delicadeza, envolviéndolo en una toalla mullida que lo abrazaba con calidez. La sensación reconfortante de la tela suave le proporcionó una sensación de seguridad y comodidad mientras se preparaba para el día por delante. Vestido con ropas de seda adornadas con elegantes diseños que reflejaban los colores de su casa; rojo, negro y oro. Iván se admiraba en el espejo bajo la guía amorosa de Elara. Sus mejillas se coloreaban ligeramente ante los halagos de su niñera.
— Eres muy guapo, Ivy —susurró Elara con una sonrisa tierna, sus dedos expertos peinando su cabello con ternura. No mentía ya que el mismo se sorprendía al mirar su reflejo en el espejo que revelaba su apariencia: una piel pálida y suave, un cabello blanco como la nieve que caía en delicados mechones sobre su frente, y unos ojos azules resplandecientes como el cielo. Cada rasgo irradiaba una belleza etérea que no pasaba desapercibida para quienes lo conocían, una criatura de una belleza singular y encantadora.
— Gracias por todo, Elara —respondió Iván con gratitud, su voz apenas un susurro de afecto mientras se aferraba al cariño que fluía entre ellos.
La expresión de Elara se iluminó con una ternura palpable, sus ojos brillando con la sinceridad de sus palabras. — Siempre te voy a cuidar y amar, Ivy. No porque sea mi deber o mi trabajo, sino porque te quiero con todo mi corazón —declaró con sinceridad, dejando que sus sentimientos fluyeran libremente. Una cálida sonrisa se extendió por el rostro de Iván, sintiendo el amor y la devoción que emanaban de su niñera.
Después de que lo ayudara a arreglarse, juntos, se dirigieron al gran salón del castillo para disfrutar del desayuno, compartiendo momentos de afecto y complicidad mientras comenzaban el día en compañía el uno del otro. Mientras avanzaban por los pasillos, el aroma reconfortante del pan recién horneado y las frutas en conserva inundaba el aire, provocando un agradable hormigueo en sus sentidos. Los estómagos de ambos respondieron con un suave gruñido de anticipación, ansiosos por deleitarse con las delicias culinarias que les aguardaban. Al cruzar el umbral del majestuoso comedor, quedaron envueltos por el ambiente bullicioso y acogedor que lo impregnaba todo. El sonido alegre de las risas y el tintineo de los cubiertos llenaba el aire, creando una sinfonía de bienestar que acompañaba cada paso que daban. Con Elara guiándolo con ternura, Iván avanzó hacia la imponente mesa adornada con elegancia y esplendor. Allí, sentadas cerca de la mesa ricamente decorada, se encontraban tres figuras familiares, cada una emanando un aura única pero reconfortante. Sus ojos se posaron primero en Lady Alba, su madre, cuya belleza y gracia nunca dejaban de asombrarlo. Una sonrisa cálida y maternal iluminó su rostro mientras lo observaba acercarse, irradiando un amor inquebrantable que lo hacía sentir seguro y amado.
A su lado, las otras dos niñeras, también lo recibieron con sonrisas amables y afectuosas. Su presencia era tan reconfortante como la de su madre, brindándole apoyo y cuidado en cada momento de su vida.
Ellas eran Mira y Amelia. Mira, con su presencia etérea y su belleza sublime, parecía surgir de un cuento de hadas. Su figura era esbelta y su cabello de un negro azabache, como el manto nocturno adornado con estrellas, fluían en cascadas de ondas suaves que enmarcaban su rostro pálido y elegante, vestía con modestia en un elegante vestido morado, sus bordados plateados añadían un toque de brillo y sofisticación a su atuendo. Cada pliegue y cada detalle estaban imbuidos de una gracia natural, una elegancia que trascendía las simples prendas de vestir y revelaba la verdadera esencia de su ser, serena y gentil.
Después estaba Amelia, Amelia, con su deslumbrante presencia, destacaba entre la multitud con un magnetismo innegable. Su cabello rubio, como hilos de oro líquido, caía en cascadas brillantes por su espalda, capturando la luz y arrojando destellos dorados con cada movimiento. Este resplandor natural resaltaba aún más la intensidad de sus fascinantes ojos esmeralda, que parecían contener los secretos de un bosque encantado. Una aura de calma y serenidad la envolvía, su presencia tranquila y reconfortante irradiaba una sensación de paz y seguridad. Sus curvas suaves y seductoras acentuaban su feminidad con gracia y elegancia, mientras que su vestido verde, como hojas recién brotadas, realzaba su conexión con la naturaleza. Cada pliegue y cada detalle de su atuendo parecían fundirse con el entorno, creando una imagen de armonía y equilibrio que era tanto inspiradora como reconfortante. Cuando se acercó a la gran mesa del comedor, Lady Alba se levantó con una sonrisa radiante y abrazó a Iván con ternura, envolviéndolo en su cálido afecto. La presencia de Amelia junto a su madre solo reforzaba la sensación de familia y pertenencia, recordándole a Iván que siempre sería amado y protegido en el seno de su hogar.
El aroma tentador del desayuno recién preparado llenó el aire, despertando los sentidos de Iván con la promesa de un festín delicioso. La presencia reconfortante y acogedora de Lady Alba a su lado le infundía una sensación de calidez y seguridad, como si todo estuviera bien en el mundo mientras estuviera junto a ella.
— Buenos días, mi querido Iván —susurró Lady Alba, depositando besos suaves en sus rosadas mejillas con ternura materna. Con solo 26 años, Lady Alba irradiaba una majestuosidad y encanto que envolvían a su hijo en un abrazo invisible pero reconfortante. Vestida con un elegante y conservador vestido medieval de un vibrante azul fuerte y dorado, su presencia era un tributo a la elegancia y la distinción. Su figura perfectamente esculpida, con su piel pálida y etérea, contrastaba armoniosamente con sus cabellos de ébano que caían en cascadas suaves sobre sus hombros. Sus ojos, de un azul zafiro tan profundo como los de Iván, irradiaban amor y cuidado mientras lo observaban con afecto.
— Bien, mami —respondió con una pequeña sonrisa de felicidad, sus ojos brillando con anticipación por el desayuno y la compañía de su madre.
Con su suave y amorosa voz, Lady Alba habló de nuevo, invitándolo a unirse a ella en la mesa para disfrutar de la comida matutina. Lo ayudó a acomodarse en una silla a su lado, mientras los sirvientes traían una gran variedad de delicias culinarias para satisfacer su apetito. Una vez instalados, una suculenta selección de manjares les esperaba: hogazas de pan caliente y crujiente, recién horneadas en la panadería del castillo, tazones humeantes de gachas nutritivas, endulzadas con miel y leche fresca, huevos y salchichas de cerdo cocidos a la perfección, y un plato rebosante de frutas maduras y jugosas, como manzanas, fresas, zarzamoras, peras y uvas frescas del huerto privado.
Después de servir una taza de sidra dulce y caliente para acompañar el desayuno de Iván, Lady Alba se sumergió en sus responsabilidades como la señora de la Casa. Con un suave beso en la frente para despedirse de su hijo, se retiró con la gracia que lo caracterizaba con cada uno de sus movimientos. Mientras tanto, Amelia, con su encanto y suavidad innatos, tomó la iniciativa de preparar un manjar especial para Iván. Untó con esmero una rebanada de pan dorado con mantequilla suave y una generosa porción de mermelada de fresa, dando forma a cada movimiento con una delicadeza que reflejaba su cariño por el joven señor del castillo. Aunque Iván podía haber hecho esto por sí mismo, apreciaba el gesto de Amelia, que emanaba amor y devoción en cada acto.
Después de un desayuno satisfactorio y la partida de Lady Alba, Iván quedó al cuidado de sus cariñosas niñeras: Elara, Mira y Amelia. Estas mujeres no solo eran hermosas, sino también habilidosas y dedicadas a su bienestar. Con ternura y cariño, se encargaron de satisfacer sus necesidades y brindarle compañía durante el día. Después de un breve descanso para permitir que la comida se asentara, las niñeras dedicaron tiempo a jugar con Iván, le compartieron risas y juegos, construyendo recuerdos preciosos que perdurarían mucho tiempo después de que el día llegara a su fin. Pero su tiempo juntos no se limitaba solo al ocio; también se dedicaban a enseñarle cosas importantes. En una habitación apartada del bullicio del castillo, las niñeras se esforzaban por impartirle conocimientos básicos, como la lectura y la escritura. Iván absorbía estas lecciones con bastante interés y fascinación, ya que en verdad era jodidamente interesante, un nuevo mundo tan parecido al suyo y tan diferente al mismo tiempo, letras, palabras, historia, geografía, etc. Tantas cosas que se abría ante él.
Mientras avanzaban por los pasillo, miro a sus veinte guardias, estos veinte guardias de élite, cuidadosamente seleccionados por Lady Alba por su lealtad inquebrantable, constituían una fuerza formidable que acompañaba a Iván en cada uno de sus pasos. Con sus ojos vigilantes y su presencia vigilante, garantizaban que ningún peligro acechara cerca del joven señor del castillo. Miembros de la Legión de las Sombras, una guardia de élite cuya principal misión era salvaguardar la seguridad de la Casa Erenford, era una fuerza imponente y temible. Su compromiso era únicamente a proteger a los miembros de la familia Erenford. Su presencia era tan intimidante como reconfortante; mientras inspiraban terror en los corazones de los más valientes, también ofrecían una sensación de seguridad y protección a aliados. Ataviados con armaduras imponentes de placas de ébano, decoradas con grabados antiguos y adornos de oro puro que destellaban con reflejos escarlatas, los miembros de la legión eran una visión imponente. Sus yelmos cerrados estaban tallados con intrincados grabados dorados, y en el centro de sus petos se destacaba un majestuoso lobo dorado detallado en escarlata, símbolo de su feroz lealtad y valentía. Aunque su número era relativamente pequeño, con solo cinco mil integrantes, cada uno de ellos representaba el epitome de la destreza marcial y la excelencia táctica. Su entrenamiento meticuloso y su férrea disciplina los preparaban para enfrentar cualquier peligro con determinación y coraje. Para ellos, la lealtad hacia la Casa Erenford no era simplemente un deber, sino un compromiso sagrado que no conocía límites.
Después de legar a la alejada habitación, y de una larga jornada de estudio de letras y números, las niñeras de Iván decidieron que era momento de relajarse con un cuento. Con su suave voz, Mira, cuyo tono melodioso tenía la capacidad de calmar incluso a las fieras más feroces, comenzó la narración mientras Elara acomodaba a Iván en su regazo, usando sus pechos como una almohada suave y reconfortante. Mientras Mira hablaba, Amella tomó unos títeres para representar la historia que se estaba desarrollando ante los ojos expectantes de Iván. La atmósfera en la habitación se llenó de anticipación y emoción, mientras los títeres cobraban vida bajo las hábiles manos de Amelia.
—Érase una vez —comenzó Mira con su voz suave y melodiosa, capturando la atención de Iván y sumergiéndolo en el mundo de la historia.
—Cuando nuestro gran reino aún era joven y las almas valientes vagaban por la tierra, vivía un joven noble llamado Aldric Erenford. Aldric provenía de una larga línea de guerreros que habían defendido a su pueblo contra la oscuridad y el peligro. Su padre y su abuelo eran hábiles guerreros y conquistadores, mientras que su tatarabuelo había conquistado tierras enteras para establecer un reino. Aldric anhelaba embarcarse algún día en emocionantes aventuras y dejar su huella en la historia, al igual que sus antepasados —mientras Mira narraba con elocuencia, Amella movía los títeres con destreza, dando vida a los personajes del cuento y llevando a Iván a un mundo de fantasía y maravilla.
— Un día, mientras escuchaba historias contadas por su padre y los guerreros viejos en la mesa, Aldric escuchó sobre una temible tribu de malvados hechiceras que vivían en lo profundo de las montañas. Esta gente encantada poseía increíbles poderes mágicos que usaban para aterrorizar a los pueblos cercanos, robando ganado y secuestrando niños, dándoselos a temibles y aterradores criaturas malvadas. Aldric, decidido a poner fin a su tiranía y demostrar que es digno de su ilustre linaje, le suplicó a su padre que le permitiera unirse a la próxima expedición contra las hechiceras. Para su deleite, el Rey Eldred estuvo de acuerdo, considerándolo una excelente oportunidad para que su hijo pequeño aprendiera de primera mano el sacrificio que un joven heredero tenía que hacer por su pueblo —mientras escuchaba la historia con atención, Elara empezó a darle suaves caricias a la cabeza de Iván, reconfortándolo y creando un ambiente de seguridad mientras continuaban escuchando la narración.
—A medida que se adentraban más en la cordillera, se encontraron con numerosos desafíos. Caminos traicioneros, tormentas feroces y criaturas aterradoras intentaron constantemente desviarlos de su misión. Pero Aldric y su padre se mantuvieron decididos y confiaron en sus habilidades y conocimientos transmitidos de generación en generación para superar cada obstáculo. Finalmente, después de semanas de dificultades, llegaron al corazón del territorio de la tribu encantada y...
Mira se detuvo en medio de su narración cuando ruidos extraños comenzaron a resonar fuera de una de las puertas de la habitación. Rápidamente, las tres niñeras se pusieron en alerta, sus sentidos agudizados por la amenaza inminente. Amelia sacó una daga, mientras que Elara levantó a Iván en brazos, protegiéndolo con su propio cuerpo. Mira se acercó a Amelia con su daga en mano, preparada para cualquier eventualidad. Ninguna de ellas se movió hacia la puerta de donde provenían los sonidos caóticos; en su lugar, comenzaron a retroceder lentamente, manteniendo una distancia segura. Con el sonido del caos aumentando fuera de la habitación, el ruido de gente gritando y armas chocando, un legionario de las Sombras irrumpió en la escena. Estaba cubierto de sangre y parecía agitado, su respiración entrecortada reflejaba la urgencia de la situación. Al quitarse el yelmo, reveló un rostro sudoroso y manchado de sangre, marcado por años de servicio y lucha.
—Llévense... llévense al heredero a un lugar seguro... protégelo... —las palabras del legionario apenas salían de su boca, pero su tono era urgente y claro. Las niñeras de Iván actuaron de inmediato, obedeciendo la orden rápidamente. Agarraron a Iván y lo llevaron lejos del peligro, saliendo de la habitación en busca de un refugio seguro. Mientras Elara lo cargaba en sus brazos, Iván observó cómo el hombre volvía a colocarse el yelmo con rapidez, preparándose para enfrentar la amenaza que se cernía sobre ellos. La puerta por la que había entrado el legionario fue golpeada salvajemente, y el castillo entero se sumió en el caos y el pánico mientras los guardias de élite entraban en acción para enfrentar la amenaza.
Corrimos por los laberínticos pasillos del castillo, cada paso resonando en medio del caos que nos rodeaba. Mis niñeras, con una determinación inquebrantable, lideraron nuestra huida, sorteando los obstáculos y evitando a los enemigos que acechaban en cada esquina. Con cada giro y cada carrera a través de las sombras, dejábamos tras de nosotros un rastro confuso, una táctica desesperada para despistar a nuestros perseguidores y ganar un poco de tiempo. El sonido atronador de la batalla resonaba detrás de nosotros, los rugidos de los combatientes y el choque de las armas llenaban el aire, envolviéndonos en un torbellino de caos y miedo. El sudor se mezclaba con las lágrimas en mi rostro, empapando mi piel y entrelazándose en mis mechones de cabello, que se adherían a mi frente con una mezcla de temor y tensión. El vestido de Elara, ahora manchado por el esfuerzo y la angustia, era un reflejo del desgarrador panorama que se desarrollaba a nuestro alrededor.
En medio de todo esto, yo sollozaba en silencio, mi pequeño cuerpo temblaba con el miedo a perderlo todo de nuevo. Cada paso, cada sombra parecía albergar una nueva amenaza, y no sabía qué horrores nos aguardaban a la vuelta de la esquina. Sin embargo, a pesar de mi temor abrumador, las voces tranquilas de mis niñeras me ofrecían un atisbo de consuelo en medio de la tormenta. Prometían seguridad y protección, aunque sus propias lágrimas y temblores traicionaban su propia angustia y desesperación. Aún así, me aferré a sus palabras con la esperanza de que pudiéramos superar esta oscuridad que amenazaba con consumirnos.
Después de lo que pareció una eternidad, finalmente llegamos a una cámara oculta en lo profundo de las entrañas del castillo. La pesada puerta de hierro se erigía ante nosotras como un guardián imponente, desafiándonos a entrar en su santuario secreto. Con esfuerzo conjunto, entre las tres apenas pudimos abrir un poco la pesada puerta, cada chirrido metálico resonaba en el silencio de la cámara, como un eco ominoso de la batalla que se libraba más arriba. Al fin, conseguimos pasar, y una vez dentro, depositaron con cuidado mi cuerpo exhausto en un sólido catre. La pesada puerta se cerró tras nosotras con un estrépito sordo, envolviéndonos en la oscuridad de nuestro refugio. El miedo me consumió mientras permanecía allí, sentada, con mis niñeras como única compañía en este mundo de sombras. Los sonidos distantes del combate se desvanecieron una vez que la puerta se cerró, pero su ausencia solo sirvió para aumentar mi ansiedad, dejándome incapaz de reprimir los gemidos y sollozos que amenazaban con abrumarme.
«No otra vez, no otra vez, carajo todo había estado bien, todo era feliz y tranquilo, ¿por qué ahora? ¿Por qué esto? ¿por que yo?», mi mente se atormentaba con preguntas sin respuesta mientras las lágrimas brotaban sin control. Mis sollozos, antes silenciosos, ahora resonaban en la oscuridad de la cámara, llenando el aire con mi angustia y desesperación. Mis niñeras hicieron todo lo posible por consolarme, envolviéndome en abrazos reconfortantes y susurrando palabras de aliento en mis oídos. Su presencia y sus suaves palabras ofrecieron un consuelo fugaz en medio del caos que asolaba más allá de nuestro santuario. Sin embargo, incluso sus manos temblorosas y sus voces entrecortadas traicionaban su propio miedo y preocupación, alimentando aún más mi sensación de vulnerabilidad en este mundo turbulento y aterrador.
A pesar del terror que nos envolvía, mis niñeras juraron protegerme con sus vidas si fuera necesario. Sentí cómo apretaban con fuerza las empuñaduras de sus dagas, listas para luchar o sacrificarse si la situación lo exigía. No sabía qué esperar, pero rezaba en silencio para que su valentía pudiera mantenernos a salvo, aunque en el fondo, deseaba fervientemente que la primera opción fuera suficiente para mantenernos intactos. Los minutos se extendían como horas, cada uno de ellos parecía un tormento interminable. Cada sonido más allá de la puerta aceleraba salvajemente los latidos de mi corazón, anunciando peligros desconocidos que acechaban en la penumbra del castillo. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, la pesada puerta comenzó a ceder ante la fuerza que la empujaba desde el otro lado. Instintivamente, mis niñeras se interpusieron entre la abertura y yo, protegiéndome con sus cuerpos, aunque sus lágrimas no cesaban, su determinación seguía intacta.
Con un crujido ominoso, la puerta se abrió, revelando la figura de mi madre emergiendo de las sombras, acompañada de varios guardias maltrechos y ensangrentados. Sus ojos buscaron frenéticamente entre las formas acurrucadas de mis niñeras, buscando la mía con desesperación. Cuando sus miradas finalmente se encontraron, dejó escapar un suspiro tembloroso, su rostro marcado por el alivio y el cansancio. Era un momento de calma frágil en medio de la tormenta que había azotado nuestro hogar, pero al menos, estábamos juntos y a salvo por el momento.
Ella se acercó lentamente, sus pasos resonando apenas en la habitación, y se arrodilló ante mí. Aunque su semblante intentaba mostrar serenidad, las lágrimas que surcaban sus pálidas mejillas revelaban la angustia que la invadía.
— Mi querido Iván—, susurró con voz temblorosa, rodeándome con sus brazos en un abrazo protector y reconfortante.
— Gracias a los dioses que estás a salvo—. Su agarre se hizo más firme mientras sus ojos azules escudriñaban mi rostro, buscando señales de alivio en medio del terror que aún perduraba—. Todo estará bien ahora —prometió, depositando un suave beso en mi frente. Mientras me ponía de pie junto a ella, recuperó la compostura, erguida y majestuosa como la señora del castillo. Sin embargo, su voz temblorosa revelaba la profundidad de sus emociones.
— Elara, Mira y Amelia—. Comenzó con voz entrecortada pero decidida. — No hay palabras suficientes para expresar mi gratitud por su valentía y sacrificio—. Las atrajo hacia ella en un abrazo conmovedor, conmigo aún en sus brazos. — Pidan lo que deseen, no solo han salvado al heredero de Erenford, sino también a mi hijo—. Las lágrimas brotaron de los ojos de las cuatro mujeres.
— No, mi lady—. Comenzó Elara, cuyos sollozos resonaban en la habitación. — No hicimos ese juramento solo por el linaje Erenford—. Mira continuó, luchando por contener sus emociones. — Amamos a Iván más de lo que las palabras pueden expresar, mi lady. No hubiéramos dudado en dar nuestra vida por él—. Amelia concluyó, aferrándose al abrazo con fuerza, su voz temblorosa. Mi madre apretó el abrazo una vez más.
Al alejarse, su mirada se posó en mí y una sonrisa de satisfacción curvó sus labios. — Gracias, de todo corazón—. Sus palabras, cargadas de gratitud y admiración, llenaron la habitación con un cálido resplandor de afecto compartido.
Después del caos, el castillo se sumió en una frenética actividad. Mi madre, ordeno una serie de medidas para garantizar nuestra seguridad y restaurar el orden en nuestro hogar. Ordenó que se limpiara cada rincón del castillo, eliminando cualquier rastro de la violencia que había estallado en sus salones. Además, aquellos que habían sido capturados durante el enfrentamiento fueron sometidos a interrogatorios implacables, con la mitad destinada como ofrenda en un sacrificio en agradecimiento por mi seguridad. La otra mitad, por supuesto, fue sometida a torturas para obtener información vital. Para reforzar nuestra defensa, mi madre mandó a llamar a una legión de hierro para proteger la capital, asegurando que estuviéramos rodeados de una fuerza formidable. Dentro del castillo, las medidas de seguridad se intensificaron, con órdenes de duplicar la guardia y garantizar que cualquier posible punto débil fuera reforzado y protegido. Mientras tanto, los guardias heridos recibieron atención médica inmediata.
Después del día tumultuoso, la calma de la noche envolvió el castillo en un manto de tranquilidad. En la privacidad de nuestras habitaciones, mi madre y yo nos encontramos, buscando consuelo en el abrazo reconfortante del otro. Sus brazos me rodearon con ternura, transmitiendo una sensación de seguridad que alivió las tensiones del día.
— Iván —su voz, suave como una caricia, rompió el silencio de la habitación mientras apartaba un mechón de pelo de mi frente.
— A partir de este día, nada te hará daño mientras yo viva. Tú eres mi todo, y haré todo lo que esté en mi poder para protegerte y mantenerte a salvo —. Sus palabras resonaron con una promesa inquebrantable, infundiendo en mí una sensación de amor y protección que reconfortaba mi corazón. Con la seguridad de su amor, me dejé llevar por el sueño, envuelto en la certeza de que, estaría a salvo con ella.