Al abrir los ojos, no me encontré con una monarca elegante desfilando en un pomposo recibimiento, moviéndose con gracia hacia mí al ritmo de trompetas sincronizadas con su paso, ni tampoco con soldados apuntando sus rifles en mi dirección. En cambio, lo que me rodeaba era pura oscuridad. ¿Cuántas veces la oscuridad se había convertido en mi fiel compañera desde que desperté en este mundo?
Algo circular se enroscaba alrededor de mi cuello, y además, un trozo de tela cubría mis pobres ojos. La situación era desesperante. No tenía idea de dónde me encontraba, pero el traqueteo me hacía intuir que estaba en otro camión, aunque este era considerablemente más grande que los anteriores. En los camiones anteriores, me veía forzado a permanecer acostado y con la cola enrollada debido a su estrechez.
Finalmente, mis peores miedos se habían hecho realidad. Me habían engañado, y me sentía ingenuo por haber confiado en ellos. En el fondo, sabía que siempre me habían considerado una herramienta bélica. A pesar de eso, algo en mí se dejó llevar por sus palabras. Después de todo, nunca antes había experimentado un conflicto en toda mi vida. La guerra en mi lugar de nacimiento era algo anecdótico y académico que se remontaba a más de cuarenta años, cuando ni siquiera era una idea en la cabeza de mis padres.
Me reincorporé del suelo y estiré el cuello adolorido hasta que mis cuatro cuernos chocaron con el techo de metal. El sonido agudo y metálico me hizo tomar conciencia de la situación en la que me encontraba. Sabía que lo que me esperaba no era nada bueno. Después de haber traicionado mi confianza ya dos veces, decidí que no pondría la otra mejilla en esta ocasión.
Comencé a golpear las frías paredes de acero con mi cuerpo y, como si lo tuvieran todo planeado desde el principio, mi cuerpo recibió una descarga eléctrica tan dolorosa que ni siquiera me dio tiempo a gritar, y caí desplomado una vez más. El collar que rodeaba mi cuello había sido el causante de la tortura. En ese momento, me sentía como un animal, como un perro cuyo malvado dueño no había encontrado otra manera de hacerse escuchar que a través del maltrato.
Las lágrimas de impotencia comenzaron a brotar de mis grandes ojos, cayendo con un sonido similar al de las gotas de lluvia golpeando un techo de chapa. Quería gritar. Quería pedir ayuda. Quería salir de aquí y volver a casa. Quería un poco de luz.
Recordé cómo había incendiado ese bosque y traté de replicar lo que había hecho. Sin embargo, el fuego no salió de mi boca, ni siquiera sentí aquel calor que ascendía desde mi estómago, recorriendo mi larga garganta hasta llegar a mi enorme boca dientuda. En ese momento, no sabía cómo lo había hecho, pero lo había logrado, y ahora, no sabía cómo repetirlo y no pude lograrlo.
Desconsolado, me levanté y pegué mi enorme cabeza a la fría pared para escuchar el sonido del exterior, pero no era capaz de escuchar nada. Tan solo podía sentir el movimiento del camión, y aunque no había movimientos bruscos, entendí que estábamos en un camino pavimentado. Esto me hizo pensar que debía estar en algún lugar habitado por cientos de personas.
Sin otra alternativa más que esperar, intenté sentarme, pero debido a la forma de mi cuerpo, solo pude recostarme. Comencé a recapitular sobre mí mismo y mi pasado. Pensar en momentos libres era algo que me gustaba, eso era lo que sabía sobre mí, pero algo importante, algo que conformaba mi identidad, que me decía que había tenido padres, no lo recordaba. ¿Cómo me llamaba yo realmente?
Olvidar tu propio nombre no era algo común, como olvidar cosas importantes como la fecha de cumpleaños de alguien o tu propio número de teléfono; era algo más propio de golpes en la cabeza o enfermedades que afectan la mente. Sin embargo, yo podía recordar a mis padres y hermano, sus rostros, las cosas que les gustaban y las que no, lo que los hacía únicos y diferentes del resto, pero no podía recordar sus nombres.
Era consciente de que las cuestiones desconocidas requerían reflexión, así que me planteé una serie de interrogantes: ¿Habían robado mis recuerdos? ¿Realmente era la persona que recordaba ser? ¿Lo que creía no saber era, en realidad, algo que desconocía antes de tomar conciencia de ello? Sin embargo, pese a mi intento de explorar lo que no sabía, no pude hallar respuestas a esas preguntas. Aun así, comprendí que reconocer mi falta de conocimiento era un paso fundamental para recuperar mi identidad. Si provenía de otro mundo, necesitaba encontrar a otras personas en mí misma situación para confirmar esta hipótesis y, así, descubrir quién era verdaderamente.
Si yo estaba aquí, eso significaba que otras personas podrían haber experimentado algo similar. La única certeza universal para todos los seres humanos era la muerte, por lo que no parecía del todo descabellado pensar que podría encontrar a otros terrícolas en esta realidad. La posibilidad de encontrar a mis compatriotas me llenó de esperanza. Mi objetivo de ahora en adelante sería aprender a escribir y dejar un mensaje con mi sentido común occidental, con la esperanza de que alguien lo reconociera. Podrían pasar años, incluso décadas, antes de que alguien lo encontrara, pero al menos no estaría solo en este mundo desconocido.
Sin embargo, estas cuestiones suenan bastante idílicas y son planteadas y resueltas a largo plazo. La realidad era que yo estaba encerrado y, probablemente, esclavizado para participar en una guerra en donde muchas personas perderían la vida. Lo único que podía hacer era no morir en el conflicto, decirlo era fácil, pero hacerlo dependía de la suerte y de la experiencia del que me quisiera muerto.
Reflexionar sobre la vida y la muerte era algo que solía detestar, y ahora me aterraba aún más, a pesar de haber recibido una segunda oportunidad. La idea de la existencia de un cielo y un infierno me llenaba de inquietud, ya que, si participaba en la guerra y moría, ¿acabaríamos en el infierno? A pesar de que nunca había creído en cuestiones tan bíblicas como el "cielo y el infierno", la posibilidad no parecía ser nula. ¿Y si la Biblia y las demás religiones habían sido escritas por personas que habían reencarnado en nuestro mundo?
Antes de que pudiera sumergirme en una confrontación filosófica con mi propia mente, el camión se detuvo y las puertas se abrieron de par en par. La luz rojiza del sol en su atardecer se filtró en la oscura cárcel de acero. El delicioso aroma de la comida asada comenzó a llenar mis fosas nasales y despertó mi apetito. Me pregunté cuánto tiempo había pasado sin comer. Cuando los soldados abrieron las puertas, dieron varios pasos atrás al escuchar el rugido de mi estómago, claramente asustados.
Sin esperar a que me arrastraran como a un perro con correa, me puse de pie y salí del camión. Fui recibido por las miradas curiosas de varios individuos armados. Al parecer, me habían llevado a una base distinta, mucho más sólida y fortificada que el campamento donde Mibreg me recibió por primera vez.
Estiré el cuello para obtener una vista más amplia del lugar y, para mi sorpresa, me di cuenta de que estaba rodeado por una barrera mágica. ¿Cómo no lo había notado antes? Tenía la capacidad de ver y sentir estas barreras mágicas, pero generalmente perdía el conocimiento al hacerlo. Por lo tanto, deduje que o esta barrera era menos poderosa que las demás, o el collar que llevaba actuaba como una especie de llave que me permitía mantenerme de pie sin problemas. Debía ser la segunda opción ya que, todos los soldados, llevaban el mismo anillo sobre sus dedos, con el mismo color y grabados como el que llevaba sobre la parte baja de mi cuello.
Cuando conocí a Mibreg y a su grupo por primera vez, no me di cuenta de que no llevaban anillos. Sin embargo, cuando se subieron al avión, inmediatamente se los colocaron. En ese momento, no le di mucha importancia debido a las diferencias culturales de este mundo, pero ahora estaba claro que se los ponían para evitar que la barrera mágica los afectara. Supongo que los soldados que viajaron en el primer avión hicieron lo mismo.
En ese momento, me di cuenta de que Mibreg sabía que la barrera mágica me afectaba, ya que me había desmayado antes de entrar al campamento y luego me encontré en un camión rumbo a otro campamento. Quedó claro que nunca tuvo la intención de llevarme ante su emperatriz; todo había sido un engaño desde el principio. Había una sola barrera en el primer campamento, y estaba claro que Elora participó en este engaño, llevándome a donde se encontraba su mejor "maga", Mibreg, la cual había creado una barrera lo suficientemente fuerte como para hacerme desmayar.
Sin embargo, algo no tenía sentido. ¿Cómo sabían que yo estaba en camino si inicialmente estaban esperando la llegada de un huevo? ¿Podría ser que Elora enviara un mensaje mientras estaba sujeta a mi cuello? ¿O fue el fuego que prendí lo que alertó al campamento y cambió sus planes? La incertidumbre me invadía mientras reflexionaba sobre las respuestas a estas preguntas.
Mibreg y otros oficiales de igual rango, identificados por las insignias en sus uniformes militares, se presentaron ante mí. Bajo las órdenes de Mibreg, los soldados bajaron sus armas. De entre los oficiales, surgió una mujer con cabello dorado que llegaba hasta la cintura, vistiendo un atuendo que estaba lejos de ser militar. Su estatura era diminuta, semejante a la de una niña de catorce años, y llevaba un vestido que destacaba por su elegancia. La emperatriz se encontraba frente a mí, vestida con un traje de seda color marfil, decorado con intrincados bordados dorados que le conferían un aire majestuoso.
La niña habló y todos callaron. —Soy la emperatriz Korón Ba Sasa, un gusto verlo en persona, señor Drakontos —dijo con solemnidad. Realizó la misma especie de sentadilla con las manos sobre ambas rodillas como había hecho Elora cuando se había recuperado y continuó —Quiero que perdone la manera brusca en que lo trataron, pero debe saber que no podíamos confiar en una criatura que ha estado desaparecida por cientos de años en nuestro mundo. Además, los pocos escritos que quedan sobre su especie no dicen que son parlamentarios precisamente.
Indiqué con la cabeza hacia el collar plateado que rodeaba mi cuello. La emperatriz no respondió de inmediato; en su lugar, fue Mibreg quien tomó la palabra. —Lo siento, ese collar fue una creación de último momento, como puede ver —levantó la mano y mostró su anillo como ejemplo—. Todos nosotros llevamos el mismo anillo para utilizar la magia dentro del imperio, pero en su caso, no solo no se trata de un anillo, sino que además tiene una pequeña modificación. Contiene un hechizo de control que no solo le impide usar magia, sino que también le prohíbe desobedecernos.
Incliné la cabeza, abrumado por la respuesta. Ahora me encontraba en una posición de esclavitud, sin control sobre mis propios actos. La desilusión me embargó, y las lágrimas volvieron a surcar mi rostro. Como si las lágrimas fueran una expresión universal de tristeza, la emperatriz Korón se disculpó conmigo.
—Lo siento mucho —se disculpó nuevamente y comenzó a acercarse lentamente hacia mí, pero Mibreg extendió la mano para detenerla.
—Para ganar la guerra todo está permitido —dijo Mibreg extendiendo la mano en mi dirección—. Incluso si para hacerlo, tenemos que dominar a bestias legendarias como usted.
La electricidad comenzó a quemar mi cuello y paralizar mi cuerpo. El dolor era insoportable, y no veía razón alguna para torturarme de esa manera. Finalmente, cuando pareció estar satisfecha de mi sufrimiento, retiró la mano y la descarga eléctrica se detuvo, aunque el dolor persistió debido a las secuelas.
Me arrodillé sobre mis dos patas delanteras para evitar caer al suelo. En ese momento, todos a mi alrededor comenzaron a gritar de manera jubilosa por mi captura. El lugar se llenó de vítores y, abrumado por el dolor, caí desmayado nuevamente.
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