A medida que los días se deslizaban lentamente en semanas y estas se convertían en meses, encontré un refugio reconfortante en el amoroso cuidado de mi madre y los atentos sirvientes del castillo. Bajo su cuidado solícito, mi cuerpo se fortaleció y mi espíritu se elevó, mientras cada día me sumergía más en el vínculo profundo que compartíamos. Éramos un mundo en sí mismos, mi madre y yo, y nada podía romper el lazo irrompible que nos unía. A pesar de la felicidad que encontrábamos juntos, el mundo exterior seguía llamando a nuestras puertas con insistencia. Nobles de todas las estirpes y procedencias, jóvenes y viejos, apuestos y desgarbados, acudían al castillo en un flujo constante, cada uno deseoso de conquistar el corazón de mi madre. Sus propuestas variaban en forma y contenido, pero todas compartían el mismo objetivo: obtener su mano en matrimonio. Algunos llegaban presumiendo de su propia belleza, como si eso fuera suficiente para conquistar el corazón de mi madre. Otros prometían riquezas y poder, intentando seducirla con la promesa de un futuro próspero y seguro. Hubo incluso quienes confesaban un amor secreto y eterno por ella, como si el mero acto de declararlo fuera suficiente para ganar su afecto. Sin embargo, mi madre siempre recibía a estos pretendientes con la misma cortesía y amabilidad, aunque su rechazo era firme e inquebrantable. Con palabras suaves pero firmes, los despedía del castillo y del ducado, recordándoles que su corazón ya tenía dueño y que ningún pretendiente podía remplazar el amor que había compartido con mi difunto padre. Esta escena se repetía una y otra vez, convirtiéndose en parte de la rutina diaria del castillo. Esa rutina, donde cada momento estaba impregnado de cuidado y ternura. Nunca antes había experimentado la sensación de ser verdaderamente querido y amado, y cada día me sorprendía gratamente al descubrir cuán reconfortante podía ser.
A pesar de mi corta edad y de las limitaciones que imponían mis regordetas extremidades, encontré consuelo en los brazos de mi madre y de las bondadosas sirvientas que velaban por mi bienestar. Aunque a veces me sentía torpe y avergonzado al alimentarme del pecho materno o de las manos de las sirvientas, en general esos días fueron un oasis de felicidad en medio del vasto desierto de su vida anterior. Ahora, mientras caminaba torpemente junto a mi madre y mis tres niñeras, explorábamos los imponentes pasillos y salones del castillo ancestral de nuestra familia: el Drakonholt Keep. Este majestuoso edificio era mucho más que una simple morada; era un testamento vivo del poder y la riqueza de los antiguos fundadores de la estirpe de los Erenford.
Elevándose sobre el paisaje circundante con una presencia imponente, el Drakonholt Keep estaba construido con piedra negra, realzada por intrincadas molduras rojas que destacaban su arquitectura majestuosa. En cada esquina, estatuas de lobos y otros temibles antepasados de la familia Erenford guardaban vigilancia, con rostros amenazadores que servían como advertencia para cualquier intruso osado que se atreviera a desafiar la fortaleza de nuestra familia.
Dentro de las imponentes murallas del Drakonholt Keep se extendía un vasto laberinto de lujosas estancias y majestuosos salones, cada uno meticulosamente decorado con tapices finamente tejidos, muebles tallados a mano y obras de arte que reflejaban la opulencia y el esplendor de la familia Erenford a lo largo de los siglos. Cada rincón del castillo estaba impregnado de historia y tradición, cada objeto una reliquia de un pasado glorioso que resonaba en sus paredes de piedra maciza. Los grandes salones del castillo eran verdaderas obras maestras de la arquitectura, con techos altos que se perdían en la oscuridad y paredes adornadas con frescos que contaban las hazañas de los antepasados de la familia. Mesas de banquetes se alineaban a lo largo de las enormes salas, cubiertas con mantelería bordada y vajilla de plata que relucía a la luz de las antorchas. Mientras tanto, los pasadizos ocultos que serpentean bajo el suelo del castillo eran testigos silenciosos de siglos de secretos y conspiraciones. Estos pasajes secretos, apenas visibles para el ojo inexperto, conectaban diversas partes del castillo y proporcionaban un escape seguro en tiempos de peligro. Los muros del Drakonholt Keep, erigidos con piedra de basalto oscuro extraída de las canteras cercanas, se alzaban con una imponencia que imponía respeto. Cada una de las tres murallas concéntricas estaba reforzada con contrafuertes estratégicamente ubicados y torres de vigilancia que se erguían como centinelas vigilantes sobre el paisaje circundante. Cada una midiendo cuarenta metros, cuarenta y cinco y cincuenta metros respectivamente. En lo alto de cada torre, ondeaba con orgullo el estandarte de la casa Erenford: un majestuoso lobo dorado sobre un campo de negro profundo, sus ojos brillantes con la intensidad de un depredador acechando en la noche. Los detalles intrincados del emblema, resaltados por tonos de oro y rojo intenso, hablaban de la nobleza y la valentía de la estirpe Erenford a lo largo de los siglos. Las torres del castillo, cada una más imponente que la anterior, proporcionaban puntos de observación estratégicos y capacidades defensivas adicionales en caso de ataque. Sus robustas estructuras de piedra se alzaban hacia el cielo con una imponencia que desafiaba a cualquier enemigo que osara desafiar la fortaleza de la familia Erenford. Todo este conocimiento me había sido transmitido por mi madre, quien por alguna razón se daba cuenta que le entendía cuando le hablaba y le contaba mas datos, también, a través de los relatos detallados y los cuentos que me leían, aprendí sobre los secretos de su hogar ancestral.
Actualmente se encontraban en el suroeste del vasto recinto del castillo, un rincón de serenidad y belleza: el jardín privado meticulosamente cuidado que ofrece un escape del bullicio del mundo exterior. Rodeado por pequeños muros de piedra engalanados con enredaderas en flor, este santuario secreto es un tributo a la belleza natural y al arte del paisajismo. El jardín es un espectáculo de colores y fragancias, con una exuberante variedad de plantas y flores exóticas que despiertan los sentidos. Cada planta es cuidadosamente atendida por hábiles jardineros, quienes trabajan con devoción para mantener la armonía y el equilibrio en este paraíso botánico. Bajo la mirada atenta de su madre, el jardín florece con vida, cada brote y cada hoja un testimonio de su amor por la naturaleza y su deseo de crear un refugio de paz y tranquilidad. Un arroyo de agua cristalina serpentea suavemente a través del jardín, creando suaves cascadas y piscinas serenas donde los peces de colores danzan en la superficie. El murmullo reconfortante del agua que fluye añade un ritmo relajante al ambiente, invitando a la contemplación y al descanso. Bancos de madera desgastada y pasarelas sinuosas serpentean a través del paisaje, ofreciendo lugares de descanso y puntos de vista panorámicos desde los cuales se puede disfrutar de la belleza del jardín en toda su gloria. La madera desgastada por el tiempo y el clima añade un encanto rústico al entorno, recordando la historia y la longevidad de este refugio de verdor. En el centro del jardín, un grupo imponente de estatuas se alza con orgullo, antiguos y poderosos héroes con el linaje de los Erenford. Talladas en piedra con un detalle impresionante, estas figuras inmortales parecen cobrar vida bajo la luz del sol, recordando a todos aquellos que las contemplan la ya sea el miedo, orgullo, heroísmo y mas cosas de estas estatuas. En este oasis de tranquilidad y belleza, rodeados por la fragancia de las flores y el murmullo del agua, se puede sentir la conexión con la tierra y la historia que nos rodea, recordándonos que somos parte de algo más grande y más antiguo que nosotros mismos.
Mis pequeñas y regordetas piernas, me llevaban con paso torpe por los cuidados senderos del jardín, mientras mi madre y yo nos adentrábamos en un mundo de color y fragancia. A cada paso, era como si descubriera un nuevo tesoro entre los vibrantes pétalos y los setos recortados que creaban un caleidoscopio de colores a nuestro alrededor. Lady Alba, con un brillo de genuino entusiasmo en sus ojos, señalaba las diversas especies de flores y plantas, explicando con detalle sus nombres y orígenes mientras yo absorbía cada palabra, no con tanto interés pero el suficiente para retener la información. De vez en cuando, mi madre hacía una pausa para seleccionar cuidadosamente un ramo de flores para mí, y me lo presentaba con una sonrisa radiante y orgullosa. Era un gesto pequeño pero significativo, una muestra tangible de su amor y devoción hacia mí, su hijo. Me sentía reconfortado por su afecto, rodeado por el dulce aroma de las flores y las frutas maduras que impregnaban el aire a nuestro alrededor. A medida que continuábamos nuestro paseo, mis tres niñeras se unían a nosotros, cada una dedicándome sonrisas cálidas y gestos cariñosos. Ellas me cuidaban con ternura y atención, asegurándose de que me sintiera seguro y amado en todo momento. A veces, me ofrecían pequeños obsequios: una flor recién recogida, una fruta madura, un gesto de afecto que me recordaba que no solo mi madre me quería, sino también aquellos que estaban a mi alrededor. En medio de este idílico escenario, rodeado por el amor y la belleza que nos rodeaba, me sentía en paz, protegido por el cálido abrazo de mi madre y la bondad de aquellos que me rodeaban. En este oasis de tranquilidad y amor, cada momento era un tesoro preciado que atesoraría en mi corazón para siempre.
Nos detuvimos junto a una de las serenas piscinas, mis niñeras y yo, pasando horas fascinado alimentando a los peces que nadaban perezosamente bajo la superficie cristalina. Con risas y sonrisas, intentábamos atraparlos con trozos de pan, deleitándonos con la simple alegría de estar juntos en ese momento. Mi madre, observando esta escena con una expresión de cariño en su rostro, se unió a nosotros de vez en cuando, compartiendo nuestra diversión con una ternura infinita. Más tarde, ascendimos a una colina cubierta de hierba, que ofrecía vistas espectaculares del jardín extendiéndose ante nosotros. Allí, disfrutamos de un picnic preparado por los talentosos cocineros del castillo, con una variedad de delicias que satisfacían tanto al paladar como al alma. Entre risas y conversaciones animadas, nos deleitamos con postres deliciosos, frutas frescas y comidas especialmente preparadas para mí, adaptadas a mis necesidades de bebé. El aroma embriagador de las flores en pleno florecimiento se mezclaba con los deliciosos aromas de la comida, creando un festín para los sentidos que nos envolvía mientras disfrutábamos de nuestra comida al aire libre. A pesar de tener solo 12 meses de edad, me sumergí en la experiencia con entusiasmo, riendo y jugando mientras intentaba alcanzar las coloridas mariposas que revoloteaban a mi alrededor. Mis niñeras me observaban con diversión, siempre atentas para atraparme cada vez que me acercaba demasiado al borde de la manta de picnic. Sin embargo, en medio de toda la alegría y el bullicio, mi madre me sostuvo con ternura en su regazo, su mirada llena de amor y protección mientras me abrazaba con fuerza. —Ivy—, murmuró mi madre con voz suave, mientras me acomodaba en su regazo con delicadeza. —Mañana será tu primer año, mi amor—. Su tono era un poco melancólico. —Pero quiero que sepas que siempre estaré aquí para ti, pase lo que pase—. Me abrazó con un gesto protector, asegurándose de que supiera que, sin importar qué, ella siempre sería mi refugio en medio de la tormenta. —Mami—, murmuré con torpeza, tratando de devolver el abrazo de la mejor manera posible, consciente de mi limitado dominio del lenguaje y la comprensión aún en desarrollo. A pesar de la falta de palabras, mi corazón se llenó de un cálido sentido de seguridad y amor.
Nos quedamos en los serenos jardines del castillo, permitiendo que la tranquilidad del entorno nos envolviera mientras el sol se deslizaba lentamente hacia el horizonte, pintando el cielo con tonos dorados y rosados. El aire estaba impregnado con el suave perfume de las flores en floración, mientras las suaves brisas acariciaban nuestras mejillas, trayendo consigo una sensación de paz y serenidad. Cuando el sol finalmente se ocultó detrás de las colinas, regresamos al imponente castillo, donde nos dirigimos a uno de los grandes salones para disfrutar de una cena opulenta preparada por los talentosos chefs del castillo. Nos sumergimos en una experiencia culinaria exquisita, saboreando cada bocado mientras compartíamos risas y conversaciones animadas. Después de la cena, mi madre y yo nos sumergimos en un refrescante baño juntos, disfrutando de la intimidad y el cariño compartido mientras nos relajábamos en las cálidas aguas. Con ternura, mi madre me llevó a mi habitación y me preparó para dormir, leyéndome una historia con voz suave y amorosa antes de arrullarme con su canto suave hasta que me sumergí en un sueño reparador. En la mañana de mi primer cumpleaños, desperté con la luz dorada del sol que se filtraba a través de las cortinas de mi ventana, bañando mi habitación en una cálida luminosidad. El sonido de la música y las risas flotaba en el aire mientras los sirvientes se apresuraban a preparar todo para la gran celebración en honor a mi hito como el joven señor del castillo. Mi madre me vistió con esmero, adornándome con ropas finamente confeccionadas que llevaban el escudo y los colores de la Casa Erenford: rojo, negro y dorado. Con un gesto cariñoso, colocó un pequeño broche de oro en forma de cabeza de lobo sobre mi pecho, un símbolo de nuestra noble herencia y linaje. En la celebración, fui proclamado como el legítimo heredero de todo lo que poseíamos, y la alegría y el orgullo brillaban en los ojos de mi madre mientras me miraba con amor y satisfacción. La fiesta que siguió fue un evento extravagante, donde se presentaron suntuosos platos de cocina local y de tierras lejanas. Fui agasajado con regalos de todas partes, desde una réplica en miniatura del asiento ancestral de nuestra familia, completo con un cojín de terciopelo y una pequeña túnica real, hasta juguetes y ropa elaboradamente confeccionada. Cada obsequio era una muestra de amor y aprecio por mi llegada al primer año de vida, y yo me sentía abrumado por la calidez y la generosidad de todos los presentes.
Las festividades continuaron con alegría y alboroto, mientras participaba animadamente en los entretenimientos preparados para celebrar mi primer año de vida. Observaba maravillado el despliegue de habilidades de los artistas que habían sido invitados especialmente para la ocasión, sus actuaciones llenaban el aire con música y color, deleitando a todos los presentes, incluido yo. Durante un momento de calma, Lady Alba se sentó a mi lado y compartió historias entrañables sobre mi difunto padre, Lord Kenneth. Con voz suave y amorosa, me habló sobre las cualidades que lo hicieron un hombre admirable y sobre las responsabilidades que algún día recaerían sobre mis hombros como cabeza de nuestra amada familia. Aunque algunas de estas ideas podrían haber estado más allá de mi comprensión en ese momento, el tono reconfortante y la expresión amorosa de mi madre me aseguraron que confiaba en mí para asumir el legado de nuestra familia cuando llegara el momento adecuado. Conforme avanzaba la tarde y el sol se ponía lentamente en el horizonte, el cielo se transformaba en una obra maestra de tonos dorados y rosados, creando un telón de fondo mágico para nuestra celebración. Nos reunimos alrededor de una mesa adornada con delicias dulces y saladas, donde disfrutamos de un pastel especialmente horneado para la ocasión. Mi madre, sentada en su propia silla ornamentada, me observaba con cariño mientras daba mis primeros pasos vacilantes hacia ella, extendiendo mis manitas regordetas en busca de su amor y protección. Sin vacilar ni un momento, me acogió en sus brazos, envolviéndome en un abrazo cálido y reconfortante que me hacía sentir seguro y amado. La suavidad de su túnica y el latido constante de su corazón me llenaron de una sensación de paz y tranquilidad, mientras me sumergía en el abrazo reconfortante de mi madre, sabiendo que siempre estaría allí para cuidarme y protegerme en cada paso de mi viaje por la vida.
— Mi querido Iván—. Murmuró, depositando besos en mi frente. — Hoy marca el comienzo de un nuevo viaje para ambos. Como tu madre, prometo guiarte, protegerte y amarte siempre—. El suave susurro de mi madre llenaba la habitación mientras depositaba amorosos besos en mi frente, marcando el comienzo de un nuevo viaje para ambos. Sus palabras resonaban en mi corazón, prometiendo guiarme, protegerme y amarme en cada paso del camino. Sus ojos, brillantes con lágrimas apenas contenidas, revelaban la profundidad de sus emociones, un testimonio conmovedor de su amor inquebrantable por mí. El resto de la velada transcurrió entre conversaciones animadas y risas de los invitados, muchos de ellos compartiendo historias sobre mi padre y el legado que dejó tanto en batalla como en su papel como señor. Escuchar esos relatos de valentía y honor me llenó de un profundo sentido de orgullo por mi linaje y una determinación renovada para honrar la memoria de mi padre. Cuando las festividades finalmente llegaron a su fin, mi madre me llevó de regreso a nuestras opulentas habitaciones, pero en lugar de dejarme en la mía, decidimos pasar la noche juntos en su dormitorio. Las luces arrojaban un cálido resplandor sobre la lujosa decoración, creando un ambiente de paz y serenidad. Al llegar a su dormitorio, mi madre me recostó con delicadeza en la gran y mullida cama que dominaba la habitación. Con manos expertas, comenzó a quitarme suavemente mis pequeños zapatos y ropa, revelando mi cuerpo regordete, ahora cubierto de dulces y pegajosos restos de las celebraciones del día. Con meticuloso cuidado, me limpió, tarareando relajantes canciones de cuna que me llenaban de calma y tranquilidad mientras trabajaba. Una vez que estuve fresco y listo para dormir, ella se acostó a mi lado en la cama, subiendo las sábanas hasta la barbilla para mantenernos abrigados y cómodos. Con una ternura indescriptible, acunó mi cabeza entre sus brazos, inhalando mi dulce aroma con cada respiración, envolviéndome en un abrazo cálido y reconfortante que me llenaba de una profunda sensación de seguridad y amor.
— Buenas noches, mi querido Iván—Las suaves palabras de mi madre resonaban en el silencio de la habitación, envolviéndome en una dulce melodía de amor y protección. Sus labios rozaron mi frente con ternura, dejando un beso reconfortante que irradiaba calidez y seguridad. Cansado por las emociones del día y el bullicio de las celebraciones, me acurruqué más cerca de ella, buscando refugio en su abrazo amoroso. Con un suspiro de satisfacción, permití que el cansancio me envolviera lentamente, permitiéndome hundirme en el dulce abrazo del sueño. A medida que mis párpados se volvían pesados y mis respiraciones se volvían profundas y regulares, me sumergí en un mundo de sueños tranquilos que reflejaban los cuentos que mi madre solía compartir conmigo durante nuestros momentos de calma juntos.
A lo largo de la noche, el abrazo de mi madre se mantuvo firme y reconfortante, como un escudo protector que me envolvía en su amoroso resguardo. Cada vez que me movía o murmuraba en mi sueño, su presencia tranquilizadora estaba ahí para reconfortarme, recordándome que siempre estaría a mi lado, sin importar qué. Esperaba que eso pudiera durar durante un tiempo...