Kirata salió de su casa, listo para poner a prueba los resultados de su reciente entrenamiento, estaba ansioso por ver cómo se desenvolvería en un combate serio, aunque amistoso. Después de una caminata de unos treinta minutos, llegó al lugar acordado y tocó la puerta. Kiyo fue quien lo recibió.
¡Vaya, si es Kirata! Pasa —dijo Kiyo, dándole la bienvenida con una sonrisa segura de sí mismo.
—Hola, Kiyo. Estoy emocionado por ver cuánto he mejorado con los últimos entrenamientos —dijo Kirata con una sonrisa.
—Por supuesto que lo estás, estás entrenando conmigo, el mejor de todos
Ambos se dirigieron al centro del dojo, listos para iniciar su duelo. Sin embargo, algo inesperado captó la atención de Kirata: una piedra de un intenso color morado brillaba con una luz casi hipnótica. Intrigado, se acercó.
—¿Esta es la piedra del otro día? —preguntó, sin dejar de mirarla.
—¡Kirata, ni se te ocurra tocarla!
—¿Por qué no? Cuando tomé la espada, no me pasó nada. Quizá si la agarro ahora, no suceda nada malo —dijo Kirata, dudando.
—¿De verdad crees eso?
Kirata dudó por un segundo, su mano temblaba mientras extendía los dedos hacia la roca. Algo dentro de él le decía que no lo hiciera, pero la atracción era irresistible. El brillo morado parecía pulsar como si lo llamara, susurrándole que todo estaría bien. Apenas sus dedos rozaron la superficie, una oscura energía lo envolvió, marcas negras comenzaron a brotar de su mano, como enredaderas vivas que se retorcían y se expandían rápidamente por todo su antebrazo. En cuestión de segundos, las marcas sombrías treparon por su cuello, extendiéndose hacia su rostro.
—¡SUELTA ESO!
Asustado, Kirata dejó caer la roca al suelo, su corazón latiendo con fuerza. En el mismo instante, la roca explotó en una nube de humo morado, tan denso y espeso que pareció devorar el aire. Tanto Kirata como Kiyo sintieron como si el mundo entero se desmoronara a su alrededor. Sus visiones se distorsionaban, y las formas y los sonidos se mezclaban en una cacofonía incontrolable. El denso humo los envolvía a ambos, sofocante y alienante, como si la realidad misma se estuviera desintegrando bajo el peso de la energía que emanaba de la roca
Ambos cayeron al suelo, aturdidos. El impacto los dejó desorientados y envueltos en la confusión. Mientras luchaban por recobrar la claridad, la incertidumbre se apoderó de ellos.
—¿Kiyo, estás bien? —preguntó Kirata entre toses, intentando respirar en medio del humo.
—Sí, claro que estoy bien. Te advertí que no tocaras eso, pero aquí estamos —respondió Kiyo, tosiendo ligeramente
—Perdón...
El denso humo les impedía ver con claridad. Kiyo miraba alrededor con una mezcla de preocupación y desconcierto.
—Este humo es un fastidio. No puedo ver nada, pero no te preocupes, saldremos de esta como siempre. Aunque… ¿por qué todo se ha oscurecido de repente?
—Espera, ¿Dónde estamos? —preguntó Kirata, su voz reflejando la sorpresa y el temor que empezaba a sentir.
—No lo sé... ¡Espera! Esto no pinta bien. Estoy viendo gente armada, cintas de precaución y letreros que dicen "Zona privada". ¡Genial! Ahora sí estamos en problemas
—¿Qué está pasando? —Kirata miraba a su alrededor, tratando de entender.
—¿No conoces al grupo que se formó hace cuatro años llamado NOFUTO? —preguntó Kiyo, con la voz llena de tensión.
—He escuchado algo, pero nunca le presté atención.
—Entonces será mejor que salgamos de aquí antes de que nos descubran —Kiyo propuso, su tono mostrando urgencia y ansiedad.
—Eso es imposible, mira cuántos hay —respondió Kirata, señalando a los numerosos guardias que patrullaban el área.
—Te dije que no tocaras nada...
—Lo sé, lo siento, no pensé que esto ocurriría —se disculpó Kirata, su voz llena de arrepentimiento.
—Ya no importa, lo hecho, hecho está. Ahora debemos encontrar una forma de salir de aquí —dijo Kiyo, tratando de mantener la calma pese a la tensión que sentía.
En ese momento, Kiyo vio algo que llamó su atención.
—Mira bien, ese es Hiller —susurró Kiyo—, el líder de NOFUTO. Lo llaman "el Intocable". Dicen que no hay nadie en el mundo que no pueda comprar o silenciar. Si estamos en su terreno, estamos jodidos.
—Vienen hacia aquí —dijo Kirata, su voz apenas un susurro mientras observaba con terror cómo se acercaban.
—Esto es muy malo. Kirata, prepárate para pelear, no tenemos otra opción. Tenemos que salir de aquí como sea —dijo Kiyo con urgencia.
—De acuerdo —respondió Kirata, asintiendo.
—Sígueme —ordenó Kiyo.
Ambos se adentraron más en la cueva, buscando un lugar donde esconderse y preparar una emboscada. Sus movimientos eran silenciosos, pero sus corazones latían con fuerza mientras se preparaban para lo que venía.
Al mismo tiempo, Hiller y Kyoyin, acompañados por cuatro escoltas, avanzaban decididos hacia la entrada de la cueva. Caminaban con confianza, mientras sus guardias los escoltaban, irradiando peligro.
—¿Entonces, aquí está el nuevo mineral para las armas? —preguntó Hiller.
—Sí, para las armas beta. Además, ya cerramos el acuerdo para que nos suministren material para las armas especiales —confirmó Kyoyin.
—Excelente. Saquen todo lo que necesiten de estas minas. Lo utilizaremos para entrenar a los nuevos reclutas —ordenó Hiller.
—Entendido, señor —respondió Kyoyin.
—Y una cosa más, ni una palabra de esto a nadie.
—¿Ni siquiera a su hija, señor? —preguntó Kyoyin, con cierta curiosidad.
—A todos excepto a ella. Es esencial que Shigiro siga creyendo en la imagen de la heroína —respondió Hiller, con una sonrisa calculada.
—Como ordene, señor.
Kyoyin se separó junto con otro de los escoltas, adentrándose en la mina. Aprovechando la oportunidad, Kiyo se movió como una sombra, sin hacer el más mínimo ruido. En un solo movimiento rápido, tomó por sorpresa al escolta y lo dejó inconsciente con un golpe preciso. Pero antes de que pudiera disfrutar de su pequeño triunfo, el segundo guardia reaccionó, apuntando su arma directamente a la cabeza de Kiyo.
—¡AL SUELO, AHORA! —gritó el escolta