Chereads / Drakontos [Spanish Version] / Chapter 12 - PARTE 4 – ENTRE LA DECISIÓN Y LA DESESPERACIÓN

Chapter 12 - PARTE 4 – ENTRE LA DECISIÓN Y LA DESESPERACIÓN

Cuando desperté, recordé vívidamente cómo había devorado aquel animal. El sabor de la sangre y la textura de la carne cruda revolvieron mi estómago. Me acerqué al agujero para vomitar de nuevo. Mi cuerpo no me había obedecido en aquel momento; el instinto había obrado por voluntad propia. El vómito traía consigo fragmentos de huesos y pedazos de carne sin digerir, lo cual me causó aún más repulsión.

El enorme abrevadero estaba repleto de agua nuevamente; el mecanismo debía llenarse desde afuera, por lo que nadie tenía que entrar aquí para llenarlo. Lo tenían todo pensado. 

Me acerqué al abrevadero, llené mi boca con agua, la revolví en un buche y la escupí al pozo. Aún persistía el sabor de la carne en mi boca; el agua no sería suficiente para quitar el sabor, pero al menos su gusto a tierra lo atenuaría considerablemente. Repetí el proceso varias veces.

Cuando acabé de enjuagarme la boca, la soledad comenzó a apoderarse de mí. No tener la mente ocupada en alguna actividad a menudo lleva a la reflexión. No obstante, el lugar tampoco ayudaba, tan solitario como cabría esperar de una celda y, además, tan claustrofóbico que, si hubiera sido humano, estoy bastante seguro de que ya me encontraría completamente desesperado y aterrado. Sin embargo, no estaba del todo solo, ya que tenía la única compañía que nunca me abandonaría: mis pensamientos.

Me puse a dar vueltas en círculos, buscando cualquier indicio que hasta ese momento hubiera pasado desapercibido. Después de mis recorridos, me percaté de varias cosas. En primer lugar, la cárcel mostraba indicios de estar insonorizada, ya que no lograba escuchar ningún sonido proveniente del exterior; era una celda de aislamiento. En segundo lugar, aunque carecía de evidencias conclusivas, tenía la firme impresión de que los demás podían escucharme desde aquellos focos protegidos por el acero. En tercer lugar, y concluyendo, me di cuenta de que escapar de este lugar resultaría imposible, incluso sin el collar en mi cuello. Mis intentos de embestir las paredes resultaban infructuosos; el lugar permanecía imperturbable a cualquier golpe.

Me detuve, abatido, y me dejé caer sobre el colchón. En esos momentos, añoraba enormemente mi teléfono celular o algún libro para pasar el tiempo. Aunque, si fuera humano, con esas luces tenues, no podría leer con facilidad.

Aburrido de todo, me había cansado de dar vueltas en círculo y de contar las ocho luces del techo una y otra vez. La soledad y el aburrimiento son dos grandes enemigos del ser humano, aunque también me afectaban a mí, a pesar de no ser ningún humano. Sin otra cosa mejor para hacer, decidí que dormiría otro poco. Cerré los ojos y me dejé llevar al mundo de los sueños.

Poco tiempo después, desperté con el sonido de la compuerta abriéndose, acompañado por el sonido de otra bandeja siendo deslizada al interior. Finalmente, la compuerta se cerró tan rápido como había sido abierta.

Me levanté sobresaltado por el ruido y me acerqué para comprobar el contenido. La bandeja contenía un animal pequeño vivo que no paraba de retorcerse por las ataduras que lo aprisionaban. La criatura era de la misma especie que la que me había comido, era de un pelaje negro con motas amarillas, tenía la cabeza similar a la de un conejo, pero con seis patas y una cola larga como similar a la de los canes. 

El animal parecía más aterrado que yo, ya que no paraba de chillar. Estaba claro que su destino era ser devorado por mí, pero esto me superaba. No podría hacerlo, al menos no con un ser vivo. Aunque el animal que devoré también estuvo vivo en algún momento, nunca antes había comido algo que aún estuviera con vida. Normalmente, toda la carne que consumía la adquiría en los supermercados, presentada en bandejas y lista para ser cocinada.

De repente, las ataduras que lo sometían se liberaron y el animal se puso de pie con sus seis patas. Lejos de intentar defenderse, se alejó de mí sin dejar de chillar y me observó. Se quedó en la esquina izquierda, cerca de las dobles puertas. En algún momento dejó de chillar y simplemente se dedicó a observar cada uno de mis movimientos, al igual que yo.

Yo estaba seguro de algo, por más que yo estuviese de lo más hambriento, jamás me lo comería. Sin embargo, mi cuerpo ya demostró que no me obedecería cuando el hambre tocase la puerta. El animal era bastante inofensivo e infinitamente más pequeño que yo, por lo que no podría defenderse si yo decidía comerlo. 

Sin prestarle atención, me recosté en el colchón y cerré los ojos, anhelando que al abrirlos el animal hubiera desaparecido como por arte de magia. Aunque sabía que tal escenario era improbable aún en este mundo, me aferré a esa esperanza mientras cerraba los ojos y me sumía nuevamente en el sueño.

Otro ruido que no había percibido en ese momento me despertó nuevamente. Las puertas dobles se abrieron, y tres personas hicieron acto de presencia, dos de ellas desconocidas para mí. La tercera persona era alguien que reconocía: Mibreg. De inmediato, emitió una orden.

—Agarren al cuniojo.

Los militares se aproximaron al animal asustado y lo sometieron sin mucha dificultad; el pobre no era rival para la fuerza de aquellos soldados. Permanecieron inmóviles en la esquina, sosteniéndolo por las piernas, a la espera de las próximas órdenes de su superior.

Mibreg no pronunció más palabras; en su lugar, se acercó hacia donde yo aún me encontraba recostado, bastante perplejo por el giro de los acontecimientos.

—¿No quieres comer? No entiendo a lo que estás jugando —inquirió, finalmente, con una mueca de furia en la cara—. Si estás pensando en dejarte morir en esta celda, debes saber que hay destinos peores que la muerte —extendió la mano en mi dirección.

El collar comenzó a emitir una descarga eléctrica tan fuerte que incendió el colchón negro sobre el que estaba recostado. El fuego no me lastimaba, pero la descarga que lo había generado sí.

Mibreg bajó la mano y las descargas cesaron, no así el fuego, que continuó ardiendo durante varios segundos más. La mujer de cabello más rojo que el fuego emitió una sonrisa diabólica que jamás podré olvidar, anticipándose a lo que luego me obligaría a hacer.

—Quiero que te lo comas, quiero que no dejes ni un solo cabello, quiero que le pases la lengua hasta la última gota de sangre.

Los hombres se acercaron con el animal y lo arrojaron en mi dirección. El hexápodo cayó como un saco de papas frente a mí y trató de ponerse en pie, pero el suelo de acero le dificultaba la tarea, ya que no tenía garras como yo para caminar sobre el metal.

Mibreg levantó la mano, y yo sabía lo que iba a suceder si no lo obedecía. No quiero tener que describir lo que pasó en ese momento; preferiría olvidarlo, preferiría decir que me dejé electrocutar hasta desmayarme, pero no fue el caso. El animal terminó en mi estómago.

—A partir de ahora te llamarás Níxebus, la criatura voladora más oscura que una nube de tormenta en el cielo nocturno.

Me dio un nombre con una sonrisa maternal, como si yo fuera su hijo recién nacido. Luego, ordenó a sus hombres que se fueran primero. Estos se dirigieron al pequeño hall, donde otra puerta doble estaba siendo abierta desde afuera. La mujer los siguió después, no sin antes dedicarme otra sonrisa, cerrando sola las inmensas puertas de acero tras de sí. Las llaveó y me dijo: —Si obedeces, no tendrás que sufrir. Eres alguien inteligente; sabes a lo que me refiero, ¿verdad? 

Se alejó, y por un momento, pude ver la luz del sol; en ese momento, no sabía que sería la última vez que lo vería en mucho tiempo. Finalmente, las puertas se cerraron, y quedé completamente solo de nuevo, con el recuerdo de lo que había hecho, llorando y gruñendo de ira, miedo, impotencia y más ira.