Kirata descendió lentamente al salón principal, su rostro reflejaba un cansancio inusual. Al ver a su madre, le explicó que no se sentía bien. Ella, conocedora de su dedicación y buen comportamiento, no dudó en creerle. Con un gesto afectuoso, le sugirió que regresara a su habitación a descansar.
Una vez en su habitación, Kirata se desplomó frente a la computadora, sus ojos fijos en la pantalla como si esta pudiera revelarle todas las respuestas. Con dedos temblorosos, comenzó a teclear frenéticamente, investigando todo lo posible sobre NoToFu y Hiller. Sabía que debía estar listo para cualquier imprevisto. Las horas se desvanecieron a su alrededor mientras se sumergía en una frenética búsqueda de respuestas.
A medida que el reloj marcaba el mediodía, un suave pero insistente golpeteo en la puerta sacó a Kirata de su inmersión. Su madre abrió la puerta, revelando a Yukomy, que preguntaba por él con una sonrisa curiosa. Amablemente, su madre le informó que Kirata no se encontraba bien y le sugirió volver en otro momento. Sin embargo, Yukomy insistió y fue invitada a entrar. Sin perder tiempo, caminó directo hacia la habitación de Kirata, quien, nervioso, apagó la computadora de golpe.
—Hola, Kirata.
—¿Yuko? ¿Qué haces aquí?
—Mmm... ¿Qué es lo que escondes? —preguntó Yukomy, inclinando la cabeza y sonriendo de manera traviesa.
—¡Nada!
—¿Seguro? Apagaste la computadora como si estuvieras viendo algo... travieso —bromeó Yukomy, arqueando una ceja con una sonrisa picarona.
—¡No es lo que piensas!
—Relájate, solo bromeaba —rió Yukomy mientras, sin esperar permiso, encendía la computadora de nuevo.
—¿Así que investigando sobre Hiller y NoToFu, eh?
—Claro que no. Es para un proyecto.
—¿Un proyecto? No recuerdo haber visto eso en el programa de estudios —comentó Yukomy, con una sonrisa ladina—. Es algo raro, ¿no crees?
—Es algo personal —replicó Kirata, tajante.
—Ya veo... ¿Te puedo ayudar?
—Por ahora no, gracias, Yuko.
Tras una hora de charlas despreocupadas y risas, un ruido sordo seguido de golpes fuertes interrumpió la tranquilidad. El sonido de objetos quebrándose inundó la casa. Kirata se levantó de un salto, el miedo apoderándose de él, y corrió escaleras abajo.
—¡Mamá! ¿Estás bien? —gritó Kirata
—¡Salgan de mi casa ahora, o llamaré a la policía! —gritó su madre, llena de furia, con la voz quebrada por la ira.
—Tenemos órdenes directas, señora. Debemos cumplirlas —respondió Kael, un soldado de expresión severa.
—Nos encargamos de hacer cumplir las reglas aquí, y tu hijo ha infringido normas graves —agregó Dravik, otro soldado, con voz fría.
La mirada de su madre se encontró con la de Kirata, parado en mitad de las escaleras. La desesperación brillaba en sus ojos mientras le gritaba con todo su ser que huyera. Sabía que si no lo hacía, su hijo estaría en peligro. Kael, con un rostro impasible, avanzó hacia Kirata. Antes de que pudiera alcanzarlo, Hitoha se lanzó delante de él, decidida a protegerlo, sin importarle el riesgo.
—¡No permitiré que le hagan daño! ¡Salgan de mi casa, ahora!
—Señora, no haga esto más difícil. Esto no le concierne —replicó Kael, apartándola con un empujón despectivo.
Dravik, sin inmutarse, lanzó una mirada fría y calculadora.
—Kael, no necesitamos testigos. Si se mete en medio, elimínala.
Kael asintió y, sin vacilar, levantó su arma, apuntando directamente al pecho de Hitoha. En ese instante, el tiempo pareció detenerse para Kirata. Siempre había sentido miedo al enfrentarse a cualquier peligro, un miedo que lo paralizaba, que lo llenaba de dudas. Pero esta vez, algo en su interior cambió. Al ver el cañón del arma apuntando a su madre, no hubo espacio para el miedo, solo una furia descontrolada.
No pensó, no razonó. Su cuerpo se movió por pura supervivencia, por ese impulso incontrolable de proteger a quien más amaba.
Kael apretó el gatillo, pero justo en el último segundo, Kirata alcanzó a desviar el brazo del soldado con un golpe preciso, haciendo que la bala se estrellara contra el suelo a unos centímetros de los pies de su madre.
—¿Qué...? —murmuró Kael, atónito por la reacción rápida de Kirata.
Antes de que Kael pudiera recuperarse, Dravik se adelantó, moviéndose con una rapidez sorprendente. Sin dudarlo, lanzó un puñetazo directo al rostro de Kirata. El impacto fue brutal, haciendo que Kirata se tambaleara hacia atrás mientras la sangre comenzaba a brotarle de la nariz. El golpe lo dejó aturdido, pero la furia dentro de él seguía ardiendo, negándose a apagarse.
Sin mostrar la más mínima emoción, levantó su arma y disparó tres veces contra Hitoha. Las balas perforaron su pecho y otros puntos vitales. El cuerpo de su madre se desplomó al suelo, gravemente herido.
—Ya perdimos demasiado tiempo —dijo Dravik fríamente, sin apartar la vista del cuerpo herido de Hitoha —Despídete de tu madre, muchacho
—Aunque no te preocupes... pronto la acompañarás —dijo Dravik, soltando una carcajada.
Kirata se arrodilló junto a su madre, lágrimas desbordándose mientras su culpa lo consumía.
—Mamá, lo siento... No pude salvarte. Todo esto es mi culpa.
—No te culpes... —susurró Hitoha débilmente.
—¡No entiendes nada! Todo esto es culpa mía... Nunca debí involucrarme.
Con un gesto suave, su madre le secó las lágrimas y sacó un pequeño curita de su bolsillo, colocándolo en la nariz de Kirata, justo donde había sido lastimado.
—Cuida de tu hermana... y no te culpes, por favor.
Hitoha cerró los ojos, esbozando una última sonrisa antes de quedarse en silencio.
—¡Mamá, por favor despierta!
—Qué patético... Llorando como un crío. No es culpa nuestra que tu mamá muriera, es culpa tuya por ser débil —se burló Dravik, disfrutando del sufrimiento de Kirata.
Lleno de ira y tristeza, Kirata se levantó y miró directamente a Dravik.
—¡Qué emocionante! El hijo irá con su madre al infierno —dijo Dravik entre carcajadas.
—Deja de perder el tiempo y haz lo que vinimos a hacer —gruñó Kael, impaciente.
Consumido por la rabia, Kirata se movió con una velocidad sorprendente, golpeando a Dravik con toda su fuerza. Pero el soldado reaccionó rápidamente, propinándole un fuerte golpe que lo lanzó al suelo. El dolor y la impotencia se reflejaron en los ojos de Kirata.
—Eres patético. Tu madre murió por tu culpa, por meter la nariz donde no debías. ¡Es casi gracioso!
A pesar del dolor que recorría su cuerpo, Kirata se puso de pie con una fuerza que nunca había sentido antes. Un calor abrasador comenzó a concentrarse en su antebrazo, y de pronto, su piel comenzó a arder. No era un fuego común, sino un sello que comenzaba a formarse en su carne.
Como si algo más allá de su comprensión lo estuviera marcando, un líquido negro brotaba de la marca, tal y como si estuviera siendo tatuado en ese mismo momento. El símbolo brillaba tenuemente en tonos morados, proyectando una luz inquietante que se extendía por la habitación.
Kirata no sabía qué estaba pasando, pero aunque su mano ardía, sintió una energía recorriéndolo, una energía que parecía darle fuerza. Y no solo eso; todo a su alrededor comenzó a moverse más lento, como si el mundo mismo se estuviera ralentizando a su alrededor.
Sin pensarlo, se lanzó hacia Kael con una rapidez que sorprendió incluso a él mismo. En un solo movimiento, lo derribó al suelo y, antes de que el soldado pudiera reaccionar, le arrebató el arma. Con la misma fuerza que había despertado en su interior, Kirata golpeó a Kael con el arma en la cabeza, tan fuerte que lo noqueó al instante. El soldado cayó al suelo, inconsciente, mientras Kirata permanecía en pie, respirando con dificultad.