Chereads / Drakontos [Spanish Version] / Chapter 14 - Capítulo 3: Primeros aleteos

Chapter 14 - Capítulo 3: Primeros aleteos

Mi incapacidad para expresarme verbalmente complicaba enormemente mi comunicación con los demás; mi interacción se limitaba a escuchar y obedecer órdenes. La dificultad se agravaba aún más, ya que ni siquiera comprendían mi lenguaje escrito. Esto me dejaba sin posibilidad de conocer la hora del día, pues carecía de acceso a un reloj o dispositivo similar para medir el tiempo. Sin embargo, descubrí que el personal militar dividía el tiempo en tres partes: mañana, mediodía y noche.

Me reconfortó descubrir que utilizaban las mismas expresiones para medir el tiempo, pero noté una pequeña diferencia. Mediodía no coincidía con la presencia del sol en su punto más alto, sino cuando el cielo adoptaba tonalidades rojizas. No hablaban nunca del atardecer, sino que mencionaban el anochecer directamente. En este preciso momento, me encontraba surcando los cielos en mediodía, aunque para los habitantes de la Tierra sería considerado como el atardecer.

Mi lomo transportaba el peso de diversas cajas cuidadosamente aseguradas sobre mi montura. Yo desconocía por completo el contenido de esas cajas, pero siempre me ordenaban tratar la mercancía como si fuera "frágil". No obstante, en más de una ocasión, al aterrizar, los soldados descargaban las cajas lanzando su contenido sin ningún cuidado, lo que me permitía discernir cuál era realmente frágil y cuál no.

Además, otra clave para identificar la fragilidad, o no, era observar cómo descargaban el cargamento desde los aviones en el hangar y cómo las cargaban directamente sobre mi lomo. Esto me llevó a ser bastante diligente durante los viajes, acelerando únicamente cuando estaba seguro de que la carga no era frágil.

Afortunadamente para mí, este sería el último cargamento del día que tendría que llevar hasta el gran edificio rectangular. Al final, ese edificio no era más que un extenso almacén que guardaba armas, municiones, provisiones y piezas de vehículos para refacciones. No tenía nada de especial, más bien todo lo contrario. De hecho, lo apodé como la "caja de zapato" porque eso era exactamente lo que parecía desde los cielos.

Mientras iniciaba el descenso, percibí el tintineo metálico proveniente del interior de las grandes cajas de madera. Este sonido me recordó las numerosas ocasiones en las que había transportado comida enlatada. A pesar de ello, mi alimentación siempre consistía en lo mismo, lo cual era comprensible dado que esas provisiones apenas podían satisfacer mi voraz apetito, incluso con lata y todo.

Sin embargo, la constante actividad de llevar y traer cosas siempre terminaba generando más hambre de lo que las raciones lograban saciar. Era una rutina establecida: un animal al mediodía y otro al anochecer, ya sea vivo o muerto.

Aterricé despacio para no romper nada "frágil", pues nunca se podía estar seguro al cien por ciento del contenido de las cajas. Los soldados que estaban fumando fuera del gran almacén, se acercaron con las manos iluminadas por el fuego verde, dispuestos a hacer su trabajo.

Después de más de un mes "trabajando" conmigo, la mayoría de la base se acostumbró al constante ir y venir desde el hangar hasta el almacén, y muchos dejaron de tenerme miedo, o al menos lo disimulaban mejor. No obstante, los pilotos y el personal de los aviones continuaban siendo los únicos que mostraban un evidente temor al verme. Era comprensible, después de todo, lo primero que veían era a un "drakontos", como ellos llamaban a los dragones en ese mundo, esperando ser cargado con cajas cual camión.

 Por lo general, el oficial a cargo de mí ordenaba cargar cinco cajas, un número que se determinó tras varias pruebas de resistencia contra el aire, independientemente de su contenido. Sin embargo, si las cajas eran grandes, posiblemente piezas de vehículos, solo cargaban dos.

El método para asegurar la carga siempre implicaba el uso de cadenas mágicas, similares a las que utilizaron para apresarme. Sin embargo, estas eran fácilmente removibles, ya que cualquier soldado podía soltarlas sin problemas. A pesar de ello, mi labor no se limitaba solo a llevar cajas del hangar al almacén; muchas veces también tenía que hacerlo en la dirección opuesta, transportando cargamento del almacén al hangar.

Si cumplía con las tareas rápidamente, ya sea al atardecer o al anochecer, me recompensaban con un animal vivo, como si eso fuese algo positivo. Sin embargo, al no tener una forma de medir el tiempo, a menudo terminaba recibiendo la recompensa para mi desgracia. Esto generaba un verdadero espectáculo cuando me tocaba cazar al animal de seis patas, al cual soltaban y esperaban que yo fuera tras él, como si fuera un animal de circo.

—¡Listo! —gritó un soldado, seguido de una palmada sobre mi gran vientre, que permanecía acostado para facilitar la descarga de las cajas—. Puedes irte.

Inicié un ascenso rápido y me alejé del almacén. Mi próximo destino era visitar al teniente Frey, quien se encargaría de liberarme de la incómoda montura y también de proporcionarme alimento; deseé con todo mi ser no ser recompensado.

Como estaba tan hambriento, no tardé en llegar a mi destino. Aterricé cerca de la enorme celda que servía como mi hogar y me encontré con el teniente Frey, quien me esperaba como de costumbre. Inicié una caminata lenta en su dirección. Caminar despacio siempre había sido la única manera de demostrar que no tenía intenciones de hacer daño a nadie.

—Buen trabajo, Níxebus —dijo el hombre más bajo que los demás soldados, con la cara llena de sudor por el calor— y continuó—. He recibido nuevas órdenes; tenemos que partir hacia una base que se encuentra al noroeste de aquí, cerca de la frontera del reino.

Aquello tomó por sorpresa tanto a los soldados como a mí, ya que todos nos enteramos al mismo tiempo. Esta situación me hizo sentir respetado por primera vez desde que llegué a este mundo.

Si no fuera un enorme animal de fantasía, estaría saltando de felicidad, pero dado que eso solo causaría temor y, probablemente, me ganaría una descarga eléctrica.

Sin embargo, esta era la primera oportunidad de salir de la base, y decir que estaba aterrado sería quedarme corto. Por un lado, me alegraba la idea de explorar nuevos horizontes, pero por el otro, cada aleteo de cuasi libertad me acercaba, irremediablemente, al campo de batalla; en algún momento tendría que enfrentarme a la terrible realidad de asesinar personas.

—T-tengo otra cosa que decirte antes —dijo Frey tartamudeando y temblando. Su manera de actuar me recordó la primera vez que nos conocimos, cuando Mibreg le ordenó que me montara después de colocarme la montura; el pobre parecía una gelatina, pero al final resultó ser el más valiente de todos. Soltó una largo suspiró y continuó—: ¡Tengo que montarte!

Todos los presentes comenzaron a murmurar, algunos asustados y otros emocionados, pues, para bien o para mal, estaban a punto de presenciar algo que no se ve todos los días. Sin embargo, muchos sintieron compasión por Frey al recordarlo temblando la primera vez que se le ordenó hacer lo mismo tiempo atrás.

Con una determinación que silenció a todos, Frey habló con franqueza:

—Yo solo soy un aprendiz de piloto; el imperio no iba a asignarte a uno experto —comentó con cierta amargura y autodesprecio en sus palabras—. Después de todo, podrías haberte rebelado y haberlo eliminado, ya sea arrojándolo en el aire o devorándolo en tierra, dejando al imperio sin un experto. Es por eso que me asignaron a mí —mientras hablaba, sacó un gorro de aviador de su pantalón y se lo colocó junto con unas gafas—. Sin embargo, he estado estudiándote durante mucho tiempo; esas eran mis órdenes. Después de varios días observándote, diseñé una forma de pilotearte, sin ofender —se disculpó mientras sacaba una pequeña libreta con varios escritos ilegibles de un bolsillo trasero de su pantalón.

¿Aquellos viajes de ida y vuelta eran simplemente una prueba? ¿Me observaban como a un animal en un documental? ¿Evaluaban mi respuesta a las órdenes? ¿Por qué me comparte toda esta información en lugar de simplemente subirse y decirme qué hacer? ¿Por qué esa repentina necesidad de comunicarse? Había estado a sus órdenes durante días y apenas intercambiábamos unas pocas frases al día. Ahora, parecía que habíamos adelantado una semana de conversación. Interrumpiendo mis cuestionamientos, Frey continuó:

—Sabes —dijo acercándose a mí y apoyando una mano sobre mis escamas—. Yo siempre quise pilotear aviones, ese era mi sueño desde pequeño —se aferró a mis escamas y comenzó a trepar sin problemas hasta la montura, se acomodó en ella y continuó—. Pero nunca pensé que si me alistaba en la fuerza aérea tendría que pilotear un legendario drakontos. Si hoy muero, puedes estar seguro de que no fue en vano. ¡Despega! —gritó a todo pulmón.

Todos se formaron en un círculo amplio, observando con extrañeza y conmoción las palabras y acciones de Frey, sin saber muy bien cómo reaccionar. Mientras tanto, yo, sin perder tiempo, empecé a batir mis alas, levantando polvo a mi alrededor como un helicóptero a punto de despegar. Gané altura lo suficiente para saludar a los operadores de la torre de control del gran aeropuerto.

De repente, debajo de mí resonó un aplauso, luego otro, y otro, y otro, y otro más. Todos estaban aplaudiendo la valentía del teniente al grito de "¡Frey!" en un cántico armonioso. Frey se asomó desde la montura, contempló la escena que se desarrollaba desde abajo y gritó a todo pulmón:

—¡Nos vemos, se despide el piloto del avión más poderoso de todos!