El viaje transcurrió sin mayores problemas. De vez en cuando, podía escuchar murmullos de preocupación sobre lo que podría ocurrir una vez llegáramos a nuestro destino. Los únicos que no participaban en las conversaciones eran los gemelos, que pasaron todo el trayecto sentado juntos, compartiendo la lectura del mismo libro.
Dado que el vuelo resultaba ser más aburrido que entretenido, no pude evitar bostezar en repetidas ocasiones, mostrando mis afilados dientes. En varias ocasiones, esto asustó a la alta mujer, lo cual encontré entretenido. Verla sobresaltarse me proporcionaba algo de distracción en medio de la monotonía.
A pesar de la amplitud del lugar, me mantuve cerca de la rampa para respetar el espacio personal de los demás y evitar agravar una situación que ya era bastante tensa. La amenaza de un conflicto parecía estar siempre presente, y temía que cualquier malentendido pudiera desencadenarlo en cualquier momento.
Mibreg se dirigió hacia la cabina de los pilotos y estuvo fuera de nuestra vista durante lo que parecieron horas, aunque fueron solo minutos. Finalmente, regresó y nos convocó a todos, incluyéndome a mí y a otras dos personas que no habían estado con el grupo principal. Estas dos personas vestían igual y parecían ser los encargados de la carga del avión, es decir, cargadores. La mujer estaba visiblemente asustada y, dado que no la había visto cuando el avión aterrizó, asumí que se mantuvo oculta de mí. Por lo tanto, aparté la mirada para no hacerla sentir incómoda, ya que parecía al borde de las lágrimas. Su compañero, al darse cuenta de su nerviosismo, le dio un leve codazo que la asustó aún más y provocó que emitiera un grito agudo que no pasó desapercibido por nadie.
Todos se volvieron para mirarla, confundidos y preguntándose qué había sucedido. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que su miedo estaba dirigido hacia mí. Probablemente estaban experimentando sentimientos similares, aunque algunos eran mejores para disimularlo que otros, pero lo evitaban ya que llevaban insignias en sus uniformes que no deseaban deshonrar. Esto era especialmente importante dado que yo no había mostrado, al menos en mi opinión, una actitud agresiva, y no tenían motivo para mostrarse temerosos.
Después de que la cohesión social calmara a la pobre chica asustada, Mibreg comenzó la reunión con determinación: —Los pilotos me informaron que pronto llegaremos a las fronteras del imperio—. Dijo en voz alta y clara. Hizo una pausa, esperando a que el murmullo cesara, y luego prosiguió —Por eso los necesito ahora más que nunca. Debemos causar una buena impresión en la emperatriz y demostrar que todo nuestro trabajo no ha sido en vano.
Los oficiales y suboficiales asintieron con la cabeza ante las palabras de Mibreg, aunque desde mi perspectiva, parecía que lo hacían en desacuerdo, ya que movían la cabeza de derecha a izquierda, lo cual me pareció bastante curioso y gracioso. Mibreg dio órdenes al hombre de bigotes y también a los gemelos, aunque solo a uno de ellos, específicamente a la joven a la que se refirió como Generala de División Peronia. Esta, junto a su hermano, realizó el saludo con el puño levantado, aceptando la orden de su superiora, que no era otra cosa que hacerse cargo de los soldados del primer avión en despegar. En cambio, a los demás oficiales y suboficiales, se les asignó la tarea de servir como mi escolta para presentarme junto a la emperatriz, como si necesitara seguridad de algún tipo. A pesar de que solo con uno de mis cuatro cuernos podía perforar a cualquier atacante y tenía la capacidad de volar si las cosas se complicaban. Sin embargo, era consciente de que se trataba de una mera formalidad y, además, no tenía motivos para negarme.
La presentación continuó con cada uno de los presentes siguiendo las órdenes de Mibreg. Mayra, la sargenta de grado, era la mujer alta; Nauter, el suboficial mayor con anteojos; Elora, la tenienta; Cámpora, el sargento con notables ojeras; Juamingo, el joven y musculoso capitán; Odolina, la mujer cuarentona de grado Brigadiera Generala, quien tenía la responsabilidad de llevar y traer los aviones prototipo; el mayor Bigúd, el bigotón enojón; los gemelos se presentaron como uno solo, con Ceache, la mujer, hablando y refiriéndose a ella como "la generala de división"; luego los dos cargadores que debían, en teoría, trasladar el huevo; y finalmente, Mibreg, la tenienta generala y superior a cargo. Mibreg afirmó que había seleccionado a lo mejor de las fuerzas armadas para asegurar la captura del objetivo.
La presentación del equipo me dejó con más dudas de las que ya tenía. Mibreg explicó que organizaron un grupo élite de la fuerza armada para capturarme cuando aún era un huevo, ya que una vez que eclosionara, me volvería imprevisible. En ese caso, podrían verse obligados a emplear la fuerza para someterme, como habían hecho anteriormente. Sin embargo, como yo me mostraba cooperativo, no habían vuelto a utilizar la fuerza bruta, además del propio pedido de la emperatriz. No obstante, existía la posibilidad de que, si me negaba a ayudar al imperio, decidieran eliminarme para evitar que me uniera al bando enemigo. La situación no se veía nada prometedora y me llenaba de inquietud y temor. Una vez que aterrizara en la frontera, cualquier cosa mala podría suceder.
La sensación de confusión y frustración se apoderó de mí mientras permanecía a bordo. Me hacía preguntas que no tenía respuestas. ¿Por qué no escapaba? ¿Por qué permitía que me manipularan de esta manera, incluso sabiendo cómo terminaría todo? ¿La reunión se había organizado solo para que los conociera? ¿Estaban intentando impresionarme o amedrentarme para evitar una posible acción violenta de mi parte? Me sumía en un círculo vicioso de pensamientos negativos.
Un dolor agudo retorció mi estómago. Mi cabeza comenzó a girar y un líquido ácido trepó por mi garganta antes de derramarse sobre los oficiales. Me desplomé pesadamente al suelo.
—¡Estamos llegando! ¡Las barreras están actuando! —gritó Mibreg.
El avión se llenó de gritos y yo me desplomé, perdiendo el conocimiento.
…