El sonido estridente de la alarma rompió el silencio de la mañana, y con un movimiento lento y pesado la apagué, todavía sumergido en la neblina del sueño. Mis párpados pesaban como plomo, pero la tranquilidad del sueño desapareció en cuanto Minata irrumpió en mi habitación.
—Kirata, ¡arriba! Vamos a llegar tarde si sigues así —dijo Minata, en ese tono firme que siempre usaba cuando quería que me moviera rápido, como si fuera mi segunda alarma.
—Solo unos minutos más... —respondí, arrastrando las palabras. El sueño aún pesaba sobre mí.
—Kirata, no tenemos tiempo que perder. Trasnochaste anoche, ¿verdad? No importa, yo me encargaré de empacar todo. Levántate, ya no tienes excusa.
Sin decir una palabra, me arrastré fuera de la cama, el cansancio aún pesando en mí. Ella ya había organizado mis cosas sin que yo lo notara. Miré mi mochila, perfectamente lista, y antes de que pudiera agradecerle, ya había bajado, llevándose mi mochila como si la hubiera secuestrado.
Me vestí con el uniforme escolar, mientras mi mente comenzaba a activarse. "Un día más", pensé, "un día normal". Terminé de arreglarme y bajé al primer piso, donde el aroma del desayuno ya llenaba el aire.
Nuestra madre, Hitoha, nos esperaba en la cocina con una sonrisa. Nos sentamos en la mesa, y mientras desayunábamos, nos dijo algo que sabía que quería tranquilizarnos.
—Chicos, sé que siguen preocupados, pero pueden estar tranquilos. Lo de la última vez no se repetirá. La escuela ha reforzado la seguridad. Confío en que ahora estarán mucho más seguros.
Minata, que siempre llevaba sus emociones en la cara, dejó ver un claro alivio.
—Qué bueno saberlo, madre —dijo con una sonrisa—. Ahora estaremos mucho más seguros.
Yo asentí en silencio, aunque en el fondo me preguntaba si realmente sería así. Después de terminar de desayunar, mamá nos entregó a ambos una bolsa con un sándwich para más tarde. Nos despedimos de ella antes de salir hacia el colegio.
El camino a la escuela era uno que conocíamos de memoria, pero esa mañana Minata parecía preocupada, como si algo le inquietara.
—Oye, Kirata, ¿crees que vuelva a pasar lo de la última vez en el colegio? —me preguntó.
—No lo sé, pero tranquila. Si vuelve a pasar, te defenderé —le dije, intentando infundirle seguridad.
Sin embargo, su rostro mostraba aún más incertidumbre, recordando lo ocurrido en esa ocasión anterior.
—Pero... la última vez me defendiste, y saliste herido. No quiero que vuelva a pasar, Kirata.
—Tranquila —le respondí—, Kiyo me está enseñando a luchar, para poder defenderte.
Al llegar al colegio, vimos a Kiyo esperándonos en la entrada. Nos saludó con su habitual entusiasmo.
—¡Kirata, mi estimado amigo! —dijo Kiyo con una sonrisa astuta—. Y Minata, radiante como siempre.
Minata, al ver a lo lejos a sus amigas, se fue corriendo hacia ellas, sin prestar demasiada atención a Kiyo, quien la observó con cierta decepción cuando pasó de largo.
—Me ignoró por completo... —murmuró Kiyo, frunciendo el ceño, como si tratara de entender qué había hecho mal.
Yo simplemente le di una palmada en el hombro y sonreí, enfocándome en preguntarle por nuestro entrenamiento, mientras caminábamos por los pasillos, el colegio ya no era el mismo, las cámaras de seguridad observaban desde cada esquina, y los guardias patrullaban los pasillos con miradas serias. La sensación de control era palpable, como si todo el edificio estuviera envuelto en una red de ojos atentos.
Al llegar a la clase, la maestra nos presentó una sorpresa: una nueva estudiante. Yukomy Himejima, una chica de 17 años, entró al salón y tomó asiento.
Cuando mis ojos se encontraron con los de Yukomy, sentí un golpe inesperado en el pecho, no era solo su belleza lo que me impactaba, aunque sí, era hermosa. Había algo más en ella, algo en su mirada que parecía escudriñar cada rincón de mi ser.
Ella tenía un corte de cabello blunt bob que caía justo por debajo de sus orejas. Sus mechones negros, con destellos azules, le daban un aire misterioso. Pero lo que realmente me atrapó fueron sus ojos: grises, penetrantes, con un brillo que parecía... "Espera, no, no. Enfócate. Solo vine a hacer este trabajo, nada de distracciones. No tengo tiempo para sentimientos, ni mucho menos para enredos amorosos. Mantén la cabeza fría."
El resto de la clase pasó en un parpadeo. La maestra empezó a organizar los grupos para el trabajo, asignando compañeros de manera rápida, hasta que se detuvo frente a mí. —Kirata, ¿aún no tienes grupo, verdad? Trabajarás con ella —dijo, señalando a Yukomy.
Me quedé inmóvil por un momento, sorprendido. Mi mente tardaba en procesar lo que acababa de escuchar. Asentí, intentando parecer tranquilo. La maestra, dirigiéndose al resto de la clase, añadió:
—Recuerden, el trabajo debe entregarse en dos semanas. No lo dejen para el último momento.
El recreo llegó y, mientras todos se dispersaban, yo decidí escabullirme. Mi objetivo era llegar a la azotea sin que nadie me viera.
Me moví con sigilo por los pasillos, esquivando a mis compañeros y cualquier mirada curiosa. Finalmente, llegué a la puerta que llevaba a la azotea. Con un poco de miedo, giré el picaporte, cuidando que no hiciera ruido. La puerta se abrió, y solté un suspiro de alivio.
El aire fresco y la luz del sol envolvieron mi rostro, y por un instante, todo el caos interior se desvaneció. El silencio de la azotea era un alivio bienvenido, lejos de las miradas y las expectativas. Aquí, al menos por un momento, me sentía libre. Pero sabía que esa tranquilidad no duraría mucho.
—¿Kirata? —su voz rompió el silencio del lugar, pero no había reproche en ella, solo curiosidad—. ¿De verdad te estás escondiendo aquí arriba?
Giré la cabeza y ahí estaba Yukomy, mirándome. La sonrisa que se dibujaba en su rostro me dejó sin aliento. Aunque parecía decepcionada, había algo en su actitud que hacía que todo se sintiera más... especial. Había algo en ella, una especie de complicidad que ahora compartíamos al estar los dos en ese lugar.
—Permíteme presentarme de nuevo, soy Yukomy, y parece que compartimos más de lo que pensábamos. Encantada de conocerte, Kirata.