Chereads / Drakontos [Spanish Version] / Chapter 13 - PARTE 5 – LA LIBERTAD TIENE PRECIO

Chapter 13 - PARTE 5 – LA LIBERTAD TIENE PRECIO

La cantidad de bandejas que entraban y salían de la habitación se convirtió en mi único indicador del tiempo. Para mí, un día equivalía a dos bandejas de comida. Así fue como determiné que había pasado más de un mes encerrado. Empecé a apilarlas a un costado y la pila ascendía a más de sesenta, concretamente, sesenta y ocho bandejas, lo que equivaldría a un mes y cuatro días.

Cada bandeja que llegaba con comida terminaba en mi estómago. Después de la décima, dejé de preocuparme si el animal estaba vivo o muerto; simplemente me lo comía. Después de todo, era una cuestión de supervivencia: eran ellos o yo. 

El olor a sangre impregnaba la celda. No sabía cuánto tiempo más tendría que soportar estar encerrado, pero estaba seguro de que, si continuaba así, llegaría un punto en el que perdería la cordura. A pesar de todo, yo mantenía la esperanza; tenía la certeza de que me necesitaban para algo, ya que no tendría sentido que gastaran tantos animales en mí.

Finalmente, un día después de noventa y seis bandejas, las puertas se abrieron. Mibreg regresó acompañado de los hermanos gemelos, aquellos que actuaban siempre en perfecta sincronización. Ambos se quedaron inmóviles junto a la puerta mientras la tenienta generala fue la única en entrar a la habitación.

—Qué mal olor hay por aquí, pero parece que a ti no te afecta mucho, ¿verdad? —comentó mientras se acercaba a las bandejas vacías apiladas cerca de la entrada—. ¿Las estás coleccionando?

Contó todas las bandejas, de arriba abajo, y continuó:

—Noventa y seis bandejas. Noventa y seis animales. Noventa y seis soles y lunas. ¿Cómo te sientes? —preguntó sin esperar respuesta.

Noventa y seis días. Yo creía que dos bandejas equivalían a un día, pero estaba equivocado. Había estado encerrado por mucho más tiempo de lo que imaginaba. De alguna manera, en cien días, me las había arreglado bastante bien para no perder la razón.

—Has demostrado un comportamiento ejemplar y, dado que el Senado ha llegado a una respuesta en tiempo récord. Ha llegado la hora de salir de aquí.

En ese momento, el techo comenzó a dividirse como si fuera una ventana. Se abría lentamente, dejando entrar la luz del sol, el aroma de la pólvora y una suave brisa. Mi emoción creció y estiré el cuello para apreciar mejor el cielo.

No obstante, se me presentaba un problema: ¿cómo lograría salir? Con el espacio reducido de la celda, mis alas largas y anchas no tenían el espacio necesario para poder desplegarse. Además, el techo se alzaba demasiado alto como para poder salir de un salto. Siempre me había intrigado cómo me habían encerrado aquí, ya que la puerta resultaba demasiado pequeña para mí; al final, la respuesta siempre fue el techo.

—Quiero que lo levantes, Ceache —ordenó Mibreg.

Los gemelos se acercaron a mí sin vacilar y sin mostrar miedo alguno hacia mí. Eso me llenó de temor, pero no podía hacer otra cosa más que esperar paciente, aún llevaba el collar eléctrico.

La mujer, con un salto, alcanzó el techo y se quedó de pie en el borde, esperando. Por otro lado, el hombre se colocó frente a mí y, sin previo aviso, agarró la parte baja de mi cuello, levantándome con su mano envuelta en llamas verdes.

Me elevé unos centímetros del suelo y el miedo comenzó a invadirme por lo que estaba sucediendo. Mibreg permanecía inmóvil, observándome con una sonrisa mientras encendía un cigarrillo que pronto tocaría sus labios.

El hombre me lanzó hacia arriba y, tan veloz como Mibreg para encender un cigarrillo, la joven que aguardaba en el techo me atrapó en el aire, lanzándome aún más alto. Esta vez, tuve la oportunidad de desplegar mis alas y mantenerme flotando, finalmente liberado de la cárcel.

Lo primero que vi fueron numerosos soldados apuntándome con sus rifles, cada uno mostrando un rostro aterrorizado. Además, algunos vehículos parecidos a tanques tenían sus cañones dirigidos hacia mí.

El lugar en el que me encontraba parecía ser un aeropuerto. Una imponente torre se alzaba en el horizonte y una larguísima carretera la atravesaba. Varios hangares gigantescos, presumiblemente, albergaban a los dragones artificiales.

Permanecí observando, analizando y disfrutando de las vistas tras tantos días de encierro. Cualquier cosa que mirara era capaz de emocionarme. El viento golpeando mi enorme cuerpo, el olor a pasto y pólvora danzaban en mi nariz.

Miré hacia atrás, aunque era innecesario. Después de varios días encerrado, descubrí que tenía una especie de visión espacial, como un tercer ojo, capaz de percibir todo lo que me rodeaba en una distancia más reducida que mis propios ojos. Me di cuenta de que más soldados y vehículos estaban apuntándome, cerrando un círculo a mi alrededor. Sin embargo, no me importó. Mi atención se centró en un enorme edificio rectangular que se encontraba en la distancia, captando mi mayor interés.

Permanecí durante varios minutos así, disfrutando simplemente de sentir el sol caliente sobre mis escamas negras. Sin embargo, el tiempo a mi alrededor continuaba su curso. Mibreg salió de la gran caja de metal que una vez me contuvo en su interior y ordenó:

—¡Bajen las armas!

Todos los soldados bajaron sus extraños rifles, dejándolos descansar sobre el pasto, excepto los vehículos que aún permanecían alerta, como guardianes.

—Desciende —me ordenó.

Sin perder tiempo, obedecí. Comencé a descender fuera del círculo, cerca de los vehículos. Todos voltearon asustados mientras pasaba sobre sus cabezas.

Vi a la mujer en el techo saltar varios metros por encima del borde y aterrizar en el suelo sin problema alguno, como si la distancia fuera insignificante para ella. Mientras tanto, su hermano salió por la misma pequeña puerta por la que habían entrado.

Y, como si quisiera demostrar que no había peligro, la tenienta generala se aproximó hacia mí. Estaba tan cerca como para tocarme. Levantó la mano y yo sabía lo que se venía. Cerré los ojos esperando una descarga eléctrica dolorosa. Sin embargo, nada de eso pasó.

—¿Ven? Está completamente a mi voluntad, no va a hacer nada que yo no quiera que haga —escuché su voz con un tono burlón mientras posaba su mano sobre mi cuerpo escamoso.

¿Acaso mi reacción pretendía mostrarles que les temía y que estaba domesticado? Me trataban como si fuera un simple animal, me asignaron un nombre y un collar como si fuera una mascota. Lo único que escapaba a su control eran mis pensamientos y temía que en algún momento intentaran arrebatármelos.

Para reforzar su dominio sobre mí, Mibreg ordenó a uno de los soldados traer una montura. Un soldado, con el rostro cubierto de sudor y visiblemente aterrado, se acercó con una montura similar a la que usan los caballos, aunque más grande y pesada. Esta estaba sostenida por llamas verdes en sus manos; empleaba magia para poder levantarla.

—Acuéstate —me ordenó.

Hice lo que me dijo y me dejé caer sobre el pasto. Mibreg se acercó lo suficiente y luego dijo:

—Colócale la montura.

El soldado, con la mano temblorosa, no por el peso de la montura, que era oscura como mis escamas, sino por el miedo hacia mi presencia, se acercó poco a poco. Finalmente, colocó la montura sobre mi cuerpo y esta empezó a acomodarse por sí sola. Los listones de cuero se deslizaban rozando mi piel y se ajustaban. Uno se aseguró alrededor de mi cuello, mientras que otros dos viajaron hasta mi estómago, apretándose con fuerza. La sensación era horrible; la fricción resultaba incómoda y la montura estaba ajustada de manera muy incómoda.

Como si Mibreg fuese extremadamente cruel, ordenó al soldado temeroso que había traído y colocado la montura, que se subiera a ella. El soldado obedeció, pero temblaba tanto que parecía gelatina. Puso ambas manos sobre la montura e intentó levantar su peso para alcanzar mi lomo, pero no lo logró. Intentó trepar usando mis escamas, pero tampoco tuvo éxito. Luego, probó tomar carrera y saltar, pero solo terminó golpeándose contra mí.

—Ceache, por favor, ayúdalo a subir —ordenó Mibreg impaciente.

La mujer se acercó abriéndose paso entre los soldados, agarró al hombre por el cuello de su camisa azul grisácea y lo levantó sin necesidad de usar el fuego verde en sus manos. Luego lo arrojó en el aire y este aterrizó sobre la montura de cara.

—Al fin —comentó Mibreg disgustada y continuó—. Quiero que lo lleves hasta ese edificio y luego que aterrices y le permitas descender. Pero quiero que recuerdes algo, mientras yo viva ese collar te acompañará y como no me obedezcas —levantó la mano en mi dirección y dijo—. Ahora vete.

Sin perder tiempo, comencé a elevarme. El hombre en mi lomo empezó a emitir sonidos de pánico, agarrándose fuertemente a mi cuello. Marqué mi rumbo hacia el gran edificio rectangular que se encontraba bastante lejos.

El vuelo no duró mucho, de hecho, tan solo bastaron un par de minutos. Me acerqué lo suficiente al ahora imponente edificio y descendí hasta tocar el suelo con mis cuatro patas. Me agaché lo suficiente para que el hombre pudiera descender. Sin mediar palabras, saltó mucho antes de que yo me agachara, haciéndose daño al caer en el suelo.

Yo volví a elevarme en el aire y me alejé del edificio. A lo lejos pude observar cómo varias personas salieron del edificio para socorrer al soldado herido. Varios minutos después, regresé volando hacia donde Mibreg me esperaba. Aterricé en el mismo lugar donde había despegado y me quedé esperando órdenes.

—¡Con nuestro nuevo vehículo y arma de destrucción, el imperio se alzará con la victoria! —gritó Mibreg.

Todos los soldados empezaron a vitorear de alegría, olvidando por completo el temor que alguna vez sintieron ante mi presencia.