Kirata no respondió, apenas podía contener la ira y el poder que brotaba de él. Sin embargo, antes de que pudiera hacer algo más, Dravik, aprovechó el momento de vulnerabilidad, lo desarmó con un solo movimiento y lo aplastó contra el suelo, inmovilizándolo con facilidad. La fuerza de Dravik era abrumadora, y por un instante, Kirata sintió que no había escape.
—Tengo un trabajo que cumplir, y es matarte. Lo siento, chico, pero si no lo hago ahora, será peor para ti — en ese momento, un destello de memoria lo atravesó, los entrenamientos con Kiyo.
Aplastado contra el suelo, Kirata sintió el gélido toque del cañón de la pistola en su costado. No podía permitirse un error. Contuvo la respiración y aflojó los músculos, fingiendo rendición.
Paciente, aguardó el momento exacto en que Dravik aflojara la presión para ajustar su arma. Entonces, con la fuerza de una serpiente al atacar, giró la cadera y atrapó el brazo armado del enemigo. Antes de que Dravik pudiera apretar el gatillo, Kirata le retorció la muñeca, desviando el cañón.
Aprovechando el peso de Dravik en su contra, empujó hacia arriba con su hombro y lanzó un giro rápido, Dravik se tambaleó, y en un instante, Kirata ya estaba libre.
Sin perder un segundo, Kirata se abalanzó sobre Dravik con una velocidad letal, apuntando un puñetazo directo a su rostro. El reaccionó justo a tiempo, bloqueando con el antebrazo. Pero ese instante de distracción le costó caro. Kirata giró con precisión y lanzó una patada devastadora a sus costillas. El sonido del impacto resonó como un trueno, y el traje reforzado de Dravik crujió, agrietándose bajo la presión del golpe
No podía creer que ese chico tuviera semejante habilidad. Apenas llevaba puesto un traje básico de NoToFu, una versión estándar sin mayores mejoras. "Si al menos tuviera uno de los prototipos beta... No importa, hay un trabajo que hacer", pensó, dejando de lado cualquier distracción.
Consciente de que no podía alargar más la pelea, sacó una granada cegadora y la lanzó con precisión. El estallido fue inmediato, un destello blanco seguido de un estruendo que perforó los oídos de Kirata, incapaz de reaccionar a tiempo, cayó de rodillas, desorientado y aturdido. El mundo a su alrededor era un caos de luces y sonidos distorsionados. Mientras intentaba aferrarse a la realidad, sintió el frío y opresivo metal de un cañón apoyarse contra su nuca.
"¿Vas a perder? Entrenaste conmigo, el mejor de todos. Así que ni lo pienses." Las palabras de Kiyo resonaron en su mente.
Sin perder tiempo, Kirata rodó por el suelo con agilidad, escuchando cómo el disparo rugía a centímetros de su cabeza, dejando un molesto zumbido en sus oídos. Antes de que Dravik pudiera reaccionar, Kirata lanzó un codazo hacia atrás, impactando con fuerza en la mandíbula de su enemigo. El golpe fue tan contundente que Dravik perdió el equilibrio, tambaleándose hacia un lado.
Sin perder el impulso, Kirata giró sobre su eje y lanzó una patada precisa a sus piernas. El impacto fue perfecto; las piernas de su oponente cedieron, y Dravik cayó pesadamente hacia adelante, casi aplastándolo
Kirata no le dio tregua. Rodó una vez más, atrapando con firmeza las manos de Dravik y torciéndolas para inmovilizarlo. Se posicionó estratégicamente, asegurándose de que su enemigo no pudiera moverse. Con un rugido de determinación, lanzó una serie de cuatro cabezazos brutales. Tres de ellos impactaron de lleno en el rostro de Dravik, y el último golpeó el suelo, fallando debido a su visión aún borrosa por la granada cegadora.
Al ver que Dravik dejó de moverse, Kirata se permitió un breve respiro, intentando recomponer sus sentidos. Poco a poco, la visión borrosa comenzó a aclararse.
Entre las sombras, distinguió la figura de Yukomi acercándose con rapidez. Sus labios se movían, como si le dijera algo, pero para Kirata eran palabras sin sonido, ahogadas por el zumbido ensordecedor. Él la miró sin entender, su mente todavía atrapada en el caos del momento. ¿Qué pasó? pensó. Mi madre… ¿dónde está? No puedo dejarla aquí… No puedo abandonarla.
Intentó moverse hacia el cuerpo de su madre, ero sus piernas eran como plomo, incapaces de responder a su voluntad. Era como si su cuerpo se hubiera rendido antes que su mente.
—¡Todo es mi culpa! —clamó en silencio, su mente invadida por la desesperación—. Ella murió por mi culpa… Soy demasiado débil… No soy capaz de proteger a nadie.
El peso de la culpa lo aplastó. Las emociones que había contenido hasta ese momento lo arrollaron con la fuerza de una tormenta. Kirata se desplomó en el suelo, incapaz de sostenerse, y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. El dolor en su pecho era insoportable, como si su corazón se rompiera en mil pedazos.
Yukomi lo miró, paralizada por un instante, sin saber cómo reaccionar ante su colapso. Pero la razón pronto quedó atrás. Sin pensarlo dos veces, se inclinó hacia él y lo envolvió en un abrazo cálido y firme, como si intentara sostenerlo antes de que se quebrara por completo.
Kirata sintió esa calidez inesperada. Era como si ese abrazo lograra atravesar la oscuridad que lo envolvía. En medio de su confusión y desesperación, se aferró a Yukomi, buscando refugio en ese contacto humano que, por alguna razón, le devolvía una chispa de esperanza.
Yukomi abrió los ojos, sorprendida por la intensidad con la que él correspondía a su abrazo. Sin embargo, lejos de apartarse, lo sostuvo aún más fuerte, como si ese abrazo pudiera mantenerlo a salvo de su propia tristeza.
Por un instante, permanecieron allí, en silencio. Era un momento que ninguna palabra podría romper. Yukomi comprendió que, a veces, la única respuesta posible era estar presente.
Finalmente, ella intentó moverse para sacarlo del lugar. Pero antes de que pudiera decir algo más, Kirata habló, con la voz quebrada por la angustia.
—No escucho nada de lo que dices. Solo… hay un ruido constante.
Yukomi lo miró con preocupación, asimilando lo que acababa de decir. Con cuidado, sacó su libreta y escribió: "No te castigues, Kirata. Nadie puede cargar con todo. Todos caemos alguna vez, pero eso no significa que debamos quedarnos en el suelo. Lo importante es levantarse y seguir adelante. No estás solo. Estoy aquí contigo."
Le mostró la libreta frente a sus ojos, esperando que pudiera leer las palabras a pesar de las lágrimas que aún empañaban su vista. Kirata respiró hondo, como si buscara el valor que se le escapaba, y asintió débilmente.
Yukomi le dedicó una suave sonrisa, guardó la libreta con cuidado y, sin soltar su mano, lo ayudó a levantarse. Esta vez, Kirata no opuso resistencia.
Ambos se lanzan a toda velocidad para huir de la zona, buscando refugio en la casa de Yukomi, un rincón tranquilo lejos del bullicio del centro.