Los chicos avanzaron con pasos medidos hacia la imponente puerta principal, con la esperanza de que pudiera ser su vía de escape. Apenas se acercaron lo suficiente, el sonido ensordecedor de las alarmas irrumpió, quebrando el breve momento de esperanza.
Las alarmas atronaban incesantemente, creando un caos que aumentaba la sensación de urgencia. Los soldados se movían con rapidez, sus rostros tensos y sus armas firmemente apuntadas hacia Kirata y Kiyo, emitiendo una clara hostilidad.
— ¡QUÍTENSE EL TRAJE AHORA!
Kirata y Kiyo se quedaron congelados en su lugar, atrapados en ese segundo interminable en el que el miedo se apodera de todo pensamiento racional. Era como si sus cuerpos no respondieran, como si el peso de la situación los hubiera anclado al suelo.
El grito del soldado, mezclado con el incesante ulular de las alarmas, no solo llenaba el aire, penetraba en sus mentes, creando una sensación de claustrofobia insoportable. No había salida, no había escape; solo el inminente juicio que pendía sobre ellos.
— ¡LO REPETIRÉ POR ÚLTIMA VEZ, QUÍTENSE LOS TRAJES!
Con los corazones latiendo a mil por hora, Kirata y Kiyo obedecieron rápidamente, despojándose de los trajes con manos temblorosas. Hiller, enfurecido, se acercó con calma, irradiando una energía intimidante y furia contenida.
— ¿Cómo es que entraron aquí?
Kirata, intentando ordenar sus pensamientos, luchaba por sacudirse el miedo paralizante que lo mantenía atrapado. Kiyo, con el rostro inmutable, trataba de mantener la calma en medio de la creciente tensión, aunque su mente también corría frenéticamente buscando una salida.
— Les hice una pregunta —Hiller alzó la voz, su calma inicial quebrándose como un cristal bajo presión—. ¡¿Cómo dos mocosos lograron colarse aquí?!
La voz de Hiller se alzó firme y clara, cortando el aire denso, como si su sola presencia reforzara el ambiente de incertidumbre que los envolvía. Uno de los soldados avanzó con rapidez y entregó un informe apresurado sobre los escoltas encontrados inconscientes en la mina.
— ¿Fueron ustedes, verdad? —dijo Hiller, su voz ahora baja y peligrosa, mientras una sonrisa fina y vacía asomaba en sus labios—. Vaya, vaya... parece que tengo un problema. Y lo que hago con los problemas es simple: los elimino. Es la única forma de asegurarme de que nunca vuelvan a molestarme.
Un escalofrío helado recorrió la columna vertebral de Kirata, como si su cuerpo ya anticipara el horror que estaba por desatarse. El futuro no era solo incierto, era una sombra amenazante que se cernía sobre ellos, oscureciendo cualquier posibilidad de esperanza. Podía sentir el peso invisible de la muerte posándose en sus hombros, cada fibra de su ser gritaba por correr, pero sus piernas seguían inmóviles.
Kiyo y Kirata permanecieron en un silencio opresivo, incapaces de encontrar las palabras adecuadas ante la magnitud de la situación. La tensión los rodeaba como una sombra, cada segundo que pasaba se sentía eterno. En medio de ese caos interno, Kirata recordó la roca morada. Un leve destello de esperanza iluminó sus ojos cuando la sacó de su bolsillo.
— ¿Por qué matarías a dos jóvenes inocentes? ¿No te presentas como protector de la juventud en todo lo que representas?
— Kirata, no empeores la situación. No necesitamos más problemas de los que ya tenemos.
— Si vamos a morir, prefiero que sea con la verdad.
— Vaya, chico, tienes agallas —dijo Hiller con una calma inquietante.
— No es valentía... nunca lo ha sido. Toda mi vida he vivido con miedo, corriendo cada vez que los problemas se acercaban. Pero esta vez... no voy a huir.
Kirata, en un último acto de desesperación, lanzó la roca contra el suelo con fuerza. El impacto no solo causó una explosión, fue como si el mundo se detuviera por un segundo, el suelo tembló bajo sus pies antes de que una poderosa onda expansiva se liberara, barriendo todo a su alrededor. El humo morado no solo los envolvió; los consumió como un velo pesado, cegándolos por completo.
Tras unos minutos, ambos recobraron el conocimiento, confundidos y desorientados, mientras intentaban procesar lo sucedido. Al disiparse el humo que los envolvía, se dieron cuenta de que estaban nuevamente en el dojo.
— ¿Qué demonios acaba de pasar? Si esos rumores son ciertos, ¿Cómo enfrentaremos a un grupo de soldados armados?
Kirata, con la mirada fija en el suelo, se sumía en la culpa por no haber escuchado a Kiyo y haber tomado la roca. Mientras tanto, Kiyo, aunque frustrado por la situación, mantenía su seguridad intacta. "¿Por qué siempre acabamos en problemas? Primero esos tipos misteriosos, y ahora esto... Pero bueno, puedo con esto como siempre".
— Kirata, será mejor que vuelvas a casa. No sé qué nos depara el futuro.
Exhausto y con la mente todavía enredada en el caos de los últimos eventos, Kirata regresó a su hogar como un autómata, apenas consciente de cada paso. Su habitación, usualmente un refugio de paz, lo recibió con su familiar silencio, y sin quitarse siquiera los zapatos, se dejó caer sobre la cama, sumergiéndose en un sueño inquieto.
Al día siguiente, el suave zumbido del despertador apenas logró arrancar a Kirata de la pesadez que lo envolvía. Durante unos segundos, se permitió quedarse en la cama, aferrándose a esos últimos momentos de tranquilidad. Pero la calma fue rápidamente interrumpida cuando Minata irrumpió en su habitación con la energía de siempre.
—Oye, Minata, en serio no tengo ganas de ir a clases hoy —murmuró Kirata, sin moverse demasiado.
—¿Me vas a dejar sola? —respondió ella, arqueando una ceja—. ¿Y qué le vas a decir a mamá?
—Le diré que no me siento bien, solo es eso. Un poco enfermo.
Minata lo miró con escepticismo, pero finalmente cedió.
—Está bien, pero recuerda que tienes un trabajo pendiente, y se entrega pronto. Además, ¿no estás con Yukomi? Si necesitas ayuda, hermanito, no dudes en pedírmela.
Kirata asintió, todavía medio adormilado.
—Está bien, ahora bajo a hablar con mamá. Ten cuidado al salir.
—Lo haré —dijo Minata con una sonrisa antes de salir de la habitación